II El protagonista
El interés del Diario no se reduce a su aporte biográfico.
Sus anotaciones constituyen, cronológicamente, el primer
documento que permite el acceso a la intimidad de Quiroga. En tal
sentido, su importancia es fundamental. No corresponde realizar
aquí un examen exhaustivo; apenas si es oportuno subrayar
las tendencias dominantes en el carácter del joven Quiroga,
tal como las acerca su propia anotación cotidiana.
Ante todo, es preciso señalar la naturaleza especial de
este Diario. Por indicaciones reiteradas parecería
que Quiroga registró las incidencias de su aventura para
comunicarlas luego a sus amigos del Salto -a aquellos
muchachos con los que actualizara el grupo de los mosqueteros-.(13)
En algunos momentos se dirige directamente a ellos, como si los
tuviera presentes. Así, por ejemplo, anota en abril 8, nostálgico
ya, y extrañando a la novia: "Pienso en este momento
que Vds. están en el cuarto, hoy Domingo, tal vez tomando
mate, tal vez conversando, fumando y comiendo pan y queso; pero
de cualquier manera, ahí, en el Salto, con la tranquila seguridad
de que de tarde, cuando quieran, saldrán á pasear,
sin pensar en nada más de lo que quieran y que Vds., todos
Vds., pueden verla, que la verán y no sentirán siquiera
la más leve emoción, cuando yo, que estoy a 1000 leguas,
tiemblo sólo de pensar que algún día la veré
".
O cuando se pregunta, el 13 de abril: "¿Qué
haré mañana, Sábado de gloria, en este maldito
vapor, cuando Vds., esten tan tranquilo parados en la calle Uruguay
y Sarandí viendo salir la gente de la Iglesia?". O
cuando en París, durante una de sus crisis de angustia, anota
(el 3 de junio): "Acabo de levantarme. Hasta ahora he conseguido
dormir bien. Me despierto varias veces á la noche, y, sueñe
lo que sueñe, en seguida se me aparece la situación
ésta. ¡Ah, amigo Brignole! ¡Depresiones nerviosas
y musculares que nos hacen buscar con ansia la recta incomprendida
de nuestro Destino! ¡Qué poco es todo eso, cuando lo
que se examina no es el porvenir, sino el momento, cuando se cambiara
la Gloria por la seguridad de comer tres días seguidos!".
Podría creerse que esta forma, casi oral, responde únicamente
a la costumbre, ya arraigada, de dialogar con los amigos, de confiarse
a ellos en los momentos de mayor intimidad, lo que tendería
a transformar el Diario en un largo monólogo. Pero
el propio Quiroga se ha encargado de iluminar el punto, al escribir
-en uno de sus momentos más patéticos, cuando se ha
visto obligado a aceptar la limosna de unos francos- el 5 de junio:
"A Vds., mis amigos, que leerán todas estas líneas,
les deseo que nunca pasen por lo que estoy pasando yo".
Sin embargo, lo cierto es que nunca confió la existencia
de este documento a sus amigos y que hasta hoy les era completamente
desconocido. Aun más; como sus mismos biógrafos indican,
Quiroga fué siempre extremadamente reservado sobre su aventura
parisina. ¿Qué pudo haber cambiado su primera decisión?
El mismo Diario se encarga de contestar esta pregunta. El jueves
7 de junio escribe: "Estoy en el Jardín de Nôtre-Dame.
Lo paso regular, habiendo acabado de comer un vintén de pan
y leyendo mi libro. Logro sustraerme por ratos con la lectura. Pero
un recuerdo cualquiera de allí, el Uruguay, un vals que tocaba
la Orquesta del Liceo Slava, la laguna de Palma Sola, me ponen en
un estado de dolorosa "revérie", como si nunca
más volviera á ver eso. Al solo pensamiento de que
eso no está perdido para mí, un profundo suspiro me
desahoga. ¡Cómo gozo entonces! Yo quiero toda la tierra
en que he vivido, mis árboles, mis soles, mi lengua. No la
patria, porque eso es una entidad, y si yo hubiera nacido en Alemania,
extrañaría la Alemania. Pero todo diferente como es
esto, solo, solo, no conversando con nadie, nadie que me consuele,
es horrible. No soy un solitario; todo lo opuesto. Ahora comprendo
á mi pobre madre que en casa, en el Salto, todo el día
solita en 1os cuartos helados, paseaba amargamente su tristeza.
¡Oh mi América bendita, donde todo es grandeza y hospitalidad!
¡Cómo te adoro en París! Creo que si de un golpe
me transportara á esa, lloraría, sí, lloraría
abriendo los brazos á mi Madre, á mis amigos, á
las tardes y á las noches. Pero todo concluirá. Aunque
cuando llegue allí, sentiré mucho menos por haber
satisfecho parte de mi ansia en la desaparición de esta vida,
y en la progresión creciente del viaje que cada vez me acercará
más, y, por lo tanto, me hará perder la emoción
de la brusca traslación, aun entonces, digo, tendré
horror del recuerdo de París, y estaré donde está
lo que quiero". Aquí está, en este horror
del recuerdo de París, la causa de su reserva, de su
silencio, sólo alterados por la comunicación de alguna
trivialidad, de alguna rápida confidencia.
La anotación casual y diaria permite captar el ser humano
en su espontaneidad, pero, también, en su incoherencia. Por
eso es necesario reiterar aquí las advertencias -ya formuladas-
a propósito de su utilización como ejemplos. Hay que
saber distinguir entre los numerosos rasgos, no jerarquizados, aquellos
que son permanentes, y aquellos que son meramente accidentales.
A esta dificultad, inherente a todo diario, se suma, en este caso,
la dificultad accesoria de que Quiroga esté registrando sus
reacciones en una época de transición, mien-tras se
va formando su carácter.
Cualquiera que recorra cuidadosamente el Diario advertirá
en seguida que en su autor cohabitan dos personalidades: la de un
muchachón orgulloso y mimado, amante del juego, del baile,
del flirt, del ciclismo, y la de un poeta decadente, que
se sabe destinado a la más alta gloria, que sutiliza sus
sensaciones, que transforma en literatura sus percepciones y hasta
sus sentimientos. El primero, se regocija jugando al burro tiznado
(marzo 31); confiesa con toda sinceridad que baila porque le gusta,
no para distraerse y olvidar a su amada (abril 11); anota, con puerilidad,
primitivos retruécanos en italiano o en francés (abril
7, mayo 29); y después de mucha hambre y de mucho orgullo
herido, reconoce con franqueza: "No tengo fibra de bohemio"
(junio 8).
El otro es mucho más complejo y merece atención preferente,
ya que en sus rasgos se superponen auténticos sentimientos
y auténtica angustia con la estilización literaria
de esos sentimientos, de esa angustia. Y es necesario, en cada caso,
separar cuidadosamente la pintura sin dañar el rostro. Porque
Quiroga no sólo vive su aventura decadente. También
se contempla vivir. Así, desde las primeras páginas,
ofrece esta estampa de sí mismo: "He sentido algo
nuevo. Estoy abordo, pronto á partir para un largo viaje;
tener un cielo nublado en 1os ojos, y en el alma el retrato de una
niña queridísima que se queda en la ciudad; ponerse
en marcha e1 vapor y sentir de pronto las tres pitadas del buque,
desgarradoras é interminables, como una desmesurada despedida
al cielo y la tierra y es cosa que angustia recordarlo, recostado
en la borda, inmóvil y mirando fijamente la ciudad por despertarse,
con las ojeras de una angustiosa noche de asma y en e1 corazón
la irremediable certidumbre de que no la veremos más, ni
hoy, ni mañana, ni dentro de un mes, ni quien sabe cuando,
y que no hemos podido despedirnos de ella . . ." (marzo
21).
En muchos casos la retórica finisecular le hace convertir
sus impresiones en ejercicios literarios. Por eso le hablará
a su novia ausente en estos términos: "... estoy
seguro de que en ese angustioso momento no dudabas de mí
y hallabas las más olvidadas oraciones de niña para
angelicar tus lágrimas"; y añadirá,
más tarde: "En días como éste se vive
mucho y hondamente, en el hondo de los nervios, en el epigástrico
des-fallecimiento de las emociones continuadas y nostálgicas"
(marzo 21). O al comunicar algunas de sus reflexiones sobre el amor
no podrá dejar de anotar: "No sé hasta que
punto la visión de una belleza repetida puede operar en nosotros
el olvido hacia lo que amamos. Antes bien, el cariño se afirma,
tanto más cuanto que la nostalgia -esa suprema pálida-
acompaña siempre nuestros movimientos y realidades. Y aún
en el caso de que lleguemos á amar á otra, será
una metem[p]sícosis bizarra, deponiendo sobre la plasticidad
que está delante nues-tro, el cariño y ternura que
ofreceríamos a la otra" (marzo 25). Y en algunos
casos pontificará, pretendiendo dar trascendencia a estas
trivialidades: "Realizo el sueño de que hablaba a
Alberto: Una buena mañana ó tarde de primavera, pasearme
por el buque con el cigarro en la boca, pasearme á grandes
pasos, sonriendo y si acaso mirando el mar azulado y sereno... Lo
cumplo ahora, en este momento; pero no estoy "contento";
miro el mar, fumo con gusto; mas qué diferencia de lo que
uno se figura antes de partir, de conocer el hecho, cuando uno inconscientemente
poetiza todo en la hermosura de lo que va á venir, que, como
lo que pasó, tiene el encanto de lo dulce de la lontananza
azulada ó en el desastre anterior, porque nos transportamos
tal como sentimos en el momento, tal vez venturosos, tal vez nostálgicos
-pero alejados de la acción- á lo muerto á
lo que á su vez espera impasiblemente el tiempo que ha de
estelarlo en nuestra vida. ¡Ley eterna de impotencia y de
angustia, que nos hace siempre abjurar de lo que nos hemos prometido
de bueno, porque hoy como ayer hemos deseado otra cosa, otro algo
que la existencia no cumple, llegando á formar la vida de
intuiciones y retrocesos, marcados dolorosamente en nuestra memoria
por la pena de lo que pasó ó espera á [su]
vez la hora de deslizarse. Contraste eterno de lo existente, herencia
fatal que pone en nuestros nervios el germen de una esperanza que
será semilla muerta, y que á su vez tendrá
en nuestra memoria la vida de una semilla fértil, porque
pasó, porque no es más. La gran dicha es figurarse
que el momento en que deseamos ó recordamos algo, es el instante
feliz de nuestra vida. Ser una extensa florescencia, sin esperar
el fruto que será podrido y sin desear la cosecha anterior
que está anulada. No vivir más que de eso, exprimiendo
de la esperanza todo el jugo que pueda dar, beberlo de un sorbo,
y no buscar ni en sueños la germinación de lo que
abortará de seguro" (abril 3). Y con una curiosa
mezcla de insincera idealidad y verdadero egotismo analizará
su capacidad erótica, considerando unas veces a la mujer
un instrumento de placer, como cuando escribe, el 25 de marzo: ".
. . siento un infinito deseo de caricias, de ternura que sea para
mí, de brazos blancos y suaves que me abracen amorosamente";
o intentando precisar, otras veces, sus verdaderos sentimientos:
"... estoy convencido de que -en mí- el amor es solo
uno, prolongado á través de los olvidos y de las fisonomías.
Después de querer á la que quiero, querré a
cien más, como si vuelvo á ver á
las que he querido, las vuelvo á amar de nuevo-"
(junio 1º).(14)
Detrás de esta retórica y de esta verdad se encuentra
un joven para quien la soñada aventura ha de convertirse
en amarga burla, un señorito criado entre sus familiares,
mimado y protegido. París lo acoge con esa impersonal indiferencia
de la gran ciudad extranjera. Quiroga, que en Salto -y aún
en Montevideo- era alguien, se encuentra aquí entregado a
su soledad, anonadado. Y antes de que haya podido endurecerse en
tal aprendizaje, lo acosa el hambre y debe mendigar. Y aunque su
orgullo (su honor) le impedirá el ruego, no le evi-tará
el bochorno de la limosna aceptada. Al leer las páginas
en que Quiroga anota su miseria, se siente, por detrás de
la auténtica desazón, del grito incontenible o de
la fría cólera, el orgullo encendido y lastimado.(15)
Por eso escribe, el 5 de junio, después de recibir las primeras
monedas, profundamente herido: "Es algo como si todo el
pasado de uno se humillara, y en todo el porvenir tuviéramos
que vivir del mismo modo". Y al día siguiente, hirviéndole
la sangre, apuntará: "De estos quince días
que llevo así, sé decir que no tienen comparación
con ninguna otra etapa, y los recordaré, siempre que se pase
vergüenza é infelicidad. ¡Tener que tragar de
ese modo la baba y el desprecio! Tener que aceptar lo que me dan
de mala gana -estoy seguro-, y enrojecer y dar las gracias y salir
ligero para no insultar y llorar!".
La soledad lo acosa, al tiempo que lo revela a sí mismo.
El joven decadente se despojará de todo lo que es máscara,
recordará los sencillos paseos, las emociones más
claras, la amistad compartida. Y se hará más hombre,
más auténtico. Puede asegurarse que Quiroga no se
maquilla para escribir estas páginas. Aún cuando cae
en la literatura es sincero: él no advierte que eso sea literatura.
Y tantos momentos de sobria o ardida verdad rescatan ocasionales
deslices hasta que la im-presión dominante que se desprende
de este Diario es la de un ser -entero- que vive.
III La iniciación literaria
El Diario constituye, también, un valioso documento
para el estudio de la iniciación literaria de Horacio Quiroga
-tema que no ha obtenido aún la atención minuciosa
que merece y del que se indicarán aquí sucintamente
las etapas fundamen-tales-. En realidad, el Diario ocupa
un lugar inestimable entre los textos -inéditos o publicados-
que permiten trazar las primeras etapas de su formación,
junto al cuaderno de com-posiciones juveniles, y a los trabajos
divulgados en la prensa periódica y literaria (especialmente
en la Revista del Salto) durante los años 1897-1900.
No todos los testimonios aquí con-vocados presentan el mismo
valor. En general, puede antici-parse que más que por su
calidad literaria intrínseca, deben estimarse por su carácter
de piezas insustituíbles que iluminan -con ejemplar nitidez-
el tránsito del joven Quiroga de un romanticismo, ya anacrónico,
a un modernismo ingobernado y estridente. En esos años fermentales
que abarcan el último lustro del siglo, Quiroga sufre la
sucesiva influencia formativa de un Bécquer, de un Lugones,
de un Poe. De estas contra-dictorias experiencias literarias surgirá
-cada día más depu-rado y personal- su fuerte arte
narrativo.l5
En las páginas que siguen se trazará la iniciación
literaria de Quiroga hasta su regreso de París. El período
subsiguiente, que corre desde ese momento hasta la publicación
de Los arrecifes de coral en 1901 -y para el que se posee
un documento único: el cuaderno preparatorio de dicha obra-
será objeto de un próximo estudio en el que se completará
la intervención del poeta en los orígenes del modernismo
uruguayo.(16)
A) Composiciones juveniles
Entre los documentos y originales donados por D. Darío Quiroga,
hijo del narrador, al Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos
Literarios se cuenta un cuaderno que preserva algunas composiciones
juveniles (notas, poemas, narraciones), compuestas
por Horacio Quiroga entre 1894 y 1897.(17) De
los 43 trabajos que contiene, 22 están firmados con la inicial
H.; 10, con la inicial A.; uno, con las iniciales
J. J. J.; y los 10 restantes son transcripciones de poetas y prosistas
de la época.(18) No es difícil
conjeturar a quienes corresponden las iniciales. A. es, sin duda,
Alberto J. Brignole; H., Horacio Quiroga; J. J. J., Julio J. Jaureche.
El origen de este cuaderno se halla indicado por A. en la última
página, en estos términos:
"Hace ya casi un año que comenzamos á escribir
nuestros pensamientos en aras de la amistad que profesamos al amigo.
En ese corto tiempo, hemos dejado entrever algunas de nuestras ideas,
ocultando muchas por la imposibilidad de darles la forma y el color
que queríamos. Bien ó mal, hemos llenado lo que nos
propusiéramos, concluyendo hoy de dar fin á estas
páginas, dulce recuerdo de otros días. El amigo llevará
consigo las memorias de tantas y tantas cosas
que hemos sentido. Que recorra de cuando en cuando" [Aquí
se interrumpe.] (19)
Iniciado seguramente en Montevideo, en los primeros meses de 1896,
cuando los mosqueteros se sentían nostálgicos
de la patria chica, el cuaderno serviría para fortalecer
los vínculos y mantener encendida la memoria del Salto. Así
lo revela A., con precoz nostalgia, en la primera
composición que se conserva: Recuerdos.(20)
El cuaderno se convirtió pronto en el confidente de los dos
amigos. Escribían no sólo para desahogarse; escribían
para el amigo. E, insensiblemente, convertían en sustancia
literaria sus estados de ánimo, sus pasiones, sus pensamientos,
sus ambiciones. En algún momento hasta podría sospecharse
que muchas de las páginas de acento más
aparentemente autobiográfico sólo eran, en verdad,
ejercicios retóricos.(21) En el cuaderno
registraban -con cuidadosa y, a veces, rebuscada caligrafía
(22)- esos instantes en que se sentían
vivir. Y era el espejo del suceder cotidiano,
el testigo de sus ocios estudiantiles.(23)
Con fervor repetían a sus mayores, viviendo sus horas según
el modelo bécqueriano o campoamoresco. Se apresuraban a saborear
la nostalgia de lo que recién habían perdido; convertían
sus escaramuzas eróticas en irredimible pasión, su
natural impaciencia poética en titánica fuerza. Estaban
dominados por una melancolía heredada de los románticos,
y cultivaban su duelo -contra lo que aconseja el fuerte Píndaro-.
Y su prosa y su verso, se teñían de matices elegíacos
con los que imitaban las complejas formas de la pasión.
Pero sus composiciones no respondían al mismo espíritu.
Había en A. una mayor candidez, una actitud más positiva
y dinámica; H. parecía considerarse (como Eça
de Queiroz y sus amigos), un "vencido da vida".
En algunas páginas de este cuaderno acusa, de manera
muy directa, la influencia de una olvidada obra de Max Nordau: El
mal del siglo.(24) Y en composición
titulada, proféticamente: Sombras, exaltaría
al protagonista de aquella obra, Guillermo Eynhardt, cuyo
nombre habría de usar, un año más tarde, como
seudónimo.(25)
Repetidas veces traza Quiroga su autorretrato
moral y psicológico y acentúa, con moroso deleite,
los rasgos oscuros.(26) Cuando examina la pasión,
la considera pasada e irrecuperable; abre el pecho
pare enseñar la llaga.(27) Su concepción
del mundo, a los 18 años, es materialista y cabe en algunos
aforismos con los que afila su pluma y recoge el eco inarmónico
de muchas lecturas. En tal sentido resultan típicos estos
que copia bajo el modesto título de Dos o tres definiciones:
"Genio -Neurosis intensa
"Amor -Crisis histérica
"Inspiración -Un trago más de agua ó
un bocado más.
"Amargura -Pobreza de glóbulos rojos
"Inteligencia -Más ó menos fósforo.
"Goce -Crispación de la médula
espinal.
(Bartrina) (28)
"Soñar -Rozamiento del cuerpo contra las sábanas-".
Este pesimismo materialista lo lleva en determinado momento a defender
el suicidio, en un artículo elocuente, pretextado por un
suelto periodístico. Entonces escribirá unas palabras
que el tiempo le obligaría a vivir: "El enfermo se
mata, cuando plenamente comprende que su mal no tiene cura y que
entre sufrir y no sufrir es fácil la elección".
Pero su actitud literaria pertenece a un período algo anterior
y su musa no se avergüenza de dictarle los ritmos -tan fatigados
entonces- de Gustavo Adolfo Bécquer. En ese momento, Quiroga
repetía el caso tan curioso del creador cuya sensibilidad
y cuya visión del mundo se adelantan a su estilo. El joven
no había descubierto aún la forma que expresaría
cabalmente sus invenciones. Y tentaba el verso. Pero no era un poeta
auténtico, poeta de raíz, y nunca esta verdad fué
más cruelmente notoria que en esta primera época de
balbuceo, de improvisación.(29) Si hoy
no pueden estimarse por su valor literario estos poemas, como testimonios
de su orientación y como documentos de sus primeros ensayos,
su valor permanece inalterado.
El cuaderno recoge, también, prosas o versos ajenos, copiados
cuidadosamente por los jóvenes. Así pueden verse composiciones
-en cuya selección no intervino siempre un estricto criterio-
de Bécquer o de sus epígonos; de Balart, del padre
Luis Coloma. Y si algunas de estas piezas pueden cons-tituir un
índice de sus preferencias, hay una, sobre todo, que cumple
una función más importante aún, ya que permite
fijar con absoluta precisión su ingreso en la corriente más
viva del momento literario. Se trata de la transcripción,
de puño y letra de Horacio Quiroga, de la Oda a la desnudez
de Leopoldo Lugones. La fuerte composición del poeta cordobés
precipi-taría una evolución hacia el modernismo que
debía de cum-plirse fatalmente. En ella encuentra Quiroga
el modelo insuperable del nuevo arte: la magia verbal, el poderoso
erotismo, la fuerza y el empuje de las imágenes, la audacia
y la pasión.(30) Todo lo que en Bécquer
había alimentado su sensibilidad se encuentra ahora doblemente
enriquecido por la perspectiva que le descubre Lugones. Quiroga
emprendería entusiasmado la nueva ruta. El primer testimonio
aparece inmediatamente. Se trata de una extraña narración,
titulada Rojo y negro, que en el cuaderno está copiada
después de la Oda.(31) Su valor
reside, sobre todo, en la pintura del ambiente fantasmal y de sensaciones
ambiguas.
B) Primeras publicaciones
Hacia 1897 Quiroga se estrena en el periodismo literario bajo el
seudónimo, tan significativo, de Guillermo Eynhardt.
Según el testimonio de José María Fernández
Saldaña y de sus biógrafos, Quiroga colaboró
hacia esa fecha en el semanario salteño La Revista,
que dirigía D. Luis A Thevenet. No ha sido posible obtener
-ni siquiera en la Biblioteca Nacional- ningún ejemplar del
mencionado año, debiendo quedar, por ahora, en
blanco las necesarias precisiones que las fuentes ya citadas olvidaron
hacer.(32)
Durante el 1898 Quiroga colabora espaciadamente en el semanario
salteño Gil Blas que dirigían Luis
A. Basso, Asdrúbal E. Delgado y José María
Fernández Saldaña.(33) Su primera
publicación documentable es un poema en prosa, titulado Nocturno,
en que la audacia metafórica no supera
la de estas líneas: "... la Luna que semeja un arco
voltaico. . ."(34) Poco más tarde
inserta unas Reflexiones en las que el filósofo de
veinte años aconseja desconfiar del primer amor y asegura
que "el verdadero carácter del amor es el sufrimiento".
Y decreta, como conclusión: "Amor que no lleva en
sí una contrariedad inmensa, no es amor.
Si creemos amar, pronto el llanto nos nublará la pupila"(35)
Unos números después, súbitamente envejecido
en diez años, pronuncia una prematura despedida
a su juven-tud en un breve artículo: Simbólica.(36)
Todas estas páginas no superan, en realidad, el estilo y
la orientación del cuaderno de composiciones juveniles. A
lo sumo, una mayor seguridad en la dicción y en el trazo,
revela el progreso logrado en poco menos de dos años.
13. Hacia fines de 1896, en la ciudad de Salto, Quiroga
y tres jóvenes de su edad habían renovado la fraternidad
de los mosqueteros. Los papeles habían sido distribuídos
así: D'Artagnan, Horacio Quiroga; Athos, Alberto J. Brignole;
Aramís, Julio J. Jaureche; Porthos, José Hasda. (Véase,
para mayores detalles, Delgado y Brignole, obra citada, pág.
67). Volver
14. Durante toda su vida, Quiroga estudiará
el tema del amor, y se estudiará a sí mismo, enfrentado
a la pasión o a la aventura. Gran parte de su obra literaria
más ambiciosa está dedicada a explorar el tema. Por
eso, estas observaciones, y otras que se recogen en el curso de
esta Introducción, adquieren -por encima de su valor intrínseco-
un enorme valor de referencia. Véase, al respecto, mi ensayo
sobre Objetividad de Horacio Quiroga (Montevideo, Número,
1950). Volver
15. Al publicar en 1904 El crimen del otro, ya podía
anticiparle Rodó, en carta privada, el aplauso por la promesa
de narrador que se evidenciaba en aquella colección de cuentos.
Así le escribe: "Me complace de veras ver vinculado
su nombre á un libro de real y positivo mérito; que
se levanta sobre los comienzos literarios de Ud., no porque revelaran
falta de talento, sino porque acusaban, en mi sentir, una mala orientación".
Carta de José Enrique Rodó a Horacio Quiroga. (Montevideo,
abril 9 de 1904.) Biblioteca Nacional. Sección Manuscritos.
Archivo de José Enrique Rodó. Segunda Sección:
Correspondencia. Serie I, Segundo Grupo. Volver
16. Instituto Naxional de Investigaciones y Archivos
Literarios. Montevideo. Primera Sección: Manuscritos. "Archivo
de Horacio Quiroga", Serie I, Primer Grupo, A, Nº 1: Originales
de "Los arrecifes de coral". (Fechados entre el 26 de
febrero de 1900 y el 25 de Julio de 1901.) Un cuaderno de 31 hojas
y dos tapas; papel sin filigrana; dimensiones: 193 x 245 mm.; ínterlinea:
7 a 8 mm.; estado de conservación: bueno.
Volver
17. Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos
Literarios. Montevideo. Primera Sección: Manuscritos. "Archivo
de Horacio Quiroga", Serie I, Tercer Grupo, No 1: Composiciones
en prosa y en verso firmadas por A. [Alberto J. Brignole], H. [Horacio
Quiroga] y J. J. J. [Julio Jaureche]. (Entre 1894 y 1897.) Un cuaderno
de 48 hojas y dos tapas; papel con filigrana; dimensiones: 182 x
293 mm.; interlinea: 8 a 16 mm.; estado de conservación:
bueno. Volver
18. Se transcriben composiciones de: M.[anuel] Gutiérrez
Nájera, Abraham López Penha, García, Gustavo
Adolfo Bécquer, [José] M.[aría] Samper, (Padre)
Luis Coloma, Federico Balart y Leopoldo Lugones.
Volver
19. En rigor, no se trata de la última página
del cuaderno, ya que ésta ha sido arrancada; es la última
de las que se conservan, y como puede verse por la transcripción,
deja inconcluso el texto. Debe señalarse, asimismo, que al
arrancar la última página ha desaparecido también
la primera. Volver
20. Véase el texto completo en el Apéndice
documental. Sección A) Composiciones Juveniles, Nº 1.
Volver
21. Hacia el final del cuaderno, y con escasa distancia
una de otra, se recogen dos composiciones (una de H., otra de A.),
que parecen variaciones más o menos retóricas sobre
el mismo tema. Ambas se titulan Póstuma; ambas muestran el
tema de la muerte estrechamente vinculado al de unos amores contrariados.
Quiroga utilizó parte de su nota para otra publicada, un
año más tarde, en Gil Blas. (Año I, Nº
18, Salto, noviembre 13, 1898, pág. 1, col. 1.)
Volver
22. En alguna página caligrafiada por Quiroga,
la terminación de las palabras y los tildes se prolongan
en una rebuscada gota de tinta que dibuja una lágrima.
Volver
23. Ocasionalmente ejercían los jóvenes
la autocrítica. Así, por ejemplo, al concluir Quiroga
una composición en prosa, titulada: Mi amada, comenta: "(El
último párrafo no lo he sentido. Lo puse sin darme
cuenta por qué)". Volver
24. En Sombras señala Quiroga, explícitamente,
cuál era la afinidad que lo unía al melancólico
y lamentable héroe de Nordau. El joven leyó seguramente
Die Krankheit des Jahrhunderts (Leipzig, 1889) en la traducción
de Nicolás Salmerón y Garcia, publicada por F. Sempere
y Compañía en Valencia (2 vol., s.a.).
Volver
25. Véase el texto completo en el Apéndice
documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 2.
Volver
26. En la página titulada: ¡Es natural!,
o en el retrato, casi autorretrato, de un pesimista de 17 años,
que recoge, junto a otras cosas, bajo el titulo común de
Algo, aparecen acentuados los rasgos de sombra. Véanse ambos
textos completos en el Apéndice documental, Sección
A) Composiciones juveniles, Nº 3 y 4 respectivamente. Volver
27. Véase, como ejemplo, la nota titulada:
Decadencia, cuyo texto completo se transcribe en el Apéndice
documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 5.
Volver
28. Joaquín María Bartrina había
escrito, textualmente:
Gozar es tener siempre electrizada
la médula espinal,
(Véase "De Omni Re Scibili", en Algo, Colección
de poesías originales, Barcelona, Librería Española
de I. López, 1884, pág. 13.) Volver
29. Era empeñoso, pero a veces no le alcanzaban
las fuerzas para rematar un poema. En el cuaderno queda un patético
testimonio de ese desfallecimiento. Es el fragmento titulado A1
Genio Azul que permanece irrevocablemente inconcluso.
Volver
30. "La "Oda"entró a constituir
el alfa de su abecedario lírico" aseguran sus bió-grafos.
Asimismo afirman que el Dr. Alberto J. Brignole es responsable del
descubrimiento de Lugones: "Estando en Montevideo, un día
del año 97, Brignole, por casualidad, se encontró
con un hallazgo excepcional. No se trataba, naturalmente, ni de
un nuevo astro, ni de un tesoro escondido, ni de una llave mágica:
era algo más grande que todo eso, el descubrimiento de un
poeta. Había dado con él leyendo las páginas
de una publi-cación transplatina caída en sus manos
al acaso. Había allí una "Oda a la Desnudez",
firmada por un desconocido, Leopoldo Lugones, en la que todo parecía
grandiosamente virgen: la simbología, la sonoridad, la fuerza
lírica". (Véase Delgado y Brignole, obra citada,
págs. 88-90.) Sin embargo, un año antes había
sido publicada la Oda como pri-micia, en la Revista Nacional de
Literatura y Ciencias Sociales, que editaban en Monte-video José
Enrique Rodó, Víctor Pérez Petit, Daniel y
Carlos Martínez Vigil. (Véase la publicación
citada, Año II, tomo II, Nº 34, Montevideo, agosto 25,
1896, pág. 149., cols. 1-2). Volver
31. Véase el texto completo en el Apéndice
documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 6.
E1 original contrasta, por su caligrafía descuidada y su
aspecto de borrador, con la elegante transcripción del poema
de Lugones. Una observación curiosa: después de la
Oda la letra de Quiroga pierde poco a poco sus caracteres ornamentales
y narcisistas, volviéndose más nerviosa e improvisada.
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32. Véase, para toda esta sección,
el breve artículo de José María Fernández
Saldaña, Iniciación literaria de Horacio Quiroga (El
Día, suplemento en huecograbado, Año VI, Nº 220,
Montevideo, marzo 28, 1937, págs. [2] y [3]) ; también
Delgado y Brignole, obra citada, pág. 74.
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33. El primer número de Gil Blas fué
publicado en Julio 18 de 1898; el último, en diciembre 7
de 1898. Volver
34. Véase Gil Blas, año I, Nº
5, Salto, agosto 14, 1898, pág. 1, col. 2. El seudó-nimo
aparece alterado así: Eynhadt. Volver
35. Véase Gil Blas, año I, Nº
9, Salto, setiembre 11, 1898, pág. 2, col. 1. Esta vez el
seudónimo se convierte en Eynhardlt. Vale la pena comparar
este artículo con uno que publicaría más tarde
en la Revista del Salto: Post-Amor. (Año I, Nº 3, Salto,
setiembre 25, 1899, págs. 19-20.) Allí defiende Quiroga
una actitud egoísta y llega a afirmar: "Se ama á
una mujer, porque "nos" proporciona buenos ratos, y su
hermosura provoca en nosotros un satisfactorio bienestar".
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36. Véase Gil Blas, año I, Nº
12, Salto, octubre 2, 1898. pág. 1, col. 2, y pág.
2, col. 1. La ortografia del seudónimo fué respetada
esta vez. Quiroga reprodujo con leves retoques, este mismo texto
en la Revista del Salto, año I, Nº 12, Salto, noviembre
27, 1899, pág. 101. Volver
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