"Nota
Aunque esta reedición del Diario de viaje a París
de Horacio Quiroga no ha sido preparada, como la primera, para especialistas,
conserva las características técnicas de ésta,
salvo en la Introducción, en la que depuré
los textos transcriptos, dejando únicamente la redacción
definitiva, y en el Apéndice documental, cuyas secciones
C y D han sido aliviadas ahora de las erratas de las publicaciones
originales (Revista del Salto, La Reforma). He aprovechado
esta reedición para incorporar algunas notas y un texto olvidado
al Apéndice.
La copia, transcripción y cotejo de este Diario de viaje
fueron realizados originalmente por las señoritas Elba Diz
y Myriam Otero y los señores José Enrique Etcheverry
y Raúl Uslenghi, del personal del Instituto Nacional de Investigaciones
y Archivos Literarios. Dejo, asimismo, constancia de que prestaron
su valiosa cooperación, aportando numeroso material informativo
las siguientes personas e instituciones: Dr. Alberto J. Brignole,
Dr. José María Delgado, Dr. José L. Gomensoro,
Prof. Julio E. Payró, D. Alejandro Nácere, Director
del Museo Histórico Nacional, Prof. Juan E. Pivel Devoto,
Cap. Carlos Olivieri, Director de la Marina Mercante, Capitán
de Navío Julio C. Cigliutti, Interventor de la Biblioteca
Nacional, D. Dionisio Trillo Pays, Prof. Lauro Ayestarán,
Director del Museo Nacional de Bellas Artes, D. José Luis
Zorrilla de San Martín, Dr. Miguel Nobelasco, Dr. Héctor
Roselló, Prof. Hernán Rodríguez Masone, D.
Adolfo Sienra, D. Juan Pivel y Ministerio de Relaciones Exteriores.
Quiero agradecer especialmente a D. Carlos A. Passos la colaboración
prestada al preparar las notas al texto del Diario de viaje;
así como al Prof. Roberto Ibáñez, Director
del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios,
por haber autorizado esta reedición y haber facilitado los
clisés necesarios para su impresión.
E. R. M.
Montevideo, agosto 18, 1950.
Introducción
El Diario llevado por Horacio Quiroga durante su viaje a
París en 1900, presenta un estimable aporte para el mejor
conocimiento de su juventud, al tiempo que facilita el acceso a
su intimidad y contribuye como pieza insustituible al estudio de
su iniciación literaria, la que se confunde con los orígenes
del modernismo en el Uruguay. A la consideración de este
triple valor documental del Diario está dedicada esta
Introducción.
I La aventura
La existencia de este Diario era completamente desconocida,
aún para los amigos y biógrafos de Quiroga, los doctores
José María Delgado y Alberto J. Brignole. El escritor
lo había depositado en manos de D. Ezequiel Martínez
Estrada, junto con algunos documentos de su mayor intimidad. En
la donación que el ilustre escritor argentino hiciera al
Instituto de Investigaciones y Archivos Literarios (Montevideo,
Uruguay), se incluían las dos libretas en que Quiroga había
llevado la anotación cotidiana de su aventura parisina. Este
documento se hace público por vez primera ahora.
La información biográfica más completa publicada
hasta la fecha sobre Quiroga es la que proporciona
la Vida y obra de Horacio Quiroga, de Delgado y Brignole.(1)
En el capítulo VI se encuentra narrado el viaje a París
en los siguientes términos:
"Pero, en seguida, otro sueño largamente acariciado,
el viaje a París, vendría a arrancarlo de estas antifonías
funerarias.(2) Evidentemente la tarea de su tutor,
don Alberto Semblat, que le fuera nombrado al contraer su madre
segundas nupcias, se vió bastante dificultada por la índole
de un pupilo, a quien no le faltaba ninguna de las condiciones necesarias
para turbar la tranquilidad de un severo monitor. Don Alberto era
un honorable notario, un hombre de mundo en quien el sentido de
la responsabilidad, podía coexistir con una amplia tolerancia
para comprender los antojos y turbulencias de la juventud. Quiroga
halló en él un amigo dispuesto siempre a tomar sus
caprichos por el lado benévolo y a satisfacerlos en la medida
de lo posible, aunque muchas veces a regañadientes. Pero
hoy una bicicleta, mañana una máquina fotográfica,
al otro día un viaje a Montevideo y a cada nueva hora un
deseo que obligaba a echar mano de recursos extraordinarios, convirtieron
la tutoría en un verdadero presente griego. Tanto como abundaba
el mozo en inteligencia y en veleidades, carecía de la menor
noción económica y menudeaba sin piedad los asaltos
a su mediocre fortuna.
La mayoría de edad trajo para don Alberto un descargo
de inquietudes, sin modificar en lo más mínimo la
idiosincracia del pupilo. Las muelas del juicio encontraron a éste
tan fantasista y desordenado como las de la adolescencia, así
es que, en cuanto pudo, recogió el dinero de su herencia,
lió las maletas y voló a París, aspiración
suprema y obligada de todo joven poeta insurrecto.
Se embarcó como un dandy: flamante ropería, ricas
valijas, camarote especial, y todo él derramando una aristocrática
coquetería, unida a cierta petulancia de juventud favorecida
por el talento, la riqueza y la apostura varonil. No había
quien pudiese dejarlo de envidiar. Las quimeras le bailaban dentro
del cráneo. ¡París! En cada griseta una Manón,
en cada gota de ajenjo un poema, en cada paso por la colina de Montmartre
un sueño, y, al fin, la fama, el reconocimiento triunfal
en los más célebres cenáculos...
Pasó todo exactamente al revés. Ninguna ocasión
de representar el Des Grieux o el Rodolfo. Las Mimí lo llamaban
"le joli petit arabe" apodo que le gustaba mucho; pero
trascendían demasiado a comercio, y cuando su corazón
romántico, sediento de veraz ternura, se apretaba a sus senos
mercenarios sentía el entumecimiento de un pájaro
tropical entre la nieve. En los cafés del Barrio Latino hallaba
una indiferencia que ni siquiera se disimulaba. Sus cartas, aunque
no quejosas, sólo hacen referencia a bagatelas. Hablan de
libros muy buenos que se compran baratos, casi regalados. Participan
que Rubén Darío está muy grueso, que usa sombrero
de paja y que le preguntó si conocía a Rodó.
Informan que Gómez Carrillo lo llevó al café
"Cyranno" (usted perdone, le escribe a su amigo Ferrando,
no recuerdo cuántas n lleva este nombre francés) donde
se reúnen literatos y "cocottes", y concluye desencantado:
"me parece que todos ellos, salvo Darío que lo vale
y es muy rico tipo, se creen mucho más de lo que son".
Nada hay que indique un entusiasmo avivado por el contacto con
la ciudad maravillosamente soñada, o con los hombres a quienes
desde lejos admiraba. Es un fracaso de su imaginación que
podía preverse: un alma como la de Quiroga, sustancialmente
auténtica y sincera hasta no poder encubrir sus impresiones,
nunca llegaría a congeniar con un ambiente supercivilizado,
lo que equivale a decir ultra artificial. El inmenso rumoreo que
necesitaba para dar vuelo a su vocación no estaría
allí sino en el polo opuesto, en medio de las florestas profundas.
Él lo ignoraba aún y arrastraba por la enorme colmena
su desilusión, como una clámide arpiamente desgarrada.
Para colmo, el desatino con que administró sus recursos
y otros olvidos y faltas muy suyos, iban a originarle una situación
desesperante. Un buen día notó que no le quedaba un
centésimo y comenzó el peregrinaje sórdido
por las casas de préstamos. Joyas, valijas, ropas, fueron
a engrosar las estanterías y vitrinas de los Montes de Piedad,
hasta verse más implume que el gallo de Morón. A mayor
desgracia había extraviado -¡cuándo no!- la
dirección de sus familiares, y los S.O.S. con que los bombardeaba
no llegaban a su destino. Solo e indigente en una inmensa ciudad,
los días se le tornaron pavorosos. Conoció el hambre
y cosas peores, como el tener que pedir a compatriotas duros sumas
de mendicante, un franco o dos, apenas lo suficiente para comprar
un pan y un pedazo de queso. Tuvo que vivir a los saltos en buhardillas.
Desterrado de las barberías, el óvalo de su rostro
se vió asaltado por barbas, que crecían como malezas
alrededor de las ruinas en las tierras tropicales. Fué, en
verdad, un áspero aprendizaje del infortunio y la miseria.
Finalmente los familiares se enteraron de sus aprietos y de
inmediato lo auxiliaron. Volvió con pasaje de tercera. Su
indumentaria revelaba a la legua la tirantez pasada. Un mal jockey
encima de la cabeza, un saco con la solapa levantada para ocultar
la ausencia de cuello, unos pantalones de segunda mano, un calzado
deplorable, constituían todo su ajuar. Costó reconocerlo.
Del antiguo semblante sólo le quedaban la frente, los ojos
y la nariz; el resto naufragaba en un mar de pelos negros que nunca
más, tal vez en recuerdo de su aventura parisina, se rasuraría.
-¿Dónde tienes el equipaje? le preguntaron.
Quiroga respondió con una buena mentira: "Lo perdí
en un cambio de ferrocarriles".
-Seguramente, lo amonestó el viejo Cordero, mientras todos
se preocupaban de sus maletas, tú te pasearías por
el andén silbando, con las manos en los bolsillos y la cabeza
llena de pájaros. Siempre serás el mismo...
Y como Horacio sonriera, dando por merecido el reproche, se apresuró
a abrazarlo piadoso, como a alguien que jamás podrá
andar solo por el mundo.
París quedaría en la memoria de Quiroga semejante
a una marcha anodina y borrosa. Cuando las incidencias de la conversación
traían a flote el tema de su viaje y de su estada en aquella
ciudad, lo dejaba rápidamente languidecer como asunto sin
atracción. Y no se presuma en tal indiferencia ningún
rencor o deseo de eludir recuerdos de pesadilla. Una vez pasadas,
tales peripecias se cuentan como galardones, sobre todo cuando se
ha vivido idealizando a los héroes de Murger.
Su repudio traducía, más que una decepción,
la inafinidad absoluta de su naturaleza con aquel medio. Ni el paisaje,
ni los seres que necesitaba su genio para desarrollarse residían
allí. Su espíritu precisaba otras correspondencias
y estímulos: de ahí su desdén por aquellos
lugares a los que jamás deseó volver".
A los valiosos datos allí recogidos pueden agregarse ahora
los que aporta el estudio de este Diario. La anotación
se inicia, en la primera libreta, a las 7 a. m. del 21 de marzo
de 1900 -fecha de la partida del Salto, a bordo del Montevideo-,
y concluye, en la segunda libreta, en París,
el 10 de junio del mismo año, a las 11 horas y 18 minutos.(3)
Es decir: el Diario se interrumpe antes de que Quiroga haya
salido de París. En una de las últimas páginas
había observado que la libreta se concluía y anunciaba
que continuaría sus anotaciones "en un cuaderno de l0
cts."(4) Este cuaderno no ha sido encontrado.
Quedan en blanco, por lo tanto, los días que transcurren
desde el 10 de junio hasta el 12 de julio de 1900, fecha en que
llegó a Montevideo en el Duca de Galiera.
Al consultar estas libretas es necesario tener un cuidado especial.
No hay que olvidar, ante todo, que la anotación cotidiana
se presta a la exageración del detalle reciente, al tiempo
que puede disimular u olvidar las líneas fundamentales de
un proceso o de un carácter. Su valor es, en cierto sentido,
estadístico y el lector debe tener siempre presentes los
sucesivos toques con que se va revelando un suceso o un alma. Por
eso, el que consulte el Diario se sentirá necesariamente
perplejo ante el móvil del viaje que no resulta nunca indicado
explícitamente. (5) A
lo sumo, aparece alguna mención equívoca. Véase,
por ejemplo, la anotación de abril 4, a las 18 a. m.:
"Acabo de levantarme. He pensado anoche sobre la imbecilidad
de este viaje, extraño, perdido, raro, tal vez risible para
los pasajeros". 0 la de abril 6, a las 5 y 35 p.m.:
"Viene á mi cabeza, á veces, por ráfagas,
la ilusión de que podría estar en el Salto, en la
esquina, viendo pasar gente que conozco, de noche templada y suave,
viéndola, ó acaso bailando-... En esos momentos reniego
formalmente de haber emprendido este viaje, el más estúpido
de los que he hecho, estúpido, sí, estúpido;
me volveré idiota y genovés..."
Es posible, por lo tanto, preguntarse: ¿Por qué fué
Quiroga a París? La respuesta más obvia parece ser:
porque París era, entonces, la meta de todos
los aspirantes a poetas, la capital natural del modernismo.(6)
Pero el Diario es absolutamente reservado al respecto, y
en ningún momento Quiroga insinúa que haya intentado
participar de la intensa vida literaria de París. La única
anotación en este sentido es la del episodio en el Café
Cyrano, al que concurrían muchos hispanoamericanos que
se agrupaban en torno de Enrique Gómez Carrillo. Pero hasta
la misma circunstancia de que Quiroga no haya congeniado con el
temperamental guatemalteco y que, por el contrario, le haya opuesto
una clara hostilidad, parece señalar más su alejamiento
de todo cenáculo. En cuanto al encuentro con Rubén
Darío, que mencionan sus biógrafos, debió acontecer
(si no es apócrifo) en los días transcurridos entre
la última anotación del Diario y su partida
de París.
Penetrando ya en el terreno de la hipótesis, y apoyándose
en algunas ambiguas indicaciones del Diario, es lícito
señalar un motivo -casi inconfesable- para el viaje: la conquista
de París. Así enunciado, el proyecto parece demasiado
fantástico. Sin embargo, es posible que el joven -que se
creía, con razón, destinado a la gloria- lo reservara
para su más íntima contemplación y, por lo
mismo, no lo confiara al papel, demasiado ajeno. Se explicaría
así su silencio obstinado; a esta luz, cobrarían nuevo
significado algunas anotaciones. Por ejemplo, la de marzo 30, al
partir de Montevideo: "Me parecía notar en la mirada
de los amigos una despedida más que afectuosa, que iba más
allá del buque, como si me vieran por la última vez.
Hasta creí que la gente que llenaba el muelle me miraba fijamente
como á un predestinado...". O la de abril 3, en
que confiesa en un momento de exaltación: "... me
han entrado unas aureolas de grandeza como tal vez nunca haya sentido.
Me creo notable, muy notable, con un porvenir, sobre todo, de gloria
rara. No gloria popular, conocida, ofrecida y desgajada, sino sutil,
extraña, de lágrima de vidrio". Y hasta en
los momentos más duros de la miseria parisina (el 3 de junio,
por ejemplo) se compadece de su propio destino con estas palabras:
"¡Oh brillante porvenir de literatura, perdido porque
faltó un día qué comer!"
La lectura del Diario suministra, en cambio, otros motivos
de atracción que permitirán contestar en parte y en
términos menos conjeturales la pregunta formulada. Ellos
son: la Exposición Universal de París y las competencias
ciclistas. En efecto, en los meses en que Quiroga visitó
París se inauguró la cuarta Exposición Universal
con sede en la capital francesa. Era un esfuerzo gigantesco que
impresionó fuertemente al joven como se desprende de sus
anotaciones, por lo general tan sucintas. Y lo que evidencia su
sensibilidad es que Quiroga haya subrayado más los valores
estéticos que el mero progreso material que la Exposición
significaba. Una publicación salteña de la época
confirma una de estas atracciones al anunciar la partida de Quiroga
y expresar que "Horacio como le llamamos sus íntimos
se propone visitar la Exposición Universal, habiendo contraído
con nosotros el compromiso de relatarnos por carta sus impresiones,
las que serán publicadas en nuestra hoja como valiosas colaboraciones"
.(7)
Rivalizando con esta atracción, y aparentemente igualándola,
aparecen las carreras de ciclismo. Quiroga le dedica muchas páginas
del Diario y en ellas se puede captar el eco vivo de su entusiasmo.
Para el joven, no era el ciclismo sólo un espectáculo.
Él era, ante todo, un corredor. Sus biógrafos han
evocado ya sus hazañas primeras, su contagiosa devoción
que le permitió fundar el Club Ciclista Salteño,
su fracaso en las competencias montevideanas. Una de sus más
comentadas pruebas fué la de unir (en compañía
de otro entusiasta, Carlos Berruti) las ciudades de Salto y Paysandú,
en un viaje en bicicleta realizado a fines de 1897. La prensa periódica
salteña la registró, con verdadera complacencia, calificando
a los jóvenes de "esforzados pioneros" y
publicando en uno de sus órganos la crónica
o diario del viaje, obra -presumiblemente- del propio Quiroga.(8)
Y hasta es posible documentar ahora con sus propias palabras la
exaltación que le producía la carrera: "Porque
el gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse,
llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al
cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: mis fuerzas
me han traído!".(9) Con los años
este fresco entusiasmo se desplaza hacia otras máquinas,
el vértigo de la velocidad aumenta, y así Quiroga
cumple el ciclo natural de todo aficionado: de la bicicleta a la
motocicleta, luego al automóvil, por fin al avión.
Por eso, pueden considerarse como fundamentalmente sinceras, y no
como mera boutade, las palabras con que confió a su
amigo Julio E. Payró los motivos de su viaje: "Créame,
Payró, yo fuí a París sólo por la bicicleta".
Quizá se deba descontar un pequeño margen de exageración
en el recuerdo ya que en 1900 la Exposición Universal y la
atracción artística de la gran ciudad contribuyeron
a decidir fuertemente la realización del viaje. Pero lo que
parece indiscutible, es el valor de esta declaración
que desnuda, con tanta nitidez, una pasión juvenil.(10)
Conviene aclarar, sin duda, que aún en el caso de que Quiroga
hubiera ido a París atraído únicamente
por el ciclismo, esto no significaría que, a su juicio, la
vocación deportiva fuera más poderosa que la literaria.
Y precisamente en este mismo Diario se encarga de despejar
todo posible malentendido al escribir, en marzo 20: "Noto
en esta ocasión que en iguales circunstancias -cuando oigo
que hablan de literatura- me crispo como un caballo árabe.
Fijo mucho la atención sobre ciclismo, ú otro asunto
cualquiera que me domine. Pero la sensación primera es más
poderosa, más íntima, más hiriente, como la
que sentiría una vieja armadura solitaria que oyera de pronto
relatar y juzgar en voz baja una acción de guerra... ¿La
vocación? ..."
Sin embargo, no basta determinar los motivos del viaje. Para un
observador actual uno de los atractivos mayores de este episodio
parisino es que se desarrolló de una manera completamente
distinta a la que planeara su protagonista. En realidad, la muchachada
de irse a París, con pocos pesos, a ver la Exposición;
a recorrer pedaleando el Bois de Boulogne, a asistir a las competencias
ciclistas y a los museos, a participar en las tertulias de los poetas,
se convirtió, por obra del azar, primero, en una decepcionante
travesía,(11) y, luego, en una sórdida
aventura. Al quedar incomunicado de su familia y sin dinero, París
resultaba una cárcel y la vida allí le obligaba a
reproducir, involuntariamente, el suplicio de Tántalo. Así
lo sentía Quiroga al escribir en junio 6: "Bastante
tranquilo. Pero no tengo con qué comer, y espero que cuando
baje me den algo. Iré esta tarde á la Exposición.
No tanto por verla, como para pasar de una vez la tarde que me mata.
Esto parecerá increíble, pero es verdad";
o al apuntar, como resumen, dos días antes: "La estadía
en París ha sido una sucesión de desastres inesperados,
una implacable restricción de todo lo que se va á
coger".
El hambre había transformado la ciudad. Ya no era más
la acogedora, la cálida, que capta esta anotación
de abril 29: "En el Bois de Boulogne- Hace un día
espléndido, un día de América, sin viento,
sin frío, casi calor con un Sol radiante y limpio. ¡Qué
grande es París entonces, sin brumas y oscuridades, abierto
á los cuatro vientos del bienestar y la gloria".
El hambre lo había acorralado, aislándolo, moldeando
su visión. El 8 de junio lo señala él mismo:
"¿Es esto acaso vida? Yo he sufrido algunas veces;
por amor, por pesimismo, aun por dinero; ¿mas es posible
comparar las depresiones, por abrumadoras que sean; la falta de
dinero, por más diversiones que nos impida; el amor, por
más que nos olviden, con esta existencia sin dinero, sin
amor, sin depresión, sufriendo sin medida, sin un momento
de sonrisa, avergonzado de entrar al hotel, de tener que esperar
todos los días á que me den de comer, como un pobre
diablo que viene á las mismas horas á situarse en
un paraje, por donde sabe pasará un caritativo cualquiera?.
Por eso podrá escribir, al día siguiente, como conclusión
a estas penosas reflexiones y como exprimiendo la esencia de esta
enseñanza de la miseria: "En cuanto á París,
será muy divertido pero yo me aburro. Verdad que no tengo
dinero, lo que es algo para no divertirse. De todos modos, es hermosa
ciudad aquella en que uno se divierte, ya se llame París
ó Salto. Un poeta griego de la decadencia, dijo: 'La patria
está donde se vive bien'. Es un gran pensamiento. ¿Por
qué he de decir yo que no hay como París, si no me
divierto? Quédense en buena hora con él los que gozan;
pero yo no tengo ninguna razón para eso, y estoy en lo verdadero
diciendo que Montevideo es mejor que París, porque allí
lo paso bien; que el Salto es mejor que París, porque allí
me divierto más. ¿Qué da que otros digan lo
contrario, porque aquí lo han pasado bien? Cada cual vive
la vida que le es posible; y el cazador que vive en su bosque, el
rural que goza con su escopeta y sus soles, tiene razón cuando
afirma que el monte ó el pueblo es mejor que París.
¿Qué tenemos que decir á eso? Gócese
en buena hora, ya sea donde sea. El lugar que nos ha visto felices
y contentos, es el mejor de todos. En París se divierten
los demás; yo en Salto. ¿Diré por lo tanto
que esto es mejor que aquello? Sería una estupidez".
Incidentalmente, el Diario contribuye a completar en pequeños
detalles la narración de sus biógrafos. Así,
por ejemplo, de sus discretas indicaciones se desprende que el comercio
del joven con las grisetas le dejó algo más material
que "el entumecimiento de un pájaro tropical en la
nieve". Así, también, sus páginas
aclaran que si el joven se dejó crecer la barba fue por decisión
voluntaria, quizá por capricho, no por
carecer de recursos para acudir al barbero.(12)
Hay muchos otros ejemplos que sería ocioso enumerar ya que
están al alcance de cualquier lector curioso en las notas
al Diario.
Si la nueva información aportada por el Diario no
llega a cambiar el signo del conocido retrato juvenil de Quiroga,
ella permite, por lo menos, una visión más coherente
e íntima de la aventura parisina, al tiempo que con los motivos
que incorpora -la Exposición Universal de París, los
museos, las competencias ciclistas- modifica y reorganiza el cuadro
total en torno de un nuevo eje de simetría.
1. José María Delgado y Alberto J.
Brignole: Vida y obra de Horacio Quiroga. Montevideo, Claudio García
y Cía., 1939, 404 págs. Volver
2. Se refieren aquí sus biógrafos al
artículo en que Quiroga anunciaba por qué no saldría
más la Revista del Salto, de la que era director. Véase
el texto completo en el Apéndice documental, sección
C) "Revista del Salto", Nº 7. La narración
de sus biógrafos se encuentra en la obra citada, págs.
97-102. Volver
3. Quiroga era amante de estas precisiones.
Volver
4. "Pensé -hace 20 días- que esta
libreta llegaría por la mitad. Bien veo que con esta sucesión
de impresiones, necesitaría 4 en un mes. Mañana la
concluyo. Siento no tener dinero para comprar otra - Escribiré
en un cuaderno de 10 cts." (junio 9) Volver
5. En la lista de pasajeros que desembarcaron en
Montevideo, figura bajo el nombre retocado de: "Quiraga, Orazio",
y con la profesión de "giornalista". (Véase
Dirección de la Marina Mercante, Sección Estadística,
"Lista de entradas de pasajeros vía ultramar",
tomo 28, año 1900, carpeta julio.) Volver
6. En su Autobiografía, Rubén Darío
ha expresado con vivacidad esta aspiración suprema. Dice
allí: "Yo soñaba con París desde niño,
a punto de que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que
no me dejase morir sin conocer París. París era para
mí como un paraíso en donde se respirase la esencia
de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza
y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino
del Ensueño" (Madrid, Mundo Latino, S./A., cap. XXXII,
pág. 112). Volver
7. Véase La Reforma, año III, Nº
688, Salto, marzo 20, 1900, pág. [1], col. 4. Las colaboraciones
mencionadas se transcriben, integras, en el Apéndice documental,
Sección D) Correspondencias desde París.
Volver
8. Véase Delgado y Brignole, obra citada,
págs. 53-56. No se menciona allí esta hazaña
juvenil, quizá ignorada por sus biógrafos. Para la
información previa al viaje, consúltese La Reforma,
Año I, Nº 20, Salto, noviembre 25, 1897, p. 2, col.
5. La crónica aludida en el texto fué publicada por
el mismo periódico en diciembre 3, 1897, p. 2, col. 1-3;
se transcribe íntegramente en el Apéndice documental,
Sección B) Primeras publicaciones, Nº 1.
Volver
9. Véase el texto completo en la Revista del
Salto, año I, Nº 10, Salto, noviembre 13, 1899, págs.
82-83. Volver
10. A propósito de esta misma declaración,
me preguntaba certeramente Julio E. Payró: "¿Se
imagina Ud. a Quiroga llamando a la puerta de Henri de Régnier?"
Volver
11. El 31 de marzo anota: "¡Qué
mortal pesadez! ¡Qué aburrimiento tan enorme! A veces
me fastidio horriblemente en el Salto, entre mis amigos, mis cosas,
etc... ¡Y que no será aquí, solo entre italianos,
genoveses y napolitanos, groseros é indiferentes! ¡Pensar
que ésto durará 20 días!". Y el 22 de
abril, víspera del desembarco en Génova, resume sus
impresiones en estas líneas: "Por fin concluye este
viaje. Es ya sabido que mañana llegamos á Génova,
a las 5 pm, más ó menos. Ya esto amenazaba ser fatal.
Yo creo que toda la vida he estado embarcado, que no tuve nunca
amigos, ni parientes, ni novia. Nadie, absolutamente nadie -por
más fuerza de imaginación que se haga- es capaz de
figurarse lo que es un viaje de estos. También caí
yo en la soncera de suponerme grandes soles, grandes charlas, grandes
temporales; atractivos aquí y allí, en cualquier detalle,
en cualquier balanceo, en cualquier escuchante. Nada, absolutamente
nada. Todo es un rodar continuo, sujetando en una mano una pipa
de opio, y en el horizonte la misma estúpida limpi[d]ez del
agua". Volver
12. El 4 de abril anota, entre otras cosas: "Yo
me dejo la barba que tiene medio centímetro, el pelo largo
y el cuerpo flaco. Unos me toman por sonzo, otros por loco: sobretodo
lo primero". Volver
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