I Un creador de mundo
"Doble es la fundación que realiza Eduardo Acevedo
Díaz en sus cuatro novelas históricas: ISMAEL (1888),
NATIVA (1890), GRITO DE GLORIA (1893) y LANZA Y SABLE (1914). Con
ellas, no sólo contribuye el escritor uruguayo al establecimiento
de la narrativa en nuestra literatura sino que también aporta
una obra capital para la fundación de nuestra nacionalidad.
Por eso, hay que considerar a Acevedo Díaz en su doble carácter
de creador literario y creador de un sentimiento de la nacionalidad
uruguaya. Había en él un poderoso temperamento narrativo:
una visión de la patria en su realidad actual, en su tradición
viva, en su marcha hacia el futuro; una capacidad de descubrir en
la compleja realidad nacional las cifras esenciales; un creciente
dominio de la anécdota que madura (más allá
del ciclo épico) en SOLEDAD, esa tradición del pago
que publica en 1894; un inusual poder de observación de tipos
y costumbres. Aunque escribió relatos breves (el mejor tal
vez sea EL COMBATE DE LA TAPERA) necesitaba la amplia y morosa respiración
novelesca para poder comunicar cabalmente su ancha visión
de esta tierra oriental. Fue por eso un creador de mundo. Es decir:
fue inventor de una realidad novelesca coherente y autónoma,
una realidad que desde sus mejores libros ofrece su espejo a la
nación a la vez que propone normas para el futuro, para la
nacionalidad aún en formación en momentos en que él
escribía y publicaba.
Pero también fue un político destacado. La época
que le tocó vivir (nació en 1851, murió en
1921) necesitaba escritores que fueran hombres de acción.
Desde muy joven estuvo al servicio de uno de los partidos tradicionales
y supo jugarse en la lidia periodística, en la tribuna, en
el campo de batalla. Arriesgó su vida varias veces por sus
ideales. Su vocación literaria (aunque fuerte y porfiada)
está en permanente conflicto con esa avasalladora e impostergable
vocación política que habrá de convertirlo
en uno de los jefes del Partido Nacional, "el primer caudillo
civil que tuvo la República", según ha dicho
Francisco Espínola, uno de sus más sutiles sentidores.
Por eso, Acevedo Díaz sólo podrá escribir sus
grandes novelas en la pausa forzosa de una lucha que casi no le
da tregua. El período literariamente más fecundo de
su obra, el verdaderamente creador, coincide casi exactamente con
su obligado exilio en la Argentina, entre los años 1884 y
1894. Entonces escribe BRENDA (1886), su primer novela, de ambiente
contemporáneo y aún inmadura; las tres primeras obras
del ciclo histórico (de 1888 a 1893); SOLEDAD, de 1894, y
seguramente esboza también LANZA Y SABLE, cuya redacción
definitiva la lucha política retardará hasta 1914.
Su arte de novelista se resiente naturalmente de esta escisión
permanente entre su carrera de hombre público (el eje sobre
el que se desplaza su destino) y su porfiada vocación literaria.
Sin embargo, su obra de creador no necesita excusas. Está
ahí, entera, para ejemplo de nuestra literatura, vigente
a pesar de visibles desfallecimientos y de algunos títulos
superfluos (hay otra novela, MINES, 1907, menos redimible por haber
sido publicada después de las obras maestras). Su obra está
ahí, plantada como una de las creaciones más importantes
y perdurables de nuestra narrativa que no abunda en grandes novelistas.
Ya no se discute el lugar que le corresponde en el panteón
vivo de las letras nacionales. Hace cuarenta, hace treinta años,
los críticos más vigentes entonces (pienso en Zum
Felde, en Alberto Lasplaces) podían oponerle muchos reparos
de detalle - reparos muchas veces justísimos y lúcidos
- sin advertir al mismo tiempo todo lo que su obra tenía
de central, de permanente, de hondamente creadora. Hoy, a partir
de las luminosas explicaciones de Francisco Espínola en su
prólogo a ISMAEL (Buenos Aires, 1945) es imposible no advertir
esa cualidad esencial de su obra: la fundación de un sentimiento
de la nacionalidad, la fundación de una forma perdurable
de la novela uruguaya.
Pero el nombre de Acevedo Díaz no ha traspasado aún
las fronteras patrias. Todavía es desconocido en el vasto
mundo hispánico. Sin embargo, parece indudable que merece
trascender las fronteras de la nacionalidad. Aunque buena parte
de su eco pueda perderse fuera del ámbito uruguayo (no tiene
por qué hablar a hombres de otros cielos con el acento tan
persuasivo con que nos habla), su creación no depende exclusivamente
de circunstancias locales. Hay en Acevedo Díaz un creador
tan universal como Zorrilla de San Martín o como Horacio
Quiroga: un hombre capaz de tocar los centros de la vida con la
misma autoridad, el mismo poder suasorio, la misma imaginación
poética. Para certificarlo están ahí sus libros,
y sobre todo la importante fábrica de sus novelas históricas.
La crítica (sobre todo Zum Felde) ha discutido la calificación
de tetralogía que correspondería a esas cuatro novelas
del ciclo histórico y ha propuesto en cambio la trilogía
por considerar que la última de las cuatro (LANZA Y SABLE),
"escrita mucho después, carece del vigor artístico
y de la verdad histórica de las primeras." Emitido por
primera vez en su Crítica de la literatura uruguaya
(Montevideo, 1921), este juicio de Zum Felde no ha sido modificado
por el autor en sucesivas ampliaciones de aquel libro (Proceso
intelectual del Uruguay, Montevideo, 1930, Buenos Aires, 1941)
o en otros textos complementarios (Indice crítico de la
literatura hispanoamericana, México, 1959). Ya he examinado
in extenso esta opinión de Zum Felde en el prólogo
a NATIVA de esta misma colección de Clásicos Uruguayos.
A mi juicio no cabe negar la entrada de LANZA Y SABLE en el ciclo
histórico. En primer lugar, porque ésa ha sido la
voluntad creadora explícita de Acevedo Díaz ya que
al aparecer ISMAEL fomentó la publicación de algunos
sueltos periodísticos en que se hablaba ya de los "cuatro
volúmenes" o "cuatro libros" que comprenderían
el ciclo entero, llegando a especificar en "La Epoca"
(abril 21, 1888) que "el último y culminante episodio
de la obra es una brillante descripción de la defensa de
Paysandú". En realidad, como se sabe, LANZA Y SABLE
concluye con la capitulación de Paysandú. Además,
y a mayor abundamiento, al publicar la última novela reafirma
literalmente Acevedo Díaz su intención general desde
estas palabras del prólogo: "Nuestro trabajo (...) es
continuación de GRITO DE GLORIA". Pero hay, sobre todo,
un argumento más poderoso: la concepción general profunda
del ciclo exige la presencia de LANZA Y SABLE.
Acevedo Díaz no se propuso sólo evocar las lejanas
luchas de nuestra nacionalidad por librarse del yugo español
o la amenaza porteña y lusitana. También quiso mostrar
en aquellas luchas la simiente de las guerras civiles que escindirían
en dos grupos antagónicos (hasta el mismo momento en que
creaba sus novelas) la nacionalidad oriental. Por eso ISMAEL (y
sólo ISMAEL) pertenece al ciclo artiguista de lucha por la
independencia. Tanto NATIVA como GRITO DE GLORIA ilustran simultáneamente
dos temas: en el nivel más superficial y evidente, muestran
la lucha nacional por liberarse del ocupante brasileño; en
un nivel más profundo, revelan las primeras señales
de la discordia civil con la aparición de los tres caudillos
(Lavalleja, Oribe, Rivera) que se disputarán la hegemonía.
Sin embargo, aunque Zum Felde se equivoca al exceder los limites
de la crítica y negar entrada a LANZA Y SABLE en el ciclo,
su error contiene un acierto paradójico. Las cuatro novelas
no se integran verdaderamente en una tetralogía sino en un
tríptico, aunque ordenado de modo distinto de lo que él
propone y por motivos muy diversos de los que él aduce. En
efecto: ISMAEL, que muestra el estallido de la Independencia y concluye
con la batalla de Las Piedras, sería el primer volante del
tríptico; NATIVA y GRITO DE GLORIA, que cubren el mismo período
histórico, la Cisplatina, y están inextricablemente
ligadas por la peripecia del mismo protagonista, Luis María
Berón, forman el centro doble del tríptico; LANZA
Y SABLE, que muestra el comienzo de la escisión de los dos
partidos tradicionales y los orígenes de una guerra civil
que ensangrentaría al Uruguay a lo largo del siglo XIX, y
comienzos del XX, es el último volante del tríptico.
La cronología también confirma esta ordenación
estética. Aunque muchos críticos ya han señalado
que no hay hiato histórico o anecdótico entre NATIVA
y GRITO DE GLORIA, y sí lo hay entre ISMAEL y NATIVA (unos
diez años) o entre GRITO DE GLORIA y LANZA Y SABLE (otro
lapso de casi diez años), no se han sacado todas las consecuencias
estéticas de esta observación. Parece indudable, sin
embargo, que al construir sus cuatro novelas de acuerdo con un plan
que, histórica y anecdóticamente, vincula fuertemente
a las dos centrales y aísla a las dos extremas, Acevedo Díaz
está creando no sólo una tetralogía (calificación
que sólo tendría en cuenta los aspectos externos de
la estructura narrativa) sino un tríptico.
Una observación complementaria: al anunciar LANZA Y SABLE,
Acevedo Díaz la presentó un par de veces bajo el título
de FRUTOS, nombre con el que se conocía popularmente al General
Fructuoso Rivera. Este proyecto de título permite verificar,
asimismo, no sólo la unidad de concepción de las cuatro
novelas del ciclo en que insiste Acevedo Díaz al hacer el
anuncio, sino algo mucho más importante, sobre lo que no
se ha hecho hincapié que yo sepa. En la concepción
del autor, el ciclo se abriría con una novela cuyo protagonista
(Ismael) es un ser de ficción que simboliza la primitiva
nacionalidad oriental en armas contra el poder colonial de España,
y concluiría con otra novela cuyo protagonista (Frutos, o
sea Rivera) es un ser completamente histórico que simboliza
la escisión que habrá de producirse en el seno mismo
de esa recién conquistada nacionalidad independiente. De
la novela histórica (ISMAEL) a la historia novelada (FRUTOS,
es decir: LANZA y SABLE): tal era el camino que se había
propuesto recorrer Acevedo Díaz en su ciclo. Es cierto que
más tarde, al cambiar el título a la última
novela, el autor soslayó la simetría y el contraste
exterior entre Ismael y Frutos, pero ese cambio no alteró
para nada el íntimo contraste entre ambos libros. En la concepción
estructural, como en la realización novelesca, la primera
y la última parte del ciclo se oponen con profunda antítesis
que ilustra su dialéctica interior. Son los dos volantes
extremos del tríptico. En el centro, quedan dos novelas,
NATIVA y GRITO DE GLORIA, que en realidad constituyen una sola.
II. Estructura de Lanza y Sable
A diferencia de las dos primeras novelas del ciclo (que siguen
el viejo consejo horaciano de comenzar la narración in media
res, como había hecho el autor de la Odisea),
LANZA Y SABLE ordena su narración en forma impecablemente
lineal. En esto prolonga el modelo ya ensayado por Eduardo Acevedo
Díaz en GRITO DE GLORIA, el modelo épico de la Ilíada.
Parece como si el narrador, cada vez más maduro, abandonara
los recursos más externos de la composición y prefiriera
la simplicidad. Aunque tal vez haya otro motivo: en tanto que la
acción de ISMAEL, y hasta cierto punto la de NATIVA, era
unitaria y se concentraba en la peripecia individual de pocos personajes,
la acción en GRITO DE GLORIA, y aún más en
LANZA Y SABLE, se hace más compleja, supone varias líneas
de desarrollo y compromete en un cuadro más vasto los conflictos
y destinos de muchos personajes. No es de extrañar, pues,
que en la última novela de su ciclo, Acevedo Díaz
busque simplificar al máximo la estructura externa, casi
no utilice racconti o digresiones (aunque hay una, muy superflua,
de un comisario que se pierde en busca de un sospechoso, capítulo
VII), marque muy cuidadosamente el paso del tiempo, para poder así
atender mejor la complejidad interior de su historia.
El esquema estructural de LANZA Y SABLE es por lo tanto muy sencillo.
Hay un par de prólogos y un epílogo que encierran
la acción narrativa como si constituyeran un verdadero marco.
A unas páginas iniciales que el autor no califica pero titula
Sin pasión y sin divisa, agrega de inmediato otras
que sí llama Proemio (A raíz de la epopeya
es el título). En éstas traza el cuadro histórico
del momento en que se inicia la novela: la situación del
Uruguay en 1834, al dejar la Presidencia el general Fructuoso Rivera
después de cuatro años de Gobierno. Al final de la
novela, un capítulo que Acevedo Díaz titula idiosincráticamente
Epicresis del cuatrenio (es el XXV), resume nuevamente la
perspectiva histórica. Estamos ya en 1838. Entre el Proemio
y el último capítulo se desarrolla linealmente la
novela. Hay una sola excepción a ese curso narrativo uniforme.
Es el capítulo XII, que se titula Proteo y contiene
un análisis histórico de la personalidad de Fructuoso
Rivera. Ese capítulo actúa como verdadero eje de la
novela ya que no sólo la divide en dos partes casi equivalentes
(once capítulos antes, trece después) sino que marca
la línea divisoria de las aguas: la acción que precede
al capítulo está dedicada a presentar el mundo oriental
antes de la guerra civil; la acción que continúa el
capítulo muestra precisamente la primera etapa de una contienda
entre blancos y colorados que ensangrentaría al país
hasta ya bien entrada la primera década del siglo XX. Tal
es el diseño histórico. La inserción del capítulo
XII está justificada narrativamente porque a partir de ese
momento Rivera empieza a actuar como personaje de la novela y centro
de futuros desarrollos.
La acción de LANZA Y SABLE aparece concentrada particularmente
en una muchacha, Paula, que el autor califica de "rosa de cerco"
y que reproduce una vez más el prototipo de joven criolla
que ya había explorado Acevedo Díaz en los personajes
de Felisa, de ISMAEL, y de Soledad en la novela del mismo nombre.
Aquí el personaje aparece mucho más desarrollado,
con rasgos de carácter que eran insospechables en la pasividad
algo mórbida de sus modelos, y que tal vez sean herencia
de las hembras bravías como Jacinta, que el autor había
delineado en GRITO DE GLORIA. Por eso, Paula, sin dejar de ser fresca
e inocentona, completamente romántica en sus amores, tiene
una decisión y un arrojo que la colocan por encima de las
figuras idealmente caracterizadas de Felisa y Soledad. La muchacha
vive en el interior del país, en una región no especificada,
con su madre, Ramona, y su padre a quien apodan el Clinudo. En torno
de Paula girará toda la primera parte de la novela. Al comienzo,
la muchacha es cortejada por otro mozo del pago, Ubaldo Vera, mientras
su amiga Margarita lo es por Camilo Serrano. Más tarde, un
forastero, Abel Montes, se destacará en una carrera de sortijas,
atrayendo el interés de la protagonista y desplazando a Ubaldo.
Son los amores de Paula y Abel (como los de Felisa e Ismael, o los
de Natalia y Luis María Berón) los que concentran
el atractivo erótico de la novela, elemento indispensable
en la concepción postromántica del autor. Pero como
suele suceder en los viejos novelones, y en éstos del narrador
uruguayo, otros rivales convierten los dúos de las muchachas
en triángulos. No sólo Paula aparecerá al principio
solicitada por dos galanes; también Margarita conocerá
la tentación de enamorarse de otro, del tierno Gasparito.
En toda esta primera parte prima sobre todo la concepción
novelesca. Una alta temperatura erótica (como en la secuencia
de Los Tres Ombúes en NATIVA) atraviesa la narración
que se deleita en las clásicas escaramuzas y hasta se atreve
a rozar otras no tan convencionales. Hay toques de bucolismo a la
griega que Acevedo Díaz no sólo subraya sino que hasta
vincula en el texto con los Idilios de Teócrito. Así,
por ejemplo, en el capítulo V (Vichas del remanso)
el autor se atreve a mostrar a Paula y a Margarita bañándose
desnudas en el arroyo cercano y entregadas a un juego que tiene
a la vez sensualidad y la inocencia de los inmortalizados al comienzo
de Dafnis y Cloe. Ese clima de sensualidad y ardor, no es
por otra parte, ajeno a la entraña más honda de esta
novela, como se verá más adelante.
En tanto Acevedo Díaz desarrolla pausadamente, y con algunos
lapsos de sensiblería, la acción novelesca por la
presentación de estos personajes y de algunos episodios sabiamente
administrados - la carrera de sortijas, la aventura del comisario,
la historia de la bruja Laureana (que también vincula profundamente
a este libro con SOLEDAD), los pájaros de colores simbólicos
que los rivales obsequian a Paula -, en el fondo del cuadro más
o menos bucólico van apareciendo cada vez más fuertes
y ominosas las señales del levantamiento. Insatisfecho con
el curso que ha dado el Gobierno al país, Rivera se levanta
con sus partidarios, haciendo estallar la primera guerra civil en
el suelo patrio. La figura de Rivera, que es anunciada hábilmente
en los primeros capítulos, comentada sobre todo en sus aspectos
de hombre alegre, amigo de fiestas y bailes, conquistador de mujeres,
empieza a estar investida ahora de carácter político.
De ahí que la primera parte de la novela concluya en el capítulo
XI con el anuncio de la Revolución, la partida de los pretendientes
hacia distintos bandos (Abel Montes es blanco, Camilo Serrano y
Ubaldo son colorados), la clausura definitiva del mundo bucólico.
Una vez más, Acevedo Díaz vuelve a usar aquí
un procedimiento descriptivo que ya había ensayado con éxito
en anteriores novelas. También en ISMAEL se contrastaba la
pintura idealizada del Uruguay anterior a la guerra de independencia
con la pintura de la misma tierra desgarrada por la contienda; también
en NATIVA se oponía el mundo aparentemente intacto de la
estancia al mundo conflictual de los rebeldes de Olivera que continuaban
porfiadamente en plena dominación brasileña la lucha
por la independencia. Pero en LANZA Y SABLE la escisión entre
los dos mundos está más subrayada aún por la
circunstancia de ser completamente lineal la narración y
haber interpolado el autor un capítulo entero (el XII) para
marcar mejor la división y contraste por medio de una disgresión
analítica sobre la personalidad de Rivera.
A partir del capítulo XIII, Estridor de espuelas,
se retoma la narración. El mundo que ahora presenta Acevedo
Díaz es el de las lealtades divididas. Aunque Paula es de
familia colorada, se ha enamorado de Abel que es blanco. Este mismo
habrá de enfrentarse en plena lucha con Ubaldo su ex-rival
(colorado, ya se ha visto) y habrá de salvarle la vida, obligándolo
a cambiar de divisa pare protegerlo. Más tarde, cuando Ubaldo
es muerto en una refriega por un soldado de Rivera, será
Abel el que lo vengue, incurriendo por eso mismo en el odio del
General. Cuando Abel cae preso, Paula habrá de pedir infructuosamente
a Rivera que le concede su libertad; serán los parientes
y amigos de la muchacha los que se ingenien para hacerlo fugar.
Blancos y colorados aparecen así ayudándose más
allá de las divisas que los separan y los destruyen. Estas
alternativas novelescas podrán parecer derivadas del folletín.
Lo son, qué duda cabe, pero al mismo tiempo ilustran admirablemente
la naturaleza cainita de esa época. Al levantarse el hermano
contra el hermano no es de extrañar que los conflictos más
íntimos se planteen en ese terreno de las lealtades divididas.
Por eso mismo, no me parece nada casual que el protagonista de esta
segunda parte de la novela se llame Abel.
Todo el desarrollo hasta la conclusión narrativa en el capítulo
XXIV (Odisea de Abel) proyecta en términos históricos
el conflicto que divide particularmente a los personajes. Por eso,
Acevedo Díaz ha elegido para culminar la narración
dos episodios muy significativos. En uno de ellos, el indio Cuaró
(personaje que proviene de NATIVA y GRITO DE GLORIA, y que aquí
cumple una función similar de acompañante del protagonista)
se enfrenta con un joven rival en una refriega y lo mata. Su desazón
es terrible al descubrir la identidad del muerto. Aunque Acevedo
Díaz no lo revela de inmediato y sólo lo va dejando
entrever de a poco, ese joven es Camilo Serrano, el hijo de Cuaró
y la soldadera Jacinta. En los prolegómenos de la lucha civil,
Acevedo Díaz se atreve a insertar ese brutal sacrificio como
expresión simbólica de una contienda que hace volverse,
enconada, la sangre contra sí misma. Otra vez cabe hablar
de melodrama. En efecto, pero es el mismo melodrama que en Grecia
utilizaron los trágicos y en Israel ilustraron las páginas
terribles del Antiguo Testamento.
El otro episodio con el que realmente se cierra la novela es la
caída de Paysandú. Pero Acevedo Díaz no quiere
pacer partícipes a Cuaró, a Abel Montes y a Gasparito
del espíritu de la derrota. Por eso los hace abandonar la
ciudad y cruzar a la orilla argentina; los hace desterrarse para
seguir luchando. La capitulación de Paysandú es sólo
una tregua. Desde la barca que cruza el ancho río Uruguay,
el indio Cuaró alza su brazo potente "cual si amenazara
a un enemigo invisible con su puño de hierro, sacudiéndolo
con fuerza hercúlea y dirigiéndolo siempre hosco y
siniestro hacia la ribera que abandonaban". La cólera
de Cuaró es la cólera del desterrado, pero es también
la cólera del que ha dejado sobre esa tierra perdida el cadáver
de su hijo, sacrificado por su propia mano. Como había hecho
Ismael al huir del poder español y refugiarse en el monte;
como hizo Luis María Berón al esconderse también
en el monte, del ocupante brasileño, ahora Abel, Cuaró
y Gasparito cruzan el río para encontrar refugio en la tierra
vecina. En vez de hundirse en la verdadera matriz selvática
de la patria, se exilan. Quedan con las raíces al aire, como
quedó su creador después de haber perdido, por dos
veces, la sierra natal. En el gesto de Cuaró hay una cólera
que está muy viva aún cuando Acevedo Díaz traza
esas páginas.
De esta manera, LANZA Y SABLE no se cierra con una capitulación
sino que queda abierta indefinidamente hacia la perspectiva histórica
de una continua guerra civil. Como pasaba en ISMAEL, como pasa en
GRITO DE GLORIA (que culmina la acción iniciada en NATIVA),
la conclusión de LANZA Y SABLE es también una página
abierta hacia el futuro de sus personajes. Es decir (invirtiendo
naturalmente los términos y la perspectiva de la narración)
hacia el presente del autor y sus lectores.
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