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VI
SANTIAGO (1842-1865)
Avatares de la polémica de 1842 no alteraron la actitud
fundamental de Bello frente al Romanticismo. Sin compartir sus extravíos,
Bello pareció siempre dispuesto a apoyar sus innovaciones;
estudió cuidadosamente algunos de sus principales autores;
y hasta expresó, a través de paráfrasis y traducciones,
sus simpatías por algunos temas y algunas actitudes de la
nueva escuela, liberando de esta manera emociones poéticas
personales que no habían encontrado hasta el momento su ocasión.
Algunos testimonios y algunos textos suyos documentan esta actitud.
El más importante de los testimonios ha sido comunicado por
J. V. Lastarria en sus Recuerdos literarios (1878) y sirve
para ilustrar su estado de espíritu en vísperas de
la segunda polémica de 1842. Los jóvenes chilenos
deseaban fundar una revista que expresara el credo estético
de la generación de 1842; de alguna manera, esa publicación
sería la mejor replica a las acusaciones de esterilidad poética
lanzadas por Sarmiento durante la primera polémica. Francisco
Bello, hijo, del maestro, era uno de los más activos colaboradores
.
"... un día [cuenta Lastarria] Bello
nos llamó en hombre de su padre, para hablar de aquella empresa.
La entrevista con el maestro fue larga y de gran interés
para nosotros. Esta era la primera vez que él se ingería
en el movimiento literario de 1842; lo hizo aconsejándonos
que no hiciéramos un periódico exclusivo, de una sola
doctrina literaria, de un partido; porque debíamos aparecer
todos unidos, cuando nuestro primer deber era vindicar nuestro honor
literario, demostrar nuestro común progreso intelectual y
afirmarlo; porque el nuevo movimiento iniciado por nuestro discurso
[se refiere a uno pronunciado por Lastarria en mayo 3, 1842 y a
favor del Romanticismo] podía así ser bien servido,
sin sublevar recelos, sin enajenarnos el apoyo y la cooperación
de tantas inteligencias distinguidas; porque nuestras fuerzas y
las de nuestros jóvenes compañeros no bastarían
a mantener dignamente la publicación, de modo que rivalizara
con el Museo y la Revista de Valparaíso;
y sobre todo porque un periódico de bandería literaria,
en las circunstancias, era ocasionado a peligros políticos,
y más que eso, al peligro de que no pudiésemos dirigir
y moderar la impetuosidad juvenil, que tal vez podrían sublevar
tempestades." (28)
Bello aparece, pues, asociado a la fundación de El Semanario
que los jóvenes chilenos opusieron a Sarmiento; pero su magisterio
no se endereza a aconsejar la guerra sino a proponer una orientación
mesurada y ecléctica; a convertir la nueva publicación
en un centro en que se concilie lo nuevo y lo viejo. Ya se sabe
que los jóvenes no siguieron demasiado sus consejos y que
al poco tiempo de aparecido El Semanario estaba embarcado
en una feroz polémica con Sarmiento a propósito del
Romanticismo. No puede responsabilizarse a Bello de esta actitud.
Por su parte, el viejo maestro siguió trabajando sin prisa
y sin pausa. Este mismo año de 1842 comenzó a publicar
unas traducciones de Victor Hugo: Las Fantasmas (de Las
Orientales) en junio 18; A Olimpio (de Las Voces Interiores)
en Julio 20. Al año siguiente, Julio 19, publicó Los
duendes (de Las Orientales); en octubre 1º publico
La Oración por Todos (de Las Hojas de Otoño);
en enero 1º, 1844, Moisés salvado de las aguas
(de Las Odas). La afición a Víctor Hugo
no le hizo olvidar a Byron. Cada vez parecía más cerca
de su espíritu y de su obra. En 1846 publicó una traducción
de la Biografía de lord Byron por el crítico
francés M. Villemain. El tono de este estudio es sumamente
elogioso, aunque no ditirámbico. (29)
Entre las obras de Byron que el crítico francés destaca
figura aquel Marino Faliero cuya adaptación intentara
Bello en 1840. En junio de 1850, publica Bello en la Revista
de Santiago, un largo trozo de una versión
de Sardanapalo. Como tantos otros proyectos suyos de esa
fecha, quedó inconcluso. Pero basta para subrayar su prolongada
afición a un escritor que entonces parecía a todos
la representación cabal del Romanticismo.(30)
En el mismo sentido, es posible señalar en su obra crítica
posterior a 1842, algunos textos que documentan su simpatía
hacia el Romanticismo, la amplitud de sus normas estéticas,
su recta apreciación de todo lo que fuera valioso, independientemente
del rótulo con que viniera señalado. El más
importante es una larga reseña de los Ensayos literarios
y críticos de Alberto Lista (publicada en la Revista
de Santiago, junio 3, 1848) en que repasa Bello el concepto
de Romanticismo, sus limitaciones y sus excesos.
"Ningún escritor castellano, a nuestro
juicio, ha sostenido mejor que don Alberto Lista los buenos principios,
ni ha hecho más vigorosamente la guerra a las extravagancias
de la llamada libertad literaria, que so color de sacudir el yugo
de Aristóteles y Horacio no respeta ni la lengua ni el sentido
común, quebranta a veces hasta las reglas de la decencia,
insulta a la religión, y piensa haber hallado una nueva especie
de sublime en la blasfemia.
"Como esta nueva escuela se ha querido canonizar
con el título de romántica, don Alberto Lista
ha dedicado algunos de sus artículos a determinar el sentido
de esta palabra, averiguando hasta qué punto puede reconocerse
el romanticismo como racional y legítimo. Aunque no se convenga
en todas las ideas emitidas por este escritor (y nosotros mismos
no nos sentimos inclinados a aceptarlas todas), hemos creído
que los artículos que ha dedicado a estas cuestiones, dan
alguna luz para resolverlas satisfactoriamente."
A continuación comenta y resume Bello lo que Lista dice
a propósito del origen. (inglés) de la palabra romántico;
Lista cree que la voz romanticismo "sólo puede significar
una clase de literatura, cuyas producciones se semejan en plan,
estilo y adornos a las del género novelesco".
Para Bello, en cambio, el concepto admite más latitud:
"¿No podría decirse que se designa
con aquella palabra una clase de literatura cuyas producciones se
asemejan, no a las novelas, en que se describen paisajes como los
que bosqueja el señor Lista [paisajes agrestes contrastando
con hermosas campiñas], sino a los paisajes mismos descriptos?
¿Qué es lo que caracteriza esos sitios naturales?
Su magnífica irregularidad; grandes efectos, y ninguna apariencia
de arte. ¿Y no es esta la idea que se tiene generalmente
del romanticismo?"
Fijada así, la condición esencial del arte romántico
(grandes efectos; ninguna apariencia de arte), Bello pasa a establecer
una importante distinción:
"Ahora pues, desde el momento en que se impone
el romanticismo la obligación de producir grandes efectos,
esto es, impresiones profundas en el corazón y en la fantasía,
esté legitimado el género. La condición de
ocultar el arte, no será entonces proscribirlo. Arte ha de
haber forzosamente. Lo hay en la Divina Comedia del Dante,
como en la Jerusalén del Tasso. Pero el arte en estas
dos producciones ha seguido caminos diversos. El romanticismo, en
este sentido, no reconocerá las clasificaciones del arte
antiguo. Para él, por ejemplo, el drama no será precisamente
la tragedia de Racine, ni la comedia de Moliére. Admitirá
géneros intermedios, ambiguos, mixtos. Y si en esos interesa
y conmueve, si presentando a un tiempo príncipes y bufones,
haciendo llorar en una escena y reír en otra, llena el objeto
de la representación dramática, que es interesar y
conmover (para la cual es indispensable poner los medios convenientes,
y emplear, por tanto, el arte), ¿se lo imputaremos a crimen?"
Aquí pone Bello el dedo en la llaga. Su visión crítica
demuestra ser, entonces, más penetrante que la de los mismos
partidarios del Romanticismo. De acuerdo con su postura ecléctica,
Bello est dispuesto a admitir la legitimidad del Romanticismo; est´´A
también dispuesto a admitir que la nueva escuela, para obtener
determinados efectos sobre el corazón y la fantasía,
disimule el arte con que los obtiene; lo que no puede tolerar es
que se presente esta ocultación intencionada (y legítima,
insiste) del arte como una ausencia de arte, como una milagrosa
espontaneidad, como una libertad inaudita.
Después de dar unas palabras de Lista que parecen, hoy,
menos exactas tal vez que en la época de Bello, el crítico
agrega:
"Es preciso, con todo, admitir que el poder
creador del genio no está circunscrito a épocas o
fases particulares de la humanidad; que sus formas plásticas
no fueron agotadas en la Grecia y el Lacio; que es siempre posible
la existencia de modelos nuevos, cuyo examen revele procederes nuevos,
que sin derogar las leyes imprescriptibles, dictadas por la naturaleza,
las apliquen a desconocidas combinaciones, procederes que den al
arte una fisonomía original, acomodándolo a las circunstancias
de cada época, y en los que se reconocerá algún
día la sanción de grandes modelos y de grandes maestros.
Shakespeare y Calderón ensancharon así la esfera del
genio, y mostraron que el arte no estaba todo en las obras de Sófocles
o de Molière, así en los preceptos de Aristóteles
o de Boileau."
Prosiguiendo con su análisis de los trabajos de Lista considera
Bello las relaciones entre la escuela romántica y la literatura
medieval. Su minucioso conocimiento del período (demostrado
en sus trabajos sobre el Mío Cid y sobre la Crónica
de Turpin, en sus análisis de las obras de Sismondi y
de Ticknor y en tantos otros, menores) le permite rectificar algún
error de enfoque de Lista. Menciona entonces Bello algunos autores
en que se prolonga una tradición de medievalismo literario:
Walter Scott, cuyas "magníficos cuadros en verso
y prosa" recuerda al pasar; y el duque de Rivas en nuestra
lengua. Su interpretación le lleva a decir:
"... ha existido y existe una poesía
verdaderamente romántica, descendiente de la historia y de
la literatura de los siglos medios, a lo menos en cuanto a la naturaleza
de los materiales que elabora. Pero, aun cuando retrata las costumbres
y los accidentes de la vida moderna en el trato social, en la navegación,
en la guerra, como lo hace el Don Juan de Byron, como lo
hace en prosa la novela de nuestros días, no hallaremos en
estas obras de la imaginación el romanticismo, la escuela
literaria que se abre nuevas sendas, desconocidas de los antiguos,
y más adaptadas a una sociedad en que la poesía no
canta, sino escribe, porque todos leen, y siguiendo su natural instinto,
elige los asuntos más a propósito para movernos a
interesarnos, y les da las formas que más se adaptan al espíritu
positivo, lógico, experimental, de estos últimos tiempos?"
Un poco más adelante, y después de haber rectificado
algún error de Lista a propósito de las letras de
la antigüedad, insiste Bello con su interpretación de
la nueva literatura, es decir: del Romanticismo.
"Elección de materiales nuevos, y libertad
de formas, que no reconoce sujeción, sino a las leyes imprescriptibles
de la inteligencia, y a los nobles instintos del corazón
humano, es lo que constituye la poesía legítima de
todos los siglos y países, y por consiguiente, el Romanticismo,
que es la poesía de los tiempos modernos, emancipación
de las reglas y clasificaciones convencionales, y adaptada a las
exigencias de nuestro siglo. En éstas, pues, en el espíritu
de la sociedad moderna, es donde debemos buscar el carácter
del romanticismo. Falta ver si el que ahora se califica de tal,
"cumple las condiciones necesarias de la literatura, cual la
quiere el estado social de nuestros dial". Sobre este asunto,
no podemos menos de copiar a don Alberto Lista, en su artículo
tercero. Es un trozo escrito con mucha sensatez y vigor."
La larga cita de Lista (con que Bello concluye el artículo)
ataca el drama romántico en su pintura de seres degenerados,
juguetes de la pasión, arrastrados al suicidio como única
salida. Cree Lista que la anarquía se ha refugiado en el
teatro, y cierra sus palabras (que son de alguna manera de Bello)
con esta afirmación:
"Pero la moda pasará; y entonces será
muy fácil conocer que el romanticismo actual,
anárquico, anti-religioso y anti-moral, no puede ser la literatura
de los pueblos ilustrados por la luz del cristianismo, inteligentes,
civilizados, acostumbrados a colocar sus intereses y sus libertades
bajo la salvaguardia de las instituciones." (31)
Con este análisis de las opiniones de Lista -análisis
que Bello enriquece con sus propios enfoques- se puede cerrar este
examen de las actitudes de Bello frente al Romanticismo. Lejos de
aparecer como un enemigo, como un reaccionario atrincherado en su
incomprensión, Bello aparece como el primer americano (o
uno de los primeros) que se asoma críticamente al Romanticismo,
que lee a sus autores más destacados, que los analiza y los
traduce, que a la luz de la nueva doctrina examina la estética
neoclásica. En 1827 ya conoce a Byron, en 1833 ya discute
las unidades dramáticas, en 1842 ya traduce a Víctor
Hugo. ¿De cuántos románticos hispánicos
puede decirse lo mismo? Lo que Bello nunca fue, lo que nunca Bello
pudo ser, es un fanático del Romanticismo. Pero aclaro: tampoco
lo era del neoclasicismo. Simplemente nunca condescendió
al fanatismo.
VII
L0NDRES Y SANTIAGO (1810-1865
)
Nada más habría que decir si no hubiera quedado una
pieza, y no de las menos importantes, por examinar la poesía
de Bello. Tantos críticos, desde Miguel Antonio Caro hasta
sus más recientes repetidores, nos han enseñado a
considerar únicamente los aspectos neoclásicos de
su poesía que parece tarea ociosa una relectura que trate
de destacar otros rasgos. Y, sin embargo, esa relectura arroja resultados
que, en su plano lírico, coinciden admirablemente con los
expuestos por el examen de su obra crítica.
La obra poética de Bello es escasa pero de sostenida calidad.
Si se deja de lado un grupo que podría llamarse poesía
de circunstancias (patrióticas o sociales), su lírica
podría agruparse nítidamente en dos zonas: la poesía
americana del periodo londinense, que encuentra su mejor expresión
en las Silvas; la poesía del periodo chileno, en que
abundan las traducciones y adaptaciones (Hugo, Byron) y que ofrece
tres o cuatro poemas muy reveladores de su evolución.
La crítica no ha vacilado en reconocer rasgos románticos
en su producción posterior a 1840. Pero son pocos los que
han detenido a considerar que ya en Londres y en 1823 Bello acusaba
caracteres románticos (32). No en la forma,
se entiende; es decir: no en el movimiento del verso oen los metros;
ni tampoco en las huellas, más visibles, de lecturas, en
los ecos que sus ritmos recogían. Pero sí en la actitud
poética, sí en la temática, sí en el
acento heroico.
Porque su clasicismo (como el de Goethe, pocos años antes)
no reproducía mecánicamente el de los neoclásicos
y antes buscaba, en la misma lírica de la antigüedad,
una nueva inspiración para reflejar su propia actitud vital.
En Londres y como representante de gobiernos recién instalados,
Bello era un emigrado a la fuerza y, a la vez, una cabecera de puente
para el movimiento revolucionario. La nostalgia de la patria americana
se mezclaba a la necesidad de construir revolución;
es decir: la necesidad de dar un sentido a las nuevas naciones que
emergían del caos. Esa visión americana, estrictamente
contemporánea y a la cual estaba ligado Bello por algo más
que por palabras poéticas, es la que se refleja en su Silvas
Americanas (1823 y 1826) (33). En ellas,
el tema de América aparece silabeado en su totalidad y por
vez primera en nuestra poesía. Bello ve América con
nostalgia; pero la ve también en la variedad de su naturaleza
y de sus costumbres, sus nacientes ciudades y su paisaje todavía
sin poeta, y la ve en su reciente pasado de lucha, desde la épica
de la Conquista hasta los nombres que día a día engrosan
el rol de Independencia. Bello no se asoma a América únicamente
con la inquietud de un Chateaubriand, que tantos vates nuestros
glosarían hasta el hartazgo; se asoma con una visión
compleja, tan aguda parte la peculiaridad del color local
Y para ti el banano
Desmaya el peso de su dulce carga:
El banano, primero
De cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
Del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
El premio rinde opimo:
No es a la podadera, no al arado
Deudor de su racimo:
Escasa industria bástale, cual puede
Hurtar a sus fatigas mano esclava:
Crece veloz, y cuando exhausto acaba,
Adulta prole en torno le sucede (34)
como aguda es su visión de toda una Historia, aun informe
y que él ayudó a hacerse consciente, y de un porvenir
que fue su cuidado constante.
En Bello, como en Olmedo y en Heredia, está la naturaleza
americana; pero en Bello esa naturaleza es mostrada siempre en relación
con el hombre; o mejor: el hombre en relación con la naturaleza,
de tal manera que se evapora toda sombra de pintoresquismo o de
abusivo color local y se logra una primera visión compleja
de nuestra realidad americana.
Para realizar esta visión en términos poéticos
desprecia Bello las desmayadas exquisiteces de los neoclásicos
españoles y se vuelve a los modelos primeros. Al comentar
en 1826 los Estudios sobre Virgilio de P. F. Tissot apunta
sobriamente Bello esta reflexión:
"Los amigos de las letras, restituidos a la
naturaleza, percibieron todo el mérito de la antigüedad,
y reconocieron que el verdadero medio de aventajar a los modernos
era igualar a los antiguos" (35).
De aquí que su poesía americana constituya un nuevo
intento de armonizar las lecturas clásicas con los temas
que impone una realidad contemporánea, un neoclasicismo que
no repite el del siglo XVIII y que anticipa ya actitudes románticas.
En Chile es posible relevar ejemplos de una poesía que
se ha dejado invadir poco a poco por el sentimiento romántico
y que ensaya ritmos e imágenes de la nueva escuela. En 1841
(casi un año antes de la famosa polémica) publica
Bello un canto elegíaco con motivo del Incendio de la
iglesia de la compañía de Jesús, Santiago de
Chile. Bastará citar algunos versos para palpar la evolución
poética de Bello.
Y ya, sino es el graznido
De infelice ave nocturna
Que busca en vano su nido,
0 del aura taciturna
Algún lánguido gemido,
O las alertas vecinas,
Y anunciadora campana
De las preces matutinas,
O la lluvia que profana
Las venerables ruinas,
Y bate la alta muralla,
Y los sacros pavimentos,
Triste campo de batalla
De encontrados elementos;
Todo duerme, todo calla.
O, si no, el comienzo de la cuarta parte:
Cuando, a vista de un estrago,
Dolorido el pecho vibra,
¿Hay un sentimiento vago
Que nos alienta una fibra
Que halla en el dolor halago?
¿Es un instinto divino,
Que, cuando rompe y cancela
La fortuna un peregrino
Monumento, nos revela
Más elevado destino?
¿O con no usada energía,
Despierta en tu seno el alma
Y bulle la fantasía,
Noche oscura, muerta Calma,
Solemne Melancolía?
Yo no sé, en verdad, qué sea
Lo que entonces la transporta:
Absorbida en una idea,
Los terrenos lazos corta,
Y libremente vaguea. (36)
Este poema fue comentado por Sarmiento (Sarmiento, sí) en
El Mercurio de Valparaíso (julio 15); se destacaba
allí lo que constituye su novedad romántica:
"Mas lo que es digno de notarse, porque ello
muestra el desapego del autor a las envejecidas
máximas del clasicismo rutinario y dogmático es la
clase de metro que, para asunto tan grave y melancólico,
ha escogido, y que, en tiempo atrás, sólo se usaba
para la poesía ligera." (37)
Estas palabras en boca de Sarmiento y (repito) un año antes
de la polémica bastarían para eliminar toda sospecha
de prejuicio antirromántico en Bello.
De la restante producción poética de Bello (y si
se deja de lado, por razones obvias, los traslados de Hugo y de
Byron) habría que destacar especialmente dos poemas inconclusos.
Uno es El proscripto que comienza a componer hacia 1844 y
del que se conservan únicamente cinco cantos. Según
Amunátegui, Bello se proponía realizar un poema al
estilo de las Leyendas de José Joaquín de Mora
en que se pintaran las costumbres chilenas de principios de siglo
y se celebrase algunos episodios de la Independencia.
El modelo es, también, Byron. Y no sólo porque dos
de los cinco epígrafes estén tomados de sus obras
(los otros: de Shakespeare, Lamartine y Calderón); sino porque
el tono semijocoso de muchos pasajes y de ciertas disgresiones revelan
el modelo inglés, la frecuentación de Don Juan
(38)
La otra composición se titula: Diálogo entre la
amable Isidoro y un poeta del siglo pasado. Escrita hacia 1846,
se publicó en 1849. Para ese poema Bello escribió
un complemento titulado La Moda y que se mantuvo inédito
hasta 1882, cuando lo recogió Amunátegui en su biografía.
Aparte de la ya obligatoria cita de Byron (engrosada de un aparte
crítico-humorístico) todo el poema constituye una
alegre sátira de la poesía romántica en sus
aspectos más triviales. El ingenio de Bello no omite nada:
el abuso de las digresiones, las transiciones bruscas, las imágenes
convencionales de una naturaleza poetizada, la explosión
emocional y la crítica social, el sentimentalismo lacrimógeno,
el ensueño, la melancolía y el negro humor. Pero Bello
no censura como neoclásico, sino como enemigo de excesos
y de amaneramientos, de lo inauténtico. De aquí que
concluya su tirada con estas palabras:
Si ya no soy aquello que solía,
Pues de la frente que la edad despoja,
Huye, como el amor, la poesía,
Puedo hablar a lo menos el lenguaje
De la verdad, que, ni al pudor sonroja,
Ni hacer procura a la razón ultraje,
Aunque de la divina lumbre, aquella
Que el genio vivifica, una centella
En mi verso no luzca, ni lo esmalte
Rica facundia, y todo en fin le falte
Cuanto en la poesía al gusto halaga,
Lo compone benigna una alma bella
Que de lo ingenuo y lo veraz se paga (39).
Palabras que son, también, una definición de su ambición
poética y de su lucidez autocrítica.
VIII
Podría verse en la prolongada confusión de algunos
historiadores de la literatura hispanoamericana sobre Andrés
Bello sólo un hecho aislado y sin consecuencias. Creo, sin
embargo, que es un hecho sintomático. No sólo de la
pereza o rutina con que se trasmiten en nuestra crítica las
valoraciones literarias, sino de un defecto más grave: el
de aplicar sin discriminación a la literatura americana los
conceptos y los métodos que se han inventado para la literatura
francesa o la española. Esta actitud ha hecho buscar en el
movimiento fluido y asistemático de las letras de América
la determinación rígida de corrientes ya cartografiadas
en las literaturas europeas. Se han buscado clásicos o románticos,
realistas o naturalistas, parnasianos o decadentes,
superrealistas o existencialistas. ¿A qué seguir?
No ha mucho se ha renovado, en ocasión del centenario, la
discusión de si José Martí es un postromántico
o un premodernista. Habría que contestar como Sancho en la
célebre disputa sobre el yelmo de Mambrino y bacía
de barbero: es baciyelmo (40).
Volviendo a don Andrés Bello. Al encasillarlo como anacrónico
neoclásico hubo de oponérselo a los románticos,
aunque para que le cupiera cualquiera de los dos
motes fuera necesario hacer abstracción de su propia poesía
y olvidarse de tanto artículo de doctrina clara y transparente.
Es claro que ahora no conviene caer, por reacción, en el
exceso contrario y, según hizo Torres Ríoseco (41),
presentar a Bello como romántico, subrayando únicamente
los rasgos que favorecen esa interpretación parcial: su amor
por la naturaleza americana (en vez de la convencional neoclásica);
su revalorización de la Edad Media española
y del Teatro del Siglo de Oro; los ataques a la mitología
pagana de los poetas cristianos; su crítica de las reglas
dramáticas; su predilección por la poesía de
Byron y la de Hugo; su debilidad por la música de un Bellini
y de un Donizzetti (42). Semejante tranformación
sólo conduciría a caer en el error opuesto al que
se censura: al frío y distante Andrés Bello de sus
enemigos románticos oponer una imagen colorida
por la pasión, conduciría a sustituir un exceso por
otro, una simplificación por otra; a estar igualmente lejos
del verdadero Andrés Bello, el ecléctico, el crítico
sagaz y maduro, el alma bella que de lo ingenuo y lo veraz se paga
(43). "
28. Cf. Recuerdos, p. 169. El testimonio
de Lastarria es insospechable porque se encuentra en un libro en
que no se ahorran ataques a la obra de Bello, Lastarria, como ha
mostrado acertadamente Donoso (p. 18-19), trata de presentarse como
el primer campeón del Romanticismo en Chile. De aquí
que olvide todo lo que Bello había escrito sobre el Romanticismo
antes de 1842 ; de aquí que se muestre como protector de
Sarmiento y de su campaña romántica, cuando en realidad
militó en el bando de El Semanario y apareció
asociado a los enemigos de Sarmiento. La actitud de Lastarria fue
ambigua, porque es evidente que ya en 1842 creía en el Romanticismo
aunque no pareció dispuesto a romper con los discípulos
de Bello, más neoclásicos que el maestro. A pesar
de las intenciones del autor, todo el libro de Lastarria muestra
a Bello, en sus palabras y en sus hechos, como un ecléctico,
un moderado.(Volver)
29. No he podido ver esta traducción.
No la encontré ni en el British Museum, ni en la University
Library, Cambridge, ni en la Biblioteca Nacional, Montevideo.
He consultado el original francés, en una edición
de 1884: Etudes de littérature ancienne et étrangére,
París, Didier, pp. 350-950.(Volver)
30. Algunas de estas traducciones se publicaron
en revistas de la nueva generación, como El Crepúsculo
(de título tan evidente) que dirigía Lastarria en
1843 y que recogió La oración por todos, la
más famosa de sus versiones de Hugo. La Revista de Santiago
fue fundada por Lastarria en abril, 1848; allí publica Bello
el fragmento de Sardanapalo. (Una nota que acompaña
la traducción indica que se trata de "una de las más
bellas tragedias de lord Byron" e incluye un análisis
del argumento y del personaje.) En sus Recuerdos, p. 341,
Lastarria describe la emoción con que Bello se asoció
a la nueva empresa literaria. En la Antología se recogen
Las fantasmas (p. 71-80), La oración por todos
(pp. 81-91) y el Sardanápalo (pp. 247-271).(Volver)
31. Cf. Obras, VII, pp. 419-431. Para
la actitud de Lista ante el Romanticismo se pueden consultar: Origins,
pp. 349-357; Short History, pp. 125, 139 y 145; y José
María de Cossío: El romanticismo a la vista,
Madrid, Espasa Calpe S. A., 1942, pp. 83-168.(Volver)
32. Uno de los primeros en señalarlo fue
Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia, pp. 354,
365-367, 380. Lo que entonces no hizo Menéndez Pelayo (lo
que no parece haber hecho nadie hasta ahora) es el estudio de la
evolución poética de Bello a la luz de su evolución
crítica. En las huellas de Menéndez Pelayo se encuentran
los mejores historiadores de la literatura hispanoamericana: Pedro
Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la
América hispánica, México, Fondo de Cultura
Económica, 1949, pp. 103-107; y Arturo Torres Ríoseco,
La gran literatura iberoamericana, Buenos Aires, Emecé
Editores, 1945, pp. 63-64.(Volver)
33. La Alocución a la poesía
se publicó por vez primera en la Biblioteca, I, pp.
3-16; la Agricultura de la zona tórrida apareció
en el Repertorio, I, pp. 7-18.(Volver)
34. Cf. Agricultura de la zona tórrida,
en Antología, p. 38.(Volver)
35. Cf. Repertorio, I, p. 19-26; Obras,
VI, p. 438.(Volver)
36. Cf. Antología, pp. 64-66. La
primera edición, en folleto, es de Santiago, julio 1841.(Volver)
37. Cf. Vida, pp. 582-86. En el mismo
artículo se refería Sarmiento por primera vez a la
escasa frecuentación de las Musas por parte de los chilenos.
Ya se sabe que este fue uno de los argumentos esgrimidos por el
escritor argentino en las polémicas de 1842.(Volver)
38. Cf. Vida, pp. 612-623 ; Amunátegui
no se refiere a la influencia de Byron. Cf. Antología,
pp. 92-166; en la nota a la p. 166 se equivoca Orrego Vicuña
al afirmar que nada dice Amunátegui de la fecha de composición;
está explícitamente indicada en Vida, p. 612.(Volver)
39. Cf. Vida, pp. 598-608. No lo recoge
la Antología y es lástima.(Volver)
40. Cf. La poesía de Martí y
el Modernismo, en Número, año 5, nº
22, enero-marzo 1953, pp. 38-67. (Volver)
41. Cf. Arturo Torres Ríoseco, New
World Literature, Berkeley, University of California Press,
1949, p. 186. Antes Ríoseco era más moderado en su
juicio, como se indica en la nota 32 a este trabajo. En la p. 106
de su nuevo libro dice: "The fact that a scholar of such
purely Spanish inclination as Andrés Bello should accept
romantic poetry affords ample proof of the complete Gallícization
of a whole generation of writers". Ríoseco parece
no advertir que fue en Inglaterra y no en Francia donde agarró
Bello el contagio romántico. (Volver)
42. Cf. Obras, III; Introducción,
p. VI. Amunátegui cuenta allí su predilección
por la Lucrecia Borgia de Donizzetti y la Sonámbula
de Bellini.(Volver)
43. Compuesto ya este trabajo, pude consultar
la monumental edición de Obras Completas de Andrés
Bello que prepara el Ministerio de Educación de Venezuela.
El tomo I está dedicado a las Poesías (Caracas,
1952); su prologuista (F. Paz Castillo) insiste repetidamente en
el romanticismo de algunos poemas del período venezolano
(1800-1810). Su punto de vista coincide en parte con el expuesto
aquí, aunque Paz no examina simultáneamente la obra
poética y crítica de Bello. (Cf. pp. XLV, XLVIII,
XLIX, L, LII, LVII y CXXXI). He podido consultar, también,
la cuarta edición (definitiva) del Don Andrés Bello
de Eugenio Orrego Vicuña (Santiago, 1953, 374 pp.). No
agrega ningún elemento nuevo al tema estudiado en este trabajo.
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