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Este trabajo -que fue leído en una versión
abreviada por la Radio Oficial, Montevideo, setiembre 20, 1951-
forma parte de un estudio iniciado en 1950 sobre los Orígenes
del Romanticismo en Hispanoamérica y que se centra en
la actuación de Andrés Bello en Londres (1810-1829)
I
"UNO DE LOS LUGARES COMUNES de cierta crítica hispanoamericana
es la clasificación de Andrés Bello como poeta neoclásico
con todo lo que ello implica: apego a la tradición retórica
y poética grecolatina, aceptación ciega de las tres
unidades dramáticas, sumisión a la autoridad de la
Academia Española de la Lengua, aversión y desprecio
por el Romanticismo. Quisiera examinar hoy este último cargo:
Andrés Bello, se ha afirmado a menudo, era enemigo del Romanticismo.
Para demostrarlo se invoca la celebre polémica con Domingo
Faustino Sarmiento en Chile, 1842, a propósito de la lengua
española tal como se la habla -o como se la debe hablar-
en América. En esa polémica, el argentino sostuvo,
demoledoramente, la tesis romántica de que el pueblo era
autoridad en materia de lengua, mientras el ilustre gramático
sostuvo los fueros académicos y las autoridades literarias.
Si esta polémica -que algunos, engañados, podrían
calificar de lateral, ya que (aparentemente) no compromete la esencia
del Romanticismo como postura de vida y como actitud estética
profunda-; si esta polémica no bastara, habría que
invocar aquella otra no menos famosa y del mismo año, en
que Sarmiento arremetió contra el concepto que del Romanticismo
sustentaban los redactores de El Semanario de Santiago, discípulos
de Bello en su mayoría. El argentino abrumó a sus
contrincantes con una más desprejuiciada concepción
de la polémica y con una incontenible pujanza verbal. Aunque
Bello tuvo limitada participación en la primer polémica
y ninguna en la segunda, fueron (aparentemente) sus ideas y sus
doctrinas las que utilizaron los adversarios de Sarmiento, fueron
sus doctrinas y sus ideas las que combatió Sarmiento. De
entonces data la presentación de Bello no sólo como
neoclásico furibundo sino como adversario tenaz y obtuso
del Romanticismo.
Ya se sabe que no hay nada más difícil de despejar
que un malentendido; ya se sabe que la actitud que alguien asume
en una polémica difícilmente lo retrata por entero.
Y, sin embargo, es esa actitud transitoria la que los coetáneos
se empeñarán en recoger como totalizadora, como ejemplar
y representativa. Nadie fue en 1842 a leer los otros textos de Bello
sobre el Romanticismo, sus propios textos y no las deformaciones
bien intencionadas de sus discípulos, sus textos que datan
(en algunos casos) de varias décadas; nadie buscó
las razones de su elusiva actitud en la polémica, de su reticencia.
Para todos fue entonces clara una cosa: Bello se presentaba simultáneamente
como campeón de los neoclásicos y enemigo de los románticos.
Bello era, en 1842, un anacronismo. (El calificativo, que prendió,
es de Sarmiento.)
Esa simplificación -quizá seductora por su implícita
simetría- fue divulgada por los interesados, ampliada y popularizada
luego por historiadores de la literatura hispanoamericana, demasiado
atareados para leer todo nuevamente; demasiado
inclinados a aceptar cualquier fórmula que evitara un delicado
examen. La interpretación de Bello como enemigo del Romanticismo
ha venido rodando y rodando, de un manual literario a otro, copiando
el nuevo historiador a su inmediato predecesor, hasta convertirse
hoy en hecho casi universalmente aceptado por la docencia y el periodismo
literario, en lugar común (1).
Por hermosa que parezca la imagen de Bello obstinadamente neoclásico
y antiromántico no hay más remedio que pronunciarla
falsa. Bello no fue enemigo del Romanticismo. Es más: Bello
fue uno de los primeros americanos que conoció el Romanticismo;
Bello fue uno de los primeros poetas de habla hispánica en
acusar caracteres románticos. Un repaso de su carrera literaria
y de su obra (crítica, poética) permitirá demostrar
estas afirmaciones.
II
LONDRES (1810-1829)
Durante casi veinte años -entre julio de 1810 y febrero
de 1829- vivió Andrés Bello en Londres; allí
trabajó como diplomático y como maestro de español,
allí padeció miseria, allí formó (dos
veces) su hogar y nacieron muchos de sus hijos,
allí estudio -sin parar y sin pausa- acumulando materiales
que al conocerse asombrarían al mundo hispánico (2).
Esos años marcan el triunfo en Inglaterra de la segunda generación
romántica. Precedida por el movimiento gótico del
siglo XVIII, anunciada por tantos poetas del sepulcro, en esos años
se producen algunas de las obras maestras del Romanticismo inglés:
The Excursion de Wordsworth es de 1814;
Kubla Khan de Coleridge, de 1817; del mismo año su
importante Biographia Literaria; los dos primeros cantos
de Childe Harold de Byron son de 1812, The Corsair
de 1814, Manfred de 1817, el Don Juan de sus últimos
años (1818-1823); el Adonais de Shelley es de 1821;
de 1820 el volumen de poemas de Keats (3).
Aunque por su temperamento y por su educación, estaba muy
ligado a la sensibilidad y arte neoclásicas, aunque por sus
amistades estuviera más vinculado a las formas tradicionales
de la vida inglesa, Bello no pudo permanecer completamente ajeno
a este poderoso movimiento que renovó las letras inglesas
y habría de proyectarse de inmediato sobre la cultura occidental.
Bello supo leer y apreciar a algunos representantes de lanueva escuela,
en particular aquellos que en pleno siglo XVIII anunciaron sus caracteres.
Y de los nuevos, alguno despertó pronto uninterés
que las circunstancias de una vida azarosa y entregada alestudio
y a la erudición no lograron conmover. Pero, a pesar de este
conocimiento, no se convirtió en un propagandista de la nueva
escuela. Porque a Bello -como decía Unamuno de su España-
le dolía América. Su única preocupación
en estos años de Londres, su única
inspiración, era América. Por eso no escribió
sobre los poetas románticos que leía en Inglaterra,
y continuó entregado a los temas de América. Por eso
asoció su nombre al de Blanco White, emigrante liberal español
que publicaba en Inglaterra y en nuestra lengua
un periódico político cultural: El Español
(1810-1814) (4); por eso emprendió con
el colombiano García del Río la redacción en
español de dos revistas que habrían de ser las dos
primeras grandes publicaciones de la América nueva: La
Biblioteca Americana (1823 ) y E Repertorio Americano
(1826-1827) (5).
A pesar de no ocuparse de las letras inglesas, es posible rastrear
en las páginas de ambas publicaciones las huellas del conocimiento
que Bello tenía de la escuela romántica, entonces
en pleno proceso de expansión. En varias oportunidades pueden
encontrarse referencias laterales a autores o temas del Romanticismo,
referencias que revelan no sólo un conocimiento directo sino
hasta una familiaridad con algunos de sus textos.
Así, por ejemplo, al comentar en 1827 las poesías
del cubano José María de Heredia afirma Bello: "Sus
cuadros llevan, por lo regular, un tinte sombrío; y domina
en sus sentimientos una melancolía, que de cuando en cuando
raya en misantrópica, y en que nos parece percibir cierto
sabor al genio y estilo de Lord Byron (6)."
Aunque Bello no desarrolla la semejanza, es evidente
(por la índole de la afirmación y por el cuidado y
la responsabilidad con que ejercía la crítica) que
su indicación supone el conocimiento respecto del poeta inglés.
Bello aparece, pues, citando a Byron en una fecha en que en España
y en América era prácticamente desconocido (7).
Pero eso no es todo. De 1826 (y en la misma publicación)
es una referencia a Walter Scott. Al comentar la
traducción castellana, editada en Inglaterra por Rodolfo
Ackermann, de El Talismán y de Ivanhoe, Bello
examina el valor de la versión y se refiere a "su
admirable original". Toda la breve nota revela el aprecio
por la obra entera de Scott, a la que se refiere el cronista con
familiaridad (8).
Pero ya en artículos anteriores de la Biblioteca Americana
y en pleno 1823 era posible relevar indicaciones de un conocimiento
de poetas románticos (o prerrománticos) ingleses.
Así, por ejemplo, al comentar las Obras
poéticas de Cienfuegos menciona Bello, en enumeración
algo caótica, a algunos poetas filosóficos del siglo
XVIII entre los que incluye a Goldsmith y al célebre Thomas
Gray, autor de la Elegy written in a Country
Churchyard (1750) (9); en una Noticia de
la obra de Sismondi sobre "la literatura del Mediodía
de Europa" (libro publicado en 1819) Bello cita a Robert
Southey con encomio por su traducción de la Crónica
del Cid (1808) (10). Estas y otras indicaciones
qua podrían alinearse revelan en Bello una frecuentación
de la literatura que en ese momento se creaba en Inglaterra. No
era, seguramente, un conocimiento profundo ni implicaba una aceptación
de toda la estética romántica. Pero demostraba una
familiaridad sin sospecha de aversión, sin tinte polémico
alguno.
III
SANTIAGO (1829-1842)
Ya en Chile (adonde llegó Bello en junio 25, 1829) es posible
recoger juicios y observaciones -algunos muy anteriores a las polémicas
de 1842- que demuestran su contacto con el movimiento romántico
en un grado que no admite equívocos. Uno de los primeros
textos es un artículo de 1832, publicado
anónimamente en El Araucano; se protesta allí
contra la censura postal de libros y se elogia a Delfina
de Mme. de Stael, "cuyas obras se distinguen por la pureza
de los sentimientos morales", y a la
que se compara con Richardson -autor de la lacrimógena Pamela
(1740) y precursor de Rousseau- y con Walter Scott (11).
En 1839 Bello tradujo y adaptó para el Teatro de Santiago
Teresa de Alexandre Dumas (12). En noviembre
27 de 1840, al comentar en El Araucano las Leyendas españolas
de José Joaquín de Moratín establece una relación
entre éstas y algunas obras de Byron; señala en particular
la afinidad con el Beppo y con el Don Juan "Por
el estilo alternativamente vigoroso y festivo,
por las largas digresiones que interrumpen a cada paso la narración
(y no es lo parte en que brilla menos la viva fantasía del
poeta), y por el desenfado y soltura de la versificación,
que parece jugar con las dificultades (13)."
Hacia esta misma fecha, Bello empezó a traducir con miras
a la publicación un artículo crítico,
sumamente elogioso, de Edward Lytton Bulwer sobre Byron. Bello trasladó
también los versos que citaba el crítico inglés
y esto lo incitó a intentar la versión de uno de sus
dramas: Marino Faliero (1820). No llegó a concluir
la traducción ni del artículo de Bulwer ni del drama;
pero Amuchátegui ha rescatado ambos de su papelería
(14).
En febrero 5, 1841, y a propósito de La Araucana
de Ercilla, escribe Bello algunas consideraciones importantes sobre
la épica moderna y sus caracteres románticos:
"El que introdujese hoy día la maquinaría
de la Jerusalén libertada en un poema épico, se expondría
ciertamente a descontentar a sus lectores.
"Y no se crea que la musa épica tiene
por eso un campo menos vasto en que explayarse. Por el contrario,
nunca ha podido disponer de tanta multitud de objetos eminentemente
poéticos y pintorescos. La sociedad humana contemplada a
la luz de la historia en la serie progresiva de sus transformaciones,
las variadas fases que ella nos presenta en las oleadas de sus revoluciones
religiosas y políticas, son una veta inagotable de materiales
para los trabajos del novelista y del poeta. Walter Scott y lord
Byron han hecho sentir el realce que el espíritu de facción
y de secta es capaz de dar a los caracteres morales, y el profundo
interés que las perturbaciones del equilibrio social pueden
derramar sobre la vida doméstica. Aun el espectáculo
del mundo físico, ¿cuantos nuevos recursos no ofrece
al pincel poético, ahora que la tierra explorada hasta en
sus últimos ángulos nos brinda con una copia infinita
de tintes locales para hermosear las decoraciones de este drama
de la vida real, tan vario, y tan fecundo de emociones? Añádanse
a esto las conquistas de las artes, los prodigios de la industria,
los arcanos de la naturaleza revelados a la ciencia; y dígase
si, descartadas las agencias de seres sobrenaturales, y la Magia,
no estamos en posesión de un caudal de materiales épicos
y poéticos, no solo más cuantiosos y varios, sino
de mejor calidad, que el que beneficiaron el Ariosto y el Tasso.
¡Cuántos siglos hace que la navegación y la
guerra suministran medios poderosos de excitación para la
historia ficticia! Y, sin embargo, lord Byron ha probado prácticamente
que los viajes y los hechos de armas bajo las
formas modernas son tan adaptables a la epopeya, como lo eran bajo
las formas antiguas; que es posible interesar vivamente en estos
sin, traducir a Homero; y que la guerra, cual hoy se hace, las batallas,
sitios y asaltos de nuestros días, son objetos susceptibles
de matices tan brillantes, como los combates de los griegos y los
troyanos, y el saco y ruina de Ilión (15)".
Estas palabras no revelan, seguramente, a un fanático del
neoclasicismo, a un enemigo de la nueva literatura. Pero hay un
texto, más elocuente, aún, de noviembre 5, 1841, y
que fija la actitud de Bello frente al Romanticismo algunos meses
antes de la polémica. Se trata del comentario con que abre
su reseña del Juicio crítico de los principales poetas
españoles de la ultima era de José Guzmán
Hermosilla.
"En literatura, los clásicos y los románticos
tienen cierta semejanza no lejana con lo que son en la política
los legitimistas y los liberales. Mientras que para los primeros
es inapelable la autoridad de las doctrinas y prácticas que
llevan el sello de la antigüedad, y el dar un paso fuera de
aquellos trillados senderos es rebelarse contra los sanos principios,
los segundos, en su conato de emancipar el ingenio de trabas inútiles,
y por lo mismo perniciosas, confunden a veces la libertad con la
más desenfrenada licencia. La escuela clásica divide
y separa los géneros con el mismo cuidado que la secta legitimista
las varías jerarquías sociales; la gravedad aristocrática
de su tragedia y su oda no consiente el más ligero roce de
lo plebeyo, familiar o doméstico. La escuela romántica,
por el contrario, hace gala de acercar y confundir las condiciones;
lo cómico y lo trágico se tocan, o más bien,
se penetran íntimamente en sus heterogéneos dramas;
el interés, de los espectadores se reparte entre el bufón
y el monarca, entre la prostituta y la princesa; y el esplendor
de las cortes contrasta con el sórdido egoísmo de
los sentimientos que encubre, y que se hace estudio de poner a la
vista con recarga esos colores. Pudiera llevarse mucho más
allá este paralelo, y acaso les presentaría afinidades
y analogías curiosas. Pero lo más notable es la natural
alianza del legitimismo literario con el político. La poesía
romántica es de alcurnia inglesa, como el gobierno representativo
y el juicio por jurados. Sus irrupciones han sido simultáneas
con las de la democracia en los pueblos del mediodía
de Europa. Y los mismos escritores que han lidiado contra el progreso
en materias de legislación y gobierno, han sustentado no
pocas veces la lucha contra la nueva revolución literaria,
defendiendo a todo trance las antiguallas autorizadas por el respeto
supersticioso de Vuestros mayores: Los códigos poéticos
de Atenas y Roma, y de la Francia de Luis XIV (16)."
Bello elogiando a Mme. de Stael, Bello traduciendo a Alexandre
Dumas y a Byron, Bello aplaudiendo la épica moderna y censurando
a Hermosilla, son otras tantas actitudes que el planteo de 1842
hará parecer imposibles. Y, sin embargo, hay en el último
texto citado algo que las explica profundamente. Bello no contempla
la batalla entre clásicos y románticos como un partidario
del neoclasicismo; si sus simpatías no estaban ciegamente
volcadas hacia el Romanticismo tampoco estaban ciegamente prejuiciadas
por el neoclasicismo. Bello no tomaba partido. Como hombre auténticamente
libre veía los excesos de la escuela clásica (trillados
senderos, trabas inútiles y por lo mismo perniciosas, antiguallas
autorizadas por el respeto supersticioso) pero vela también
los excesos de la romántica (confunden a veces la libertad
con la más desenfrenada licencia). Prefería mantenerse
al margen, tomando de cada escuela lo que más se compadecía
con su temperamento y con sus gustos. Traduciendo a Byron y venerando
a Virgilio.
En sus palabras hay, además, una clara simpatía por
el nuevo movimiento. Desde la mención (tan reveladora de
su formación inglesa) sobre la alcurnia de la poesía
romántica, hasta su atinada caracterización social
del drama nuevo, todo en estas palabras de Bello desnuda al espíritu
ecléctico y objetivo que busca la verdad estética
y no procede con prejuicios; desnuda, también, una actitud
liberal de comprensión y aliento de las obras auténticamente
nuevas. A este Bello es al que los fogosos románticos de
1842 presentarían como campeón de la reacción,
devoto de Hermosilla y fanático de las reglas.
IV
LONDRES Y SANTIAGO (1810-1842)
Una contraprueba de esta misma actitud podría verse en las
censuras que el mismo Bello hizo -en Inglaterra o en Chile y siempre
antes de la polémica de 1842- a algunas puntos considerados
fundamentales en la estética neoclásica. Así,
por ejemplo, en octubre 1826 publica una reseña de Revista
del antiguo teatro español, o selección de piezas
dramáticas desde el tiempo de Lope de Vega hasta el de Cañizares,
castigadas y arregladas a los preceptos del arte, por el emigrado
[español] don Pablo Mendíbil.
Ya el título del volumen, con su obsoleto castigadas,
esta indicando la actitud neoclásica de Mendíbil.
El critico comenta con mesura: "Tal vez desearían
algunos que el señor Mendíbil no se hubiese propuesto
para la ejecución de su utilísimo designio cánones
dramáticos, que, por su severidad, probablemente lo harán
sacrificar, no solo escenas, sino dramas enteros de mucho mérito
(17)". Bello, que conocía como
pocos en su tiempo la literatura española y que fue uno de
los primeros en estudiar sus monumentos literarios medievales, revela
en esas medidas palabras una simpatía por el teatro del gran
siglo que resultaría imposible en un fanático de las
reglas. Del año siguiente es una reseña de las obras
dramáticas y líricas de Moratín
en que apunta Bello: "¡Ojalá que la severidad
de las reglas que se ha impuesto [Moratín] no frustre en
otros intentos menos privilegiados las disposiciones que, con algún
ensanche más, podrían quizá contribuir a que
la parte más racional de sus reformas se adoptase con menos
dificultad y repugnancia!" (18) Otra
vez la nota de moderación y equilibrio.
Más importantes, por su gran proyección, parecen
estas palabras de un artículo publicado en Chile en junto
21, 1833. Allí examina Bello el valor de las tres unidades
dramáticas y dice: "Mirando las reglas como fútiles
avisos para facilitar el objeto del arte, que es el placer de los
espectadores, nos parece que, si el autor acierta a producir ese
efecto sin ellas, se le deben perdonar las irregularidades. Las
reglas no son el fin del arte, sino los medios que él emplea
para obtenerlo." Y más adelante agrega: "La
regularidad de la tragedia y comedia francesas parece ser a muchos
monótona y fastidiosa. Se ha reconocido, aun en Paris, la
necesidad de variar los procederes del arte dramático; las
unidades han dejado de mirarse como preceptos inviolables; y en
el código de las leyes fundamentales del teatro, solo quedan
aquellas cuya necesidad para divertir e interesar
es indispensable, y que pueden todas reducirse a una sola: la fiel
representación de las pasiones humanas y de sus consecuencias
naturales, hecha de modo que simpaticemos vivamente con ellas, y
enderezada a corregir los vicios y desterrar los ridículos
que turban y afean la sociedad."(19)
El mismo año, y contestando a un ataque periodístico
en que se le tachaba -a él sí- de desconocer las reglas
dramáticas, Bello había expresado inmejorablemente
su posición ecléctica.
"El mundo dramático está ahora dividido en
dos sectas: la clásica y la romántica. Ambas a la
verdad existen siglos hace; pero en estos últimos años,
es cuando se han abanderizado bajo estos dos nombres los poetas
y los críticos, profesando abiertamente principios opuestos.
Como ambas se proponen un mismo modelo, que es la naturaleza, y
un mismo fin, que es el pincel de los espectadores, es necesario
que, en una y otra, sean también idénticas muchas
de las reglas del drama. En una y otra, el lenguaje de los afectos
debe ser sencillo y enérgico; los caracteres, bien sostenidos;
los lances, verosímiles. En una y otra, es menester que el
poeta de toda edad, sexo y condición, a cada país
y a cada siglo, el colorido que le es propio. El alma humana es
siempre la mina de que debe sacarhsus materiales; y a las nativas
inclinaciones y movimientos del corazón, es menester que
adapte siempre sus obras, para que pagan en él una impresión
profunda y grata. Una gran parte de los preceptos de Aristóteles
y Horacio son, pues, de tan precisa observación en la escuela
clásica, como en la romántica; y no pueden menos de
serlo, porque son versiones y corolarios del principio de la fidelidad
de la imitación y medios indispensables para agradar.
"Pero hay otras reglas que los críticos de la escuela
clásica miran como obligatorias, y los de la escuela romántica,
como inútiles o tal vez perniciosas. A este número
pertenecen las tres unidades, y principalmente las de lugar y tiempo.
Sobre estas rueda la cuestión entre unos y otros.(...) Sólo
el que sea completamente extranjero a las discusiones literarias
del día, puede atribuirnos una idea tan absurda, como la
de querer dar por tierra con todas las reglas, sin excepción,
como si la poesía no fuera un arte y pudiese haber arte sin
ellas.
"Si hubiéramos dicho (...) que estas reglas son
puramente convencionales, trabas que embarazan inútilmente
al poeta y le privan de una infinidad de recursos; que los Corneilles
y Racine no han obtenido con el auxilio de estas reglas, sino a
pesar de ellas, sus grandes sucesos dramáticos; y que por
no salir del limitado reinado de un salón, y del
círculo estrecho de las 24 horas, son los Corneilles y los
Racines han caído a veces en incongruencias monstruosas,
no hubiéramos hecho más que repetir lo que han dicho
casi todos los críticos ingleses y alemanes y algunos franceses
(20)."
Tal es la posición de Bello en 1833. Su eclecticismo habría
de acentuarse con los años; su visión del conflicto
que separaba a los neoclásicos y románticos, se afinaría
con la contemplación de los estragos y las limitaciones suscitados
por ambas banderías. Cuando ocurre la polémica de
1842, Bello ya esta de vuelta. Pero los azares de la lucha quisieron
que su voz pareciera indisolublemente ligada a la reacción.
V
SANTIAGO (1842)
A la luz del examen realizado en las páginas precedentes
conviene plantear - una vez más- la intervención de
Bello en la primera polémica de 1842. La agitación
fue provocada por un artículo del Mercurio de abril 27 en
que Sarmiento comentaba unos ejercicios populares de la lengua castellana,
publicados sin nombre de autor por el mismo periódico. Entre
consideraciones quo no vienen al caso, Sarmiento exponía
la tesis romántica de la soberanía del pueblo en materia
idiomática.
"La soberanía del pueblo tiene todo su
valor y su predominio en el idioma; los gramáticos son como
el senado conservador, creado para resistir a los embates populares,
para conservar la rutina y las tradiciones. Son a nuestro juicio,
si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, estacionario,
de la sociedad habladora; pero, como los de su clase en política,
su derecho está reducido a gritar y desternillarse contra
la corrupción, contra los abusos, contra las innovaciones.
El torrente los empuja y hoy admiten una palabra nueva, mañana
un extranjerismo vivito, al otro día una vulgaridad chocante;
pero, ¿qué se ha de hacer? todos han dado en usarla,
todos la escriben y la hablan, fuerza es agregarla al diccionario,
y quieran que no, enojados y mohinos, la agregan, y que no hay remedio,
y el pueblo triunfa y lo corrompe y lo adultera todo."
Más adelante, el artículo incluía esta categórica
afirmación:
"La gramática no se ha hecho para el
pueblo; los preceptos del maestro entran por un oído del
niño y salen por otro; se le enseña a conocer cómo
se dice, pero ya se guardará muy bien de decir cómo
lo enseñan; el habito y el ejemplo dominante podrán
siempre más. Mejor es, pues, no andarse con reglas ni con
autores." (21).
La intervención de Bello en la polémica se redujo
a un artículo, publicado en el Mercurio (mayo 12) con el
seudónimo de Un Quídam. El punto de vista está
expresado con mesura no exenta de ironía. Bello piensa que
la crítica a los Ejercicios se ha expresado muy a
la ligera y apunta que no puede menos de disentir "al mismo
tiempo de los ilustrados redactores del Mercurio [es decir:
Sarmiento en la parte de su artículo que precede
a los Ejercicios, en que se muestran tan licenciosamente populares
en cuanto a lo que debe ser el lenguaje, como rigorista y algún
tanto arbitrario del actor de aquellos".
Con perspicacia ha señalado Bello la contradicción
entre el punto de vista de Sarmiento (licenciosamente popular, le
parece) y el del autor de los Ejercicios. Esta contradicción
no pareció advertirla, por cierto, Sarmiento. Pero lo fundamental
de su refutación se sintetiza en esta frase:
"En las lenguas, como en la política,
es indispensable que haya un cuerpo de sabios, que así dicte
las leyes convenientes a sus necesidades, como las del habla en
que ha de expresarlas; y no será menos ridículo confiar
al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la
formación del idioma. En vano claman por esa libertad romántico-licenciosa
del lenguaje, los que por prurito de novedad o por eximirse del
trabajo de estudiar su lengua, quisieran hablar; escribir a su discreción.
Consúltese, en último comprobante del juicio expuesto,
cómo hablan y escriben los pueblos cultos que tienen un antiguo
idioma, y se verá que el italiano, el español, el
francés de nuestros días, es el mismo del Ariosto
y del Tasso, de Lope Vega y de Cervantes, de Voltaire y de Rousseau."
Bello había deslizado, asimismo, alguna punzante ironía
contra cierto pueblo americano, "otro tiempo tan ilustre,
en cuyos periódicos se ve degenerado el castellano en un
dialecto español gálico, que parece decir de aquella
sociedad lo que el padre Isla de la matritense:
Yo conocí en Madrid una condesa
Que aprendió a estornudar a la francesa." (22)
En su contestación (Mercurio, mayo 19 y 22) no dejó
de recoger Sarmiento la alusión al Río de la Plata
y aceptó el desafío, y aun la calificación
de libertad romántico licenciosa. Su tesis (de estirpe romántica)
es que un idioma es la expresión de las ideas de un pueblo
y un pueblo ha de tomar sus ideas donde ellas están independientemente
del criterio de pureza idiomática o de perfección
académica; que la literatura española ha perdido toda
fuerza y que América ya no esta dispuesta a esperar que la
mercadería ideológica extranjera pase por cabezas
españolas para poder consumirla; que la función real
de la Academia Española es recoger, como en un armario, las
palabras que usan pueblo y poetas y no autorizar el uso de las mismas:
que las lenguas vuelven hoy pueblo (tesis del primer artículo);
que el influjo de los gramáticos, el temor de las reglas,
el respeto a los admirables modelos, tienen agarrotada la imaginación
de los chilenos.
No contento Sarmiento con exceder los términos naturales
de la polémica, introdujo en su respuesta una alusión
personal de indudable resonancia:
"Por lo que a nosotros respecta, si la ley del
ostracismo estuviese en uso en nuestra democracia, habríamos
pedido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre
nosotros, sin otro motivo que serlo demasiado y haber profundizado,
más allá de lo que nuestra naciente civilización
exige, los arcanos del idioma, y haber hecho gustar a nuestra juventud
del estudio de las exterioridades del pensamiento y de
las formas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menoscabo de
las ideas y de la verdadera ilustración. Se lo habríamos
mandado a Sicilia, a Salvá y a Hermosilla que con todos sus
estudios no es más que un retrógrado absolutista,
y lo habríamos aplaudido cuando lo viésemos revolcarlo
en su propia cancha; allá está su puesto, aquí
es un anacronismo perjudicial." (23)
Estas palabras aluden transparentemente a Bello. Aunque su tono
es más chacotón que injurioso, no dejan de arrastrar
un reproche grave. El calificativo de anacronismo con que termina
la tirada parece reducir a Bello a la categoría de obsoleto
gramatiquero. Otra es, sin embargo, la correcta interpretación.
Sarmiento quiso decir (y dijo, aunque ambiguamente por defectos
de una sintaxis hirsuta) que Bello se adelantaba a su época,
que su formación era superior a la del medio, que la severidad
de sus patrones críticos excedían las posibilidades
de una sociedad en formación. Y era cierto. Pero la solución
no estaba en el ostracismo. Pese a la fuerza y al atractivo de su
exposición Sarmiento cometía un error profundo al
juzgar a Bello: no comprendía que América necesitaba
(necesita) el rigor y la exigencia, no la irresponsable tolerancia.
Las palabras de Sarmiento fueron mal interpretadas. Se creyó
que la expresión "con todos sus estudios no es más
que un retrógrado absolutista", se refería
a Bello y no a Hermosilla; se pensó que proponía con
toda seriedad el ostracismo y los discípulos de Bello salieron
a la arena. En una de sus contestaciones (Mercurio, junio
5) se vio obligado Sarmiento a precisar:
"... es muy material entender que, al hablar
del ostracismo, hemos querido realmente deshacernos de un gran literato,
para quien personalmente no tenemos sino motivos de respeto y de
gratitud; el ostracismo supone un mérito y virtudes tan encumbradas
que amenazan sofocar la libertad de la república." (24)
La polémica ya había dejado de tener interés
para Bello. Es fácil compartir sus escrúpulos. Bien
o mal intencionado, Sarmiento había llevado las cosas a un
terreno que no era compatible con el severo magisterio de Bello;
por otra parte, la inicial polémica lingüística
se había contaminado de temas, introducidos
por el argentino, que eran completamente ajenos: la decadencia de
la cultura de España, la escasa imaginación creadora
y esterilidad poética de los chilenos, el ostracismo de Bello.
El alejamiento del maestro no impidió que (con o sin su ayuda,
es difícil decidir) los discípulos contestasen (25)
La polémica adquirió pronto tintes nacionalistas;
al argentino se le echó en cara su condición de extranjero.
Sarmiento hace la discusión del terreno lingüístico
y la llevó al literario; con la desinteresada
cooperación de Larra, proclamó su fe romántica
en palabras que ya son célebres. Todo esto excedió
anchamente los límites iniciales de la polémica sobre
el habla, aunque sirvió para preparar el clima de la segunda,
su natural corolario (26).
El apartamiento de Bello del campo polémico no implico,
es claro, una abdicación. Bello prepara cuidadosamente una
respuesta. O mejor dicho: prepara una ocasión de pronunciarse
sobre el fondo del asunto, sin sufrir las inevitables simplificaciones
polémicas. La ocasión fue la instalación solemne
de la Universidad de Chile, en setiembre 17, 1843. En el discurso
que entonces pronunció se dicen estas, sus verdades:
"Yo no abogaré jamás por el purismo
exagerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo,
por el contrario, que la multitud de ideas nuevas que pasan diariamente
del comercio literario a la circulación general, exige voces
nuevas que las representen. ¿Hallaremos en el diccionario
de Cervantes y de Fray Luis de Granada -no quiero ir tan lejos-,
hallaremos en el diccionario de Iriarte y Moratín, medios
adecuados, signos lúcidos para expresar las nociones comunes
que flotan hoy sobre las inteligencias medianamente cultivadas para
expresar el pensamiento social? Nuevas instituciones, nuevas leyes,
nuevas costumbres; variadas por todas partes a nuestros ojos la
materia y las formas; y viejas voces, vieja fraseología:
Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnarla con
el primero de los objetos de la lengua, la fácil y clara
trasmisión del pensamiento, sería del todo inasequible.
Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede
acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y aun a las de
la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura,
sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia
a su genio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y Racine,
la lengua de Chateaubriand y Villemain? ¿Y no transparenta
perfectamente la de estos dos escritores el pensamiento social de
la Francia de nuestros días, tan diferente de la Francia
de Luis XIV? Hay más: demos anchas a esta especie de culteranismo;
demos carta de nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante
neologismo; y nuestra América reproducirá dentro de
poco la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el
caos babilónico de la edad media; y diez pueblos perderán
uno de sus vínculos más poderosos de fraternidad,
uno de sus aids preciosos instrumentos de correspondencia y comercio."
Más adelante, su discurso incurre también en una
profesión de fe estética, muy oportuna después
de la polémica sobre el Romanticismo que había agitado
a toda la juventud de la época.
"¡El arte! Al oír esta palabra,
aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos
que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales,
que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra
semejante aserción; y no creo que mis antecedentes la justifiquen.
Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la
escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre
los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que
se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles
y Horacio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron.
Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impalpables,
etéreas, de la Belleza ideal; relaciones
delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente
preparado; creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar
en sus obras el tema de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas
y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo
no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías
de la imaginación." (27)
Estas palabras que cierran magistralmente las polémicas
confirman (y amplían) la primera exposición de Bello,
la que publicara bajo el seudónimo de Un Quídam.
Pero por la ocasión en que fueron pronunciadas, por el tono
encendido del discurso y hasta por anticipar solemnemente algunas
de sus inquietudes (la babelización de América) adquieren
una importancia excepcional.
1. Un ensayo de Miguel Antonio Caro, publicado
en 1881, resume con simpatía el enfoque neoclásico
de su obra poética, al tiempo que muestra a Bello como paladín
de la cultura europea contra la indigena barbarie americana que
representa Sarmiento. Cf. Páginas de crítica,
Madrid, Editorial América, s. a.; especialmente pp. 39-41
y 77. A la zaga de Caro en su interpretación neoclásica,
pero simplificando y exagerando, puede verse Luis Alberto Sánchez:
Breve Historia de la Literatura Americana, Santiago de Chile,
Editorial Ercilla, 1937, pp. 189-194; Julio A. Leguizamón:
Historia de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires,
Editoriales Reunidas, 1945, tomo I, p. 420; y Robert Bazin: Histoire
de la Littérature Américaine de Langue Espagnole,
Paris, Librairie Hachette, 1953, p. 36. (Volver)
2. Cf. Miguel Luis Amunátegui: Vida
de don Andrés Bello, Santiago de Chile, 1882, 672 pp.
[La citaré como Vida.] Es el trabajo más completo
y todavía no ha sido superado. Amunátegui fue discípulo
de Bello y heredó su Archivo. En su biografía y en
otros trabajos sobre el maestro cita casi todos los textos que sirven
para documentar el conocimiento que Bello tenía de los poetas
ingleses del Romanticismo. Pero Amunátegui no los estudia
a la luz de la polémica de 1842, como se hace aquí.
De los trabajos biográficos modernos, que completan en muchos
detalles esta obra clásica, los mejores y más accesibles
son: Eugenio Orrego Vicuña: Don Andrés Bello,
Santiago, Universidad de Chile, 1935, 285 pp. (es el más
completo) y Pedro Lira Urquieta : Andrés Bello, México,
Fondo de Cultura Económica, 1948, 211 pp.(Volver)
3. El Romanticismo inglés se inicia en
pleno siglo XVIII con los poetas del sepulcro y las novelas góticas.
Este movimiento, que se conoce con el nombre de Prerromanticismo,
ha contaminado hasta a Alexander Pope, cuya Elegy to the Memory
of and Infortunate Lady (publicada en 1717 ) muestra rasgos
inequívocamente románticos. Con Blake, Wordsworth,
Scott y Coleridge aparece la primera generación romántica;
Byron, Shelley y Keats marcan la segunda, la de más ancha
difusión continental. Un cuadro general y nítido de
este movimiento puede verse en Paul Van Tieghem: Le Romantisme
dans la Littérature Européenne, Paris, Editions
Albin Michel, 1948, pp. 23-30 y 144-154.(Volver)
4. Sobre las relaciones de Blanco White con el
Romanticismo puede verse: I. L. McClelland: The Origins of the
Romantic Movement in Spain [Origins], Liverpool, Institute
of Hispanic Studies, 1937, pp. 344-48; E. Allíson Peers:
A Short History of the Romantic Movement in Spain [Short
History], Liverpool, Institute of Hispanic Studies, 1949, p.
9 y192. En Londres se encontraron los hispanoamericanos con emigrados
españoles; de su amistad y del contacto con las letras inglesas
surgió un movimiento que habría de contribuir a la
preparación del Romanticismo en los pueblos hispánicos.(Volver)
5. En el Prospecto del Repertorio Americano,
publicado en Londres en Julio 1º, 1826, reafirman los editores
su preocupación americana y aluden a una declaración
similar hecha en el Prospecto de la Biblioteca Americana.
El único ejemplar de esta revista que he podido consultar,
el del British Museum, no tiene Prospecto. (El ejemplar
del British Museum ostenta, pegada, una carta en inglés
de García del Río a J. Planta, dedicándole
la revista y solicitando autorización para asistir al Reading
Room. (Volver)
6. Cf. Repertorio Americano [Repertorio],
enero 1827, II, pp. 34. Reproducido en Obras Completas de Andrés
Bello [Obras]. Santiago. 1884, VII, p. 264. Bello se adelantó
al juicio de la crítica al señalar la influencia de
Byron en la poesía de Heredia. En su estudio de 1833 (Antología
de Poetas Hispanoamericanos) Marcelino Menéndez Pelayo
se ha referido a este tema. Cf. Historia de la Poesía
Hispano-americana [Historia]. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1948, pp.235-36.(Volver)
7. Cf. Short History, pp. 32-33; se menciona
allí un periódico literario, El Europeo, que
era publicaba en Barcelona entre 1833-24 yen que ya se traducía
a Scott y a Byron. La singularidad de esta publicación está
enfatizada por el propio Allíson Peers al calificarla de
An Early Milestone. Fuera de Heredia, que vivió dos
años en los Estados Unidos (1823-25), es probable que ningún
otro poeta importante de Hispanoamérica conociera a Byron
en 1827.(Volver)
8. Cf. Repertorio, octubre 1826, I, pp.
318-20. Los comentarios del Boletín Bibliográfico
no llevan siquiera iniciales pero Miguel Luis Amunátegui
ha identificado este como de Bello en la Introducción
a Obras, VII, p. xxxix-xli, donde se reproduce completo.
Por otra parte este juicio sobre Scott coincide con el emitido en
artículos firmados y de fecha posterior como la reseña
del Curso de historia de la filosofía moral del siglo
XVIII, de Víctor Cousin, en El Araucano (mayo
23, 1845) que está reproducido en la Introducción
a Obras, VII, pp. XCVI-XCVII: o como el artículo sobre
los Ensayos literarios y críticos de Alberto Lista,
en la Revista de Santiago (junio 3, 1843), también
en Obras, VII, pp. 419-431.(Volver)
9. Cf. Biblioteca Americana [Biblioteca],
I, p. 43 ; Obras, VII, pp. 229-244.(Volver)
10. Cf. Biblioteca, II, p. 43: Obras,
VI, p. 240. Hay otra huella de sus lecturas románticas en
el comentario a las Meditaciones poéticas de José
Joaquín de Mora, en Repertorio, abril 1827, III, p.
312-13. Menciona allí El sepulcro, poema de Robert
Blair que mereció los honores de ser ilustrado por William
Blake. El artículo, anónimo, está identificado
y reproducido por Amunátegui en la Introducción
a Obras, VII. pp. XLI-XLII.(Volver)
11. Cf. El Araucano, abril 21, 1832. Aunque
se publicó sin firma, Amunátegui lo identifica y lo
transcribe en Vida, pp. 394-96.(Volver)
12. Cf. Vida, p. 449; Obras, III,
Introducción, p. LXXIII. Fue estrenada en noviembre
1839, en función a beneficio de Carmen Aguilar, actriz española.
Hay edición de esta obra: Santiago, Imprenta del Siglo, 1846.
Cf. Orrego Vicuña, ob. cit., pp. 135 y 240.(Volver)
13. Cf. Obras, VII, pp. 301.(Volver)
14. Cf. Obras, III, Introducción,
pp. XXXVI-LI. El fragmento de Marino Faliero ha sido incluido
por Eugenio Orrego Vicuña en su edición de la Antología
poética de Bello [Antología], Buenos Aires, Editorial
Estrada, 1945, pp. 272-86.(Volver)
15. Cf. El Araucano, febrero 5, 1841 ;
Obras, VI, p. 463. El artículo contiene también
una censura de la pomposidad y artificio que prevaleció en
la poesía española a partir del siglo XVII, es decir:
a partir del predominio neoclásico. Escribe Bello: "El
estilo de la poesía seria se hizo demasiadamente artificial;
y de puro elegante y remontado, perdió mucha parte de la
antigua facilidad y soltura y acertó pocas veces a trasladar
con vigor y pureza sus emociones del alma. Corneille o Pope pudieran
ser representados con tal cual fidelidad en castellano; pero ¿cómo
traducir en esa lengua los más bellos pasajes de las tragedias
de Shakespeare, a de los poemas de Byron?"(Volver)
16. Cf. El Araucano, noviembre 5, 1841.
Este es el primero de una serie de artículos en que Bello
analiza la obra de Hermosilla (los otros: noviembre 12 y diciembre
3, 1847, y abril 22, 1842). Cf. Obras, VII, pp. 265-293.
También en enero 14, 1842, y en El Araucano, se despachó
Bello contra Hermosilla a propósito de los Romances históricos
del duque de Rivas, uno de los autores románticos que siempre
cita con encomio. Cf. Obras, VII. pp. 313-316. En ambos artículos,
Bello censura a los poetas cristianos (especialmente a Moratín)
por abusar de la mitología pagana.(Volver)
17. Cf. Repertorio, I, p. 318. Sin firma
pero identificado por Amunátegui que lo reproduce, íntegro,
en Obras. VII, Introducción, pp. XIII-XIV.
En Vida, p. 6, se comunica el gusto precoz de Bello por las
comedias de Calderón.(Volver)
18. Cf. Repertorio, III, pp. 313-14. Identificado
por Amunátegui y reproducido en Obras, VII, Introducción,
pp. XVI-XVII.(Volver)
19. Cf. El Araucano, junio 21, 1833; Vida,
pp. 440-41. (Volver)
20. Cf. Teatro, en El Araucano.
julio 5, 1833; Obras, VIII, pp. 201-206. En Vida,
p. 444-49, se cita el comentario de otras obras dramáticas
del romanticismo. Bello fue el iniciador de la crítica teatral
en Chile.(Volver)
21. Los artículos polémicos de
Sarmiento están en sus Obras, I, Artículos críticos
y literarios, 1841-42. Santiago, 1887. Reproducidos recientemente
en Prosa de ver y pensar [Prosa], selección de Eduardo
Mallea, Buen Aires. Emecé Editores, 1943, pp. 81-140. Sobre
la polémica, y de un punto de vista sarmientino, el documentado
estudio de Armando Donoso: Sarmiento en el destierro, Buenos
Aires, M. Gleizer. Editor, 1927. Detrás del planteo lingüístico
y literario existía uno, político, que Donoso destaca
oportunamente. En las pp. 49-98 se reproducen los artículos
de Sarmiento.(Volver)
22. El artículo de Bello no está
en sus Obras; tal vez Amunátegui no consideró
oportuno incluirlo. Está en las Obras de Sarmiento
y en Prosa, pp. 141-144.(Volver)
23. Cf. Prosa, p. 105.(Volver)
24. Cf. Prosa, p. 115. (Volver)
25. El editor de las Obras de Sarmiento
opina que Bello los ayudó. Cf. Prosa, p. 144.(Volver)
26. El lector puede consultar los textos recogidos
por Norberto Pinilla en su excelente antología: La polémica
del Romanticismo, Buenos Aires, Editorial Americana, 1943. Falta
allí el discurso pronunciado por Lastarria en mayo 3, 1843;
Cf. Recuerdos literarios [Recuerdos] del mismo: Santiago,
1878, pp. 113- 135. En el libro de Donoso se estudia también
esta agenda polémica y se reproducen (pp. 106-151) los textos
de Sarmiento; Donoso agrega uno, sobre El Semanario, que
precede en pocos días a la polémica (es de julio 19).
A pesar de las dos omisiones señaladas, el libro de Pinilla
es el que permite seguir mejor la polémica.(Volver)
27. Cf. Obras, VIII, pp. 314-15 y 318.
En Recuerdos, pp. 233-266, se comenta (desfavorablemente)
este discurso.(Volver)
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