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V
En otro alto momento de su poesía, en "Alturas de Macchu
Picchu" (1945), recogido en el Canto general, hará
también el poeta recuento de su conversión y expresará
su nuevo credo poético. Pero el texto es demasiado largo
y conocido para que sea necesario citarlo aquí, entero. Bastará
señalar que está compuesto de doce poemas, ordenados
en una secuencia que puede escindirse, temáticamente, en
dos series. En los cinco primeros (I-V), el poeta repasa su aventura
vital y poética desde las angustias de Residencia en la
tierra hasta el descubrimiento personal, un día de 1943,
de esta ciudad de piedra, ombligo del mundo precolombino. En los
siete poemas restantes (VI-XII), Neruda se vuelve sobre Macchu Picchu
para para descubrir no sólo el secreto de esas piedras mudas
sino su propio secreto de viajero sin raíces. Al revelársele
la solidaridad con aquellos hombres que hicieron la ciudad, piedra
a piedra, el poeta descubre su entronque profundo con una tierra,
una raza, una hora, en la que tiene sus verdaderas raíces.
De aquí arranca el canto. Porque el poeta también
descubre allí la confirmación de una vocación
poética: la del cantor de América. El poema es, en
este sentido, profético. Con él empieza verdaderamente
el Canto general.
Citaré unos versos que permiten comprender exactamente este
proceso final. Constituyen el último poema, el XII:
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pecados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
desde el fondo habladme toda esta larga noche,
como si yo estuviera con vosotros anclado.
Contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la espeianza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apagadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
(0. C., I, 347-348)
Un doble proceso de identificación se produce en este último
poema. Por un lado, ahora concluye la identificación del
poeta con el hombre que construyó la ciudad de piedra; proceso
que estaba anunciado en la secuencia de poemas que preceden a este
último pero que aquí alcanza una claridad total. El
poeta dirá sus hermanos que le hablen en esta larga noche,
como si yo estuviera con vosotros anclado.
La solidaridad del poeta con sus hermanos, tan humildes y desgraciados,
queda explícitamente indicada. Es una etapa más, y
decisiva, de esa solidaridad con los demás hombres que Neruda
ya había descubierto en el poema, "Reunión bajo
las nuevas banderas", de la Tercera Residencia, y que
había encontrado tan poderosa fórmula poética
en España en el corazón. Pero hay algo más
que solidaridad aquí. Hay, y esto es lo principal, el descubrimiento
de un aspecto central de la vocación del poeta: a
partir de este momento, por boca del poeta hablarán los hombres
que no tienen voz. Por eso el poeta dirá ahora:
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
Y terminará el poema, y la secuencia entera, con este verso:
Hablad por mis palabras y mi sangre.
¿Cómo no reconocer aquí un proceso de identificación
que no es sólo solidaridad (en el sentido político
y social de la palabra) sino algo más y diferente: la vocalización,
el poder de vocalizar que tienen los poetas y que los convierte
en verdadera vox populi? Aunque el benemérito
Diccionario de la Academia no reconoce este sentido, él es
bastante común en inglés, por lo menos desde 1858,
según nos informa el Shorter Oxford English Dictionary:
Vocalize (...) 3. To endow with voice; to
render vocal or articulate 1858. (16)
De manera que lo que hace Neruda al terminar
"Alturas de Macchu Picchu" es reconocer este don de vocalizar,
de dar voz a la palabra muda del pueblo, que será su vocación
fundamental desde ese momento. Es posible reconocer aquí
también un proceso similar al que registra la poesía
de Walt Whitman en sus Leaves of Grass; proceso que, por
otra parte, ya he indicado en algunas páginas de El viajero
inmóvil. (17) Aquí me interesa
subrayar que el proceso de vocalización se une, por finas
raíces subterráneas, con el proceso de la profecía.
Al identificarse con el hombre desaparecido de la América
precolombina, al dar voz a su lengua muerta, Neruda cumplirá
una profecía que es la del continente entero, en las infinitas
dimensiones no sólo espaciales sino temporales. Testigo del
hoy y del ayer, observador y víctima, cantor y actor del
drama secular, Neruda está en todas partes al mismo tiempo
porque no es ya un hombre, ni un poeta, sino una voz que viene desde
el fondo de los tiempos y que canta hoy, vocalizando todas las voces
mudas del Nuevo Mundo.
Esta interpretación de "Alturas de Macchu Picchu",
que parece obvia si se analiza el poema rectamente, ha escapado
a cierto sector de la crítica nerudiana. Impresionados muchos
por la ideoleogía comunista del poeta, no han estudiado adecuadamente
la "ideología" del poema. Lo que ha confundido
a la crítica sobre este aspecto hondamente profético
del poema son, tal vez, las posteriores declaraciones explícitas
de Neruda sobre el realismo socialista; sus largos catálogos
de denuncia política dentro y fuera del Canto general;
los poemas dedicados a la lucha pre-electoral chilena de esos días,
o a la defensa del mundo socialista durante la guerra fría.
No hay que olvidar que "Alturas de Macchu Picchu", y todo
el Canto general, por otra parte, se escribe en los años
que van hasta 1950 y en que Neruda no sólo ingresa en el
Partido comunista chileno sino que se convierte en Senador por dicho
partido y, más tarde, es perseguido y forzado al exilio por
su misma actividad política. Pero la ideología del
senador Pablo Neruda y la ideología del poema son cosa distinta.
La ideología del poema es (como he tratado de indicar ya)
mucho más profética que materialista, está
más cerca de William Blake, de Hugo, de Whitman, que de Marx
o de Lenin.
Sin embargo, lo que cierta crítica ha subrayado es sólo
el descubrimiento de la solidaridad por parte del poeta, olvidando
el descubrimiento (mucho más decisivo para la poesía
misma) de ese poder de vocalizar, de convertirse en verdadera vox
populi. Tal vez quien ha expresado más insistentemente
este punto de vista marxista es Hernán Loyola
en su libro, Ser y morir en Pablo Neruda (1967). En esta
obra, así como en el prólogo a la Antología
esencial, de Neruda (1971), Loyola llega a la conclusión
que en el poema Neruda descubre "la posibilidad de perpetuarse
en la vida concreta de la comunidad a que pertenece".(18)
Para llegar a esa conclusión, Loyola analiza incompletamente
el poema y la circunstancia en que fue escrito. Su punto de vista
queda expresado en un par de lugares, de esta forma:
Tenemos la certeza de que la estructura de "Alturas
de Macchu Picchu" sólo se explica si entendemos este
poema como el testimonio poético de una grande y definitiva
decisión, como el reflejo poético de su adhesión
al pensamiento, a la acción política y a la disciplina
del Partido Comunista de Chile. (200)
Digamos, en suma, que el ingreso definitivo de Neruda
a las filas del Partido Comunista de Chile y la composición
de "Alturas de Macchu Picchu" son dos expresiones gemelas
de un mismo hecho interior. Ambas se explican mutuamente y se complementan.
(202)
En otro lugar de su estudio, insiste Loyola en que "el valor
máximo" del poema reside en haber condensado "el
complejo proceso que discurría en la conciencia de Pablo
Neruda" (235). Creo que la palabra clave aquí es, precisamente,
conciencia. El crítico marxista pone demasiado el
acento en la conciencia del poeta. Si la adhesión al Partido
comunista chileno puede ser situada en el nivel de la conciencia,
ya que es un acto que compromete políticamente al ciudadano
Pablo Neruda, es indudable que la escritura del poema está
situada a otros niveles. No sólo al de la conciencia política
del ciudadano.
De ahí que en su esfuerzo por explicar el poema, Loyola
pierde de vista por completo el proceso de lo que he llamado la
vocalización. El sólo ve la solidaridad social, lo
que está bien pero no es suficiente. Es significativo, por
eso mismo, que en su análisis, el poema XII sea considerado
únicamente en el aspecto social:
Neruda evoca al hombre de Macchu Picchu llamándolo
por su oficio, porque a través de su oficio, de su trabajo,
ese hombre inscribió su vida personal en la de su comunidad.
(...) Porque el trabajo (que el poeta siente enraizado en una tierra
que también es suya), estableció entre Neruda y el
hombre de Macchu Picchu un vínculo de fraternidad más
allá del tiempo. Sólo quedó la ciudadela de
piedra, como un testimonio inmóvil y silencioso de la vida
interrumpida, como un reflejo de esa vida; reflejo que proyectado
en el tiempo vacío, sin hombre, sin historia, encontró
de pronto a un hombre capaz de reimprimirle sentido a su movimiento
ciego, capaz de conectar aquel remoto pretérito a nuestro
hoy, de reanudar el hilo cortado. Y Pablo Neruda, ante las ruinas,
se sintió llamado a esta faena de enlazar a su propia vida
ese hilo cortado hace siglos: 'Sube a nacer conmigo, hermano'. ¿De
qué modo cumplirá su cometido? A través de
su propio oficio, el de poeta: (240-241)
A continuación Loyola cita algunos versos del poema. Como
se puede ver, el crítico marxista reconoce la relación
social del poeta, con el hombre que construyó la ciudad
de piedra, y reconoce que con su oficio de poeta, Neruda reanuda
el interrumpido hilo y hace ingresar la historia en el poema. De
acuerdo. Pero lo que Loyola no distingue es precisamente la naturaleza
de la operación poética (no social) que se describe
en el poema. Esa operación que he llamado de vocalización.
Aquí está el punto central del poema, y de la visión
profética de Neruda. La solidaridad del poeta con el hombre
de Macchu Picchu, es decir: con el hombre americano, no ocurre simplemente
al nivel de una conciencia política sino a nivel de
una operación profética.
La distinción me parece importante. De no hacerla, habría
que creer, en efecto, que la "conversión" política
de Neruda equivale a una abjuración total de su don poético
más profundo. En realidad, lo que ha ocurrido es un proceso
poético mucho más complejo. Por el camino de la emoción
y de la identificación apasionada (y no sólo por el
camino de la conciencia), Neruda ha llegado a descubrir ese poder
de la vocalización que el poeta, oscuramente profético
de Residencia en la tierra, buscaba sin saberlo. Es cierto
que debido a la ideología consciente del poeta, la visión
profética de "Alturas de Macchu Picchu" habrá
de excluir la melancolía. Pero no abolirá los caminos
profundos de la profecía. Sólo que
ahora, el don profético ascenderá a la superficie
de la conciencia del poeta, se hará más explícito
y hasta programático, acompañará más
dócilmente la formulación ideológica del socialismo
soviético. Pero en lo profundo, en la raíz, las cosas
no habrán cambiado tanto, como lo demuestra una lectura profética
del Canto general entero (19)
Desde otro campo de la crítica ideológica, el católico,
se ha tratado de leer "Alturas de Macchu
Picchu" con un método que es similar al de Loyola: en
vez de descodificar la "ideología" del poema, se
ha tratado de sobreimponerle una ideología previa, la del
crítico. Me refiero, es claro, a la lectura que hace Robert
Pring-Mill en el prólogo a la edición bilingüe
inglesa de The Heights of Macchu Picchu (20)
En cuatro páginas de apretado texto, el crítico
inglés busca y encuentra semejanzas con Eliot (un par de
veces se cita Burnt Norton, del poeta anglo-norteamericano);
indica el carácter de "letanía" que tiene
un fragmento significativo del poema IX; alude a la coincidencia
del lenguaje que emplea Neruda con el lenguaje cristiano al referirse
a la agonía del hombre de la ciudad de piedra. Es posible
discutir con Pring-Mill sus aproximaciones a Eliot. Creo que carga
un poco la mano en ambas, y no sería difícil mostrar
que ellas pertenecen más a un topos literario que
a una influencia ideológica. Pero lo que me parece totalmente
insostenible es una lectura que hace Pring-Mill de un verso del
poema VII. Citaré el pasaje entero:
This image of the black cup, trembling -because they
tremble- as they tip it back, prepares the way for the contrasting
image of Macchu Picchu as a 'permanence of stone... raised like
a chalice' [VII]. The religious overtones of such an image seems
quite deliberate, and I think that Neruda often uses Christian imagery
(part of the general Catholic heritage of South America) to heighten
a vital point much as Renaissance poets used the pagan myths, bringing
the textured associations of an extended frame of reference into
play without implying the literal truth of its conceptual framework.
(7) .
La explicación que ofrece Print-Mill resulta cándida
y hasta aceptable, a primera vista. No es posible negar que Neruda
escribe en una lengua impregnada de asociaciones católicas.
Si lo que dice Pring-Mill se refiriera, por ejemplo, al uso de la
palabra "crucificar" en el poema XII ("y la madera
en que os crucificaron", dice el poeta dirigiéndose
a los hombres mudos), no sería posible disentir con él.
Allí Neruda, explícitamente, utiliza una expresión
que en su sentido metafórico aunque popular deriva obviamente
de la tradición cristiana. Pero la observación de
Pring- Mill se refiere a dos versos que era en español dicen
literalmente:
Pero una permanencia de piedra y de palabra:
la ciudad como un vaso se levantó en las manos
La palabra clave aquí es "vaso". Pring-Mill parece
olvidar que en español existe la palabra "cáliz".
Es de suponer que si Neruda hubiera querido indicar alguna asociación
cristiana hubiera empleado esta palabra, y no "vaso" que
enfáticamente carece de esa asociación. El error de
Pring-Mill, que se proyecta sobre el traductor, Nathanael Tarn,
es significativo de ese tipo de lectura sobreimpuesta. Aunque proviene
de otras coordenadas ideológicas, Pring-Mill coincide con
Loyola en seguir la línea de su propio discurso y no la del
poema que comenta. Entretanto, se les escapa a ambos la dimensión
realmente poética de la "ideología" del
poema. Esa dimensión que considero profética.
VI
En un libro de transición, un libro que ha sido bastante
mal leído por la crítica, que ha visto en él
sólo lo más superficial, volverá Neruda un
par de veces a definir su nueva poética. Me refiero naturalmente
a las Odas elementales (1954). Se encuentran allí
dos poemas, "Oda a la crítica" y "Oda a la
poesía" que sintetizan, muy explícitamente, una
poética nueva, la poética del realismo socialista,
que es la doctrina oficial del mundo comunista de entonces. En la
primera Oda, el poeta opone a la crítica, para él
siempre malintencionada, enemiga, cruel, la actitud de los hombres
sencillos que se acercan a su poesía sin prevenciones ni
perjuicios y la usan para sus propios fines particulares.
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron mis palabras,
las guardaron junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
(0. C., I, 1042)
En esta última línea el poeta agrega a la concepción
de la poesía como algo útil y utilitario, ese deslumbramiento
de la creación que va más allá del mundo visible.
Al realizar una metáfora de cuño
bíblico -la luz que sale de su costado, como la mujer sale
de la costilla de Adán por la intervención maravillosa
de la mano de Dios-, Neruda parece aludir a esa vocación
secreta y misteriosa, profética en el viejo sentido de los
viejos poetas, a que hacía alusión en su primera "Arte
poética". (21)
El otro poema es más explícitamente edificante. El
poeta celebra su casi cincuentenario conyugal con la poesía
y muestra cómo ha cambiado su actitud hacia ella. Hablándole
directamente llegará a decir:
Tanto anduve contigo
que te perdí el respeto.
Dejé de verte como
Náyade vaporosa,
te puse a trabajar de lavandera,
a vender pan en las panaderías,
a hilar con las sencillas tejedoras,
a golpear hierros en la metalurgia.
. . . . . . . . . .
Yo te pedí que fueras
utilitaria y útil,
como metal o harina,
dispuesta a ser arado,
herramienta,
pan y vino,
dispuesta, Poesía
a luchar cuerpo a cuerpo
y a caer desangrándote.
(O. C., I, 1146-1148)
Pero no será en este primer libro de las Odas, ni
en los siguientes, sino en Estravagario (1958) donde se descubra
que la vena profética (soterrada, o ignorada por esta poesía
edificante) no estaba del todo agotada. En muchos pasajes de ese
libro espléndido hay indicaciones explícitas de un
cambio en la poética que corresponde (una vez más)
al cambio en la situación existencial del poeta. Indicaré
sólo algunos. Así en un poema titulado "Dulce
siempre" hay esta estrofa:
Quiero versos de tela o pluma
que apenas pesen, versos tibios
con la intimidad de las camas
donde la gente amó y soñó.
Quiero poemas mancillados
por las manos y el cada día.
(0. C., II, 142)
¿Cómo no reconocer en estas líneas un eco,
a través de casi un cuarto de siglo de distancia, de aquel
manifiesto altivo sobre una poesía sin pureza? Aquí
vuelve a sonar la misma nota. Pero será en uno de los poemas
iniciales del libro, "Pido silencio", donde Neruda reivindique
el derecho del hombre y del poeta, es decir: de la poesía,
a hundir sus raíces en lo más profundo y oscuro.
Sucede que soy y que sigo.
No será, pues, sino que adentro
de mí crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
una noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.
(O. C., II, 75)
Lo que así queda apuntado en la línea y en la entrelínea
de muchos poemas de Estravagario habrá de encontrar
una formulación explícita en un poema del Memorial
de Isla Negra (1964). Publicado seis años después
de aquel libro, el nuevo poema se titula "La poesía"
y recapitula la experiencia primordial del joven poeta: el descubrimiento
de la poesía.(22) Lo daré íntegro.
Y fue a esa edad... Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No se cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío,
constelado,
a semajanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte dura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.
(O. C. II, 506-507)
Parece inevitable relacionar este poema con el "Arte poética"
de la primera Residencia. El sistema de imágenes es
similar y las referencias concretas -al viento, a la noche, al día
que arde y deja fiebre o quemaduras en la piel del poeta- muestran
hasta qué punto el poeta es capaz de reconstruir, a la distancia
de tantos años, lo que fue esa experiencia deslumbrante,
y aterradora, del primer encuentro con la poesía. Lo único
que falta en la evocación es una evocación explícita
a lo profético. Pero al hablar de su identificación
con el misterio, con el abismo, con las estrellas, Neruda está
eludiendo a ese sentimiento de unidad con el cosmos que está
en la raíz de su poesía. De aquí arranca su
profetismo. Por eso, en un poema del mismo libro y que se titula,
tan reveladoramente, "Pampoesía ", Neruda habrá
de dejar caer este verso definitivo.
El primer sello es condición oscura,
(O. C., II, 531)
Condición oscura, sí. Ahora el poeta puede
volver a reconocer su condición oscura, puede volver a asumir
el lado de sombra, puede volver a ser vate, profeta. Pero profeta
de una realidad menos uniformemente sombría, menos melancólica
que la de las dos primeras Residencias. Una realidad, sin
embargo, que reconoce el misterio y los abismos, las estrellas y
ese fondo oscuro, contradictorio, que yace en el centro de cada
uno de nosotros. A partir de Estravagario, el poeta ha vuelto
a aceptar la luz y la sombra, el sí y el no, lo conocido
y lo desconocido.
El nuevo rumbo de su poesía lo llevará al recuento
apasionado de su propia biografía. Por dos veces, en la prosa
de las Memorias de O Cruzeiro (1962) y en el verso del Memorial
de Isla Negra (1964), Neruda recontará su vida al tiempo
que metamorfoseará su persona poética y biográfica
por medio de la escritura. Pero no es en estas autobiografías
explícitas en donde podrá verse mejor la soterrada
vena profética de esta última etapa, sino en uno de
los últimos libros del poeta, libro que no ha podido merecer
aun de la crítica la necesaria atención. Me refiero,
es claro, a La espada encendida (1970).(23)
En esa larga secuencia de ochenta y siete poemas, Neruda cuenta
la historia del primer hombre y la primera mujer, del amor que nace
entre ellos como una conmoción y los arrebata, del fuego
que amenaza destruirlos, del agua que los salva, de un Dios que
muere y de dos seres que descubren su divinidad. El libro se abre
con una cita del Génesis (III, 24) y se cierra con otra cita
de un libro de Vicuña Cifuentes (Mitos y supersticiones de
Chiler, 1919), en que se habla de la desaparecida, o tal vez inexistente
Ciudad de los Cesares, en el Sur de Chile. Neruda junta la historia
original bíblica, con su pareja adánica y el castigo
por el conocimiento del amor y la espada encendida con que Dios
guarda (despues de la caída y el camino del árbol
de la villa, con el viejo mito americano del paraíso terrenal.
Pero lo que da un sesgo muy nerudiano al poema, es que la pareja
original vive su experiencia de la vida en el más intenso
nivel erótico. Su soledad compartida los aísla y crea
un mundo para ellos; un mundo que será amenazado por el fuego
del volcán; un mundo que ellos reconstruirán con su
amor a partir de la muerte de Dios.
Es muy fácil reconocer aquí la presencia de un tema
que recorre la obra entera de Neruda, desde los primeros poemas
de amor de Crepusculario, pasando por los Veinte poemas,
ciertas secuencias de las primeras Residencias, "Las
furias y las penas", el incandescente poema quevedesco de la
Tercera Residencia, hasta llegar a los libros explícitamente
eróticos: Los Versos del Capitán, Cien sonetos
de amor, ciertas secuencias del Memorial de Isla Negra,
todo el comienzo de Barcarola. En esos textos, Neruda ha
contado y cantado al amor, a los amores, a su propio erotismo desencadenado.
Lo que es nuevo en La espada encendida es que ahora el poeta
no canta al amor en primera persona o bajo la transparente máscara
del Capitán de los famosos Versos. Ahora Neruda canta
al amor de Rhodo, "pétreo patriarca", y de Rosía,
"hija cesárea, labradora". Ahora asume la máscara
del narrador épico, y después de una breve introducción
en verso, "El poeta comienza a cantar", da paso a lo que
él llama "esta sonata negra". En muchas partes
del libro, los personajes toman la palabra; en el último
poema, hablan alternadamente. Neruda, ese yo incontenible de toda
la obra anterior, está presente sólo un par de veces
y en forma harto discreta.
Pero si Neruda, como poeta, no es el protagonista del poema, su
Rhodo es (naturalmente) una máscara o persona del
poeta. Pero una máscara dramática, y no lírica.
Tal vez influido por los experimentos teatrales que significan su
traducción de Romeo y Julieta (1964) y su cantata
popular, Muerte y fulgor de Joaquín Murieta (1967),
Neruda ha elegido esta vez personificarse en un ser que no reproduce
sino los aspectos esenciales de su yo. No es éste el lugar
de analizar detalladamente el largo poema. Bastará indicar
que aquí Neruda concentra, en cifra, su destino entero de
viajero y de desterrado, de amante sucesivo y solitario, de ser
condenado a recorrer el mundo con una enorme culpa, de espíritu
capaz de encontrar siempre en definitiva una salida a la negra melancolía
y a la destrucción del mundo. Al proclamar la muerte de Dios
y la aceptación de su propia divinidad, los personajes de
La espada encendida asumen su destino final. Al crearlos
en la escritura del poema, Neruda asume su destino profético.
Como los viejos libros de que hablaba en las cartas a Eandi, éste
también es monótono y repetitivo. Varias veces cuenta
la soledad de Rhodo; varias veces reitera la fuga de Rosía
de la Ciudad cesárea: varias veces describe su primer encuentro
erótico; varias veces narra la erupción volcánica
que convertirá el río de lava en la espada encendida
del Génesis; varias veces el mar aparecerá
como el refugio, la salvación, el seno materno. Como los
poetas de la profecía (Blake, Hugo, Whitman, Lautréamont),
Neruda habrá de volver una y otra vez, incansable, a los
mismos motivos, los mismos paisajes, las mismas personas. En esa
circularidad de su escritura se encuentra un rasgo central de su
vocación profética.
VII
El poeta cambia, muda de piel, asume otra persona. Es cierto. Pero
también el poeta persiste en sí mismo, gira sobre
su inmóvil centro, se ratifica. Es claro. El poeta es uno
y su sistema, uno también. Por eso, podrá decir con
verdad en uno de los versos de su reciente Barcarola (1967):
Yo cambié tantas veces de sol y de arte poética
(0. C., II, 779)
Pero también a cierto que podrá decir, en uno de
los últimos (por ahora) intentos de definir su arte poética:
No he descubierto nada yo,
ya todo estaba descubierto
cuando pasé por este mundo.
Si regreso por estos lados
les pido a los descubridores
que me guarden alguna cosa,
un volcán que no tenga nombre
un madrigal desconocido,
la raíz de un río secreto.
Fui siempre tan aventurero
que nunca tuve una aventura
y las cosas que descubrí
estaban dentro de mí mismo,
de tal modo que defraudé
a Juan, a Pedro y a María
porque por más que me esforcé
no pude salir de mi casa.
Contemplé con envidia intensa
la inseminación incesante,
el ciclo de los sateloides,
la añadidura de los esqueletos,
y en la pintura vi pasar
tantas maneras fascinantes
que apenas me puse a la moda
ya aquella moda no existía.
El poema se titula, "Artes poéticas
(II)" y pertenece a Fin de mundo (1969), libro en que
Neruda hace un recuerdo de su siglo con una libertad y brío
que recuerdan a Estravagario.(24) Pero el tono zumbón
del poema, y la irreverencia del poeta hacia su poesía y
hacia los demás, no debe distraer del tema central del poema.
Es decir: esa necesidad de afirmar la situación paradójica
no sólo del poeta sino del poema, que son (a la vez) redundantes
y monótonos, circulares y reiterativos, centrados en sí
mismos, en una incesante búsqueda de ese volcán, ese
madrigal desconocido, esa raíz de un río secreto.
A través de ese poema, Neruda confirma su vocación
fatal, su deslumbramiento ante el mundo, su condición de
residente en la tierra. Confirma también su don profético."
Emir Rodríguez Monegal
Yale University
16 Véase The Shorter
Oxford English Dictionary (Oxford, 1962, tercera edición),
p. 2367.(Volver)
17 En las páginas 17-20
de El viajero, se indica brevemente el origen de la concepción
whitmaniana de la persona poética que Neruda aprovechara
en muchos momentos de su obra, y en particular en el Canto general.(Volver)
18 Véase Hernán Loyola:
Ser y morir en Pablo Neruda (Santiago de Chile, Editora Santiago,
19t; 7), p. 239. En el prólogo a Antología esencial,
de Pablo Neruda (Buenos Aires. Editorial Losada. 1971). p. 26, Loyola
repite textualmente esta frase.(Volver)
19 Para un estudio más general
de este libro véase EI viajero, pp. 235-254.(Volver)
20 Véase Pablo Neruda:
The Heights of Macchu Picchu (London, Jonathan Cape, 1966).
La traducción es de Nathanael Tarn. El prólogo de
Robert Pring-Mill ocupa las pp. 7-13. Hay edición norteamericana
de la obra (New York, Farrar, Straus & Giroux, 1967) .(Volver)
21 En las Nuevas odas elementales
hay otra "Oda a la crítica", en que Neruda agradece
la guía que la crítica le ha dado. Véase O.C.,
I, pp. 1235-1237.(Volver)
22 Para el período de la
poesía de Neruda que va de Estravagario a Memorial
de Isla Negra inclusive, véase El viajero, pp.
289-332. (Volver)
23 Pablo Neruda: La espada
encendida (Buenos Aires, Editorial Losada, 1970). (Volver)
24 Pablo Neruda: Fin de mundo
(Santiago de Chile. Edición de la Sociedad de Arte Contemporáneo,
1969). (Volver)
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