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Lo que Borges está postergando decir es que los germanófilos
(los argentinos, al menos) no están interesados en Alemania.
Por eso observa que en las muchas ocasiones en que ha discutido
con ellos sobre Alemania, se ha sorprendido al advertir que no reconocían
los nombres de Hölderlin, Schopenhauer o Leibnitz, y que su
interés en aquel país se reducía a una sola
cosa: Alemania era enemiga de Inglaterra. Y como ésta última
se negaba (y sigue negándose, por ahora) a devolver las Islas
Malvinas a la Argentina, Inglaterra es el enemigo. Otros aspectos
paradójicos del germanófilo argentino son subrayados
por el artículo:
Es, asimismo, antisemita: quiere expulsar de nuestro
país a una comunidad eslavogermánica en la que predominan
los apellidos de origen alemán (Rosenblatt, Gruenberg,
Nierenstein, Lilienthal) y que habla un dialecto alemán:
el yiddish o juedisch. (id.)
Una conversación imaginaria, pero típica, sirve a
Borges para completar el retrato -que en ciertos aspectos anticipa
argumentos de Sartre en su famoso "Retrato del Antisemita"-.
La conversación siempre comienza con una discusión
del Tratado de Versalles, 1919, que fue tan injusto con Alemania.
Tanto Borges como su interlocutor están de acuerdo en que
una nación victoriosa debe dejar de lado la opresión
y la venganza. El desacuerdo empieza cuando el germanófilo
deduce de esta premisa la conclusión de que ahora que Alemania
es vencedora tiene derecho a destruir a sus enemigos.
Mi prodigioso interlocutor ha razonado que la
antigua injusticia padecida por Alemania la autoriza en 1940 a
destruir no sólo a Inglaterra y a Francia (¿por
qué no a Italia?) sino también a Dinamarca, a Holanda,
a Noruega: libres de toda culpa en esa injusticia. En 1919 Alemania
fue maltratada por enemigos: esa todopoderosa razón le
permite incendiar, arrasar y conquistar todas las naciones de
Europa y quizá del orbe.... El razonamiento es monstruoso,
como se ve. (id.)
A las objeciones de Borges, el imaginario interlocutor opone un
panegírico de Hitler. Una última paradoja habrá
de cerrar el diálogo:
Descubro, siempre, que mi interlocutor idolatra
a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las invasiones
fulmíneas, de las ametralladoras, de las delaciones y de
los perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos.
Le alegra lo malvado, lo atroz. La victoria germánica no
le importa; quiere la humillación de Inglaterra, el satisfactorio
incendio de Londres. Admira a Hitler -como ayer admiraba a sus
precursores en el submundo criminal de Chicago.(...) El hitlerista,
siempre, es un rencoroso, un adorador secreto, y a veces público,
de la "viveza" forajida y de la crueldad. Es, por penuria
imaginativa, un hombre que postula que el porvenir no puede diferir
del presente, y que Alemania, victoriosa hasta ahora, no puede
empezar a perder. Es el hombre ladino que anhela estar de parte
de los que vencen.
No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación;
sé que los germanófilos no la tienen. (id.)
Al publicar este artículo en la primera página de
El Hogar, Borges estaba realizando un acto político
que habría de tener consecuencias unos años más
tarde, cuando subiera al poder un militar que (aunque sin ser nazi
él mismo) estaba rodeado de nazis. Incluso en el momento
en que el artículo se publica, cuando la derrota de Francia
y el cerco de Inglaterra por la Luftwaffe y los submarinos parecían
condenar a la estrangulación el último enemigo de
Hitler (Stalin estaba protegido por el pacto nazi-soviético
de 1938), una actitud como la de Borges iba a contrapelo de la sociedad
argentina, católica hasta el antisemitismo, y del Gobierno,
fascista por sentido de clase, por vínculos económicos
con la Italia de Mussolini, por resentimiento contra el imperialismo
británico. Pero Borges nunca buscó ser popular. Por
el contrario, ya a los 41 años empezó a cortejar la
impopularidad política. En la Argentina de los años
40 esa impopularidad tenía un nombre: ser antifascista.
Una última pieza importante del dossier antinazi
de Borges es el texto, "Anotación al 23 de agosto de
1944," en que celebra la liberación de París
y que se publicó en Sur ese mismo año.
El texto es muy conocido porque fue recogido en Otras inquisiciones
(1952).(20) Además de comunicar la sorpresa
ante "el grado físico de mi felicidad cuando
me dijeron la liberación de París" (p. 156),
Borges registra otras, la más inesperada de las cuales es
advertir que muchos partidarios de Hitler también estaban
entusiasmados con la liberación. Le parece inútil
tratar de razonar con los mismos germanófilos los oscuros
motivos de ese cambio. Esos "consanguíneos del caos"
(pp. 156-157), ignoran todo sobre los móviles profundos de
su conducta, como señala apoyado en una cita de Whitman que
avala (inesperadamente, para él) nadie menos que el Dr. Freud.
Al cabo, y después de recordar un pasaje de Man and Superman,
de Bernard Shaw, Borges descubre la clave de esa enigmática
conducta. Para él esa clave está en un día
que es "el perfecto y detestado reverso" del que está
evocando: ese 14 de junio de 1940, en que las tropas de Hitler entraron
en París.
Un germanófilo, de cuyo nombre no quiero
acordarme, entró ese día en mi casa; de pie, desde
la puerta, anunció la vasta noticia: los ejércitos
nazis habían ocupado a París. Sentí una mezcla
de tristeza, de asco, de malestar. Algo que no entendí
me detuvo: la insolencia del júbilo no explicaba ni la
estentórea voz ni la brusca proclamación. Agregó
que muy pronto esos ejércitos entrarían en Londres.
Toda oposición era inútil, nada podría detener
su victoria. Entonces comprendí que él también
estaba aterrado. (p. 17)
La conclusión a que llega Borges después de este
descubrimiento es muy elegante, en el sentido en que se habla en
matemáticas de la solución breve de un problema complejo:
El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos
de Erígena.
Es inhabitable; los hombres sólo pueden morir por él,
mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie,
en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo
esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler, de
un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que
lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón
(que no debieron de ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente,
con Hércules. (pp. 157-158)
Al año siguiente de publicarse en Sur esta profecía,
Hitler habría de morir en las ruinas de su bunker y un oscuro
y sonriente coronel tomaría las riendas del poder efectivo
en Argentina. Para Borges, un nuevo ciclo de su
lucha contra el nazismo habría de iniciarse. (21)
V.
El ascenso al poder de Juan Domingo Perón había
sido lento y secreto. Sólo en octubre 17, 1945, resultó
obvio para todo el mundo en la Argentina que el que realmente gobernaba
no era el Presidente Farrell sino su ministro de Guerra y Secretario
del Ministerio de Trabajo. Ese día, la mayor concentración
de masas que se había visto hasta la fecha en Buenos Aires,
pidió y obtuvo el regreso del Coronel Perón al Gobierno
del que había sido eliminado ocho días antes por intrigas
de colegas. El Gobierno cedió, Perón salió
al balcón de la Casa Rosada a saludar a sus fieles y un grito
de victoria (el mayor orgasmo colectivo que había escuchado
Plaza de Mayo, según insinúa un historiador metafórico)
rubricó lo que ya era evidente: Argentina tenía un
segundo Rosas.(22) Lo que no había conseguido
Irigoyen, lo lograba ahora Perón. El retorno del Coronel
al poder le permitió preparar las elecciones de febrero 24,
1946. Con el ejército, la policía y los sindicatos
(éstos sólo parcialmente) a sus órdenes, el
Coronel obtuvo una victoria escasa, sólo el 51 porcentaje
de los votos, pero suficiente.
Dentro del 49 porcentaje que enfáticamente votó
contra Perón se encontraba no sólo la derecha más
rancia sino, también la izquierda que veía en Perón
un demagogo fascista, un líder populista que se había
apropiado muchas cosas del socialismo para su mayor beneficio político.
Por razones propias, también Borges militaba en esa inmensa
minoría.
En unas declaraciones que hizo para el diario montevideano, El
Plata, en octubre 31, 1945, es posible comprender que su total
oposición a Perón se basaba en la convicción
de que éste era nazi. Aunque Borges reconoce allí
la legitimidad de muchas de las reformas sociales que Perón
y los suyos proponían, al mismo tiempo condena acerbamente
la ola de odio que el nuevo líder había desatado.
Reconoce en esa pedagogía los síntomas que él
mismo había denunciado en Alemania y en Italia. También
señala que los intelectuales argentinos ya estaban combatiendo
al régimen y que la única solución democrática
en esta situación anómala, era ceder el poder a la
Suprema Corte de Justicia, para poder llamar a elecciones realmente
libres. En sus declaraciones, Borges se manifestaba, sin embargo,
pesimista en cuanto al pronto retorno del país al régimen
democrático.
Su pesimismo estaba justificado. Como se sabe, Perón no
cedió el poder a la Suprema Corte, manipuló a los
sindicatos con promesas y con beneficios, persiguió con la
policía a sus enemigos políticos, concedió
inmunidad a los grupos nazi-fascistas, y asumió formalmente
el poder. Entretanto, Borges firmó cuanto manifiesto se le
puso al alcance. La venganza de Perón tardó pero fue
digna de su generosidad. Si Borges estaba equivocado en cuanto a
que Perón fuera nazi (le faltaba el sistemático odio
de Hitler, la locura sado-masoquista), no estaba equivocado en cuanto
a su fascismo. Y fueron precisamente los métodos fascistas
de la humillación y el manoseo -equivalentes del purgante
que Mussolini usó contra sus enemigos- los que Perón
usó contra Borges y su familia.
En aquella fecha, hacía ya unos ocho años que Borges
trabaja como modesto auxiliar en la biblioteca municipal, "Miguel
Cané." Ese era su único empleo. La pensión
de Padre apenas daba para los gastos de la casa. De modo que resultó
fácil para Perón vengarse de los manifiestos firmados
por Borges. En agosto de 1946, éste fue oficialmente informado
que había sido promovido a inspector de pollos y conejos
en el mercado municipal de la calle Córdoba. En su "Autobiographical
Essay," resume irónicamente el episodio:
I went to the City Hall to find out what it was
all about. "Look here," I said, "It's rather strange
that among so many others at the library I should be singled out
as worthy of this new position." "Well," the clerk
answered, "you were on the side of the Allies ... what do
you expect?" His statement was unanswerable;
the next day, I sent in my resignation. (23)
En el "Essay," y tal vez por pudor, Borges no explica
en qué consistía la promoción. Es obvio que
había sido elegido para ese cargo por el sentido alegórico
que se da precisamente a las gallinas y conejos: animales mansos
y hasta cobardes, víctimas del machismo rioplatense en sus
chistes más groseros. Pero si Borges era corto de vista y
nada atlético, tenía un coraje moral que no era común.
Renunció a su cargo y de inmediato aceptó un homenaje
de la SADE, en que fue leído un breve texto suyo sobre el
episodio. Como es prácticamente desconocido, a pesar de haber
sido publicado más de una vez entonces, lo reproduzco en
su totalidad:
Dele-Dele
Hace un día o un mes o un año platónico
(tan invasor es el olvido, tan insignificante el episodio que voy
a referir) yo desempeñaba, aunque indigno, el cargo de auxiliar
tercero en una biblioteca municipal de los arrabales del Sur. Nueve
años concurrí a esa biblioteca, nueve años
que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa
en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros
y el Reich devoró a Francia y el Reich no devoró las
Islas Británicas y el nazismo, arrojado de Berlín
buscó nuevas regiones. En algún resquicio de esa tarde
única, yo temerariamente firmé alguna declaración
democrática; hace un día o un mes o un año
platónico, me ordenaron que prestara servicios en la policía
municipal. Maravillado por ese brusco avatar administrativo, fui
a la Intendencia. Me confiaron, ahí, que esa metamorfosis
era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras
yo recibía la noticia con debido interés, me distrajo
un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico,
de formato considerable, y registraba el interesante epigrama Dele-Dele.
No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero
hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria
inscripción. Tendré que renunciar, repetí,
al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal
me importaba menos que ese cartel simbólico.
No sé hasta dónde el episodio que
he referido es una parábola. Sospecho, sin embargo, que la
memoria y el olvido son dioses que saben bien lo que hacen. Si han
extraviado lo demás y si retienen esa absurda leyenda, alguna
justificación les asiste. La formulo así: las dictaduras
fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo,
las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el
hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos,
efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados
de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando
el lugar de la lucidez... Combatir esas tristes monotonías
es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré
de recordar a lectores de Martín Fierro y de Don
Segundo que el individualismo es una vieja virtud argentina?
Quiero también decirles mi orgullo por esta noche numerosa
y por esta activa amistad.
Entre los discursos que se pronunciaron en la misma ocasión,
el más importante fue el del Presidente de la SADE, el escritor
Leonidas Barletta, militante comunista y que había sido miembro
del famoso grupo de Boedo. Barletta saludó a Borges por su
valentía al enfrentarse a la dictadura y no aceptar el silencio.
El comienzo de su discurso es suficientemente explícito:
Nos hemos congregado en torno de esta mesa para
desagraviar, en la persona de Jorge Luis Borges, a los escritores
argentinos agredidos por su activa defensa de la cultura. Su obra
y su conducta acreditan con exceso la representación que
tácitamente le acuerda nuestro afecto y nuestra admiración.
(id.)
Su largo discurso, así como el breve texto
de Borges, fueron publicados por el periódico Argentina
Libre.(24) Para la izquierda, que durante
casi una década habría de luchar contra Perón,
Borges (el exquisito, el paradójico Borges) se había
convertido en símbolo de la resistencia de los intelectuales
contra la dictadura. Era éste un extraño papel para
un hombre irónico como él, pero Borges lo representó
con la mayor sencillez posible. De esta manera, resultó evidente
que Perón había elegido mal, ya que hubiera podido
identificar más fácilmente entre los suyos un digno
inspector de gallinas y conejos.
Unos dos años después, el Gobierno peronista habría
de encontrar una nueva ocasión de humillar a los Borges.
En septiembre 8, 1948, un grupo de damas de la sociedad argentina
decidió reunirse en la calle Florida para cantar el Himno
Nacional y repartir algunos panfletos contra la dictadura. Era de
tarde y pronto un numeroso grupo de gente se había formado
en torno de ellas. La policía pronto llegó a disolver
la manifestación y detener a las damas principales con el
argumento (correcto) de que no habían pedido permiso para
manifestar. (En la redada, detalle pintoresco, cayeron dos damas
uruguayas que estaban comprando zapatos en una boutique de la calle
Florida y salieron imprudentemente a curiosear.) El magistrado condenó
a las manifestantes a un mes de prisión. Entre las damas
estaban Norah Borges y Doña Leonor Acevedo de Borges. Como
la última ya había cumplido los sesenta, se la autorizó
a quedarse en su departamento de la calle Maipú, con un vigilante
a la puerta. Borges ha comentado el episodio en sus conversaciones
con Richard Burgin. Empieza hablando de Madre:
Borges:
She is a remarkable woman. She was in prison in Perón's
time.
My sister also.
Burgin: Perón put them in prison?
Borges:
Yes. My sister, well, of course, in the case of my mother it was
different, because she was already an old lady -she's ninety-one
now- and so her prison was her own home, no? But my sister was
sent with some friends of hers to a jail for prostitutes in order
to insult her. Then, she somehow smuggled a letter to us, I don't
know how she managed it, saying that the prison was such a lovely
place, that everybody was so kind, that being in prison was so
restful, that it had a beautiful patio, black and white like a
chessboard. In fact, she worded it so that we thought she was
in some awful dungeon, no? Of course, what she really wanted was
for us to feel, well, not to worry so much about her. She kept
on saying what nice people there were, and how being in jail was
much better than having to go out to cocktails or parties and
so one. She was in prison with other ladies, and the other ladies
told me that they felt awful about it. But my sister just said
the Lord's Prayer. There were eleven of them in the same room,
and my sister said her prayers, then she went to sleep immediately.
All the time she was in jail, she didn't know how long a time
might pass before she would see her husband, her children, and
her mother or me. And afterwards she told me -but this was when
she was out of jail- she said that, after all, my grandfather
died for this country, my great-grandfather fought the Spaniards.
They all did what they could for the country. And I,
by the mere fact of being in prison, I was doing something also.
So this is as it should be. (25)
Hay otro testimonio sobre el episodio. Es un libro, El grito
sagrado, escrito por una de las detenidas,
Adela Grondona, y publicado unos diez años después.(26)
La imagen de Norah que transmite, parece certificar lo que ella
decía en la carta citada por Borges, de que las cosas no
estaban tan mal en la cárcel, o (al menos) que no lo estaban
para Norah. Ella se pasaba encontrando cosas hermosas que alabar,
una balustrada aquí, un rostro allí, y mantenía
a todas las presas -damas o prostitutas eran lo mismo, para ella-
alegres con sus cantos y dibujos. Y también, es claro, con
sus rezos. La prisión duró un mes entero, pero habría
podido ser más breve si las damas hubieran consentido en
humillarse y pedir intercesión de Evita. En sus conversaciones
con Burgin, Borges relata así este aspecto del episodio:
Burgin: How long was she (Norah) in prison?
Borges:
A month. Of course they told her that if she wrote a letter she
would be free at once. And the same thing happened to my mother
and my sister, her friends and my mother answered the same thing.
They said, "If you write a letter to the Señora you'll
get out." "What señora are you talking about?"
"This señora is Señora Perón."
"Well, as we don't know her, and she doesn't know us, it's
quite meaningless for us to write to her." But what they
really wanted was that those ladies would write a letter and then
they would publish it, no? And then people would say how merciful
Perón was, and how we were free now. The whole thing a
kind of trick, it was a trick. But they saw through it. That was
the kind of thing they had to undergo at the time.
Burgin: It was a horrible time.
Borges:
Oh, it was. For example, when you have a toothache, when you have
to go to the dentist, the first thing that you think about when
you wake up is the whole ordeal, but during some ten years, of
course, I had my personal grievances too, but in those ten years
the first thing I thought about when I was awake was, well, "Perón
is in power." (p. 120)
Soportar a Perón, sobrevivir, ese era el problema principal
para Borges en aquellos años, pero en vez de hacerlo en digno
silencio (como Chaves, y su autor, Eduardo Mallea), o de
rodillas, como tantos escritores y plumíferos
argentinos, Borges lo hizo protestando.(27) En
la ciudad ocupada por su propio Ejército en que se había
convertido Buenos Aires, Borges continuó hablando y hablando
hasta que un día pudo despertarse y saber que Perón
había caído. O mejor dicho: que lo habían hecho
caer. Pudo saber (aunque seguramente eso ya no le importaba) que
el Macho, como lo llamaban los suyos, a última hora había
renunciado a luchar y, muy discretamente, se había refugiado
en una cañonera paraguaya, seguramente para inspeccionar
in situ las gallinas y conejos que llevarían en la bodega.
La Liberación (como fue llamada entonces) trajo
para Borges muchas recompensas de carácter político.(28)
Fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, recibió
el Gran Premio Nacional de Literatura en 1956, fue aplaudido por
haber sido uno de los pocos que en los años de la dictadura
no se había callado o doblegado. A partir de entonces, Borges
dejó de ser un escritor marginal, independiente, de ideas
filosóficas anarquistas, para convertirse en un escritor
oficial, conservador, representante de una oligarquía que
prefiere cualquier gobierno al juego democrático libre. En
esa decisión política de Borges influyó mucho
una circunstancia privada. Debido al creciente deterioro de su vista,
a partir de 1956, su médico le prohibió leer y escribir.
Debió apoyarse, más que nunca, en su madre para toda
clase de actividad intelectual y, sobre todo, para la información
política.
A los setenta años, Madre era una mujer enormemente activa,
que apenas representaba cincuenta. En realidad, ya empezaba a parecer
la mujer de su hijo; confusión que aunque ella no fomentaba,
la alagaba extraordinariamente. A la influencia de Madre, de Norah,
y del círculo vehemente de sus muy conservadoras amistades,
se debe la inscripción de Borges en el Partido Conservador.
Aunque para disminuir la adhesión, él haya dicho que
ser conservador es una forma de escepticismo, la decisión
habría de comprometerlo con una causa,
no sólo perdida sino indigna de encontrarse.(29)
A partir de 1956, las opiniones políticas de Borges dejan
de tener algo que ver con la realidad argentina, o mundial. Son
expresión de la falta de contacto con una realidad compleja
y mudable de un hombre al que la ceguera ha terminado por aislar
del mundo cotidiano: el mundo de la política.
VI.
Ahora resulta obvio que Borges (como la mayoría de sus compatriotas)
se equivocó al juzgar tan negativamente muchos aspectos de
la obra de Perón. No advirtió que, a pesar de su demagogia
y su falta de respeto por el proceso democrático, Perón
puso al día a la Argentina en materia de legislación
social y en la protección de los derechos de los trabajadores.
Tampoco advirtió que en su política internacional
y en su oposición al capitalismo anglo-norteamericano, Perón
tenía razón, aunque sus razones pudieran estar corrompidas
por una concupiscencia financiera que lo hizo amasar una fortuna
personal enorme. Es decir: Borges veía al fascista Perón,
al demagogo Perón, al torturador Perón, al cachador
Perón. No veía los otros aspectos de una personalidad,
verdaderamente carismática y que, en cierto sentido, resultó
como un borrador carnavalesco de Fidel Castro. Pero si Borges no
podía reconocer los aspectos positivos de Perón, tampoco
los advertían los liberales que lo rodeaban, ni los izquierdistas
(tanto los jóvenes parricidas corno los viejos aparatchiks)
que militaban en otros bandos. Sólo cuando su segundo asalto
al poder, resultó evidente que había otro Perón.
Para Borges era ya demasiado tarde. Aparte las numerosas alusiones
en poemas, cuentos y ensayos, el texto principal qu escribió
Borges contra Perón es un cuento, redactado en colaboración
con Adolfo Bioy Casares y titulado, "La fiesta del monstruo".
Fechado el 24 de noviembre de 1947 este relato circuló en
manuscrito y sin nombre de autor, subterráneamente, en el
Río de la Plata. Fue publicado a la caída de Perón,
y aún así, sólo en Montevideo,
en la sección literaria del semanario Marcha, que
entonces yo dirígía.(30) En un
lenguaje barroco que lleva hasta sus últimos límites
el lunfardo de algunos personajes de Bustos Domecq, el protagonista
narra su participación en la manifestación monstruosa
que para celebrar a Perón se organiza en las barriadas. El
narrador es un hombre estúpido y muy venal que sólo
se suma a los manifestantes por el afán de sacar tajada.
Su relato (ejemplo típico de la narración
que Wayne Booth llama de "unreliable narrator"),(31)
resulta una parodia de una parodia. A través de la sordidez
del relato, se ponen al descubierto los mecanismos demagógicos
que utiliza Perón para crear manifestaciones espontáneas
de apoyo a su régimen. El humor es salvaje, y la narración
resultaría sólo grotesca si no condujera a un desenlace
violento, y (lamentablemente) histórico. Antes de llegar
a Plaza de Mayo, los manifestantes tropiezan con un joven intelectual
judío, tratan de forzarlo a que grite los slogans
peronistas y por no hacerlo a satisfacción, lo matan. Aunque
no muy frecuentes, estos episodios ocurrieron en la Argentina de
Perón, especialmente en la época en que el Coronel
controlaba la policía y estaba ya consolidando su poder.
Entre sus aliados ocasionales se encontraba un grupo, la Alianza
nacionalista, que era nazi y que había convertido la persecución
y exterminio de los judíos en deporte favorito. Perón
condenó más de una vez en público estas prácticas
pero nunca ordenó que la policía castigase a esos
asesinos. Aunque no era nazi, le convenía tener esos mastines
de reserva. (32)
Borges, pues, estaba técnicamente equivocado al creer que
Perón era nazi pero no estaba equivocado al creer que Perón
fomentaba a los nazis argentinos. Por eso, porque tenía razón
en lo esencial, podía no importarle no tenerla en los detalles.
Como ha dicho más de una vez en sus historias y cuentos,
y sobre todo en "Ema Zunz," las circunstancias
podrían ser falsas, pero era verdadero el ultraje cometido.(33)
Para el moralista político que Borges es, en definitiva,
la culpa de Perón, y de tantos otros, reside allí.
Por eso, él no podía pactar, y hasta ahora no ha pactado,
con hombres como éste: los villanos sonrientes de la historia
argentina.
VII.
Si Borges se hubiera limitado a escribir sobre política,
este trabajo habría terminado aquí. A partir de 1956,
y con muy pequeñas excepciones (algunos notorios poemas sobre
Israel, por ejemplo), no ha publicado nada sobre temas explícitamente
poÍíticos.(34) Pero no ha cesado
de conceder entrevistas sobre temas de actualidad y ha opinado sobre
cuanto acontecimiento político sus interlocutores le han
ofrecido. Negando su capacidad de opinar en tales materias, no ha
dejado de hacerlo, con esa perversidad de vieillard terrible
que se ha ido acentuando con los años. Sus declaraciones
han alimentado el fuego y ahora hasta aquellos que soportaron durante
años las peores dictaduras (la de Franco, por ejemplo) se
creen con derecho a ofenderse porque Borges apoya a Pinochet, o
aplaude a Nixon. Jesús había pedido que antes de tirar
la primera piedra estuviéramos seguros de estar libres de
culpa. Pero los críticos de Borges no tienen escrúpulos
evangélicos. La profesión de lapidarios es, por lo
demás, demasiado popular. A río revuelto (para citar
otro lugar común) son los pescadores los que ganan. Todo
esto sería aceptable -y hasta implicaría una cierta
cuota de justicia poética ya que Borges, cuando
muchacho, también practicó el alacranismo político
y crucificó a Lugones, por ejemplo-(35)
si a nivel de la crítica responsable se practicase un examen
cuidadoso de la política de los textos borgianos. Es decir:
sería aceptable si los críticos de Borges que militan
tan visiblemente en la izquierda, realmente estudiaran del punto
de vista ideológico sus textos en vez de glosar monótonamente,
como el cuervo de Poe, sólo sus opiniones periodísticas.
Descubrirían, entonces, no sólo que Borges ha escrito
más sobre política de lo que se cree (como he tratado
de demostrar aquí) sino que su obra entera tiene una ideología
política.
Es claro que para analizar la ideología política
del texto que llamamos Borges se necesita algo más que un
recuento de sus opiniones. La ideología
de un texto (como ya lo sabían Marx y Engels) (36)
no coincide necesariamente siempre con la ideología manifestada
por el autor en sus declaraciones políticas.
En el prefacio de la Comédie Humaine, Balzac se declara
monárquico y católico.(37) Su pintura
de la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX está,
por suerte, libre de esas piadosas ficciones. Lo mismo pasa con
el fascismo de D'Annunzio (que ha analizado brillantemente Paolo
Valesio) o con el antisemitismo de Céline (sobre el que ha
escrito un trabajo fundamental Julia Kristeva). Ni la obra de D'Annunzio
defiende para nada la sociedad burguesa, conservadora de la familia
y del estado, de las buenas costumbres y de la propiedad privada
que son la base del fascismo, ni la de Céline defiende el
ideal nazi de una sociedad basada en la disciplina y el fervor de
una mística política del superhombre germánico.
D'Annunzio es (como texto) un apóstol de la corrupción
y del decadentismo; Céline, un partidario del caos y del
absurdo, atravesado por una piedad que sólo sabe expresarse
en el insulto y la cólera. La obra de Borges (el texto que
llamamos Borges) no pretende conservar la sociedad burguesa sino
negarla, no está a favor de la familia y las buenas costumbres
sino de la extinción total de la realidad, del tiempo y el
espacio, del individuo y sus ilusiones de poder político:
ilusorio como todo lo cotidiano. Un mundo tan
negativo, una heterotopía tan radical (como ha dicho Michel
Foucault) (38) no puede ajustarse a ningún
régimen fascista, se llame Franco, Pinochet o Videla el jefe.
Son precisamente los edificantes enemigos de Borges, esos padres
de familia que quieren gobiernos estables y fuertes para asegurar
a sus proles un futuro mejor, los que sostienen regímenes
totalitarios. Ellos son los que, cuando un Perón o un Franco
gobiernan, bajan la cabeza. Borges, en cambio, el enfant terrible/vieillard
aún más terrible sigue escribiendo
contra los espejos y la cópula porque multiplican la humanidad.(39)
Su mundo no es el mundo del fascio sino el horrible mundo malthusiano
de la nada.
Yale University EMIR
RODRIGUEZ MONEGAL
20 Jorge Luis Borges: Otras inquisiciones
(Buenos Aires, Sur, 1952). Volver
21 Aunque menos, Borges también escribió
en esa época contra el stalinismo. Véanse, por ejemplo,
las ironías contra el arte del realismo socialista contenidas
en la reseña de "Un copioso manifiesto de Breton,"
publicada en el El Hogar, diciembre 2, 1938, p. 89. Me he
referido a este texto en un trabajo leído en el Congreso
sobre el Surrealismo, organizado por el Instituto Internacional
de Literatura Iberoamericana en la Universidad de Pennsylvania,
Philadelphia, en agosto 24, 1975, bajo la presidencia del Profesor
Peter Earle, y que será publicado en la Memoria de dicho
Congreso. Volver
22 Cf. Félix Luna: El 45. Crónica
de un año decisivo (Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
197l), p. 293. Volver
23 "Autobiographical Essay," p. 244. Volver
24 Jorge Luis Borges: "Dele-Dele;" y Leonidas
Barletta: "Desagravio a Borges," en Argentina Libre,
Buenos Aires, agosto 15, 1946, p. 5. Volver
25 Cf. Richard Burgin: Conversations with Jorge
Luis Borges (New York, Holt, Rinehart, Winston, 1969), pp. 118-119.
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26 Cf. Adela Grondona: El grito sagrado. (Treinta
días en la cárcel) (Buenos Aires, 1957). Volver
27 Cf. Emir Rodríguez Monegal: El juicio
de los parricidas. La nueva generación argentina y sus maestros
(Buenos Aires, Deucalión, 1956), pp. 29-98. Volver
28 Cf. Jean de Milleret: Entretiens avec Jorge
Luis Borges (Paris, Pierre Belfond, 1967), p. 82.Volver
29 Cf. de Milleret, 1967, pp. 220-221, en que Borges
declara su "escepticismo político," y agrega que
una vez, hablando en público delante de sus nuevos correligionarios,
los conservadores, los decepcionó porque "mon thème
a tourné autour de mon idée: Si l'on est conservateur,
on n'est pas fanatique car on ne peut s'enthousiasmer pour le conservatisme,
pas plus que n'est concevable un conservateur fanatique." También
declara que se hizo conservador para dar "plaisir à
ma mêre et ma soeur." Volver
30 H. Bustos Domecq: "La fiesta del monstruo,"
en Marcha, Montevideo, setiembre 30, 1955, pp. 20-23. Hay
traducción al inglés, a cargo de Alfred MacAdam con
Suzanne Jill Levine y Emir Rodríguez Monegal: "Monsterfest,"
en Fiction, New York, Vol. 5, nº 1, 1977, pp. 2-5.
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31 Cf. Wayne Booth: The Rhetoric of Fiction,
Chicago, The University of Chicago Press, 1961.
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32 Un ejemplo: El 4 de octubre de 1945, "por
la noche, en los alrededores de la Facultad de Ingeniería
un grupo de aliancistas tiroteó a un grupo democrático
y un estudiante, Aaróm Salmún Feijóo, fue asesinado
por negarse a vivar a Perón." (Luna, 1971, p. 211).
Uno de los slogans de los manifestantes del 17 de octubre,
1945, era: "Haga patria matando un estudiante." (id.,
p. 308). Otro slogan era: "Haga patria, mate un judío."
(id., p. 343 n. 89). El 23 de noviembre, 1945, hubo "un pequeño
'pogrom' en el barrio Once, por cuenta de los activistas del nacionalismo."
(id. p. 396). Toda esta información está extraída
de una fuente neo-peronista. El autor indica que, una vez, Perón
"debió publicar un comunicado. Decía que 'sujetos
irresponsables al grito de Viva Rosas, Mueran los judíos,
Viva Perón, escudan su indignidad para sembrar la alarma
y la confusión. Quienes así proceden viven al margen
de toda norma democrática y no pueden integrar las filas
de ninguna fuerza política argentina.'" (id., p. 354).
El comentario del autor es: "Pero los muertos estaban muertos."
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33 Jorge Luis Borges: "Emma Zunz," en El
Aleph (Buenos Aires, Losada, 1949) p. 68. El final del cuento
dice literalmente: "La historia era increíble, en efecto,
pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero
era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio.
Verdadero era también el ultraje que habla padecido; sólo
eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios."
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34 Una de las pocas excepciones, el poema, "1972,"
en La rosa profunda (Buenos Aires, Emecé, 1975), p.
107, donde dice:
Pero la patria, hoy profanada quiere
Que con mi oscura pluma de gramático,
Docta en las nimiedades académicas
Y ajena a los trabajos de la espada,
Congregue el gran rumor de la epopeya
Y exija mi lugar. Lo estoy haciendo. Volver
35 Cuando Lugones publicó su Romancero
(1924), Martín Fierro dedicó una parte de su
"Parnaso Satírico" a la composición "Romancillo,
cuasi romance del 'Roman-cero' a la izquierda," que firmaban
Mar-Bor-Vall-Men, seudónimo tras el cual eran visibles Leopoldo
Marechal, Jorge Luis Borges, Antonio Vallejo y Evar Méndez.
Cf. Segunda época, Año III, nº 30-31, Buenos
Aires, julio 8, 1926. Volver
36 Cf. Friedrich Engels: "Letter to Margaret
Harkness. Beginning of April 1888 (draft)," en Marx and
Engels on Literature and Art, compilado por Lee Baxandall &
Stefan Morowski (St. Louis, Mil., Telos Press, 1973), pp. 115-116.
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37 "J'écris à la lueur de deux
Vérités eternelles: la Religion, la Monarchie, deux
nécessités que les évenements contemporains
proclament, et vers lesquelles tout écrivain de bon sens
doit essayer de ramener notre pays." ("Avant-Propos,"
en La Comédie Humaine, Paris, La Pléiade, Gallimard,
1966, I, p. 9). Paul Lafargue nos dice, en sus Reminiscences
of Marx (1880) que éste admiraba tanto a Balzac "that
he wished to write a review of his great work La Comédie
Humaine as soon as he had finished his book on economics."
(Bazandall & Morovski, 1973, p. 150). Volver
38 Cf. Michel Foucault: Les mots et les choses
(Paris, Gallimard, 1966), p. 9. Volver
39 Jorge Luis Borges: "El tintorero enmascarado
Hákim de Merv," en Historia universal de la infamia
(Buenos Aires, Megáfono, 1935), p. 92; y "Tlön,
Uqbar, Orbis Tertius," en El jardín de senderos que
se bifurcan (Buenos Aires, Sur, 1941), pp. 10-11. Un comentario
de estos textos, y de su contexto literario y biográfico,
se encuentra en el trabajo, "El lector como escritor,"
que está recogido ahora en mi libro: Borges: Hacia una
poética de la lectura (Madrid, Guadarrama, 1976), pp.
41-93. Volver
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