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I.
La obra política de Borges casi no ha merecido la consideración
de la crítica. En cambio, sus opiniones políticas
-esas que transcribe ávidamente la prensa de por lo menos
tres continentes- han merecido una consideración excesiva.
La confusión ha llegado al punto de que se ha podido establecer
públicamente la siguiente dicotomía: el escritor Borges
es un genio; el opinante político Borges, un imbécil.
El propio Borges ha fomentado esta fácil categorización
al declarar, mil y una vez, que no sabe nada de política
(lo que no le impide, acto seguido, emitir toda clase de opiniones);
que nunca ha leído un diario (pero sus opiniones aparecen
en todos los periódicos del mundo occidental); que su escepticismo
en materia política es tan radical que cree que cuanto menos
Gobierno haya mejor (lo que no le ha impedido, recientemente, elogiar
tres Gobiernos particularmente notorios: los de Franco, Pinochet
y Videla). Sus amigos se han cansado de advertirle que no opine
más de política, que se niegue a ser entrevistado
sobre esos temas, que la mayor parte de los que le hacen preguntas
políticas sólo quieren tenderle trampas. Él
lo sabe, asiente y se ríe.
Que Borges, a los setenta y tantos años haya decidido tomar
el papel de vieillard terrible es comprensible aunque no
justificable. Hay que respetar el derecho de los demás a
tener opiniones impopulares. Lo que no significa compartirlas, es
claro. Pero lo que no se debe aceptar es que los críticos,
apoyados en aquella dicotomía, juzguen a Borges sólo
por sus opiniones políticas. Tomar estas opiniones
como si fueran juicios críticos y estuvieran en el mismo
nivel intelectual de sus ensayos literarios o estéticos;
leer sus declaraciones a la prensa y basar en ellas un análisis
de su política, y (lo que es aún peor) de la ideología
de su obra; reiterar la dicotomía (Dr. Jekyll y Mr. Hyde)
entre un genio literario y un imbécil político, es
caer precisamente en el juego suicida del vieillard terrible.
Las razones que Borges puede tener para jugar ese juego, o el placer
que extrae de enfurecer a sus interlocutores, es un asunto estrictamente
privado. Esas razones no funcionan (no deben funcionar) si lo que
se quiere juzgar es la obra política de Borges, más
abundante e inesperada de lo que se piensa.
Esa obra política (como todas) está íntimamente
ligada a un contexto específico y, por lo tanto, requiere
en quien la considere un conocimiento de lo que realmente ocurría
en Argentina, y en el mundo occidental, cuando Borges escribió
esos textos. Como el estudio de su biografía y de su contexto
histórico está recién empezando a hacerse,
es natural que éste sea el aspecto más descuidado
por los eruditos borgianos. Si hay, ahora, un nivel satisfactorio
de estudio de sus textos literarios, no pasa lo mismo con el estudio
ideológico de los mismos. Leídos, por lo general,
fuera de contexto, o examinados a la luz de teorías que no
ayudan a definir a Borges sino al crítico (informan más
sobre el partido al que pertenece el crítico que al que pertenece
Borges), esos textos deben ser inscritos en las circunstancias en
que fueron publicados para poder ser leídos con provecho
y sin escándalo. A manera de anticipo de un trabajo más
minucioso que he realizado para un libro en preparación,
ofrezco ahora estas observaciones.(1)
II.
La primera guerra mundial es el contexto en que hay que situar
el despertar de Borges a la realidad política. Ese despertar
se produce no en la Argentina sino en Suiza, país neutral
que está situado precisamente en el corazón de la
Europa en guerra. Borges tiene unos quince años cuando la
familia se instala en Ginebra en el verano europeo de 1914. Allí
pasará una larga temporada que más
tarde él definiría como época de "garúas."(2)
La circunstancia de estar en Suiza y de ser argentino aseguraba
una doble neutralidad. Sin embargo, Borges (o Georgie, como entonces
era llamado por todo el mundo) no deja de ser afectado por la guerra.
El impacto mayor lo produce la obra literaria de los poetas expresionistas
alemanes que él descubre hacia 1917 -junto con la de Walt
Whitman. En sus versos, la furia casi erótica de la guerra
y su violencia criminal aparecen expresadas en imágenes ardientes,
dislocadas, de fuego. Algunos de los poetas que Georgie lee habrán
de ser sacrificados en la guerra: Ernst Stadler en el frente occidental;
August Stramm en el ruso. A través de sus poemas, el muchacho
vivirá vicariamente la experiencia de la guerra. Es un bautismo
de fuego, es también un holocausto. O como ahora se dice,
un genocidio.
En artículos que Georgie publicó en España
poco más tarde y en antologías que preparó
para revistas del ultraísmo, no sólo presentó
y analizó la poesía expresionista (como han documentado
estudios hechos por Guillermo de Torre, Gloria
Videla y César Fernández Moreno, entre otros)(3)
sino que se identificó con lo que él llama una "hermandad
de poetas." Tanto su obra crítica de entonces, como
su poesía de la primera época, está influida
por este generoso concepto. Esos eran los años en que la
juventud de Europa tenía el Jean Christophe, de Romain
Rolland, como libro de cabecera y en que la visión
de un pan-europeísmo servía de espejismo a los más
jóvenes.(4) Georgie no sólo escribió
entonces poesía expresionista en español: también
compartió el credo del movimiento y, sobre todo, su ideología
juvenil. En unas declaraciones hechas a James E.
Irby, en 1962, y que han sido muy citadas,(5)
Borges ha definido su preferencia juvenil por el expresionismo sobre
otros movimientos de vanguardia en estos términos inequívocos:
En Ginebra, donde pasé los años
de la Primera Guerra (...) conocí el expresionismo alemán,
que para mí contiene ya todo lo esencial de la literatura
posterior. Me gusta mucho más que el surrealismo o el dadaísmo,
que me parecen frívolos. El expresionismo es más
serio y refleja toda una serie de preocupaciones profundas: la
magia, los sueños, las religiones y las filosofías
orientales, el anhelo de hermandad universal... (p. 6)
Es precisamente este anhelo el que habrá de determinar,
al nivel más profundo, la adhesión de Georgie al expresionismo.
La experiencia de la guerra convirtió a los mejores poetas
en pacifistas. Los millones de muertos en ambos frentes -en esa
tierra de nadie que las novelas de Henri Barbusse (El fuego,
1916) y de Erich Maria Remarque (Sin novedad
en el frente, 1929) habrían de popularizar(6)-
convertirían, paradójicamente, a estos poetas guerreros
en campeones de la hermandad de los hombres. Ellos descubrieron
de la manera más terrible que la guerra es siempre pagada
por los inocentes, que son los hijos y no los padres los que son
sacrificados en los campos de batalla. Si al discutir el expresionismo
(y los demás movimientos de vanguardia) se insiste siempre
en la rebelión de los jóvenes contra el oficialismo
y la tendencia radical de la mayoría de sus poetas, menos
se insiste en lo que realmente originó esta rebelión.
El parricidio, como lo revela trágicamente el mito de Edipo,
es sólo la segunda etapa de un conflicto que se inicia realmente
con un filicidio. Fue Layo el que atentó primero contra la
vida de su hijo. Los poetas expresionistas debieron luchar en una
guerra que se convirtió (como la de Viet Nam) en uno de los
más catastróficos filicidios de la historia. (Cuando
hablo de la guerra de Viet Nam no me olvido que empezó en
1946 siendo una aventura colonial francesa en Indochina.)
Súbitamente, y ante los ojos de una sociedad que se consideraba
muy culta, la sociedad europea de la Belle Époque, toda una
generación fue masacrada de una manera tan gigantesca que
hizo de los sacrificios rituales de los aztecas un espectáculo
suburbano. Europa mostró entonces obscenamente al mundo entero
lo que ocultaba el desfile de elegantes uniformes, vistosas maniobras
navales y viriles cargas de caballería. Por primera vez,
los jóvenes de Europa no eran sacrificados (para mayor gloria
del Imperio alemán, francés o inglés) en remotas
áreas coloniales. En 1914 fueron inmolados en mataderos,
llamados trincheras, a las mismas puertas de sus hogares. El parricidio,
pues, vino como reacción inevitable a esta hecatombe de hijos.
Los poetas expresionistas fueron los primeros en llamar la atención
(en esos días de prensa altamente censurada) sobre el genocidio
que se estaba practicando en los gloriosos campos de Francia, Austria,
Polonia y Rusia.
Estas revelaciones deben haber sido terribles para Georgie ya
que él no sólo estaba protegido de semejante carnicería
por ser argentino y vivir en la neutral Suiza sino que estaba permanentemente
protegido de toda esta aventura militar por su mala vista. Además,
la rebelión parricida le estaba vedada por una razón
muy personal: su padre era el más generoso y tolerante de
los padres. Amigo de su hijo y practicante convencido de la teoría
de que son los hijos los que educan a los padres, don Jorge era
no sólo tan modesto que le hubiera gustado
ser invisible (como ha contado Borges en su "Autobiographical
Essay"),(7) sino que jamás interfería
en las decisiones de su hijo por creer que es mejor que se equivoquen,
y aprendan de sus errores, a que sigan dócilmente la autoridad
paterna. Es claro que un padre tan discreto no podía sino
suscitar la más completa devoción. Georgie, en vez
de rebelarse, lo imitó fielmente.
Esto no impidió que, en su poesía, la rebelión
que estaba enmascarada debajo de la devoción filial, se manifestase
simbólicamente. Por eso, cuando estalla la revolución
rusa, Georgie habrá de escribir un poema que nunca recogió
Borges en sus obras pero que está ahí, en las revistas
de la época para documentar su entusiasmo de los dieciocho
o diecinueve años. Su título, "Rusia", es
bastante explícito:
Mediodías estallan en los ojos
...............................
Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres
Y el sol crucificado en los ponientes
se pluraliza en las vocinglerías
de las torres del Kremlin.
..............................
En el cuerno salvaje de un arco iris
clamaremos su gesta
como bayonetas
que portan en la punta las mañanas. (8)
Otro poema, "Gesta maximalista", también ilustra
la adhesión de Georgie a un socialismo que todavía
no se llamaba comunista:
Desde los hombros curvos
se arrojaron los rifles como viaductos
..............................
El cielo se ha crinado de gritos y disparos
Solsticios interiores han quemado los cráneos
Uncida por el largo aterrizaje
la catedral avión de multitudes
quiere romper las amarras.
................................
Pájaro rojo vuela un estandarte
sobre la hirsuta muchedumbre.(9)
Hay un tercer poema que aunque no refleja tan directamente una
ideología socialista, coincide en utilizar una imaginería
que ya habían explotado los expresionistas. Se titula, "Trinchera."
Angustia.
En lo altísimo una montaña camina
Hombres color de tierra naufragan en la grieta más baja
El fatalismo unce las almas de aquéllos
que bañaron su pequeña esperanza en las piletas
de la noche.
Las bayonetas sueñan con los entreveros nupciales.
El mundo se ha perdido y los ojos de los muertos lo
buscan
El silencio aúlla en los horizontes hundidos. (10)
La alusión fálica del sexto verso da perspectiva
al poema, y al período. Estos son los años en que
Georgie descubre (en el ardor de la adolescencia) la violencia de
la guerra y la violencia del sexo, la hermandad de los poetas y
la fraternidad de la carne. Perdido en un mundo que se estaba deshaciendo
ante sus ojos neutrales, Georgie encontró en la experiencia
imaginaria de la guerra y en la exaltación de los ritmos
rojos, una metáfora para sus propios intensos y confusos
sentimientos de lealtad filial y amor incestuoso, el oscuro ímpetu
parricida que la poesía de ese tiempo apenas enmascara. Uno
de los primeros, si no el primero, de los artículos que Georgie
escribió en su vida es una reseña de tres libros españoles
que envió desde la península a su amigo Maurice Abramowicz
y que éste publicó en el periódico ginebrino,
La Feuille, después de haber corregido
discretamente el francés de Georgie.(11)
Uno de los libros reseñados era de Pío Baroja y tenía
el llamativo título, Momentum catastrophicum. Escrito
en la época en que Don Pío estaba más anarquista
que nunca, el libro ataca sin piedad la hipocresía de las
naciones poderosas que sin dejar de ser imperialistas fuera de fronteras,
practican una política doméstica del más cauteloso
liberalismo. Escrito después de la victoria aliada y cuando
el Tratado de Versalles permitió a Francia, Inglaterra y
los Estados Unidos perpetuar por algunos años más
su imperio sobre el mundo, Baroja se manifiesta a favor de la paz
y dedica un ambiguo elogio a Wilson: "Marco Aurelio de la gran
república de los trusts y las máquinas de coser, el
único apóstol y árbitro de los asuntos internacionales,
la flor de los arribistas...". Georgie aplaude a Baroja explícitamente.
Sin duda que la elección de este libro fue determinada por
la coincidencia ideológica. Ambos (el joven argentino, el
irascible vasco) creían en la paz y desconfiaban de los gobiernos.
Georgie había heredado de su padre una suerte de anarquismo
filosófico que estaba fundado en Spencer, no en Bakunin.
El descubrimiento de la fraternidad expresionista y el impacto de
la revolución soviética no harían sino acentuar
ese anarquismo.
No es extraño, pues, que los dos libros que Georgie preparó,
pero nunca publicó, en ese período estuvieran fuertemente
impregnados por la ideología anarquista. Al evocar esta época
en su "Autobiographical Essay," Borges resumirá
de esta manera sus temas y su perspectiva:
In Spain, I wrote two books. One was a series of
essays called, I now wonder why, Los naipes del tahúr
(The Sharper's Cards). They were literary and political essays (I
was still an anarchist and a freethinker and in favor of pacifism),
written under the influence of Pío Baroja. Their aim was
to be bitter and relentless, but they were, as a matter of fact,
quite tame. I went in for using such words as "fools,"
" harlots," "liars." Failing to find a publisher,
I destroyed the manuscript on my return to Buenos Aires. The second
book was titled either The Red Psalms or The Red Rhythms.
It was a collection of poems -perhaps some twenty in all- in free
verse and in praise of the Russian Revolution, the brotherhood of
man, and pacifism. Three or four of them found their way into magazines
-"Bolshevik Epic," "Trenches," "Russia."
This book I destroyed in Spain on the eve of our departure. I was
then ready to go home. (p. 223)
Lo que Borges no cuenta en su "Autobiographical Essay,"
es que por lo menos uno de los artículos que pensaba recoger
en Los naipes del tahúr tenía un tema erótico:
"Casa Elena (hacia una estética del lupanar en España)."
A ese trabajo pertenece esta frase memorable:
Y la Estatuaria -esa cosa gesticulada
y mayúscula- la comprendemos, al deliciarnos con las combas
fáciles de una moza, esencial y esculpida como una frase
de Quevedo. (12)
En el contexto de este artículo, se comprenden mejor las
alusiones (tan oblicuas) de Borges en el "Autobiographical
Essay," a ciertas palabras fuertes, como "harlots,"
que le gustaba usar en sus trabajos de Los naipes del tahúr.
Pero la discreción de Borges no impide reconocer la indiscreción
de Georgie. Para el adolescente, una vez más, la fraternidad
humana y la violencia de la guerra estaban indisolublemente ligadas
a la violencia erótica. Marte y Venus se le revelaron conjuntamente
al tímido, ojeroso, moreno adolescente de lentes tan gruesos.
III.
La política habrá de solicitar masivamente la atención
de Borges una vez más a fines de los años veinte.
Ya instalado en la Argentina y dedicado a la difusión del
ultraísmo (primero) y a su demolición (casi de inmediato),
Borges hace sus primeras armas en la política doméstica
hacia 1927. Con un grupo de amigos que, como él, eran asiduos
colaboradores del periódico Martín Fierro,
Borges funda un Comité de Jóvenes Intelectuales para
apoyar la candidatura de Hipólito Irigoyen a la presidencia
de la República. De acuerdo con una crónica olvidada
que escribió Ulises Petit de Murat en 1944, lo que movió
a los jóvenes a apoyarlo fue la convicción de que
el Peludo (como llamaban cariñosamente al candidato) no tenía
la menor posibilidad de ser reelecto ya que sus
enemigos habrían de hacer fraude en las urnas.(13)
Para ellos, lo atractivo de tal candidatura es que era una causa
perdida. Los iniciadores del movimiento fueron Borges, Petit de
Murat y un joven poeta, Francisco López Merino, que habría
de suicidarse al año siguiente y, al que Borges dedicaría
un par de poemas muy personales. Pronto otros jóvenes se
sumarían al Comité: Francisco Luis Bernárdez,
Leopoldo Marechal (ambos católicos), Enrique y Raúl
González Tuñón (izquierdistas). En su crónica,
Petit de Murat cuenta una anécdota que permite reconocer
la actitud básica de Borges frente a esa campaña.
Yendo a visitar un día el comité central de la campaña
irigoyenista, fueron recibidos por el Director que los aburrió
con sus discursos. En un melodramático aparte e imitando
el acento lunfardo, Borges se volvió a Petit y le preguntó:
"Che, ¿cuándo vienen las empanadas envueltas
en nombramientos?"
No todos los intelectuales jóvenes estaban dispuestos, como
éstos, a apoyar causas perdidas. La dirección de Martín
Fierro, que se enorgullecía de su neutralidad política,
publicó una declaración en el número 44-45,
(agosto 31-noviembre 15, 1927) desvinculándose por completo
del Comité y subrayando su neutralidad. Tal reacción
no le gustó a Borges y a Petit; pronto mandaron la renuncia
como colaboradores de Martín Fierro. Más drásticos
en su reacción contra el Comité fueron los redactores
de otra revista, Claridad, que tenía una orientación
izquierdista. En el número correspondiente a abril, 1928,
publicaron un poema atribuido a los miembros del Comité y
que incluía la siguiente plegaria a Irigoyen:
Desfacedor de viejos y caducos regímenes,
cuando al cabo traspongas los anhelados límites
del gran salón presidencial,
escucha nuestros ruegos, comprende nuestros gestos
y danos consulados, cátedras y otros
puestos,
Hombre genial y sin igual! (14)
El poemita aparecía firmado por Borges, Marechal, Nicolás
Olivari, Pablo Rojas Paz, los hermanos González Tuñón,
Francisco Luis Bernárdez, Francisco López Merino y
otros. Naturalmente que nadie creyó que fuera auténtico.
Era demasiado obvia la intención del periódico de
denunciar la venalidad de los jóvenes intelectuales. Lo curioso
es que la perspectiva de casi cincuenta años, ha invertido
la situación. Porque son los burladores los que han resultado
burlados. Al oponerse al Comité, el periódico se oponía
también a la reelección de Irigoyen, es decir: se
oponía al único caudillo realmente popular que había
producido entonces la Argentina. En tanto que los supuestamente
alienados intelectuales burgueses que formaban el Comité
salían a defender un jefe populista, los socialistas de Claridad
aparecían alineados con la peor reacción derechista
que veía en Irigoyen una amenaza a sus privilegios de clase
y a su feliz acuerdo con los intereses internacionales.
Borges, en cambio, que no necesitaba y no quería ningún
puesto público (su Mecenas era Don Jorge Borges), había
descubierto en Irigoyen un caudillo que podía admirar. Unos
tres años antes de este incidente, en un artículo
que recogió en Inquisiciones (1925), había
tenido oportunidad de expresar su opinión, a la vez política
y alegórica, de lo que representaba Irigoyen para la Argentina.
Debe subrayarse el hecho de que cuando Borges publicó este
artículo, el Peludo no estaba en el poder, y que no era,
naturalmente, la esperanza de un nombramiento (con o sin empanadas)
lo que lo movía a elogiarlo.
El criollo, a mi entender, es burlón, suspicaz,
desengañado de antemano de todo y tan mal sufridor de la
grandiosidad verbal que en poquísimos la perdona y en ninguno
la ensalza. El silencio arrimado al fatalismo tiene eficaz encarnación
en los dos caudillos mayores que abrazaron el alma de Buenos Aires:
en Rosas e Irigoyen. Don Juan Manuel, pese a sus fechorías
e inútil sangre derramada, fue queridísimo del pueblo.
Irigoyen, pese a las mojigangas oficiales, nos está siempre
gobernando. La significación que el pueblo siempre apreció
en Rosas, entendió en Roca y admira en Irigoyen, es el
escarnio de la teatralidad, o el ejercerla con sentido burlesco.
En pueblos de mayor avidez en el vivir, los caudillos famosos
se muestran botarates y gesteros, mientras aquí son
taciturnos y casi desganados. Les restaría fama provechosa
el impudor verbal. (15)
Toda una teoría del criollismo se encuentra sintetizada
aquí. Para Borges, ese criollismo esencial (que él
buscó en los versos de sus tres primeros libros de poemas
y en los ensayos de sus tres primeros libros de crítica)
nada tiene que ver con el criollismo de la letra de tango, ya contaminado
por la sentimentalidad gallega o italiana. Por eso, le gusta el
taciturno Irigoyen, y en su entusiasmo por los criollos viejos,
hasta llega a encontrar virtudes en Rosas, el archi-enemigo de sus
antepasados. En un momento en que todos se complacían en
comparar a Irigoyen con Rosas para subrayar la arbitrariedad de
ambos, su autoritarismo, su falta de respeto por los derechos políticos
de sus adversarios, este artículo de Borges muestra cómo
se manifiesta en ambos la raíz de un criollismo que desdeña
la ostentación y se apoya en el silencio.
El entusiasmo de Borges por Irigoyen desapareció apenas
el Peludo ganó (contra todas las expectaciones) la Presidencia.
En vez de ir a reclamar un puestito al sol, Borges se convirtió
en crítico del Gobierno. No le faltaban razones. Si en su
primera presidencia, el Peludo había sabido aprovechar la
prosperidad económica traída por el boom de
la carne y la lana durante la Primera Guerra Mundial para realizar
importantes reformas políticas y financieras, en su segunda
presidencia Irigoyen no sólo estaba viejo y cansado sino
que se encontraba frente a una situación económica
que se había deteriorado notablemente, tanto en la Argentina
como en el mundo entero. Apenas tomado el poder, Irigoyen tuvo que
enfrentar el crack de la bolsa neoyorkina del año
29. Rodeado por un elenco mediocre, exacerbada su natural desconfianza
por la edad, Irigoyen terminó por alienar a sus mejores amigos.
En 1930, hasta sus más cercanos colaboradores estaban dispuestos
a aceptar cualquier solución de fuerza. Una gripe fue el
pretexto que permitió forzarlo a deponer temporariamente
el poder. El General Uriburu inmediatamente se hizo cargo del Gobierno.
La reacción de Borges al golpe militar se encuentra documentada
en una carta que escribió por esa fecha a Alfonso Reyes,
de quien se había hecho muy amigo durante la temporada en
que el escritor mexicano estuvo de Embajador en Buenos Aires. La
carta es muy irónica y literaria, pero revela no sólo
la desilusión de Borges con respecto al Peludo sino su desilusión
con respecto a los militares. Aunque él estaba (como tantos
entonces) mal informado con respecto a los militares -creía,
por ejemplo, que todos eran honestos-, su simpatía por Irigoyen
no había desaparecido del todo. La pérdida de la mitología
que había generado el Peludo es lo que más le duele
en su caída. También le duele (y con qué lucidez)
el hecho de que el nuevo régimen esté empeñado
en uniformar la opinión y solo permitir la Independencia
bajo la Ley Marcial, como observa irónicamente Borges. Una
intuición del régimen fascista que pronto
se implantaría en la Argentina se puede encontrar en estas
líneas irónicas.(16) En un artículo
posterior, que habría de recoger en Discusión
(Buenos Aires, Gleizer, 1932), Borges completaría su juicio.
Al hablar de "Nuestras imposibilidades," y hacer el balance
de las limitaciones de los argentinos, Borges elige terminar su
diatriba con estas palabras:
Penuria imaginativa y rencor definen nuestra parte
de muerte. Abona lo primero un muy generizable artículo
de Unamuno sobre La imaginación en Cochabamba; lo
segundo, el incomparable espectáculo de un gobierno conservador,
que está forzando a toda la república a ingresar
en el socialismo, sólo por fastidiar y entristecer a un
partido medio.
Hace muchas generaciones que soy argentino; formulo sin alegría
estas quejas. (p. 17)
El moralista político en que se ha convertido al fin Borges
aparece claramente definido en este texto.
IV.
La segunda guerra mundial, y sus largos prolegómenos europeos,
darían oportunidad a Borges a aumentar considerablemente
su obra política. Las primeras señales de que estas
preocupaciones empezaban a dominar su conciencia se pueden advertir
en ciertas observaciones que aparecen, cada vez más frecuentemente,
en los textos críticos de los años treinta. En esa
época, Borges empezó a hacer periodismo profesional
para aumentar un poco sus casi invisibles ingresos. Es verdad que
mientras Padre viviera no habrían de faltarle casa y comida
pero la jubilación de éste no había sobrevivido
intacta la crisis del año 1929. Por eso, el joven escritor
aumenta cada vez más su colaboración en periódicos
que pagan, aunque no sea mucho: La Nación y La
Prensa, en primer lugar; Crítica (cuya sección
literaria dirige por un par de años) y Síntesis.
A partir de 1936, y por espacio de unos dos años y medio,
habrá de encargarse de la sección, "Libros y
Autores Extranjeros," del semanario femenino, El Hogar.
Es precisamente en este inesperado lugar donde Borges practicará,
lapidariamente, una propaganda política anti-fascista.
Es imposible reseñar aquí los numerosos textos de
esa campaña. Bastará indicar algunos de los aspectos
más salientes. El ataque central está dirigido al
fascismo, en sus dos vertientes de entonces: la italiana (que a
Borges, como a tantos otros en Europa, le parecía sobre todo
ridícula), la alemana (que él correctamente veía
como siniestra). Aunque hay ataques a Marinetti (que visitó
Buenos Aires en 1936 como representante de la Italia fascista al
Congreso del P.E.N. Club), la mayor parte de las diatribas están
dirigidas contra la nazificación de la cultura germánica.
Así, por ejemplo, en mayo 30, 1937, dedica una breve reseña
a un libro escolar que ilustra a los niños alemanes sobre
el peligro semita. Además de transcribir algunos de sus horrores,
Borges informa que el libro, titulado, Trau Keinem Jud Bei Seinem
Eid, fue publicado en Baviera, que se encuentra
en la cuarta edición y que ya ha vendido 51,000 ejemplares.(17)
El mismo mes de mayo, publica otra reseña del libro en la
revista Sur. Allí amplía lo dicho en El
Hogar, resume y traduce algunos de los pasajes antisemitas más
groseros ("He aquí el judío -¿quién
no lo reconoce?-, el sinvergüenza más grande de todo
el reino. Él se figura que es lindísimo, y es horrible."),
y llega a la conclusión:
¿Qué opinar de un libro como éste?
A mí personalmente me indigna, menos por Israel que por
Alemania, menos por la injuriada comunidad que por la injuriosa
nación. No sé si el mundo puede prescindir de la
civilización alemana. Es bochornoso que
la estén corrompiendo con enseñanzas de odio. (18)
Lo que sobre todo ofende a Borges en el antisemitismo germánico
es la estupidez, la agresión contra los valores culturales
que han hecho a Alemania famosa. Esa misma estupidez (denunciada
reiteradamente en las páginas de El Hogar y de Sur)
es la que encontrará entre sus compatriotas fascistas. Porque
en tanto que Borges no sólo ha aprendido alemán y
ha estudiado con devoción y amor la filosofía, la
poesía, la novela producidas por Alemania, los nazis argentinos
sólo admiran el terrible poder de Hitler. Para destruir este
punto de vista habrá Borges de escribir dos textos importantes.
Uno es muy conocido: "Deutsches Requiem," cuento de El
Aleph (1949), en que se transcribe el monólogo de Otto
Dietrich zur Linde, subdirector del campo de concentración
de Tarnowitz, en la víspera de su ejecución por las
fuerzas aliadas. Menos conocido en su original español, es
un artículo que Borges publicó en la primera página
de El Hogar en diciembre 18, 1940, cuando ya la máquina
de Hitler había destruido Polonia, había concluido
la gran ofensiva en el frente occidental que en quince días
arrasó con el ejército franco-inglés y se preparaba
para la invasión de Inglaterra. El artículo se titula,
"Definición del germanófilo," y ya desde
su primera frase sitúa nítidamente, brillantemente,
la perspectiva borgiana:
Los implacables detractores de la etimología
razonan que el origen de las palabras no enseña lo que
éstas significan ahora; los defensores pueden replicar
que enseña, siempre, lo que éstas ahora no significan.
Enseña, verbigracia, que los pontífices no son constructores
de puentes, que las miniaturas no están pintadas al minio;
que la materia del cristal no es el hielo; que el leopardo no
es un mestizo de pantera y de león; que un candidato puede
no haber sido blanqueado; que los sarcófagos no son lo
contrario de los vegetarianos; que los aligatores no son lagartos;
que las rúbricas no son rojas como el rubor; que el descubridor
de América no es Amerigo Vespucci y que
los germanófilos no son devotos de Alemania. (19)
1 En mi libro, Borges, A Literary Biography,
de próxima publicación por E.P. Dutton (New York),
se estudia detalladamente la carrera y la obra políticas
del autor. Volver
2 Cf. Nota autobiográfica en Exposición
de la actual poesía argentina (1922/1927), compilada
por Pedro Juan Vignale y César Tiempo (Buenos Aires, Minerva,
1927), p. 93. Volver
3 Cf. Guillermo de Torre: Literaturas europeas
de vanguardia (Madrid, Caro Raggio, 1925) y la Historia de
las literaturas de vanguardia (Madrid, Guadarrama, 1925); Gloria
Videla: El ultraísmo. Estudios sobre movimientos poéticos
de vanguardia en España (Madrid, Gredos, 1963); César
Fernández Moreno: La realidad y los papeles. Panorama
y muestra de la poesía argentina (Madrid, Aguilar, 1967).
En este trabajo, estos libros serán citados por el nombre
del autor, la fecha y la página solamente. Volver
4 Jorge Luis Borges: "Biografías sintéticas:
Romain Rolland," en El Hogar, Buenos Aires, julio 25,
1937, p. 30. Volver
5 Cf. James E. Irby: "Encuentro con Borges,"
en Revista de la Universidad de México, México,
junio 1962. Volver
6 Jorge Luis Borges: "Biografías sintéticas:
Henri Barbusse," en El Hogar, marzo 19, 1937, p. 28.
Volver
7 "Autobiographical Essay," en The Aleph
and Other Stories, compilado y traducido por Norman Thomas di
Giovanni en colaboración con el autor, (New York, E.P. Dutton,
1970), p. 206. Volver
8 Cf. de Torre, 1925, p. 62. Volver
9 Cf. de Torre, 1925, p. 63. Volver
10 Cf. Videla, 1963, pp. 100-101. Volver
11 Jorge Luis Borges: "Chronique des lettres
espagnoles. Trois nouveaux livres," en La Feuille, Ginebra,
agosto 20, 1919 En una visita a Maurice Abramowicz que realicé
en Ginebra, 1975, pude ver no sólo el original manuscrito
de este trabajo sino que también recogí valiosas informaciones
sobre el mismo que me hizo el Dr. Abramowicz. Debo a la generosidad
del Profesor Donald A. Yates la copia del texto de Borges, tal como
se publicó en La feuille. Volver
12 Cf. Fernández Moreno, 1967, p. 141. Volver
13 Cf. Ulyses Petit de Murat: "Jorge Luis Borges
y la revolución literaria del Martín Fierro,"
en Correo Literario, Buenos Aires, febrero 1º, 1944.
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14 Cf. Luis C. Alén Lascano: La Argentina
ilusionada 1922-1930 (Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1975),
p. 245. Volver
15 Jorge Luis Borges: "Queja de todo criollo,"
en Inquisiciones (Buenos Aires, Proa, 1925, p. 132. Volver
16 "Jorge Luis Borges à Alfonso Reyes,"
en L'Herne (Paris, 1964), p. 56. Volver
17 "Libros y autores extranjeros," en El
Hogar, mayo 20, 1937, p. 26. Volver
18 Jorge Luis Borges: "Una pedagogía
del odio," en Sur, nº 32 (Buenos Aires, mayo 1937),
p. 81. Volver
19 Jorge Luis Borges: "Definición
del germanófilo," en El Hogar, diciembre 13,
1940, p. 3. También en Emir Rodríguez Monegal: Borgès
par lui même (Paris, Du Seuil, 1970), pp 130-133. Volver
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