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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo
 

"Borges y la política"
En Revista Iberoamericana, v.43, nº 100-101
julio-diciembre 1977
p. 269-291
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pág. 1  2

I.

La obra política de Borges casi no ha merecido la consideración de la crítica. En cambio, sus opiniones políticas -esas que transcribe ávidamente la prensa de por lo menos tres continentes- han merecido una consideración excesiva. La confusión ha llegado al punto de que se ha podido establecer públicamente la siguiente dicotomía: el escritor Borges es un genio; el opinante político Borges, un imbécil. El propio Borges ha fomentado esta fácil categorización al declarar, mil y una vez, que no sabe nada de política (lo que no le impide, acto seguido, emitir toda clase de opiniones); que nunca ha leído un diario (pero sus opiniones aparecen en todos los periódicos del mundo occidental); que su escepticismo en materia política es tan radical que cree que cuanto menos Gobierno haya mejor (lo que no le ha impedido, recientemente, elogiar tres Gobiernos particularmente notorios: los de Franco, Pinochet y Videla). Sus amigos se han cansado de advertirle que no opine más de política, que se niegue a ser entrevistado sobre esos temas, que la mayor parte de los que le hacen preguntas políticas sólo quieren tenderle trampas. Él lo sabe, asiente y se ríe.

Que Borges, a los setenta y tantos años haya decidido tomar el papel de vieillard terrible es comprensible aunque no justificable. Hay que respetar el derecho de los demás a tener opiniones impopulares. Lo que no significa compartirlas, es claro. Pero lo que no se debe aceptar es que los críticos, apoyados en aquella dicotomía, juzguen a Borges sólo por sus opiniones políticas. Tomar estas opiniones como si fueran juicios críticos y estuvieran en el mismo nivel intelectual de sus ensayos literarios o estéticos; leer sus declaraciones a la prensa y basar en ellas un análisis de su política, y (lo que es aún peor) de la ideología de su obra; reiterar la dicotomía (Dr. Jekyll y Mr. Hyde) entre un genio literario y un imbécil político, es caer precisamente en el juego suicida del vieillard terrible. Las razones que Borges puede tener para jugar ese juego, o el placer que extrae de enfurecer a sus interlocutores, es un asunto estrictamente privado. Esas razones no funcionan (no deben funcionar) si lo que se quiere juzgar es la obra política de Borges, más abundante e inesperada de lo que se piensa.

Esa obra política (como todas) está íntimamente ligada a un contexto específico y, por lo tanto, requiere en quien la considere un conocimiento de lo que realmente ocurría en Argentina, y en el mundo occidental, cuando Borges escribió esos textos. Como el estudio de su biografía y de su contexto histórico está recién empezando a hacerse, es natural que éste sea el aspecto más descuidado por los eruditos borgianos. Si hay, ahora, un nivel satisfactorio de estudio de sus textos literarios, no pasa lo mismo con el estudio ideológico de los mismos. Leídos, por lo general, fuera de contexto, o examinados a la luz de teorías que no ayudan a definir a Borges sino al crítico (informan más sobre el partido al que pertenece el crítico que al que pertenece Borges), esos textos deben ser inscritos en las circunstancias en que fueron publicados para poder ser leídos con provecho y sin escándalo. A manera de anticipo de un trabajo más minucioso que he realizado para un libro en preparación, ofrezco ahora estas observaciones.(1)

 

II.

La primera guerra mundial es el contexto en que hay que situar el despertar de Borges a la realidad política. Ese despertar se produce no en la Argentina sino en Suiza, país neutral que está situado precisamente en el corazón de la Europa en guerra. Borges tiene unos quince años cuando la familia se instala en Ginebra en el verano europeo de 1914. Allí pasará una larga temporada que más tarde él definiría como época de "garúas."(2) La circunstancia de estar en Suiza y de ser argentino aseguraba una doble neutralidad. Sin embargo, Borges (o Georgie, como entonces era llamado por todo el mundo) no deja de ser afectado por la guerra. El impacto mayor lo produce la obra literaria de los poetas expresionistas alemanes que él descubre hacia 1917 -junto con la de Walt Whitman. En sus versos, la furia casi erótica de la guerra y su violencia criminal aparecen expresadas en imágenes ardientes, dislocadas, de fuego. Algunos de los poetas que Georgie lee habrán de ser sacrificados en la guerra: Ernst Stadler en el frente occidental; August Stramm en el ruso. A través de sus poemas, el muchacho vivirá vicariamente la experiencia de la guerra. Es un bautismo de fuego, es también un holocausto. O como ahora se dice, un genocidio.

En artículos que Georgie publicó en España poco más tarde y en antologías que preparó para revistas del ultraísmo, no sólo presentó y analizó la poesía expresionista (como han documentado estudios hechos por Guillermo de Torre, Gloria Videla y César Fernández Moreno, entre otros)(3) sino que se identificó con lo que él llama una "hermandad de poetas." Tanto su obra crítica de entonces, como su poesía de la primera época, está influida por este generoso concepto. Esos eran los años en que la juventud de Europa tenía el Jean Christophe, de Romain Rolland, como libro de cabecera y en que la visión de un pan-europeísmo servía de espejismo a los más jóvenes.(4) Georgie no sólo escribió entonces poesía expresionista en español: también compartió el credo del movimiento y, sobre todo, su ideología juvenil. En unas declaraciones hechas a James E. Irby, en 1962, y que han sido muy citadas,(5) Borges ha definido su preferencia juvenil por el expresionismo sobre otros movimientos de vanguardia en estos términos inequívocos:

En Ginebra, donde pasé los años de la Primera Guerra (...) conocí el expresionismo alemán, que para mí contiene ya todo lo esencial de la literatura posterior. Me gusta mucho más que el surrealismo o el dadaísmo, que me parecen frívolos. El expresionismo es más serio y refleja toda una serie de preocupaciones profundas: la magia, los sueños, las religiones y las filosofías orientales, el anhelo de hermandad universal... (p. 6)

Es precisamente este anhelo el que habrá de determinar, al nivel más profundo, la adhesión de Georgie al expresionismo. La experiencia de la guerra convirtió a los mejores poetas en pacifistas. Los millones de muertos en ambos frentes -en esa tierra de nadie que las novelas de Henri Barbusse (El fuego, 1916) y de Erich Maria Remarque (Sin novedad en el frente, 1929) habrían de popularizar(6)- convertirían, paradójicamente, a estos poetas guerreros en campeones de la hermandad de los hombres. Ellos descubrieron de la manera más terrible que la guerra es siempre pagada por los inocentes, que son los hijos y no los padres los que son sacrificados en los campos de batalla. Si al discutir el expresionismo (y los demás movimientos de vanguardia) se insiste siempre en la rebelión de los jóvenes contra el oficialismo y la tendencia radical de la mayoría de sus poetas, menos se insiste en lo que realmente originó esta rebelión. El parricidio, como lo revela trágicamente el mito de Edipo, es sólo la segunda etapa de un conflicto que se inicia realmente con un filicidio. Fue Layo el que atentó primero contra la vida de su hijo. Los poetas expresionistas debieron luchar en una guerra que se convirtió (como la de Viet Nam) en uno de los más catastróficos filicidios de la historia. (Cuando hablo de la guerra de Viet Nam no me olvido que empezó en 1946 siendo una aventura colonial francesa en Indochina.)

Súbitamente, y ante los ojos de una sociedad que se consideraba muy culta, la sociedad europea de la Belle Époque, toda una generación fue masacrada de una manera tan gigantesca que hizo de los sacrificios rituales de los aztecas un espectáculo suburbano. Europa mostró entonces obscenamente al mundo entero lo que ocultaba el desfile de elegantes uniformes, vistosas maniobras navales y viriles cargas de caballería. Por primera vez, los jóvenes de Europa no eran sacrificados (para mayor gloria del Imperio alemán, francés o inglés) en remotas áreas coloniales. En 1914 fueron inmolados en mataderos, llamados trincheras, a las mismas puertas de sus hogares. El parricidio, pues, vino como reacción inevitable a esta hecatombe de hijos. Los poetas expresionistas fueron los primeros en llamar la atención (en esos días de prensa altamente censurada) sobre el genocidio que se estaba practicando en los gloriosos campos de Francia, Austria, Polonia y Rusia.

Estas revelaciones deben haber sido terribles para Georgie ya que él no sólo estaba protegido de semejante carnicería por ser argentino y vivir en la neutral Suiza sino que estaba permanentemente protegido de toda esta aventura militar por su mala vista. Además, la rebelión parricida le estaba vedada por una razón muy personal: su padre era el más generoso y tolerante de los padres. Amigo de su hijo y practicante convencido de la teoría de que son los hijos los que educan a los padres, don Jorge era no sólo tan modesto que le hubiera gustado ser invisible (como ha contado Borges en su "Autobiographical Essay"),(7) sino que jamás interfería en las decisiones de su hijo por creer que es mejor que se equivoquen, y aprendan de sus errores, a que sigan dócilmente la autoridad paterna. Es claro que un padre tan discreto no podía sino suscitar la más completa devoción. Georgie, en vez de rebelarse, lo imitó fielmente.

Esto no impidió que, en su poesía, la rebelión que estaba enmascarada debajo de la devoción filial, se manifestase simbólicamente. Por eso, cuando estalla la revolución rusa, Georgie habrá de escribir un poema que nunca recogió Borges en sus obras pero que está ahí, en las revistas de la época para documentar su entusiasmo de los dieciocho o diecinueve años. Su título, "Rusia", es bastante explícito:

Mediodías estallan en los ojos
...............................
Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres
Y el sol crucificado en los ponientes
se pluraliza en las vocinglerías
de las torres del Kremlin.
..............................
En el cuerno salvaje de un arco iris
clamaremos su gesta
como bayonetas
que portan en la punta las mañanas. (8)

Otro poema, "Gesta maximalista", también ilustra la adhesión de Georgie a un socialismo que todavía no se llamaba comunista:

Desde los hombros curvos
se arrojaron los rifles como viaductos
..............................
El cielo se ha crinado de gritos y disparos
Solsticios interiores han quemado los cráneos
Uncida por el largo aterrizaje
la catedral avión de multitudes
quiere romper las amarras.
................................
Pájaro rojo vuela un estandarte
sobre la hirsuta muchedumbre.(9)

Hay un tercer poema que aunque no refleja tan directamente una ideología socialista, coincide en utilizar una imaginería que ya habían explotado los expresionistas. Se titula, "Trinchera."

Angustia.
En lo altísimo una montaña camina
Hombres color de tierra naufragan en la grieta más baja
El fatalismo unce las almas de aquéllos
que bañaron su pequeña esperanza en las piletas de la noche.
Las bayonetas sueñan con los entreveros nupciales.
El mundo se ha perdido y los ojos de los muertos lo buscan
El silencio aúlla en los horizontes hundidos. (10)

La alusión fálica del sexto verso da perspectiva al poema, y al período. Estos son los años en que Georgie descubre (en el ardor de la adolescencia) la violencia de la guerra y la violencia del sexo, la hermandad de los poetas y la fraternidad de la carne. Perdido en un mundo que se estaba deshaciendo ante sus ojos neutrales, Georgie encontró en la experiencia imaginaria de la guerra y en la exaltación de los ritmos rojos, una metáfora para sus propios intensos y confusos sentimientos de lealtad filial y amor incestuoso, el oscuro ímpetu parricida que la poesía de ese tiempo apenas enmascara. Uno de los primeros, si no el primero, de los artículos que Georgie escribió en su vida es una reseña de tres libros españoles que envió desde la península a su amigo Maurice Abramowicz y que éste publicó en el periódico ginebrino, La Feuille, después de haber corregido discretamente el francés de Georgie.(11) Uno de los libros reseñados era de Pío Baroja y tenía el llamativo título, Momentum catastrophicum. Escrito en la época en que Don Pío estaba más anarquista que nunca, el libro ataca sin piedad la hipocresía de las naciones poderosas que sin dejar de ser imperialistas fuera de fronteras, practican una política doméstica del más cauteloso liberalismo. Escrito después de la victoria aliada y cuando el Tratado de Versalles permitió a Francia, Inglaterra y los Estados Unidos perpetuar por algunos años más su imperio sobre el mundo, Baroja se manifiesta a favor de la paz y dedica un ambiguo elogio a Wilson: "Marco Aurelio de la gran república de los trusts y las máquinas de coser, el único apóstol y árbitro de los asuntos internacionales, la flor de los arribistas...". Georgie aplaude a Baroja explícitamente. Sin duda que la elección de este libro fue determinada por la coincidencia ideológica. Ambos (el joven argentino, el irascible vasco) creían en la paz y desconfiaban de los gobiernos. Georgie había heredado de su padre una suerte de anarquismo filosófico que estaba fundado en Spencer, no en Bakunin. El descubrimiento de la fraternidad expresionista y el impacto de la revolución soviética no harían sino acentuar ese anarquismo.

No es extraño, pues, que los dos libros que Georgie preparó, pero nunca publicó, en ese período estuvieran fuertemente impregnados por la ideología anarquista. Al evocar esta época en su "Autobiographical Essay," Borges resumirá de esta manera sus temas y su perspectiva:

In Spain, I wrote two books. One was a series of essays called, I now wonder why, Los naipes del tahúr (The Sharper's Cards). They were literary and political essays (I was still an anarchist and a freethinker and in favor of pacifism), written under the influence of Pío Baroja. Their aim was to be bitter and relentless, but they were, as a matter of fact, quite tame. I went in for using such words as "fools," " harlots," "liars." Failing to find a publisher, I destroyed the manuscript on my return to Buenos Aires. The second book was titled either The Red Psalms or The Red Rhythms. It was a collection of poems -perhaps some twenty in all- in free verse and in praise of the Russian Revolution, the brotherhood of man, and pacifism. Three or four of them found their way into magazines -"Bolshevik Epic," "Trenches," "Russia." This book I destroyed in Spain on the eve of our departure. I was then ready to go home. (p. 223)

Lo que Borges no cuenta en su "Autobiographical Essay," es que por lo menos uno de los artículos que pensaba recoger en Los naipes del tahúr tenía un tema erótico: "Casa Elena (hacia una estética del lupanar en España)." A ese trabajo pertenece esta frase memorable:

Y la Estatuaria -esa cosa gesticulada y mayúscula- la comprendemos, al deliciarnos con las combas fáciles de una moza, esencial y esculpida como una frase de Quevedo. (12)

En el contexto de este artículo, se comprenden mejor las alusiones (tan oblicuas) de Borges en el "Autobiographical Essay," a ciertas palabras fuertes, como "harlots," que le gustaba usar en sus trabajos de Los naipes del tahúr. Pero la discreción de Borges no impide reconocer la indiscreción de Georgie. Para el adolescente, una vez más, la fraternidad humana y la violencia de la guerra estaban indisolublemente ligadas a la violencia erótica. Marte y Venus se le revelaron conjuntamente al tímido, ojeroso, moreno adolescente de lentes tan gruesos.

 

III.

La política habrá de solicitar masivamente la atención de Borges una vez más a fines de los años veinte. Ya instalado en la Argentina y dedicado a la difusión del ultraísmo (primero) y a su demolición (casi de inmediato), Borges hace sus primeras armas en la política doméstica hacia 1927. Con un grupo de amigos que, como él, eran asiduos colaboradores del periódico Martín Fierro, Borges funda un Comité de Jóvenes Intelectuales para apoyar la candidatura de Hipólito Irigoyen a la presidencia de la República. De acuerdo con una crónica olvidada que escribió Ulises Petit de Murat en 1944, lo que movió a los jóvenes a apoyarlo fue la convicción de que el Peludo (como llamaban cariñosamente al candidato) no tenía la menor posibilidad de ser reelecto ya que sus enemigos habrían de hacer fraude en las urnas.(13) Para ellos, lo atractivo de tal candidatura es que era una causa perdida. Los iniciadores del movimiento fueron Borges, Petit de Murat y un joven poeta, Francisco López Merino, que habría de suicidarse al año siguiente y, al que Borges dedicaría un par de poemas muy personales. Pronto otros jóvenes se sumarían al Comité: Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal (ambos católicos), Enrique y Raúl González Tuñón (izquierdistas). En su crónica, Petit de Murat cuenta una anécdota que permite reconocer la actitud básica de Borges frente a esa campaña. Yendo a visitar un día el comité central de la campaña irigoyenista, fueron recibidos por el Director que los aburrió con sus discursos. En un melodramático aparte e imitando el acento lunfardo, Borges se volvió a Petit y le preguntó: "Che, ¿cuándo vienen las empanadas envueltas en nombramientos?"

No todos los intelectuales jóvenes estaban dispuestos, como éstos, a apoyar causas perdidas. La dirección de Martín Fierro, que se enorgullecía de su neutralidad política, publicó una declaración en el número 44-45, (agosto 31-noviembre 15, 1927) desvinculándose por completo del Comité y subrayando su neutralidad. Tal reacción no le gustó a Borges y a Petit; pronto mandaron la renuncia como colaboradores de Martín Fierro. Más drásticos en su reacción contra el Comité fueron los redactores de otra revista, Claridad, que tenía una orientación izquierdista. En el número correspondiente a abril, 1928, publicaron un poema atribuido a los miembros del Comité y que incluía la siguiente plegaria a Irigoyen:

Desfacedor de viejos y caducos regímenes,
cuando al cabo traspongas los anhelados límites
del gran salón presidencial,
escucha nuestros ruegos, comprende nuestros gestos
y danos consulados, cátedras y otros puestos,
Hombre genial y sin igual! (14)

El poemita aparecía firmado por Borges, Marechal, Nicolás Olivari, Pablo Rojas Paz, los hermanos González Tuñón, Francisco Luis Bernárdez, Francisco López Merino y otros. Naturalmente que nadie creyó que fuera auténtico. Era demasiado obvia la intención del periódico de denunciar la venalidad de los jóvenes intelectuales. Lo curioso es que la perspectiva de casi cincuenta años, ha invertido la situación. Porque son los burladores los que han resultado burlados. Al oponerse al Comité, el periódico se oponía también a la reelección de Irigoyen, es decir: se oponía al único caudillo realmente popular que había producido entonces la Argentina. En tanto que los supuestamente alienados intelectuales burgueses que formaban el Comité salían a defender un jefe populista, los socialistas de Claridad aparecían alineados con la peor reacción derechista que veía en Irigoyen una amenaza a sus privilegios de clase y a su feliz acuerdo con los intereses internacionales.

Borges, en cambio, que no necesitaba y no quería ningún puesto público (su Mecenas era Don Jorge Borges), había descubierto en Irigoyen un caudillo que podía admirar. Unos tres años antes de este incidente, en un artículo que recogió en Inquisiciones (1925), había tenido oportunidad de expresar su opinión, a la vez política y alegórica, de lo que representaba Irigoyen para la Argentina. Debe subrayarse el hecho de que cuando Borges publicó este artículo, el Peludo no estaba en el poder, y que no era, naturalmente, la esperanza de un nombramiento (con o sin empanadas) lo que lo movía a elogiarlo.

El criollo, a mi entender, es burlón, suspicaz, desengañado de antemano de todo y tan mal sufridor de la grandiosidad verbal que en poquísimos la perdona y en ninguno la ensalza. El silencio arrimado al fatalismo tiene eficaz encarnación en los dos caudillos mayores que abrazaron el alma de Buenos Aires: en Rosas e Irigoyen. Don Juan Manuel, pese a sus fechorías e inútil sangre derramada, fue queridísimo del pueblo. Irigoyen, pese a las mojigangas oficiales, nos está siempre gobernando. La significación que el pueblo siempre apreció en Rosas, entendió en Roca y admira en Irigoyen, es el escarnio de la teatralidad, o el ejercerla con sentido burlesco. En pueblos de mayor avidez en el vivir, los caudillos famosos se muestran botarates y gesteros, mientras aquí son taciturnos y casi desganados. Les restaría fama provechosa el impudor verbal. (15)

Toda una teoría del criollismo se encuentra sintetizada aquí. Para Borges, ese criollismo esencial (que él buscó en los versos de sus tres primeros libros de poemas y en los ensayos de sus tres primeros libros de crítica) nada tiene que ver con el criollismo de la letra de tango, ya contaminado por la sentimentalidad gallega o italiana. Por eso, le gusta el taciturno Irigoyen, y en su entusiasmo por los criollos viejos, hasta llega a encontrar virtudes en Rosas, el archi-enemigo de sus antepasados. En un momento en que todos se complacían en comparar a Irigoyen con Rosas para subrayar la arbitrariedad de ambos, su autoritarismo, su falta de respeto por los derechos políticos de sus adversarios, este artículo de Borges muestra cómo se manifiesta en ambos la raíz de un criollismo que desdeña la ostentación y se apoya en el silencio.

El entusiasmo de Borges por Irigoyen desapareció apenas el Peludo ganó (contra todas las expectaciones) la Presidencia. En vez de ir a reclamar un puestito al sol, Borges se convirtió en crítico del Gobierno. No le faltaban razones. Si en su primera presidencia, el Peludo había sabido aprovechar la prosperidad económica traída por el boom de la carne y la lana durante la Primera Guerra Mundial para realizar importantes reformas políticas y financieras, en su segunda presidencia Irigoyen no sólo estaba viejo y cansado sino que se encontraba frente a una situación económica que se había deteriorado notablemente, tanto en la Argentina como en el mundo entero. Apenas tomado el poder, Irigoyen tuvo que enfrentar el crack de la bolsa neoyorkina del año 29. Rodeado por un elenco mediocre, exacerbada su natural desconfianza por la edad, Irigoyen terminó por alienar a sus mejores amigos. En 1930, hasta sus más cercanos colaboradores estaban dispuestos a aceptar cualquier solución de fuerza. Una gripe fue el pretexto que permitió forzarlo a deponer temporariamente el poder. El General Uriburu inmediatamente se hizo cargo del Gobierno.

La reacción de Borges al golpe militar se encuentra documentada en una carta que escribió por esa fecha a Alfonso Reyes, de quien se había hecho muy amigo durante la temporada en que el escritor mexicano estuvo de Embajador en Buenos Aires. La carta es muy irónica y literaria, pero revela no sólo la desilusión de Borges con respecto al Peludo sino su desilusión con respecto a los militares. Aunque él estaba (como tantos entonces) mal informado con respecto a los militares -creía, por ejemplo, que todos eran honestos-, su simpatía por Irigoyen no había desaparecido del todo. La pérdida de la mitología que había generado el Peludo es lo que más le duele en su caída. También le duele (y con qué lucidez) el hecho de que el nuevo régimen esté empeñado en uniformar la opinión y solo permitir la Independencia bajo la Ley Marcial, como observa irónicamente Borges. Una intuición del régimen fascista que pronto se implantaría en la Argentina se puede encontrar en estas líneas irónicas.(16) En un artículo posterior, que habría de recoger en Discusión (Buenos Aires, Gleizer, 1932), Borges completaría su juicio. Al hablar de "Nuestras imposibilidades," y hacer el balance de las limitaciones de los argentinos, Borges elige terminar su diatriba con estas palabras:

Penuria imaginativa y rencor definen nuestra parte de muerte. Abona lo primero un muy generizable artículo de Unamuno sobre La imaginación en Cochabamba; lo segundo, el incomparable espectáculo de un gobierno conservador, que está forzando a toda la república a ingresar en el socialismo, sólo por fastidiar y entristecer a un partido medio.
Hace muchas generaciones que soy argentino; formulo sin alegría estas quejas. (p. 17)

El moralista político en que se ha convertido al fin Borges aparece claramente definido en este texto.

 

IV.

La segunda guerra mundial, y sus largos prolegómenos europeos, darían oportunidad a Borges a aumentar considerablemente su obra política. Las primeras señales de que estas preocupaciones empezaban a dominar su conciencia se pueden advertir en ciertas observaciones que aparecen, cada vez más frecuentemente, en los textos críticos de los años treinta. En esa época, Borges empezó a hacer periodismo profesional para aumentar un poco sus casi invisibles ingresos. Es verdad que mientras Padre viviera no habrían de faltarle casa y comida pero la jubilación de éste no había sobrevivido intacta la crisis del año 1929. Por eso, el joven escritor aumenta cada vez más su colaboración en periódicos que pagan, aunque no sea mucho: La Nación y La Prensa, en primer lugar; Crítica (cuya sección literaria dirige por un par de años) y Síntesis. A partir de 1936, y por espacio de unos dos años y medio, habrá de encargarse de la sección, "Libros y Autores Extranjeros," del semanario femenino, El Hogar. Es precisamente en este inesperado lugar donde Borges practicará, lapidariamente, una propaganda política anti-fascista.

Es imposible reseñar aquí los numerosos textos de esa campaña. Bastará indicar algunos de los aspectos más salientes. El ataque central está dirigido al fascismo, en sus dos vertientes de entonces: la italiana (que a Borges, como a tantos otros en Europa, le parecía sobre todo ridícula), la alemana (que él correctamente veía como siniestra). Aunque hay ataques a Marinetti (que visitó Buenos Aires en 1936 como representante de la Italia fascista al Congreso del P.E.N. Club), la mayor parte de las diatribas están dirigidas contra la nazificación de la cultura germánica. Así, por ejemplo, en mayo 30, 1937, dedica una breve reseña a un libro escolar que ilustra a los niños alemanes sobre el peligro semita. Además de transcribir algunos de sus horrores, Borges informa que el libro, titulado, Trau Keinem Jud Bei Seinem Eid, fue publicado en Baviera, que se encuentra en la cuarta edición y que ya ha vendido 51,000 ejemplares.(17) El mismo mes de mayo, publica otra reseña del libro en la revista Sur. Allí amplía lo dicho en El Hogar, resume y traduce algunos de los pasajes antisemitas más groseros ("He aquí el judío -¿quién no lo reconoce?-, el sinvergüenza más grande de todo el reino. Él se figura que es lindísimo, y es horrible."), y llega a la conclusión:

¿Qué opinar de un libro como éste? A mí personalmente me indigna, menos por Israel que por Alemania, menos por la injuriada comunidad que por la injuriosa nación. No sé si el mundo puede prescindir de la civilización alemana. Es bochornoso que la estén corrompiendo con enseñanzas de odio. (18)

Lo que sobre todo ofende a Borges en el antisemitismo germánico es la estupidez, la agresión contra los valores culturales que han hecho a Alemania famosa. Esa misma estupidez (denunciada reiteradamente en las páginas de El Hogar y de Sur) es la que encontrará entre sus compatriotas fascistas. Porque en tanto que Borges no sólo ha aprendido alemán y ha estudiado con devoción y amor la filosofía, la poesía, la novela producidas por Alemania, los nazis argentinos sólo admiran el terrible poder de Hitler. Para destruir este punto de vista habrá Borges de escribir dos textos importantes. Uno es muy conocido: "Deutsches Requiem," cuento de El Aleph (1949), en que se transcribe el monólogo de Otto Dietrich zur Linde, subdirector del campo de concentración de Tarnowitz, en la víspera de su ejecución por las fuerzas aliadas. Menos conocido en su original español, es un artículo que Borges publicó en la primera página de El Hogar en diciembre 18, 1940, cuando ya la máquina de Hitler había destruido Polonia, había concluido la gran ofensiva en el frente occidental que en quince días arrasó con el ejército franco-inglés y se preparaba para la invasión de Inglaterra. El artículo se titula, "Definición del germanófilo," y ya desde su primera frase sitúa nítidamente, brillantemente, la perspectiva borgiana:

Los implacables detractores de la etimología razonan que el origen de las palabras no enseña lo que éstas significan ahora; los defensores pueden replicar que enseña, siempre, lo que éstas ahora no significan. Enseña, verbigracia, que los pontífices no son constructores de puentes, que las miniaturas no están pintadas al minio; que la materia del cristal no es el hielo; que el leopardo no es un mestizo de pantera y de león; que un candidato puede no haber sido blanqueado; que los sarcófagos no son lo contrario de los vegetarianos; que los aligatores no son lagartos; que las rúbricas no son rojas como el rubor; que el descubridor de América no es Amerigo Vespucci y que los germanófilos no son devotos de Alemania. (19)


1 En mi libro, Borges, A Literary Biography, de próxima publicación por E.P. Dutton (New York), se estudia detalladamente la carrera y la obra políticas del autor. Volver

2 Cf. Nota autobiográfica en Exposición de la actual poesía argentina (1922/1927), compilada por Pedro Juan Vignale y César Tiempo (Buenos Aires, Minerva, 1927), p. 93. Volver

3 Cf. Guillermo de Torre: Literaturas europeas de vanguardia (Madrid, Caro Raggio, 1925) y la Historia de las literaturas de vanguardia (Madrid, Guadarrama, 1925); Gloria Videla: El ultraísmo. Estudios sobre movimientos poéticos de vanguardia en España (Madrid, Gredos, 1963); César Fernández Moreno: La realidad y los papeles. Panorama y muestra de la poesía argentina (Madrid, Aguilar, 1967). En este trabajo, estos libros serán citados por el nombre del autor, la fecha y la página solamente. Volver

4 Jorge Luis Borges: "Biografías sintéticas: Romain Rolland," en El Hogar, Buenos Aires, julio 25, 1937, p. 30. Volver

5 Cf. James E. Irby: "Encuentro con Borges," en Revista de la Universidad de México, México, junio 1962. Volver

6 Jorge Luis Borges: "Biografías sintéticas: Henri Barbusse," en El Hogar, marzo 19, 1937, p. 28. Volver

7 "Autobiographical Essay," en The Aleph and Other Stories, compilado y traducido por Norman Thomas di Giovanni en colaboración con el autor, (New York, E.P. Dutton, 1970), p. 206. Volver

8 Cf. de Torre, 1925, p. 62. Volver

9 Cf. de Torre, 1925, p. 63. Volver

10 Cf. Videla, 1963, pp. 100-101. Volver

11 Jorge Luis Borges: "Chronique des lettres espagnoles. Trois nouveaux livres," en La Feuille, Ginebra, agosto 20, 1919 En una visita a Maurice Abramowicz que realicé en Ginebra, 1975, pude ver no sólo el original manuscrito de este trabajo sino que también recogí valiosas informaciones sobre el mismo que me hizo el Dr. Abramowicz. Debo a la generosidad del Profesor Donald A. Yates la copia del texto de Borges, tal como se publicó en La feuille. Volver

12 Cf. Fernández Moreno, 1967, p. 141. Volver

13 Cf. Ulyses Petit de Murat: "Jorge Luis Borges y la revolución literaria del Martín Fierro," en Correo Literario, Buenos Aires, febrero 1º, 1944. Volver

14 Cf. Luis C. Alén Lascano: La Argentina ilusionada 1922-1930 (Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1975), p. 245. Volver

15 Jorge Luis Borges: "Queja de todo criollo," en Inquisiciones (Buenos Aires, Proa, 1925, p. 132. Volver

16 "Jorge Luis Borges à Alfonso Reyes," en L'Herne (Paris, 1964), p. 56. Volver

17 "Libros y autores extranjeros," en El Hogar, mayo 20, 1937, p. 26. Volver

18 Jorge Luis Borges: "Una pedagogía del odio," en Sur, nº 32 (Buenos Aires, mayo 1937),
p. 81. Volver

19 Jorge Luis Borges: "Definición del germanófilo," en El Hogar, diciembre 13, 1940, p. 3. También en Emir Rodríguez Monegal: Borgès par lui même (Paris, Du Seuil, 1970), pp 130-133. Volver

 

 

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