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"Diario de Berlín".
En: Vuelta, México, v. 6, nº 69, agosto 1982, p. 47-51.
Delito sin cuerpo
Los organizadores del Festival de Berlín,
Horizonte 82, dedicado a la literatura y al arte de América
Latina, me invitaron para que dijese unas palabras en la ceremonia
de inauguración. Acepté y en la fecha señalada
pronuncié un breve discurso. Al día siguiente, en
un auditorio de esa ciudad, leí algunos de mis poemas y dos
jóvenes poetas alemanes leyeron sus traducciones de esos
textos. El acto terminó con una conversación pública
sobre la poesía, el arte de la traducción de poemas
y otros temas semejantes. En ninguna de estas dos ocasiones me enfrenté
a signo alguno de oposición o inconformidad del público
ante mis palabras. Sin embargo, unos días después,
en Nueva York, en el camino de regreso a México, me entere
por un periódico de que mi discurso había provocado
un pequeño escándalo. Irritados por lo que lo había
dicho (o más bien: por lo que no había dicho), algunos
escritores sudamericanos y centroamericanos, después de mi
salida, en dos o tres reuniones públicas, habían criticado
con indignación y acritud mis palabras. Según la prensa,
me reprochaban no haber dicho nada sobre las dictaduras militares
sudamericanas y, sobre todo, no haber tocado el tema de las Malvinas.
El primer cargo me asombra: siempre he condenado a las dictaduras
militares de América Latina. La única diferencia entre
mi posición y la de mis críticos es la siguiente:
yo me niego a distinguir entre los escritores víctimas de
la Junta Militar de Argentina o de Pinochet y los perseguidos por
la dictadura burocrática de Castro. El segundo cargo es más
bien cómico. Transmito la queja a los pingüinos y las
ballenas del Antártico.
O.P (Octavio Paz)
"Durante cinco días fui huésped en Berlín
occidental de Horizonte 82, organización que promovía
un encuentro entre escritores y críticos de literatura latinoamericana
en aquella ciudad. Organizado con impecable eficiencia por un equipo
joven, en que sobresalía el dinamismo de Michi Strausfeld,
el Festival abarcaba no sólo el encuentro de escritores,
sino la exhibición paralela de cine latinoamericano, exposiciones
de arte, representaciones teatrales y la actuación de conjuntos
musicales, en una dosis masiva de creación, información
y crítica que forma parte de una serie de Festivales de la
Cultura Mundial, auspiciados por la misma ciudad. En las notas en
forma de Diario que siguen no pretendo reflejar la variedad y riqueza
del encuentro literario entero sino sólo de aquella porción
a que me fue posible asistir.
Mayo 31: Lunes
El festival se inaugura a las 3 PM con una lectura de poemas de
Octavio Paz, seguida de preguntas, y continúa el mismo día,
a las 6, con una exposición de Vargas Llosa sobre su última
novela, La guerra del fin del mundo, en que ficcionaliza
brillantemente y en forma de irresistible melodrama, el insensato
combate de un grupo de iluminados contra el ejército brasileño,
en el pobrísimo sertón de Bahía, hacia fines
del siglo XIX. (Del mismo hay un testimonio épico, Os
sertões, de Euclides da Cunha, 1902, una de las obras
maestras de la literatura brasileña.) Por problemas de viaje,
no llegaré a Berlín hasta el día siguiente,
cuando ya se han ido Octavio y Mario Vargas, pero cuando todavía
continúan reverberando sus palabras y el eco contradictorio
de ellas en el público.
Junio 1º: Martes
A las 12.25 PM Berlín es un horno. Un verano súbito
está arrasando con la parsimonia europea. En Estocolmo (de
donde vengo) las muchachas han dejado sus bustos al aire mientras
respiran pesadamente sobre el césped de los jardines. En
Berlín occidental (más convencional, a pesar de todo)
no hay nudismo pero hay poca ropa, excepto en los grupos de jóvenes
punk que ostentan pesadas botas negras, chaquetas de cuero negro
y unos peinados que honrarían a los indios de James Fenimore
Cooper. El aeropuerto está magníficamente organizado
pero mi maleta (vieja cascoteada, nada apetitosa) no aparece. La
muchacha uruguaya que el festival ha mandado a buscarme (María
Camou, simpática, eficientísima) me consuela contándome
que también se ha perdido la de Noé Jitrik, en un
vuelo anterior de la misma maldita Pan American. Me honra la compañía
(mal de muchos) pero hubiera preferido pertenecer a la anónima
mayoría de los que sí salen con sus maletas. El hotel
al que me llevan es céntrico, moderno y también eficiente.
Me dan un librito con muchísima información sobre
el hotel que no tendré tiempo de leer en cinco días.
Superado temporariamente el fastidio de la pérdida de la
maleta, voy a las oficinas de Horizonte 82 donde me cargan
de literatura sobre el Festival (sólo el catálogo
es un libraco de tapas coloridas y textos en alemán e inglés),
me regalan una colección de nueva literatura alemana en traducción
al español (idea brillante) y me pagan adelantadas las dietas
correspondientes a mis gastos en el Festival, práctica que
ojalá cundiera más en congresos similares. Me encuentro
con Michi Strausfeld, que pasa como una tromba por las oficinas
(está atendiendo simultáneamente a las necesidades
de docenas de huéspedes, a cuál más ilustre).
Tiene tiempo para saludarme, conseguirme un ejemplar de mi libro
recién publicado, y prometerme una conversación más
detallada para otro momento.
Regreso al hotel con la esperanza de ver mi vieja y querida maleta
en la habitación. No está. Me reconforto pensando
que sólo ha desaparecido hace pocas horas y recuerdo el humor
negro con que mi hija Georgina me advirtió en el Aeropuerto
de Estocolmo "Si se te pierde, aprovecha para poner al día
tu vestuario". No quiero pensar en andar por Berlín,
comprando ropas de urgencia. Las siniestras especulaciones se interrumpen
con un campanillazo. Me avisan que ya está el mini-bus que
nos llevará a la sesión de la 7 PM del Festival. Me
encuentro con unos cuantos amigos, y sobre todo con José
Miguel Oviedo que me pone al día sobre las sesiones anteriores.
Debido a la ausencia de Ángel Rama (que tiene problema de
visa para poder reingresar a los Estados Unidos desde su puesto
en Maryland), se invitó a Jean Franco para sustituirlo en
una mesa, con José Miguel Oviedo, sobre la Literatura Latinoamericana
desde 1930. Según José Miguel, la profesora Franco
atacó el Boom (lo que está de moda) y defendió
la literatura de las minorías: chicanos, mujeres, homosexuales
(lo que también está de moda). La reunión a
la que asisto es sobre Mercado y literatura y participan Fanny Buitrago
(un discurso muy emotivo), Luis Brito García, Antonio Cisneros,
Pedro Shimose y Carlos Monsiváis. Con honrosas excepciones,
me pareció que el debate no tenía centro. Muchas de
las observaciones parecían dirigirse a un público
que no sabía nada de la situación actual del mercado
literario: otras eran rapsodias. Faltó una especialización
socio-económica que iluminara el tema. El público,
respetuoso, pareció seguir el debate con mayor interés
que los mismos participantes.
De regreso al hotel -y después de un emocionante sí
que breve reencuentro con la perdida maleta- reviso un poco el material
bibliográfico que me han obsequiado. Doy preferencia, oh
vanidad, al librito mío publicado por Suhrkamp Verlag. Se
titula, Die Neue Welt (El Nuevo Mundo), y recoge textos
de descubridores, cronistas y escritores de la Colonia. Va del Diario
de Colón a las Memorias de Fray Servando Teresa de
Mier, e incluye no sólo los clásicos hispanoamericanos
sino también los de la historiografía brasileña,
más una selección de lo que Miguel León Portilla
ha llamado "la visión de los vencidos". Aunque
mi alemán es tan primitivo que no merece mencionarse, miro
y remiro el volumen que ha sido impreso con elegancia y divertidas
ilustraciones del mundo fabuloso de América en la versión
europea e indígena. Me parece que no existe un libro así
en otras lenguas, y ya lo veo proliferar.
También repaso los libros alemanes que me han regalado.
Aunque estoy cansado, empiezo a leer La lengua absuelta (Barcelona,
Muchnik Editores, 1980), de Elías Canetti, Premio Nobel de
Literatura 1981. Nacido en Bulgaria en el seno de una familia de
origen sefardita, su primera lengua fue el ladino, o sea el español
de los judíos expulsados al Oriente. Pero el alemán
habría de convertirse en su lengua literaria (era la lengua
materna en un doble sentido porque su madre adoraba la literatura
alemana, porque en alemán se comunicaba secretamente con
el padre cuando no querían que los niños los entendiesen),
y en alemán escribiría Canetti esa obra maestra, Auto
de Fe, y esta extraordinaria autobiografía, primer volumen
de una serie. Mientras la leo no dejo de pensar en las semejanzas
políglotas entre Canetti y Borges y en la ironía de
que los suecos hayan ido a buscarlo para eludir (un año más)
el argentino. Dios los tenga en su santa gloria.
Junio 2: Miércoles
A las 5 PM viene Víctor Fuenmayor a entrevistarme para la
radio francesa. Lo conocí en París hace dos años
en un Congreso sobre el cuento latinoamericano del que no quiero
acordarme mucho ahora. La entrevista gira sobre la literatura latinoamericana
desde el Boom. Las preguntas me parecen un poco obvias hasta que
entiendo que Fuenmayor las hace porque está muy preocupado
por el rumbo que lleva hace un tiempo la discusión de nuestra
literatura en Europa. Parece que la renovación literaria
de la nueva novela, y el renacimiento de la crítica en nuestra
lengua, no hubieran ocurrido. Se sigue discutiendo desde una perspectiva
socio-política que cataloga rígidamente las letras
latinoamericanas en el Tercer Mundo y no quiere saber de análisis
literarios. En tanto que en toda Europa triunfan los métodos
más sutiles de crítica, en el ghetto latinoamericano
se continúan los planteos de la literatura comprometida.
Críticos que son contemporáneos de Blanchot, Bataille,
Foucault, Derrida, Barthes (para citar sólo a los franceses)
continúan jurando por Lukács y Goldmann. Desconocen
los trabajos de Bakhtin y su grupo, parecen no haber oído
mencionar a los Leavis, a Jauss e Iser que hace tiempo trabajan
sobre la recepción y la lectura, lo ignoran todo de la escuela
norteamericana que representan en Yale, Paul de Man, Hillis Miller,
Geoffrey Hartman y Harold Bloom. Infatigables, siguen tratando de
jibarizar al lector y al estudiante con rebajadas versiones de lo
que en Lukács o en Goldmann tenía algunos chispazos
de intuición. Algo de esto había sentido en París
hace dos años, pero lo atribuí a la incompetencia
de quienes planearon aquel Congreso. Ahora, según parece,
no se trata de incompetencia sino de deliberada política
cultural. Toda la lucha de los años sesenta y setenta, que
consiguió poner la literatura latinoamericana en el mapa
occidental, queda saboteada por quienes son contemporáneos
reales de Zonavo y Portuondo. Qué horror.
A las 7 PM me asomo al Festival pero como la mesa va a debatir
la urgente cuestión del compromiso literario tomo las de
Villadiego, me entretengo viendo los libros que exhiben generosamente
algunas librerías y compro, entre otras cosas, Gallego,
de Miguel Barnet, que me han elogiado como una pequeña obra
maestra. De noche, asisto con José Miguel y María
a la representación del grupo Aleph, franco-chileno, que
pone en escena una suerte de comedia musical sobre los exiliados
latinoamericanos en París. Hay un momento cómico en
la obra: cuando el protagonista va a buscar apartamento y acaba
aceptando una piecesita de bohardilla que está representada
por una escalera de pintor en cuyo tope se encarama, con su maleta
en la falda. El horror de esas chambres de bonne que constituyen
las favelas de París, no podía estar más gráficamente
presentado. Pero la pieza es ingenua, caótica y contradictoria,
y el grupo de tal amateurismo que uno se pregunta no sólo
cómo han llegado a funcionar en París sino cómo
lograron llegar a Berlín. Para la semana próxima está
anunciado el conjunto brasileño Macunaíma, que ha
hecho una genial transposición de la novela de Mario de Andrade
al teatro, que vi hace tres años en São Paulo. Espero
que esta presentación haga olvidar el mal paso de este Aleph
que nada tiene que ver con Borges.
En el hotel, leo un poco de Gallego, que aplica livianamente
las mismas técnicas (tomadas de Oscar Lewis) que habían
servido a Barnet para el Retrato de un cimarrón o
Canción de Raquel. Pero la materia prima aquí
es más débil y a ratos, a pesar de la brevedad del
libro, hasta aburrida. Pienso en el talento de quien me recomendó
el libro y concluyo que lo cegó el patriotismo.
Junio 3: Jueves
Hoy me toca participar en la mesa sobre Literatura Brasileña.
Mis compañeros, José Guilherme Merquior y Ronald Daus.
El primero (diplomático, prolífico crítico
de la literatura brasileña) habla del Modernismo, que en
Brasil corresponde a la vanguardia. A mí me toca hablar de
un movimiento paralelo, el regionalismo, que produjo, entre otros,
a José Lins do Rego, Jorge Amado y Graciliano Ramos. No oculto
mi interés y preferencia por la obra de este último.
El tercer participante se ocupa de Jorge Amado. Por una confusión
del título, se anunció que hablaríamos de la
literatura actual. A una pregunta del público, se aclara
que nos habían pedido que nos ciñésemos a esos
movimientos. Otra pregunta es menos inocente: ¿por qué
hablamos de la literatura brasileña en el contexto de la
hispanoamericana o aún universal? ¿No es posible verla
en su contexto nacional? A la dama que pregunta (obviamente nacional)
contesto que se nos había pedido que la situásemos
en ese contexto, lo cual no disminuye sino exagera, por contraste,
lo que tiene de original la literatura del Brasil. La novela del
siglo XIX, por ejemplo, es superior en el Brasil (que cuenta con
Machado de Assís) que en cualquier otro país de América
Latina. En cuanto a los novelistas de este siglo, ¿quién
se puede comparar entre los hispanoamericanos con João Guimarães
Rosa? Aplausos nacionales saludan mis palabras. Más sobriamente,
Merquior observa que la pregunta supone un nacionalismo a la defensiva
y que no es válida. Por debajo de la atención del
público (en el que están el poeta Alfonso Romano de
Sant'Anna y el novelista Ignacio de Loyola Brandão), se siente
como una corriente de inquietud. ¿Será porque no defendimos
el compromiso literario y sólo discutimos literatura? Me
quedo pensando.
Dentro de un Festival en que todo funciona a la perfección,
el único escollo son los muy competentes y profesionales
traductores. Acostumbrados a conferencias científicas o tecnológicas,
en que los expositores no se apartan del texto escrito (por temor
a quedarse mudos, sin duda), este Festival de escritores y críticos
viola constantemente el texto escrito y se distrae en improvisaciones
que los vuelven locos. Un señor irreparablemente español,
vestido de negro como en la época de Felipe II y la Santa
Inquisición, nos adoctrina en español y alemán,
que no podemos salirnos del texto escrito y que debemos leer despacio,
con pausas. Lamentablemente, su inflexiblidad se parte cuando confunde
los números de los canales para cada lengua. Se rectifica
y disculpa, pero su imagen quedó maculada. Para no irritar
a los traductores, marco escrupulosamente cada salto del texto,
con página y línea. Espero que me hayan dado una buena
nota.
A las 7 PM hay un encuentro de novelistas. Hablan de su obra o
de la de sus compañeros de mesa, Juan Goytisolo, Manuel Puig
y Luis Rafael Sánchez, verbosamente presentados y comentados
por un inmoderador de origen germánico. En tanto que Goytisolo
cuenta cómo descubrió a Puig en París (aunque
no menciona al fotógrafo cubano español, Néstor
Almendros, el verdadero descubridor) y cómo ayudó
a su difusión a través de Gallimard, el propio Puig
relata cómo llegó a hacerse escritor (quería
escribir libretos de cine pero no acertaba) y habla de sus últimas
novelas. Luis Rafael Sánchez también habla de su último
libro, sobre un compositor popular puertorriqueño, y en una
vena que deriva de Puig. Una pregunta del público revela
el curioso clima anacrónico que algunos quieren imponer al
Festival. Dirigiéndose a Puig en un tuteo que alterna con
el voceo rioplatense, el interpelador le pregunta si piensa que
su proyecto literario tiene las características nacionales
del de Juan Rulfo en México, José María Arguedas
en Perú y Augusto Roa Bastos en Paraguay. En vez de contestarle
que la población indígena de Argentina no soportaría
un proyecto similar, lo que reduciría al antagonista al papel
de tonto, Puig prefiere una amable tangente y vuelve a hablar de
las limitaciones individuales de su proyecto. Pero Luis Rafael Sánchez
(que al fin y al cabo es también profesor) pone al dómine
en su sitio recordándole que la pregunta no tiene sentido
ya que los proyectos de los escritores no pueden valorarse por su
contenido antropológico.
Me quedo pensando en la ceguera de ciertas críticas que
no ven que en Manuel Puig podrían encontrar ese proyecto
argentino que se les escapa y hasta peronista, porque es el primero
que da validez a los sueños de una clase media pobre y de
provincia que veía en Hollywood el Paraíso terrestre:
de esa misma clase, con esos mismos sueños, viene Eva Perón.
Pero los censores no parecen advertirlo. (A la salida, me identifican
al interpelador: es profesor argentino y enseña en Berlín;
su libro de texto para la novela contemporánea es Lukács,
que se equivocó sobre Kafka y aún más sobre
Mann.)
De noche vamos con José Miguel hasta un café literario,
con un editor alemán de literatura extranjera, muy interesado
en Blanchot, Barthes, Foucault, Derrida. Esos nombres parecen no
dar dinero, ya que él se queja de las dificultades del mercado.
El Café París es simpático y tiene sus paredes
decoradas con las obras de comensales que pagaron en especie sus
gastos. Pero todavía es muy temprano y no hay tensión
literaria o artística en el ambiente. Nos despedimos del
editor deseándole mejor suerte. En el hotel repaso una barata
edición bilingüe de Blanchot que me ha regalado. Después,
al día siguiente, José Miguel me contará que
el volumen de poemas de Heiner Müller que le dio, tenía
una entrevista muy interesante en inglés en que Müller
(que vive en Berlín Oeste) se negaba a dejarse encasillar
en la literatura del compromiso. En todas partes se cuecen habas.
Junio 4: Viernes
Con José Miguel Oviedo y Rubén Bareiro Saguier decidimos
cruzar a Berlín Este. Vamos en una excursión porque
el título de viaje de Rubén (que es paraguayo y vive
en París hace siglos), tal vez no pase por la aduana común.
La excursión es una pesadilla kafkiana de eficiencia germánica.
Vamos en un ómnibus del Oeste pero nos previenen que el guía
no puede cruzar y que en la frontera subirá un guía
oficial del Este. En efecto, cuando llegamos a Checkpoint Charlie
(como se llama, folklóricamente) atravesamos un laberinto
de barreras con unos guardias morosos pero afables que nos examinan
los papeles al ritmo de una página por siglo. Tardamos más
de media hora en conseguir el visto bueno, aunque somos exactamente
nueve personas. Del lado Este sube una simpática señor
alemana que, en inglés, nos dice que la podemos llamar Doris.
La visita está programada para durar dos horas. Vemos la
reconstrucción de Berlín hecha por Alemania Oriental,
con cuidado y belleza. La ciudad que contemplamos es indudablemente
una ciudad de preguerra, a diferencia de Berlín Oeste que
sólo podía existir después de 1945. (Ya Heiner
Müller se quejaba, en la entrevista citada, que los alemanes
orientales habían detenido el tiempo en 1950). Vemos Unter
den Linden, los palacios, las estatuas, la Puerta de Brandenburgo,
los museos. También vemos la ciudad moderna, y Doris nos
abruma a estadísticas que prueban que los obreros del Este
están bien alimentados, bien alojados, bien educados. (Pero
no explica por qué no sacan el Muro). La única parada
en la tournée de la ciudad es el espantoso e inmenso monumento
a los soldados soviéticos que murieron conquistando Berlín.
Hay hasta un monumento a las madres de esos soldados, lo que cumple
de algún modo el deseo de Loreley, en Gentlemen Prefer
Blondes, de Anita Loos, de que no se olvidase a la madre del
soldado desconocido. No me atrevo a preguntar si hay un monumento
a los muertos del otro bando, que eran (presumiblemente) alemanes.
Pienso que si los españoles hubieran continuado dominando
México hasta hoy, en vez de Cuauhtémoc estaría
Cortés en el Paseo de la Reforma. El punto culminante de
esta jira turística es el adefesio soviético. Para
reponernos de su monumentalidad y del calor, nos llevan a un lugar
donde podemos tomar un refresco y hasta pagar con moneda oriental.
Allí descubrimos que, como en los Estados del Sur, somos
iguales a los alemanes pero estamos separados: el área para
los turistas está minuciosamente segregada del área
para los nativos. Tomamos un menjurje cuyo nombre termina con la
palabra Cola y meditamos. La visita termina con el Museo Pergamon,
que tiene monumentos asirios, milesios y el templo de Pérgamo
que le da nombre. Es realmente monumental y sombrío. Al egreso
pasamos media hora más en Checkpoint Charlie para convencer
a los guardias orientales de que no se ha escapado en nuestro ómnibus
ninguno de esos obreros bien atendidos, bien educados y bien pagados
del paraíso socialista.
Junio 5: Sábado
Visitamos, José Miguel, María Camou y yo algunos
museos del Berlín Occidental. La galería Nacional
es enorme y tiene una muy buena colección de pintura alemana,
sobre todo de los siglos XIX y XX. Algunos Friedrich notables y
una buena selección de Expresionistas justifican el viaje.
También hay una exposición de muralistas mexicanos
que anuncia un horrendo póster de David Alfaro Siqueiros.
Lo mejor son algunos dibujos y fotografías que ilustran un
movimiento de difícil visión fuera de México.
Uno de los apuntes preparatorios de un fresco de Rivera da preferencia,
en un mural sobre la revolución rusa, al rostro de Trotsky,
lo que no hubiera hecho feliz a Siqueiros. Pero mucho más
impresionante que esta inevitablemente limitada muestra del arte
mexicano es la exposición Frida Kahlo-Tina Modotti que está
abierta en una galería en otro barrio de la ciudad. Muy bien
presentada y con un valioso catálogo que incluye un texto
de André Breton y mucha iconografía, el arte alucinatorio
de Frida, y la estilización socialista de Tina Modotti, muestran
la vitalidad del aporte femenino al arte de este tiempo. En el piso
dedicado a Tina, hay algunas fotografías de su magnífica
cara y de su no menos magnífico cuerpo, que le sacó
Edward Weston, su maestro y amante. También están
las fotografías que ilustran principios del arte revolucionario
en que Tina creía. El piso de abajo está dedicado
a Frida, a sus sueños, pesadillas y alegorías. Pequeñas
ellas pero infinitas e inagotables, de una mujer que ahondó
en sus raíces y en su sufrimiento, sin perder nunca el esplendor
de un lenguaje suyo. Primitiva y paródica, capaz de reducir
a las proporciones de un cuadro de caballete toda la retórica
y la alegoría de los muralistas, Frida Kahlo triunfa por
la imaginación. En la muestra de los muralistas mexicanos,
sólo algunas caricaturas de Rivera (un esbozo de Cortés
sifilítico para el Palacio de Cuernavaca), un esbozo satírico
de Orozco (una orgía capitalista con un chef que parece el
General de Gaulle) y las calaveras de Posada, pueden situarse con
ventaja a su lado. Ojalá que muchos de los participantes
del festival se den una vuelta por esta galería para descubrir
que el compromiso del artistas (latinoamericano o bantú o
francés) está con la imaginación.
Terminamos la gira visitando el Museo expresionista, Die Brücke,
que reúne una magnífica colección de obras
de aquel grupo que revolucionó la pintura de comienzos del
siglo. Está en un barrio arbolado y hermoso, de casas caras
y discretas, que refresca un poco la fatiga del calor berlinés.
No tiene nada este barrio del gris del Museo de cera de la reconstrucción
de Berlín Este, ni del colorinche norteamericano del centro
de Berlín Oeste. Un toque de la Bauhaus se siente por allí
todavía. Cuando regresamos en el subterráneo (también
eficaz y limpio, en comparación con el horroroso Punk de
New York), nos asalta la música estridente de una radio portátil
que llevan unos muchachos. Hablan en inglés y son evidentemente
parte del ejército norteamericano. Su vulgaridad y chabacanería
los identifica antes de todo. En una ciudad en que hasta los punks
hablan en voz moderada, estos nuevos centuriones son como una pedrada
en el oído. Son el mejor argumento contra la ocupación
y nos preparan para el clima que habrá de estallar en Berlín
la semana entrante, cuando Reagan vaya a visitar el Muro. De regreso
al hotel, esa noche, vemos la activa preparación de la policía
en la Kurfurstendamm, donde pacifistas habrán de pelear contra
las armas atómicas de Occidente. La Tercera Guerra Mundial
no puede empezar aún porque si hay algo que se ve claro en
Berlín (de Este a Oeste) es que la segunda aún no
terminó.
Junio 6: Domingo
Al depositar la maleta, vieja y querida, en las manos de la amable
empleada que me controla el ticket en Pan American, pienso que a
lo mejor se me pierde de nuevo. Pero me he vuelto fatalista y me
aparto sin echar siquiera una mirada atrás."
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