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"Escribir bajo los ojos de la censura (Tres novelas
brasileñas)"
En Vuelta, nº 38, enero 1980
p. 37-40.
"La censura no sólo evita que los escritores hablen
libremente; también los fuerza a alterar la naturaleza y
propósito de la literatura. En un país en que diarios
y revistas no pueden imprimir todas las noticias, en que la radio
y la TV están severamente vigiladas, y las reuniones políticas
son escasas si no totalmente inexistentes, la literatura y sobre
todo, la ficción se adjudican tareas normalmente ejercidas
por medios de comunicación más efímeros: dar
noticia de lo que está pasando, ventilar opiniones, mantener
informado al ciudadano y no sólo al lector. Esta deformación
de la tarea específica de la literatura (desconstruir y descodificar
la realidad en todas sus dimensiones, y no sólo en la informativa
y/o ideológica) es tan común en ciertos países
de América Latina, que hay lectores y hasta novelistas que
no conocen otra función. En la última década,
muchos novelistas brasileños se han visto obligados a convertirse
en voceros de una sociedad que sólo en los últimos
meses se ha atrevido a suprimir la censura explícita de la
prensa y está permitiendo, muy gradualmente, a los ciudadanos
enterarse de lo que realmente pasa en el país. Lo que se
ha llamado "Apertura" puede tener interesantes consecuencias
en la vida literaria y hasta en la literatura del Brasil de hoy.
La presión social de convertir la novela en una rama de
la información y opinión (un periódico encuadernado
en forma pesada y torpe) ha afectado profundamente la obra de muchos
novelistas jóvenes. Los libros producidos por escritores
que, antes de la "revolución" de 1964 ya eran conocidos
-gente como Clarise Lispector, Osman Lins, Dalton Trevisan, Murilo
Rubião, Autran Dourado, Nélida Piñón,
Rubén Fonseca, Lygia Fagundes Telles, para citar los mejores-
ya había definido sus objetivos literarios antes de la entrada
masiva en escena de la censura. Cada uno de estos escritores tuvo
entonces que decidir si se mantendría o no al margen de todo
compromiso explícito con la cambiante realidad. O dicho de
otro modo: cada uno debió decidir si su escritura sería
alterada por el cambio de circunstancias extra-literarias pero de
enorme peso en la práctica de la escritura-lectura. Aun en
caso positivo, la adhesión a formas más comprometidas
de la ficción acontecía después que su ficción
había sido no sólo practicar sin presiones políticas
sino había formulado su propio sistema. Cada uno de ellos
era un escritor reconocible antes del golpe militar. Para ellos,
la ficción no había sido nunca el arte de trasmitir
noticias y formar opiniones o formular estrategias.
Muy distinto es el caso de aquellos escritores mas jóvenes
que en el momento del golpe militar estaban todavía en sus
años veinte. Para ellos, escribir en una sociedad en que
el censor vigila a cada imagen, cada pensamiento, cada palabra,
en que el tema menos aparentemente político (como el sexo,
por ejemplo) se volvía político por la represión,
fue una experiencia que les impidió trabajar la novela o
el cuento en términos puramente literarios, como un artefacto
ficticio. Fueron (o se convirtieron en) novelistas comprometidos
no sólo porque quisiesen cambiar una sociedad injusta sino
porque escribir novelas se había convertido entonces en una
actividad política, casi subversiva. Debido a los cambios
producidos por el golpe militar, un género que en sí
es ambivalente y polifónico (en el sentido que da a esta
última palabra Bakhtín) se convirtió en el
instrumento más eficaz para informar sobre la realidad. En
una sociedad en que todos los medios de comunicación masiva
estaban censurados, la ficción se convirtió en el
lugar en donde las noticias podían darse, aunque fuese en
clave.
Tres novelas, escritas por jóvenes nacidos en 1936 y que
se acercaban a los treinta cuando el golpe militar, podrían
ejemplificar el cambio en la novela brasileña que se indica
arriba. Aunque muy diferentes en tono y modo -la primera es una
narración de tipo realista: la segunda, una violenta alegoría;
la tercera un cuidadoso collage de postales muy contrastadas-, las
tres novelas comparten un interés común: forzar a
la ficción a contar lo que está censurado. La primera
novela fue aceptada sin escándalo; la segunda fue detenida
por la censura y su publicación demorada hasta el momento
en que una traducción italiana de su texto hizo imposible
continuar ocultándola; la tercera padeció penas por
algunas situaciones sexuales poco ortodoxas y bastante explícitas.
Una vez más, lo que comparten las tres novelas es la decisión
de contar al lector brasileño no sólo lo que el censor
político querría suprimir pero también lo que
el censor moral prefiere barrer debajo de la alfombra. La coincidencia
de objetivo político no disimula sus diferencias literarias.
La primera novela es la más convencional y en su curso narrativo
alude a una tradición ya ilustrada por Fabrizio del Dongo
en su descubrimiento de la batalla de Waterloo, en La chartreuse
de Parme, de Stendhal, así como por Pierre Bezukhov al
enredarse torpemente en la gigantesca batalla de Borodino, en La
guerra y paz, de Tolstoy. Como sus ilustres mayores, el protagonista
de esta novela se ve envuelto en una lucha que apenas consigue descifrar.
La segunda novela puede encontrar sus antecedentes en las narraciones
pop de los años sesenta o en los excesos de la hipérbole
barroca en ciertas novelas hispanoamericanas (El otoño
del patriarca, de García Márquez, o el mazacote
seudoépico de Manuel Scorza, dan testimonio de esta tendencia).
Si bien es cierto que en la propia novela brasileña de los
años veinte (Mário y Oswald da Andrade en particular),
el autor pudo encontrar el mejor ejemplo de este tipo de alegoría
violenta. La tercera novela está más cerca de otro
prototipo: la ficción dentro de la historia contemporánea
que ya había producido, mucho antes del Carpentier de la
Consagración de la Primavera, las crónicas
noveladas de Dos passos en The 42nd Párallel. (1930).
Si estas tres novelas brasileñas no inventan nada realmente
nuevo, lo que las hace nuevas es el hecho de usar la narración
ficticia con una finalidad más directa que la de los narradores
europeos del siglo XIX o aun del norteamericano de este siglo: su
mayor preocupación es la de abrir la textura de la realidad
social para mostrar lo que el censor no quiere que se muestre. A
pesar de sus notables diferencias las tres cumplen esta tarea en
forma admirable.
La primera de las tres novelas en publicarse se titula Um día
no Rio (Rio de Janeiro, Editora Sabia, 1969) y su autor es Oswaldo
Franca Júnior. La casa editora que la publicó había
tenido problemas con la censura y volvería a tenerlos por
la novela de Nélida Piñón. A casa da paixão,
que presenta algunos episodios eróticos poco convencionales,
pero de increíble belleza. Um día no Rio cuenta
una historia lineal. Márcio, hombre ya maduro, llega de Belo
Horizonte a Rio de Janeiro, a encontrarse con algunos hombres de
negocios, sus socios, y en particular con su hermano, Lucio. La
trivialidad de la ocasión (viaja regularmente a Rio) sólo
resulta aliviada por la crisis personal que está pasando
su hermano (su mujer quiere que se vaya de casa) y por los problemas
que le plantea una huelga estudiantil que ha paralizado el centro
de la ciudad. El contraste entre el ajetreo de Márcio detrás
de sus negocios y la lucha de los estudiantes con la policía
marca el contrapunto de tensiones mayores dentro de la novela. En
tanto que Márcio se afana detrás de las más
increíbles combinaciones para hacer dinero (el milagro económico
brasileño se está desvaneciendo y hay que apurarse
a dar un último golpe, si se tienen las amistades necesarias),
los estudiantes se vuelven más y más agresivos en
su lucha por la libertad política. La escalada (primero usan
piedras y ladrillos contra los cascos y los gases de la policía
militar, luego palos contra rifles) altera por completo la ajetreada
Avenida Río Branco: las calles se convierten en campo de
batalla. Aunque Márcio es alcanzado por los acontecimientos
más de una vez (respira los gases, le ensucian y rasgan el
traje), sus encuentros con la policía son episódicos:
al fin, consigue escapar del cerco -los soldados sólo quieren
atrapar estudiantes- y puede retornar a su pequeña vida de
negocios.
Franca Júnior evita editorializar, y mantiene el punto de
vista narrativo concentrado en el protagonista (el foco está
siempre en lo que él ve y oye o siente), para dejar que el
lector llegue a sus propias conclusiones. Los estudiantes nunca
están presentados en forma sentimental, su agresividad no
aparece atenuada por piadosas reflexiones de sacristía política,
las contradicciones de su ideología no están cosmetizadas.
Pero la policía tampoco escapa a la mirada fría del
narrador: sumariamente se les muestra cómo los brutales,
profesionalmente eficaces, rompecabezas que son. Aquí y allí,
a través de diversas y no siempre identificables voces que
se insertan en la narración principal, aparece un comentario
individual, cargado de odio o piedad. La deliberada mediocridad
de Márcio evita tomar partido y constituye, en este caso,
en un punto a favor del relato. No hay nada de esas tiradas demagógicas
que suelen fosilizar este tipo de narraciones.
El autor es un narrador prolífico, cuya segunda novela Jorge,
un brasileiro (1967), es probablemente la mejor que ha escrito.
Enfocada en el viaje de un conductor de camiones por el interior
del Brasil, cuenta una historia fuerte y hasta intensa de la lucha
del hombre por abrirse camino en una naturaleza hostil y empeorada
por la codicia de sus semejantes. Más romántica que
Um dia no Rio, resulta también más absorbente.
Tal vez el principal defecto de la última novela es ser demasiado
controlada. Al evitar todo compromiso, al seguir muy de cerca el
punto de vista de un personaje mediocre, Franca Júnior ha
limitado seriamente la dimensión y alcance de su novela.
Pero el mayor interés del libro, al menos para el lector
brasileño de finales de los sesenta, consistía precisamente
en esa sobriedad. Franca Júnior se había atrevido
a escribir un libro que decía lo que la prensa censurado
podía decir entonces que la policía lo estaba apresando,
torturando y matando estudiantes como parte de una operación
rutinaria de represión de toda disidencia poética.
En la Europa occidental o en los Estados Unidos esa información
no sería nueva; en muchos países de América
Latina sólo la ficción podía entonces atreverse
a decirla.
Si Franca Júnior fue muy cauteloso en no sobrepasar sus
límites, Ignacio de Loyola Brandão estaba decidido
a romper todas las reglas. Su libro: Zero: Romance pré-histórico
fue detenido por los censores y si apareció finalmente
en portugués (Rio de Janeiro, 1975) fue porque la casa Feltrinelli
de Milán se atrevió a publicar una traducción
italiana del texto aún inédito en 1974. El éxito
internacional de la traducción forzó la mano del censor.
Aun así, después de autorizar la edición y
de permitir la salida del libro, la censura dio marcha atrás
y retiró la edición. Sólo este año se
autorizó una nueva que se está vendiendo libremente.
Zero es infatigable en su descripción de cómo
la policía, el ejército y las fuerzas represivas más
especializadas colaboran para torturar, violar, castrar o matar
a cualquiera que se atreva a denunciarlos o simplemente oponerse
a ellos. La única concesión que Brandão hace
a la censura es evitar una identificación muy literal del
país de su novela con el Brasil. El lugar de la acción
no es América Latina sino América Latindia; en un
párrafo, el Brasil es mencionado como un país limítrofe
(p. 87). Esos tenues artificios sólo revelan las máscaras.
Cada detalle del libro contribuye a la correcta identificación
geográfica. El nombre del protagonista es José Gonçalves
(equivalente en portugués a Juan Pérez); él
es el hombrecito común, el "cero" del título.
Vive en la ciudad de São Maulo, sospechosamente asonante
de São Pãulo. El país en que vive está
asolado endémicamente por el hambre, como el Nordeste brasileño.
Los ricos de América Latindia toman aguas en Poços
de Caldas y Lindoia, como los del Brasil real. Hasta las costumbres
sexuales (que ocupan buena parte de la narración y deben
haber contribuido al éxito) con características de
una sociedad reprimida en que la virginidad es tan preciada que
para preservarla muchas jóvenes prefieren practicar la sodomía.
Las canciones, los sueños, las pesadillas son típicamente
brasileñas.
Pero la mejor máscara que Brandão usa es la narración
misma. El autor es un periodista y autor de libretos cinematográficos,
y ambos medios han contribuido con sus ritmos y moldes a la narración.
Una vez la página aparece dividida en dos columnas paralelas
corrió para subrayar la naturaleza dialéctica, del
texto otras veces un dibujo o un poema concreto interrumpe el curso
previsible de las líneas horizontales; también se
usan recortes de periódico como inquietantes piezas del collage
textual. El libro se convierte en un artefacto en que aparece sumergida
la narración, más o menos convencional, de la horrible
vida del protagonista. Es una vida picaresca que comparten su mujer,
Rosa y su amigo, Atila, Rosa será finalmente víctima
no de los policías que la violan y sodomizan sino de un rito
canibalístico de la macumba, en tanto que José y Atila
caerán en menos de las sangrientas fuerzas del orden. De
esta manera, el autor quiere mostrarnos que no solo el Poder es
nocivo para la salud de los brasileños; también las
supersticiones de la pobreza son nocivas.
Recorriendo la narración entera hay un hilo alegórico.
Si al comienzo, José se parece mucho al Zero de Elme
Rice, en The Adding Machine, y su profesión de exterminador
de ratas en un cine del centro puede hacer eco a la de exterminador
de lagartos que tenía el protagonista de V., de Thomas
Pynchon, ya al llegar a la segunda mitad del libro los sufrimientos
de José en manos de la policía buscan más ilustres
paralelos. Tal vez era inevitable que un escritor con el nombre
de Ignácio de Loyola no pudiese evitar la trampa alegórica
de comparar a José con Jesús. Tal vea la sociedad
brasileña es tan católica que el paralelo resultaba
inevitable. El hecho es que en una narración, ya suficientemente
recargada, la figura de Cristo pese enormemente.
Por suerte, en muchos episodios, y especialmente en los que muestran
a José y a Rosa buscando encontrarse a través del,
sexo y del amor, un medio día una sociedad totalmente represiva,
Brandão halla una mejor manera de desvelar muchas de las
falsas máscaras de la sociedad que describe. El sacrificio
de Rosa a manos de una vieja bruja, está también descrito
en forma intensa y convincente. Este episodio muestra, además,
que para ser realmente eficaz, la ficción brasileña
debe ocuparse no sólo de las noticias censuradas por el gobierno
sino también de aquéllas que están sometidas
a censuras aún más eficaces y letales.
La tercera novela, A festa (Sao Paulo Vertente, 1976), de
Iván Angelo, es superficialmente simple. Un famoso homosexual
de Belo Horizonte ha organizado la fiesta del título. La
misma noche, el Ejército trata de impedir que un grupo de
trabajadores hambrientos del Nordeste se instale en la capital de
Minas Gerais. De la misma manera que el Ejército reprimiera
a fines de siglo la rebelión de Canudos, en el sertão
de Bahía (véase la obra maestra de Euclides da Cunha,
1902), ahora se busca suprimir y aterrorizar a una desamparados
retirantes. Por casualidad, uno de los huéspedes de la fiesta
resulta envuelto en la violencia. Después de la fiesta, la
policía trata inútilmente de encontrar un vínculo
entre los dos episodios, para poder presentar a los emigrantes como
manipulados por intelectuales de izquierda. Algunos huéspedes
son, por esto, torturados física y moralmente para hacerles
confesar un vínculo que sólo existe en la imaginación
de la policía. La fecha es el 30 de marzo de 1970 pero (como
lo prueba el paralelo con Da Cunha, que Angelo explícita)
las cosas no han cambiado tanto en el Brasil.
Si la policía se equivoca sobre el vínculo, el lector
en cambio reconoce cuál es. No se trata de una conspiración
sino de una coexistencia culpable. Porque la clase media está
alineada de la realidad racional y está más ocupada
haciendo dinero o amor, la destrucción de los emigrantes
por el Ejército no sólo es posible sino inevitable.
Pero si Angelo sugiere esta lectura de la novela, nunca la deletrea.
Su texto es un modelo (en este sentido) de sobriedad y hasta sobrentendido.
Usando una técnica de collage, coloca cada suceso
junto el siguiente pero sin mostrar los vínculos posibles.
Ni siquiera hay un comentario político explícito.
La primera parte de la novela, "Documentário",
sumariza los acontecimientos de la rebelión y la represión
a través de las declaraciones de testigos, recortes de periódicos
y citas de fuentes históricas que discuten otras rebeliones
paralelas. La segunda parte (una serie de seis cuentos cuya relación
no es evidente) introduce prácticamente los personajes principales
de la fiesta. (El recurso estaba ya en Tres tristes tigres,
de Guillermo Cabrera Infante, con la que esta novela tiene contactos.)
Una tercera parte, "Antes da festa", agrega informaciones
sobre estos personajes y lo que hicieron el día de la fiesta.
No hay cuarta parte: la fiesta misma no es presentada nunca.
Esta construcción algo elaborada obliga al lector a completar
el rompecabezas y reconstruir el mismo la fiesta, con los fragmentos
anticipados en la segunda y tercera partes y las referencias oblicuas
que se encuentran en un índice final. Es precisamente en
la fiesta; y en los fragmentos de una novela que uno de los personajes
(un periodista) está escribiendo, que los episodios más
eróticos ocurren. No están, sin duda, a la altura
de las früiias de Henry Miller o del Walter de My Secret
Life, ni siquiera son tan violentos como los que presenta Brandão
en Zero, pero son lo suficientemente heterodoxos como para
dar visos de justificación a las prohibiciones de la censura.
Una vez más, lo que importa en esta novela, como en Zero
y aun en Um día no Rio, no es lo que revela sobre
las costumbres sexuales del Brasil (no tan diferentes de otros países
de América Latina y menos coloridas que las del Oriente).
Al contrario, es lo que tienen que contar las novelas de la situación
política, de la represión, de la censura, de las violaciones,
muertes y torturas, lo que realmente las distingue. Angelo, periodista
de profesión como Brandão, ha descubierto también
que la ficción, precisamente porque trata no de lo real como
tal, sino de lo real imaginario, es el único género
en América Latina puede atreverse a codificar y descodificar
infinitamente lo real.
La función de la novela en Occidente ha sido principalmente
la de crear mundos imaginarios que enriquecen nuestra experiencia
del mundo real. No ha sido primordialmente la de documentar lo que
vemos y conocemos. Pero en países en que los censores se
dedican a crear su propia rama de ficción, al suprimir cuidadosamente
fragmentos considerables de lo real, la ficción tiene que
recrear lo real. Por eso, usando técnicas que varían
mucho, y estilos aún más diferentes, desde el reportaje
objetivo a la Hemingway que usa Franca Júnior, a través
de la escritura pop de Brandão y del collage minucioso
de Angelo, la ficción brasileña de estos últimos
años se ha dedicado a una tarea humilde, necesaria y sin
duda inevitable. Tal vez ahora que los censores parecen estar aflojando
las riendas, se puede volver a la tarea primordial de inventar o
expandir el mundo: una tarea en que Machádo de Assis, Oswald
y Mario da Cunha, de Guimarães Rosa y Clarice Lispector,
han ganado tantos laureles en el pasado."
Por Emir Monegal Rodríguez
Nota.
Una versión en inglés de este trabajo
fue anticipada por World Literature Today (Oklahoma, invierno
1979).
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