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"Os Sertões de Euclides da Cunha"
En Vuelta, nº 37, diciembre 1979
p. 35-40.
Os Sertoes,
de Euclides da Cunha
Rio de Janeiro, Livraria Francisco Alves Editora S. A., 1979. 416
pp. con ilustraciones y mapas.
"A los setenta años de su muerte, Euclides da Cunha
vuelve a ser tema periodístico en el Brasil, gracias a la
presentación de dos films (uno documental de largo metraje,
otro corto), de la reedición de su obra maestra, Os Sertões
, y de la curiosidad despertada por la decisión de nadie
menos que Mario Vargas Llosa de pasarse dos meses en la región
de Canudos, para documentar en el detalle menudo, una novela sobre
la épica resistencia de aquel pueblo en que ha estado trabajando
estos años. Empecemos por Mario Vargas.
Única estrella de primera magnitud del anónimo Congreso
del P.E.N. Club que tuvo lugar en Rio la segunda semana de julio
(Mario cedió la presidencia a un escritor sueco, especialista
en asuntos africanos), el narrador peruano fue asediado por los
periodistas y las jóvenes cariocas. Incrédulas que
un escritor famoso pudiese ser tan lindo, lo persiguieron a sol
y sombra, mientras él delicadamente las esquivaba para conceder
otra entrevista para el diario o la televisión, hablar muy
seriamente de los problemas de la persecución de escritores
en toda América Latina, y compris le Brésil,
y asociarse a Michael Scammell (director de Index on Censorship)
en atacar tanto los totalitarismos de derecha como los de izquierda.
En esta última tarea, uno de los puntos culminantes fue la
sesión de apertura en que Mario, contando entre sus oyentes
al Presidente del Brasil y al Ministro de Educación, el crítico
y profesor Eduardo Portella, habló contra la cesura.
Pero lo que más conmovió a los brasileños
fue el interés de Mario por la historia de Canudos. Para
Mario, Os Sertões es una de las grandes obras de la
literatura latinoamericana. Publicada en 1902 por un ingeniero de
puentes que había hecho la carrera militar hasta alcanzar
el grado de teniente y que luego se había dedicado al periodismo,
cubriendo como enviado del Estado de São Paulo la cuarta
y última campaña contra Canudos, Os Sertões
es, simultáneamente, un vasto e hiperbólico análisis
del ambiente y el hombre de esa desolada región del nordeste
bahiano, así como una extraordinaria narrativa de la locura
que hizo que un pueblo de desposeídos, inflamados por la
retórica religiosa y populista de Antonio Conselheiro, enfrentase
y venciese tres cuerpos del Ejército brasileño antes
de ser aniquilado por un cuarto cuerpo, en 1897.
En la época, y debido a que Conselheiro era monárquico,
el poder republicano presentó la minúscula rebelión
de Canudos como un intento de restauración de la abolida
monarquía de Don Pedro II. La realidad era menos hiperbólica.
En un pueblo de las sierras desérticas al noroeste de Bahía,
un iluminado había juntado a los pobres de la región
y fundado una comunidad en que se practicaba una forma agreste de
socialismo, se toleraba el amor libre y se creía (sobre todo)
en Conselheiro y en Dios. Para los ricos de la región, Conselheiro
era temible porque repartía todo y, además, traía
una esperanza de felicidad comunitaria. Convencieron al Gobierno
del intento de restauración monárquica y se sentaron
a contemplar el genocidio. La última batalla (que Da Cunha
vio con sus propios ojos) dejó la pequeña ciudad arrasada,
el cadáver desenterrado de Conselheiro, y un montón
de mujeres hambrientas, niños escuálidos, viejos de
sexo indefinible, mirando con terror a una cámara imparcial.
Mario Vargas Llosa se sintió atraído por el tema
a partir de un encuentro con el cinematografista Rui Guerra (autor
de una obra maestra del cine brasileño, Os fuzis)
que proyectaba filmar Os Sertões. Después de
leer el libro, Mario aceptó colaborar en el libreto. El resultado
fue un trabajo que no llegó a filmarse porque la empresa
norteamericana que iba a financiarlo consideró el proyecto
imposible. (Tal vez, y ésta es sólo una hipótesis,
vieron que el Gobierno brasileño no iba a apoyar demasiado
un film que documentaría, inevitablemente, el genocidio de
un grupo de fanáticos religiosos por el mismo ejército
que se había cubierto de gloria en el Paraguay.)
Descartado el film, Mario se quedó con un libreto que decidió
reelaborar en novela. En estos últimos años, y mientras
La tía Julia y el escribidor hacía las delicias
de muchos lectores en varios idiomas (es, tal vez, el libro más
suelto y legible de Mario), este discípulo tardío
de Flaubert trabajaba como un galeote sobre su nueva novela. Mario
sabía que sin visitar Canudos no podría completar
el libro. Aprovechó entonces el Congreso del P.E.N. Club
en Rio de Janeiro, para quedarse en el Brasil a su clausura y recorrer,
durante dos meses, la región que tan minuciosa como líricamente
describió Da Cunha.
El nacionalismo brasileño se sintió muy orgulloso
de esta elección. A través de Jorge Amado (de quien
es muy amigo), Mario consiguió el apoyo logístico
para una campaña de documentación que lo habría
de llevar a regiones aún desérticas. El resultado,
a juzgar por sus recientes declaraciones a la prensa, ha sido excelente.
Habrá que esperar un poco más para poder leer, en
español, y a través de la visión de un personaje
peruano imaginario que habría asistido a la campaña
de Canudos, la nueva novela de Mario. Entre tanto, los dos films
brasileños pueden servir de aperitivo.
El corto, que se llama Os Sertões, es apenas una
ilustración en colores de las dos primeras partes del libro:
una suerte de Viewer's Digest de la obra monumental. En su
narración sobrenadan fragmentos de la prosa idiosincrática
de Da Cunha, pero muy amonestados por la telegrafía cinematográfica.
Las imágenes de la tierra y el hombre tienden al cartón
postal y apenas si documentan amablemente la aridez y el salvajismo
de aquella tierra. Tiene el corto, sin embargo, un mérito:
reconoce la obra de Da Cunha como fuente temática.
No así Canudos, de Ipojuca Pontes, que se presenta
como un documental de largo metraje y no dice una sola palabra sobre
la obra inmortal. Deliberadamente ascético, evitando el cartón
postal Pontes realiza un reportaje cinematográfico en la
región de Canudos. Aquel pueblo ya no existe. Quedó
bajo agua al construirse una represa que ha convertido el desierto
en lago. Pero (increíblemente) sobreviven todavía
algunas personas que estaban vivas cuando la última campaña
de Canudos: ancianos y ancianas que eran niños cuando llegaron
las tropas de la cuarta expedición, que vieron y oyeron el
bombardeo final, que vieron con estos mismos ojos que ahora desnudan
ante la cámara, las imágenes del genocidio final.
En su propia habla, cuentan los retazos de Historia que han quedado
aferrados a sus memorias ya débiles.
Nada más impresionante que esta confrontación con
los testigos de la masacre. Lástima que un escrúpulo
documental de severa pureza y la mala calidad de la proyección
en Rio de Janeiro, impida prácticamente entender qué
están diciendo estos testigos de la infamia. Una suerte de
teatro del absurdo a la Beckett se apodera del film: el mensaje
final se pierde en la cacofonía de una dicción agreste
y la inaudibilidad de la banda sonora. Pero las imágenes
de los testigos de aquella hora de la Historia siguen siendo terribles.
(Visconti ya enfrentó este problema de pureza documental;
al filmar La térra trema en los años fanáticos
del neorrealismo, usó una banda sonora directamente grabada
por los pescadores sicilianos; para poder mostrar el film en el
resto de Italia tuvo que regrabarlo con actores profesionales que
supiesen italiano). Ipojuca Pontes es más intransigente que
sus maestros. El resultado es un testimonio trunco que hay que descodificar
en las crónicas de los críticos de cine, que sin duda
tenían el libreto a mano.
Lo que cuentan los testigos es mínimo: vieron llegar las
tropas, tan bonitas en sus uniformes coloridos del siglo pasado;
contribuyeron a informar sobre detalles topográficos o direcciones;
asistieron de muy lejos al bombardeo y la carnicería; vieron
pasar a las mujeres, los niños, los ancianos sobrevivientes.
La historia pasó rozándolos pero no les incorporó
a sus páginas; fueron testigos pero (como Fabrizio en el
Waterloo de La chartreuse de Parme) son incapaces de entender
lo que vieron. Para explicar Canudos, Ipojuca Pontes ha buscado
el testimonio erudito de cronistas, archiveros y profesores de historia
de la región.
Lo que queda es bien poco: armas viejas, algún pedazo de
bandera, grabados populares de Antonio Conselheiro, y la fotografía
vampírica de su cadáver. Quedan, también, las
fotos de los sobrevivientes, y las medallas de los militares. Escrupulosamente,
Ipojuca Pontes no interfiere sino con preguntas tactuales y deja
que cada uno ofrezca su propia versión del episodio. Apenas
si en el montaje revela su partidismo. El último en hablar
es el profesor José Calazans que reinterpreta, a la luz de
lo que sabemos hoy, el episodio. Todos creían entonces (y
Da Cunha hasta escribió un artículo sobre este tema
antes de ir a Canudos) que se trataba de una reacción monárquica,
como la que ocurrió en la Revolución Francesa en la
región de la Vandée. Hoy se sabe que no fue así.
Al dejar hablar último al profesor Calazans, que revisa
la Historia oficial, al mostrar como últimas imágenes
del film los ojos hambrientos de los niños y las mujeres,
Ipojuca Pontes indica de qué lado está el documentalista.
Su film no hubiera podido exhibirse antes en el Brasil. Ahora, con
la "Apertura" política, es posible. Es lástima
que no sea mejor, que resalte monótonamente, con empaque
de intelectual, la tragedia; que sus escrúpulos de documentalista
puro le hayan jugado feo en la transcripción de los inaudibles
testimonios y, sobre todo, es lástima que haya omitido del
todo mencionar a Da Cunha. Porque si Canudos existe en la conciencia
de hoy es por Os Sertões. (Tal vez hay detrás
un problema de derechos autorales; es posible que los dueños
del título sean los productores del corto. Pero mostrar el
libro o hablar del libro no hubiera estado da más.)
Para compensar la omisión de Ipojuca Pontes la editorial
Francisco Alves, poseedora de los derechos de autor, acaba de lanzar
una nueva edición de Os Sertões. Es la 28a.
y presenta algunas características llamativas. En primer
lugar, está impresa en excelente papel, lo que la hace no
sólo más legible sino hasta agradable. (Las anteriores
abusaban del opaco papel del diario.) Ha sido cuidadosamente editada
por Teresinha Marinho sobre la base de un ejemplar de la 3a. edición
(1905) que contenía las correcciones hechas por el propio
autor, aunque transcriptas por mano ajena. Desde este punto de vista,
ofrece un texto más autorizado que las reediciones corrientes.
Incluye mapas a color que permiten seguir las campañas sin
destrozarse los ojos, y (last but not least) reproduce facsimilarmente
dibujos muy precisos de Canudos que hizo Da Cunha en un cuaderno
de hojas cuadriculadas. Como ingeniero, Da Cunha reprodujo hábilmente
las características topográficas del lugar.
La edición lleva también un prólogo pedagógico
de la profesora Walnice Nogueira Galvão. A pesar de su brevedad
(cuatro páginas) condensa nítidamente la perspectiva
histórica actual sobre el libro. Destaca no sólo el
grado de la inserción de Da Cunha en el contexto de su tiempo
sino que discute su weltanschauung positivista, que lo llevó
a adherir a doctrinas raciales hoy muy desacreditadas (hasta cierto
punto Os Sertões acentúa la óptica europeísta
de Sarmiento en Facundo, con su defensa de la civilización
contra la barbarie). También destaca la profesora paulista,
la defensa que hace Da Cunha de los oprimidos y la crítica
del Ejército. Si no se supiera que la profesora Galvão
es especialista en teoría literaria, sería difícil
advertirlo por su introducción. La parta más débil
del mismo es la dedicada a caracterizar el discurso de Da Cunha.
Lo que dice está bien pero parece presuponer que la literatura
debe resolver los problemas de la Historia. Tal falacia, le impide
advertir que lo mejor de Da Cunha es precisamente una honestidad
literaria que le impide sustituirse a Dios u otro ente suprahumano
para promulgar un juicio final sobre Canudos. Es en la ambigüedad
inevitable del libro, en sus contradicciones y excesos, donde reside
esa cualidad que lo mantiene vivo desde 1902. Da Cunha no necesita
ser absuelto por la Historia (sólo los políticos invocan
esa dudosa absolución, testigo Hitler en el Mein Kampf).
Su gran libro es absolución suficiente. Hoy, ni los detentadores
brasileños de la Historia actual se atreven a impedir que
su testimonio sea reeditado, filmado, re-escrito."
por Emir Rodríguez Monegal
Río de Janeiro, septiembre 2, 1979.
Nota. Interrogado Borges recientemente sobre qué
libros de literatura en lengua portuguesa había leído,
recordó dos: Os Lusiadas, Os Sertões.
(Olvidó las novelas de Eça de Queiroz, que leyó
junto a su madre). Su entusiasmo por este libro no le impidió,
con esa agudeza de vieillard terrible con que ameniza su
apocalíptico ocaso, saber que Euclides da Cunha había
sido asesinado por el amante de su mujer, salirse con esta observación:
"Exigente, el hombre: no sólo quería la mujer,
quería también la vida." Su irreverencia
contrasta con el tácito acuerdo de caballeros de los críticos
brasileños que hasta hace muy poco se abstenían de
detallar en qué circunstancias truculentas Da Cunha había
sido muerto. Pero ahora, también esta censura ha sido levantada.
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