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"Graciliano Ramos y el regionalismo nordestino"
En Revista de la UNAM, v. 39, nueva época, nº
30, octubre 1983
p. 34-41
"I. El problema y la solución
El problema del regionalismo, tal como fue discutido en los años
veinte y treinta en América Latina, es un problema falso.
Entonces fue presentado más como problema geográfico
que literario. Desde un punto de vista estrictamente literario (es
decir: ámbito lingüístico, contexto cultural,
intertexto poético), todas las novelas son regionales ya
que pertenecen a una determinada área. Por ejemplo, la primera
novela moderna, el Quijote, trata de un caballero singular
que vive en una perdida región del imperio hispánico;
Madame Bovary se ocupa de una señora del norte de
Francia que sueña despierta y ha leído demasiadas
novelas románticas en su sórdida ciudad de provincia.
Los Hermanos Karamazov son un conjunto de verbosos borrachos,
inflamados a veces por pensamientos místicos, que habitan
un pueblecito de la Rusia del Zar. Pero no sólo las así
llamadas novelas realistas y regionalistas están estrictamente
localizadas por el lenguaje, la poética y la visión
de mundo que una inserción en el tiempo determina sino que
también lo están las novelas de aventuras a la griega,
los libros de caballería, toda la literatura llamada fantástica,
maravillosa o mágica. En este sentido, toda novela es regional.
Los viajes de Gulliver están tan nacionalmente enraizados
en la prosa neoclásica del siglo XVIII inglés como
lo está el Candide en la Francia de los últimos
Luises, aunque sus distintas visiones poéticas pongan de
relieve diferentes códigos culturales. El proceso
y El castillo, de Kafka, abruman al lector con las más
concretas minucias de la vida en la Europa Central durante la decadencia
del imperio austrohúngaro y están atravesadas por
una noción de culpa que proviene directamente del Viejo Testamento,
tal como lo leían e interpretaban los judíos del ghetto
de Praga. Cuando Borges escribe sobre héroes escandinavos
o chinos o irlandeses está siempre escribiendo sobre una
enorme y dispersa biblioteca, llena de libros ingleses y situada
en un suburbio cosmopolita del mundo: Buenos Aires. De hecho, poco
importa literariamente cuál sea la situación geográfica
del escritor. Lo que realmente importa es la naturaleza de su código
lingüístico y cultural, de su poética. Desde
este punto de vista, algunos libros son más regionales que
otros porque tienden a presentar sólo los aspectos típicos
(id est: pasajeros) de un determinado lugar y ambiente: el
color local. Jamás se mueven de ese nivel de connotación
inmediata para alcanzar las estructuras profundas, y por eso permanentes.
Es en este nivel que cabe situar el problema del regionalismo brasileño
y, en particular, el del regionalismo de la novela del Nordeste
en la primera mitad de este siglo. Una diferencia estructural, a
pesar de la semejanza temática, separa la obra de sus más
notorios practicantes. En tanto que José Lins do Rêgo
y Jorge Amado se sitúan del lado del regionalismo pintoresco,
Graciliano Ramos se instala, hondamente, en el regionalismo esencial.
El mismo de Cervantes, Flaubert, Dostoyevski y Kafka.(1)
II. Regionalismo y Modernismo
Debido a las vastas diferencias naturales entre la selva amazónica
y el desierto del Nordeste, las áridas mesetas de Minas Gerais
y la blanda, sensual, costa de Río de Janeiro, los húmedos
bosques de Santa Catarina y los templados espacios abiertos de Río
Grande do Sul, el Brasil abarca una enorme variedad de culturas.
Dos microcosmos que forman ese macrocosmos están reflejados
brillantemente en la novela brasileña de este siglo. Como
los novelistas norteamericanos del siglo pasado, los brasileños
no pudieron evitar ser regionalistas. Por esta razón, la
"novela brasileña", paradigma y prototipo de un
género nacional, existe tan poco en la realidad literaria
como la "novela norteamericana" en la suya. Esto no ha
impedido que la mayoría de la crítica brasileña
de la primera mitad del siglo se haya desgastado en el descubrimiento
(o invención) de irrefutables rasgos locales.
Así, se han señalado los contrastes obvios entre
la ficción escrita en el Nordeste -tierra trágica
de desiertos y hambres periódicas, de rebelión épica
y sangrienta- y la ficción del Sur: esa región de
gauchos tan similar en muchos aspectos culturales al Oeste
norteamericano y a las llanuras rioplatenses. También se
han discutido las diferencias que hay entre los novelistas introspectivos
de Minas Gerais y los más brillantes y extrovertidos de los
grandes puertos del Atlántico. Pero es tan inútil
hablar de la escuela del Nordeste (confundiendo poética con
geografía) como lo es hablar de los novelistas sureños
en Estados Unidos o del grupo judío de New York. Aunque este
enfoque pueda tener méritos pedagógicos (aclara lo
obvio, cataloga lo externo) se basa en presupuestos erróneos.
Parece suponer que la novela brasileña está sólo
condicionada por el medio, que todos sus practicantes escriben exclusivamente
dentro de los esquemas del realismo más o menos socialista
o crítico, que la novela es (en una palabra) una forma de
documento.
Hace treinta o cuarenta años estos puntos de vista eran
aceptados prácticamente sin discusión por la crítica
brasileña, como lo eran también en el resto de América
Latina. El impacto de la Naturaleza sobre el Hombre (que desconcertó
y maravilló a los primeros cronistas), el descubrimiento
del compromiso político y las teorías del realismo,
vulgarizadas por la burocracia de la Internacional estalinista,
fueron anchamente divulgados y casi siempre aceptados en casi toda
América Latina. No sólo en Brasil, sino también
en México y Argentina, en Ecuador y Cuba, en Chile y Venezuela,
en Perú y Uruguav, los escritores de los años veinte,
treinta y cuarenta se dedicaron a levantar el inventario de sus
patrias, describiendo ríos y montañas, denunciando
a las oligarquías locales y al omnipresente (aunque no siempre
visible) imperialismo norteamericano. (Del soviético no se
quería saber nada entonces.)
Rómulo Gallegos
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En ese período, se escribieron novelas para mostrar el destino
atroz de los indios del altiplano (Jorge Icaza, de Ecuador, y Ciro
Alegría, del Perú, ganaron fama por defender a sus
anónimos compatriotas), o los laberintos de la política
del caudillismo (Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán,
en México, exploraron todas sus turbias avenidas), o las
incrustaciones feudales que todavía sobrevivían en
la América de este siglo. (José Eustasio Rivera, en
Colombia, y Rómulo Gallegos, en Venezuela, catalogaron sus
horrores). Muy pocos de estos novelistas hispanoamericanos estaban
entonces comprometidos con la realidad material del instrumento
que usaban. Si bien su propósito era el realismo documental,
las novelas que producían eran ejercicios estilizados de
descripción abstracta o alegórica de una realidad
que conocían superficialmente: panfletos políticos
apenas disfrazados de ficción, piadosos libelos (2).
Desde el punto de vista literario, sus libros pertenecían
al modo pastoral: eran descripciones minuciosas de una realidad
ajena que el autor componía para lectores también
ajenos a ella. El agudo análisis de William Empson (Some
Versions of Pastoral) fue totalmente desoído por críticos
que habían leído a Lukacs y a Goldmann, que siempre
citaban al peor Sartre, pero eran analfabetos en formalismo. New
Criticism o el estructuralismo germánico(3).
III. El Modernismo: un entierro prematuro
El movimiento regionalista de los años veinte y treinta
en Brasil se desarrolló en ese contexto de una crítica
miope y limitada por lo general. De hecho, el movimiento había
empezado en otra área geográfica y con otros presupuestos
casi una década antes. Tenía su origen en escritores
que sintieron la necesidad de cortar todos los vínculos con
la ficción , y la retórica portuguesas que, aun entonces,
eran fomentadas por el academismo de una literatura oficial, totalmente
dependiente del modelo, o los modelos, de la Europa occidental.
Para liberarse de esta tutela metropolitana, los vanguardistas se
volvieron a Francia e Italia. La Semana de Arte Moderna que se desarrolló
en São Paulo en Julio de 1922, y tuvo reverberaciones inmediatas
en Río de Janeiro y Minas Gerais, produjo un tremendo impacto
en la vida cultural del resto de la nación y marcó
el comienzo de una ola de renovación de muy importantes consecuencias,
hasta hoy. El grupo fue bautizado en el Brasil de Modernista y de
allí salió el apelativo Modernismo, que no debe ser
confundido con el Modernismo hispanoamericano, fundado unos treinta
años antes por Rubén Darío y otros poetas,
bajo la influencia de la poesía simbolista francesa y de
la pintura pre-rafaelista británica. (Este movimiento tiene
su equivalente en el Simbolismo brasileño.)
Aunque muy claramente inspirada en el Futurismo italiano y en otros
ismos europeos, la Semana de Arte Moderna se orientó también
hacia el descubrimiento del Brasil. El contacto con y la imitación
de Marinetti, Blaise Cendrars, Fernand Léger, Dada y los
primeros surrealistas, llevó a los escritores brasileños
(en forma algo inesperada) a una búsqueda de la expresión
nacional en la lengua y a una revaluación de las raíces
culturales. Mario de Andrade (1893-1945) fue uno de los jefes del
movimiento. Poeta y crítico de gran fecundidad periodística,
incansable lector de varias lenguas, divulgador amable y divertido,
fue de los primeros en proponer una lengua brasileña y atacar
(por la parodia) el portugués del oficialismo. Su única
novela extensa, Macunaíma (1928), tiene el deliberado
propósito de construir una narración poética
basada en todo el folklore brasileño y en la actualidad cultural
paulista, para demostrar con el ejemplo la existencia de una lengua
brasileña, tan distinta de la portuguesa como la norteamericana
lo es de la inglesa. El mérito mayor de Macunaíma
fue apuntar, desde el comienzo del Modernismo, dos verdades muy
importantes: el realismo documental es un punto muerto para la novela;
el lenguaje es el primero y más crítico problema que
enfrenta el novelista. A través de su libro inclasificable,
Mario de Andrade mostró que la novela brasileña no
necesitaba ser un mero registro de la realidad aparencial y debía
ser una creación mitopoética. Concentrándose
más en el lenguaje que en la verosimilitud de la fábula,
más en la estructura serial de la narrativa que en la psicología
de los personajes, Mario de Andrade demostró estar ocupándose
primero de las cosas primeras. Más radical y violento que
Mario, fue su amigo y rival Oswald de Andrade (1890-1954). En dos
novelas y dos manifiestos, escritos y publicados en la década
de los veinte, Oswald alteró por completo la estimativa de
su época. Memorias sentimentais de João Miramar
(1923), escrita en el estilo telegráfico que habían
puesto de moda los futuristas, fragmentando la narrativa en breves
y hasta brevísimos capítulos (algunos, pequeños
poemas en prosa), jugando con las palabras y la tipografía,
ésta novela ha sido comparada con la obra más enciclopédica
de Joyce. De hecho, está mas cerca de los experimentos de
Marinetti o Cendrars y hasta de Ilya Ehrenburg, o del tipo de prosa
que en las letras norteamericanas está asociada a los nombres
de Gertrude Stein, el primer Hemingway y el Dos Passos de Manhattan
Transfer. Pero en el momento de su publicación, el libro
era en el contexto brasileño un desafío intolerable.
Por el uso (y abuso) del lenguaje coloquial, de las obscenidades
y hasta del slang paulista, Andrade demolió la prosa
portuguesa de los simbolistas, que aún tenía crédito
en su patria. Entre Miramar y su segunda "novela-invención"
(como la llama Haroldo de Campos), se sitúan los manifiestos:
Pau Brasil (1924) y Antropófago (1928, el mismo
año de Macunaíma). Si en el primero, Oswald
versificaba fragmentos de la Carta de Pero Vaz de Caminha
sobre el descubrimiento del Brasil, así como otras crónicas
de exploradores y viajeros europeos, para marcar así una
búsqueda heterodoxa de raíces, en el segundo Oswald
presentaba toda una poética de la asimilación, corrupción
y carnavalización de la herencia cultural europea. Fechado
para conmemorar a una de las primeras víctimas del canibalismo
ritual de los indios brasileños, el obispo portugués
Sardinha (nombre fatal, sin duda), el manifiesto usaba la parodia
y la sátira para desconstruir la cultura oficial einstaurar
una poética de la inversión. De Frazer, Lévy-Bruhl
y Freud (especialmente Tótem y Tabú),
pero también y sobre todo de Nietzsche, Oswald tomaba, canibalísticamente,
una teoría que rebautizó de Matriarcado y que habría
de ilustrar no sólo sus dos novelas sino también la
de Mario.
Aunque publicada en 1933, con un amargo final en que se mostraba
la desilusión provocada por la caída de la Bolsa de
Wall Street (que liquidó la fortuna de los cafeteros paulistas,
élite a la que pertenecía Oswald), su segunda novela,
Serafim Ponte Grande, ya estaba sustancialmente escrita en
la época del segundo manifiesto y era (es) la mejor expresión
de la antropofagia, incluso por el epílogo alegórico
y explosivo. Más hondamente experimental que Miramar,
más narrativa, Serafim lleva hasta sus últimos
extremos la poética del Modernismo. Infortunadamente, en
el momento de su aparición, cuando ya estaba en el poder
un caudillo del Sur, Getulio Vargas, que inventaría el fascista
Estado Novo, la irreverencia del texto, su sentido carnavalizado
de la realidad, su humor violento, parecerían demasiado frívolos.
No lo eran pero la ceguera del momento así lo quiso. El propio
Oswald se lanzó en la lucha política activa, orientando
su narrativa hacia el realismo socialista que nunca fue su fuerte.
Por su parte, también Mario se volvió solemne, burócrata
y comprometido (4). Desde muchos puntos
de vista, el intento realizado por los Andrade en el Brasil de los
años veinte puede ser comparado con el que ensaya Jorge Luis
Borges en Buenos Aires, durante esta década y la siguiente.
Sus narraciones de esa época, que concentraría en
Historia Universal de la infamia (1935) y El jardín
de senderos que se bifurcan (1941), enfatizaban, como lo habían
hecho antes Macunaíma o Serafim, las cualidades
mitopoéticas de la imaginación y revelaban la misma
urgencia de romper con una tradición muerta para crear un
verdadero lenguaje narrativo latinoamericano. Aunque tuvo más
éxito que los Andrade en sus experimentos y se convirtió,
a partir de los años cuarenta, en jefe de un pequeño
grupo de narradores que se reunían en torno de la revista
Sur (Adolfo Bioy Casares es el mas notorio), la principal
línea de la ficción argentina continuó hasta
la década del sesenta distraída por las ilusiones
del realismo. En Brasil, habría que esperar a la aparición
de João Guimarães Rosa (1908-1967), y a la revaluación
crítica de Graciliano Ramos, para restaurar el diálogo
crítico a su verdadero territorio (5).
Pero volvamos a la década del veinte. Si los esfuerzos de
Mario y de Oswald parecieron malograrse ya a comienzos de los años
treinta, un contramovimiento había empezado a formarse hacia
1926 y como reacción polémica contra los modernistas
de São Paulo. Un énfasis nuevo y renovado sobre el
regionalismo marcó el grupo que aparece en el Nordeste como
desafío a los paulistas.
IV. EI regionalismo Nordestino: un callejón
sin salida
El punto de partida del contramovimiento fue el Primeiro Congresso
de Regionalistas do Nordeste que ocurrió en Recife, en 1926.
Si São Paulo representa, aún hoy, el Brasil moderno
y dinámico del desarrollo económico, el Nordeste (sobre
todo en los años veinte) representaba el Brasil que la nueva
industrialización estaba dejando de lado. Era entonces una
región de economía obsoleta, basada en la caña
de azúcar, y en la que todavía el mundo patriarcal
de los herederos de grandes propietarios de esclavos existía
en el contexto de la experiencia cíclica de la seca y el
hambre que soltaba a los caminos los retirantes, emigrados
internos que huían periódicamente del indomeñable
interior. En muchos aspectos, esa tierra dura combina las realidades
y pesadillescas visiones que ya eran familiares a los lectores de
Sherwood Anderson, William Faulkner y hasta del John Steinbeck de
The Grapes of Wrath. Sólo que el contexto nordestino
es aún más duro y trágico.
Inspirado por hombres como el sociólogo Gilberto Freyre
(nacido en 1900), el Congresso de Regionalistas marcó el
comienzo de un importante movimiento: sirvió para colocar
el Nordeste en el mapa de la ficción brasileña de
este siglo. Lo hizo con una vitalidad y esplendor tales que se llegó
a olvidar el hecho de que la novela del Nordeste no es la novela
brasileña entera. Uno de los clásicos de la sociología
narrativa brasileña, Os Sertões, de Euclides
da Cunha, escrito en 1902, ya había explorado las vastas
posibilidades épicas de esa región del Brasil; en
su monumental, Casa Grande eSenzala, Freyre había
agregado, en 1933, a la visión poética de Da Cunha
su propia visión, amplia y minuciosa, de un pasado en decadencia.
A partir de escritores como José Américo de Almeida
(cuya novela A Bagaceira, 1928, es una obra precursora) y
de Rachel de Queiroz (que antes de cumplir los veinte escribió
0 Quinze, un documento novelesco, clásico y sobrio
sobre los retirantes del año 1915, publicado en 1930),
los novelistas del Nordeste, y sobre todo Graciliano Ramos, Jose
Lins do Rêgo y Jorge Amado, pronto alcanzaron notoriedad en
todo el Brasil. De los tres, el primero en tener fama internacional
fue Amado. Simpatizante del jefe comunista Luiz Carlos Prestes (cuya
hagiografía escribió en 1942), Amado fue ampliamente
traducido en los países socialistas. Más tardíamente,
también alcanzó éxito en los Estados Unidos,
cuando ya su fervor izquierdista se había acabado. Una de
sus novelas más divertidas de la última época,
Gabriela, Cravo e Canela (1958), fue la primera latinoamericana
en convertirse en best-seller.
Publicada en New York, 1962, fue reseñada en la primera
página de la sección bibliográfica del New
York Times, honor entonces reservado sólo a literaturas
europeas. A pesar de este éxito internacional, luego aumentado
por el de la adaptación cinematográfica de otra de
sus novelas, Doña Flor eos seus dois maridos, Amado
(nacido en 1912) no es considerado por la mejor crítica brasileña
como el igual de Lins do Rêgo o de Graciliano Ramos. Las razones
son obvias. Aunque es un narrador nato y un escritor de gran encanto,
sus novelas se resienten por la facilidad. En la época de
su entrega al realismo socialista, Amado convirtió sus novelas
en meros panfletos, aquí y allá aliviados por descripciones
gráficas y hasta pornográficas de la vida en las plantaciones
del Nordeste o en los suburbios de sus ciudades. Jubiabá,
por ejemplo, que apareció en 1935, es una narración
extravagante, una suerte de grand-guignol de horrores, presentada
como un documento sobre la situación de la clase obrera en
Bahía. Más tributaria de Eugène Sue que de
Marx, la novela sólo gustó a los camaradas. Con ese
tipo de regionalismo abstracto, los novelistas del Nordeste no podían
ir muy lejos.
Ricardo Güiraldes |
Más interesante es el caso de Lins do Rêgo (1901-1957).
Él también se inició con un ciclo de novelas
regionalistas sobre la explotación de la caña de azúcar,
pero su enfoque era completamente distinto del de Amado. En vez
de escribir sus novelas con un modelo marxista a la mano, extrajo
de su experiencia de muchacho nacido y educado en ingenios azucareros,
la materia prima y el enfoque de sus libros. Era (como se lo marcaría
amistosamente Graciliano Ramos) hijo de los dueños. Lo que
escribió en una prosa rica, caótica y periodística,
fue su propia búsqueda del tiempo perdido. Como Don Segundo
Sombra (1926), la obra maestra del argentino Ricardo Güiraldes,
sus novelas están llenas de la nostalgia de la memoria. Lins
do Rêgo tenia una visión menos poética y elegante
que la de Güiraldes, pero su ciclo de la caña de azúcar
abarca más y es más precioso como documento. Con brío
y emoción, escribió novelas que lo situaron, rápidamente,
entre los más exitosos narradores del Nordeste. Las ásperas
realidades de la región áspera estaban vistas a través
del modelo que su maestro, Gilberto Freyre, había creado.
A estas teorías y observaciones, sumó Lins do Rêgo
su propia experiencia, enriquecida por el contacto (en Alagoas,
durante los años de iniciación) de gente como Rachel
de Queiroz y Graciliano Ramos. Generoso, Lins do Rêgo fue
de los primeros en reconocer y celebrar el talento único
de este último.
Más tarde, el éxito de las novelas de la caña
de azúcar y una larga residencia en Río de Janeiro,
atenuaron la inmediatez de su crónica. Mientras vivió
en Río completó, entre otras, tres de sus más
ambiciosas novelas: Pedra bonita (1938), Fogo Morto
(1943) y Cangaceiros (1953). Escribiendo entonces desde un
punto de vista más objetivo y no a partir de sus recuerdos
de muchacho del ingenio azucarero, Lins do Rêgo demostró
mejor sus limitaciones de novelista. Sólo la primera de estas
novelas es realmente una sólida obra. Esa crónica
ficticia de una rebelión en los desiertos del Nordeste, encendida
por un fanático que pretende ser un nuevo Cristo (y tal vez
él mismo se lo creía), está presentada a través
de los ojos de un muchacho, Antonio Bento, descendiente del fanático.
La historia se desarrolla en dos niveles del tiempo -un "presente"
en que se evoca el pasado remoto-; ambos acaban por fundirse al
final de la novela. El punto de vista elegido por el autor es a
la vez distante e inmediato. Lins do Rêgo no tenía
la capacidad necesaria para llevar a cabo totalmente su ambición:
las dos últimas novelas importantes que escribió así
lo demuestran. En tanto que Fogo Morto está a menudo
rescatada por el vigor de ciertos personajes folklóricos,
como el capitán Vittorino Carneiro da Cunha, Cangaceiros
depende demasiado del atractivo del tema mismo: esos coloridos bandoleros
del desierto nordestino que han suscitado tanta música y
películas en el Brasil. Para un rápido balance, las
limitaciones de Lins do Rêgo como novelista no obliteran del
todo sus aciertos. En muchos sentidos, ya él había
descubierto que las novelas regionales dependen de una transcripción
imaginativa del lenguaje coloquial, tal como realmente es usado
en la región. Desde São Paulo, Mario y Oswald de Andrade
habían luchado sin pausa por liberar al portugués
del Brasil de la dicción y la gramatiquería de la
vieja, estancada metrópoli. Aunque Lins do Rêgo se
opuso a muchas de las influencias europeas que impregnaban el movimiento
modernista brasileño, compartía con los Andrade la
preocupación por el lenguaje realmente hablado en Brasil.
En tanto que el propósito de los paulistas era realmente
reemplazar una retórica anticuada por una nueva, Lins do
Rêgo daba a veces la impresión de que solo quisiera
eliminar todo tipo de retórica. En sus novelas, que se caracterizan
por una gran libertad de expresión, el intentó transcribir
el "verdadero" lenguaje de los personajes. Lo que le faltó
fue la necesaria disciplina para mantener el lenguaje hablado en
un nivel de permanente invención. Debido a su esfuerzo por
ser fiel a las palabras y la fonética de su gente, a menudo
se convirtió en literal y monótono, antigramatical
y hasta un punto intolerable. El resultado de sus esfuerzos de documentación
regional justificó muchas veces la acusación de algunos
críticos de que "escribía mal". Con Amado
y Lins do Rêgo el regionalismo del Nordeste parecía
haberse encerrado en un callejón sin salida.
Mestre Graciliano
Hasta cierto punto, Amado y Lins do Rêgo no se preocuparon
demasiado por escribir bien y descansaron, incluso suicidamente,
en su intuición de narradores natos. Entre los novelistas
del Nordeste, el que realmente se preocupó por escribir bien
(con un fanatismo que conocieron Flaubert y el Joyce de Dubliners)
fue Graciliano Ramos (1892-1953), el mejor novelista del período.
El apelativo de Mestre Graciliano, o Mestre Graça, con que
lo saludaban sus discípulos de gramática y lenguas
modernas, anticipó el título de maestro de la novela
brasileña contemporánea que habría de concederle
más tarde la crítica.
Ramos fue tan marginal en su puesto de empleado público
de una región perdida del Brasil como el Nordeste mismo es
marginal al Brasil moderno. Su experiencia como Prefecto de Palmeira
dos Indios en Alagos (donde era dueño de una tienda llamada
Sincera) sólo duró un par de años, pero los
relatorios oficiales que escribió en ese período llamaron
la atención del Brasil entero por la economía y precisión
de su lenguaje. Graciliano Ramos fue Director de la Imprenta Oficial,
en Maceió, la capital del Estado (1930-1931) y, más
adelante, Director de Instrucción Pública por un lapso
de tres años (1933-1936). Un introvertido, tímido
hasta el extremo del silencio total o a la emisión, epigramática,
de frases que no solicitan el diálogo, Ramos manifestó
su reticencia hasta por la demora en publicar su primera novela.
Iniciada en 1925, Ramos tenía ya cuarenta y un años
cuando Caetés apareció en 1933. Al año
siguiente saldría su segunda novela, São Bernardo,
que él llegaría a considerar como menos mala que la
anterior.
Nacido en una localidad que tenía el nombre simbólico
de Quadrángulo, hijo de un pequeño terrateniente y
comerciante, el coronel Sebastião Ramos (el título
era honorífico), criado entre gritos y golpes, Graciliano
se acostumbró a encerrarse en sí mismo hasta un extremo
casi patológico. Una enfermedad lo dejó casi ciego
por un tiempo, dificultando aún más el aprendizaje
de las primeras letras. Tenía unos nueve años cuando
pudo empezar a leer con cierta facilidad. Pero a pesar de la demora,
y la falta de estímulos del ambiente familiar, Graciliano
aprendió (o se enseñó a sí mismo)
no sólo el mejor portugués de su generación
sino también el francés y el inglés. Durante
sus años de principiante literario, estuvo bajo la influencia
de Gorki y de algunos maestros de la lengua portuguesa, como el
novelista Eça de Queiroz (cuya corrosiva ironía le
serviría de modelo en Caetés), y de novelistas
brasileños como Machado de Assis y Raúl Pompéia,
y del famoso cronista de Os Sertões Euclides da Cunha.
Pero fue el encuentro y la amistad con Lins do Rêgo y Rachel
de Queiroz en Maceió, los que orientaron su obra en un sentido
que permitiría su asimilación superficial al grupo
del Nordeste.
El libro que oficializaría ese equívoco se llama
Vidas Sêcas y fue publicado en 1938. La crítica
de la época se apresuró a proclamarlo una obra maestra
del regionalismo y el mejor libro de Graciliano Ramos. El juicio
hoy podría cualificarse. Es verdad que supera la restante
producción nordestina y que es, tal vez, su mejor libro.
Pero como novela, es algo más que una narrativa del Nordeste
y, dentro de la obra entera del autor, no es siquiera su libro más
representativo, más suyo. El equívoco hoy es inaceptable.
En 1938 podía aún justificarse. Como Vidas Sêcas
describe la odisea de una familia del interior de Alagos en
busca de trabajo, y muestra en su peripecia la explotación
económica y la prepotencia de los representantes del poder
(militar, patronal), el libro puede ser legítimamente leído
como un documento sobre el destino de los miserables retirantes
del Nordeste. Pero el libro dice más. Por estar escrito en
una lengua económica y escueta, despojada de todo adorno,
por evitar el discurso ideológico del autor, y eliminar el
diálogo (sólo se conoce lo que los personajes dicen
y piensan por un narrador en tercera persona que se adhiere íntimamente
a ellos), Vidas Sêcas produce un impacto mayor que
el de las obras laxas y discursivas de Lins do Rêgo,
o ]as truculentas del Amado de esos años. Cada uno de los
capítulos de Vidas Sêcas es autónomo
(fueron adelantados originariamente en la prensa brasileña
como cuentos) pero la articulación narrativa de los mismos
es magistral. Condensan la experiencia de un novelista que había
aprendido, en sus tres libros ya publicados, el valor de la reticencia.
Por evitar el análisis, mal llamado psicológico (del
que había abusado en la novela anterior, Angústia,
1936) Graciliano Ramos consigue revelar, más por alusión
que por exposición directa, la vida interior de sus desposeídos
personajes. Sus relaciones con el medio y con los animales que los
rodean, dicen más que cualquier disertación. El sol,
un perro y una sombra son personajes tan legítimos del relato
como Fabiano, su mujer y sus dos hijos.
Ramos era un hombre silencioso que sólo se abría
ante amigos muy probados, y Vidas Sêcas es un libro
silencioso, el tipo de obra que necesita ser releída para
revelarse enteramente. Aunque la fatalidad y la injusticia se ceban
con sus personajes, Graciliano Ramos rehuye el panfleto. Incluso
rehuye la fácil solución trágica: Fabiano y
los suyos han de seguir luchando y padeciendo, sin aprender a rebelarse,
confiando siempre en la solución milagrosa que les fue inculcada
con el pan y el vino de la comunión. Con la perspectiva actual
es fácil comprender por qué un libro tan fatalista
fue celebrado hasta por la izquierda más militante. A riesgo
de mal interpretar el libro, la crítica prefirió verlo
como un documento sobre la injusticia de un sistema paternalista
y casi feudal. Subrayaron lo que Vidas Sêcas tenía
de escueta denuncia; se saltaron lo que era, en definitiva, una
visión pesimista del hombre y la sociedad del Nordeste. Cuando
Fabiano se enfrenta por segunda vez con el soldado amarillo que
lo había abusado y castigado, se humilla por segunda vez
porque este representa el Gobierno, y el Gobierno es siempre Gobierno.
La izquierda pasó como sobre ascuas por esta conclusión
y sólo celebró la denuncia.
Había otra razón para que Graciliano Ramos fuese
saludado como un maestro del regionalismo político. En 1936,
había sido preso y mantenido en la cárcel casi un
año, sin juicio ni acusación, por sus conocidas simpatías
con el comunismo. El mismo Gobierno de Vargas que había premiado
la neutralidad política de Mario de Andrade nombrándolo
Director del Instituto de Artes de la Universidad del Distrito Federal
(Río de Janeiro, 1938), habría de perseguir y torturar
psicológicamente a Graciliano Ramos; convirtiéndolo
automáticamente en mártir de la izquierda. Aunque
ya en 1937, Ramos salió de la injusta prisión, en
torno a su figura se centraron en Río de Janeiro escritores
contestatarios. En ese contexto, Vidas Sêcas, y toda
la obra anterior y posterior de Graciliano Ramos habría de
ser leída y discutida. Una lectura diferente de esta se impone,
sin embargo, ahora.
Polémica tácita con el Modernismo
Es bien conocida la actitud anti-modernista de Graciliano Ramos.
En más de una ocasión se refirió acremente,
y hasta con desprecio, a los paulistas que iniciaron un movimiento
que él veía como excesivamente preocupado con la modernidad
europeizante. El vanguardismo de Mario y Oswald de Andrade no le
interesaba para nada. De ahí que haya sido muy fácil
filiarlo (por su temática y su poética) en el grupo
del Nordeste. Pero lo que se ha observado menos es que también
Graciliano Ramos se ha referido acremente a muchos de sus compañeros
regionalistas. La facilidad de Jorge Amado le pareció siempre
aliteraria; el punto de vista de Lins do Rêgo, demasiado
elitista. (Aunque era amigo de ambos, no se callaba sus críticas,
en privado y en público.) Pero lo que es menos sabido es
que ya en su primera novela atacaba tanto los excesos del regionalismo
como los presupuestos básicos de la antropofagia. Al escoger
como protagonista de Caetés a un intelectual de provincia,
que sueña con escribir una novela histórica sobre
los indios que poblaron esa región en la época del
descubrimiento y conquista del Brasil (los caetés del titulo),
Graciliano Ramos está matando dos pájaros de un tiro.
El regionalismo aparece ridiculizado en la mediocridad del ambiente
con una ferocidad que ha hecho recordar a la crítica las
novelas de Eça de Queiroz. Lo que nadie parece haber notado
es que la idea de una novela histórica sobre los caetés
es un pretexto para una polémica tácita con los postulados
de Manifiesto Antropófago, de Oswald de Andrade. Porque
ese manifiesto toma como punto de partida simbólico precisamente
el momento en que los indios caetés matan y devoran al obispo
Sardinha. Al burlarse de la empresa imposible de reconstruir aquel
episodio y de las ambiciones del narrador, João Valerio,
Graciliano Ramos se está burlando también de las pretensiones
de Oswald de Andrade de reconstruir en la São Paulo de los
años veinte un matriarcado de Pindorama que tal vez sólo
existió en su imaginación encendida por los fuegos
de Nietzsche y Freud.
Tal vez la inquina que posteriormente mantuviera Graciliano Ramos
contra este, su primer libro, se debía al hecho de que la
polémica tácita resultó invisible. Ni siquiera
Antonio Cándido (que ha dedicado buenas observaciones al
libro) parece haber sospechado la coincidencia entre el mediocre
proyecto de João Valerio y la doctrina antropofágica
de Oswald de Andrade (8). Sin embargo, en el contraste entre la
mediocridad del ambiente provinciano en que se mueve el narrador
y su ambición de novelista histórico, se insinúa
sutilmente una burla a los antropófagos. Al fin y al cabo,
si João Valerio, que era de Alagoas, no podía reconstruir
una sociedad perdida irremediablemente, que podrían hacer
los antropófagos paulistas que tal vez solo vieron un indio
en las láminas de Hans Staden o de Theodore de Bry. Para
Graciliano Ramos, ese canibalismo de los Modernistas era apenas
un juego literario. Una frase de una entrevista con Homero Senna,
sintetiza su oposición al grupo de São Paulo:
- E que impressão lhe ficou do Modernismo.?
- Muito ruim. Sempre achei aquilo uma tapeação desonesta.
Salvo raríssimas excepções os modernistas brasileiros
eram unos cabotinos. Enquanto outros procuravam estudar alguma coisa,
ver, sentir, eles importavam Marinetti.
- Quer dizer que não se considera modernista ?
- Que ideia !Enquanto os rapazes de 22 promovian seu movimentozinho,
achava-me em Palmeira dos Indios, em pleno sertão alagoano,
vendendo chita no balcão (9)
Más tarde, Graciliano Ramos llegaría a conocer a
Oswald de Andrade y a manifestar su simpatía por él,
pero esa simpatía no se extendió nunca al movimiento
modernista que él veía (con delicado error) como un
apéndice del futurismo. No es cuestión de discutir
ahora este enfoque parcial sino de registrar la intención
de polémica tácita con la antropofagia que tiene,
casi invisible, Caetés. Aunque el autor se negase
a admitirlo, esta novela era algo más que un libro olvidable.
El regionalismo psicológico
Si Graciliano Ramos se apartaba, en teoría y práctica,
del Modernismo, también se apartaba en la práctica
del regionalismo como lo entendían sus amigos de Alagoas.
Así lo demuestran las dos novelas que publica sucesivamente
después de Caetés. Tanto São Bernardo
como Angústia se sitúan, no en el sertão,
sino en pequeñas ciudades del interior en que la mediocridad
de la vida y las pasiones mezquinas se vuelven más ridículas
por las ambiciones literarias de sus narradores protagonistas. Ambos
libros están más cerca del Flaubert de Madame Bovary
o L'Education sentimentale, del Dostoievski de Crimen
y castigo, que de los narradores del regionalismo brasileño.
Son novelas psicológicas en que la maldad del protagonista
de la primera, y los impulsos criminales del protagonista de la
segunda, importan más que la descripción del ambiente
o las costumbres. Representan una variante de la mal llamada "novela
psicológica." A las exploraciones de Eça de Queiroz
y Machado de Assis, suman una obsesión del autor por las
fracasadas ambiciones literarias.
Novelas en que el sarcasmo y la ironía conducen a veces
el texto a la parodia, fueron leídas como documentos realistas.
La confusión es explicable. También Flaubert fue identificado
con el realismo decimonónico, a pesar de Salammbó,
de La Tentation de Saint-Antoine, de Bouvard et Pécuchet;
es decir: de su obra más creadora y original. Algo de la
mediocridad, aunque nada de la inocencia, de los escribas de Flaubert
asoma en el Paulo Honório de São Bernardo y
en el Luis da Silva de Angústia. Lo que agrega Graciliano
Ramos es lo que ya había encontrado en Machado de Assis:
esa metanarración que convierte el São Bernardo
que lee el lector en el São Bernardo que
escribe Paulo Honorio. La distancia es mayor en Angústia,
o parece mayor, porque Luis da Silva no logra dar remate a sus notas.
O, por lo menos, el texto de la novela no tiene la condición
de acabamiento que el de São Bernardo. Hay una razón
biográfica para esta diferencia entre una y otra narración.
En tanto que Graciliano Ramos corrigió hasta el menor detalle
de las otras novelas que publicó en vida, Angústia
salió a la luz en 1936 cuando él todavía estaba
preso. No hubo revisión final, acontecimiento que provoca
no pocas de las lamentaciones del autor en sus Memórias
do cárcere. Circula, incluso, la leyenda de que por estar
inconforme con el texto de Angústia, resolvió
destruirlo, arrojándolo a la basura. Su mujer, Heloisa, y
Rachel de Queiroz, serían las encargadas de rescatar el manuscrito
y protegerlo del autor, y de la policía, hasta su publicación.
(Otra variante de la leyenda indica que todo fue programado por
el autor, como una broma para estimular a sus protectoras.)(10)
Sea como fuere, el texto de Angústia no tiene el "acabado"
del de São Bernardo y justifica el que muchos críticos
lo consideren inferior al segundo.
Tal vez sea cierto. Pero hay en Angústia, en el texto
mismo de la novela, una tensión trágica que no se
mitiga ni siquiera cuando ocurre el asesinato de Tavares por Luis
da Silva. Esa tensión se origina (como en Dostoievski, como
en Borges) cuando el lector descubre que el asesino y su víctima,
que el frustrado Luis da Silva y el seductor Tavarez son dobles,
esquizofrénicamente separados por la narración. Aunque
Graciliano Ramos se inspiró para componer a estos personajes
en personas que él mismo conoció, la fuerza oscura
y obsesiva que ellos alcanzan en el texto de la novela, viene de
otra fuente: el autor y su narrador son idénticos en la actitud
aunque distintos en la peripecia biográfica.
Autobiografías secretas
Ya Flaubert había declarado cierta vez: "Madame Bovary,
c'est moi." Como su maestro, Graciliano Ramos llegó
a decir: "sólo puedo escribir lo que soy."(11)
Sus tres primeras novelas (en que siempre hay un escritor de provincia,
fracasado, de protagonista) son espejos deformantes de su propia
iniciación literaria. Así como Graciliano Ramos se
sintió marginalizado en Palmeira dos Indios o en Maceió
con respecto a la vida literaria brasileña que se centralizaba
en Río de Janeiro o São Paulo (sólo residirá
permanentemente en la entonces capital del Brasila partir de su
salida de la cárcel, en 1937), sus protagonistas son escritores
frustrados (João Valerio, en Caetés), ocasionales
(Paulo Honório en São Bernardo) o meros periodistas
de provincia (Luis da Silva en Angústia). En el espejo
deformante de su mediocridad reconoce Graciliano Ramos la caricatura
de su propia ambición.
La crítica se ha encargado de corregir esa versión
negativa de sí mismo que él
ofrece en sus libros autobiográficos o en sus cartas y declaraciones
periodísticas. Aunque prefería hablar de su obra como
si no valiese nada, o estuviese aún muy por debajo de lo
que pretendía, Graciliano Ramos sabía perfectamente
que su ambición literaria no era vulgar. El éxito
de Angústia, más tarde confirmado y aumentado
por Vidas Secas, habrían de atemperar un poco su escepticismo,
sin modificarlo del todo. Porque las raíces de esa insatisfacción
consigo mismo llegaban muy lejos, hasta una zona arcaica de su vida.
Machado de Assis |
De ahí la paradoja de que sus primeras tres novelas (tan
trágicamente autobiográficas) fuesen inscritas por
la crítica del momento en una tendencia literaria, el regionalismo,
con la que muy poco tenían que ver. El equívoco fue
consagrado por la publicación de Vidas Sêcas:
esta obra parecía indiscutiblemente una pieza mayor del regionalismo
nordestino. La verdad es que ni las tres primeras novelas eran,
literalmente, costumbristas, ni Vidas Sêcas era apenas
un documento regional. Las obsesiones de João Valerio, Paulo
Honório y Luis da Silva eran cualquier cosa menos típicas.
Intelectuales que necesitaban (como los protagonistas de Memorias
póstumas de Brás Cubas y Don Casmurro,
de Machado de Assis) dejar un testimonio de su vida y pasiones,
o, por lo menos, transformar su realidad en novela, los tres escapaban
anchamente del mundo mediocre y aliterario que los rodeaba. Es inútil
que cierta crítica quiera ver en estas tres primeras novelas
un reflejo del mundo real en que vivió Graciliano Ramos sus
cuarenta y cuatro primeros años. Puede demostrarse fácilmente
(y Helmut Feldmann lo ha dicho) en qué personajes reales
se basó el novelista alagoano; qué anécdotas
escapan de la crónica periodística o de la sección
policial. Lo que las unifica no es lo anecdótico de Alagoas
sino la obsesión literaria de los protagonistas: obsesión
que es eco de la que consumía a su autor. Nada más
subjetivo que ésta pasión. Nada menos regionalista
que esta subjetividad. Como Güiraldes, otro gran escritor erróneamente
inscrito en el regionalismo, Graciliano Ramos solo usaba el marco
local para explorar una pasión extremadamente singular. Sus
maestros (Flaubert, Dostoievski, Eça de Queiroz, Machado
de Assis) ya le habían enseñado a liberar su obra
de las falsificaciones del regionalismo.
Memorias de infancia y cárcel
Los dos libros mar importantes que escribe Graciliano Ramos después
del éxito equivoco de Vidas Sêcas serán
explícitamente autobiográficos. Con Infãncia
(1945), abandona la máscara novelesca y habla, por primera
vez, en nombre propio. La narración es atroz. Nacido en una
familia de sórdidos sertanejos, el niño Graciliano
sólo conoce el abuso de la autoridad paterna y el odio de
una madre abrumada por la maternidad. El miedo, el terror incluso,
es su experiencia más constante. Castigos brutales, indiferencia,
arbitrariedades; esa es la lección que aprende en su infancia
y que trasmite a las criaturas de sus novelas. Leer Infãncia
es no sólo reconocer muchos de los personajes de sus tres
primeros libros, y relevar anécdotas y paralelos. Es, sobre
todo, descubrir que el más autobiográfico de todos
sus personajes es el Fabiano de Vidas Sêcas porque
éste, como el niño Graciliano, pertenece a la vasta
comunidad de los humillados y ofendidos de que habló Dostoievski,
nada más parecido al mundo de naturaleza implacable y brutalidad
del poder que dibuja Vidas Sêcas que el mundo que el
novelista invoca en Infãncia.
Que el autor haya encontrado en aquella novela la fórmula
perfecta para ficcionalizar su realidad más íntima
es una de las paradojas de la literatura brasileña. No son
João Valerio, Paulo Honorio o Luis da Silva quienes realmente
"representan" a Graciliano Ramos en su ser interior. Es
Fabiano que aguanta estoica y humildemente los golpes de fortuna,
la brutalidad de la naturaleza, el arbitrio obsceno del poder. Incluso
en la peripecia del hijo mayor de Fabiano (que escucha en la noche
la voz del padre contando historias) hay un eco de esa única
luz que a veces recibía el niño Graciliano de su duro
padre. Su libro más autobiográfico y su novela más
objetiva, "regionalista", acaban por mostrar su íntimo
parentesco literario.
Un crítico perspicaz ya había descubierto que en
Graciliano Ramos, "o menino é tudo"(13). Como Wordsworth
(que había acuñado en un famoso poema la fórmula:
"The Child is Father to the man"), las raíces más
hondas de la creación literaria de Graciliano Ramos están
en esa infancia atroz. La redacción de las Memórias
do cárcere (que sólo fueron publicadas póstumamente
en 1953) confirma esa paternidad invertida. Al margen de su indiscutible
valor como documento político de una época infame
de la sociedad brasileña, las memorias valen como retrato
no retocado del viejo Graciliano. Sus grandezas y mezquindades,
su generosidad hirsuta y su incapacidad de reciprocar, así
fuese mínimamente, un gesto de amistad o de amor, aparecen
implacablemente registrados en las cuatro partes de este libro infernal.
Graciliano Ramos aprendió en su infancia la dura lección
del castigo corporal, de la falta de amor, de la injusticia, hasta
un punto en que sus sentimientos se congelaron, su capacidad afectiva
se automutiló, su masoquismo llegó a refinamientos
increíbles. En la cárcel, y a pesar del testimonio
de sus sentidos que reiteradamente le demostraban el aprecio y no
sólo el cariño, sino el respeto con que era distinguido
por sus compañeros y hasta por los carceleros, Graciliano
Ramos continúa presentándose como un ser perseguido
y destituido, el niño apaleado que nunca se queja pero nunca
perdona.
Es cierto que la cárcel (sin juicio o acusaciones) era la
clásica situación kafkiana que podía haber
fomentado el masoquismo hasta en el más empedernido optimista,
pero el regodeo con que Graciliano Ramos acepta esta situación
feroz, el cuidado con que se deja despojar de todo, o renuncia a
privilegios normales, indican que, desde su infancia, estaba entrenado
para convivir con seres infernales y que su estancia en la cárcel
fue (de manera paradójica) la culminación de sus pesadillas
masoquísticas. Los horrores que imaginariamente padeció
el protagonista de Angústia fueron las realidades
de su autor en la horrible experiencia que registran las Memórias
do cárcere.
Felizmente, el masoquismo de Graciliano Ramos se detenía
ante el arte de escribir. Aquí él pasaba la raya.
Como lo demuestran las memorias, aún en las condiciones más
desfavorables él conseguía escribir. Un impulso de
invención más fuerte que el impulso de autodestrucción
lo hizo continuar tomando notas y pensando obsesivamente en la necesidad
de dejar un testimonio personal durante los peores momentos de su
vida en la cárcel. Es cierto que, en más de una ocasión,
debió destruir sus notas. Pero no menos cierto es que dedicó
los
últimos años de su vida (mal de salud pero aún
entero) a la redacción de este libro. Algo de la obsesión
que tenía Paulo Honorio de registrarlo todo, había
en él. A su muerte, quedaban un par de capítulos por
escribir pero la tarea principal estaba concluida.
Aunque para Graciliano Ramos el libro era sólo un borrador,
la muerte se encargó de darle término. Por una última
paradoja que él tal vez hubiera sido capaz de aceptar como
se acepta la fatalidad, el manuscrito fue vetado por el Partido
Comunista brasileño y se publico sólo por insistencia
de los herederos. La versión que se conoce fue preparada
por uno de sus hijos, el escritor Ricardo Ramos, y ha sido impugnada
por una de sus hijas, Clara Ramos y por algunos críticos.
La comparación de algunas páginas facsimilares del
manuscrito con el texto publicado permite verificar extrañas
variantes. Lamentablemente, el acceso al manuscrito es por ahora
imposible. Se anuncia una edición crítica del libro.
Hasta que no sea publicada parece más prudente suspender
el juicio.
Ésta tal vez sea la última paradoja que subrayar
en el curioso destino literario de Graciliano Ramos. Inscrito desde
sus orígenes literarios en un movimiento regionalista con
el que tenía poco que ver; celebrado por Vidas secas,
un libro que es muy suyo pero sólo en la entraña más
íntima de su escritura autobiográfica; exaltado por
un Partido al que dedicó muchas energías en las últimas
décadas de su vida pero que interfirió estalinísticamente
en la publicación de su última obra importante, Graciliano
Ramos pareció destinado a producir su obra en el equívoco.
La fama es el peor de los malentendidos, dijo una vez Rilke. En
el caso de Graciliano Ramos, esto resulta evidente.
O, por lo menos, lo era hasta hace poco. Con la perspectiva de
casi treinta años de su muerte, ya parece posible leer a
Graciliano Ramos como lo que es: el mayor novelista brasileño
de la primera mitad del siglo XX, el único que puede situarse
(sin concesiones ) entre Machado de Assis y Guimarães Rosa,
y no apenas como el mejor de los regionalistas.
Yale University"
1 Me baso en un texto, "La muerte brasileña",
recogido en el volumen primero de mis Narradores de esta América
(Montevideo, 1969, aunque modificado y ampliado sustancialmente.)
2 Véase, en el mismo volumen de Narradores,
los trabajos sobre "Mariano Azuela: Testigo y crítico",
"Doña Bárbara: Una novela y una leyenda americana",
"Hipótesis sobre Ciro Alegría."
3 Para un enfoque "socialista" de la obra
de Graciliano Ramos. Véanse los trabajos de Carlos Nelson
Coutinho y Leônidãs Cãmara en Graciliano
Ramos, editado por Sõnia Brayner (Río de Janeiro,
1977)
4 Los mejores trabajos sobre Mario y Oswald de Andrade,
en el contexto del Modernismo, son los de Haroldo de Campos: Morfología
de Macunaíma (São Paulo, 1973) y el prólogo
a las dos "novelas-invención" de Oswald en el volumen
2 de sus Obras completas (Río de Janeiro, 1971). Para
la antropofagia, véase el excelente estudio de Benedito Nunes
en el volumen 6 de las mismas Obras (Río, 1978). He
adelantado el enfoque de este capítulo en las notas a Mario
y Oswald de Andrade en mi The Borzoi Anthology of Latin American
Literature, volumen II (New York, 1978).
5 Un paralelo entre Mario de Andrade y Borges ha
sido esbozado en mi libro, Mario de Andrade/Borges (São
Paulo, 1978). Para una información más detallada sobre
la carrera literaria del escritor argentino, véase mi Jorge
Luis Borges. A Literary Biography (New York, 1978).
6 El pesimismo de Graciliano Ramos ha sido señalado, entre
otros, por Otto María Carpeaux, Antônio Cándido,
Alvaro Lins, Olívio Montenegro y Rolando Morel Pinto. Para
una discusión, véase el artículo de Franklin
de Oliveira en la recopilación citada de Sonia Brayner.
7 Aunque menos divulgada que su opinión sobre
los Modernistas, no es menos demoledora la que lo merecen los Nordestinos:
unos "Analfabetos de talento. Enbrenhando-se pela sociología
a pela economia, lançan no mercado romances causadores de
enxaqueca ao mais tolerante dos gramaticos". La opinión
está citada por Clara Ramos en su Mestre Graciliano. Confirmação
humana de uma obra (Río de Janeiro, 1979), p. 137.
8 Véase la edición de Antõnio
Cándido de Graciliano Ramos, Trechos escolhidos, (Río
de Janeiro, 1975), pp. 8-9.
9 La entrevista está en Brayner, recopilación
citada, pp. 50-51. El encuentro de Graciliano Ramos con Oswald de
Andrade está registrado en el libro citado de Clara Ramos,
pp. 120-121.
10 El episodio de la destrucción y salvamento
de Angústia, en sus dos variantes (la segunda es atribuida
a Lins do Rêgo) está en Clara Ramos, p. 92.
11 En la misma entrevista con Homero Senna, reproducida
en Brayner, afirma Graciliano Ramos "Só poso escriver
o que sou. E se as personagens se comportan de modos diferentes,
é porque não só um só. Em determinadas
condições, procederia como esta ou aquela das minhas
personagens. Se fose analfabeto, por exemplo, sería tal qual
Fabiano..." (p. 55).
12 Véase Helmut Feldmann: Graciliano Ramos,
Reflexos de sua personalidade na obra (Fortaleza, 1967).
13 Véase el trabajo de Otávio de Faria,"
Graciliano Ramos e o Sentido do Humano," en Brayner, p. 175.
14 Para la discusión sobre el manuscrito de
Memórias do Cárcere, véase Clara Ramos,
pp. 252-262.
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