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"El folletín rescatado"
En Revista de la UNAM, Vol. 27, nº 2, octubre 1972
p. 25-35
Con dos novelas publicadas (La traición de Rita
Hayworth, 1968; Boquitas pintadas, 1970), y una tercera en preparación,
Manuel se ha convertido en uno de los más destacados novelistas
latinoamericanos de hoy. Es cierto que el público y la crítica
tardó en reconocer la originalidad de su narrativa. En la
Argentina, La traición de Rita Hayworth fue ignorada o menospreciada
por muchos que luego habrían de "descubrir" Boquitas
pintadas. Pero el éxito extraordinario de esta última
obra ha terminado por imponer su nombre, y no sólo en su
patria. Ediciones españolas de las dos novelas; traducciones
al italiano y al portugués de Boquitas; al francés
y al inglés de La traición, han terminado por convencer
a los más recalcitrantes. Hoy el nombre de Puig se sitúa
(junto a los de Cortázar y Bioy, Sábato y Marechal)
entre los más originales producidos por la novela argentina
de estas últimas décadas.
Nacido en 1932, Manuel Puig tarda en llegar a la literatura.
Como su personaje, Toto, descubre la ficción más en
el cine que en las novelas y sus sueños cinemáticos
habrán de llevarlo (después de un pasaje casi invisible
por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires) a Roma, a estudiar con Cesare Zavattini, el libretista
del mejor De Sica, en el Centro Sperimentale del Cinema. Posteriormente,
trabajó como ayudante de dirección en diversos films.
El contacto con el set, los productores y técnicos, los actores,
lo convenció que no era allí donde habrían
de realizarse sus sueños cinematográficos. Se puso
a escribir algunos libretos, malamente imitados de películas
norteamericanas de éxito. Terminó escribiendo uno
en que los personajes de su vida real adquirían proporciones
de fábula y en que el desolado pueblo pampero que se llama
General Villegas aparece metamorfoseado como "Coronel Vallejos".
Manuel Puig había descubierto su Combray. Lo demás
son largos años de espera y desespero (en París, en
Nueva York, en Buenos Aires) mientras los editores se negaban a
reconocer la novedad de su novela, mientras los críticos
premiaban otras olvidables y olvidadas, mientras el boom de la nueva
novela parecía pasar al margen. Todo esto terminó
con la publicación de Boquitas en 1970.
La conversación que sigue fue grabada en Buenos Aires
hace ya un tiempo. Era un día de fiesta nacional y de ahí
la alusión con que concluye. Aunque se concentra sobre todo
en Boquitas pintadas, ofrece también algunos atisbos sobre
La traición. En algún momento, Puig se refiere a un
artículo que dediqué a esta novela. Se trata de "La
traición de Rita Hayworth, una tarea de desmitificación",
publicado en Imagen, núm. 34, Caracas, octubre 15, 1968.
El lector curioso encontrará en dicho artículo un
desarrollo crítico de algunas ideas que se discuten en el
curso de esta conversación.- E. R. M.
ERM: La primera pregunta que se me ocurre hacerte es, muy
obviamente: ¿Por qué elegiste el género folletinesco
para tu última novela?
MP: Elegí el folletín como género literario
porque se adecuaba a la historia que tenía para contar. Por
supuesto que primero encontré el tema; en una segunda etapa
elegí la forma de narrarlo. Tomé el folletín
por su estructura, muy atenta al interés narrativo; además
son propios del folletín los personajes esquemáticos
y la emotividad, elementos con que me interesaba trabajar.
ERM: Al hablar de folletín, ¿te refieres a
esa forma tradicional del siglo XIX, la novela que se publicaba
por entregas, en folletos, o folletines, y que era tan popular con
los lectores europeos, de Dickens a Eugenio Sue?
MP: Sí, yo también quería publicar
Boquitas pintadas por entregas, en una revista; por entregas
semanales, ¿no? pero aquí en Buenos Aires no fue posible.
ERM: O sea, que tu intención no sólo era escribir
una novela en forma de folletín sino revivir incluso el estilo
folletinesco de publicación, dándola a conocer por
entregas. Pero, ¿por qué no pudiste hacerlo? ¿Qué
pasó?
MP: No se, me dieron explicaciones muy vagas. Lo vieron
en muchas revistas; en general interesaba pero después venían
los cabildeos. Yo lo ofrecí a revistas de información
primero; después a revistas femeninas, nada. Parece que mi
texto los obligaba a modificar el formato y eso traía complicaciones...
ERM: Pero, ¿les interesaba o no la idea de publicar
la obra por entregas?
MP: No, no, la idea de sacar un folletín no interesaba,
después, leyendo la obra parecían cambiar de idea,
pero al final volvían a arrepentirse.
ERM: ¿Tú te apoyabas en algún antecedente,
cercano o no, para ese impulso de escribir una novela en forma de
folletín?
MP: No, nunca leí Los misterios de París,
de Sue, por ejemplo. Jamás leí un folletín
en mi vida, pero sí vi mucho cine folletinesco, oí
mucha radio folletinesca.
ERM: ¿O sea que era más bien una reacción
tuya a una forma que no venía (para ti, al menos) de la tradición
literaria que te rodeaba sino de otras formas culturales, de otros
medios que el específicamente literario?
MP: Exacto. Del cine, de la radio, y mucho también
de la canción popular.
ERM: Y en cuanto al tema mismo de Boquitas pintadas,
¿qué origen tiene? ¿"La realidad"?,
como se dice.
MP: Los personajes existieron. Algunos de ellos no llegaron
a conocerse, pero pienso que si se hubiesen cruzado, podría
haber sucedido lo que sucede en la novela. La anécdota policial
tiene que ver con algo sucedido, anécdota doblemente policial
porque hay un crimen y porque hay una mujer embarazada por un policía,
pero en la elaboración de todo eso me permití algo
de imaginación. Un 20% nada más.
ERM: O sea que los dos temas básicos que se entrecruzan
en tu novela, la historia de Juan Carlos y sus numerosas amigas
o amantes, y hasta su muerte provocada por la tuberculosis y los
"excesos de la carne", se entreteje con la otra historia,
la de la sirvientita que es embarazada por un policía, en
fin, lo que tu llamas con un poco de intención, "la
historia policial", son dos temas que tienen un origen en la
vida real, aunque no se hayan dado exactamente enlazados así,
como en tu novela.
MP: Sí. Para Juan Carlos, el protagonista, me basé
en un recuerdo infantil muy vago. Resulta que había en Villegas,
mi pueblo, un muchacho que tenía entre 20 y 30 años,
muy bien parecido, de aspecto siempre cuidado, que no trabajaba.
La primera vez que me llamó la atención fue en un
té de señoras, donde él era el único
hombre. Claro, a las cinco de la tarde todos los maridos, parientes
y novios de las presentes estaban ocupados en sus trabajos. Fue
muy cariñoso conmigo. Cuando volvimos a casa, mamá
me frotó con alcohol. Me explicó que ese muchacho
estaba tuberculoso, que tenía poco tiempo de vida. Fue una
impresión terrible, porque el aspecto físico no hacía
sospechar nada. Se llamaba Danilo, un hombre de película
(yo en esa época era cinemaniático perdido), de La
viuda alegre, versión Lubitsch con Chevalier-McDonald.
Y al poco tiempo, Danilo murió. Fue muy llorado porque era
una persona plácida, buen carácter, de una familia
de clase media muy querida, nada que ver con el Juan Carlos de la
novela, que está envenenado por un resentimiento. No sé
si recordarás que a Juan Carlos lo han despojado de unas
tierras. Años después asocié a Danilo con otro
muchacho, desocupado también, pero no por enfermedad, sino
por inadaptación al medio, que en aquella época se
llamaba vagancia. Se le parecía mucho, físicamente.
Este era un resentido malhumorado, de familia venida a menos. Don
Juan implacable. Al escribir la novela fundí ambas figuras
en una; de Danilo sólo retuve la extraordinaria apostura
física, y la enfermedad. Todos los defectos son del otro.
En cuanto a los demás personajes, en fin... para Mabel me
basé en un solo modelo.
ERM: ¿Tuvo otro Juan Carlos esta Mabel?
MP: Sí.
ERM: Bueno, eso es lo que hacen los novelistas casi siempre:
una aplicación práctica de la teoría combinatoria.
Pero no creo que sea este aspecto el que despierte mayor interés
ya que en Boquitas pintadas tú has elegido muy deliberadamente
historias corrientes, que pueden haber ocurrido cientos de veces
y a muchas personas distintas, y por eso es legítimo que
al componer tu intriga tomes elementos de una u otra situación
similares. No, lo que realmente importa en tu novela es el tratamiento
del tema, es el hecho de que tú lo presentes en forma folletinesca.
Aquí la técnica constituye la sustancia misma de la
historia porque es la técnica del folletín la que
determina la narración fragmentada en un cierto número
de páginas, con un suspenso que ocurre siempre en momentos
previsibles, una revelación gradual de incidentes y caracteres,
un misterio que se esconde tenazmente hasta la última entrega.
En este sentido, también, la novela tiene una estructura
policial, ya que la novela policial es tal vez el último
sobreviviente popular del folletín del siglo pasado. Pero
sería injusto olvidar que tu folletín no deja de aprovechar
también otras técnicas narrativas, como lo había
hecho antes, y con tanto brillo, tu primera novela, La traición
de Rita Hayworth.
MP: Sí, ante todo quiero decirte que con Boquitas
pintadas intento una nueva forma de literatura popular. Sin
perder rigor, creo que se puede ir hacia un público más
vasto. Desconfío mucho del hermetismo; a veces puede ser
comodidad para el escritor. De todos modos no he renunciado a los
experimentos técnicos que ya había empezado en La
traición de Rita Hayworth. Y los retomé, pero
siempre tratando de ajustarme a la continuidad de ese interés
narrativo. Hay varias técnicas dentro de Boquitas pintadas,
y no porque yo quiera hacer un muestrario, sino por necesidades
expresivas. Pienso que cada personaje entrega su clave secreta de
distinta forma. No se... me parece que se delata en la simple enumeración
de sus actos exteriores cotidianos. Hay personajes en este folletín
que no tienen ningún misterio, ninguna vida interior que
no trascienda en sus actos exteriores. Los capítulos cuarto
y quinto son simples enumeraciones de las actividades individuales
de cada uno de los cinco protagonistas en un mismo día. En
una especie de compartimientos separados, ¿no? Pero más
adelante algunos de esos personajes se espesaban, se volvían
más complejos, y entonces me resultaban más expresivos
por su modo de escribir una carta, o por su modo de dialogar, o
por el fluir de sus conciencias.
ERM: Incluso utilizas a veces la técnica del monólogo
interior.
MP: Sí, pero no hay muchos monólogos en Boquitas
pintadas, porque sus personajes están inconscientes de
los hilos que los mueven. Todos han aceptado las reglas de la sociedad
en que viven, respetan en todo momento los cánones de la
clase a que pertenecen. Por lo tanto, los conflictos no afloran
con facilidad a nivel consciente. Es decir... son personajes que
logran engañarse a sí mismos, logran sofocar sus necesidades
internas para no faltar a las reglas del juego. A veces, cuando
nadie los ve, actúan de acuerdo a su verdadera naturaleza.
Las mentiras que Juan Carlos cuenta en sus cartas, por ejemplo,
me ayudaban a dar ese desfasaje, porque a la distancia,
él podía proyectar a su novia una imagen ideal -falsa-
de sí mismo. Pero hubo un momento en que cierto cambio de
él, muy íntimo (está en el capítulo
8), no salía a la luz en las cartas y después de muchas
pruebas tuve que echar mano a un recurso bochornoso para dar el
contenido inconsciente suyo: un sueño.
ERM: Eso de recurso bochornoso estoy seguro que no le gustaría
nada a Freud y su escuela. Dirían que les estás sacando
el pan de la boca. Pero en fin, no divaguemos. A propósito
de los monólogos quería observarte una cosa que sí
me parece importante. En algunos de los de Boquitas pintadas,
tú usas frases que vienen de letras de tango o de bolero.
Eso me interesó enormemente y gustaría que me explicaras
por qué lo has hecho.
MP: Sí, por ejemplo en el capítulo 11 hay
un monólogo interior de la sirvienta Rabadilla, año
1939. Mientras espera en una esquina al hombre que la sedujo y abandonó,
se entretiene cantando sus tangos favoritos, los de Libertad Lamarque,
a la que oye por radio y ve en el cine. Las letras de los tangos
le producen truculentas asociaciones de ideas que arrastran contenidos
inconscientes. Se van aclarando misterios que el lector no dilucidaba
hasta ese momento y que para Rabadilla siguen en la inconsciencia,
como por ejemplo su intención asesina. Al mismo tiempo esos
tangos resultan útiles al lector para entrar en la atmósfera
de una época, a través de expresiones muy genuinas
-a mi entender- de la cuita popular. En cuanto a los boleros, aparecen
más adelante en el capítulo 16, año 1947. Hay
allí un monólogo de Nené, donde expresa toda
su desesperación con palabras de boleros, que eran sensación
del momento y marcaron a adolescentes y jóvenes de los años
40. Yo recuerdo que, por entonces, llegados ciertos momentos emotivos,
pensábamos en términos de boleros. Esos términos
superlativos ayudan a Nené a desatar su desesperación
de amante, frenada por su condición de madre y esposa. En
ambos casos, tangos y boleros me sirven como vehículos del
material inconsciente.. . Perdóname que me vaya del tema
pero estuve pensando ciertas cosas que me dijiste el otro día
sobre la chatura de los personajes de Boquitas pintadas. Me habías
dicho que eran personajes sin interés, muy chatos, mientras
que los de La traición de Rita Hayworth tenían
otro relieve. Mira, eso debo admitirlo, fue deliberado, porque me
interesaba hacer otro tipo de cosa. Creo que los personajes de La
traición tienen casi todos un... cierto relieve, porque
todo parte de la necesidad del chico, Toto, el protagonista, de
comunicarse con gente similar a él. Es un chico que no tiene
que ver con el medio que lo rodea, se siente muy solo, busca, huele
en la gente que lo rodea la posibilidad monstruosa con que identificarse.
Los personajes de La traición aparecen en función
de este chico que los descubre para refugiarse en ellos ¿no?
RM: Al mismo tiempo, esa actitud del Toto provoca en los
otros personajes una catarsis de cosas que de otro modo probablemente
no saldrían a luz. Su presencia actúa como agente
provocador, o elemento catalizador, para cambiar un poco el símil.
MP: Si, mira como en esa novela cuento la historia de mi
infancia, yo se que allí en ese pueblo había gente,
la mayoría, como la de Boquitas pintadas: de poco
interés. Chatos. A esa gente yo no la iba a buscar nunca,
no tenía eco en ellos, no había respuesta. La gente
de que quise rodearme, los pocos vecinos con que yo me daba, todos
tenían una cierta dimensión neurótica. Por
eso creo que los personajes de La traición son más
ricos, más interesantes.
ERM: Discúlpame que te interrumpa para colocarte
una cita de Cyril Connolly (está en The Unquiet Grave)
donde dice que no es cierto que los personajes neuróticos
sean siempre más interesantes. A veces son incluso más
aburridos.
MP: Pero a ti te interesan más los personajes de
La traición.
ERM: Es claro. Pero también me interesan más
los neuróticos en la vida real. Por algo será.
MP: Para esta segunda obra busqué otro tipo de personaje,
ante todo sometido al medio. Porque me interesaba más que
nada interpretar los móviles morales de una época.
Los hilos que movían a todas esas piezas.
ERM: De acuerdo. Porque otra característica importante
de tus novelas es que cubren siempre un periodo histórico
muy bien delimitado, con fechas claras y precisas. Esto ya es evidente
en La traición, y se acentúa en Boquitas.
MP: Sí, volví a esa época y al pueblo
porque todavía me habían quedado cosas en el tintero
sobre mi infancia y adolescencia en Villegas. En cambio ahora, en
la tercera obra, trabajo con el presente, cosas ocurridas hace un
año. Y eso me preocupa. Me falta la perspectiva que da el
tiempo... ¿no? Vaya a saber lo que sale de todo eso.
ERM: Otra diferencia que me parece notable en este sentido
es la que se refiere a la espesura, o mayor relieve de los personajes
de La traición con respecto a los de Boquitas.
Es como si en esta novela te hubieran interesado menos los personajes
que la situación en que están entrampados.
MP: Sí, en Boquitas pintadas más que
las piezas de ajedrez en sí mismas, su descripción,
interesan las tensiones que se producen entre ellas durante sus
desplazamientos por el tablero.
ERM: Es el desarrollo de la novela, el progreso de la situación
misma, lo que hace que el lector se vaya interesando en los personajes.
Si no fuera por eso, no creo que nadie leyera la novela, y espero
que la sigan leyendo muchos, cada vez más. Al mismo tiempo,
y esto parece contradictorio pero no lo es, a medida que el lector
se deja agarrar en la trampa de la intriga, su interés por
los personajes crece y es como si se volvieran más complejos.
O sea que al final de la novela se produce un efecto imprevisible
al principio: es casi como la revelación de que estos personajes
chatos eran, en realidad, interesantes. Como tú siempre te
mantienes separado de tus personajes (ellos cuentan realmente su
propia historia, como pasaba también en La traición:
tú sólo eres un registro), la visión por lo
mismo parece un poco superficial. Pero a medida que crece la novela,
crece también la dimensión de los personajes. O tal
vez se trate sólo de un efecto de óptica, como los
que se dan en los cuadros del Op Art: de tanto mirar la superficie
se empieza a ver la tercera dimensión. Como simple lector
te digo que al final me sentía afectado por los personajes
de Boquitas casi de la misma manera que me sentí afectado
por los de La traición, la primera vez que leí
tu novela. Aunque eso sí, insisto, es un efecto final de
la lectura, y no efecto inicial como pasaba con Toto en La traición.
Creo que en este diferente proceso se encuentra la diferencia básica
entre las dos novelas.
MP: Sí, sí. Es la verdad. Lo que interesa
en Boquitas es la trayectoria. Son personajes que cubren
un lapso de tiempo muy largo. Lo que han hecho no es nunca importante,
pero al final la suma de esas banalidades significa algo. No interesa
cada paso sino la trayectoria. Esa al menos era mi intención,
lo que salió... no sé.
ERM: Creo que lo que salió está muy bien.
Ahora, yo plantearía el tema de una manera totalmente distinta.
Aceptando tu descripción de Boquitas, diría
que esta novela está construida de tal manera que tiene un
punto focal: la muerte de Juan Carlos. Aquí está el
centro de la novela, y el centro de su intriga. Porque para explicarse
la muerte de Juan Carlos (no la simple explicación de que
murió tuberculoso, que es obvio) hay que llegar a saber qué
ocurrió exactamente esa noche que él visita primero
a Nené (y no consigue seducirla del todo) y luego pasa la
noche con una de sus amantes. De alguna manera, esa noche explica
o sintetiza toda la historia de Juan Carlos, de su relación
con las mujeres en general, su enfermedad, su voluntad de aniquilarse
en el placer. La novela está construida de tal manera que
si bien parte de la circunstancia de la muerte de Juan Carlos, va
constantemente hacia adelante y hacia atrás de ese acontecimiento,
y en cada uno de sus movimientos pasa siempre por ese punto focal,
esa noche que es como una especie de punto estático que paraliza
todos los hilos narrativos que en él se cruzan. Los paraliza
por un instante, aclaro. De tanto ir y volver, de tanto pasar y
repasar por ese punto (al que se va y vuelve como si se estuviera
tejiendo), ese punto focal, o nódulo, se va adensando, se
va poniendo cada vez más complejo y adquiere una densidad
inesperada. Por consiguiente, gracias a ese recurso puramente narrativo,
de la estructura novelesca misma, se va logrando en una novela aparentemente
superficial, un proceso de profundización en eso que es sólo
un instante del tiempo, pero es un instante privilegiado. Creo que
está ahí, tal vez, la clave de una profundidad de
la novela que ni la anécdota que cuenta, ni los personajes
que la viven, tienen por sí mismos. No se si estarás
de acuerdo con este planteo.
MP: No sabría decirte. A mí me parece que
exageras un poco la importancia de esa noche. En realidad, aparece
en la novela sólo tres veces: en los capítulos 4 y
5. Tal vez tú la has hecho crecer en el recuerdo de la lectura...
ERM: Tal vez tengas razón. Al fin y al cabo, tú
conoces tu novela con más detalle. Pero en mi impresión
de lector, esa noche contiene como una clave para la comprensión
del personaje de Juan arlos, y es aludida directa o indirectamente
por casi todos los personajes en varias oportunidades a lo largo
de la novela. O para decirlo de otro modo: en esa noche se sintetizan
todas las noches de Juan Carlos, esas noches en que él se
va consumiendo, quemado por su propio apetito sexual, suicidándose
con ese fanatismo erótico de los tuberculosos. Esa noche,
pues, es una metáfora de su vida, y de su muerte. De ahí
la importancia que adquiere para mí, como lector, aunque
estoy dispuesto a admitir que tal vez (narrativamente) sólo
ocurra tres veces. Esas son otras cuentas. Acepto, sin embargo,
tu corrección factual.
El modelo mismo es parodia.
ERM: Otro punto de vista para acercamos a Boquitas
pintadas es algo que ya hemos conversado aquí, y es precisamente
su forma de folletín, género que tiene limitaciones
muy precisas. Ahora bien: admitido esto, se plantea un problema.
¿Por qué razón te has puesto tú, un
escritor profesional y serio, a tratar de rescatar ese género
bastardo y bastardeado? ¿Qué intención te mueve?
¿Estas tomándote el género en serio, o se trata
solamente de utilizarlo con un sentido paródico, como Cervantes
eligió la novela de caballería en el Quijote,
o Borges y Bioy el relato policial en Seis problemas para don
Isidro Parodi?
MP: Sí, se me ha tildado de autor paródico;
en una revista dijeron que yo era el único en la Argentina
que cultivaba la parodia. Fui a varios diccionarios y todos decían
lo mismo: "parodia: imitación burlesca".
Yo te aseguro que nunca mi intención es la de burlarme de
mis personajes. Cuando escribo una carta de Nené, me identifico
con ella al punto de sentir lo mismo que ella. En ese momento yo
soy Nené. Y la densidad del resultado depende del grado de
identificación que alcanzo. Pero sucede que las clases media
y baja argentinas de la clase alta no me ocupo; es un caso
aparte y deshauciado, sobre todo las de aquella época,
tenían... tienen una carga de ridículo, determinada
ante todo por su tendencia a la cursilería, que las vuelven
hasta grotescas.
ERM: Yo diría que en ese caso el modelo mismo es
una parodia.
MP: ¡Claro! pero yo no condeno la cursilería;
al contrario, me enternece. Mira... yo creo que la cursilería
está motivada por el afán de ser mejor. Ahí
está todo. Quien quiere superarse y adopta modelos de conducta,
de lenguaje, de pensamiento inalcanzables, en su intento de imitación
queda a mitad de camino, y en vez de volverse fino... se vuelve
cursi. Pero no se puede condenar a nadie por querer ser mejor, es
muy humano, legítimo. Si veo a una empleada de supermercado
imitar el peinado de una diva con resultado ridículo, me
da más pena que risa, sobre todo si arquea el meñique
al darme el vuelto. Fíjate qué buen corazón
tengo. No creo que mis personajes sean caricaturas, yo me propongo
hacer retratos.
ERM: Sí, y creo que lo que tú dices ahora
es muy importante para entender la diferencia entre lo que hacen
Borges y Bioy, y lo que tú haces. Tu intención es
muy clara. Tú quieres producir una determinada realidad y
la reproduces. O sea que tú lo que eres es realista. Además,
en un segundo aspecto del mismo enfoque, tú no ves a tus
personajes desde afuera y desde lo alto; tú te identificas
con ellos, con su estilo de hablar y de vivir, no hay una intención
crítica frente a ellos, sino la intención de reproducir
lo más fielmente posible la realidad de ellos. Lo que tú
dices de Nené es lo mismo que decía Flaubert de Mme.
Bovary: "Mais Mme. Bovary c'est moi." Sin embargo,
y aquí está la clave del desdoblamiento del novelista,
ese mismo Flaubert que decía que él era Mme. Bovary
era al mismo tiempo el más implacable crítico de la
pobre burguesa de Rennes. Como tú, a pesar de tu indudable
identificación con Nené, eres el más implacable
crítico de la muchacha de Vallejos. Creo que este problema
tiene que ver con el carácter de máscara, o persona
en el sentido latino de la palabra, que la creación tiene
para todo creador. En el momento en que tú escribes la carta
de Nené eres, simultáneamente, Nené y tú
mismo. El resultado (la carta) es una obra literaria precisamente
porque tú no eres solamente, únicamente, Nené,
sino también, y sobre todo, Manuel Puig. Porque lo que la
verdadera Nené escribiría (si es posible imaginar
un ser que fuese "la verdadera Nené") no sería
una obra literaria: sería una carta, escrita para comunicarse
con Juan Carlos, con la mamá de Juan Carlos, con la hermana
de Juan Carlos, no con un lector. Sería un texto lleno de
lagunas, de sobreentendidos, de baches, no el texto que tú
(como Nené, pero también como Manuel Puig) escribes
en nombre de ella.
MP: Sí, dijiste en tu artículo de la revista
Imagen, sobre La traición, que yo nunca juzgo
a los personajes, que los presento nada más, y hasta puedo
ser su cómplice, pero que nunca los juzgo. Yo no estaba consciente
de todo eso, hasta que lo dijiste. Y es cierto. Menos mal. Yo simplemente
trato de comprenderlos, de ver qué los mueve, y nada más.
Ahora bien, al escribir, además de presentar a esta gente
de la manera mas objetiva posible, pretendo hacer poesía.
Yo desprecio la técnica de grabadora. Es decir, pretendo
que esas realidades pasen al papel, sin desvirtuarse, pero mediante
una transposición... sean poéticamente transpuestas.
¿Qué pretensión la mía, no? Por eso
en mi representación de la realidad hay siempre otra vuelta
de tuerca, en la intención por lo menos.
ERM: Bueno, precisamente, eso es lo que me lleva a indagar
un poco más en el concepto de parodia. Creo que queda bien
claro en tu caso (a diferencia del de Borges y Bioy, por ejemplo)
que no hay intención satírica en lo que tú
haces, no hay enjuiciamiento de los personajes por un espíritu
que se sabe superior, como era también el caso de Flaubert.
Pero hay otros niveles. El mismo material que tú tratas ya
es parodia en cierto sentido porque tus personajes están
siguiendo, consciente o inconscientemente, cuando hablan y cuando
actúan, cuando sufren y hasta cuando gozan, las líneas
de un género literario conocido, el folletín. Ellos
no expresan a través de un registro espontáneo de
sus emociones sino a través de fórmulas que han sacado
de las letras de tango o de los boleros, de las películas
que han visto, las novelitas que han leído, etcétera,
etcétera. Eso ya se advertía, muy claramente, en La
traición, en que la enajenación por el cine era
lo más notable. Tus personajes ya son parodistas. No porque
tengan una intención de parodia literaria en sus vidas, sino
por que ellos están utilizando para expresar sus auténticos
sentimientos modelos de obras falsas, o cursis. ¿Qué
te parece todo esto?
MP: Que me lleva a un punto fundamental: El argentino de
clase media y su búsqueda de una identidad. En mis novelas
me he ocupado principalmente de una primera generación de
argentinos, los hijos de los inmigrantes españoles e italianos
que llegaron al país a fines del siglo. Se trataba en general
de campesinos que venían aquí a hacer fortuna, a cambiar
de status. Las tradiciones que podían aportar no valían,
eran tradiciones de campesinos, una identidad que convenía
olvidar. En el caso de los inmigrantes italianos, era peor: ni siquiera
pudieron aportar un idioma a sus hijos, ¿te das cuenta? Y
los hijos no eran ni italianos ni españoles, eran argentinos,
pero no sabían cómo era ser argentino. Entonces esa
primera generación que no pudo hallar en casa los modelos
de conducta adecuados por el contrario, rechazaba lo que oía
en casa, los encontraba donde podía, a veces en el
cine, en la radio, en las revistas deportivas o las femeninas o
las de espectáculos, en la literatura más accesible
(Delly, Vargas Vila, Pittigrilli). La influencia de estos medios
de comunicación fue muy importante, y resulta evidente sobre
todo en el lenguaje de los años 30 y 40. Esa primera generación
creo que fue la más expuesta a la cursilería, porque
se proponían modelos dudosos -irreales más que nada-,
cuya imitación entrañaba verdaderos tours de forcé,
¿no te parece? De todos modos esa búsqueda de sí
mismo, que sigue en el argentino de hoy, es lo que lo vuelve tan
vital, e interesante, y vulnerable, y por desgracia... imprevisible.
ERM: Lo que tú me dices ahora amplía, y da
al mismo tiempo un sesgo sociológico que agradará
mucho a nuestros amigos de la sociología literaria, a lo
que veníamos diciendo. Ya en la materia prima que tú
trabajas, en las personas que sirven de base a tus personajes, hay
un elemento involuntario de parodia. No por razones críticas
(como en Cervantes o en Bioy-Borges) sino por la mera necesidad
de ser.
MP: De acuerdo si lo que dices es que esa reconstrucción
no quiere ser siempre crítica o burlesca.
ERM: Precisamente, ahí está la cosa. En tu
novela me parece evidente que a ti te conmueve la carta de Nené,
y que de ninguna manera quisieras hacerte acreedor al reproche de
haber estado burlándote de ella.
MP: No sé realmente... pero la cursilería
me conmueve. Me parece que la cursilería argentina es auténtica,
esas primeras generaciones que se van a vivir al interior, a ese
páramo que es la pampa, o que se hunden en el pozo de Buenos
Aires, y que no tienen tradiciones, y la búsqueda de la identidad,
el aferrarse a modelos a veces infames... La necesidad de un modelo
es auténtica. El deseo de superarse. Si eligen malos modelos
o los imitan mal es lamentable, pero la necesidad que los mueve
es auténtica. El caso más penoso es el del esnobismo
porteño, creo. Me refiero a la admiración de la clase
media por los tics de la alta burguesía. Un verdadero bochorno
nacional.
ERM: Bueno, lo que me dices ahora aclara muy bien tu manera
de enfocar estos temas y rechaza naturalmente todo lo que la palabra
parodia contiene, implícitamente, de burla, de sátira,
de cosa cruel, y sobre todo, de enjuiciamiento hecho desde arriba,
como pasa en Flaubert o en Borges y Bioy. Pero al margen de este
punto de vista tuyo, que es muy respetable, está el punto
de vista del lector, que no tiene por qué ver tan claramente
el problema, o que incluso puede adoptar otra postura. El contenido
paródico para el lector puede ser otro, y puede implicar
la crítica e incluso la sátira. Desde este punto de
vista, tus novelas son a veces no sólo cómicas, sino
muy cómicas, violentamente cómicas; a veces son crueles.
Pero, es en los ojos del lector donde está la burla, o la
crítica. Aquí también conviene hacer una distinción
entre La traición y Boquitas; en la primera
es más fácil identificarse con el tema central, la
infancia (quién que es, no es un niño). En Boquitas,
por el contrario, la identificación no es tan fácil
ya que se requiere un cierto esfuerzo para un lector que no sean
un pickie virginal identificarse con los problemas de algunas
señoritas de provincia, más o menos vírgenes,
frente a la potencia indiscutiblemente animal de un caballero, también
de provincias. Y sin embargo, leyendo Boquitas me pasó
una experiencia muy singular. A veces me reía a carcajadas
de ciertas situaciones o de ciertos personajes, y otras veces me
molestaba y hasta me cansaba un poco su cursilería infatigable,
pero al final, por ese efecto de profundización que ya hemos
discutido, me descubría siendo cada vez más sensible
a los sueños y aspiraciones de los personajes, hasta el punto
que mi reacción ante ellos, que empezó como una reacción
crítica terminó siendo una reacción emocional,
sentimental si quieres, pero no menos profunda por eso mismo. Mira,
no sé si decírtelo, o no, pero en el caso de Nené
creo que llegué a verter una furtiva aunque metafórica
lágrima por su destino de frustración, y al final
de la novela no la sentía más como un personaje cursi
sino como un ser completo, al que hubiera conocido mucho, hasta
el punto de aceptarlo con sus cursilerías y todo. O sea que
en definitiva, me parece que tus novelas cumplen con la función
estética y humana que tu has querido darles y que no son
simplemente las funciones que se derivan de su carácter marginal
de parodias, en el sentido reducido, sino en el sentido más
amplio de la palabra.
MP: Me gustaría que así fuera.
Sin haber leído a la Sontag.
ERM: Me gustaría ahora examinar la novela
desde otro punto de vista, el de esos modelos radiales o cinematográficos,
de fotograma o canción popular que, según tú
mismo has dicho, sirven de base al folletín.
MP: Sí, ante todo quiero decirte que no es mi intención
condenar las expresiones populares -cancionero, cine, radio- que
influyeron sobre el lenguaje de una época. Por el contrario,
creo que se impone una tarea de revaloración en ese campo.
Sin olvidar a los humoristas, me refiero a las revistas como Rico
Tipo, Patorucito, etcétera, y los autores de los
libretos radiales de Pepe Iglesias, y el caso Niní Marshall.
En cuanto al cine, las producciones populares de Hollywood de los
años 30 son lo más valioso que ha quedado ahí,
están von Sternberg y Lubitsch para probarlo. El repertorio
de Gardel es otro caso, ese encanto indivisible de música
y letra en muchas canciones suyas es notable.
ERM: El mismo título de Boquitas pintadas viene
de una canción de Gardel, ¿no es cierto? .
MP: Sí, del fox-trot argentino "Rubias de New
York". La letra es de Alfredo Le Pera. Yo no he estudiado estos
fenómenos a fondo, pero me parece que merecerían un
análisis muy atento. Hay mucha belleza en las expresiones
populares de esa época.
ERM: No se si tú recuerdas que los puristas del tango
(que equivalen a los casticistas del idioma) se pusieron furiosos
con Gardel por haberse puesto a cantar un fox-trot. Pero en fin,
pasemos. Lo que tú me dices ahora me hace pensar, una vez
más, en la situación de Cervantes frente a la novela
de caballería que sirve de modelo a su parodia. Leyendo El
Quijote no sólo es evidente que Cervantes quiere burlarse
de los libros de caballería, sino que antes de burlarse los
ha leído con avidez e incomparable devoción, que los
conoce como nadie, que los recuerda al detalle y que en definitiva
encontramos en su novela elementos de las de caballería que
aun en la parodia surgen como elementos positivos. Por eso, don
Quijote se convierte en el más grande de los caballeros andantes.
En el caso tuyo, creo que pasa algo parecido. Que tú también
tienes una actitud ambivalente frente a estos modelos populares,
porque no dejas de reconocer sus excesos y cursilerías. Se
podría decir que en toda parodia hay un homenaje implícito.
Nadie parodia algo que no le interesa.
MP: Sí, la esencia del camp es esa, ¿no?
Ridiculizar, tratar de destruir algo que se ama, para demostrar
que es indestructible.
ERM: Es decir: reírse de algo que de alguna manera
se reconoce como propio. Ahora, tú acabas de usar la expresión,
camp, y yo estaba preparándome para preguntarte precisamente
algo sobre esto, y en particular sobre esa teoría del camp
que puso en circulación Susan Sontag. Básicamente,
se trata de rescatar o reivindicar ciertos materiales de la cultura
de masas que se habían considerado desdeñables, sin
ningún valor, y que contienen formas auténticas de
arte. Como tú decías hace un momento, en la producción
de Hollywood de los años treinta, en todas esas películas
de la MGM de las que tanto nos reímos en una época,
hay elementos que hoy incluso nos parecen más valiosos que
los de tanta producción europea de esos mismos años
cuya transcendencia y seriedad estética nos resultan actualmente
sospechosas.
MP: Incluso en cierto cine serio de posguerra americano.
Por ejemplo, hace pocas semanas vi Lo mejor de nuestras vidas,
de Wyler, y no queda casi nada. Alguna escena suelta, apenas.
ERM: Era considerada como una película de gran contenido,
una película con mensaje; es decir: todo lo que quería
ser entonces el mejor cine de calidad. Sí, precisamente,
ahí está el punto. Creo que Susan Sontag y los demás
críticos que han trabajado sobre esta línea, y antes
que ellos, los artistas del Pop Art, nos ponen en la pista de un
cierto rescate de formas consideradas tradicionalmente como inferiores
y que los artistas y escritores de "calidad" despreciaban,
pero que sin embargo tienen una validez mayor.
MP: Sí, ves, acá me gustaría contarte
una cosa. Nunca leí el ensayo de Susan Sontag; es como si
le tuviera miedo, o miedo de concientizar ciertas cosas que intuyo
nada más, o miedo de no estar de acuerdo y sentir que me
manosea cosas que quiero. No sé, es una resistencia. Concientizar
me puede joder la inspiración, ¿no?
ERM: Me gusta la mezcla de la palabrita "concientizar"
(muy argentina, che) con la robustamente hispánica, "joder".
MP: Hasta ahora he seguido un camino completamente intuitivo
para mi trabajo, no sé si el análisis de ciertos gustos
o tendencias míos me puede interferir, paralizar, en vez
de ayudar a aclararme las ideas. Tengo más fe en las experiencias
vividas, en lo que me puede inspirar un caso particular, que en
las teorías.
ERM: Yo no creo que sea necesario que tú leas a Susan
Sontag. Aun sin leerla, esas ideas que ella expresa o sintetiza
están ya en el ambiente, y a ti te han llegado por otros
caminos que el de la lectura o el análisis. Mientras estás
conversando con un tipo, o leyendo una revista, o incluso viendo
un programa de televisión, el camp, es decir, el concepto
de camp, te va a asaltar por algún lado. Ahora, esto
no quiere decir que sea lo mismo que sentarse a leer los ensayos
de otros críticos, o un brillante ensayo de nuestro amigo
Severo Sarduy sobre la parodia. Esos ya son otros López.
Me parece bien, además, que un artista intuitivo como tú
se fíe sobre todo de su olfato, y evite la concientización
excesiva. Si has llegado hasta el punto que has llegado, y escrito
dos novelas brillantes, sin haber nunca leído a la Sontag,
mejor para ti, y también para ella, que como artista creadora
(dos novelas, una película) deja mucho que desear. No veo
por qué ahora vas a modificar tu actitud.
MP: Uno de mis temores es el de dejarme influir por una
teoría y escribir programáticamente, bajo esa influencia.
ERM: Un aspecto que está relacionado precisamente
con todo esto que venimos diciendo sobre los materiales supuestamente
inferiores o simplemente horribles que hay en tus novelas, y que
por eso mismo hacen pensar en una intención paródica,
es el de la realidad misma a la que tú te refieres. Y aquí
aludo no sólo a la chatura de los personajes y de sus tristes
vidas, sino a la chatura del ambiente, a la chatura de la naturaleza
misma.
MP: A mí, la primera vez que volví de Europa,
el descubrimiento de la fealdad de Buenos Aires -a la que yo recordaba
como super- me entristeció, me postró. Esta ciudad
que es un atentado contra la arquitectura, ¡y el clima, la
humedad, la asfixia! y la naturaleza, esa llanura pelada, y el río
que es barro. Y lo que es a pampa, mi pueblo, la ausencia de todo,
donde la gente se puede morir sin saber lo que es el mar, ni siquiera
lo que es un poco de agua limpia que corre. Alguna laguna estancada,
medio podrida. ¡Allá no se sabe lo que es una ondulación
del terreno con un poco de gracia, lo que es un bosque! Esa dificultad
para hacer crecer una planta. Lo único que se puede mirar
es el cielo, "en el cielo las estrellas y en el campo las
espinas". Hay cielos estrellados en la pampa, muy especiales,
tal vez porque el aire es muy limpio, si r sopla viento, porque
entonces se levantan polvaredas del Far West, sin embargo, yo los
siento cargados de poesía, tanto a los pueblos pampeanos
como a Buenos Aires. ¿Qué es lo que hace brotar la
poesía? No sé, me toca mucho esa gente que habla siempre
de cosas lindas, y piensa que lo que tiene es lindo, alguna maceta
raquítica. Me conmueve esa necesidad de engañarse,
porque tienen necesidad de belleza, sin haberla visto nunca. Solamente
en figuritas. Los puntos de referencia están tan lejos, la
Acrópolis, el Louvre, la bahía de Guanabara, la isla
de Morea. Y la constante emboscada de la cursilería, no saber
que línea seguir. Tengo poco clara la cuestión, pero
se me ocurre que algo de eso se trasluce en la tristeza del tango.
La condena de vivir en un lugar chato y feo. Y sin embargo la gente
tiene la fantasía de lo lindo, adivina que existe, pero no
saben cómo es, y esa visión se la endosa a cualquier
adefesio. Es el fenómeno del mal gusto nuestro, tan misterioso.
Piensa lo que da la naturaleza a quien vive en una isla de Caribe,
con ese regalo constante para los sentidos. En cambio nuestra naturaleza
-la rioplatense- es tan mezquina, y que aquí nazca gente
con ideales de belleza! Creo que de ese desfasaje brota
la chispa.
ERM: Te diría que en tus novelas, ese es el problema
"humano" y estético central. Y en ellas has logrado
una dimensión de belleza a pesar, o a través, de elementos
grotescos, de elementos mezquinos, de elementos cursis. Hay momentos
muy poéticos en La traición, y los hay también
(aunque más escondidos) en Boquitas. En la belleza
de Juan Carlos, belleza vulgar pero indudable, se concentra ese
anhelo de algo que falta por completo en el paisaje y en la vida
de los personajes. Es una especie de ideal que todas las mujeres
tratan de alcanzar y ante el que deponen toda clase de resistencias.
No se si te acuerdas de un cuento de Borges, uno de los primeros
que escribiera, "El acercamiento a Almotásim",
en que se habla de un hombre que anda en busca de otro, de Almotásim,
y que le sigue la pista a través del reflejo que ese hombre
(tal vez la perfección moral, tal vez Dios) ha dejado en
otros. En un hombre indigno cualquiera, que reconoce un gesto noble
y sabe entonces que por ahí ha pasado Almotásim. En
cierta manera, en tus novelas hay también una búsqueda
de la belleza a través de formas feas y aun horribles, búsqueda
que adquiere así un cierto sentido alegórico o simbólico,
si prefieres. Yo creo que cuando hace un rato tu usaste la palabra
poesía, como avergonzándote un poco de una palabra
tan grande, estabas dando exactamente en el clavo, y que en tus
novelas esos instantes de poesía se logran casi milagrosamente
en medio de elementos de dudosa o nula calidad.
MP: Mi temor es siempre el de pretender hacer poesía
en base a elementos prestados. Prestados por Europa, sobre todo.
La poesía no se puede agregar al pastel como un ingrediente.
Tiene que surgir sola. Y de la fealdad misma si es preciso.
ERM: El error de muchas de nuestras pretendidas obras maestras
es el de pretender echar la poesía como un ingrediente externo
más. Es el error de Enrique Larreta en La gloria de don
Ramiro, por ejemplo, o el error de aquel señor de Montevideo
que se construyó una casa estilo Renacimiento italiano y
al frente le puso una reproducción en cemento de la Victoria
de Samotracia, desplegando sus alas en la proa de un trirreme también
de cemento. Es una lástima que Guillo Dorfles se haya perdido
esa gema para su libro sobre el Kitsch. Pero lo interesante no es
esto, sino que en tus novelas hayas sido capaz de lograr el chispazo
poético en medio de la corrupción o vulgaridad de
los materiales mismos. No como algo sobrepuesto, sino como algo
que está, indivisible, dentro de ellos mismos. No sé
si estarás de acuerdo con esta interpretación.
MP: Sí. Tal vez el personaje de Juan Carlos sea significativo
en ese sentido; me lo has hecho ver. En ese pueblo su cara linda
obsesiona porque sugiere una idea de perfección, es lo único
de orden superior que tienen a la vista. Aunque esa fachada no corresponda
a nada internamente.
ERM: Precisamente, la gran paradoja final de tu novela es
que esa búsqueda de la belleza y ese encuentro inesperado
de los personajes con la belleza, se realice precisamente a través
de uno, Juan Carlos, que es apenas una superficie. El mismo está
vacío y sólo usa su belleza para los fines más
secundarios posibles.
MP: Pero esa belleza es un trampolín para la imaginación.
Hay personajes que se agrandan: Nené es una chica de lo más
limitada, pero llega a una dimensión casi metafísica,
a concebir abismos terribles a partir de ese impulso que le da su
admiración por lo superior, una cara bella.
Hacia el melodrama policial
ERM: Me gustaría preguntarte algo sobre la novela
que estás escribiendo ahora. Me imagino que estará
dentro de líneas similares y hasta sospecho que habrá
de llevar un poco más adelante esta exploración de
le que hemos hablado.
MP: Mira, en cuanto al pueblo, a Vallejos (el pueblo que
aparece en ambas novelas), ya quedaba poco que decir. Entonces me
mudé... Esta novela nueva es una interpretación de
Buenos Aires. Tiene cierta forma de novela policial. Empieza por
un delito, y la investigación correspondiente. Me gustaría
adoptar cierto rigor de la novela policial, pero como yo, a medida
que voy escribiendo, modifico la estructura inicial, no puedo prometer
nada.
ERM: O sea, que aunque cambias de género (del folletín
a la novela policial), en realidad te sigues manteniendo dentro
de los géneros populares, despreciados y a reivindicar. ¿Y
por qué elegiste ahora el género policial?
MP: Te voy a contar algo: la novela policial en una época
me apasionaba, Patrick Quentín, por ejemplo. Ahora leo poco.
ERM: Mencionas a Patrick Quentín, pero ¿no
te interesaban también otros novelistas ingleses, tipo Chesterton?
MP: Mira, sabes que no soy buen lector. Tengo mucha para
a concentrarme en la lectura desde hace algunos a hago un esfuerzo
es para ver alguna cuestión de estilo. Por ejemplo, Paradiso.
De Chesterton he leído algo hace tiempo, me agradó
mucho, pero en absoluto voy por ese lado.
ERM: Me imagino que te interesa la novela policial que s
un problema "humano" más que la que se plantea
un "ajedrecístico".
MP: Exacto. Melodrama.
ERM: Bueno, esto me parece muy coherente con lo que has
hecho antes, y con tu interés por el folletín, ya
que al fin y al cabo dos de las obras maestras de la novela policial,
y me refiero a Moonstone y The Woman in White, son
sobre todo robustos folletines victorianos. No se si los habrás
leído, pero a tu manera, con una óptica muy distinta,
es cierto, tú estás reescribiendo a Wilkie Collins,
a más de cien años de distancia.
MP: Así que al final terminé imitando a Europa.
ERM: No, yo no digo que estás imitando, sino que
estás reescribiendo, lo que es una cosa muy distinta. No
puede haber imitación de lo que uno no conoce directamente.
Ahora eso sí, creo que si leyera a Wilkie Collins, encontrarías
muchos puntos de contacto con lo que tú haces. Y aprovecho
la oportunidad para recomendarte no sólo esas novelas sino
otras (como Basil, o No Name) que son realmente extraordinarias.
Es una lástima que sus obras no sean más conocidas
entre nosotros. Incluso en Inglaterra, Estados Unidos, no se conoce
bastante bien a Collins. Un día de estos lo van a descubrir.
MP: En este momento recuerdo unas conferencias de Borges
hace muchos años, sobre la novela policial, con lecturas
de Collins.
ERM: Estoy seguro que si lees esas otras novelas de él
sobre maridos tiránicos y adulterinos, siniestros seductores,
vengativas mujeres, te sentirás muy pero muy a tu gusto.
Te aconsejo que las mires aun a riesgo de que te causen un trauma,
o dos.
MP: Trataré de ser más modesto y no avergonzarme
de haber tomado algo europeo. El folletín no se inventó
en la Argentina al fin y al cabo... Pero el material al que lo aplico
es de aquí, eso no me lo niegues.
ERM: Cómo te lo voy a negar, si he sido de los primeros,
si no el primero en subrayar este aspecto de tu obra. Pero de todos
modos, hay que tener cuidado de no exagerar tanto la argentinidad,
ni siquiera en el día de la celebración del General
José de San Martín, que es hoy precisamente. Para
alguien nacido en la Argentina, ser argentino es una fatalidad,
como observó tautológicamente una vez Borges.
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