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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"El revés de la trama o la máscara del realismo"
En Sur, año 18, nº 183
enero 1950, p. 57-60

 

Utilizando una vez más los procedimientos del realismo contemporáneo Graham Greene ha vuelto a contar en El revés de la trama(1) (The Heart of the Matter) su historia del hombre acorralado de nuestra época. El lector de sus novelas, de sus entertainments, no dejará de reconocer en el mayor Scobie a un semejante del joven delator de contrabandistas (The Man Within), del desesperado Pinkie (Brighton Rock), del sacerdote indigno (The Power and the Glory). Pero esta vez el arte de Greene y su propia madurez humana han logrado concebir una variante de la historia que la enriquece al tiempo que despoja de los fáciles atractivos de la historieta policial, con sus mecánicos golpes de suspenso. Esta vez, el perseguidor y la víctima son una sola persona; esta vez, la caza es apenas simbólica, o sirve, en verdad, a una opaca intriga con la que Greene ha pagado su deuda a ciertos convencionalismos de la novela. El hombre Scobie está acorralado por sí mismo.

Scobie ve al mundo como es, desposeído de toda belleza, de todo prestigio malsano. Envuelto en la pesada atmósfera africana se pregunta un día: "¿Por qué... me gusta tanto este lugar? ¿Será porque aquí la naturaleza humana no ha tenido tiempo de disfrazarse? Aquí nadie podría hablar jamás de un paraíso terrenal. El paraíso se mantenía rígidamente en su lugar, del otro lado de la muerte; de este lado florecían las injusticias, las crueldades, las mezquindades, que en otras partes la gente ocultaba tan ingeniosamente. Aquí uno podía amara los seres humanos como los amaba Dios: conociendo lo peor; uno no amaba una pose, un vestido bonito, un sentimiento artificiosamente investido".

Scobie es católico y eso significa –para él- conocer las respuestas. Ser consciente. Vivir en perpetua vigilia. Y, sobre todo, ser desleal para con un credo que le enseña, como única tarea en este mundo, el logro de la salvación personal(2). Porque Scobie prefiere condenarse y evitar así a su mujer una humillación, a su amante un dolor. A pesar de que sabe que cada hombre vive, incomunicado, su propia vida, algo más fuerte que esta convicción le dice que su vida no se agota en sí misma, sino que se proyecta en quienes lo rodean. Scobie sabe que es responsable no sólo de la carne y del alma que habita sino –principalmente- de esos seres con los que comparte su destino, esos seres moldeados por su mano. (Sólo los inocentes son irresponsables, pero "la inocencia debe morir joven, si no se quiere que mate el alma del hombre".) Scobie comprende que su mujer no es ya la muchacha con la que se casó sino otra mujer creada por él. ("Ésta es mi obra. Esto es lo que yo he hecho de ella. No siempre fue así"); frente a su amante, frente al criado cuya muerte tolera, lo abruma el mismo sentido de responsable culpabilidad. Por eso el cuidado de todos ellos –su felicidad- está antes que su propia salvación. Y en los días de su última crisis se reconoce definitivamente al afirmar: "Soy el responsable. Mi deber es ocuparme de los demás. Estoy destinado a servirlos".

Esta responsabilidad es incomunicable. Su peso va destruyendo seguramente a Scobie porque nace no del amor sino de la compasión, pasión más terrible y sin retribución. ("Él no sentía responsabilidad hacia lo hermoso, lo gracioso y lo inteligente. Ya sabrían arreglársela. Era el rostro por quien nadie se molestaría, el rostro que nunca descubriría la mirada disimulada, el rostro que pronto debería acostumbrarse al rechazo y la indiferencia, el que solicitaba protección. La palabra "compasión" es tan libremente empleada como la palabra "amor"; terrible y promiscua pasión, sin embargo, que tan pocos experimentan".) Y la fórmula final, a la que llega después de tanto rodeo - "Amo el fracaso; no puedo amar el triunfo"-resume bien su desesperada, su viciosa actitud. El único ser que no suscita su compasión es él mismo, aunque antes de destruirse descubre que también él puede ser objeto de compasión para otros.

Si el lector se conforma con este planteo es porque no ha sabido leer entre líneas. Porque hay aquí un personaje más: Dios. Y su inclusión (u omisión) permite considerar la historia desde un ángulo completamente distinto. En realidad, y para decirlo de una vez por todas, el verdadero problema no consiste en que Scobie sólo pueda sentir compasión por los hombres; consiste en que sólo puede sentir amor por Dios. Y este amor, celoso y casi sacrílego, lo conduce a la propia destrucción –el suicidio, la condenación eterna- alimentado por la irracional esperanza (apenas formulable) de que Dios viole por él sus propias normas, obre un milagro y lo salve. Por eso es mentira, aunque Scobie no lo sepa, que "el amor lo había privado del amor eterno". Nunca hubo amor humano; sólo compasión. Ningún ser posee para él la realidad que tiene el Dios ausente; todos son fantasmas que provocan su piedad. Y su misma heterodoxia, su herejía, parecen blasfemias con las que busca llamar la atención de Dios. (La suprema blasfemia es el rosario roto con el que autoriza el asesinato de Alí y que encuentra luego junto al cuerpo del muerto.)

Al tiempo que Greene dibuja con insistencia la total responsabilidad del protagonista, la historia muestra que Scobie no puede hacer nada. La providencia lo maneja implacablemente. (Quiero decir: Greene lo maneja implacablemente). Todos sus afanes, su dura lucha, el progresivo ingreso en la corrupción, no conducen a nada. O mejor, sólo lo conducen a la condenación. ("Así que todo esto pudo no ocurrir, pensó. Si Luisa se hubiera quedado, nunca me habría enamorado de Helen; nunca me habría visto sometido al chantaje de Yusef; no habría cometido nunca el acto de desesperación. Habría seguido siendo el mismo; el mismo que está ahí, acumulado en los quince años de mi diario; no esta copia inutilizada".) Y hasta el suicidio, que planea tan cuidadosamente como para que parezca muerte natural, es descubierto.

El autor que padece con Scobie cada golpe, cada derrota parcial, y el horror del infierno, no hace nada por salvarlo, como si él también, el desleal, el rebelde, estuviera manejado. Estrecha el círculo, en cambio; urde nuevas variantes (la carta del capitán portugués, el criado muerto) para asegurar el desastre total.

Si uno creyera estar leyendo una novela realista habría abandonado el libro en los primeros capítulos. ¿Es, acaso, concebible que un ser que el autor quiere tan vulgar, tan opaco, tan desafecto a todo ejercicio intelectual, logre intuiciones tan sutiles, exprese su conflicto con tanta precisión? ¿Es concebible una intriga tan mecánica, tan dócil a la menor solicitación del autor, tan minuciosamente ejemplar? A través de Scobie se escucha a Greene, ya se sabe. Y también se sabe que es ésta una parábola edificante en el doble sentido –moral y estético- de la palabra Greene quiere mostrar en este espejo la imagen del tiempo.

Esto es lo que no supo ver Orwell en su agudo y desenfocado ensayo sobre el libro. Criticó a Greene por las fallas, las inverosimilitudes de su realismo, cuando el realismo es aquí sólo una máscara. Tal confusión, es, sin embargo, explicable. En ningún momento Greene descarna a su personaje: los detalles materiales, el peso del ambiente, los menudos incidentes, penosos o caricaturales, van dibujando una realidad tan concreta que parece imposible desconfiar.(3) Y sin embargo, éste es un mundo de valores morales y la materia es sólo apariencia o símbolo. Ésta es una moralidad.

En la carrera literaria de Greene The Heart of the Matter es un libro capital. Es su primer intento de abandonar los recursos más efectistas de la novela, al tiempo que de atacar un tema de intensa y permanente vigencia. Quizá no sea perfección la palabra adecuada para calificar su empresa. (Hay algún criticable snobismo, alguna reiteración en los argumentos, mucha obstinación en la prueba, un evidente deseo de convencer a toda costa, cierta desagradable mecanicidad en la intriga.) Lo que no importa mucho, ahora que se vive la crisis de valores estéticos como la claridad, el orden y esta misma perfección. Baste afirmar que es éste, como el de Montaigne, un libro de buena fe.

La traducción de Wilcock es buena y literal. (Un reparo menor: debió haber conservado el título original, El fondo de la cuestión, no porque El revés de la trama no sea hermoso o eficaz, sino por eso mismo. Parece demasiado James –The Figure in the Carpet, por ejemplo-, y no preserva la coloquial llaneza del original.)"


1 Editorial SUR, Buenos Aires, 1949. Volver

2 Sobre la deslealtad del escritor católico ha escrito Greenee, admirablemente, en Why Do I Write?, An exchange of letters between Elizabeth Bowen, Graham Greenee and V. S. Pritchett (London, Percival Marshall, 1948). Volver

3 En uno de los Penúltimos días señaló Murena ya esto. (Véase Sur, Nº 181.) El artículo de Orwell se publicó en The New Yorker, 17-VII-1948. Volver

 

 

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