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"Aspectos de la novela del siglo XX"
En Sur, año 16, nº
166, agosto 1948
p. 86-97
"Advertencia preliminar
Conviene desde ahora declarar qué se omitirá en esta
nota sobre la novela en el siglo XX, qué aspectos serán
descartados. Ante todo, no se tratará ni siquiera por
medio de una alusión lateral del Nacimiento y Evolución
de la Novela. El mero planteo de dicha cuestión (aún
siendo menos prolijos que Menéndez Pelayo) dilataría
desmesuradamente este trabajo. Por la misma razón, tampoco
se tratará aquí de la Novela en el siglo XIX, aunque
se tendrá en cuenta un hecho muy conocido: la Novela, como
género privilegiado, como género popular, logra su
culminación en el siglo XIX. Su triunfo indiscutido en el
siglo pasado (en tal sentido se habla de culminación) asegura
dócilmente la vigencia actual, al mismo tiempo que le impone
ciertas peculiares características. No se tratará
aquí, en fin, de la Novela policial, cuyas
precisas reglas impiden considerarla junto a las otras formas del
género.(1)
I
El triunfo de la Novela en el siglo pasado le ha permitido imponerse
a la consideración de los creadores de nuestra época
como género privilegiado. Ese triunfo no se ha limitado a
una marcada preferencia por el género, o a una supremacía
circunstancial del mismo, sino (principalmente) a una absorción
casi total de la función novelesca con respecto a las otras,
a tal punto que, para el hombre común, novela es sinónimo
de obra literaria. Y aquí se toca la otra faz del problema:
la Novela es, también, el género de moda. Tales afirmaciones
no deben ser incomprendidas. Es cierto que muchos creadores contemporáneos
han preferido y prefieren el ensayo o el poema o el drama. También
es cierto que en algunas literaturas predominan otros géneros.
En la española (como ya lo señalara
Salinas en 1940) hay una evidente supremacía del signo lírico.(2)
Pero esto no altera la verdad general ya enunciada. Por otra parte,
hay un hecho que contribuye fundamentalmente al triunfo de la Novela:
su elasticidad. Bajo la presión de creadores de condiciones
estéticas muy disímiles, hasta opuestas, la Novela
ha extendido sus límites y lo ha abarcado todo: ensayo, crítica,
filosofía, religión, diálogo dramático,
divagación lírica, estudio sociológico, documento
político, etc., etc. Más adelante se examina este
aspecto en detalle.
Algunos ejemplos ilustrarán las anteriores proposiciones.
Es bien sabido que los jóvenes de la hora al sentir el llamado
del arte (o de lo quo ellos creen tal) dedican su entusiasmo o sus
desvelos a la novela. Puede afirmarse, sin hipérbole, que
su ambición máxima consiste en ser novelistas. El
cuento, en que ensayan sus fuerzas, es ya anticipo de ese volumen
de doscientos o más páginas con el que sueñan:
ese volumen que de alguna manera los justificará (los justifica
ya) ante el mundo. Aldous Huxley ha satirizado esta situación
con gracia, con facilidad, en uno de sus primeros libros, Crome
Yellow (1921). El crítico Mr. Scogan ("uno de aquellos
extinguidos pájaros-lagartos de la época terciaria"),
describe así, ante el adolescente protagonista, el argumento
típico de una obra primigenia: "El joven Percy, el héroe,
no ha servido nunca para los deportes pero siempre ha sido muy inteligente.
Pasa por e1 colegio de costumbre, luego por la consabida universidad.
Se va a Londres y allí vive entre artistas. Pero se siente
abrumado por ideas melancólicas; lleva sobre sus espaldas
la carga del Universo entero. Escribe una novela de brillo deslumbrador;
se enreda delicadamente en amoríos y al final del libro desaparece
en el luminoso Futuro". Y agrega Huxley: "Dionisio se
ruborizó hasta las orejas. Mr. Scogan había descrito
el plan de su novela con precisión aterradora".
Pero no sólo los jóvenes escriben novelas. Las escriben
todos. Los grandes creadores de nuestro siglo (los que provisionalmente
podemos calificar así) incursionan en el género. Hasta
los que no son especialmente novelistas prueban la suerte. Un filósofo
tan sutil como Santayana ha sido tentado y ha compuesto esa "Memoria
en forma de novela" que tituló The Last Puritan
(1935). El lírico checo Rainer Maria Rilke ha vertido en
forma novelesca una forma muy peculiar sus experiencias
poéticas, sus vivencias de París, las leyendas nórdicas
que tanto amaba: Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge
(1910). Un ensayista nato, un espíritu crítico, Aldous
Huxley, ha distraído sus días en la creación
de una serie de obras curiosas, muy intelectualizadas, que no vacila
en vender como novelas. Por otra parte, hasta un George Bernard
Shaw cuyas prematuras experiencias narrativas consumieron
su ardor en el fuego ha utilizado siempre
en sus comedias recursos tomados directamente de la Novela.(3)
Una situación semejante es la de Eugene O'Neill, quien ha
acotado siempre la acción o las palabras de sus personajes
por medio de profusas indicaciones más propias de una novela.
Este procedimiento ha sido repetidas veces satirizado, y hasta un
libro tan servicial como el de Barrett H. Clark se
permite alguna ironía a propósito de esa debilidad
del dramaturgo estadounidense (4). Tampoco se
debe olvidar la diestra utilización de la Novela por parte
de la escuela existencialista francesa (igualmente diestra, hay
que reconocer, en el teatro, y ahora hasta en el cine). Uno de sus
más valiosos representantes, Simone de Beauvoir, ha escrito
en un excelente ensayo: "No es una casualidad que el pensamiento
existencialista intente expresarse hoy, ya por tratados teóricos,
ya por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo
con lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal con
lo histórico; pretender captar el sentido en el corazón
de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde
a la filosofía propiamente dicha, sólo la novela permitirá
evocar, en su verdad completa, singular y temporal,
el surgimiento original de la existencia.(5)
Hay, es claro, adversarios de 1a Novela. Uno de ellos, uno importante,
es Paul Valéry, quien (según cuenta Gide en el Journal)
no se decidía a escribir una frase como ésta: "La
marquise sortit à cinq heures". Esa imposibilidad en
lo narrativo de prescindir de lo accesorio, de reducirse a lo esencial,
no sólo irritaba a Valéry. Jorge Luis Borges la ataca
directamente al escribir (en el prólogo a El jardín
de senderos que se bifurcan, 1942): "Desvarío laborioso
y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas
páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe
en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros
ya existen y ofrecer un resumen, un comentario". La existencia
de estos ilustres y aislados opositores no destruye el valor de
la afirmación inicial; en realidad, la confirma.
II
Otro aspecto fundamental ya mencionado de la novela
contemporánea es su elasticidad. Esta palabra ingrata pretende
expresar su índole peculiar. Elasticidad indica la movilidad
de sus límites, su capacidad de dilatarse y absorber toda
clase de elementos; indica su doble originalidad: temática
y formal. Indica, en fin, algo muy característico: la Novela
ha incorporado a su sustancia todo lo que entra en contacto con
el hombre; ha acogido desde la especialización (científica
o emocional) más esotérica hasta el problema más
general y urgente. En la novela actual todo cabe.
La causa principal de esta elasticidad debe buscarse en el hecho
de que creadores de condiciones artísticas tan disímiles
se hayan aplicado, con fervor, con intensidad, al género.
La forma más aguda, más evidente, de este intento
de asimilación total se manifiesta en el descuido, más
o menos explícito, de lo meramente narrativo, lo anecdótico.
El creador contemporáneo parece pensar que la invención
en la fábula ya ha sido agotada por los escritores de siglos
pasados; parece pensar, concurrentemente, que no vale la pena introducir
imperceptibles variaciones en los transitados temas. Como reacción,
la Novela traslada el acento fuera de la anécdota y lo coloca
sobre lo que la rodea, sobre lo que la justifica; y ambiciona incorporarse
todas las provincias del mundo, por extra o aliterarias que puedan
ser. El goce del suceso puro parece limitarse a la novela de aventuras
o a la po1icial. Pero ni aun estas formas se entregan libremente
al juego primario de los hechos y sus maestros superan casi siempre
la anécdota o la encierran en una severa malla de reflexiones,
de pura lógica o de inquisición trascendente. Piénsese
en las obras de un Conrad, de un Richard Hughes o de un Alain Fournier,
para la novela de aventuras; de un Michael Innes, de un Dashiell
Hammett, para la policial.
Hay excepciones a esta doble actitud de trascendencia de lo anecdótico
e incorporación de materiales ajenos. Hay muchos novelistas
que tienen apego a su fábula, aunque también apunten
más allá: una Rosamond Lehmann, un Malraux, un Silone,
podrían servir de ejemplos. Y hasta podrían citarse
otros (un Chesterton, un Kafka, un David Garnett) que procuran con
ahínco la invención, la que es, la que parece ser,
un fin en sí misma. Pero se debe aclarar que en sus obras
se trata siempre de un plano de invención en que la sustancia
anecdótica aparece a tal punto descarnada, tan contaminada
de intuición o creencias o símbolos, que en verdad
resulta bastante impalpable(6).
III
Es bien sabido que no todos los novelistas realizan de igual manera
la trascendencia de lo anecdótico. Se debe incluso agregar
que algunos la realizan de manera opuesta. El rápido examen
de algunos ejemplos permitirá ahondar el punto. Creo necesario
comenzar por Marcel Proust. Su obra inaugura (con la de James, a
la que se parece algo) el siglo XX. Por su índole, por su
ambiente, por su forma, marca claramente la transición entre
dos mundos literarios. Proust comienza a preparar A la recherche
du temps perdu después de 1896, pero sólo en 1913
inicia su publicación con los dos volúmenes de Du
côté de chez Swann. Su obra parece continuar la
ilustre tradición francesa de la novela-río. Sin embargo,
¿es una novela? Ramón Fernández ha contestado
sutilmente: "La novela de Marcel Proust está escrita
en tres modos, o mejor, su relato presenta tres aspectos simultáneos
quese distinguen según el ángulo
de visión o de receptividad: una novela, unas memorias, un
tratado de estética" (7). Dentro del
cuerpo narrativo ha introducido Proust un material extraño,
superficialmente hostil, que se halla empero íntimamente
ligado a la narración por el genio del autor, y que al trascenderla,
la justifica estéticamente. Y esta ligazón es tan
fuerte y profunda que los mismos episodios narrativos sirven de
constante, inagotable ilustración, a la evocación
del pasado y a la teoría estética que informan la
obra. Aquí lo narrativo es uno de los elementos; no el fundamental,
ni siquiera el más visible. La subordinación de la
anécdota se manifiesta, además, en el peculiar ritmo
del libro, cuya lentitud de acción es legendaria. En efecto,
la descripción de una fiesta mundana (en la que no sucede
casi nada) ocupa la mayor parte de uno de los dos volúmenes
de Le Côté des Guermantes (1920). Pero esa misma
lentitud se halla compensada por los saltos bruscos de tiempo en
los intervalos entre los libros o, aun, entre las mismas escenas
de un mismo tomo. Así, en una frase resume a veces el autor
una serie de acontecimientos ocurridos a lo largo de los
años; luego, sin transición, reanuda su morosa contemplación
de un solo instante (8).
La obra de James Joyce toda la obra puede ofrecer ejemplos
de una trascendencia casi total de lo narrativo. Pero es siempre
preferible escoger los casos límites para evitar confusiones.
El caso límite es aquí Finnengans Wake (1939).
En esta obra se extienden hasta concusiones insospechadas las líneas
ya iniciadas, ya definidas, en A Portrait of the Artist as a
Young Man (1916) o en Ulysses (1922). Las audacias, las
innovaciones técnicas de esta última novela parecen
irresponsables travesuras si se las compara con las de Finnegans
Wake. Aquí, lo narrativo está totalmente destruido
por el lenguaje; lo anecdótico fluye sin cesar, pero debajo
de la compleja vestidura del lenguaje. Joyce sueña con un
idioma cuyas palabras agoten la multiplicidad del mundo, que indiquen
o aludan, simultáneamente, a todos los sentidos provocados
por la combinación, en una palabra inédita, de dos
ya conocidas. La creación lingüística se ha convertido
en protagonista, en el tema, casi en el mensaje de la obra.
Thomas Mann pareció siempre apegado a lo narrativo. Los
Buddenbrooks (1900), Der Zauberberg (1923); Die
Vertauschten Köpfe (1941), evidencian a lo largo de los
años esa minuciosa dedicación. Pero muestran, simultáneamente,
un pensador inquieto que ilumina su anécdota con luz inusitada,
que altera su sentido directo, que la trasciende. Esa luz baña
totalmente su obra más ambiciosa: Joseph und seine Brüder
(1933-1945). En esa enorme tetralogía el lector podrá
elegir (como momentos culminantes) aquellos puramente novelescos:
la emocionante historia de Jacob y sus dos mujeres, la lenta seducción
de José por la mujer de Putifar; pero siempre el autor estará
alerta y saltará inesperadamente para quebrar el ingenuo
encanto de la fábula, para sumergirse (y sumergir con él
al lector) en ese profundo pozo del pasado, de la reflexión
sobre el pasado, que constituye uno de sus temas favoritos. Se ha
reprochado a Mann esta voluntad de pensador. Mientras el agudo Clifton
Fadiman propone una caracterización única para Joseph:
grandeza, otros, más irreverentes, han señalado la
endeblez o la segura confusión de algunas de sus meditaciones.
Tales consideraciones son impertinentes en esta nota. Interesa apuntarlas
sólo con un fin práctico, ya que testimonian objetivamente
esa trascendencia de lo anecdótico, esa
iluminación filosófica que señalaba en la obra
de Mann. (9)
La obra de Franz Kafka está cargada de sucesos: hay persecuciones,
violencias, hasta crímenes. El hecho de que todo suceda de
manera extraña, alucinatoria, no invalida la afirmación.
Lo que, en cambio, invalida la normal eficacia de la anécdota
es su significado trascendente. En sus libros la anécdota
no vale por sí, y nadie acudirá a buscar solaz en
sus aventuras; ella constituye el elemento representativo de un
juego más profundo y coherente que el visible, un juego de
reglas monstruosas que tortura también al lector con su abrumadora
presencia. El tema verdadero de cada novela (implícito en
el ambiguo desarrollo exterior) es de raíz metafísica
y afecta formas angustiosas: la injusticia y la infinita postergación,
el enclaustramiento o la incomunicación, la impersonalidad
del poder, la pesadilla final, que contamina todas sus
páginas. También aquí lo narrativo es sólo
una envoltura, aunque fascinante.( 10)
He reservado deliberadamente la obra de Virginia Woolf para cerrar
este heterogéneo muestrario. El lector de Mrs. Dalloway
(1925), de To the Lighthouse (1927), de The Waves
(1931), sabe que Virginia Woolf desecha lo narrativo puro, preservando
tan sólo las vivencias de sus personajes, sus sensaciones
más fugaces, sus pensamientos fluctuantes, inagotables. El
resultado no es lógico. No es un cerrado sistema estético
como en Proust; no es la creación de un habla como en Joyce;
no es una serie interrumpida de meditaciones como en Mann; no es
la inmediata experiencia de la angustia metafísica como en
Kafka. El resultado parece ser más menudo. Se trata de la
vigilante inquisición de una psiquis (de varias psiquis);
se trata de la trasposición a un plano, intelectual y poético
a la vez, de los hechos que abruman la realidad de un hombre. Apenas
eso. Pero del punto de vista psicológico, nada más
importarte, más puro.
IV
No sólo en cuanto a su contenido último es elástica
la novela actual. Lo es, especialmente, en cuanto a su técnica.
El mot d'ordre parece ser la ilimitada audacia técnica.
Esta audacia indica la necesidad de agotar un material complejo
y, a menudo, hostil; la necesidad de ir al fondo del asunto, presentándolo
en toda su multiplicidad y contradicción. No es siempre un
mero alarde formal, una suerte de prestidigitación (y cuando
lo es no interesa al crítico). Es un intento de ofrecer directamente
la heterogeneidad del mundo percibido. Lo que busca el novelista
es una estrecha y activa colaboración de su lector, sujeto
ahora tan activo como el lector de poemas o el de ensayos. Esa colaboración
no se persigue por el halago fácil sino por el castigo. La
obra ofrece una superficie dura, cerrada, que el lector debe penetrar
con ahínco, en vigilante y sostenido esfuerzo. El aficionado
a estas obras debe creer con Valéry, que sólo valen
aquellos libros que se resisten. Algunos ejemplos iluminarán
quizá lo dicho.
Ninguno más discutido, más fatigado, que el de Ulysses.
Todos los lectores de la odisea joyciana han sufrido la experiencia
(grata o no) de sus innovaciones técnicas. Ellas responden
a una elaborada concepción de lo narrativo, a las subyacentes
simetrías que lo rigen, a una severa estructura. Probablemente
ningún libro lo supera en provocar una impresión más
auténtica de desorden, ante una lectura superficial. Y, sin
embargo, no hay ninguno que soporte una estructura más intencional,
menos contaminada de improvisación, de azar. Cada capítulo
de Ulysses practica una técnica distinta, que responde
íntimamente a su tema, a su enfoque del escenario, a su paralelo
homérico, al deliberado tono paródico de toda la obra.
Hay ejemplos muy visibles. Escojo algunos. El capítulo séptimo
que transcurre en las oficinas del Freeman's Journal y que
equivale al episodio de los odres de Eolo (Odisea, X) está
compuesto por secciones encabezadas por sendos títulos que
satirizan el sensacionalismo y la soportada arbitrariedad de los
titulares de periódicos. A medida que se desarrolla el capítulo
el texto y los titulares correspondientes se vuelven más
frenéticos, como si estuvieran agitados por la furia desatada
de los vientos. En el capítulo decimoquinto, que transcurre
en los barrios bajos de Dublin y alude transparentemente a la gruta
de Circe y a sus bestiales metamorfosis, la técnica es dramática.
El diálogo, abundantemente acotado, permite la objetivación
de los personajes, más o menos fantásticos, que ocupan
el delirio alcohólico de Bloom o de Stephen. En el escenario
del burdel o en las sucias calles penumbrosas, se alzan frente a
sus creadores, los increpan o representan una pequeña pantomima,
inagotables en su invención, y procaces.
Al componer André Gide su primera novela, Les faux-monnayeurs
(1925), creó una técnica simple,
pero de consecuencias incalculables para la mejor interpretación
de la obra.(11) Uno de los personajes, Édouard,
es un escritor. La intensa aventura que vive lateralmente, a ratos
como espectador, le mueve a tomar notas para una posible novela.
A medida que se desarrolla Les faux-monnayeurs el lector
conoce dichas notas que ofician de inesperado comentario a la acción
misma. El lector acaba por comprender que la novela de Édouard
(si se escribe) será Les faux-monnayeurs. Este curioso
recurso proporciona una nueva dimensión: la obra ofrece,
simultáneamente, su acción desnuda (elaborada por
Gide, es claro) y un comentario estético, desde dentro. Pero
éstos no son los dos únicos planos
desde donde se enfoca el tema. Fuera de 1a obra pueden encontrarse
otros (12). Al tratar el tema, Gide lo trabaja
según una concepción propia, semejante y distinta
a la de Édouard. Sus reacciones, sus proyectos, sus intenciones,
sus fracasos, fueron anotados en un cuaderno aparte, que luego constituyó
Journal des Faux-monnayeurs (1926), que proporciona, como se
comprende, un tercer plano para el enfoque de la novela. Visto en
perspectiva se observaría: primero, un hecho real (un fait-divers)
que ocupa la crónica policial; luego, un escritor (Gide)
que lo utiliza como elemento provocador para una novela: Les
faux-monnayeurs, al mismo tiempo que registra en un Journal
las etapas de su creación; por último, un personaje
de la misma obra (Édouard) que lleva, él también,
un Journal donde recoge materiales para
un futuro libro que podría ser, que seguramente será,
Les faux-monnayeurs (13).
Un último ejemplo. Toda la obra de William Faulkner traduce
sus inquie-tudes, sus preocupaciones técnicas. En ninguna
la voluntaria complejidad del desarrollo alcanza las proporciones
de The Sound and the Fury (1929), trágica, frenética
crónica de la decadencia de una familia. Este libro consta
de cuatro partes. Las tres primeras emplean la forma del monólogo
interior, difundido por Joyce desde Ulysses. La primera parte
transcurre en 1928 y es el monólogo de un idiota, al que
alude la cita de Macbeth que sirve (incompleta) de título
al libro; la segunda, en 1910, es el monólogo de Quentin,
estudiante e incestuoso, pocas horas antes de suicidarse; la tercera,
en 1928 (un día antes de la primera) es el monólogo
de Jason, un colérico; la cuarta ocurre en 1928 (un día
después de la primera), y está contada por el autor.
Para llegar a poseer todos los elementos del relato es necesario
haber leído cuidadosamente toda la obra. Después de
terminada se aclaran, en el recuerdo, muchas confusiones. La comprensión
total (si se logra) sólo puede ser producto deuna relectura.
Hay que agregar, además, la circunstancia nada despreciable
de que los monólogos pertenecen a personajes anormales (como
Benjy, el idiota) o en estado anormal (como Quentin o Jason). La
intención de Faulkner al crear esta estructura ingrata es
lograr la comunicación más intensa, más cruda,
de su historia, al mismo tiempo que solicitar del lector una total
sumisión, una irresistible entrega cíclica. Sólo
así se puede ofrecer la compleja y angustiada realidad que
es este mundo sureño en disolución.
Todos estos ejemplos de invención técnica y
otros que podrían tomarse de las novelas de Dos Passos, de
Eyeless in gaza de Aldous Huxley, de Les noyers de l'Altenburg
de André Malraux, de Le sursis de Jean-Paul Sartre
ilimitada, la Novela trasciende o enrarece cada vez más sus
elementos narrativos, ostentan una misma agónica ambición:
ofrecer una visión del mundo con 1a más absoluta inmediatez,
de manera directa y fascinante; captar el tiempo en su fluir, no
en su elaboración conceptual, sino el tiempo tal como es
percibido, vivo y variable; enfocar e1 espacio en vertiginosa simultaneidad,
ilimitado, contaminado de tiempo. Para dar forma a ese caos, el
novelista necesita inventar hoy no sólo acciones significativas
o conflictos absorbentes; debe inventar estructuras, multiplicar
los ángulos, encerrar en la malla ubicua de la narración
todo un universo. Y esto crea en el lector una responsabilidad pareja.
Ya no se puede leer con inocencia, dejándose mecer por el
flujo narrativo. Hay que colaborar, hay que mantenerse alerta, lúcido,
para poder reconstruir totalmente el mundo que el novelista propone
y cuyas piezas (como las de un infinito puzzle) va comunicando
sin orden aparente, casi al azar, aunque en rigor
se trate de un azar legislado, casi ajedrecístico(14).
V
El sintético examen cumplido permite aventurar algunas conclusiones,
cuya escueta enumeración cabe en las siguientes líneas.
El auge actual de la Novela (su popularidad, su universal fascinación)
no debe ser estimado como signo de perennidad. En el siglo XVI la
novela pastoril parecía eterna Cervantes escribió
La Galatea, Lope, La Arcadia y sin embargo ya
estaba muerta, había perdido ya toda vitalidad. Hay muchos
signos que podrían interpretarse como síntomas de
la disolución de la Novela. Uno (ajeno) lo constituye la
actual renovación lírica. En todas partes se ve el
mismo entusiasta frutecer. Ya lo había señalado Salinas
para la literatura española, pero es un movimiento demasiado
general para limitarse a registrarlo en una sola literatura. Algo
semejante podría indicarse con respecto al ensayo, en sus
múltiples formas, o la crítica.
Interesa más buscar los signos de la disolución de
la Novela (si los hay) en su misma naturaleza. En este sentido,
los aspectos que se han señalado como característicos
a lo largo de este trabajo, pueden diagnosticar, si se les examina
desprejuiciadamente, una amenaza no conjurada de disolución:
la Novela está peligrosamente abierta a todas las innovaciones
técnicas. Sus cuadros naturales, sus límites laboriosamente
preservados durante el siglo XIX, se han roto y el material extranarrativo
y los experimentos formales más audaces la han inundado.
En la irresponsable prolongación de estas situaciones hay
un grave riesgo. La conciencia de este riesgo es cada día
más aguda, y se manifiesta ya en una clara reacción
en favor del relato anecdótico, encerrado en una forma ortodoxa.
Un ejemplo de esta actitud lo proporciona Aragón. Su trayectoria,
desde el superrealismo de la otra postguerra hasta el realismo casi
fotográfico (o fonográfico) de ésta, marca
nítidamente la reacción contra el enrarecimiento de
lo narrativo, contra la técnica demasiado ambiciosa.
Y Aragón no es el único. Podrían citarse también:
Arthur Koestler en sus novelas de combate (Darkness at Noon o
Thieves in the Night) o en la agresiva doctrina literaria expuesta
en algunos ensayos de The Yogi and the Comisar; Evelyn Waugh,
con el ejemplo de su obra narrativa (de Vile Bodies a
The Loved One); Graham Greene con sus sangrientas e intensas
historias de pistoleros anormales o sacerdotes pecadores, de espías
o agentes confidenciales; Albert Camus, reseñando objetivamente
un crimen gratuito o la contaminación de una ciudad; Curzio
Malaparte, con Kaputt, ese Decamerone unipersonal
y barroco, melodramático y ficticio, que pretende encerrar
sus experiencias de guerrero diplomático; Arturo Barea, en
la larga memoria de su infancia, de su adolescencia, de su formación
de rebelde .... La lista es, lo temo, incompleta. Pero no he ambicionado
agotar los ejemplos sino apuntar algunos de los más significativos,
más eficaces hoy.
Queda mucho por agregar, queda casi todo. Pero mejor será
detenerse aquí y no pretender anticipar futuras conclusiones.
Basta, creo, con el examen de la obra realizada."
1. En su Sociología de la novela (Buenos Aires,
1942) Roger Caillois separa y opone la novela policial a las otras
formas novelescas. Es fácil compartir este criterio. No es
fácil, en cambio, aceptar su interpretación estrechamente
sociológica de la Novela actual o su incomprensión
de los problemas y las ambiciones estéticas de los creadores
contemporáneos o su segura confusión al escoger como
ejemplos (indistintamente) novelas del siglo pasado o de éste,
o, finalmente, su tendencia a englobar en un mismo enfoque nivelador,
a grandes libros y meros folletines. Tampoco es fácil suscribir
su apresurada certificación del suicidio de la Novela.
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2. Aunque ahora no falten novelistas. Sobre todo
entre los más jóvenes: Ramón J. Sender, Max
Aub, Arturo Barea; sin olvidar, por supuesto, algunos laureados
en la España franquista: un Camilo J. Cela, una Carmen Laforet.
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3. La técnica de Shaw podrá ser, quizá
es, puramente teatral, pero sus acotaciones al diálogo, la
minuciosa descripción física de los personajes, los
extensos prólogos o epílogos que envuelven cada obra,
revelan en definitiva una necesidad típicamente novelesca
de comentar la realidad o la ficción de sus escenas (Chesterton
afirma que Shaw no comprende lo novelesco, pero su mera afirmación
no basta.) Volver
4. En una página de su libro sobre O'Neill
comenta Clark: "Es un tanto excesivo pedir a cualquier actor
o actriz que revele sin palabras, por ejemplo, el hecho de que 'es
imposible desde entonces que alguna vez puedan negarse la vida mutuamente
el uno al otro'" (V. O'Neill. El hombre y su obra, Buenos Aires,
1945). Volver
5. Literatura y metafísica en Sur. 147-149
(1947). Volver
6. En sus Ideas sobre la novela (1925) José
Ortega y Gasset señalaba que hoy "es prácticamente
imposible hallar nuevos temas". Y más adelante agregaba:
"Es muy difícil que hoy quepa inventar una aventura
capaz de interesar nuestra sensibilidad superior". Estas afirmaciones
de Ortega fueron refutadas brevemente por Jorge Luis Borges en el
prólogo a La invención de Morel, por Adolfo Bioy Casares
(1940). Dice allí el crítico argentino: "Todos
tristemente murmuran que nuestro siglo no es capaz de tejer tramas
interesantes; nadie se atreve a comprobar que si alguna primacía
tiene este siglo sobre los anteriores, esa primacía es la
de las tramas". Y aporta, luego, ejemplos de Chesteron, de
Kafka, de Wells, de Henry James, de Julien Green, del mismo Bioy
Casares. (Borges podría haber incluido a José Bianco,
y a sí mismo, en esa enumeración). Pese a su discrepancia,
tanto Ortega como Borges coinciden implícita o explícitamente
en la labor de trascendencia del material puramente anecdótico,
en la necesidad de esa trascendencia, que es característico
de la novela actual. Volver
7. Véase Equivalences littéraires,
en la NRF del año 1937. Volver
8. A propósito de este recurso ha podido escribir
León-Pierre Quint: "Sous 1'apparence d'une oeuvre statique,
il nous présente une oeuvre dans un continuel devenir. C'est
qu'entre des grandes fresques immobiles, dans la coulisse le plus
souvant, se déroulent des événements les plus
importants". (Marcel Proust, 1928). Volver
9. En un artículo sobre su tetralogía
distingue Mann entre la anécdota y la reflexión sobre
los acontecimientos. Escribe entonces: "Especialmente humorístico
es en este libro todo lo que tiene carácter de ensayo, lo
que explica, comenta y critica, lo científico, que es, como
lo narrativo y lo escénico, un medio para producir a toda
costa la realidad, para lo cual no vale, al menos por excepción
esta vez, el viejo principio: '¡No hables, artista, crea!'"
(Véase José y sus hermanos en Sur, 127, 1945.)
Volver
10. Max Brod, amigo y albacea de Kafka, no ha cesado
de proponer interpretaciones trascendentes, cuyo examen, cuya discusión,
escapan a los límites de esta nota. (V., especialmente, la
última edición de su biografía del novelista,
y su ensayo: Kierkegaard, Heidegger y Kafka, en el número
21 de L'Arche, 1946). En estas mismas páginas de SUR (Nº
79, 1941), Claude-Edmonde Magny estudió el contenido de la
obra de Kafka, aunque oponiéndose a toda exégesis
filosófica. También deben mencionarse el volumen publicado
en 1937 por Angel Flores: The Kafka Problem (New Directions), que
recoge unas cuarenta notas sobre distintos aspectos de la obra kafkiana,
y un ensayo disidente de Edmund Wilson: A Dissenting Opinion on
Kafka, que puede leerse en The New Yorker (26/VII/947). Todos estos
trabajos testimonian, de una u otra manera, la inquietud que provoca
la sustancia de esta obra impar. Volver
11. Al clasificar su obra André Gide calificó
a L'immoraliste, a La porte étroite, La symphonie pastorale,
de Récits. (Les caves du Vatican mereció entonces
el rótulo de Sotie). Sin embargo, al publicar La porte étroite
en 1907 la había subtitulado Roman, como se puede ver si
se consulta la edición príncipe del Mercure de France.
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12. La historia en que se basa Les faux-monnayeurs
es parcialmente verídica. Algunos episodios sirvieron a Roger
Martin du Gard para el primer tomo de Les Thibault: Le cahier gris,
1922. Volver
13. Algo de este vertiginoso procedimiento pasó
a Point Counter Point (1928) de Aldous Huxley. Allí hay un
escritor, Philip Quarles, que se propone componer una novela en
forma de contrapunto, una novela que podría ser como Contrapunto.
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14. Esta estética del puzzle tan visible
en Dos Passos o en su discípulo Sartre ha sido exagerada
plásticamente por Orson Welles en sus dos mejores creaciones
cinematográficas: Citizen Kane (RCO, 1941) y The Lady from
Shangai (Columbia. 1947). " Volver
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