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La invención de Bioy Casares
En: Plural, México, nº 29, febrero 1974,
p. 57-59.
Cuando yo era muy chico, mi madre
me contaba cuentos de animales que se aventuraban fuera de la madriguera
y corrían peligros. El tema de los refugios y de los peligros
todavía me atrae, como si viera en él una imagen del
destino del hombre. Me pregunto si alguna vez podré escribir
historias civilizadas, en que no pase nada, en que no haya vicisitudes
violentas.
Adolfo Bioy Casares (1973)
I
"Toda la primera parte de Dormir al sol (Buenos Aires,
Emecé, 1973) está ocupada por el informe que Lucio
Bordenave escribe en el Sanatorio Frenopático en que ha sido
confinado por el doctor Roger Samaniego. Ese largo informe (llega
hasta la página 222) se completa por una breve nota de Félix
Ramos, a quien se dirigía el informe, y en la que se comunica
el triste destino del propio Bordenave. El contrapunto de estos
dos textos no sólo comunica irónicamente el tema central
de la novela -estamos encerrados en nuestro cuerpo, como en una
cárcel; somos incapaces de "salvar" al otro- sino
que también ofrece una clave para la lectura textual de la
obra. Porque el texto del informe de Bordenave es también
una cárcel, de palabras.
La aventura que relata Bordenave es extraña pero está
como envuelta en la trivialidad de cada día. Es un hombre
modesto, un relojero, casado con Diana, una mujer hermosa y tiránica;
vive abrumado por los parientes de su mujer. Un día su mujer
es internada en el Sanatorio Frenopático del Dr. Samaniego.
Bordenave trata, ineficazmente, de sacarla del sanatorio. Hasta
llega al extremo de comprar una perra, que bautiza con el nombre
de Diana, para regalar a su mujer cuando salga. Finalmente, Diana
regresa pero ha cambiado; es buena aunque sigue siendo hermosa;
es otra. Bordenave la reconoce más en la perra que en ella
misma. La solución del misterio llevará a Bordenave
por laberintos de confusión hasta un instante en que él
también será encerrado en el Sanatorio y sufrirá
una mutación decisiva.
Como en las anteriores novelas de Bioy Casares, en ésta
también hay un desconcertante misterio de quién sabe
qué operaciones, una solución no sobrenatural pero
sí fantástica. Como en las anteriores novelas, otro
texto (invisible pero "citado" en filigrana) provee pistas
falsas, mucho horror y estremecimientos paralelos. Me refiero, es
claro, a La Isla del Dr. Moreau, de H. G. Wells (1896), novela
que es más conocida por su versión cinematográfica;
The Island of Lost Souls (Earle C. Kenton, 1933). En la ficción
de Wells, el siniestro Dr. Moreau (Charles Laughton en el film)
convertía animales en hombres por medio de sádicas
operaciones. Como recordarán los lectores o espectadores,
el Dr. Moreau no conseguía mantener inmutable la humanización
de las bestias. Poco a poco revertían a la animalidad.
En tres de sus cinco novelas, Bioy Casares alude a la ficción
de Wells. En La invención de Morel (1940), es la imagen
de la isla tropical y el nombre del inventor los que están
"citados"; en Plan de evasión (1945) son
los experimentos del Dr. Castel con los presos de la isla del Diablo
los que proveen, a la vez, el escenario común y las alusiones
de la trama. En Dormir al sol, Bioy Casares vuelve a Wells,
en forma a la vez más literal (el Dr. Samaniego realmente
produce transferencias entre hombres y animales) y menos científica
que la del prototipo wellsiano. Porque en tanto que Wells sitúa
su ficción en el límite de lo que la ciencia de su
tiempo podría creer posible, Bioy Casares mueve la suya en
el territorio de la fantasía pura. El Dr. Samaniego (qué
nombre) sólo trafica parcialmente con cuerpos de hombres
y animales; su verdadera ciencia permutatoria radica en la transferencia
de almas.
Desde este punto de vista, la nueva novela de Bioy debe menos a
Wells que a su propia obra anterior, como se verá.
II
Porque de lo que realmente se trata en Dormir al sol es
de la imposible posesión del ser amado. En efecto: Bordenave
adora a su mujer, pero ella se le escapa. Cuando el Dr. Samaniego
se la devuelve cambiada, Bordenave se niega a reconocer la mejoría.
Sí, la nueva Diana es mejor, es más dócil,
es más cariñosa, es más fiel, pero es otra.
Pronto Bordenave reconoce que se ama a alguien hasta por sus defectos.
La otra Diana no le sirve.
El tema recorre, como una línea invisible de fuego, la obra
entera de Bioy Casares. En La invención de Morel,
y al margen de la maquinaria que permite proyectar seres de tres
dimensiones sobre la realidad, lo que realmente importaba era ese
amor imposible entre el narrador y la mujer que solía encontrar
en sus paseos por la isla: esa mujer hecha sólo de imágenes
cinematográficas. Cuando el protagonista descubre la máquina
y aprende a manejarla será para filmarse él de tal
modo que sus imágenes coincidan con las de ella, finjan diálogos,
aludan a un entendimiento erótico. El amor, parece decir
Bioy, es esa ficción sostenida. La verdadera invención
de Morel es ésa, y no la entretenida sique imposible parafernalia
"Científica".
Esto lo entendió perfectamente uno de sus lectores, Alain
Robbe-Grillet, que habría de inspirarse en La invención
de Morel para su libreto cinematográfico de L'Anée
dernière à Marienbad (1961). El amor, podría
decirse parodiando a Leonardo, e una cosa mentale. Excepto
que "mentale" aquí significa, naturalmente, todo
lo que tiene que ver con las potencias del alma. Como en la obra
deslumbrante de André Breton, como en la mejor poesía
de Octavio Paz, el erotismo en La invención de Morel es
el deseo que va más allá de la destrucción
del cuerpo y que hace arder el alma. El protagonista decide consumir
su cuerpo y aniquilarse para continuar "vivo" junto a
la inalcanzable amada, en la ficción de las imágenes
cinematográficas que la máquina de Morel ha eternizado.
III
En Dormir al sol, una luz otoñal recubre la misma
experiencia. Si Bordenave carece de toda aventura -Buenos Aires
no es una isla, Diana no es una sofisticada mujer del período
Art Déco, no hay máquina que perpetúe su imposible
unión- es porque ahora, en la literatura de Bioy, la aventura
se esconde, se disimula, se internaliza. De hecho, Buenos Aires
(el Buenos Aires gris de esta época posperonista que Bioy
describe) es una isla, ya que se trata de un mundo aislado del resto
del mundo, en que las costumbres de una pequeña y mediocre
burguesía son presentadas con ironía y afecto. Si.
Diana no es sofisticada, no es por ser menos complicada que la Faustina
de La invención de Morel. Para Bordenave, ella es
tan inexplicable y lejana. Si Faustina parecía amar a Morel
y (tal vez) a algún otro de los habitantes de la isla, esta
Diana ("mi señora", como escribe decorosamente
Bordenave) parece también infiel. Su relación con
Standle, el siniestro alemán que probablemente ha sido nazi,
no es menos intranquilizadora para Bordenave que la relación
de Faustina con Morel, en la primera novela de Bioy. Por eso, la
decisión de Bordenave de revelar el misterio y arriesgar
su propia alma en la empresa, es tan desesperada como la del protagonista
de La invención de Morel.
La solución de Dormir al sol es más sórdida,
es claro. En vez de una eternidad cinematográfica, el protagonista
ha quedado encerrado (como su Diana) en otro cuerpo. El cuerpo triunfa,
la animalidad triunfa. Ahora él, como "su señora",
podrán reencontrarse (tal vez) en otro plano, otra dimensión
de la carne. Pero ese final, que está sugerido es realmente
horrible. Tan horrible como el final (aparentemente feliz) de La
invención de Morel.
Si el cuerpo humano es una cárcel y no es posible escapar
de ella, qué no será para el alma de Bordenave el
cuerpo animal en el que finalmente ha quedado prisionero.
IV
Hay otra novela de Bioy que habla de la servidumbre animal de los
cuerpos. Es una extraña parábola que se publicó
con el título de Diario de la guerra del cerdo (1969).
En un Buenos Aires sacudido por las proclamas revolucionarias del
General Farrell y sus jóvenes turcos (uno de ellos, el coronel
Perón, habría de apoderarse luego del Gobierno), los
jóvenes empiezan a dar caza a los viejos: los insultan y
golpean, primero; más tarde, empiezan a eliminarlos. Esa
es la guerra del cerdo. A lo largo de toda la novela, el protagonista,
Isidoro Vidal, habrá de reconocer que el cuerpo envejece
y se animaliza. Sin necesidad de cirugía, la edad nos va
operando, nos va mutando, nos acerca a la animalidad. Aunque el
libro expone su tema a contrapelo - Vidal encontrará una
muchacha que se enamore de él y lo proteja, la guerra del
cerdo terminará-, domina sus páginas la triste sabiduría
de que el cuerpo es una cárcel y una cárcel que se
corrompe y nos transforma en animales.
La experiencia de Bordenave es distinta pero no opuesta. También
él habrá de vivir junto a su Diana la experiencia
de esas inexplicables mutaciones. Cuando la mujer regresa del Sanatorio
es "Otra"; es decir: ha cambiado su alma aunque su cuerpo
sigue siendo el mismo. Sería fácil leer la novela
al trasluz de una experiencia sicoanalítica, decir que Diana
ha cambiado porque han curado su alma enferma. Pero Bordenave no
aceptaría esa solución, que es la que le propone el
Dr. Samaniego. El sabe que su mujer es otra; que la perra Diana
lleva ahora su alma; que la mutación no ha ocurrido en el
cuerpo solamente.
V
Lo que ha cambiado es la percepción de la realidad, tema
que unifica centralmente las cinco novelas de Bioy Casares. En La
invención de Morel, la realidad de la mujer amada era
una ficción cinematográfica de tres dimensiones; en
el Diario de la guerra del cerdo, hay una ficción
política que enmascara una verdadera alegoría sobre
la decadencia de la envoltura corporal; en Dormir al sol,
la "otra" Diana no es la mujer cambiada que el Dr. Samaniego
devuelve a Bordenave, sino la perra Diana. En las tres novelas,
una distinta percepción de la realidad es el oculto milagro
que esas ficciones realizan.
Lo mismo pasa en las otras dos novelas que ha escrito Bioy. En
El sueño de las héroes (1954), Emilio Gauna,
el protagonista, vive dos veces una misma muerte en Carnaval: en
1927 es salvado de la muerte por la intervención de un Brujo
y de una mujer que lo ama; en 1930, en la misma noche revivida,
ni le brujo (ya muerto) ni la mujer, podrán salvarlo de su
destino de compadre. La misma realidad (como en el cuento de Borges,
"La otra muerte") produce dos versiones paralelas o incompatibles.
En Plan de evasión (1945), Bioy propone una teoría
de la percepción. El Dr. Castel, gobernador de la Isla del
Diablo y discípulo algo literal de William James, realiza
unas operaciones en los prisioneros que alteran su percepción
de la realidad. Los sentidos se cambian y confunden, como en el
famoso soneto de Baudelaire, que el texto menciona, o en el otro
no menos famoso de Rimbaud sobre las vocales. Alterada la percepción,
el mundo es otro, la realidad se muta, somos distintos.
Eso es lo que al fin habrá descubierto Bordenave en la cárcel
de ese cuerpo de perro en que, al fin, queda encerrado. Pero todo
cuerpo es cárcel, aunque todo cuerpo también sea el
único medio posible para lograr la salvación.
VI
Los personajes de Bioy Casares no sólo sufren la cárcel
del cuerpo: también están encerrados en otro cuerpo
más inescapable. Me refiero al cuerpo del texto. No es casual
que cuatro de las cinco novelas consistan en "informes"
o "diarios" que alguien escribe para dar a conocer la
aventura de sus protagonistas. Así, La invención
de Morel es un testimonio que deja el protagonista sobre su
aventura, como quien arroja una botella al mar.Plan de evasión
está compuesta por un tío del protagonista sobre la
base de las cartas que éste le escribía y contiene,
incrustados, otros textos (una carta del primo del protagonista,
el informe y testamento del Dr. Castel), lo que le da un carácter
complejo. El Diario de la guerra del cerdo es de autor anónimo
pero sigue al pie de la letra la estructura formal del Diario. Ya
se ha visto que Dormir al sol consiste en dos textos, de
desigual extensión, que testimonian sobre la aventura.
La única aparente excepción es El sueño
de los héroes, narración en tercera persona en
que el protagonista está visto desde afuera. Pero aún
aquí, la narración impersonal se abre por lo menos
cuatro veces para dejar hablar a un "yo" que parece testigo
de los acontecimientos. En todos los casos, y esto es lo que me
importa subrayar, Bioy Casares quiere llamar la atención,
discreta o violentamente, sobre el mismo texto de su narración.
El texto se revela a sí mismo, habla de sí mismo,
se hace consciente. Hay una razón para ello.
VII
Casi todos los personajes de Bioy escriben, aunque no siempre sean
escritores. Pero si escriben es por una compulsión que arranca
de la situación misma en que están insertos. Escriben
para dejar testimonio de su aventura, como el protagonista de La
invención de Morel, o como el Dr. Castel, en Plan
de evasión. O escriben para registrar lo que sus ojos
vieron: el anónimo relator de El sueño de los héroes,
o el anónimo diarista del Diario de la guerra del cerdo.
O escriben para salvarse, como Bordenave, en Dormir al sol.
Porque si Bordenave escribe es para que Félix Ramos venga
a sacarlo del Sanatorio. El sabe que escribir es lo contrario de
vivir, pero sigue escribiendo porque si no escribe no se sabrá
lo que le ha pasado y no podrá ser salvado. Si al principio
escribir parecía lo opuesto de vivir, al final de su encierro,
escribir es salvarse; o, por lo menos, tratar de salvarse. Pero
lo que Bordenave no sabe (aunque Bioy y sus lectores sí saben)
es que escribir no les servirá de nada. No hay salvación
en escribir.
La escritura es otra cárcel, Bordenave queda encerrado en
ella, como el protagonista de La invención de Morel
en su testimonio, como Enrique Nevers y el Dr. Castel en sus respectivos
planes de evasión, como Emiilo Gauna e Isidoro Vidal en los
relatos que escriben anónimos testigos de sus aventuras.
En el texto, dentro del texto, en las entrelíneas del texto,
está la única realidad de que disponen, o han dispuesto
nunca, estos seres. Están hechos de palabras y no de carne
o de alma, sin embargo esas palabras transmiten el ardimiento del
amor, o el horror a estar encerrados, o la desesperanza de la soledad.
VIII
Cuando Bioy era muy niño, la madre le contaba cuentos de
animales encerrados en sus madrigueras, aterrados por los peligros
del mundo exterior. De grande, Bioy Casares ha desarrollado en cinco
novelas y otros tantos libros de cuentos la inagotable parábola
del hombre, encerrado en la cárcel de su ficción,
amenazado por "adversos milagros", tratando de escapar
de la circularidad de una escritura que, fatalmente, siempre se
remite a sí misma. Esa escritura alcanza en Dormir al
sol una suerte de cálida, luminosa, perfección.
IX (y última)
Hacia 1951 me encontré con Bioy en el barco que nos traía
de Europa: era el Andes, muy estirado, muy aburrido en su
primera clase, muy divertido e informal en la turista. (Nicanor
Parra también viajaba en ese barco: pero esa es otra historia.)
Aburrido del protocolo de la primera, Bioy solía visitarme
en el bar de la turista. Recuerdo que una vez hablamos de escribir
ficción y que hasta trató de persuadirme (su generosidad
es infinita) de que yo debía escribir cuentos. "Nada
más fácil", me dijo. Y puso el inalcanzable ejemplo
de Borges, y el suyo propio. También conversamos una vez
de los problemas de estilo. Reconoció que influido por Borges,
antes solía trabajar infinitamente cada frase, cada palabra
"Ahora creo que no es así", me dijo. "Creo
que hay que dejar que la frase se distienda, que esté menos
apretada, que corra al aire." Desde aquel encuentro, noté
que Bioy cumplía su palabra. A la complejidad, casi intolerable
de Plan de evasión y los cuentos de La trama celeste
(1948), dio lugar un desarrollo más fluido, como el de El
sueño de los héroes (1954). Pero donde encontré
la mejor prueba de lo que Bioy me había dicho en el Andes
fue en un cuento que publicó en plaquette en 1954: Homenaje
a Francisco Almeyra.
Redactado en 1952, este cuento reconstruye el destino de un joven
poeta argentino que ha encontrado en el Montevideo de 1839, refugio
contra la tiranía de Rosas. El cuento parecía hablar
sólo de aquella dictadura; al trasluz, también hablaba
de los años más tristes del gobierno de Perón.
La prosa era lisa y llana, pero el texto podía ser leído
como el palimpsesto que en realidad había creado Bioy. Un
poco más tarde, en la colección de cuentos de Guirnalda
con amores (1959) reconocí la misma escritura, el mismo
arte escondido. El cambio anunciado en el Andes se había
cumplido del todo.
Pero si Bioy había allanado su estilo y había aprendido
las complejidades estructurales de sus ficciones, no había
abandonado esa busca que signa toda su obra: la búsqueda
de un conocimiento de la realidad. Inscrito en el cuerpo, o en el
alma, de la mujer amada (texto real que se descifra con el deseo),
o escrito sobre el papel, ese código de la realidad es el
último término al que se dirige esta gnoseología
de la ficción que el nombre de Adolfo Bioy Casares resume.
Allí se encuentra la última unidad de una serie extraordinaria
de textos que sólo ahora la crítica está empezando
a leer como es debido."
Nota: Además de las ficciones mencionadas
en este artículo Bioy Casares ha escrito varios libros de
cuentos en colaboración con Jorge Luis Borges, algunos de
ellos con el seudónimo de H. Bustos Domecq (Seis problemas
para don Isidro Parodi, Dos fantasías memorables) o de
B. Suárez Lynch (Un modelo para la muerte, novela
policial). No he tenido en cuenta estos libros porque plantean problemas
muy particulares de género y estilo. El epígrafe de
este artículo está tomado de una entrevista a Bioy
publicada recientemente en la revista argentina, Siete Días.
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