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"Las metamorfosis del texto"
En: Plural, México, nº 16, enero 1973,
p. 11-15.
"UNO
Hay un nivel de significación en que Cobra (Buenos
Aires, Editorial Sudamericana, 1972, 263 pp.) es apenas la crónica
de las metamorfosis que sufre el(a) protagonista. Crónica
en dos partes, especularmente enfrentadas y que se concentra en
presentar las mutaciones que sufre
(a) ese travestido del Teatro Lírico de Muñecas (París,
años sesenta) que
(b) es, también, su propia reducción en forma de
enana blanca (Pup); y
(c) es, asimismo, el quinto de una banda de motociclistas (blusons
noirs) que parten de Saint-Germain des Pres para cumplir un rito
de iniciación erótica, en un bosque que se parece
sospechosamente a los paisajes de la pintura china (o, tal vez,
no hay iniciación, no hay rito, sino palabras que hablan
de iniciación, bosque, rito, etc ; y
(d) es, acaso, miembro de una banda de lamas tibetanos que parecen
hippies (o de una banda de hippies disfrazados de lamas tibetanos)
que se droga y fornica, o fornica y se droga, o drogafornica, en
los barrios bajos de Amsterdam; y
(e) es, al mismo tiempo, o sucesivamente (no hay cronología
válida aunque hay sucesión lineal de episodios sobre
las páginas, convencionalmente encuadernadas en un sólido
que se llama libro), un dócil candidato a la cuchilla castradora
del Dr. Katzob (ne Cadillac, otro travestido) que ejerce su oficio
en los intersticios que le deja un tráfico de drogas en Marruecos;
y
(f) es, finalmente (pero quién puede asegurar que no sea
éste el verdadero comienzo) un turista ávido de tantrismos,
que ha leído sin duda a Octavio Paz y que recorre una India
de pacotilla que es, a la vez, y complementariamente, el escenario
imaginado de les lndes Galantes y de las imposiblemente bautizadas
Indias del inocente don Cristóforo.
DOS
Estas metamorfosis del protagonista no son las únicas. Cobra
es, también, esa "mujer" asustada, de sombrero
con borlas cardenalicias que aparece y reaparece en las calles de
París (acaba de salir de la leprosa entrada del Metro) y
que los otros personajes, y nosotros los lectores, sus cómplices,
descubrimos pautando la narracción en los lugares más
inesperados;
y es (por qué no, si el autor lo dice y lo repite) una serpiente
de la India, fálica e insaciable que se enrosca sobre sí
misma para morderse la cola cuando no está devorando viva
(todos los orificios son viables para ella) alguna víctima
cómplice, y es, naturalmente ya que Sarduy me lo explicó
en una entrevista (Revista de Occidente, Núm. 93,
diciembre 1970, pp. 315-343), el anagrama de un grupo de pintores
(Appel, Aleschinsky, Corneille, Jorn) que provenía simultánea
y sin duda sucesivamente de COpenhague, BRuselas y Amsterdam (lo
que da COBRA); y es, al mismo tiempo, en español al menos,
voz del verbo cobrar, aunque ésto solo tenga importancia
al nivel de una reinterpretación del capitalismo burgués
y su horror al gaspillage (es decir, al barroco, es decir, al sexo,
es decir, al arte); y es, finalmente (por ahora), nombre que alude
por contigüidad a la palabra española cobre que
en la mitología cubana es el emblema de Ochum, la diosa yoruba
y de su equivalente católica, la Caridad del Cobre, con lo
que el travestido del Teatro Lírico de Muñecas de
la Place Pigalle termina cómodamente incrustado en el espacio
metafórico cubano.
Nuevo Colón (pero reflejado en un espejo; es decir: invertido
especularmente), Cobra viaja a las Indias para reencontrar sus (nuestras)
Indias.
TRES
Hay otra metamorfosis a las que el texto también alude pero
que exigen una lectura extra-e-intratextual . Quien haya leído
De dónde son los cantantes (México, Joaquín
Mortiz, 1967, 153 pp.) no podrá no reconocer en la pareja
que forman ahora Cobra y la Señora, la dueña del Teatro
Lírico de Muñecas, así como en la pareja de
la enana blanca y la reducción de la Señora (o Señora),
a otra pareja ya célebre en las letras hispanoamericanas.
Me refiero a las ubicuas Auxilio y Socorro, esos dos travestidos
que recorren las tres partes de aquella novela, mudando pelucas
y apodos, vestidos y posiciones, pero conservando siempre la misma
capacidad mimética del habla. En otro avatar, Auxilio y Socorro
se multiplican especularmente en esta nueva novela. El periplo que
habían concluído en Cuba (una Cuba extrañamente
abrumada por la nieve) se continua desde el otro lado del mar de
sargazos en París y en Amsterdam, en Marruecos y en la India,
pero sobre todo en la página blanca recubierta de signos
negros que es Cobra. Pero no son sólo las inefables
Auxilio y Socorro los que reaparecen en Cobra: es la otra
novela entera, o (mejor dicho) la cita, la alusión, la iconografía
de su texto:
como en la página 61, cuando se habla de los "cintajos
y floreros que hubieran dado envidia a la misma Dolores Rondón",
protagonista del segundo episodio de De donde son los cantantes;
y como en la página 69 en que se describe un cofre de plata
que ilustra el tercer episodio de la otra novela: "En el
reverso de la tapa se extendía un paisaje logrado con incrustaciones
minuciosas: a una ciudad tropical -al fondo se veían palmeras,
fachadas coloniales, un ingenio azucarero- entraba un Cristo de
madera, magestuoso y muriente.(...) . Dos mujerangas vestidas de
negro, pero violentamente pintadas, corren hacia el primer plano,
los brazos abiertos, dando gritos:
y como en la página 91 en que la señora y Pup encuentran
en Toledo (sí, es claro), a sus precursores: "Auxilio
y Socorro. Más que textuales apergaminadas y retóricas:
de tan toledanas, de tan hispánicas carpetovetónicas":
texto en que se escucha (además) un eco del Don Julián,
de Juan Goytisolo.
CUATRO
Roberto González Echeverría (ver Revista Iberoamericana,
núm. 76-77, Pittsburgh, julio-diciembre 1971, pp. 725-740,
y Review 72, Núm. 6, New York, Fall, 1972, pp 28-31)
ya ha elucidado muchas de las alusiones extra-textuales de la obra
anterior de Severo Sarduy. Por ejemplo,
(a) su inserción literaria en un contexto cubano de los
años cuarenta y cincuenta, presidido por la figura inmensa
de José Lezama Lima por el contacto con el grupo (disidente)
de Rodríguez Feo en la revista Ciclón, y con
el grupo, más nuevo, de Cabrera Infante en Lunes de revolución;
(b) su inserción en el contexto parisino, de los años
sesenta, con el grupo estructuralista de Tel Quel (años
después Philippe Solliers traduciría Cobra
en francés, París, Editions du Seuil 1972, 167 pp.);
(c) su aprendizaje junto a Roland Barthes de L'Ecole Pratique des
Hautes Etudes, del que derivarían algunos estudios críticos
coleccionados en Escrito sobre un cuerpo (Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1969, 107 pp.);
(d) su inserción en un contexto de literatura hispanoamericana
más general a través de la permanente colaboración
en Mundo Nuevo (Nueva época", Núms. 1-25,
París), de la que derivarían algunos estudios centrales
del libro citado en el párrafo anterior. Como resultado de
esta múltiple experiencia, (González dixit) Sarduy
funda en dos preceptos su su retórica de la ficción:
(1) "La autonomía de la escritura o sea la escritura
como sistema específico sujeto a sus propias leyes, no circunscritas
a un significado sino abierta a una de significados. (RI, 731).
(2) "La organización del subconsciente como discurso;
es decir, la estructuración de todo conocimiento como un
lenguaje que enmascara la falta de sujeto, que crea (he aquí
la dimensión ontológica de que hablaba Sarduy) una
persona allí donde se manifiesta su ausencia."
(id., 731-732)
La conclusión (después de una cita de Lacan que,
realmente, aclara las cosas): "La novela se convierte así
en representación de una representación de una representación
de una representación, aboliendo a su autor, que queda sumido
en el lenguaje, en el discurso que se habla a través de él."
(id., 732).
O dicho en términos de Cobra: No hay tales metamorfosis
del "protagonista", o de sus acólitos, hay sólo
metamorfosis del texto: un texto que se vuelve obre sí mismo
(como una cobra) para citarse, criticarse, parodiarse, morderse
su propia cola, formando una estructura perfectamente circular en
cuyo centro sólo es advertible la ausencia del sujeto. Las
máscaras de que se vale la protagonista (Pup, o la señora
enajenada del sombrero cardenalicio, el blouson noir de Saint-Germain
des Près, el falso lama hippie auténtico de Amsterdam,
la cobra que se revuelve sobre sí misma) son apenas eso:
representación de una representación de una representación
que sólo existe a nivel del discurso.
QUINTA
Lo que obliga a precisar aún más las metamorfosis
del texto. Porque no sólo Cobra cambia, se disfraza, muere
para reaparecer en un nuevo avatar, una nueva persona. También
el texto de la novela padece similares metamorfosis. Así
como Cobra es siempre un hombre, evidentemente un hombre, centralmente
un hombre, a pesar de las toneladas de pinturas, de joyas, de ropas
que se echa encima (el travestido es siempre una imagen doblada
en que lo masculino resulta más subrayado por la misma ficción
femenina), también el texto es siempre el mismo a pesar de
las metamorfosis de episodios, personajes, lugares. Tiempos y espacios
cambian, las figuras que los pueblan cambian vertiginosamente: el
texto sigue inmovilizado en su propia superficie cambiante. Está
sádicamente fijado.
Para subrayar (o revelar) esa fijeza, Sarduy se cita a sí
mismo constantemente. O mejor dicho; Cobra se cita a sí
misma. Ya se han visto las menciones o alusiones al texto gemelo
de la novela interior. Conviene ver ahora la autocita del
libro. El capítulo primero de la Primera Parte (I), "Teatro
Lírico de Muñecas", utiliza el socorrido recurso
del autor que, como puntual cicerone, informa al lector: "...
como les decía hace un párrafo ..." (p. 13),
o, más escolarmente: (-cf.: Capítulo V- (p. 14).
La cita explícita, la intromisión de la inmensa mano
del autor en el espacio titiritesco del texto, no es el único
recurso. Más frecuente, a medida que la novela desenvuelve
su flexible cuerpo de cobra, es la cita sin comillas, la repetición
de un fragmento (unas líneas a veces) que citado fuera decontexto
parece (es) nuevo y viejo. Hay algunas que podrían llamarse,
en más de un sentido, lugares comunes, porque son
sitios privilegiados de la narración: nódulos en que
el texto se espesa al concentrarse sobre sí mismo y en que
la pura superficie se vuelve relieve. Una de estos lugares: la "mujer"
(Cobra, es claro) que sale del Metro: "Va contra las paredes
envuelta en una boa negra, cubierta por un sombrero de Cardenal,
cabizbaja, como siu acabara de perder un rubí, para que el
pelo le encubra, como aVeronica Lake, o una leprosa, la cara."
(p. 127). Texto que reaparece, no menos de dos veces, en el curso
de la narración.
(a) cuando Cobra está en un bar, a punto de ser iniciado
por los blousons noirs, la "otra" imagen de sí
mismo, sale, asustada, del Metro: "Llevaba un sombrero rojo
cuyos cordones, cayendo hasta una capa negra, del rostro ocultaban
las flores de oro." (p. 143);
(b) El mismo texto reaparece, citado en su integridad, en otro
episodio, cuando Cobra y sus compañeros son (nueva metamorfosis)
un grupo de hippies disfrazados de lamas tibetanos, o a la
inversa, un puñado de lamas que parecen hippies. Ahora
el escenario es Amsterdam; sin embargo, la misma mujer asustada
(Cobra) sale de la misma puerta del Metro, con el mismo sombrero
cardenalicio.
(La cita no es sólo del texto de Cobra: por un proceso que
los latinos Ilaman de contaminación, el texto de Sarduy a
veces se enriquece, o dobla, de un texto ajeno. Cuando se da la
primera aparición de la mujer asustada en el Metro, se cita
en cursiva un largo texto: Está maquillada con violencia,
la boca de ramajes pintada. Las órbitas son negras y plateadas
de alúmina, estrechas entre las cejas y luego prolongadas
por otras volutas, pintura y metal pulverizados, hasta las sienes,
hasta la base de la nariz, en anchas orlas y arabescos como de ojos
de cisne, pero de colores más ricos y mayizados; del borde
de los párpados penden no cejas sino franjas de ínfimas
piedras preciosas. Desde los pies hasta el cuello es mujer;
arriba su cuerpo se transforma en una especie de animal heráldico
de hocico barroco. (p 126)
Al volver a citar la salida de la "mujer" (p. 143), el
texto continúa repitiendo, hasta mediada la página
siguiente, palabra por palabra, la descripción ya copiada.
Esta misma descripción había sido citada por Sarduy
en Escrito sobre un cuerpo, en el ensayo inicial, "Del
Yin al Yang", que fue originalmente publicado en Mundo Nuevo
(núm. 13, París, Julio 1967, pp. 4-13). Al comentar
la novela Storia di Vous de Giancarlo Marmori, Sarduy transcribe
el texto, que es el mismo que ahora cita Cobra, con una diferencia:
la omisión del nombre de Vous, protagonista de Marmori, para
que la cita ajena pueda aplicarse idénticamente a Cobra.
La contaminación es doble y asegura, además, otra
metamorfosis del texto.)
SEIS
La cita no es únicamente textual en Cobra. También
suele ser inconográfica. No es difícil reconocer,
aquí y allá, algunos discretos o explícitos
homenajes a conocidos pintores o escultores: Calder (p. 11). Eero
Saarinen (p. 31), Velázquez (alusión a las Meninas,
p. 47), Rembrandt (la guardia "nocturne", p. 47), Carreño
(p. 88, nota), San Francis (p. 109), Canova (p. 113), Vieira da
Silva (p. 142), Albers (p, 176), Karel Appel (p. 177). Murillo (p.
191). Duchamp (alusión a los objets trouvés,
p 196), O Aleijadinho (p. 203), etc. (Hay muchos más, sin
duda.)
Sin hablar, es claro, de todas las citas, alusiones, parodias,
a la culture Pop, desde el uso frecuente de marcas de fábrica
(Shell, Coca-Cola, Life) hasta las referencias a estrellas de cine
(la Garbo, Marlene, Veronica Lake), a músicos de hoy (los
Beetles, Ravi Shankar), a los pintores (una cita textual de las
palabras de un cuadro de Roy Lichtenstein, p. 143). Toda una iconografía,
toda una cultura aural, todo un sistema de signos que también
remite a la literatura hippie por la via de William Burroughs (a
quien se interpola en la p. 96, episodio marroquí) o de Juan
Goytisolo (cuyo Conde don Julián integra de pleno derecho
el travestismo de este mismo episodio, p. 97).
Pero si las citas (textuales o iconográficas, que es lo
mismo) se multiplican y proliferan para recoger o señalar
significaciones fuera del texto, la mera acción de
convertirlas en palabras del texto sirve pare incrustarlas
en él; es decir: para reconvertirlas a la realidad (espacio
único) del texto de Cobra. Ahora son el texto.
SIETE
Uno de los ejemplos más claros de esa metamorfosis por incorporación
(contaminación) es ese pasaje (pp. 173-174) en que Sarduy
describe como unas niñas contemplan un cadáver:
"En una mesa verde, escueta como un cadalso, la cabeza
recostada a una estaca, yacía un joven boquiabierto y desdentado,
el abdomen vacío, los ojos hinchados, esférulas que
dividían ranuras negras.
"Junto al cuerpo tendido, permanecían cuatro niñas
igualmente grisáceas y peinadas, cubiertas con enormes pamelas
de encaje que puntuaban flores amarillas. Una de ellas habíadoblado
hacia abajo las alas del sombrero -solo se veía su boca-,
la otra las habíaplegado hacia arriba y mostraba su rostro,
altiva.
"Más pequeña que las precedentes, una regordeta,
que apretaba una gasa azul bordada de escamas, del pellejo que muda
una serpiente, bajo su bonete desmesurado, de algas rosadas, abría
la boca, el mentón apoyado en una mano abierta, el codo apoyado
sobre el cadáver.
"Del sótano subía otra niña. No la cubría
un sombrero, sino, por supuesto, un paraguas abierto. "
Inútil buscar algunos detalles de este "tableau"
en el cuadro de Leonor Fini que le sirve de pretexto. Bastará
revisar la reproducción que incluye el excelente libro de
Constantin Jelenski (Leonor Fini, Lausanne, La Guilde du Livre,
1968, p. 153: "Leçon d'anatomie") para advertir
alguna discrepancia -el cadáver no parece de un joven sino
de un viejo; no hay tal niña subiendo del sótano,
con o sin paraguas abierto-. De todos modos, esos cambios no importan.
En Cobra, el cuadro de Leonor Fini se convierte en texto
de Sarduy.
OCHO
Otras citas son no menos explícitas aunque también
contienen sus distorsionantes efectos de contaminación, o
metamorfosis. Al presentar la operación a que será
sometida Cobra por el Dr. Katzob para poder ser (al fin) una mujer
remendada, se alude más de una vez al Leng'-T'che, "la
tortura china de los cien pedazos" (p. 89). Esa tortura -que
consiste en ir cortando (o trinchando) un individuo de manera de
irle quitando pedazos, articulaciones, miembros superfluos pero
sin tocar ningún centro vital, para que el paciente pueda
asistir (relativamente vivo) a la ceremonia proviene a la vez de
un texto y unas fotografías. Las fotografías estaban
en el Traité de Psychologie, de Georges Dumas, antes de ser
recogidas por Georges Bataille para ilustrar su vertiginoso libro,
Les larmes d´Eros (París, Pauvert, 1961, pp. 232-234;
son cuatro). De allí pasaron al capítulo 14 de Rayuela
(Cortázar modifica la fecha en que fueron tomadas y hasta
la nacionalidad del fotógrafo; introduce como testigo una
inidentificable mujer) y también a la novela de Salvador
Elizondo, Farabeuf (en que el supliciado es una mujer, lo
que es por lo menos dudoso). En el ensayo, "Del Yin al Yang"
(ya mencionado en este trabajo), sigue Sarduy la pista de esa imagen
sádica desde Bataille a Elizondo, partiendo del divino Marqués,
que es el teorizador, y pasando por Marmori, por Cortázar.
Las fotografías y el texto (o textos) que enriquecen, o
deforman su iconografía sufren varias metamorfosis en Cobra.
Indico dos:
(a) Al operar el Dr. Katzob a Cobra y despojarla de lo superfluo,
se escribe: "Sea un hombrecillo que sonríe, atado
a un madero. Atracarlo de opio. Uno a uno, sin sangre -en los tendones
de las articulaciones breves tajos-, separarlo en pedazos, uno a
uno, hasta cien. Que un traficante, fumando en pipa, lo señale.
Una foto. Que una mujer ría." (p. 114) La foto viene
de Bataille; la mujer, de Cortázar-Elizondo; la risa, de
Cobra.
(b) La castración es mostrada en primer plano metafórico:
"Ramas rojas que bajan bifurcándose, rápidas,
por los lados de un triángulo -el vértice arrancado-
sobre la piel blanca de los muslos, por la superficie de níquel,
contorneando las caderas, entre el tronco y los brazos, encharcándose
en las axilas, hilillos veloces sobre loshombros, empegotándole
el pelo: dos chorros de sangre, hasta el suelo." (p. 115)
El texto paralelo de Cortázar es este: "... y acercándose
bastante la foto a la cara se veía que el cambio no era en
los muslos sino entre las ingles, en lugar de la mancha borrosa
de la primera foto había un agujero chorreado, una especie
de sexo de niña violada de donde saltaba la sangre en hilos
que resbalaban por los muslos."(capítulo 14, p. 72).
El hombre (mujer, según Elizondo) de la tortura del Leng-T'che
es metamorfoseado por Cortázar en una niña violada
y por Sarduy en un travestido cuyo doble (la enana Pup) está
sufriendo por simpatía las torturas de la castración.
De foto a texto y a texto y a texto, las metamorfosis del sistema
de signos no cesan.
NUEVE
Aunque Sarduy advierte en su ensayo sobre Lezama Lima: "No
caer en la trampa de la crítica: un lenguaje mimético,
una recreación del estilo, que se vuelve una repartición
de los tics del autor. Evitar todo giro lezamesco." (Escrito
sobre un cuerpo, p. 67), parece inevitable acudir a la colección
citada de sus ensayos para elucidar algunos aspectos de Cobra. Se
puede empezar por la obsesión citacional que él comparte
con Lezama.
En la página 63 al discutir una defensa de la erudición
descabalada de Lezama que hace Cortázar en un célebre
ensayo (ahora está en La vuelta al día en ochenta
mundos, México-Buenos Aires, Siglo XXI, 1967, pp. 135-145),
apunta sabiamente Sarduy: "hablar de los errores de Lezama
-aunque sea para decir que no tienen importancia es ya no haberlo
leído. Si su Historia, su Arqueología, su Estética
son delirantes, si su latín es irrisorio, si su francés
parece la pesadilla de un tipógrafo marsellés y para
su alemán se agotan en vano los diccionarios, es porque en
la página lezamesca lo que cuenta no es la veracidad -en
el sentido de identidad con algo no verbal- de la palabra, sino
su presencia dialógica, su espejo. Cuenta la textura
francés, latín, cultura, el valor cromático,
el estrato que significan en el corte vertical de la escritura,
en su despliegue de sapiencia paralela. (p. 63)" Por eso,
podría decirse de la erudición de Sarduy, de su Historia,
su Arqueología, su latín, lo que él dice de
los de Lezama; por eso el subrayado crítico debe estar no
fuera del texto sino en el texto: en la presencia
dialógica de la cita.
En otro ensayo, sobre el libro Compact, de Maurice Roche,
hay otra indicación útil para la crítica de
Sarduy: "La literatura es (...) un arte del tatuaje: inscribe,
cifra en la masa amorfa del lenguaje informativo los verdaderos
signos de la significación. (...) La escritura sería
el arte de esos grafos, de lo pictural asumido por el discurso pero
también el arte de la proliferación." (p.
52) A la luz de este texto se advierte mejor el sentido de algunas
correspondencias (usa la palabra en homenaje irónico a Baudelaire)
entre el texto y la anécdota de Cobra: entre trama
y trama. Si al nivel escriptural toda la novela es un tatuaje de
textos (cifra sobre cifra sobre cifra) , al nivel metafórico
de la anécdota Cobra prolifera los tatuajes. Un ejemplo:
para la representación en el Teatro Lírico de Muñecas,
Cobra se cubre y recubre durante seis horas: "Empezaba a
transformarse a las seis para el espectáculo de las doce;
en ese ritual llorante habría que merecer cada ornamento:
las pestañas postizas y la corona, los pigmentos, que no
podían tocar los profanos, los lentes de contacto amarillos
-ojos de tigre- los polvos de las grandes motas blancas."
(p. 12) A partir de allí, Cobra pasará por sucesivas
y a veces simultáneas metamorfosis (véase el párrafo
primero de este trabajo), cuyo significado central, reiterativo,
circular, es el mismo: el tatuaje, la inscripción sobre su
piel (por la pintura, por el vestido, por las joyas, pero también
por la cuchilla del Dr. Katzob que trincha en su carne, que cava
espacios sedosos y húmedos que antes no existían,
la escritura, en fin. Y la proliferación, es claro.
El texto crítico de Sarduy sobre Roche continúa,
programático: "Puede ser que Compact no sea un hecho
aislado, sino uno de los trabajos inaugurales de una nueva literatura
en la cual el lenguaje aparecerá como el espacio de la acción
de cifras, como una superficie de transformaciones ilimitadas. El
travestismo, las metamorfosis continuas de personajes, la referencia
a otras culturas, la mezcla de idiomas, la división del libro
en registros (o voces) serían, exaltando el cuerpo -danza,
gestos, todos los significados somáticos-, las características
de esa escritura. El carnaval, el Circus -así se titula nuevo
libro de Maurice Roche- y el teatro erótico serían
los lugares privilegiados para desplegar esa ficción. Más
allá de las censuras, del pensamiento común, en esta
escena de la escritura vendrían a dialogar todos los textos
anteriores y contemporáneos del libro, se harían explícitas
todas las traducciones que hay en el interior de un mismo idioma.
Literatura en que todas las corrientes, no del pensamiento sino
del lenguaje que nos piensa, se harían visibles, confrontarían
sus texturas en el émbito de la página."
(p. 52) Este programa, que Sarduy diseña sobre el pretexto
visible de Roche, ha sido llevado a cabo por élmismo en sus
ficciones. Publicado en mayo 1968, en el periódico Confrontations
(p. 2), este programa aparece cuando ya Sarduy ha escrito y publicado
Gestos (1963) y De dónde son los cantantes
(1967), y lleva proyectada Cobra. Es fácil reconocer
en él los topoi de estas ficciones (travestismo, carnaval,
teatro erótico) así como los procedimientos (metamorfosis,
citas en varios idiomas, registros de voces, traducciones), que
se confunden en una sola superficie textual: las metamorfosis dialoguísticas
del texto.
DIEZ
Pero ni siquiera es necesario salir de Cobra. la novela
misma provee los elementos básicos de su exégesis.
Basta remitirse al capítulo primero en que a medida que el
texto define las etapas de la primera metamortosis del protagonista,
el autor acota retóricamente las metamorfosis del texto.
Enfiladas ordenadamente al comienzo de sucesivos párrafos,
esas acotaciones indican:
La escritura es el arte de la elipsis (y a continuación
se ilustra esa figura condensando en pocos párrafos la corte
de admiradores de Cobra:
La escritura es el arte de la digresión (p. 16),
frase que sirve para introducir al indio "costumista"
que viene al Teatró Lírico de Muñecas a travestir
de dibujos y arabescos los travestidos;
La escritura es el arte de recrear la realidad (p. 17) en
que se da otra (segunda) versión Ilegada del "costumista";
La escritura es el arte de restituir la historia (p. 18),
frase alarmante que introduce (la seguramente falsa) biografía
del personaje en cuestión:
La escritura es el arte de descomponer un orden y componer un
desorden (p. 20) en details la (seguramente imaginaria) orgía
del costumista con las entreabiertas ninfas travestidas;
La escritura es el arte del remiendo (p. 25) en que el célebre
"bricolage" de Levi Strauss adquiere un connotación
literalmente textual y sirve para demostrar que la orgía
arriba citada es, muy probablemente, imaginaria.
Texto sobre metamorfosis que se metamorfosea continuamente; narración
que se interrumpe para definirse retóricamente y para hacer
recordar al lector que no hay otra realidad del texto; serpiente
que se retuerce sobre sí misma para morderse la cola, en
un doble ejercicio erótico-tánático: eso es
el texto de Cobra. Al menos, así lo quiere hacer leer
su autor. Lo que abre otra perspectiva.
ONCE
Para entender mejor qué ocurre en el espacio central de
esas metamorfosis del texto, (si hay tal espacio), conviene repasar
el tantas veces citado ensayo, "Del Yin al Yang'. Al hablar
de la novela, Storia de Vous, Sarduy advierte que la figuración
sádica crea en su retraimiento una "especie de estructura
de centro vacío" (p. 21). La referencia explícita
aquí es a la primera del ensayo en que se estudia a Sade.
Allí se aAdvierte que en su delirio textual, el marqués
busca una sola cosa: "Fijar, impedir el movimiento" (p.11).
Es decir: privar al Otro de libertad, reducirlo al estado de objeto,
atado, fijado, lo que restituye al sádico "su total
arbitrio, lo devuelve al estado inicial de posible absoluto, lo
libera, lo 'desatae'." (idem)
Es claro que en la realidad histórica, Sade casi nunca realizó
su propósito. Hay alguna oscura historia de prostitutas,
cantáridas, flagelación y sodomía, pero qué
mediocre resulta todo frente a los excesos textuales de sus Obras
Completas. Sade realizó sí su experiencia en
el texto, la practicó a través de una representación,
en el sentido más literal de la palabra: un teatro, un escenario,
un espectáculo: "El teatro como espacio de la representación,
como exigencia de abertura escénica y mirada del exterior,
como espectáculo, está presente en cada obra de Sade"
(idem). Ya se sabe que el marqués fue autor dramático
y actor, que inventó el psicodrama cuando se encontraba recluido
en Charenton (Peter Weiss ha popularizado en su Marat-Sade este
aspecto de su carrera). Por eso, Sarduy insiste en los términos
de la trilogía: encierro, teatro y sadismo.
(p. 12). Prosiguiendo su análisis, Sarduy muestr aluego que
el sadismo, como ideología, supone un espacio que es primero
cristiano, y que al ser refutado por Sade pasa a ser deísta
para terminar siendo gobernado por un dios malvado. (p. 13).
Esa "refutación de la impostura divina se complace
en su reiteración continua (...) este rechazo, esa plegaria
al revés, ese otro conjunto, tienen un valor erótico."
(idem). Sarduy continúa: "la blasfemia como acto erótico
consagra cada jornada a la burla del poder individible (Dios) para
permitir la caída del poder visible (el Rey), reivindica
cada acto en nombre del ateísmo y la revolución."
(ídem). Lo más importante para Sade no es sólo
la repetición de la alsfemia sino que la repetición
(en el sentido francés: ensayo de una obra teatral) "es
el soporte último de la imaginación sádica
y, sin duda, de toda perversión." (ídem). Del
encierro en la cárcel a la repetición de la blasfemia
y la repetición de la pieza teatral y a la repetición
del ritual de las perversiones, Sarduy ha hecho recorrer a su lector
el camino que lleva a una definición del ritual de las perversiones.
"Pervertirse no es sólo ampliar lo sgestos de la
sexualidad, sino también reducirlos. (...) El perverso explora
un instante, en la vasta combinatoria sexual sólo un juego
lo seduce y justifica. Pero ese instante, fugaz entre todos, en
que la configuración de su deseo se realiza, se retira cada
vez más, es cada vez más inalcanzable, como si algo
que cae, que se pierde, viniera a romper, a crear, un hiato, una
falla entre la realidad y el deseo. (...) En el fondo, el sadismo
carece de sujeto, es pura búsqueda del objeto" (p.
13-14) Por eso, el capítulo sobre Sade concluye con estas
palabras: "Misa y orgía, ritos de iguales ambiciones,
de iguales imposibles" (p. 15) Si el capitulito sobre Sade
(para el que Sarduy se apoya en lecturas francesas muy conocidas)
contribuye a aclarar el aspecto "`perverso" de Cobra
-no hay sino transferir a su representación esa "ideología"
sádica-, el capitulito sobre Bataille ilumina el problema
de la Muerte, con mayúscula, y la muertecita (o muerte
del orgasmo), como dicen los franceses con tierno diminutivo. Lo
que introduce Bataille es el horror. En la iconografía de
Les larmes d'Eros y en el texto de su última novela
inconclusa Ma mére se encuentran mezclados la obscenidad
y el crimen. "Pero en esas imágenes están la
belleza y el amor ..." (p. 17), porque es la madre del narrador
la que aparece como modelo en las fotografías de "repugnantes
posturas" a que se refiere Bataille: "La madre y la
ignominia estarán ya para siempre fundadas: Dios y el horror
." (p. 17) Por eso, Sarduy habrá de citar las palabras
finales de la novela, y del propio Bataille (que murió antes
de terminarla). "La alegría y el terror anudaron en
mí un lazo que me asfixió. Me asfixiaba y gemía
de voluptuosidad. Mientras más esas imágenes me
aterrorizaban, más gozaba al verlas" (p. 17)
También en Sade hay terror, pero transferido al Otro, a
la víctima. Ya en un célebre ensayo de Jean Paulham
("Le marquis de Sade et sa complice") se acalaraba esa
transferencia y se demostraba, con elegancia, que Sade era realmente
masoquista. Pero a Sarduy le interesa menos el aspecto "ideológico"
de esta pareja Sade-Bataille que la consecuencia literaria, o sea
textual de la misma relación. Por eso, su capitulito sobre
Bataille continúa desarrollando el tema de las transgresiones
del pensamiento (son tres: el propio pensamiento, el erotismo y
la muerte) para llegar a la conclusión que la sociedad burguesa
ha mitigado la resistencia que le inspiraban el erotismo y la muerte
"para intensificar, hasta lo patológico, la que le inspira
el pensamiento que se piensa a sí mismo." Sarduy continúa:
"Blasfemia, homosexualidad, incesto, sadismo, masoquismo
y muerte son ya transgresiones relativamente toleradas. (No hablo
de la transgresión pueril que es el arte de "de denuncia":
el pensamiento burgués no sólo no se molesta, sino
que se satisface ante la representación de la burguesía
como explotación, el capitalismo como podredumbre.) Lo único
que la burguesía no soporta, lo que la "saca de quicio"
es la idea de que el pensamiento pueda pensar sobre el pensamiento,
de que el lenguaje pueda hablar del lenguaje, de que no
escriba sobre algo sino escriba algo (como proponía Joyce).
Frente a esta transgresión, que era para Bataille el sentido
del despertar, se encuentran, repentina y definitivamente de acuerdo,
creyentes y ateos, capitalistas y comunistas, aristócratas
y proletarios, lectores de Mauriac y de Sartre. La desconfianza
y la agresividad que suscitan las búsquedas críticas
actuales ilustran la unidad de las ideologías más
opuestas ante la verdad del despertar de Bataille". (p.
19-20)
El centro vacío de la configuración sádica
a que se refería Sarduy al hablar de Storia de Vous
(p. 21) es precisamente esa ausencia de significado, de remisión
del texto a otra cosa que así mismo , para decirlo de otro
modo: el escándalo de la transgresión de ese pensamiento
que se piensa a sí mismo ,de ese lenguaje que habla del lenguaje,
de la obra que se vuelve sobre sí misma, como una serpiente
que se muerde la cola. Es decir: como Cobra en que las otras
transgresiones (erotismo perverso, la muerte y la muertecita) son
sólo significaciones dentro de un texto que dibuja un espacio
central vacío de significado. Esta novela se quiere sólo
escritura literal y significativa, apenas en el nivel de su superfiice
textual. Cobra es de esos libros que describen la ausencia
del centro, el vacío, el espacio abierto de la mirada, del
Otro, la falla de que habla Lacan, esa lejanía del significado
que el proceso simbólico de la escritura designa, según
Barthes.
De ahí que sea imposible cubrir la totalidad de su texto
(poético) por medio del discurso crítico, y que hay
que resignarse a quedar siempre rozando las alusiones, descodificando
significaciones parciales, contabilizando metamorfosis sin lograr
avanzar del todo sobre la superficie siempre fija, siempre cambiante,
del texto. No hay otro que el que está permanentemente a
la vista. Y sin embargo.
DOCE
La tapa de Cobra reproduce en colores un fragmento de una
ilustración que se encuentra entera en el libroTantra
Art, de Ajit Mookerjee (New , Random House, 1968), y que también
reproduce en blanco y negro Conjunciones y disyunciones de
Octavio Paz. Allí (p. 145, de la edición de Joaquín
Mortiz, México, 1969), es identificada como: "Yogin
con seis cakras. Escuela kangra siglo XVIII". En el texto de
Cobra hay una descripción del Yogin: "del pene
brotan dos ríos -tu piel es un amapa-: Uno, impetuoso, asciende
por el lado derecho del cuerpo, ronco, arrastrando arena -te cubro
de yeso, con tinta negra y un pincel finísimo te dibujo ascendiendo
por el lado derecho, en una torrente que con mi respiración
crece, engarzadas unas en las otras, las consonantes; el otro, manso,
claro, sube por el costado izquierdo, lentas espirales verdes, algas
en los meandros, rumor de polen cayendo, transferencia- te dibujo
las vocales.
El centro de tu cuerpo:
seis corolas,
seis nudos,
seis parejas templando:
El semen retenido:
sílabas que se anudan:
ajorcas los tobillos,
letras las rodillas,
sonidos en las muñecas,
mantras el cuello.
El semen retenido: serpiente que se enrosca y asciende:
cascabeles entre las bisagras de las vértebras: alrededor
de los huesos aros de escamas y piel luciente: aceitados cartílagos
se deslizan, ciñen la médula.
Loto que estalla en lo alto del cráneo. Pensamiento en blanco.
Una línea negra limita la figura.
tres canales la surcan
que interrumpen flores
el cuerpo
tres ejes
letras los pétalos
En el texto de Cobra, el diseño tántrico es
convertido en un ideograma que es a la vez convertido en escritura
y que se desdobla, especularmente, en desripción de la imagen
y descripción del texto: las consonantes son dibujadas
con el mismo pincel que dibuja la figura; las vocales sufren
el mismo doble proceso, las sílabas "se anudan"
como las ajorcas a los tobillos, las letras son rodillas, los sonidos
muñecas, el cuello es un mantras. Pero la palabra figura
misma es ambivalente y funciona por igual en el mundo de la iconografía
y de la literatura: es imagen visual y textual, es diseño
y tropo. Por eso el texto concluye:
letras los párpados.
Para "leerlo" adecuadamente es insuficiente la ilustración
de la tapa de Cobra. No reproduce sino tres y media de las
seis cakras con las seis parejas templandoras, como dice el autor
con un cubanismo no del todo indescifrable. Pero la tapa omite precisamente
el origen de ese doble chorro que parte del plexo solar y se viene
a juntar con la figura dorada que reposa sobre las cejas del contemplador:
"falta, dicho brutalmente, el "pene" a que se refiere
la glosa del texto de Cobra. Ese corte de la imagen (alusión
tal vez al destino del protagonista bajo la cuchilla del Dr. Katzob)
impide al lector de Cobra examinar el documento iconográfico
completo. Felizmente, la glosa textual es más explícita.
Paralelamente al texto de Cobra se impone un examen de Conjunciones
y disyunciones. Aquí está la clave no sólo
de esa imagen tántrica sino de muchos aspectos del "indianismo"
de la novela y de su autor. Bastará citar un fragmento de
la página 81, la misma que enfrenta a la reproducción
de yogin: "para el tantrismo el cuerpo es el doble real del
universo que, a su vez, es una manifestación del cuerpo diamantino
e incorruptible del Buda. Por eso postula una anatomía y
fisiología simbólicas (...) que concibe al cuerpo
como un microcosmos con seis nudos de energía sexual, nerviosa
y síquica, estos centros (cakras) se comunican entre sí
desde los órganos genitales hasta el cerebro por dos canales:
rasanâ y lalanâ. No se olvide que se trata
de una anatomía simbólica: el cuerpo humano concebido
como mandala que sirve de "apoyo" a la meditación
y como altar en que se consuma un sacrificio. Las dos venas
nacen en el plexo sacro, lugar del linga (pene) y del yoni
(vulva). La primera asciende por el lado derecho y polariza el aspecto
masculino; la segunda subre por el costado izquierdo y simboliza
el aspecto femenino."
Un rápido cotejo de este texto (que continúa detallando
tras correspondencias) con el de Cobra permite advertir que
Sarduy no respeta la anatomía simbólica del tantrismo
e impone su propia concepción sobre la original: su texto
se convierte así en palimpsesto. No hay en Cobra dos sexos
que determinan el lugar común del pene y la vulva sino uno
solo, el pene, cuya ausencia en la tapa prefigura asimismo la ausencia
dentro del texto. Pero si Sarduy no respeta su fuente (como tampoco
respetaba la fotografía de Bataille, el texto de Marmori
o el cuadro de Leonor Fini), sí respeta el lenguaje simbólico
que encierra la figura del Yogín. Continúa Paz: "Si
el cuerpo es tierra, y tierra santa, también es lenguaje
.-y lenguaje simbólico: en cada fonema y cada sílaba
late una semilla (bija) que, al actualizarse en sonido, emite
una vibración sagrada y un sentido oculto. Rasanâ
representa a las consonantes y lalanâ a las vocales.
Las dos venas o canales del cuerpo son ahora el lado masculino y
femenino del habla..." (p. 83),
Por eso podrá Paz señalar, un poco más adelante:
"Las metáforas tántricas no sólo están
destinadas a ocultar al intruso el verdadero significado de los
ritos sino que son manifestaciones verbales de la analogía
universal en que se funda la poesía. Estos textos está
regidos por la misma necesidad psicológica y artística
que llevó a nuestros poetas barrocos a construirse un idioma
dentro del idioma español, la misma que inspira el lenguaje
de Joyce y el de los surrealistas: la concepción de la escritura
como el doble del cosmos. Si el cuerpo es un cosmos para Sahâra,
su poema es un cuerpo -y ese cuerpo verbal es sûnyatâ"
(p. 83)
Cobra es, por eso, también un libro escrito sobre
un cuerpo.
TRECE
Si he aprovechado estos textos de Paz para ilustrar (así
sea primariamente) algunos de Sarduy es no sólo porque Cobra
los alude en forma transparente sino porque la cita de Paz llega
hasta la misma literalidad del texto. En primer lugar, el fragmento
en que se describe el Yogín tántrico pertenece a un
capítulo de la segunda parte titulado (como el poema de Paz),
"Blanco". En segundo lugar, el "Diario Indio"
con que concluye la novela tiene dos acápites, uno en prosa
y otro en verso, ambos de Paz: el acápite en prosa define
un espacio en el que "cabe todo y que no contiene sino aire
y unas cuantas imágenes que se disipan". (p. 230) Ese
espacio, para Sarduy, es el de la India que él (como Cobra)
ha visitado turísticamente. Es la suya una India de pacotilla,
voluntariamente descodificada en textos ajenos que, aun en su "realidad"
textual" no dejan de leerse como de segunda mano. Hay, por
ejemplo, una cómica secuencia en que Tundra, Escorpión,
Totem y Tigre buscan un camino instantáneo para llegar al
budismo y sólo encuentran (como los turistas de otras partes
del mundo) sino piadosos traficantes que quieren venderles cuadros,
amuletos, mandalas, y cuyos hijos en las abarrotadas trastiendas
"hablan por un teléfono rojo, de material plástico".
La secuencia (pp. 257-259) es deliberadamente paródica. En
una conversación que tuve con Sarduy (está en la entrevista
de Revista de Occidente), el autor aclara su intención:
"... no se trata de una India trascendental, metafísica
o profunda sino al contrario, una exaltación de la superficie
y yo diría hasta de la pacotilla india. Yo creo, y me hubiese
gustado que Octavio Paz estuviese de acuerdo -pienso que lo está-
que la única descodificación que podemos hacer en
tanto que occidentales, que la única lectura no neurótica
de la India que no es posible a partir de nuestro logocentrismo
es ésa que privilegia su superficie". (pp. 318-319).
Lo que no impide, es claro, que en la novela se aprovechen elementos
más complejos de esa misma superficie. Para indicar uno solo:
esa imagen del Diamante que (ya se ha visto por la cita de
Paz) alude al cuerpo "diamantino e incorruptible del Buda".
Cobra concluye precisamente con estos dos versos:
Que a la flor de loto
el Diamante advenga. (p. 263)
en que se une al Diamante con mayúscula (el Buda) la imagen
de la flor de loto, "que estalla en lo alto del cráneo",
según el mismo texto de Cobra al describir al Yogín.
Pero si el diamante, y la flor de loto, funcionan metafóricamente
al nivel de imágenes tántricas, en el cuerpo de la
novela (es decir: en su texto) también reaparece el diamante
aunque convenientemente metamorfoseado. En forma explícita,
tiene forma de diamante el diagrama por medio del cual el Dr. Katzob
explica el método que habrá de servir a para transferir
a la enana Pup la tortura que sufre al ser castrado y excavado por
el cuchillo del cirujano (pp. 106-107). Pero de una manera menos
explícita, el diamante es también el emblema del amor
en el poema erótico "A Totem", que aparece en las
dos secuencias tituladas, "Eat Flowers!" (pp. 169-171);
el poema comienza:
No las redes vacías
sino el soporte de las formas todas:
quisiste el amor -la disolución-,
el cuerpo del Diamante.
en que el budismo tántrico facilita la clave del "cuerpo
diamantino e incorruptible del Buda". Es claro que no hay que
tomar exactamente al pie de la letra esa utilización de la
cifra tántrica. Como indica otro pasaje del mismo texto,
no es seguro que nunca pueda conocerse la verdad:
De cierto os digo que cualquier cosa es la verdad, que un verdadero
dios en nada podría distinguirse de un loco o un farsante.
(p. 179)
observa un maestro budista al salir del W. C. en que ha sometido
a la fellatio a un rubio discípulo holandés. Lo que
no impiede que el diamante sea (en Cobra como en los textos
tántricos) una mandala: es decir: un doble simbólico
del universo. Como el Yogín. Todo es metáfora, tropo,
texto.
CATORCE
El poema de Octavio Paz que se cita al comienzo del "Diario
Indio" dice muy precisamente:
La Boca Habla
La cobra
fabla de la obra
en la boca del abra
recobra
el habla:
El Vocablo. (p. 229)
Antes (p. 118) había dicho Sarduy:
Se recobra.
Se enrosca.
(La boca abre.)
El cotejo de textos, esta vez dentro del texto mismo de Cobra
(no importa que uno sea de Paz, el otro del autor) permite advertir
que la relación Cobra-boca-habla-obra-vocablo no sólo
funciona al nivel de las asonancias y consonancias sino al nivel
metafórico del libro entero: Cobra (el libro) habla;
Cobra (el protagonista) es una boca que habla y que obra: Cobra
(libro y protagonista) existen simultáneamente al nivel del
texto y se confunden en la superficie del texto.
QUINCE
Repaso lo escrito y compruebo (sin sorpresa) que no he dicho nada
del escamoteo textual del "opio" dentro o detrás
del inocente "apio" que practica Cobra y sobre
el que conversamos con Sarduy (ver Revista de Occidente);
que no he citado a Derrida ni una sola vez (ver Roberto González
en Review 72) ni tampoco a James Bond que en el inefable
Goldfinger es víctima de la aurificación de
una muchacha a la que el villano concede esa forma sádicamente
suntuosa de morir; que me quedó para otra vez la explicación
de por qué en el "Diario Indio" se insertan fragmentos
del Diario de Cristóbal Colón en su primer
viaje de descubrimiento; que no me ha quedado tiempo para hablar
de Julia Kristeva y su lectura de Bakhtine (que tanto ha influido
en la noción de carnaval y parodia en Sarduy); que apenas
he mencionado a Lezama sin seguir sus (y de Sarduy) interpretaciones
del barroco: que se me acaba el papel y el espacio imaginario concedido
por Plural y todavía creo que estoy al comienzo. Pero
eso pasa siempre que se emprende la lectura de una (C) obra.
Nota: A lo largo del texto de Cobra, Sarduy
usa la expresión francesa "travestí". Prefiero
seguir a Corominas (IV, 718, b) que da: "Travestido
'disfrazado' h. 1575, tomado del it. travestito, íd.
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