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"Notas sobre (hacia) el boom : I"
En Plural, México, nº 4, enero 1972
p. 29-32.
The dull boom of the disturbed sea
John Ruskin
"Todos hablan de él: unos para exaltarlo y exaltarse,
otros para verter su desprecio, algunos para subrayar el rechazo.
Hay quienes se apresuran a certificar, algo prematuramente, su defunción.
También los hay que se inventan uno propio, uno pequeño,
uno más fácil de administrar entre amigos. La rivalidad
y hasta la oposición, no importan. Lo que importa es que
todos (de una u otra manera) están pendientes de él,
hasta cuando fingen mirar para otro lado, o continúan ocupándose
de más relevantes empresas. Como todo movimiento literario
que se respete (el modernismo es un buen precedente), éste
también está expuesto a la caricatura, a la parodia,
a la irrisión, el carnaval. Lo que está bien. Pero
no es suficiente.
Para discutir el boom en serio, se necesita una actitud distinta.
Ver, primero, cuáles son sus orígenes reales; luego,
qué desarrollo, o desarrollos, ha tenido, y qué intereses
(nacionales e internacionales) ha puesto en juego. Finalmente, qué
base hay, si la hay, para decretar ya, ahora mismo, sin perder un
minuto, su defunción. Creo que a menos que estemos dispuestos
a examinar el fenómeno con cierta precisión, es inútil
cuanta diatriba o elogio (es lo mismo) acumulemos sobre él.
Aquí sólo intentaré trazar algunas grandes
líneas y situar el fenómeno del boom en el contexto
de la literatura latinoamericana contemporánea. Es la única
manera de empezar.
Una generación de lectores
Lo primero que hay que subrayar es que el boom empieza realmente
en América Latina. Las generosas agencias internacionales
que todos conocemos (la CIA es la más famosa pero no la única;
cada superpotencia tiene la suya, más o menos discretamente
a la vista) nos han hecho desconfiar de toda promoción cultural
que se realiza a nivel universal. Cuántos no han querido
ver en los recientes premios Nobel a dos escritores hispanoamericanos
que (da la casualidad) eran ambos embajadores en París, la
prueba de que si los santos se hacen en el Vaticano, como le contestó
una vez Baldomero Sanín Cano a Giovanni Papini, el Nobel
se hace sobre todo en Francia. Como si Miguel Ángel Asturias
o Pablo Neruda no tuvieran, por lo menos, obra tan importante y
conocida como la de Sholojov, la de Pontopiddan, la de Echegaray,
para recordar algunos de los más ilustres laureados de la
Academia Sueca. Pero dejemos esto. Admitir que las agencias internacionales
participan también en el juego de los premios, las reputaciones,
y los laureles (envueltos, es claro, en sustanciosas sumas de dinero),
no significa creer que sólo ellas pueden crear la fama de
un escritor. Hay otro camino al reconocimiento, y ese camino es
el que pasa por el lector. Porque un premio, una propaganda nacional
o internacional, una conspiración de agentes, una diligente
mafia, no aseguran que la obra sea leída. Publicada y distribuída,
sí: comentada y premiada, es claro. Leída es otra
cosa. El ejemplo del cine, en que la promoción industrial
es tan fabulosa, permite comprender hasta qué punto el verdadero
consumidor tiene la última palabra.
Por eso,olvidándose de las rocambulescas fantasías
de quienes sólo ven la mano de la CIA, o del Vaticano, o
de Moscú, o de Casa de las Américas, o de la Academia
Sueca, o del British Council, detrás de cada premio, de cada
nueva edición, de cada traducción, hay que empezar
por subrayar lo obvio: a partir de la segunda guerra mundial, una
nueva generacion de lectores aparece en América Latina y
determina (por su número, por su orientación, por
su dinamismo) el primer boom de la novela latinoamericana. Es este
un boom disperso, sin un centro fijo, nacional más que internacional
en su desarrollo, pero que se produce (casi simultáneamente)
en México y en Buenos Aires, en Río de Janeiro y en
Montevideo, en Santiago de Chile y en La Habana. Es imposible examinar
aquí, con el detalle necesario, todos los avatares de ese
primer boom, o ur-boom, disperso y extrañamente coherente
a la vez. Bastará señalar dos causas centrales del
mismo: (a) la guerra en Europa que, primero, trae a América
Latina la fabulosa cosecha de españoles refugiados (escritores
como Jiménez, Alberti y León Felipe, editores como
Gonzalo Losada y López Llausas, profesores como José
Gaos y Xavier Zubiri), los que impulsarán una empresa editorial
latinoamericana y darán lugar a un verdadero renacimiento
cultural, equivalente al creado en la Italia del Cuatrocientos por
los humanistas que escaparon del cerco de Constantinopla; (b) el
crecimiento demográfico e industrial de muchas de las grandes
urbes latinoamericanas, crecimiento también fomentado por
la guerra en la que América Latina casi no tuvo otro papel
que el de proveedor de bases y materias primas para los aliados.
La generación de lectores que se forma a partir de 1939 tendrá
a su alcance más universidades y escuelas secundarias, más
bibliotecas, más librerías y revistas; tendrá,
sobre todo, editoriales latinoamericanas que no sólo traduzcan
y adapten la cultura universal sino que también fomenten
la cultura nacional y la latinoamericana.
Tal vez convenga examinar algunos ejemplos del impacto que produce
en las letras latinoamericanas la aparición de esta nueva
generación de lectores. En México puede citarse el
ejemplo de dos novelistas que hacen su aparición en los años
cincuenta y que obtienen, a la vez, un gran éxito de crítica
y un considerable suceso de venta. Me refiero, es claro, a Juan
Rulfo con Pedro Páramo, y a Carlos Fuentes con La
región más transparente. Ambas novelas fueron
publicadas
(en 1955 y en 1958, respectivamente) en la colección "Letras
Mexicanas", de la editorial Fondo de Cultura Económica,
precisamente una de las editoriales hispanoamericanas que se favorecieron
más del aporte de la emigración española. Entre
1955 y 1964, la citada editorial imprimió cinco ediciones
de Pedro Páramo en la colección "Letras
Mexicanas". A partir de esa fecha, la novela ha ingresado en
la "Colección Popular", de tiraje aún mayor
y precio más bajo. Algo similar puede decirse de la novela
de Fuentes, que tuvo tres ediciones en la colección"Letras
Mexicanas", entre 1958 y 1960, y a partir de 1968 ingresó
en la "Colección Popular".
En la Argentina puede invocarse el caso de Jorge Luis Borges, un
escritor que fue considerado hasta los años cincuenta como
tan exquisito, y extranjerizante, que sólo podía interesar
a un núcleo pequeñísimo de snobs. En 1953,
la Editorial Emecé (fundada por españoles con capital
argentino) empieza a publicar la colección ordenada e incompleta
de sus Obras completas. En 1960 habían salido ya nueve
volúmenes, siendo el último, El hacedor, un
libro nuevo. Esos delgados tomos grises han seguido reimprimiéndose
sin cesar y constituyen hoy uno de los auténticos best-sellers
de la citada editorial. En Brasil, el éxito de los novelistas
del Nordeste, y en particular de Graciliano Ramos, José Lins
do Régo y Jorge Amado no ha hecho sino consolidarse. A las
primeras ediciones de sus novelas, hechas por José Olympio
en los años treinta y cuarenta, han seguido en los cincuenta
la colección ordenada de sus Obras completas en ediciones
que se reimprimen constantemente.
Desde otro ángulo, el de las revistas y publicaciones con
páginas literarias, sería posible seguir el mismo
fenómeno. A las revistas de tipo minoritario que eran características
de los años treinta y cuarenta, y aún comienzo del
cincuenta -pienso en Sur (Buenos Aires) y en Contemporáneos
(México), en Orígenes (La Habana) y en El
Hijo Pródigo (México), en Babel (Santiago
de Chile) y en Realidad (Buenos Aires), en Ciclón
(La Habana) y Número (Montevideo), en Anales de
Buenos Aires y en Revista Mexicana de Literatura, para
citar algunas de las más germinales-, sucederán los
semanarios o los suplementos semanales de periódicos de gran
circulación: Siempre!, en México, o el suplemento
de El Nacional, de Caracas; la sección literaria de
La Gaceta, de Tucumán, o el suplemento de O Estado,
de Sao Paulo; pero sobre todo las páginas literarias del
semanario Marcha, de Montevideo, que fueron creadas en 1939
por Juan Carlos Onetti y que habrían de convertirse en los
añs cuarenta y cincuenta en uno de los lugares donde una
generación de críticos y creadores, llamada del 45
por la fecha de su aparición masiva en el escenario rioplatense,
habría de echar las bases de una discusión incisiva
de las letras contemporáneas, dentro y fuera de América
Latina.
Todas estas empresas, y muchas otras que es imposible registrar
en Perú y en Bolivia, en Paraguay y en Colombia, en la América
Central y en el Caribe, habrían de certificar la existencia
de una generación de lectores, jóvenes universitarios
o para universitarios, que buscaban en los nuevos libros latinoamericanos,
en las revistas y semanarios publicados aquí, la clave de
una lectura actual, viva y contemporánea del mundo en que
estaban insertos. Lectores apasionados y militantes, muchas veces
creadores ellos mismos, o críticos, se fueron formando en
los años cincuenta y constituyeron la base de este primer
boom o ur-boom sin el cual el otro (el conocido, el publicitado)
no hubiera podido llegar a ser. Esa generación estaba más
que pronta para entrar en escena, en forma aún más
decisiva, cuando ocurrió el triunfo de Fidel Castro.
La verdadera revolución cultural
A veces se olvida (involuntariamente, tal vez) que el triunfo de
la Revolución Cubana es uno de los factores determinantes
del boom. Lo es por la mera fuerza de las circunstancias políticas
que proyectan, de golpe, hacia el centro del ruedo político
internacional a la pequeña nación de nueve millones
de habitantes y, con ella, a un continente olvidado de doscientos
millones. De golpe, Cuba y América Latina son noticia. Pero,
además, el propio gobierno de Fidel Castro asume una posición
cultural decisiva y que tendrá incalculables beneficios para
toda América Latina. Sin descuidar a escala nacional el problema
de la educación y sobre todo del analfabetismo, la Revolución
Cubana proyecta en sus primeros años una política
cultural a escala latinoamericana. Para romper el bloqueo, que no
es sólo militar y económico de los Estados Unidos,
Cuba crea una institución, Casa de las Américas, que
por algunos años se convertirá en el centro revolucionario
de la cultura latinoamericana. Esas institución publica una
Revista (primer número, junio-julio, 1960, bajo la
dirección de Fausto Masó y Antón Arrufat; a
partir de marzo-abril, 1961, bajo la dirección única
de Arrufat; en el número 30, mayo-junio, 1965, comienza la
dirección del poeta y crítico Roberto Fernández
Retamar) y organiza reuniones, festivales y concursos de distinta
índole. El más famoso es el Premio anual que se otorga
a partir de 1960 en varias categorías (ensayo, novrla, cuento,
teatro, poesía) y en cuyos jurados participan nombres destacados
de la cultura latinoamericana y extranjera de hoy. Casa de las Américas
también publica libros: reediciones de clásicos de
la literatura latinoamericana, algunos olvidados o conocidos sólo
en sus respectivos países: reediciones de obras nuevas y
aún novísimas que se ponen al alcance del lector hispanoamericano.
El impacto de esta política cultural a escala hispánica
no deja de sentirse en todo el continente, y aún fuera de
él. Marcha, por ejemplo, recibe un impulso extraordinario
del ejemplo cubano y se convierte en uno de los órganos de
difusión y ampliación de una política cultural
revolucionaria que está reducida en su influjo por el bloqueo.
En México y en Argentina (para citar dos ejemplos) tanto
Siempre! como el nuevo semanario Primera plana siguen
de cerca el ejemplo de Casa y aportan a él nuevas perspectivas.
Pequeñas editoriales, como Era en México, Jorge Alvarez
y Galerna en Buenos Aires, la Editorial Universitaria de Chile o
Arca en Montevideo, reciben un fuerte aporte cubano. Muchas revistas
se crean para sostener en cada país la línea de la
liberación cultural latinoamericana que Cuba patrocina tan
activamente. Hay un permanente intercambio, viajes y congresos,
coediciones y números de homenaje, que permiten burlar el
bloqueo y desarrollan una verdadera revolución cultural en
toda América Latina. Aunque el Brasil queda un poco aislado
por su lengua de gran parte de este movimiento, en el teatro y en
el cine brasileños se establece un intercambio permanente
con esta revolución cultural.
Hay aquí un boom indiscutible, el primero que valga la pena
examinar: el boom de la literatura latinoamericana (y no sólo
de la novela), promovido por un pequeño país sitiado
pero apoyado, ampliado y difundido por la izquierda intelectualmente
poderosísima de todo un continente. Sin este boom, el otro,
el que todos comentan, tal vez no hubiera llegado a ocurrir, o no
habría tenido la misma repercusión.
La política española del
libro
Desde otro campo del espectro político, de la España
de Franco, llegará el impulso que convertirá este
boom latinoamericano, esta revolución cultural cubana, en
boom realmente internacional. La base económica preexiste
al boom: es la necesidad de la España de Franco de rescatar
el mercado hispanoamericano del libro que había dominado
por completo hasta 1936 y que, a partir de esa fecha, era controlado
por editoriales mexicanas y argentinas, sobre todo. En los cincuenta,
España trata de reconquistar al mercado por la centralización
de las exportaciones, realizadas con el apoyo masivo del régimen;
por una política de traducciones de cuanta obra puede atraer
a toda clase de lectores; por la promoción de la novela y
la poesía españolas mediante innumerables y por lo
general mediocres concursos. Aunque se produce un renacimiento de
las letras españolas después del nuevo Desastre que
significó la victoria de Franco, ese renacimiento no es suficiente,
ni cuantiutativa ni cualitativamente para sostener una política
cultural tan agresiva como lo es la del régimen. El triunfo
de Fidel Castro y de la izquierda intelectual latinoamericana habrá
de dar, paradójicamente, a la intelligentzia española
la posibilidad de conciliar sus intereses con los del régimen.
Tal vez la editorial española que mejor aprovecha las circunstancias
es Seix Barral, de Barcelona. El interés de la editorial
por la literatura hispanoamericana tiene a Joan Petit, a José
María Castellet y a Carlos Barral como principales promotores.
Será precisamente con el nombre del primero (muerto prematuramente)
que se bautizará originariamente el importante Premio Biblioteca
Breve, de novela, abierto a escritores hispánicos. En forma
harto significativa, el Premio es otorgado sucesivamente al peruano
Mario Vargas Llosa, en 1962, por La ciudad y los perros;
al mexicano Vicente Leñero en 1963, por Los albañiles;
al cubano Guillermo Cabrera Infante en 1964, por Vista del amanecer
en el trópico (que sería rebautizado Tres tristes
tigres, al publicarse en 1967); al mexicano Carlos Fuentes en
1967, por Cambio de piel: al venezolano Adriano González
León en 1968 por País portátil. En 1969
el Premio habría sido concedido al chileno José Donoso,
por El obsceno pájaro de la noche, si no lo hubiera
impedido una escisión dentro de la firma editorial, que llevó
a Carlos Barral a retirarse para fundar una editorial propia, y
a la suspensión del premio (ya designado) para ese año.
La casa Seix Barral ha continuado con el premio que ha recaído,
en 1971, en una escritora cubana, Nivaria Tejera. También
Barral Editores ha creado su Premio, otorgado en 1971 al argentino
Haroldo Conti por su novela, En la costa. La lista de premios
hispanoamericanos podría haber sido aún más
larga si el jurado de Seix Barral no hubiera creído necesario
preferir en algunos casos una novela española de mérito
sin duda menor, como Algunas tardes con Teresa, de Juan Marsé,
a un libro verdaderamente renovador como La traición de
Rita Hayworth, del argentino Manuel Puig. Pero aún así,
el número de novelistas premiados por esta casa editorial
es muy significativo. A través de estas ediciones, subvencionadas
por la política de exportación del Gobierno de Franco,
el escritor latinoamericano alcanza un público hispánico
más vasto que el que obtienen por lo general las ediciones
no subvencionadas de América Latina.
La batalla en las revistas
Para entender el alcance de esta difusión a nivel continental
y que tiene como focos Cuba y España, hay que recordar que
en cada país de América Latina existen focos más
pequeños, a veces minúsculos, pero de orientación
similar. Algunos de estos focos alcanzan una proyección continental.
Ya se ha mencionado Marcha. Conviene examinar, brevemente,
al caso del semanario argentino Primera Plana. Fundado hacia
1962 por Jacobo Timerman (uno de los periodistas más "fundacionales"
de la Argentina), Primera Plana responde casi inmediatamente
a los intereses del boom. De hecho, es tal vez la publicación
que mejor populariza la bendita onomatopeya. Se necesitaría
una investigación, como las que tan finamente realiza Angel
Rosenblat, para determinar el origen exacto de la palabra en la
jerga periodístico-literaria de América Latina. Sospecho
que aparece en la Argentina, tomada comopréstamo de Italia
(donde tanto se habló en los años cincuenta de "il
boom economico"), la que a su vez la toma del inglés.
En el Shorter Oxford English Dictionary (tercera edición
revisada, 1962, p. 203, primera columna), la
palabra aparece fichada en la acepción actual en los Estados
Unidos, 1879:
1. A start of commercial activity; a rapid advance
in prices: a rush of activity in business or speculation.
2. The effective launching of anything upon the market, or upon
public attention: an impetus given to any enterprise: a vigorously
worked movement in favour of a candidate or cause 1879.
La definición del diccionario, principalmente la segunda
acepción, deja bastante claro la promoción a la vez
económica y política que la palabra boom implica.
Tal vez sea por esto que los puristas del lenguaje (que están
dispuestos a aceptar otras onomatopeyas) se escandalizan por los
sórdidos orígenes de esta palabra. También
los políticos se escandalizan porque la palabra deja demasiado
a la vista los mecanismos de poder que ellos tienen tanto cuidado
en ocultar. Sea como sea, la palabra esta ahí y mi conjetura
es que se empezó a usar sistemáticamente a partir
de Primera Plana. Por lo menos, ahí es donde la encontré
yo.
Es imposible seguir aquí todos los avatares por los que
ha pasado aquella curiosa publicación. Por sus orígenes
y financiación, Primera Plana está ligada a
fuertes intereses económicos argentinos e internacionales
de derecha; su actitud frente al Gobierno argentino (o a los sucesivos
gobiernos argentinos) ha sido de crítica liberal, lo que
le ha valido alguna vez la suspensión y hasta el cierre.
Pero las secciones literarias han sido siempre (esto es bien característico
de la prensa capitalista latinoamericana) mucho más de izquierda.
Hasta cierto punto, Primera Plana tuvo, por lo menos hasta
1968, una línea cultural consistente con la promovida desde
La Habana. Es cierto que inició sus series de perfiles literarios
con uno sobre Borges (agosto 24, 1964), escritor al que sería
imposible acusar de revolucionario. Pero la elección de Borges
se justificaba en esa fecha en que desde París se lanzaba
un inmenso volumen de homenaje, publicado por L'Herne, y
con no menos de 60 colaboradores latinoamericanos y extranjeros.
Por otra parte, a partir de Borges, Primera Plana se dedica
a la promoción intensa de la nueva novela con perfiles de
Leopoldo Marechal (escritor peronista, reflotado por la izquierda
con motivo de la publicación, en 1967 de su segunda novela,
(El banquete de Severo Arcángel), de Julio
Cortázar (cuya adhesión total a la causa cubana equivalía
a una conversión religiosa, y tenía la misma alta
temperatura emocional), y sobre todo de los narradores exilados,
a quienes se dedicó un brillante artículo periodístico,
escrito por Tomás Eloy Martinez, en la edición de
Julio 30, 1968.
Es cierto que Primera Plana no pudo realizar enteramente
la tarea que se había propuesto. Problemas con la censura
no oficial argentina impidieron que se publicase en 1967 un artículo
de Leopoldo Marechal sobre su reciente viaje a Cuba, (el artículo
fue hasta impreso y eliminado por diversas presiones a último
momento). También es cierto que Primera Plana se apartó
a veces de la línea cubana y hasta se atrevió a publicar
un reportaje a Cabrera Infante (julio 30, 1968) en que el polémico
novelista decía cosas muy duras sobre la Cuba de Fidel Castro.
Para entender la importancia de esta publicación hay que
recordar que ya entonces la línea oficial cubana, y de todos
los que la respetaban, era el silencio total sobre Tres tristes
tigres y su autor. Por haberse atrevido a romper ese silencio
en El caimán barbudo (La Habana, 1968) tuvo ya entonces
Heberto Padilla un anticipo de lo que en 1971 sería un caso
célebre. Pero si Primera Plana se atrevió a
publicar el reportaje a Cabrera Infante, también se atrevió
a publicar un considerable número de cartas de escritores
latinoamericanos que acusaban al autor cubano de toda clase de crímenes.
Otras publicaciones de los años sesenta acompañaron
y hasta trataron de orientar el boom hacia un terreno más
puramente crítico. Quisiera hablar de una de ellas, Mundo
Nuevo, aunque me comprenden las generales de la ley porhaberla
fundado en París, Julio, 1966, y haberla dirigido hasta el
número 25 (Julio, 1968). En su intención, no se si
en su realización, Mundo Nuevo se propuso entonces
organizar y difundir a escala internacional una visión crítica
de la nueva literatura latinoamericana. La empresa resultó
difícil si no imposible por varias circunstancias. La principal,
a mi juicio, por la negativa de los escritores cubanos, y de los
latinoamericanos más cercanos a ellos, a colaborar en la
revista. Aun antes de haberse publicado el primer número
circularon desde La Habana manifiestos en contra de la nueva revista.
La acusación de ser un órgano pagado por la CIA (y
no por la Ford Foundations, como así era) fue reiterada infatigablemente,
aunque sin aportar pruebas. Hubo un boycott previo, y ese boycott
continuó hasta el último número que me tocó
dirigir. En ocasión del Congreso Internacional del P.E.N.
Club que se realizó en New York, Julio, 1966, circuló
una "Carta abierta a Pablo Neruda', firmada por más
de treinta escritores cubanos, en que no sólo se acusaba
al destinatario de la carta, sino también a Carlos Fuentes
y a mí de estar al servicio del capitalismo internacional.
La carta omitía mencionar que los escritores cubanos habían
sido invitados a dicho Congreso, que habían aceptado participar
en él y que sólo a último momento, cuando el
Congreso ya estaba funcionando, avisaron que no podían asistir.
Cuento estas cosas porque son muy fáciles de verificar (la
documentación está en el P.E.N. Club, al alcance de
quien se quiera tomar el trabajo de consultarla) y también
las cuento porque son relevantes para lo que sigue. A pesar del
boycott cubano, Mundo Nuevo pudo publicar textos inéditos
de creación y de crítica de algunos de los más
notables escritores latinoamericanos, incluídos Borges y
Neruda, Paz y Parra, Fuentes y Donoso, Ernesto Cardenal y Joao Guimarães
Rosa, Leopoldo Marechal y Mario Vargas Llosa, Clarice Lispector
y Ernesto Sábato. También pudo Mundo Nuevo
dar a conocer las primicias de algunos libros completamente desconocidos
entonces, en el ámbito hispánico, y que cuentan ya
entre los decisivos de esta década del sesenta: Cien años
de soledad, de García Márquez (dos capítulos:
en agosto 1966, marzo 1967); La traición de Rita Hayworth,
de Manuel Puig (dos capítulos: abril, diciembre 1967); Cambio
de piel, de Carlos Fuentes (octubre 1966); Tres tristes tigres,
de Cabrera Infante (tres capítulos: mayo 1967); Blanco,
de Octavio Paz (un fragmento: octubre 1967); De donde son los
Cantantes, de Severo Sarduy (noviembre 1966, octubre 1967);
Los aeropuertos, de César Fernández Moreno (un
largo poema: junio 1967); El obsceno pájaro de la noche,
de José Donoso (julio 1967). Sin contar, es claro, las numerosas
antologías de nuevos poetas de distintos países del
continente, el descubrimiento de nuevos narradores y nuevos ensayistas,
la información sobre actividades culturales de todo el mundo
hispánico.
Insisto: no hablo de la calidad sino de la intención, y
si presupongo calidades sé hasta qué punto mi juicio
puede ser calificado de parcial. Pero creo que no es posible discutir
el boom, en su ámbito internacional, sin examinar la colección
de Mundo Nuevo, por lo menos hasta el número 25. Paralelamente
a Mundo Nuevo, y a veces en franca o sutil competencia con
ella, otras publicaciones intentaron también el exámen
crítico del boom. Una de ellas, una de las más importantes,
fue Amaru, dirigida por el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen
y también patrocinada por la Ford Foundation. En París,
un grupo de exilados voluntarios publicó en 1967-68 la revista
Margen, que seguía de más cerca la línea
cubana. Algunos de sus redactores, unidos a ciertos colaboradores
Mundo Nuevo (como el poeta paraguayo Ruben Bareiro Saguier),
y al equipo parisino de Ruedo Ibérico (que promueven
Juan Goytisolo y Jorge Semprún), han lanzado este año
Libre. La revista, financiada por una nieta o biznieta de
Patiño, el de las infamosas minas de estaño de Bolivia,
congrega a muchos de los más notorios astros del boom en
una producción realmente superestelar. El primer número
vio su salida demorada por el Caso Padilla y por la escisión
que este episodio ha causado en su equipo de redactores. Aun con
ese tropiezo inicial, Libre ha decidido continuar su trayectoria.
Es demasiado pronto aún para intentar juzgarla. Si la menciono
aquí es porque en cierto sentido su publicación certifica
que el boom, lejos de estar difunto, sigue alentando aún.
El boom de las traducciones
Es imposible en un espacio tan reducido como el de este artículo
pretender una presentación cabal de este tercer boom, menos
publicitado que el otro pero tal vez tan importante como él.
Bastará señalar que la fecha inicial del mismo puede
situarse en el año 1961, cuando un grupo de editores internacionales
se reúne por primera vez para otorgar el Premio Formentor
y decide repartirle exaequo entre el escritor franco-irlandés
Samuel Beckett y el argentino Jorge Luis Borges. La importancia
del premio es que asegura la publicación simultánea
del autor premiado en varios países europeos y en los Estados
Unidos. Con sus Ficciones, Borges pasa de la categoría
de autor leído casi exclusivamente en el ámbito hispánico,
a autor leído en todo el Occidente. De allí derivarán
las ediciones ordenadas de sus obras en Francia (por Gallimard,
que ya lo estaba traduciendo en La Croix du Sud, dirigida por Roger
Caillois, desde 1951) y en Estados Unidos (por E. P. Dutton, que
a partir de 1969 ha lanzado ya tres volúmenes en una nueva
traducción inglesa, revisada por el autor). En Alemania,
no sólo Borges sino Guimarães Rosa y Jorge Amado han
logrado éxito de público y de crítica; en Italia,
Ernesto Sábato y Manuel Puig; en Francia, García Márquez
y Cabrera Infante. Hasta en el cine europeo de esta última
decada la obra de los narradores latinoamericanos ha empezado a
hacer algún impacto. En tanto que Antonioni, usa un cuento
de Las armas secretas, de Julio Cortázar, como base
de su Blow-Up (1967), Godard se inspira en otro cuento del
narrador argentino para la situación inicial de su Week-End
(1968; el cuento se llama "La autopista del Sur")
y utiliza un texto clave de Borges para la situación central
de Alphaville (1964): el enfrentamiento del protagonista
con el cerebro electrónico que controla el mundo del futuro.
En "El tema del traidor y del héroe", del mismo
Borges basa Bernardo Bertolucci uno de sus últimos films,
The Spider's Stratagem, que él ambientará en
la Italia fascista.
¿A qué seguir? Los ejemplos son innumerables y variadísimos.
Conclusión, por ahora
Todo esto parece crónica, y lo es. No puede dejar de serlo.
Porque antes de escribir el epitafio del boom hay que hacer su historia,
y aún antes hay que recoger la crónica de sus polémicos
días. Para ello, no hay más remedio que empezar por
el principio: recoger los materiales, estudiar sus distintas etapas,
ver la sucesión de booms que la única y rotunda onomatopeya
esconde, trazar coordenadas, buscar y aún rebuscar sus diversas
fuentes, muchas de ellas muy poco literarias. Hecha esa tarea se
podrá escribir algún día la historia, y el
epitafio. Por ahora no queda sino conformarse con el panorama, provisional,
tal vez parcial, seguramente arbitrario. Pero un panorama que abarque
bastante como para saber que no lo abarca todo. Eso ya es algo."
Yale University
Nota. Otros aspectos de este mismo fenómeno
han sido examinados por mí en un artículo, "El
retorno de las carabelas", que fue publicado por la Revista
de la Universidad de México en el número dedicado
a "La novela latinoamericana" (volumen XXV, número
6, febrero 1971). Recomiendo la lectura de este artículo
al lector interesado en completar desde un ángulo más
literario el panorama que aquí se ofrece. E.R.M.
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