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"Rodó y algunos coetáneos (*)"
En: Número, nº 3-4, mayo 1964
p.
I
"NO SE HAN ESTUDIADO suficientemente las relaciones que
unieron (o desunieron) a los escritores uruguayos del Novecientos.
Y nada más importante para la cabal comprensión
de cada uno que el minucioso examen de esas relaciones. El tema
ha sido casi siempre abordado unilateralmente: desde Rodó,
desde Herrera y Reissig, desde Florencio Sánchez, desde
Quiroga, desde Reyles, desde Javier de Viana, desde María
Eugenia Vaz Ferreira, desde Delmira Agustini para citar algunos
ejemplos ilustres. Quizá no sea vana tarea la de intentar
(a modo de ejemplo) un esquema plural de las relaciones que mantuvieron
Rodó y Julio Herrera, Rodó y Florencio Sánchez.
Con esta nota no se pretende agotar el tema o llegar a conclusiones
definitivas. Tal pretensión resultaría vana en el
actual estadio de esta investigación. Se pretende, en cambio,
exponer objetivamente los elementos que un primer y rápido
estudio puede aportar; se pretende, también, trazar algunas
coordenadas que faciliten el ulterior desarrollo del tema; no
se pretende en fin, introducir revelaciones sensacionales sino
actualizar una documentación que pese a ser conocida por
los estudiosos permanece ignorada hasta por aquellos que no se
recatan de opinar o decretar.(1)
II
Las relaciones personales entre Rodó y Julio Herrera sufrieron
diversas alternativas cuyo trazo quizá quepa en estas líneas:
de una primera época en que se frecuentaban, por una (casi
inmediata) en que sus tendencias literarias y hasta políticas
se oponen, hasta un momento final en que Rodó, sin alterar
ni violentar sus convicciones, pudo reconocer -objetivamente-
la indiscutible calidad del poeta.
La primera etapa se halla hoy bastante bien documentada. Cuando
Julio Herrera y Reissig publica en 1898, y en folleto, su Canto
a Lamartine, Rodó -cuatro años mayor pero mucho
más maduro- gozaba ya de una sólida reputación
de crítico literario, adquirida por su labor en la Revista
Nacional (1895-97) y por su opúsculo La vida nueva
I (1897) -reputación que fuera sancionada, además,
por los juicios de personalidades tan eminentes en su época
como Leopoldo Alas, Salvador Rueda y Rafael Altamira. El novel
poeta envía entonces su Canto al joven crítico
con esta reticente dedicatoria: "Al distinguido Literato,
autor de la "Vida Nueva" José E. Rodó".(2)
Aunque se ignora si Rodó acusó recibo del poema,
es casi seguro que lo haya hecho. Y no sólo porque acostumbraba
cumplir con las normas de la más elemental cortesía
literaria, sino también porque debe haber mirado con benevolencia
la producción del joven. Lo cierto es que no publicó
ningún juicio crítico sobre el Canto a Lamartine.
E hizo bien, ya que Julio Herrera y Reissig era entonces un anacrónico
epígono del romanticismo español, un mediocre versificador,
un lírico trivial. (En una estrofa canta:
Tu casta poesía
Vivirá mientras haya juventud,
Mientras que pueda el alma sollozar,
Mientras inspire gloria la virtud,
Mientras derrame un beso de armonía
El corazón humano al despertar!)
Y Rodó ya se encontraba bajo el influjo de la poesía
de Rubén Darío.
Anticipándose algo a la metamorfosis de Herrera y Reissig,
Rodó penetraba en el clima del Modernismo. Su ensayo sobre
Rubén Darío, publicado en 1899, testimonia su entusiástica
incorporación a esta corriente poderosa que modificaría
profundamente el curso de la literatura en lengua española.
(Alguna reserva, algún reparo circunstancial, la independencia
espiritual que Rodó siempre preservara, no disminuyen demasiado
su cálida adhesión -en espíritu y forma-
al Modernismo.) Rodó envió a Julio Herrera un ejemplar
del ensayo, y el joven poeta se apresuró a agradecerle
el libro en un par de tarjetas que documenta doblemente su aplauso
a la obra crítica y su tácito reconocimiento de
la jerarquía de su autor. El que prodigaba sin rubores
el incienso, dice: "Julio Herrera y Reissig saluda afectuosamente
a José Enrique Rodó y le agradece el de su preciosa
producción, en la que ha vuelto a cincelar y a sondar con
una galanura de lenguaje y profundidad de juicio admirables. Puede
estar satisfecho el laureado Rubén Darío de esta
nueva condecoración de triunfo, al haber encontrado un
prosista poeta y un Fidias crítico que haya adivinado y
esculturado, al mismo tiempo, Musa exótica y crepuscular
del autor de Azul, presentándole todas sus andrajosidades
sublimes, y todas sus exquisiteces voluptuosas, sus lujos orientales,
su coquetería parisiense, su sensualidad artística,
su rareza bizantina, su desnudez aristocrática, su galantería
Borbónica y su delicadeza florentina! Rodó es un
anatómico que enflorece donde examina y hace hablar lo
que cincela. La antorcha de su erudición rasga y alumbra;
su lente acerca sin agrandar; su intuición de Moisés
artístico, señala y profetiza. Su pluma, despierta:
es el Pigmaleon [sic] de nuestra literatura! ¡choque su
copa con la de su particular amigo". La relación
personal parece establecida.
En julio del mismo 1899, Herrera solicita de Rodó una
colaboración para su próxima publicación
literaria: La Revista. Le escribe en términos de
profundo aprecio y le ruega que pase "por ésta
su casa", pagándole así una de las tantas
visitas que le adeuda. Se despide reiterándose su siempre
amigo. De estas expresiones puede deducirse un trato personal.
Lo que quizá no signifique verdadera amistad. ¿Acaso
era posible? Aunque en ese momento ninguno de los dos había
completado su fisonomía -humana y literaria-, y ambos estaban
en vísperas de una poderosa transformación que los
dividiría profundamente, sus intereses pudieron no coincidir.
Por otra parte, ya los separaba, por un lado, la mayor madurez
intelectual de Rodó, su constante ejercicio del pensamiento,
y, por el otro, la pasajera indiferenciación poética
de Julio Herrera, su acusado sensualismo.
El 1900 presenciaría una transformación radical
en estas relaciones superficiales. Para Rodó significó,
con la publicación de Ariel (que no envió
al poeta), la sustitución de su entusiasmo modernista por
la milicia de América, al mismo tiempo que una subordinación
mayor de la crítica desinteresada a una política
literaria de proyecciones continentales.(3) Para Herrera y Reissig
el Novecientos trajo con el agravamiento de su corazón
la revelación de su auténtica personalidad poética.
El joven eufórico y convencional del Canto a Lamartine
aprende a conocerse gracias a la veloz madurez que opera la taquicardia,
gracias (también) a la doble presencia poética y
humana de Lugones y Roberto de las Carreras. Herrera fundó
entonces la Torre de los Panoramas, cenáculo literario
que escandalizó a nuestros abuelos. (Era, en realidad,
un altillo desmantelado, en la casa paterna, donde Julio recibía
a sus amistades. Cuando murió don Manuel Herrera, en 1907,
el poeta debió abandonar la Torre.)
Los destinos de Rodó y Julio Herrera se separaron entonces
definitivamente. Si nunca había existido entre ambos más
que una relación superficial, ahora no podía subsistir
ni siquiera esa relación. Rodó abandonaba disgustado
el mundo poético del Modernismo para entregarse a la lucha
americanista, mientras Herrera se amurallaba en su Torre para
crear la más pura poesía de nuestras letras, para
cultivar la leyenda escandalosa de su intensa personalidad, para
ingresar como príncipe en ese mismo Modernismo que Rodó
ya abandonara. Éste creyó entonces que la hora de
América no permitió exquisiteces exóticas,
torres de marfil o estremecimientos decadentes y en carta privada
a Manuel Díaz Rodríguez (21-I-1904) resumiría
su posición con estas palabras: "... siempre que
me ha tocado dar juicio sobre la literatura contemporánea
he insistido en que su defecto radical y más grave es su
despreocupación infantil respecto de toda idea, de todo
sentimiento, de todo alto interés que afecten a las sociedades
en que esa literatura se produce. Vive cultivando formas, sonidos
y colores. Y yo, que como el que más gusto, en el arte
literario, de lo que esencialmente es arte; yo que venero la forma,
el estilo, y me deleito en el color, no por eso limito mi concepto
de la literatura a lo que en ella hay de desinteresado, de asimilable
al " juego " -como del arte opina Spencer-; sino que
he creído siempre en la trascendencia social, en lo que
tiene de propaganda de ideas, de eficaz instrumento de labor civilizadora".
No advirtió (no pareció advertir) Rodó que
la milicia americanista podía no abolir ese mundo enrarecido
pero americano del Modernismo. Y desde entonces calló unánimemente
frente a Rubén Darío, frente a Lugones, frente a
Julio Herrera, frente a Quiroga. No quiso combatirlos pero predicó
su mensaje al margen de aquellos artistas.
Y como si el azar quisiera ahondar más la diferencia de
carácter y tendencias que separaban ya a Julio Herrera
de Rodó, la pequeña y poderosa pasión política
vino a enfrentarlos. A fines de 1900 Rodó capitanea, con
otros jóvenes, el movimiento unificador del Partido Colorado,
dividido entonces en fracciones rivales que aseguraban su debilidad,
su segura derrota, frente al Nacionalismo. Para lograr la unificación,
los jóvenes prepararon un banquete mayúsculo en
el que confraternizarían los cabecillas de cada fracción.
En una violenta conferencia (19-XII-900), el poeta desciende a
la arena política y pretende liquidar, por el ridículo,
el acto. Su posición puede sintetizarse en esta frase que
él mismo acuñó: "¡Anhelamos,
queremos, ansiamos una confraternización de ideales, pero
nos reímos de una confraternización de estómagos!".(4)
Toda la inflamada y fácil diatriba no impidió el
triunfo total de los unificadores y el banquete se realizó
el 21 de enero del 901. Rodó, que fue uno de sus oradores,
predicó entonces (según palabras de un diario de
la época), la obediencia a los principios y no a las pasiones,
a la fuerza y no a la violencia.(5)
En 1902, y para subrayar aun más su posición política,
Julio Herrera publica en la revista Vida Moderna (Nº
22, setiembre) su escandalosa carta a Carlos Oneto y Viana: Epílogo
wagneriano a "La política de fusión" con
surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán.(6)
Allí, bajo la protección de un epígrafe de
Nietzsche (donde se dice, entre otras cosas: abomino todo sacrificio
al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial),
el poeta insulta con brío al Uruguay, a los partidos tradicionales,
a los cabecillas y propone una política sin partidos. En
su furor apocalíptico hace algunas honrosas excepciones.
(La suya, es claro; no la de Rodó, por cierto.) ¿Cómo
pudo juzgar Rodó aquella conferencia y esta carta? Es probable
que las considerara un exabrupto. Y aunque quizá no sea
legítimo deducir que este antagonismo político haya
suscitado uno personal, parece evidente que estas actitudes del
poeta no pueden haber contribuido a borrar diferencias.(7)
En los años subsiguientes, Rodó y Julio Herrera
realizan con total independencia sus respectivas obras. La separación
entre ambos parece ahondarse, como lo indican, indirectamente,
algunas cartas del Archivo Rodó. De 1904 es el borrador
de una, a Juan Francisco Piquet, en el que Rodó escribe
: "También le envío una preciosa composición
publicada en un diario, y que lleva al pie la firma de una eminencia
que con obras de esa magnitud no tardará en levantarse
a la sublime altura de los super-hombres nietzschianos, dejando
humillados y casi abollados a los más grandes vates de
los tiempos presente y futuros". Quizás estas
palabras no se refirieran a Julio Herrera. Pero parece indudable
que aluden a un tipo de poema en que solía incurrir el
pontífice de la Torre. Apoyan esta interpretación
unos párrafos de una carta contemporánea en que
Rodó agradece a Quiroga el envío de El crimen
del otro (1904). Con una clara alusión al decadentismo
del primer libro de Quiroga (Los arrecifes de coral, 1901)
le expresa: "Me complace muy de veras ver vinculado su
nombre a un libro de real y positivo mérito que se levanta
sobre los comienzos literarios de Ud., no porque revelaran falta
de talento, sino porque acusaban, en mi sentir, una mala orientación"
(9-IV-904). En el mismo sentido, y esbozando un panorama americano,
había escrito, el 20 de marzo del mismo año, a don
Miguel de Unamuno: "La vida literaria se arrastra por
aquí (y, en general, en América) muy perezosa y
lánguida. Hay cierto estupor. Por fortuna va pasando si
no ha pasado ya aquella ráfaga de "decadentismo"
estrafalario y huero que nos infestó hace ocho o diez años.
Yo creo que pocas veces, en pueblos civilizados "del todo",
se habrá dado ejemplo de tan pueril trivialidad literaria,
y tanta perversión del gusto, y tanta confusión
de ideas críticas, y tanta ignorancia audaz, y tanta manía
de imitación servil e inconsulta, como se vio en algunas
partes de nuestra América con motivo de aquella carnavalada.
En Montevideo, no es donde hizo más estragos, por fortuna.
Aquí hay formado un cierto espíritu de crítica
perspicaz y vigilante, y respiramos un ambiente más "europeo",
en estas cosas, que en otras partes de América, sin exceptuar
algunas donde la grandeza material es mayor y la civilización
más "aparente" y suntuosa". No es ilícito
suponer que Rodó vinculara, de alguna manera, este decadentismo
a ciertas expresiones poéticas, a ciertas actitudes, de
Julio Herrera y Reissig.
La deliberada y minuciosa hostilidad de Julio Herrera hacia el
burgués ambiente montevideano favorecía el desconocimiento
o la incomprensión de su poesía. También
favorecía el desconocimiento o la incomprensión,
su mala política literaria. Es cierto que Herrera publicaba
sus versos y sus artículos críticos en revistas
y periódicos, pero descuidaba recogerlos en volumen y sólo
los muy devotos podían seguir la trayectoria de su poesía
al través de las dispersas publicaciones. (Aun hoy no se
ha trazado su bibliografía completa.) Es cierto, además,
que en 1905 Raúl Montero Bustamante escogió 19 poemas
de Julio Herrera para su generoso y poblado Parnaso Oriental.
Pero eso no significaba la consagración, ya que Julio Herrera
alternaba con otros noventa poetas (incluso Rodó) y sus
composiciones competían con unas trescientas; además,
el editor acompañó sus versos de una nota en que
divagaba abundantemente sobre él, al mismo tiempo que lo
envejecía en dos años. (Entre otras cosas expresaba,
en las págs. 285-86: "De su musa extraña
y versátil, de su misantropía literaria, de su rebeldía
intelectual, de su "dandysmo" sombrío y trágico
a lo Jorge Brummel, de su rara imaginación, macabra hasta
Verhaeren, alegre hasta los copleros populares, de sus canciones
de un enfermo sonambulismo, sólo queda en el espíritu
una perturbación vaga, un temor lejano de algo desconocido...")
Cuando en 1908 Rodó presentó ante la Cámara
de Representantes el Proyecto de Ley para pensionar a Florencio
Sánchez en su viaje a Europa, los amigos de Herrera y Reissig
se escandalizaron, y uno de ellos, Pablo de Grecia, salió
a la prensa a preguntar por qué no mandaban también
a Europa al poeta. Su artículo (La Razón,
7-IV-908) desencadenó una polémica cuyo resultado
final fue dividir la opinión pública en tres partidos:
el de los que negaban de plano al pontífice de la Torre,
el de los que lo admitían pero lo igualaban o postergaban
a un Roxlo, a un Papini y Zás, a un Frugoni, a un Falco,
y el de los que lo proclamaban -con celo casi electoral- el mayor
poeta uruguayo.(9) En ese instante César Miranda pudo haber
dicho a Julio Herrera lo que años antes dijera Valéry
a Mallarmé: "Uno le censura; otro le desdeña.
Irrita usted, causa lástima. El gacetillero, a expensas
de usted, advierte fácilmente al universo, y sus amigos
sacuden la cabeza... Pero ¿sabe usted, siente esto: que
hay en cada ciudad de Francia un joven secreto que se haría
despedazar por sus versos y por usted mismo?". Rodó
no era (nunca fue) ese joven secreto. Si durante la polémica
hubiera escrito en favor del poeta, el peso de su palabra magistral
hubiera quizá consagrado objetiva y definitivamente a Julio
Herrera y Reissig. Pero Rodó guardó silencio porque
no creía a Herrera el mayor Poeta uruguayo, porque no podía
aceptar su (para él) enrarecido mundo poético. Ese
silencio significativo traducía, además, la profunda
y recíproca incomprensión que el tiempo había
ahondado entre ambos.
Dos episodios ocurridos con escaso intervalo no contribuyeron
a mejorar la situación. El Concurso de obras teatrales
en un acto organizado por el Conservatorio Labardén, de
Buenos Aires, en los primeros meses de 1908, fue la ocasión
escogida por el azar para enfrentar -una vez más- a Rodó
y Julio Herrera. Queda de este episodio el testimonio ofrecido
por Pérez Petit en su Rodó (págs. 269-278).
El caudaloso ensayista integró con Rodó y Elías
Regules el jurado que debía fallar en dicho concurso. Al
mismo presentó Herrera una pieza, titulada La sombra,
que no alcanzó a ser juzgada porque se perdió el
único ejemplar enviado. Pérez Petit adjudica la
entera responsabilidad de tal pérdida a Rodó, a
quien (por otra parte) presenta como desaprensivo en el cumplimiento
de sus deberes de jurado. De su relato surge, sin embargo, otra
posibilidad -la de que haya sido él mismo el involuntario
responsable de la pérdida. Ahora parece bastante difícil
resolver el punto. Puede suponerse, sin mayor violencia, que este
incidente debió haber suscitado una reacción nada
favorable al jurado en el poeta.(10)
Al año siguiente, Rodó tuvo ocasión de tributar
a Julio Herrera un equívoco homenaje que, por su especial
difusión, no pudo pasar inadvertido a este último.
Como colaborador de la discutida Biblioteca Internacional de
Obras Famosas, y encargado de la selección de autores
uruguayos, Rodó escogió tres poemas de Herrera (El
banco del suplicio, El suicidio de las almas, El viaje) y
los presentó con una nota de insuperable sobriedad, de
casi invisible elogio, que de ningún modo puede estimarse
como juicio crítico. Dice allí: "Julio Herrera
y Reissig, nació en Montevideo en 1878. Fundó, siendo
un niño, el periódico literario "La Revista",
donde aparecieron primeras composiciones poéticas y ensayos
de crítica y literatura que también era autor. Formó
alrededor suyo un grupo de juventud apasionada por las letras,
que recibía las influencias del movimiento literario modernista.
Luego de haber trabajado con gran asiduidad en aquel periódico
y en otros de que fue colaborador, dentro y fuera de su país,
su producción ha sufrido breve eclipse, que resurgirá
pronto con el anunciado libro "Los peregrinos de piedra",
que ya está en prensa". (Véase ob. cit.,
tomo XX, págs. 10224-25.) La selección no permite
asegurar, por otra parte, que conociera bien la producción
herreriana, ya que puede suponerse que se limitó a transcribir,
algunos de los poemas escogidos por Pedro Bustamante para su Parnaso
de 1905. (Adviértase, al pasar Rodó leyó
mal, en el mismo libro, la fecha de nacimiento del poeta; por
error dice allí: 1873, y al confundir el tres con el ocho,
rejuveneció a Herrera en tres años.)
Luego de la muerte del poeta, cuando aparece en 1910 su primer
volumen de versos (Los peregrinos de piedra), Rodó
continúa guardando silencio hasta encontrar, el 14 de julio
de 1913, la ocasión de testimoniar su respeto y su alta
estima por la obra de Julio Herrera y Reissig. En el Informe con
que se acompaña el Proyecto de Ley presentado ante la Cámara
de Representantes y en el que se propone destinar la cantidad
de dos mil pesos para costear la publicación de las obras
inéditas del poeta, se encuentra, suscrito por Rodó,
el más amplio reconocimiento del valor objetivo de estas
obras. Allí se aclara el sentido de la Ley con estas palabras,
en que puede advertirse la intención reparatoria: "No
se trata, pues, de un simple propósito de lucro, sino de
un intento más elevado y plausible: procurar que no permanezcan
inéditas e ignoradas, las producciones de un gran ingenio,
digno de una consagración póstuma que repare, en
cuanto es posible, el olvido a que se ha relegado el prestigioso
escritor, precisamente en los días en que era más
necesario estimular sus afanes creadores, y premiar con el aplauso
público sus indeclinables optimismos de artista".
Es claro que esta declaración, infortunadamente, sólo
podría interesar a la inmortalidad del gran lírico.
III
Si el destino de Julio Herrera aparece muchas veces enfrentado
con el de Rodó, no sucede lo mismo con el de Florencio
Sánchez. Y aún prescindiendo de las distintas esferas
sociales (Rodó catedrático, diputado, crítico
literario, pensador; y Sánchez bohemio, dramaturgo, anarquizante)
y atendiendo únicamente a las obras respectivas, resulta
evidente que mientras Rodó representa al literato de gabinete,
Florencio representa al escritor de la calle. Es claro que el
triunfo unánime del teatro de Sánchez lo impone
a la consideración de todos los públicos, y sus
obras logran también el aplauso de los entendidos. En Montevideo
fue Samuel Blixen -el primer crítico teatral de la época-
quien consagró a Florencio con ocasión del estreno
en esta capital de M'hijo el dotor el 15 de octubre de
1903. Es posible que entonces Rodó no acostumbrara concurrir
habitualmente al teatro. (Se hallaba sumergido en la creación
de Proteo y en una lectura privada de intensa labor política.)
Pero fue invitado a una lectura privada del drama de Florencio
Sánchez a realizarse el 5 de setiembre en la redacción
del Diario Nuevo, y allí pudo conocer y hasta relacionarse
con el dramaturgo. No ha quedado, sin embargo, ningún testimonio
de esta aproximación. Aunque no es difícil conjeturar
que la vinculación entre ambos, por cordial que pudiera
haber sido, no podía afectar en nada la profunda divergencia
de sus obras. El idealismo filosófico de Rodó, su
arte depurado y sereno, la sobriedad y limpieza de sus recursos,
nada tenían en común con el crudo naturalismo de
Sánchez, con su vigoroso melodramatismo, con su pensamiento
simplista y directo. Es cierto que, más tarde, Florencio
evolucionará hacia formas más refinadas, menos eficaces,
quizá, desde el punto de vista teatral. Pero en este primer
momento, se comprende fácilmente que Rodó no pudiera
sancionar con su adhesión absoluta el teatro de Florencio
Sánchez.(11)
Si no se han podido documentar las relaciones personales entre
Rodó y Florencio Sánchez en 1903, las mismas resultan
evidentes hacia 1908. La carrera de éxitos del joven dramaturgo
volvía imperiosa una consagración universal. Florencio
soñaba con estrenar en Europa. Pero no podía irse.
Una gestión directa ante el presidente Williman fracasa
por motivos circunstanciales y entonces Rodó decide presentar
ante la Cámara de Representantes, y al frente de una coalición
de diputados de distintos partidos, un Proyecto de Ley para enviar
a Florencio a Europa. La iniciativa la reconoce el mismo dramaturgo
en una carta contemporánea a don Joaquín Sánchez
Carballo, su primo: "Rodó presentará la
semana próxima probablemente un proyecto por el que se
me acuerda una pensión de 200 pesos por dos años.
Irá firmado por un grupo de diputados blancos y colorados
de los más representativos y tengo la seguridad casi de
que se vote por unanimidad".(12) En la exposición
de motivos que acompañaba al Proyecto de Ley se elogiaba
ampliamente al dramaturgo y se transcribían, como la opinión
más autorizada, estas palabras de Blixen: "Si fuera
posible enviar a Sánchez al viejo mundo, pensionándolo
para que allí trabajara tranquilo tres o cuatro años,
el país podría hacer ese pequeño sacrificio
para proporcionarse el lujo de contar dentro de poco con un hijo
universalmente célebre" (V. Diario de la Cámara
de Representantes, 4-IV-908.) El Proyecto murió en
la Cámara de Senadores. Pero Williman decidió mandar
directamente a Florencio.
Es imposible no subrayar la paradoja que implican estas gestiones
de Rodó. Desde 1903 estaba decidido a irse a Europa. Durante
muchos años ambicionó publicar allí su Proteo.
(En uno de los cuadernos preparatorios de dicha obra, conservado
en el Archivo Rodó, se encuentra un proyecto de carátula,
así concebido:
José Enrique Rodó
PROTEO
... para los que están de la parte de afuera,
todo se hace por vía de parábolas.
San Marcos, cap. IV, v. Il.
Barcelona
1905.)
Sin embargo, ya desde 1904 se puede documentar, con la correspondencia,
su voluntad de publicar la obra en Europa, tal como lo expresa,
p. ej., en carta a Juan Francisco Piquet (20-IV-904): "Lo
que si está decidido es que "Proteo" se publicará
fuera del país, no bien esté terminado".(13)
Su tan acariciado proyecto, que suponía (es claro) un viaje
a Europa, se refleja, con insistencia y a través de patéticas
fluctuaciones, en sus cartas. Ya en 1904 le habla a Unamuno de
ir a oxigenar el alma con una larga estadía en Europa (20-V-904).
Pero es a Piquet, confidente de sus más íntimos
proyectos literarios, al que seguramente escribe, en plena exaltación,
estas líneas cuyo borrador preserva los irregulares trazos
de la extrema tensión emocional con que fuera compuesto:
"¡Gloria in excelsis Deo! He terminado [mi) labor!
Con esta fecha envío a la casa de Fernando Fe, en Madrid,
los originales de Proteo, por intermedio de una casa librera de
esta ciudad. Y para fines del futuro abril (o del futuro mayo,
a más tardar para fines de junio) está completamente
resuelto mi viaje al viejo continente. Iré, primero, por
pocos días a Madrid -a fin de ver terminada la impresión
de la obra-, de allí pasaré a Salamanca, a ver a
Unamuno; a Oviedo, a ver a Altamira y Posada; a Sevilla, a ver
a Rueda; a Valencia, a ver a Blasco lbáñez: todo
de paso. Terminaré mi gira por Barcelona; sólo a
fin de conocer la tierra de mis abuelos -y de allí, tras
brevísima permanencia, me pondré en Italia -(esto
será, según calculo, para comienzos de julio)- y
de Italia (dos meses de estadía) en París donde
permaneceré cuatro meses; y a Londres, donde quedaré
un mes -hasta marzo de 1906, en que regresaré a mi país-
para ver cómo están las cosas. Luego, según
todas las probabilidades, regresaré a Europa para radicarme
definitivamente: desde fines de 1906".(14)
Un fuerte quebranto económico y la minuciosa explotación
a que lo sometieron algunos individuos, a quienes Pérez
Petit califica -quizá sin exceso- de vampiros (ob. cit.,
pág. 248), impidieron que Rodó pudiera costearse
el viaje tan anhelado. Y su orgullo le prohibió siempre
pedir para si lo que solicitaba para otros. Por parte, su franca
oposición a la política gubernista le costó
la injustísima postergación, como, p. ej., cuando
fue suplantado, por alguien más adicto a los poderes públicos,
en la delegación uruguaya que asistió a las fiestas
del centenario de las cortes de Cádiz, en 1912.
Estas humillaciones ahondaban más su natural reserva que
podía franquearse -y con tanto pudor y tantas reticencias-
en las cartas íntimas. En una a Hugo D. Barbagelata escribe
Rodó con lucidez: "Respecto de mi viaje a Europa,
bien quisiera realizarlo pero no entra eso en el número
de las posibilidades actuales. Ya sabe Vd. que ni de este gobierno
puedo esperar atenciones, ni yo las aceptaría, siendo radicalmente
adversario de él y combatiéndolo como lo combato,
por la prensa. Si yo fuera argentino o chileno habría ido
a Europa veinte veces, porque en esas vecindades se cotiza un
poco más alto la representación de ciertos nombres...
Acuérdese Vd. de lo que pasa cuando las cortes de Cádiz.
Estas son pequeñeces de nuestro terruño, de las
que no debemos hablar más que entre nosotros mismos".
(El borrador aparece fechado el 11-II-914) Y recién en
1916 podrá Rodó realizar su ambición, pero
no irá a Europa pensionado por el gobierno (como Sánchez
o como Ernesto Herrera);(15) irá como corresponsal de la
revista argentina Caras y Caretas. (Esta digresión
podrá parecer inoportuna. La creo necesaria hoy, que tantos
olvidan o ignoran sobre qué agonía doméstica
se levantaba la figura del que toda América proclamaba
Maestro)
Después de la muerte de Florencio Sánchez, Rodó
documenta una vez más su respeto y alta estima por su obra.
Al tasar en 21 mil pesos las piezas del dramaturgo escribe en
el Informe con que acompaña la tasación: "Teniendo
en cuenta la alta valía literaria de dichas obras y el
excepcional favor de que disfrutan en el público del Río
de la Plata", etc., etc. (El texto completo puede verse
en La Razón del 11-XI-911.
IV
Algunas publicaciones de los últimos años han dado
cierta actualidad al silencio de Rodó frente a Julio Herrera
y Reissig, frente a Florencio Sánchez. El examen de sus
relaciones personales permite afirmar, creo, que ese silencio
no obedeció ni a indiferencia ni a desconocimiento, sino
a una profunda divergencia de criterios, de tendencias artísticas,
de política literaria, de gustos, de caracteres, hasta
de calidades humanas. También permite enunciar estas conclusiones:
Rodó, después de 1900, entregado como estaba a la
creación de Proteo y a la milicia americanista, y luego
de espaciar cada vez más el ejercicio de la crítica
literaria, no tenía obligación de vocear los nuevos
valores que surgieron en América. Parece seguro que Rodó
no publicó ningún juicio crítico importante
sobre Florencio Sánchez o sobre Julio Herrera y Reissig.
Es incierto, sin embargo, que no los haya conocido. Pudo no gustar
del naturalismo de uno o del decadentismo del otro, pero en varias
oportunidades documentó eficazmente su respeto y su alta
estima por las obras de ambos."
(*) Una primera versión de este trabajo se publicó
en Marcha, año X, Nº 452, Montevideo, 29-X-48,
págs. 13 y 15. La documentación ha sido ampliada
ahora considerablemente.
1. Este tema ha sido pre-ocupado por el profesor
Roberto Ibáñez. En su curso sobre Julio Herrera
y Reissig (Facultad de Humanidades, 1947); en algunas publicaciones
periódicas (Marcha, Anales del Ateneo, Cuadernos Americanos),
en su libro inédito, Imagen documental de Rodó,
lbáñez se ha remitido repetidamente a los mismos
textos, a los mismos testimonios, a los mismos documentos que
se utilizan aquí. La coincidencia en el enfoque es, en
muchos casos, inevitable y corresponde, por tanto, reconocer una
vez más la deuda hacia esta labor ejemplar.
2. Por esa misma época, y en un papel que no llegó
a ser publicado, Julio Herrera satirizaba el artículo de
Rodó, intitulado El que vendrá, precisamente
uno de los dos que integran La vida nueva. Escribía
entonces: "A propósito, la ingenuidad de un crítico
uruguayo que para dar a entender en una de sus obras que la Humanidad
desalentada espera su salvación de un poeta o de un novelador.
No [hay en] las historias de las infelicidades místicas
y candorosas algo que se pueda comparar a la invocación
con que el visionario del porvenir de la especie remata su animado
opúsculo. Nada representan los Darwin, los Comte, los Spencer,
los Littré, los Renin, los Claudio Bernard, los Proudhon,
los Marx, los Stirner, los Arnold Rudge, los Ruskin, los Nietzsche.
No es un filósofo quien desentrañará la verdad,
quien marcará nuevos rumbos al ser humano; no será
un pensador, un sociólogo, el [profeta] iluminado del siglo
XX. Los que piensan, al sentir del crítico, son los literatos.
Ellos son los que adormecerán con su nephente milagroso
las desventuras humanas. Oigamos a nuestro crítico; anonadémonos
ante su unción de Bautista inquieto y apesadumbrado, nunciador
de un orto nuevo de progreso y de felicidad." (En el
Archivo Julio Herrera y Reissig se custodia este texto
que pertenece a una obra inédita: Parentesco del hombre
con el suelo.)
3. En carta a Unamuno escribiría el 20 de marzo de 1904:
"Yo no aspiro a la torre de marfil: me place la literatura
que, a su modo, es milicia...". (véase el texto
completo en este mismo Número.)
4. En un folleto de 16 páginas publica Herrera la conferencia
(Montevideo, Tipografía L'Italia al Plata, diciembre 19
de 1900). El Día del 20 de diciembre insertó
una nota que resumía, con rara objetividad, el contenido
de la pieza oratoria: El "Sr. Herrera y Reissig diserta
sobre el banquete de la confraternidad colorada, oponiéndose
resueltamente a su realización, porque él no implica
otra cosa que simples uniones estomacales, según el criterio
del conferenciante. También el Sr. Herrera comentó
a propósito de esta fiesta, la política de algunos
personajes colorados, expresándose en términos severos.
En algunos párrafos de su conferencia fue muy aplaudido
el señor Herrera y Reissig".
5. La actuación de Rodó está reseñada
en la biografía de Pérez Petit (ed. de 1937, págs.
200-210). En El Día (22-I-901) se transcribió,
íntegro, el discurso de Rodó, del que el libro citado
ofrece sólo algunas páginas.
6. Ha sido reeditada por Claudio García y Cía. (Montevideo,
[1943]), con un prólogo anónimo en el que se comenta
el paradójico patriotismo de Julio Herrera.
7. Puede señalarse aún otro elemento -lateral- de
fricción. En la polémica sostenida entre Vasseur
y Roberto de las Carreras que se transcribe en este mismo Número
puede verse una malévola alusión a Rodó.
Al trazar de las Carreras una larga teoría de literatos
que (según él) despreciaban a su contrincante, incluye
a Rubén Darío y lo califica: el titeador
de Rodó. Se alude aquí, sin duda, al desdichado
episodio de la edición aumentada de Prosas Profanas (París,
Bouret, 1901). Darío solicitó y obtuvo de Rodó
la autorización para transcribir como prólogo del
libro su estudio, publicado independientemente en 1899. Pero por
lamentable descuido (cuya responsabilidad total recae sobre el
poeta) el estudio se imprimió sin firma, lo que suscitó
la justificada amargura en Rodó. Por la mención
que hace de las Carreras puede verse que algunos aprovecharon
el incidente para envenenadas apreciaciones. Rodó no pudo
desconocer este puntazo del extravagante compatriota; tampoco
pudo desconocer que en esta polémica de las Carreras estuvo
estrechamente asistido (si no sustituido) por Julio Herrera y
Reissig. (Sobre las relaciones, personales y literarias, entre
Rodó y Darío ha preparado un largo ensayo, aun inédito,
el profesor lbáñez. Allí se estudia detenidamente
el incidente de la edición Bouret y se transcriben las
cartas y documentos que la ilustran.)
8. La resistencia que ofreció Rodó a lo que él
calificaba de decadentismo data de los orígenes de su carrera
literaria. En su Archivo se puede ver el borrador de una
carta a Leopoldo Alas en que expresa: "Si no desconfiara
de mis fuerzas para tal empresa, diría que el plan de esa
colección [alude a La vida nueva, cuyo primer volumen,
recién publicado, le envía] se basa en el anhelo
de "encauzar" al modernismo americano dentro de tendencias
ajenas a las perversas del decadentismo "azul" ... o
"candoroso", según Ud. y yo hemos convenido en
llamarle, valiéndonos, como Ud. dice, de un eufemismo".
La fecha es: 5-IX-897. Dos años después, Rodó
acusaría el impacto de Prosas Profanas en su estudio
sobre Darío (1899), para volver, en 1900, a una
posición de enjuiciamiento severo del Modernismo en lo
que tenía de exotismo decadente.
9. En este mismo Número se transcriben o resumen
los textos de esta polémica.
10. Durante mucho tiempo se creyó perdida La sombra.
Actualmente se han conseguido reunir en el Archivo Herrera
y Reissig varias copias autografiadas por familiares y amigos
del poeta. Su lectura confirma el juicio que (siempre según
Pérez Petit) emitió Rodó sobre el conjunto:
"...si las hacemos representar todas, nos matan".
(Véase ob. cit., pág. 276.)
11. Para la misma Biblioteca Internacional seleccionó
Rodó el acto tercero de
Nuestros hijos. La nota de presentación, que permite deducir
cuáles eran sus piezas favoritas, dice Florencio Sánchez,
autor dramático uruguayo. Sus obras han sido representadas
con extraordinario éxito en los teatros de su país
y de la República Argentina. Cultiva preferentemente el
drama llamado "de tesis". Entre sus producciones
han sido las más celebradas: "Nuestros hijos"
y "Los derechos de la salud". En 1909 fue a Europa,
pensionado por el gobierno de su país, con el propósito
de hacer representar sus obras en los teatros europeos. (Véase
ob. cit., tomo XX, pp. 10151-62.)
12. Esta carta fue publicada por el diario montevideano Las
Noticias el 7 de noviembre de 1922. Por error se indica allí
que el destinatario era D. Joaquín de Vedia; por error,
también, Fernando García Esteban (Vida de Florencio
Sánchez, 1939) retrasa, en un año, la fecha
de publicación.
13. Esta carta puede leerse en el Epistolario de Rodó
(París, 1921, pág. 34). En el Archivo se
encuentran borradores de cartas a Piquet (19-1-904; 1905), a Unamuno
(20-III-904) y a Francisco García Calderón (2-VIII-904;
28-VI-906) que corroboran la decisión.
14. El espacio en blanco en la transcripción de esta carta
corresponde del original. Por las indicaciones del mismo texto
puede conjeturarse que fue escrita a fines de 1904 o a principios
de 1905, aunque quizá este último sea lo más
probable. Otras cartas aportan elementos en el mismo sentido,
principalmente una a Manuel Díaz Rodríguez (20-1-904),
otra a Alfredo L. Palacios, en la que se anuncia como inminente
la partida (29-IV-905), y tres a Piquet que permiten seguir el
proceso de su desilusión (19-1-904; 20-IV-904; 20-VIII-909).
15. Tampoco debe olvidarse que Rodó presentó, el
24 de abril de 1913, ante la Cámara de Representantes,
y en compañía de Zorrilla, Callorda, Ferrer Olais,
Salterain, Schinca y Ramón Guerra, un Proyecto de ley que
concedería a Ernesto Herrera "una pensión
graciable de novecientos sesenta pesos anuales por el término
de tres años, con el objeto de que perfeccionase sus condiciones
artísticas en Europa".
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