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"Un precursor del modernismo, un post-romántico, un
poeta absolutamente original y único. Quienes recorran la
frondosa y reiterativa bibliografía martiana no podrán
no encontrar esas fórmulas que pretenden fijar la naturaleza
de su poesía y su ubicación en las letras hispánicas.
Cada uno de los defensores de las distintas posturas no deja de
encarar el problema en su totalidad, considerando también
lo que partidarios de tesis contrarias han dicho y balanceado contra
ellas su propia definición. El problema -mucho me temo- está
empezando a parecer académico: un sujet de dissertation,
como las festejadas comparaciones entre Corneille y Racine o entre
Don Quijote y Hamlet.
¿Por qué volver entonces a plantearlo? Por la convicción
de que un repaso ordenado del problema -un repaso que tenga en cuenta
los trabajos críticos y, también, la poesía
de Martí; un repaso que no pretenda originalidad (pero tampoco
la evite)- puede contribuir a la determinación de los aspectos
profundos del problema. Vale decir: al relevamiento de sus raíces
críticas y no de su su superficie más o menos anecdótica,
más o menos casual. Se puede llegar, así, a fijar
los límites exactos de la cuestión; se puede ilustrar,
de paso, algunas confusiones habituales de la crítica literaria
hispanoamericana.
PRIMERA PARTE: LA CRÍTICA
I
La obra lírica de Martí aparece en las historias
literarias más corrientes inscritas en el movimiento que
se llama Modernismo; Martí resulta un Precursor. Junto
a él se alzan en América algunos nombres (Manuel Gutiérrez
Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Asunción
Silva, Julián del Casal y algún otro); inmediato en
la sucesión poética aparece el gran nombre de Rubén
Darío que lograr cubrir el horizonte y teñirlo de
Modernismo. Luego vienen: Amado Nervo, Luis G. Urbina, Leopoldo
Lugones, Julio Herrera y Reissig y otros, en América; Miguel
de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez en
España. La más consultada crítica se ha acostumbrado
a ordenar esa sucesión cronológica tomando como punto
de referencia a Rubén Darío y su vasta
obra resonante. Con él se impone el Modernismo. Quienes lo
anteceden inmediatamente son precursores; quienes lo siguen (aunque
no por sus huellas y, a veces, lejos de las mismas) son postmodernistas
o epígonos (1). La clasificación
es cómoda y simétrica. Satisface al ojo y a la geometría.
Pero ¿es real?
En el caso concreto de Martí, ¿se aclara todo presentándolo
como precursor del Modernismo? Para contestar esta pregunta más
vale examinar el problema de sus orígenes, desde que aparecen,
separados por unos diez años, sus dos volúmenes de
poesía: Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891).
II
Parece todavía insuficiente el material que se ha podido
reunir sobre las relaciones (personales, literarias) de Martí
con sus más distinguidos coetáneos líricos.
Es probable que desde su llegada a México en 1875 haya sido
amigo de Gutiérrez Nájera (nacido en 1859 y seis años
menor). En 1889 Gutiérrez Nájera publica un artículo
elogiando con emoción, La Edad de Oro ("¡Qué
obra tan buena y qué buena obra es La Edad de Oro!").
En ocasión de un nuevo viaje del poeta cubano a México
(1893), éste dedica unos versos a Cecilia Gutérrez
Nájera y Maillafert. Allí pueden subrayarse (con Eugenio
Florit) algunos hallazgos poéticos: Música azul
y clavellín de nieve, dice dando razón a los que
lo llaman anunciados del Modernismo. Estas circunstancias (y alguna
otra, menor, que omito) documentan una amistad pero nada explican
de sus relaciones literarias.
Menos aún puede decirse de Salvador Díaz Mirón
(del mismo año que Martí). Se sabe que coincidieron
en México, en 1875, que hay cartas de Martí al poeta
mexicano (que no han sido publicadas) y que Díaz Mirón
creía a Martí "un gran poeta". La crítica
(Lazo, Augier) ha apuntado semejanzas entre algunos
poemas de ambos pero no bastan para iluminar profundamente la relación.
De Asunción Silva (de 1865 y doce años menor) se ha
escrito que "conservaba como un devocionario el diminuto Ismaelillo"
que le había sido dedicado por el propio Martí. Lo
que sólo aclara una sentida admiración (2).
El propio Martí ha señalado la inexistencia de todo
contacto personal con su coterráneo Julián del Casal
(diez años menor). En un artículo necrológico
(publicado en Patria, 1893), Martí no sólo
lamenta no haberlo conocido; también caracteriza agudamente
su poesía, sin dejar de apuntar la (para él) debilidad
intrínseca:
"De él se puede decir que, pagado
del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó
la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que
los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años
últimos, el vacío ideal de su época transitoria.
En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía
para mucho; todo es el valor natural con que se encare y dome la
injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer,
un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón
del monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor
el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado
de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla
la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo.
De Antonio Pérez es esta verdad: "Sólo los grandes
estómagos digieren veneno."
Al limitarlo, con tan delicada censura, Martí contribuye
a explanar su propio credo poético, su propia actitud de
poeta. Pero no todo es señalar implícitamente las
diferencias; hay también algo que es más importante
y que merece citarse una vez más:
"... en América está ya en flor
la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso
y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura.
Lo hinchado cansó, y la política hueca y rudimentaria,
y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros
aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América
esta generación literaria, que principió por el rebusco
imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en
la expresión artística y sincera, breve y tallada,
del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso,
para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo
de la emoción ha de ser fino y profundo, como una nota de
arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción
noble y graciosa."
Lo que Martí apunta allí, con penetración
que anticipa y supera anchamente a la de muchos de sus críticos,
es la existencia de una nueva actitud literaria, una actitud que
supone una nueva generación que busca una nueva concepción
de lo poético (y de lo político, tan importante para
Martí), que apunta hacia una temática renovada, hacia
una sensibilidad original. Una generación y no una escuela
poética; una actitud sentida y expresada por muchos sin sujeción
a normas o academias, vivida simultáneamente y, tal vez,
independientemente.
Esas palabras de Martí son, en cierto sentido, el
balance de la generación que precede a Darío, su generación.
Y también el balance de su propia poesía, realizado
cuando está por clausurarse (por mano de la muerte) la obra
de casi todos. Es lástima que no se hayan escuchado más
(3).
III
En la Vida de Darío escrita por él mismo (dictada
en Buenos Aires, 1912) se narra el encuentro con Martí, en
New York, 1893. Gonzalo de Quesada lo viene a buscar al hotel en
que se hospedada diciéndole que el "Maestro" deseaba
verlo cuanto antes y que lo esperaba esa misma noche en Harmand
Hall.
"Yo admiraba altamente el vigor general de aquel
escritor único, a quien había conocido por aquellas
formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios
hispanoamericanos como La Opinión Nacional de Caracas;
El Partido Liberal, de México, y, sobre todo, La
Nación, de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa,
llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música.
Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles
y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas;
y, sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta.
Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en
compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas
laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente.
Pasamos por un pasadizo sombrío; y de pronto, en un cuarto
lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño
de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo
tiempo, y que me decía esta única palabra: "¡Hijo!"
Más adelante completa Darío el retrato y el juicio
con esta evocación:
"Allí [en casa de una amiga del poeta]
escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he
encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador
tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa
memoria, y ágil y pronto para la cita, para la imagen. Pasé
con él momentos inolvidables, luego me despedí. El
tenía que partir esa misma noche para Tampa con objeto de
arreglar no se qué preciosas disposiciones de organización.
No le volví a ver más (4)."
Cuando lo conoció, Darío (catorce años menor)
ya era el poeta de Azul... (1888 y 1890), el que habría
de imponer en todo el mundo de habla hispánica el Modernismo.
Su encuentro con Martí es lo suficientemente fugaz (aunque
simbólico y arreglado de mano maestra por el destino) como
para no permitir ninguna conjetura. Lo que dice Darío de
Martí ("el espíritu de un alto y maravilloso
poeta", y no la obra) parece reticente y, además,
está visto con la perspectiva que ya le daban los años.
Sin embargo, esta visión totalizadora y más personal
que literaria tiene menos interés que la que surge del cotejo
de textos anteriores del mismo Darío. Entre otras cosas,
tiene el defecto de haber sido dictada cuando Darío todavía
no conocía bien la obra lírica de Martí (5)
El primer artículo que Darío dedica a Martí
se publica en La Nación de Buenos Aires en 1895, en
ocasión de la muerte del poeta cubano. Darío llama
a Martí genio y superhombre; elogia su visión de los
Estados Unidos y la compara, con ventaja, con la que entonces ofrecían
Paul Bourget y Groussac. Pero lo que, sin duda, más impresionaba
a Darío en Martí era el gran prosista:
"...tenía que vivir, tenía que
trabajar, entonces eran aquellas cascadas literarias que a estas
columnas venían y otras que iban a diarios de México
y Venezuela. No hay duda de que ese tiempo fue el más hermoso
tiempo de José Martí. Entonces fue cuando se mostró
su personalidad intelectual más bellamente. En aquellas kilométricas
epístolas, si apartáis una que otra rara ramazón
sin flor o fruto, hallaréis en el fondo, en lo macizo del
terreno, regentes y ko-hinoores.
"Allí aparecía Martí pensador,
Martí filósofo, Martí pintor, Martí
músico, Martí poeta siempre."
Al fin, un poco más adelante, habla de su poesía:
"Y era poeta; y hacía versos.
"Sí, aquel prosista que siempre fiel
a la Castalia clásica se abrevó en ella todos los
días, al propio tiempo que por su constante comunión
con todo lo moderno y su saber universal y políglota, formaba
su manera especial y peculiarísima, mezclando en su estilo
a Saavedra Fajardo con Gautier, con Goncourt -con el que gustéis,
pues de todo tiene-; usando a la continua del hipérbaton
inglés, lanzando a escape sus cuadrigas de metáforas,
retorciendo sus espirales de figuras; pintando ya con minucia de
prerrafaelista las más pequeñas hojas del paisaje,
ya manchas, a pinceladas súbitas, a golpes de espátula,
dando vida a las figuras; aquel fuerte cazador hacía versos,
y casi siempre versos pequeñitos, versos sencillos -¿no
se llamaba así un librito de ellos?- versos de tristezas
patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima o armonizados
siempre con tacto; una primera y rara colección está
dedicada a un hijo a quien adoró y a quien perió por
siempre: "Ismaelillo":
"Los Versos sencillos, publicados en
Nueva York en linda edición, en forma de eucologio, tienen
verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre los más bellos
Los zapatitos de rosa. Creo que como Banville la palabra
"lira", y Leconte de Lisle la palabra "negro",
Martí la que más ha empleado es "rosa".
Es notable el contraste entre la caracterización viril y
acertada de la prosa de Martí y la indisimulable condescendencia
(e injusticia) con que Darío alude a la obra lírica.
Una confidencia posterior del crítico despeja la incógnita;
al comentar en 1913 los Versos libres escribe Darío:
"Cuando al saberse la noticia de su muerte,
en el campo de batalla, escribí en La Nación
su necrológica -que forma parte del libro Los raros-
yo no conocía sino muy escasos trabajos poéticos de
Martí. Por eso fue mi juicio somero y casi negativo en cuanto
a aquellas relativas facultades."
Pero aun sin la confidencia, en la reticencia, en la
frivolidad involuntaria, en el error con que caracteriza Darío
a Martí, ya resultaba evidente su poca familiaridad; y hasta
los mismos versos inéditos que inserta en su artículo
(las Rimas) muestran a un Martí cortesano y madrigalesco,
un poeta que justifica el calificativo de juguete con que Darío
se refiere a una de sus composiciones (6).
Recién en 1913, cuando recibe la colección póstuma
de Versos libres, puede reconocer Darío la calidad
lírica de Martí. Examina entonces, en artículos
publicados en La Nación, la obra poética martiana.
Después de la confidencia sobre el artículo necrológico,
Darío apunta algunas calidades en la obra de Martí
que merecen examinarse. El Ismaelillo le parece un "minúsculo
devocionario lírico, un Arte de ser Padre, lleno de gracias
sentimentales y de juegos políticos".
De los Versos sencillos escribe:
"La sencillez de Martí es de
las cosas más difíciles, pues a ella no se llega sin
potente dominio del verbo y muchos conocimientos. [¡Qué
distinto de aquello de: "versos pequeñitos, versos sencillos"!]
¡Con decir que en determinados
poemas el verso menor privado del consonante se ha creído
en Francia recientemente invención y originalidad de tal
notorio "unanimista"! El capricho del gran cubano, en
rima y ordenación, es de lo más ordenado y de base
clásica, y en señalados puntos, reminiscencia de sus
relaciones con el parnaso inglés. Un profano -y profanos
ilustrados, que los hay- confundiría tales redondillas con
la manera de Campoamor, pongo por ejemplo; pero la personalidad
se descubre en seguida por la comparación, por el inesperado
adjetivo, por un hervor de tierra cálida y un relámpago
que en seguida se revelan. [¿Donde
están ahora aquellas joyas, aquellas rosas, aquellos juguetes?]"
Y también:
"El vasto patriota fue un formidable amante.
Su lenguaje pasional no es el de los corrientes madrigales, sino
el de la misma vida. La naturaleza es su cómplice. Las cosas
más comunes le sirven poéticamente. Y narra en verso,
con la sencillez de la prosa de los sucesos usuales; más
con cuánta emoción comunicativa."
"Es de una concisión, de un vigor, de
una potencia poética en verdad admirables. El idioma se flexibiliza
con la facilidad expresiva. Era aquél un lirio natural, y
si su prosa contiene muy a menudo versos, por sus versos corren
cristalinas y fluyentes linfas de prosa armoniosa. Y por todo, un
estremecedor aliento romántico que anima doblemente lo real
de la visión o del recuerdo."
Al referirse a los Versos libres no pierde ocasión
de aclarar el doble sentido del título:
"Versos libres, es decir, los versos
blancos castellanos, sin consonancia, que generalmente se han prestado
a bizarrías clásicas, en los Moratines, en los Núñez
de Arce, o en los Meléndez Pelayo, -para hablar de los mayores-,
y versos libres, es decir, de un hombre de libertad, versos del
cubano que ha luchado, que ha vivido, que ha pensado, que debía
morir por la libertad."
Y pronuncia entonces Darío palabras que no han dejado de
escucharse:
"¿No se diría un precursor del
movimiento que me tocara iniciar años después? Estos
Versos libres fueron escritos en 1882, y han permanecido
inéditos hasta ahora. Versos de sufrimiento y de anhelo patriótico,
versos de fuego y de vergüenza, versos de quien debía
caer en una hora futura de la guerra, dando sangre y vida por el
ideal de su Estrella solitaria. Versos de Martirio, de recuerdos
amargos. ¿No había llevado el apóstol cadena
de presidiario en lo florido de su juventud? Y canta en el verso
libre clásico, harto conocido para su cultura,
en un verso libre impecable de cesuras y lleno de gallardías
y bizarrías; mas un verso libre renovado, con savias nuevas,
con las novedades y audacias de vocabulario, de adjetivación,
de metáfora, que resaltan en la rítmica y soberbia
prosa Martiana (7)."
Toda la apreciación crítica es sutil y profunda;
señala (y describe) valores esenciales en la poesía
de Martí. Pero le cuelga el mote de precursor que origina
tantos malentendidos y que parece inaugurar el ciclo de la confusión.
Este somero examen permite adelantar alguna conclusión.
Es evidente que (como también señala Iduarte) Martí
no pudo influir poéticamente en Darío. Cuando Darío
leyó realmente a Martí en 1913, su propia obra estaba
completamente formada; ya había cumplido su ciclo poético,
desde la segunda edición de Azul... (1890) hasta Cantos
de vida y esperanza (1905) y Poema del Otoño (1910),
pasando por las dos ediciones (1896, 1901) de las reveladoras Prosas
profanas. El valor de precursor que le asignó
(sin calificaciones iluminadoras) no podría
llevar entonces implícito el de Maestro. Martí preocupó
algunos temas y algunos motivos y algunos ritmos que luego haría
suyos Darío. Eso y nada más. Pero del punto de vista
de su poesía (que es el que en definitiva cuenta) Martí
hizo mucho más. Hizo todo por lo que importa todavía
y siempre (8).
IV
La historia se repite (o se agrava) con los otros poetas del Modernismo.
No sólo no influyó Martí en ellos; fue también
desconocido por muchos (Julio Herrera y Reissig, por ejemplo); entre
quienes conocieron sus versos no faltó algún negador,
algún reticente. (Bastaría citar este juicio de Amado
Nervo, escrito en 1896: "Es, por lo contrario, tal
forma en él, desaliñada, frecuentemente exótica
y aun extravagante. Sus procedimientos literarios son poco armoniosos
y aun se distinguen, a veces, por su incoherencia, pero bajo tal
desordenado atavío, adivinábase siempre una inspiración
poderosa que, bien encauzada, hubiera hecho admirar su hermosura
y embelesos (9).")
Sin embargo, una resonancia importante puede encontrarse en poetas
que no aparecen dócilmente inscritos en el Modernismo y que,
en más de un sentido, representan una reacción anti-modernistas
o una superación de las formas vacías del mismo. Los
más interesantes son, sin duda, Miguel de Unamuno y Juan
Ramón Jiménez.
Unamuno (once años menor que Martí) dedicó
dos artículos a su obra: uno, de 1919, con el comentario
a la edición póstuma de los Versos libres (1913);
otro, de 1921, sobre su epistolario, también póstumo
(tomo XV de sus Obras Completas). En ellos se encuentran
enfoques tan importantes como este:
"Todavía siento resonar en mis entrañas
el eco de los Versos Libres de José Martí que,
gracias a Gonzalo de Quesada, pude leer hace unos meses. Pensé
escribir sobre ellos a raíz de haberlos leído, cuando
mi espíritu vibraba por la recia sacudida de aquellos ritmos
selváticos, de selva bravo. Mas opté por dejar pasar
el tiempo y que la primera impresión se sedimentara y se
depurase. Y hoy quiero hablar de ellos.
"Los leí dos veces y en voz alta; una
de ellas leyéndoselos a un amigo mío ciego y poeta.
La oscuridad, la confusión, el desorden mismo de esos versos
libres nos encantaron. Esa poesía greñuda, desmelenada,
sin afeite, nos traía viento libre de selva que barrió
el vaho cargado de perfumes afeminados, de salón de esos
versos cantables, de vaivén de hamaca, de sonsonete dulzarrón,
con que se recrean las señoritas que saben aporrear el piano.
Dicen buen Pedro, que de mí murmuras
porque tras mis orejas el cabello
en crespas hondas su caudal levanta.
"Y asó, como la melena de Martí,
son sus versos libres, los más suyos, los más íntimos."
Unamuno apunta allí algo más que una preferencia
marcada por los Versos libres; apunta el reconocimiento de
una voz viril en Martí, una voz que carece de las amaneradas
gracias del peor modernismo y que el propio Unamuno levanta como
ejemplo contra este. Es curiosa esta visión si se la compara
con la que, coetáneamente dibujaba Darío. Ella permite
anticipar la natural conclusión de que cada uno de estos
críticos-poetas veía en Martí lo que más
cerca estaba de su propia obra y de su propia actitud.
Pero Unamuno apunta otras cosas, tal vez más importantes:
"... si es como algunos enseñan que ni
lo orgánico brotó de lo inorgánico ni esto
es una reducción de aquello, sino ambos diferenciaciones
de un estado primitivo de la materia, estado inestable y caótico,
es muy fácil que ni el verso sea una sistematización
de cierta prosa ritmoide, ni la prosa una reducción del verso
-pues hay quienes sostienen que el verso fue anterior a la prosa,
porque a falta de escritura se fiaban mejor a la memoria con el
ritmo las fábulas, consejos y leyendas- sino que prosa y
verso sean diferenciaciones sistematizadas de una forma primitiva
de expresión protoplasmática, por decirlo así.
Es la forma que representaban los salmos hebraicos, la de Walt Whitman,
y también la de los versos libres de Martí. No hay
en ellos más freno que el ritmo del endecasílabo,
el más suelto, el más libre, el más variado
y proteico que hay en nuestra lengua. Y más que un freno
es una espuela ese ritmo; una espuela pare un pensamiento ya de
suyo desbocado."
También hay alguna intuición crítica notable
en el articulo sobre el estilo de sus cartas. Aunque periférico
al tema de esta nota, merece citarse:
"El estilo epistolar de Martí, en el
que aparecen de cuando en cuando endecasílabos y octosílabos,
es excesivamente elíptico, torturado, recortado y con frecuencia
oscuro. A las veces recuerda al de Santa Teresa. Ni está
siempre escrito en prosa sino en esa expresión informe, protoplasmática,
que precedió a la prosa y al verso. Sus palabras parecen
creaciones, actos. Están, desde luego, escritas en una lengua
conversacional, pero de uno que habla mucho consigo mismo, son de
estilo de monólogo ardoso."
Casi todo esto podría decirse también de una zona,
muy importante, de la poesía de Martí.
En suma: Unamuno ve y aplaude (legítimamente) en Martí
aquello que es más unamunesco en su obra, aquello por lo
que el gran cubano rompe no sólo con el postromanticismo
sino con el decadentismo que contamina tanto esfuerzo modernista.
Martí como precursor del Modernismo sería, sin duda,
un enfoque disparatado para Unamuno. En él reconoce el vasco
la estirpe honda y fuerte, visible en su propia obra, en su verso
duro y rotundo. Tras las palabras de Unamuno hay
el reconocimiento implícito del parentesco, aunque no de
magisterio que la mera cronología demuestra imposible. En
una carta a Artemio Precioso resume felizmente su posición
Unamuno: "Pienso en Martí que tanto me ha enseñado
a sentir, más que a pensar (10)."
El testimonio de Juan Ramón Jiménez (nacido en 1881,
casi treinta años después de Martí) es de distinta
naturaleza. Se refiere principalmente al efecto que le produjo la
primera lectura de Martí (o, tal vez, al recuerdo creado
sobre ese efecto)
"Desde que, casi niño, leí unos
versos de Martí, no se ya dónde:
Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos: ¡de noche!
"pensé en él". No me dejaba.
Lo veía entonces como alguien raro y distinto, no ya de nosotros
los españoles sino de los cubanos, los hispanoamericanos
en general. Lo veía más derecho, más acerado,
más directo, más fino, más secreto, más
nacional y más universal.
Ente muy otro que su contemporáneo Julián
del Casal (tan cubano, por otra parte, de aquel momento desorientado,
lo mal entendido del modernismo, la pega) cuya obra artificiosa
nos trajo también a España Darío, luego Salvador
Rueda y Francisco Villaespesa después. Casal nunca fue de
mi gusto. Si Darío era muy francés, de lo decadente,
como Casal, el profundo acento indio, español, elemental,
de su mejor poesía, tan rica y gallarda, me fascinaba. Yo
he sentido y expresado, quizás, un preciosísimo interior,
visión acaso exquisita y tal vez difícil de un proceso
psicolójico, "paisaje del corazón", o metafísico,
"paisaje del cerebro"; pero nunca me conquistaron las
princesas esóticas, los griegos y romanos de medallón,
las japonerías "caprichosas" ni los hidalgos "edad
de oro". El modernismo, para mí, era novedad diferente,
era libertad interior. No, Martí fue otra cosa, y Martí
estaba, por esa "otra cosa", muy cerca de mí. Y,
cómo dudarlo, Martí era tan moderno como los otros
modernistas hispanoamericanos.
"Poco había leído yo entonces
de Martí; lo suficiente, sin embargo, para entenderlo en
espíritu y letra. Sus libros, como la mayoría de los
libros hispanoamericanos no impresos en París, era raro encontrarlos
por España. Su prosa, tan española, demasiado española
acaso, con esceso de jiro clasicista, casi no la conocía."
Otra vez, como en el caso de Unamuno, puede advertirse
la visión de Martí como despegado del núcleo
modernista y hasta opuesto a ellos (y en este caso, subrayada nítidamente
la modernidad del poeta); otra vez, el reconocimiento de los valores
que preanunciaban los mismos de Jiménez, hasta en la elección
de los versos citados (11).
No cabe hablar en ninguno de los dos casos estudiados de magisterio
poético. Tanto Unamuno como Jiménez son explícitos
al respecto. Pero sí cabe hablar de otra cosa: de la virtud
de Martí de despertar resonancias y reconocimientos, de mostrarse
su poesía inscrita en una línea poética que,
para muchos, parece indicar la buena ruta. Lo que esto significa
profundamente se verá luego.
V
La frase de Darío ("¿No se diría un precursor
del movimiento que me tocara iniciar años después?")
hizo fortuna entre los críticos. Aunque no todos se redujeron
a contemplar (y repetir) el concepto sin profundizar sus equívocos
términos, casi todos encararon la ubicación de Martí
(lo que Sartre llamaría su situación) tomando como
punto de referencia la obra y el movimiento realizados por Darío.
Uno de los que con mayor precisión intentó ubicar
a Martí fue Federico de Onís en 1934. Sus palabras
merecen transcribirse:
"Martí es uno de los escritores más
profundamente originales que hasta ahora ha producido América.
Aunque su vida atormentada no le permitió la concentración
y la quietud necesarias para escribir obras de gran aliento, la
mayor parte de su producción tuvo que ser periodística
y de ocasión, hay en sus artículos -la mayor parte
escritos para La Nación, de Buenos Aires-, en sus
prólogos, en sus discursos, una ideología cuajada
de chispazos geniales y expresada en uno de los estilos más
personales de la literatura castellana. Su poesía -a veces
no estimada bastante- no es inferior a su prosa, a pesar de la humildad
aparente de sus temas y de sus formas. Desde los endecasílabos
"hirsutos" de sus Versos libres, obra de juventud,
hasta los octosílabos de sabor popular de sus Versos sencillos,
obra de madurez, el alma ardiente y tierna, delicada y profunda,
de Martí, ha dejado en su libertad complejo de sí
mismo, en supremo esfuerzo y originalidad. Por eso su poesía,
al parecer tan tradicionalista, tiene muy poco que ver con la retórica
de su tiempo, y su originalidad innovadora tampoco basta para encasillarle
entre los precursores del modernismo. El espíritu de Martí
no es de época ni de escuela: su temperamento es romántico,
lleno de fe en los ideales humanos del siglo XIX, sin sombra de
pesimismo ni decadencia; pero su arte arraiga de modo muy suyo en
lo mejor del espíritu español, lo clásico y
lo popular, y en su amplia cultura moderna donde entra por mucho
lo inglés y lo norteamericano; su modernidad apuntaba más
lejos que la de los modernistas, y hoy es más valida y patente
que entonces (12)."
Originalidad profunda, imposibilidad de encasillarlo como precursor,
temperamento romántico y arte moderno (más moderno
que el de los modernistas). Esas notas que apunta sagazmente Onís
bastarían para cerrar el debate si no fuera que por su misma
capacidad de síntesis expresiva no implicaran, paralelamente,
una reticencia, un sobreentendido de cosas esenciales. Al no apoyar
cada uno de sus enfoques en los textos necesarios, al no desarrollar
algunas excelentes intuiciones. Onís deja abierto el debate.
Por otra parte, hasta el mismo método crítico empleado
(el histórico-literario, que discierne escuelas y movimientos,
sucesión de rótulos y de actitudes polémicas)
contribuyó a fomentar el desenfoque crítico, al hacer
prevalecer la condición de antecesor -ya que no de precursor-
que tiene Martí con respecto a Darío, sobre su propia
condición de creador original de su propia poesía.
Es cierto que Onís se cuida de calificar de premodernista
al grupo en que figura Martí (junto a Gutiérrez Nájera,
a Díaz Mirón, a Julián del Casal, a José
Asunción Silva, a Salvador Rueda, a Leopoldo Díaz
y otros); su libro dice, juiciosamente: Transición del
Romanticismo al Modernismo. Pero esta misma cautela no disimula,
antes subraya, la inadecuación del método crítico.
En las huellas de Onís, aceptando su método y hasta
su nomenclatura, otros hn intentado precisar este enfoque del problema.
Así, por ejemplo, Eugenio Florit ha escrito en 1941:
"Y es que en él, alta arista, que une
dos lomas de diferente ladera, viene el romanticismo a dar últimos
gemidos y apóstrofes postreros, para verterse después
en el lujo moldeado y exacto del puro verso con que lo moderno se
entra por la lírica de los últimos años del
siglo XIX. Se me ocurre decir aquí, pues, que en Martí
termina lo romántico de escuela poética y comienza
lo otro, lo que llegó en Rubén Darío a su más
alta cumbre. La evidente dualidad que se observa en la vida de nuestro
revolucionario: el aliento romántico y el sentido práctico
de la realidad circundante, tienen un equivalente en las dos fases
de su poesía. No fue él, desde luego, precisamente
un modernista -en lo que para nosotros significa el término
como denominación de un movimiento literario- porque estaba
haciendo revolución, estaba soñando con libertar a
un pueblo y para eso había que ser romántico. O mejor:
porque lo era -hijo de su siglo y de su dolor de hombre hambriento
de patria libre-, hizo revolución y soñó con
libertades. Hace poco tiempo Pedro Henríquez Ureña,
en admirable conferencia, se refería a esto. Y nos hacía
notar que América no pudo dar más que poesía
romántica mientras no terminó el ciclo revolucionario,
al lograrse lo independencia de sus pueblos. A la única guerra
justa, la que se empeña en destruir una tiranía, no
se la alienta con estrofas de terciopelo, sino con férreos
gritos. Cuando se hace la calma -aunque sea esa calma un poco turbia
de nuestras inquietas repúblicas-, el poeta puede llegar
a lo que piensa, después de lo que se vierte en una desordenada
forma. Porque Martí no llegó nunca a ese momento de
lujo, lo vemos a las puertas de la nueva escuela, señalando
el camino que otros, más afortunados que él, habían
de seguir."
Más adelante, Florit emplea expresiones ("poeta de
transición") que revelan un acuerdo con Onís
y hasta algo más que un acuerdo, como indican estas palabras:
"... la poesía de Martí es de tal naturaleza
que no podemos encerrarla en los estrechos moldes de una clasificación
determinada. Su romanticismo o su modernidad saltan por encima de
tales barreras, y llegan hasta nosotros siempre frescos, originales
siempre." Pero, aparte tales paráfrasis; lo que aporta
Florit (y eso sólo justifica su intento) es la ejemplificación,
que faltaba tan lamentablemente en Onís. Es decir, la señalación
precisa y comentada de las distintas voces (o
acentos, como el prefiere escribir) del poeta. En este sentido,
su tarea resulta complementaria de la anterior; aunque tampoco consiga
superar (hasta en esto fiel) las limitaciones del método
de Onís (13).
En otro planteo de síntesis y ubicación (el intentado
por Andrés Iduarte en su libro Martí escritor,
1945), se vuelve a advertir la huella crítica de Onís
y su método. Iduarte, después de considerar la nula
influencia del poeta sobre los modernistas, escribe:
"Martí, pues, se borra de la escena poética,
cuando menos en lo visible. Por esto se le llama sólo precursor.
El precursor apunta y muere: él apunta y muere para los modernistas,
para casi todos los que hacen familia y escuela durante varios años
brillantes. Pero ¿esto es definitivo? ¿es definitiva
esta calificación de escuela, temporal, por grande y valioso
que sea el nodernismo?"
Pasa a reconsiderar entonces la opinión de Darío
(que lo llama poeta y antecesor), de Unamuno (que declara su magisterio
emocional), de Gabriela Mistral (que lo reconoce Maestro), de Juan
Ramón Jiménez (que indica las huellas en su propia
obra). También considera una hipotética influencia
en Antonio Machado. Cita las citadas palabras de Onís en
su Antología, y concluye con estas suyas:
"¿Cuánto queda de la pega del
modernismo, de las japonerías y las princesas de que se ríe
Juan Ramón, y del decadentimos y del pesimismo? Y el entendimiento
de Martí por la mejor poesía y de aguda crítica
¿no coincide con la vuelta al folklore, a lo popular que
él amó junto a lo clásico? "Su modernidad
apuntaba más lejos que la de los modernistas -cree Onís.
Y es más válida y patente que entonces". ¿No
lo está siendo más cada día? Martí no
es sólo un precursos, que viene y se va. Es el libertador
del prosaísmo y la academia. Es el punto de partida más
visible de una gran revolución literaria. Como estuvo y está
en el corazón de lo mejor del modernismo sin escuelas que
pudo conocerlo -Darío, Unamuno, Juan Ramón, Gabriela
Mistral-, lo está en la de toda verdadera poesía,
sobrepasando modas y derrotando cenáculos."
El capitulillo en que Iduarte explana el enfoque se titula, por
esto, Más que un precursor. Sus palabras (es fácil
verificarlo) no superan lo dicho por Onís y reiteran una
misma consideración histórico-literaria (14).
Una conclusión se impone antes de cerrar esta etapa del
análisis. La mejor crítica (no la de los veloces manuales)
rechaza la calificación de precursor y propone un enfoque
que atienda a la originalidad y la importancia intrínseca
de la poesía de Martí. Pero no propone una visión
crítica que sustituya a la de escuelas o movimientos literarios,
a la ordenación por rótulos y por el hilo (azar) cronológico.
De tal manera que Martí -precediendo a Darío o siendo
sucedido por él- no puede dejar de ser juzgado por esa vecindad
inquietante y aunque no se le llame precursor no deja de integrar
la cohorte de antecesores. Para superar este planteo hace falta
una modificación del método crítico. Conviene
empezar entonces por una reconsideración sumaria de la poesía
de Martí.
1. Cf. Max Daireaux: Littérature
Hispano-Américaine, París, 1930, p. 86; Luis Alberto
Sánchez: Historia de la Literatura Americana, Santiago
de Chile, 1937, pp. 437, 450-51; Julio A. Leguizamón: Historia
de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires, 1945, II, p.
265; Arturo Torres Ríoseco: La gran literatura iberoamericana,
Buenos Aires, 1945, pp. 102-03. Más exacto, más
fino, Pedro Henríquez Ureña (Las Corrientes
Literarias en la América Hispánica, México,
1949, pp. 162-172), distingue que algunas etapas en la renovación
modernista y da a Martí el lugar que, históricamente,
le corresponde. En las huellas de Onís, Guillermo Díaz
Plaja (Historia de la poesía lírica española,
Barcelona, 1948, p. 354) y Julio Torri (La literatura española,
México, 1952, p. 366) enuncian sintéticamente un enfoque
que luego se examina más detenidamente en el texto. (Volver)
2. Cd. Andrés Iduarte: Martí
escritor (México, 1945. pp. 347-351)(Volver)
3. También estudia Iduarte
(loc. cit.) la relación con Julián del Casal, aunque
no críticamente. Es decir: no atiende a lo que de revelador
de las simpatías y diferencias tiene el artículo de
Martí, ni (tampoco) lo que significan profundamente las palabras,
que asimismo cita, sobre la nueva generación. El texto completo
de Martí se encuentra reproducido en la edición de
Obras Completas de la Editorial Lex (tomo I, pp. 822-823)
y en el Apéndice a Julián del Casal y el modernismo
hispanoamericano (México, 1952, pp. 259-60) de José
María Monner Sans.(Volver)
4. Cf., ob. cit., Cap. 31, Barcelona,
1915, pp. 141-46; reproducido en Obras Completas, Madrid,
1950, I, pp. 98-102.(Volver)
5. En una carta de Darío
a Pedro Nolasco Prendes hay una curiosa referencia a Martí.
La carta es de noviembre 12, 1888 y dice: "Todos estamos
de acuerdo en que los versos que se hacen prosa pierden; como toda
prosa que se pone en verso, tomando gallardías y alientos
nuevos y propios, gana. Si yo pudiera poner en verso las grandezas
luminosas de José Martí! O ¡si José Martí
pudiera escribir su prosa en verso! (Cf. El Archivo de Rubén
Darío por Alberto Ghiraldo, Buenos Aires, 1943, p.314.)(Volver)
6. El artículo necrológico
está recogido en Los Raros (1896). Cf. Obras Completas,
II, pp. 480-92.(Volver)
7. En un librito publicado en Buenos
Aires (Ediciones Mínimas, 1919) se recogieron algunos versos
de Martí con notas de Rubén Darío. Las notas
están tomadas de los artículos de La Nación.
También Iduarte (ob. cit., pp. 352-60) estudia las relaciones
entre Martí y Darío; pero su examen difiere en muchos
aspectos del aquí realizado; entre otras cosas porque no
comenta adecuadamente los textos que cita.(Volver)
8. Muy otro es el problema de la
influencia de la prosa de Martí en la de Darío. Ya
la señaló Jiménez en su artículo de
Española de tres mundos (Buenos Aires, 1942, pp, 32-35).
Iduarte lo reproduce en su estudio (pp. 354-360; ha sido desarrollada
en Rubén Darío y sús amigos dominicanos
de Osvaldo Bazil (Bogotá, 1948) y vuelta a considerar
por Guillermo Díaz Plaja en Modernismo frente a 98 (Madrid,
1951, pp. 305-07). Pero excede, naturalmente, los límites
de este trabajo. (Volver)
9. Cf. Iduarte, ob. cit.,
p. 360.(Volver)
10. Ambos artículos de Unamuno
están recogidos en los Anales de la Universidad de Chile
(Año CXI, Nº 98, enero-marzo 1953, pp. 72-81). La
carta a Precioso está citada por Iduarte, ob. cit., p. 363.(Volver)
11. Cf. Españoles de
tres mundos, pp. 38-34.(Volver)
12. Cf. Antología de
la poesía española e hispanoamericana (1882-1932),
Madrid, 1934, pp. 345.(Volver)
13. El artículo de Florit
está reproducido en los Anales de la Universidad de Chile
(ob. cit., pp. 82-96)(Volver)
14. Cf. Ob. Cit. 362-64.(Volver)
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