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"Macedonio Fernández, Borges y el ultraísmo"
En Número, nº 19, abril-junio 1952
p. 171-183
"I
Aunque nacido en 1874 e integrante de la generación del
900, Macedonio Fernández esperó hasta 1924 (cuando
ya habían muerto o dejado de interesar muchos de sus coetáneos)
para incorporarse al mundo de la letra impresa. Siete años
menor que Roberto J. Payró, del mismo año que Lugones
y unos quince mayor que Güiraldes y Banchs, cuando empezó
a colaborar en las revistas de los jóvenes ultraístas,
pareció un recienvenido como él mismo quiso
llamarse. Al descubrirlo el clan ultraísta realizaba
la ambición de todo grupo revolucionario que se estime: el
hallazgo de un precursor, la veloz invención de una genealogía.
Macedonio Fernández pareció precursor del criollismo,
de la antiretórica (o neoretórica) ultraísta,
del paladeo de la metáfora, de la paradoja metafísica,
con que el grupo se lanzó a la arena literaria aventando
los últimos restos del modernismo y escandalizando a los
burocráticos epígonos. Macedonio resultó un
preservado e intacto testigo de la gesta modernista que en largo
silencio hubiera madurado los elementos para su demolición
total. Mientras Payró y Lugones hacían su obra (o
si se prefieren ejemplos de esta orilla: mientras Rodó y
Julio Herrera y Reissig hacían la suya), él pareció
haber elaborado, en olvidadas casas de pensión bonaerenses,
entre papeles desordenados y una guitarra, envuelto en incontados
sacos de lana, a espaldas de su generación, el instrumento
intelectual y poético con que superarla.
Por atractiva que parezca tal imagen de precursor, no alcanza para
definir la figura entera de este creador singular. Macedonio no
sólo fue precursor del ultraísmo como se creyó
en 1925. Fue (sobre todo) precursor de sí mismo. La
larga gestación serviría para crear, también,
una obra única, una obra que sólo pudo divulgar en
el clima, propicio para él, del ultraísmo. En este
sentido, su callada vigilia, su apasionada ensoñación
de tantos años, dieron paso a este precursor de sí
mismo.
Quizá valga la pena examinar, con algún detalle,
el caso de Macedonio Fernández tal como se ofrece a la perspectiva,
quizá también deformante, de 1952, año de su
muerte.
II
... hablar de precursores es suponer que Dios es todavía
un frangollón de almas y no acierta con la versión
definitiva desde el comienzo...
J. L. BORGES: El idioma de los argentinos (1928)
El nombre de Macedonio Fernández aparece con frecuencia
al pie de trabajos publicados en las dos principales revistas del
ultraísmo: Martín Fierro (1924-1927) que dirigía
Evar Méndez, y Proa (1924-1925) que dirigían
Güiraldes y Borges con Alfredo Brandán Caraffa y Pablo
Rojas Paz. Muchas de estas colaboraciones fueron más tarde
recogidas en su segundo libro, Papeles de Recienvenido (1930).
Pero otras no menos importantes y que lo muestran más directamente
ligado al movimiento del grupo, las que en sus infinitas oscilaciones
registran impecablemente la vida de una generación, yacen
todavía en las páginas en ambas revistas y de allí
será necesario exhumarlas.
La vinculación de Macedonio con el movimiento se manifiesta
de diversas maneras. La más espontánea es ese reconocimiento
de una identidad de propósitos y actitudes, esa cualidad
inequívoca (y por qué no incómoda) de precursor
que los jóvenes se apresuraron a descubrirle. En su número
doble correspondiente a enero 24, 1925, Martín Fierro
recoge bajo este título y epígrafe unas Páginas
olvidadas:
MACEDONIO FERNANDEZ ¿UN PRECURSOR DEL ULTRAISMO?
Hace veinte años época en que se cultivaba
una poesía brillante, ruidosa, elocuente, publicaba
Macedonio Fernández en el "Martín Fierro"
de Alberto Ghiraldo, las composiciones "Tarde" y "Suave
encantamiento". Reproducimos ésta, acaso anticipación
de Borges, González Lanuza, Norah Lange, Francisco Piñero,
nuestros ultraístas.
Verso libre, desdeñoso del ritmo silábico y
la rima, pero grandemente eufónico. Poesía pura,
recóndita, de acento misterioso. Hasta la casi ausencia
de puntuación que caracteriza a los nuevos. Pero, sobre
todo, el amor a la imagen, en el gusto particular de los ultraístas.
He aquí la composición aludida, que se publicó
el 14 de noviembre de 1904 en "Martín Fierro",
y que se cierra con un par de versos admirables, de esos que largo
tiempo hacen soñar.
SUAVE ENCANTAMIENTO
Profundos y plenos
Cual dos graciosas y pequeñas inmensidades
Moran tus ojos en tu rostro
Como dueños;
Y cuando en su fondo
Veo jugar y ascender
La llama de un alma radiosa
Parece que la mañana se incorpora
Luminosa, allá entre mar y cielo,
Sobre la línea que soñando se mece
Entre los dos azules imperios,
La línea en que nuestro corazón se detiene
Para que sus esperanzas la acaricien
Y la bese nuestra mirada;
Cuando nuestro ser contempla
Enjugando sus lágrimas
Y, silenciosamente,
Se abre a todas las brisas de la Vida;
Cuando miramos
Las cenizas de los días que fueron
Flotando en el Pasado
Como en el fondo del camino
El polvo de nuestras peregrinaciones.
Ojos que se abren como las mañanas
Y que cerrándose dejan caer la tarde.
Pero no sólo los jóvenes aparecen preocupados por
mostrar la relación o el parentesco espiritual. Él
mismo se deja seducir por la semejanza de gustos y se explaya a
sus anchas; y colabora con algo más que su firma. Interviene
también en los actos, tan numerosos, con que la nueva generación
ocupa la república literaria y la atención de los
lectores. Es uno de los primeros en explicitar, sin retaceos, la
admiración por Ricardo Güiraldes, que habría
de crear dentro del ultraísmo su popular novela Don Segundo
Sombra (1926). Así se manifiesta en una carta que le
publica la revista Proa en su número 11 (junio de
1925); así se transparenta en uno de sus elaborados Brindis
que le dedicara en ocasión del banquete organizado por la
revista Martín Fierro para festejar el éxito
de Don Segundo; así lo enuncian las palabras que le
dedica incidentalmente en una página de su No toda es
vigilia la de los ojos abiertos (1928), ya muerto el amigo.
También colabora Macedonio con un medido artículo
en el homenaje a Ramón Gómez de la Serna que preparó
la misma revista en 1925, cuando su frustrada visita a Buenos Aires.
De allí es la rotunda afirmación: Es para mí
la figura más fuerte en el arte literario contemporáneo.
Su inventiva, la suma de sus realizaciones, exceden a toda otra
de nuestros tiempos. También supera la proporción
de piezas de perfección en el conjunto de su trabajo a la
de toda otra obra individual del presente. En estas dos devociones
Macedonio no sólo acompañaba a los jóvenes
sino que cooperaba con ellos en la lucha por imponer
valores que el ambiente parecía reacio a aceptar(1).
Esa su adhesión a la política literaria de los jóvenes
ultraístas, por más explicitada o voceada que fuese,
no excluye (es claro) la necesaria distancia con que este hombre
independiente de todo grupo y que supo soslayar el invasor floripondio
y la imaginería modernista, enjuicia los esfuerzos de estos
alborotadores noveles. En una nota de su tan densa lucubración
No toda es vigilia la de los ojos abiertos hay una delicada
burla a la retórica ultraísta, un reconocimiento lúcido
de sus clisés más obvios. Hoy no hay lírica
francesa (dice) sin un "voyage", "bajo otros
cielos extranjeros", "remoto país", y también
se llora por "alas mecánicas", "hélices",
"espirales hendientes", "humo de inmensas capitales",
"puertos delirantes de viajes", "marinos de no estar
en ninguna parte", "músicos de bar en humo
y alcohol y el marino que fuma y duerme". Metáforas
todas, que aunque adjudicadas a la lírica francesa de entonces,
eran lugares poéticos comunes en que naufragaron tantos que
se creyeron poetas. Y en otro texto que cita Ramón
en su excelente estudio Macedonio, con su acostumbrado tono
zumbón, afirma esa relación con los ultraístas
y comunica su verdadera opinión de todo el asunto: Por
culpa de la juventud artística de Buenos Aires, que conocí
hace cuatro años, estoy abismado en un problema de estética.
Me desvalijaron por aquel entonces con tanta prolijidad e inmenso
provecho de mi estética pasatista que hasta
la fecha no he podido recuperar una ignorancia igual... (2).
III
Macedonio Fernández era para él (Borges)
un mito. Entendía todo. Tenía la verdad de todas
las cosas.
ESTELA CANTO, citando una declaración de J. L. B. (1949).
Pero eso no es todo. La vinculación de Macedonio con el
ultraísmo disimula una vinculación más permanente
y fecunda: su influencia sobre Jorge Luis Borges. Algún ultraísta
de la primera hora la simplificó en estos términos:
Borges era (según él) el Platón inconfeso
de Macedonio Fernández (3). Quizá
no sea justa la frase (el adjetivo, tan borgiano, es falso, como
se verá), pero por encima de su torpeza dibuja inmediatamente
una relación ya prestigiada por la historia. Borges fue (en
realidad) el confeso, el voceado Platón de este nuevo Sócrates.
Lo había heredado de su padre, novelista e íntimo
amigo de Macedonio, y con su lenta, persuasiva dialéctica,
lo acercó al círculo ultraísta, lo impuso a
la consideración de los jóvenes, lo convirtió
en autor édito.
Si se rastrean los libros del primer período de Borges (el
que después del criollismo y la ruptura ultraísta
concluye hacia 1930) el nombre de Macedonio aparece mencionado oportunamente.
En su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires (1923),
hay uno titulado La plaza San Martín que tiene esta
dedicatoria: A Macedonio Fernández, espectador apasionado
de Buenos Aires. Estas palabras y aquel poema exhumado por los
redactores de Martín Fierro colocan a Macedonio en
los orígenes mismos de la temática y hasta de
la sensibilidad del Borges ultraísta con su sencilla
mitología porteña: el suburbio, la esquina rosada,
la tarde con sus ponientes, el amor entrañable a la vieja
ciudad patricia.
En su obra de ensayista el mismo Borges confirma esta aproximación.
En algún lugar de Inquisiciones (1925) reconoce la
contribución de Macedonio a la poetización de Buenos
Aires y califica su Recienvenido de genial y soslayado.
En la misma obra hay huellas de la influencia macedónica;
quizá la más reveladora sea una de las Advertencias
con que cierra el libro. Dice allí: "La Nadería
de la Personalidad" y "La Encrucijada de Berkeley"
los dos escritos metafísicos que este volumen incluye
fueron pensados a la vera de claras discusiones con Macedonio Fernández.
Y como los textos que cita en esa nota anticipan, desde temprana
fecha, la intuición metafísica del idealismo borgiano
que habría de madurar en Historia de la Eternidad
(1936) para explicitarse en Nueva Refutación del Tiempo
(1947), las palabras de reconocimiento adquieren un valor más
alto. A esta nueva luz, Macedonio aparece no sólo como precursor
de una modalidad, en sí pasajera, de Borges; aparece también
como el guía de sus meditaciones primeras, como el orientador
de su idealismo solipsista.
No concluyen aquí los testimonios de esta vinculación.
Hacia 1926, en un audaz balance de la literatura argentina que importa
(no la oficial, no la revelada por la infatigable erudición
de Ricardo Rojas) sitúa Borges a Macedonio entre Carriego
y Güiraldes como los tres nombres que ("juzgo sinceramente",
escribe) son infaltables en un rol del primer cuarto del siglo.
(En esa lista heterodoxa aparecen preteridos nadie menos que Groussac,
Lugones, Ingenieros y Enrique Banchs, "gente de una época,
no de una estirpe". Ya se sabe que Borges habría
de rectificar o quizá sea más
justo decir: madurar algunos de esos decretos juveniles.)
(4)
Ante estos testimonios no parecerá extraño, pues,
que al ser entrevistado por Estela Canto en ocasión del 25º
aniversario de la fundación de Martín Fierro,
Borges no vacilara en declarar que, en aquel entonces, Macedonio
tenía, para él, categoría de mito: Entendía
todo. Tenía la verdad de todas las cosas (5).
Desde la perspectiva de 1952 parece claro que Macedonio fue para
Borges lo que, mutatis mutandis, Mallarmé para Paul
Valéry: un Maestro y sobre todo, un ejemplo de pureza literaria.
La comparación no debe rebasar, sin embargo, estas precisiones.
Ya que el argentino, a diferencia del sutil Mallarmé, no
quiso (no supo) ser un chef d'école. Prefirió
la soledad, la obra escrita a contramano y en el anonimato, la publicación
ocasional u obligada y que nada concluye (es frecuente el hábito
de cerrar un artículo con un continuará), la
actitud iconoclasta hasta para consigo mismo. Mallarmé, en
cambio, izó una nueva retórica por caminos no explorados
y, a su manera oblicua, fue más dogmático que el mismísimo
père Hugo o que el calumniado Boileau. Estas diferencias
(si no hubiera otras) bastarían para invalidar cualquier
intento de simetría, de devociones paralelizadas.
Pero tampoco supo Borges reproducir la actitud reverente de Valéry,
la entrega que la propia política literaria francesa facilita.
Una última (o primera) circunstancia hace imposible toda
superposición de actitudes. Borges, como creador, como meditador,
es incomparable con su maestro. (Y en esto quizá se repita
la relación Sócrates-Platón que burlescamente
alguien acuñara.) La aparente escasez de la producción
borgiana, su brevedad, no significan sino una reacción contra
las normas literarias corrientes, en tanto que esas mismas características
en su maestro ocultan una auténtica, una invencible incapacidad
de organizar, de estructurar en forma poética
o analítica, sus creaciones, sus intuiciones (6).
De aquí que la obra de Macedonio sea más importante
por los estímulos que suscita, por la inquietud
que moviliza (y por eso sus constantes solicitaciones a la colaboración
del lector) (7) que por los resultados últimos.
Además, su obra es inseparable del hombre, de su anécdota,
de su leyenda. En tanto que la de Borges subsiste sola y acabada,
casi imposible de retoque, y con una convicción de impersonalidad
(de monstruosa objetividad para algunos) que equivale a obra del
tiempo, no del hombre como si no se pudiera ver también
detrás de tanta ficción pesadillesca, de tanta invención
crítica, de tanta felicidad estilística, un creador
insomne.
No es este el lugar más oportuno para dilatar un paralelo
impertinente. Baste dejar señalado, por ahora, esa vinculación
Macedonio Fernández-Jorge Luis Borges que, al fin y al cabo,
es la que sostiene, invisible, esa otra más publicitada:
Macedonio Fernández-ultraísmo. Al cerrar este capítulo
quizá no sea superfluo invocar también ya que
ha quedado registrado para la posterioridad el testimonio
del propio precursor. En un epígrafe a uno de sus cuentos,
Cirugía psíquica de extirpación, publicado
en 1941, afirma con generosidad: Nací porteño y
en un año muy 1874. Todavía no, pero muy poco después
empecé a ser citado por Jorge Luis Borges, con tan poca timidez
de encomios que por el terrible riesgo a que se expuso con esta
vehemencia comencé a ser yo el autor de lo mejor que él
había producido. Fui un talento de facto, por arrollamiento,
por usurpación de la obra de él. Qué injusticia,
querido Jorge Luis, poeta del "Truco", de
"El general Quiroga va al muere en coche", verdadero maestro
de aquella hora (8).
IV
Macedonio, detrás de un cigarrillo y en tren afable
de semidiós acriollado, sabe inventar entre dos amargos
un mundo y desinflarlo en seguidita...
J. L. BORGES: El tamaño de mi esperanza (1926).
¿Y la obra misma? ¿Y la creación que justificará
(o no) a este hombre? Cabe, por ahora, en cuatro títulos:
No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), Papeles
de Recienvenido (1930), Una novela que comienza (1941),
Continuación de la Nada (1944, publicada como segunda
parte de Papeles). Aunque parezca arriesgado pronunciarse
sobre una cantidad tan limitada de evidencia, la misma naturaleza
fragmentaria de la creación de Macedonio
Fernández autoriza un balance preliminar (9).
La posición filosófica de la que parte y que
es raíz de toda su obra está expuesta con tolerable
claridad en su primer libro, colección heterogénea
de textos vinculados por una idéntica preocupación:
la naturaleza última del Mundo. Unas declaraciones aforísticas
liminares sitúan al lector en el verdadero clima de esta
obra: A cosas de nuestra alma vigilia llama sueños. Pero
hay de ésta también un despertar que la hace ensueño:
la crítica del yo, la Mística. Y más abajo,
agrega: Vigilia, no lo eres todo. Hay lo más despierto
que tú: la mística.
El punto de partida de esta especulación es la existencia
de una única Sensibilidad (con mayúscula, como
le gusta escribir), la misma en que acontece el Ensueño
y la Vigilia. En un pasaje asegura con vehemencia: ... sólo
"es" lo que se siente y sólo se siente en el mundo
lo que tú sientes ahora, y de ese sentir no se puede caer,
no hay ningún reborde del Ser por donde caer a la nada. El
propósito de esta obra (que parece pensada a espaldas de
Kierkegaard y Heidegger) es poner en evidencia y comentar aquellos
momentos de la experiencia cotidiana en que es imposible saber si
algo aconteció en el Ensueño o en la Vigilia (que
llamamos Realidad). Estamos solos en nuestro cuarto en las quietas
horas de la siesta y recostados en un sillón; se abre una
puerta, entra una persona que ejecuta alguna acción (por
ejemplo, revisa furtivamente el ropero) o entra un pájaro
por una ventana abierta; se van. Cuando nos levantamos no podemos
saber si esa persona (ese pájaro) entró en la Vigilia
o en el Ensueño. Macedonio (que expone detenida y repetidamente
el ejemplo) llega a comentar: Y si por un momento dudo si algo
fue sueño, ¿qué importa que después
verifique que no lo es, si ese solo momento de duda es prueba de
que en sí mismo, por nitidez, intensidad, complejidad, variedad,
el ensueño es intrínsecamente el mismo ser, el mismo
estado de la vigilia? Esta convicción, bastante difícil
de comunicar a un realista, lo hacer afirmar luego: ...los estados
de vigilia son, en su mayor porción, más débiles
y menos emocionantes que los del ensueño (que casi siempre
son acompañados de angustias, terrores o alegrías
profundas, en tanto que el cotidiano vivir es en su casi totalidad
lánguido y débil, inimportante)... Y unas páginas
más adelante, corroborará esta visión tan peculiar
del mundo esta confesión de su propia naturaleza, no
de la naturaleza del mundo, con esta pregunta elaborada: ¿Qué
hay en esta vigilia, casi toda hecha de olvidos (muerte brusca del
contenido psíquico reciente), inconciencias (actividades
sin contenido o ingreso psíquico), ensueños (con gestos,
acciones, imágenes y emociones vivaces) y recordar, prever
y combinar imágenes (proyectar), en que nada nos viene actualmente
de afuera, y, en fin, de efectivo estar despierto (cuyo tejido es
el mismo que el del ensueño) que la caracterice? Todo
lo cual si no convence al lector como descripción fidedigna
de la Vigilia (su vigilia) sirve en cambio para describir la vigilia
de este meditador solitario, de este metafísico de vocación
mística.
La doctrina (si cabe llamarla así) desemboca en un solipsismo
de raíz mística, cuya motivación psicológica
inmediata quizá pueda encontrarse en la ausencia de Ella
(Elena Bellamuerte), la compañera que desapareció
en 1917, su esposa, Da. Elena de Obieta. Una página de este
libro muestra al escritor, solo de Ella, sin compañía
de la Compañera, con una ausencia en todas mis horas y con
mi existir cifrado en conocer el misterio del existir, para saber
si "su lado" será otra vez mi cercanía,
y seré a su lado, como la ausencia de Ella, ahora a mi lado
es siempre.
Una existencia tan dedicada al Ensueño, una Vigilia que
deliberadamente se concibe sin los atributos de la conciencia lúcida,
alimentó el gusto por la ficción novelesca, por la
evasión en el Sueño urdido por otro, que le permite
asegurar: ...seguíamos y seguimos leyendo novelas y cuentos
y nos embebecemos en ellas un día entero; son nuestra realidad
intensa de un día. De aquí su declarado interés
por la Estética de la Novela, de aquí sus curiosos
intentos de fabulación que han sido recogidos en Papeles
de Recienvenido y en Una novela que comienza, y que revelan
una sensibilidad excepcional. Con esos textos erráticos,
informes, ilustra Macedonio esa vocación de Ensueño,
ese deseo de amueblar una realidad mediocre y repetida, con que
combate sus ausencias de espectador apasionado de Buenos Aires y
la otra ausencia, la irrecuperable, la de Ella.
V
Macedonio Fernández es un admirable criollo que desde
el pórtico de su escondida estancia es el que más
ha influido en las letras dignas de leerse pues lo que él
encontró es el estilo de lo argentino, fue como el hallazgo
de la arquitectura manuelina para Portugal.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA: Prólogo a Papeles de Recienvenido
(1944).
El humorismo de Macedonio (la única forma de su creación
que ha logrado cierta fama) está enraizado en esa posición
místico-metafísica, se nutre de ella, la confirma.
Ya en No toda es vigilia la de los ojos abiertos (libro que
no aspira a la risa) se encuentra algún pasaje en que ensaya
su humorismo; por ejemplo, aquel en que señala que él
ha monopolizado toda la metafísica de su barrio o aquel otro
en que asegura (invirtiendo deliberadamente las afirmaciones de
todo expositor): Debo declarar que es difícil mi serenidad
ante el problema y deseo que el lector tome con desprestigio mis
asertos de crítica de la causalidad y les exija un extremo
de indubitabilidad.
Tales recursos permitirían afirmar que el mecanismo humorístico
de Macedonio consiste en la inversión incondicional de términos
(procedimiento que, según Borges ha indicado,
no despreciaron ni Quevedo ni Bernard Shaw) (10).
Pero esto sería simplificar demasiado un recurso que Macedonio
ha perfeccionado con delicadeza y constancia. Si se examinan detenidamente
sus textos humorísticos se advierte que la inversión
no es sino una de las formas en que se expresa una actitud esencial:
El Chiste nace del Absurdo creído y se alimenta de la continuidad
en el mismo Absurdo. Su finalidad es, según él mismo
ha escrito, provocar un caos mental momentáneo en otro.
El fundamento psicológico está expresado en estos
términos: ¿Cuál es el efecto conciencial,
para nosotros genuinamente artístico, que produce el humorismo
conceptual? Que el Absurdo, o milagro de irracionalidad, creído
por un momento, libere al espíritu del hombre, por un instante,
de la dogmática abrumadora de una ley universal de la racionalidad.
Asoma aquí la misma pasión negadora que se alzaba
contra la Realidad legislada o Vigilia, contra la ley de Causalidad,
en su libro de especulación metafísica.
No es difícil encontrar ejemplos prácticos de la
aplicación de este principio en su obra y particularmente
en Papeles de Recienvenido. Quizá la muestra más
memorable sea aquel diálogo sobre la faltancia que
se inicia:
A.- Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más
no cabe.
B.- ¿Y cuál fue el que faltó último?
A.- Recuerdo que faltaron en parejas el que faltó último
y el que faltó más.
Toda una especulación teórica subyace a estos ejercicios.
En un trabajo titulado Para una teoría de la Humorística
y con acopio de citas de Lipps, Bergson y Freud, expuso Macedonio
una posición original que cabe sintetizar con esta fórmula
suya: Lo cómico es: 1) emoción, 2) placentera,
3) inesperada, 4) nacida: a) de percepción súbita
de un trámite o acto cualquiera sin daño de impulso
hedonístico, no el malvado pero sí el enteramente
egoístico sin maldad que se equivoca por prudencia excesiva
o ilusión imposible; b) o de la creencia súbita en
un absurdo. Y unas líneas más abajo, señaló
su preferencia por esta última forma diciendo: ...sólo
hay Belarte de Ilógica o Humorismo en el caso del chiste
conceptual, o sea de absurdo mental creído;
lo demás es risa de los sucesos, mera comicidad. (11)
Pero estas palabras, estas fórmulas, estos ejemplos aludidos
sólo configuran lo que podría llamarse la vertiente
metafísica de su humorismo. Hay otra, no menos importante.
La vertiente del criollismo.
Instalado en su Buenos Aires, atento a sus costumbres y usos, registrador
de las variaciones que a su textura patricia aportaban los aluviones
inmigratorios, censor del idioma y de la mitología que la
propia ciudad iba creando, Macedonio pudo recoger aquellos rasgos
permanentes, aquellas constantes del alma porteña y pudo
fijarlas en sus páginas bajo la máscara del criollismo.
La haraganería y el desorden, el rodeo y las disculpas, el
gusto por farolear y la novelería de lo superficial, las
instituciones nacionales (a saber: la siesta, los brindis, las inauguraciones
de monumentos, los latosos de esquina que sujetan a sus víctimas
por las solapas), la cachada y la viveza, la retórica que
contaminara hasta las acciones más triviales del ciudadano,
todos esos rasgos, en fin, con los que podría configurarse
un tratado del porteño, y que él en vez de sistematizar
prefirió recoger, con sus infinitas variantes, con sus improvisaciones
a veces geniales, en páginas breves y desiguales, de ingenio
chispeante y permanente don verbal. Macedonio descubrió una
mitología que después de explotada por los ultraístas
habría de caer en manos venales, para convertirse, hoy, en
pieza de museo popular, irreconocible y desfigurada por las involuntarias
parodias. ¿Qué habrá pensado de esa profusión
de revistas semanales que abarataron sus observaciones y que en
definitiva sólo consiguen fomentar la guaranguería
que parecen censurar? Probablemente nada; probablemente habrá
pasado de largo sin verlas. Al fin y a cabo, ellas pertenecen a
un Buenos Aires que él no reconocería, a un mundo
que hacía mucho había dejado de ser suyo.
VI
Un raro que se salteó Darío lo definió
alguien cierta vez. Y es ya bastante decir. En una literatura
como la rioplatense que inevitablemente tiende a la retórica
y al manual, a la incipiente y ya mohosa Academia, al fatigoso rumiar
de autoridades y de clásicos criollos anotados, una postura
literaria como la de Macedonio sólo merecía ese calificativo:
raro. Y sin embargo, tras esa auténtica nonchalance,
ese desdén publicitario, esa pasión iconoclasta, se
esconde la única actitud literaria posible. Cuando Macedonio
niega la literatura oficial, lo que hace es dar todo su apoyo a
la Literatura. En realidad, lo que hace es ir a buscar la Literatura
donde la habían dejado arrumbada los epígonos de su
generación modernista: en el Ensueño auténtico,
vivido por sí mismo, no por procuración versallesca
u oriental; en la esencia de un Buenos Aires que se esconde bajo
los avances del otro modernismo, el del progreso a lo Chicago. Como
todo intento radical, éste de Macedonio padece de desproporción
y acaba por engendrar una retórica: la del antiretoricismo.
Después de 1930, Macedonio parece no advertir que ya se han
desvanecido completamente los prestigios del Modernismo; parece
no advertir que entonces era el momento de la creación en
los nuevos moldes, el esfuerzo por la disciplina fecunda, y sigue
atado, hasta este 1952 de su muerte, al instrumento de demolición,
ya anacrónico, sigue creando su obra informe, monstruosa,
desmedida y por qué no repetirlo única
en las letras rioplatenses."
1 El Brindis dedicado a Ricardo Güiraldes
fue publicado en Martín Fierro (2ª. época,
año III, Nº 36, Buenos Aires, diciembre 12, 1926); el
artículo sobre Ramón, en la misma revista (2ª.
época, año II, Nº 19, julio 18, 1925). No han
sido recogidos aún en volumen. Volver
2 La primera versión del estudio de Ramón
sobre Macedonio Fernández se publicó en la revista
Sur (año VII, Nº 28, Buenos Aires, enero de 1937).
Una segunda, ampliada, fue recogida por los Retratos Contemporáneos
de su autor (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1941). La
tercera, aumentada, sirvió de prólogo a la reedición
de Papeles de Recienvenido (Buenos Aires, Editorial Losada,
1944). Volver
3 La frase es de Pedro Juan Vignale. La cita Ulises
Petit de Murat en Jorge Luis Borges y la revolución literaria
de Martín Fierro (Correo Literario, Buenos Aires,
enero 15, 1944). Volver
4 Este balance de literatura argentina está
publicado, bajo el título de El tamaño de mi esperanza,
en el volumen homónimo (Buenos Aires, Editorial Proa, 1926).
Volver
5 La entrevista fue publicada, con el horrible título
de: Güiraldes fue la cantárida de Florida, afirma
Mastronardi, en Nueva Gaceta (Buenos Aires, noviembre
7, 1949). Sobre la tumba de Macedonio, pronunció Borges un
hermoso discurso en que exaltaba su figura y reconocía su
deuda: Yo por aquellos años lo imité, hasta la
transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía:
Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo
precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores
de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon
hubiera sido una negligencia increíble. (Cf. Sur,
Nº 209-10, Buenos Aires, marzo-abril 1952.)
Volver
6 Es frecuente encontrar en los escritos de Macedonio
Fernández la confesión de esa incapacidad de organización.
En No toda es vigilia asegura: Publico un borrador
;
en Papeles advierte al lector: Déjeseme prometer
para algún día el trabajo coherente y sistemático
sobre Comicidad, Chiste y Humorismo. El material y la doctrina casi
están; faltan la disciplina y el orden, virtudes a veces
útiles e importantes y que la economía mental del
lector estima altamente. Hay más ejemplos, pero estos
bastan. Volver
7 Son frecuentes, también, esas solicitaciones.
Copio una, de Papeles: Las omisiones y languideces son fiadoras
de que yo descanso sabiendo con qué lector trabajo: uno de
los raros lectores que por estas abstrusas páginas andarán.
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8 El cuento ha sido publicado en la revista Sur
(año X, Nº 84, Buenos Aires, setiembre, 1941). No ha
sido aún recogido en volumen. Volver
9 Macedonio (se asegura) ha dejado numerosa obra
inédita; algunos cálculos hacen llegar la cifra a
mil páginas. La publicación de esos inéditos
permitirá, seguramente, una visión más precisa
del autor. Sobre su metafísica ha escrito un trabajo, incoherente,
Raúl Scalabrini Ortiz: Macedonio Fernández, nuestro
primer metafísico (Nosotros, año XXIII,
Nº 228, Buenos Aires, mayo 1928). Volver
10 La referencia se encuentra en Historia de la
Eternidad (Buenos Aires, Viau y Zona, 1936, p. 117).
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11 Este trabajo de Macedonio Fernández, publicado
originariamente en la Revista de Indias, ha sido incorporado
a la 2ª. edición de Papeles de Recienvenido. Volver
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