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Inmortalidad de G. B. S.
En: Número, nº 10-11, setiembre-diciembre 1950
p. 581-593
I
"La muerte de George Bernard Shaw -el ingreso de G. B. S.
en la posteridad- ha desencadenado en la prensa inglesa un flujo
de obituarios, resúmenes y definiciones que, en muchos
casos, y como alguien señaló agudamente, tienen
el inconfundible aspecto de recalentados, habiendo estado
tanto tiempo, en el cajón de necrológicas. La muerte
(y la apoteosis) de Shaw se venía esperando de un momento
a otro. Y no me refiero sólo a estos dos meses de calculado
suspenso con que el azar quiso dramatizar sus últimos días.
Cada nuevo aniversario decretaba, pese a una premeditada jovialidad,
el mismo tono de recordación póstuma. Y mientras
tanto acrecía el número de volúmenes que
sus allegados, material y espiritualmente, publicaban cada año.
Después del G. B. S. 90 (1946), volumen colectivo
editado por el ambicioso S. Winsten, después de una espléndida
colección de fotografías: Bernard Shaw through
the Camera, después de la biografía anecdótica
de Hesketh Pearson o de las reminiscencias autobiográficas
contenidas en sus excelentes Sixteen Self Sketches (1949),
poco podía quedar para el comentario, inevitablemente superficial,
de la crónica. Y, sin embargo, ese poco bastaba para preservar
el hechizo de una figura que el escándalo y la veneración,
la polémica y el incienso, habían moldeado hasta
convertirla en mito de las letras contemporáneas. Y que,
quizá por esa misma prejuiciada devoción y prejuiciada
devoción y prejuiciado ataque, permanecía indefinible,
escapando al encasillamiento, al mármol.
Al recorrer algunos de los artículos dedicados a Shaw
en la prensa británica de más jerarquía,
se tropieza, ante todo, con esa dificultad de abarcar, en un solo
enfoque, la pluralidad de este hombre. Uno de ellos admite: "Cuando
lo hemos considerado como dramaturgo, socialista, filósofo,
panfletario, orador, concejal, vegetariano, antiviviseccionista
y todo lo demás, apenas si hemos rozado los bordes de tan
espléndido tema. G. B. S. era tan grande que todos tenemos
nuestros particulares Shaws. (1)" El primer riesgo que
se corre, en efecto, es no poder alcanzar de golpe su magnitud,
su estatura; especializar -en el análisis- a un hombre
que se caracterizó por su denuncia de toda especialización.
Esta dificultad ha llevado a muchos a glosar únicamente
su personalidad, en tanto que otros intentaban precisar la proyección
de su dramaturgia o los límites de su filosofía.
También, con visión microscópica, algunos
han delineado sólo su aporte a alguna institución
tran fundamental en la sociedad inglesa como las cartas el editor
de The Times (2).
Quizá no sea superfluo intentar una conciliación
panorámica de estas distintas versiones de un solo tema.
En algo parecen coincidir casi todos: con Bernard Shaw desaparece
un formidable testigo de nuestra época (si no: el testigo).
"Raras veces", escribe H. N. Brailsford, "un
escritor ha encarnado tan perfectamente su tiempo. Voltaire, a
quien se parecía Shaw por su ingenio y su sentido común
y su poco común humanidad, fue otro dramaturgo que resumió
una era ". (La mención -trivial, por inevitable-
del escritor francés no puede disimular que, pese a todas
las transformaciones de la segunda mitad del siglo XVIII, el mundo
concebido por Voltaire no se deshizo en pedazos ante sus ojos,
como le sucedió a Shaw. Y este solo desnudo hecho marca
una diferencia profunda entre la naturaleza y límites de
sus respectivos testimonios.) El mismo crítico enfatiza
esta situación de preeminencia recordando (con peculiar
fraseología) que cuando Shaw empezaba a balbucear, Carlyle
estaba perorando; Darwin aniquilaba la arrogancia de nuestra especie
mientras él asistía a los cursos en una escuela
metodista; El Capital de Marx y las piezas de Ibsen reventaron
en su camino antes de que cumpliera los treinta; y luego vinieron
Frazer y Freud. La increíble revolución de Lenin,
sus secuelas fascistas y el estallido de la bomba atómica
enmarcaron sus experiencias históricas, mientras que en
el mundo de la música (tan significativo para él
como el de la palabra) los esplendores y las afirmaciones de su
favorito Wagner cedieron el paso a las sutilezas y los experimentos
de Schönberg y Hindemith (3). Ese panorama velozmente evocado
-y que abarca casi un siglo de lúcido escrutinio- podría
completarse y enriquecerse con otros nombres y circunstancias,
de omisión imposible. (El propio Shaw ha insistido particularmente
en tres autores: Samuel Butler, Sidney Webb y Henri Bergson.)
Pero los apuntados sugieren sintéticamente aquellos hitos
fundamentales para Shaw, el background ideológico
contra el que se proyecta su figura, los nombres que combatió
o apoyó con igual ardor, con indeclinable vigor polémico.
De este combate secular se desprendió una figura legendaria,
un personaje: G. B. S., cuya inmortalidad caricaturesca
era visible a través de la envoltura carnal. El mismo Shaw
ha expresado esta dualidad al señalar que G. B. S. es
una de mis más exitosas ficciones; aunque agrega luego:
se está volviendo un poco pesada, creo (4).
Esa ficción, creada con fines demagógicos, llegó
a suplantarlo tan absolutamente ante quienes sólo lo conocían
por sus declaraciones a la prensa y no por el comercio con su
obra, que se vio obligado a reaccionar previniendo a sus fieles:
"Now it may be that a pen portrait of an
imaginary monster with my name attached to it may already have
taken possession of your own mind through your inevitable daily
contact with the newspaper press. If so, please class it with
the unicorn and the dragon, the jabberwock and the bandersnatch,
as a creature perhaps amusing but certainly entirely fabulous
(5)."
Muchos de sus amigos se han lanzado ahora a su rescate póstumo,
tratando de develar públicamente el alma que se escondía
debajo de tan aterradora y elemental mascarilla. Brailsford sospecha
que el verdadero Shaw, era uno de los hombres más modestos
y ("según mi experiencia personal") uno
de los más generosos. En el mismo sentido se expresa St.
John Ervine, que llega a transcribir una carta que Shaw dirigera
a un músico necesitado, ofreciéndole su apoyo económico
en los términos más delicados (6). La clave de esta
aparente dualidad debe buscarse, sin duda, en la timidez de Shaw.
El mismo Ervine recuerda haberlo visto entrar en un cuarto que
creía vacío y ruborizarse ("como una muchacha
") al toparse con varias personas dentro. Para superar esa
radical timidez, y como tantos otros, Shaw se construyó
un personaje de inhumano autodominio (son sus propias palabras),
capaz de sazonar el funeral de su madre con excelentes bromas,
capaz de imponerse a cualquier asamblea. Nada más elocuente
al respecto que la página en que cuenta How I became
a public speaker:
"When I went with Lecky to the Zetetical
meeting [en el invierno de 1879], I had never spoken in
public. I knew nothing about public meetings or their order. I
had an air of impudence, but was really an arrant coward, nervous
and self-conscious to a heartbreaking degree. Yet I could not
hold my tongue. I started up and said something, in the debate,
and then, feeling that I had made a fool of myself, as in fact
I had, I was so ashamed that I wowed I would join the Society;
go every week; speak in every debate; and become a speaker or
perish in the attempt. I carried out this resolution. I suffered
agonies that no one suspected. During the speech of the debater
I resolved to follow, my heart used to beat as painfully as a
recruit's going under fire for the first time. I could not use
notes: when I looked at the paper in my hand I could not collect
myself enough to decipher a word. And of the four or five points
that were my pretext for this ghastly practice I invariably forgot
the best (7)."
Con el tiempo, llegó a ser una especie de matón
intelectual (sin las desdichadas connotaciones que el término
suele implicar en el Río de la Plata) y más de una
vez amenazó barrer el suelo con sus potenciales contrincantes.
Pero nunca puso nada personal en sus ataques, y la precisión
y dureza de sus palabras iban dirigidas siempre a la doctrina
no al hombre. Esta misma relación impersonal se manifestaba
en el trato con sus amigos. Uno de ellos cuenta ahora que Shaw
no vacilaba en divulgar alguna confidencia si merecía la
pena de festejarse. No había malicia en su actitud; "sencillamente,
no podía comprender, por qué alguien era capaz de
resentirse por una divertida revelación. Su franqueza era
casi aterradora; pero era franco porque creía que era mejor
decir a la gente la verdad que envolverlos en largas y oscuras
evasivas" (8).
Con la misma franqueza, con el mismo implícito pudor,
supo referirse a su vida sexual, en las distintas oportunidades
en que fue requerido. Dos de estos textos merecen especial recuerdo.
Uno, está dirigido a contestar una encuesta de The Candid
Friend, efímera revista de comienzos del siglo. Allí
asegura:
"I have an imagination. Ever since I
can remember, I have only had to shut my eyes to be and do whatever
I pleased. What are your trumpery Beaumond Street luxuries to
me. George Bernard Sardanapalus? I exhausted romantic daydreaming
before I was ten years. Old. Your popular novelists are now writing
the stories I told to myself (and sometimes to others) before
I replaced muy first set of teeth.
Some day I will worry to found a genuine psychology
of fiction by writing down the history of my imagined life : duels,
battles, loive affairs qith queens and all. The difficulty is
that so much of it is too crudely erotic bo be printable by an
author of any delicacy (9) ".
El otro, más explícito, está dirigido a
prevenir todo romance, toda pornografía, en el libro que
Frank Harris le dedicata (1930). Entre otras cosas, declara:
"The sex relations is not a personal relation.
I can be irresistibly desired and rapturously consummated between
persons who could not endure one another for a day in any other
relation. If I were to tell you every such adventure I have enjoyed
you would be none the wiser as the short of man I am. You would
know only what you already know: that I am a human being. If you
have any doubts as to many normal virility, dismiss them from
your mind. I was not impotent; I was not sterile; I was not homosexual;
and I was extremely susceptible, though not promiscuously (10).
"
Y más adelante, después de afirmar que conservó
su virginidad hasta los 29 años gracias a su imaginación,
y que a partir de esa edad y hasta su casamiento a los 43 mantuvo
relaciones con distintas damas, concluye su personal enfoque de
la cuestión:
"I was never duped by sex as a basis for permanent
relations, nor dreamt of marriage in connection with it. I put
everything else before it, and never refused or broke an engagement
to speak on Socialism to pass a gallant evening. I valued sexual
experience because of its power of producing a celestial flood
of emotion and exaltation which, however momentary, gave me a
sample of the exstasy that may one day be the normal condition
of conscious intellectual activity (11)."
Esa cualidad de pureza, esa limitación sensual, implicaba
(es claro) una inconsciente intolerancia. Y muchos de los que
fueron sus mejores amigos llegaron a no poder soportarlo; a odiarlo
incluso. Ninguno como H. G. Wells que dejó preparada, como
bomba de tiempo, una demoledora noticia necrológica que
algún diario tuvo el mal gusto de publicar el día
siguiente del fallecimiento de Shaw. Esa venganza póstuma,
cuando la muerte los había nivelado en la misma impotencia
dialéctica, ese afán de quedarse con la última
palabra, sólo ha dañado a Wells, iluminando brutalmente
su mezquindad, frente a la generosidad casi impersonal de Shaw
(12).
Otra cualidad del hombre que las noticias no olvidaron destacar
fue la extraordinaria, la irresistible vitalidad. El editor de
The New Statesman and Nation ha aportado un recuerdo personal
que vale la pensa transcribir. En 1942, cuando la situación
de Inglaterra era muy dura, recibió una carta de Shaw que
enfrentaba, con adecuada perspectiva, la crisis. Decía
allí :
"An editor must never let the news upset him...
To him the collapse of the British Commonwealth in the Far East
must be as much in the day's work as the collapse of the Spanish
Empire in South America or Gibbon's Decline and Fall...
We shall not be consulted, and can only look at the antics of
Homo Insapiens, and keep up a running commentary on them... To
the born editor news is great fun, even as the capsizing of a
boat in Sidney Harbour is great fun for the sharks... I have advised
the nations to adopt Communism, and have carefully explained how
to do it without cutting one another's throats. But if they prefer
to do it by cutting one antother throats, I am no less a Communist.
Comunism will be good even for Yahoos... Clifford Sharp let himself
be rattled by the sinking of the Lusitanis which did not matter
a damn beyond bringing in America on our side. Hong Kong and the
rest are more serious ; but ther are not the end of the world.
So again, steady, boys, steady, to fight and be conquered again
and again (13). "
II
Sólo por simplificación pedagógica parece
adecuado separar en este caso la personalidad de la obra. Aunque
quizá sea inevitable, ya que muchos de sus críticos
no superaron la etapa -a veces tolerable- de la reminiscencia
personal. Otros, felizmente, atacaron sin vacilación el
tema fundamental, preguntándose qué quedará
de su obra. O más precisamente: "Hacia fines de
este siglo ¿Widowers' Houses y Mrs. Warren's Profession
parecerán tan increíbles y anticuadas como El jardín
de los cerezos parece hoy a los rusos?" Esquivando la
respuesta, un crítico prefiere afirmar que la filosofía
expuesta por Shaw en Man and Superman y en Back to Methuselah
seguirá siendo considerada esencial (14). Otro crítico
no vacila en reconocerle, desde ya, un lugar entre los tres o
cuatro mayores dramaturgos británicos, junto a Marlowe,
Jonson y Driden -salteándose, es claro, a Shakespeare,
cuya sombra obsesionó a Shaw-; y señalando, de paso,
que sus mayores contribuciones al teatro contemporáneo
fueron las de decir al público finisecular no lo que esperaba
sino lo que él realmente creía, y la de trasladar
el acento sobre la discusión, soslayando o ridiculizando
las intrigas más o menos eróticas. Shaw demostró
que "la religión, los negocios, la historia, la
biología, la filosofía, el arte y toda relación
humana no libidinosa, son también interesantes y, en manos
de un gran artífice, pueden ser excitantes " (15).
En el mismo sentido se ha expresado el editorial del Times
Literary Supplement, al concentrar particularmente la atención
sovbre la eficacia de su prosa y al concluir que "no sólo
sus piezas sino sus prefacios y panfletos estaban concebidos con
poder dramático y artesanía escénica. Convertían
la sociología en algo tan fascinante como una novela, y
si esto no es una extensión del arte de escribir ¿qué
es entonces? Encontró muerto al teatro victoriano, y lo
animó, no con la introducción de una nueva técnica
sino usando la vieja para dar a las ideas, no a las personas,
el fragor del drama ". De aquí deriva el crítico
un elogio de su estilo, suficientemente explicitado por una cita
del propio Shaw:
"Effectiveness of assertion is the
alpha and omega of style. He who has nothing to assert has no
style and can have none; he who has something to assert will go
as far in power of style as its momentousness and his conviction
will carry him. Disprove his assertion after it is made, yet its
style remains... All the assertions get disproved sooner or later;
and so we find the world full of a magnificent débris of
artistic fossils, with the matter-of-fact credibility clean gone
out of them, but the form still splendid. And that is why the
old masters play the deuce with oyur mere susceptibility (16)."
Creo que aquí se pone el dedo en la llaga. Porque lo que
importa determinar no es qué parte de la obra de Shaw permanenecerá
viva, sino qué tipo de vitalidad -o mejor: de viabilidad-
conservará. Parece ocioso (aunque provocativo) tratar de
anticipar la predilección del futuro por una determinada
escena de Pygmalion o por algunos de los ensayos en Our
Theatres in the Nineties. En cambio, parece más pertinente
la cuestión de si la parte más vital de la obra
de Shaw es su estructura ideológica o su artesanía
dramática. O dicho en su lenguaje: las aseveraciones o
el estilo.
No es infrecuente encontrar en libros de estos últimos
años una valoración del teatro de Shaw bajo el rótulo
de teatro de ideas, o (peor) piezas coloquiales. Y uno de los
cargos que algunos devotos han tratado de despejar es el de la
inanidad de la acción de sus obras.
Para combatir ese prejuicio, Joad ha señalado que el defecto
del teatro shaviana no es carecer de acción; es que ésta
es irelevante y nada tiene que ver con el asunto mismo de la pieza
(17). Para Bentley, la acción resulta innecesaria, dado
el punto de vista, tan peculiar, del dramaturgo. Para probar su
aserto intenta sintetizar el elusivo pensamiento de Shaw en estas
palabras: "En el drama de moral preestablecida no hay
problemas morales de ninguna especie. De aquí la necesidad
de mucha acción externa. Debemos ver al héroe en
diversas situaciones enfrentando a lo justo y a lo injusto. Debe
ser probado por el fuego y por el agua. Tal es la naturaleza de
lo que Shaw llama the tomfooleries called action o, más
explícitamente, vulgar attachemebnts, rapacities, generosities,
resentments, ambitions, misunderstandings, oddities, and so forth.
(18) Desde el momento en que el problema moral es de sinceridad
y conciencia y no meramente una prueba del poder que cada uno
tiene de vivir de acuerdo a las leyes morales, los sucesos externos
se vuelven superfluos y por tanto vulgares. Shaw denuncia crimes,
fights, big legacies, fires, shhipwrecks, battles, and thunderbolts
como mistakes in a play, even when they can be effectively
simulated (19)." En forma coincidente se expresa ahora
James Birdie al recordar que mientras Ibsen (el maestro) se vio
obligado a condescender a bastardos artificios para mantener la
atención del espectador, Shaw la obtuvo con el hechizo
de su dialéctica (20).
Desentendiéndose del aspecto teórico de la discusión,
Bernard Shaw mismo había puntualizado en 1919 su posición,
en una frase de una carta al profesor irlandés O'Bolger.
En un estallido de calculafa cólera inquiere allí:
"But would anyone but a buffleheaded idiot
of a university professor, half crazy with correcting examination
papers, infer that all my plays were written as economic essays,
and not as plays of life, character and human destiny like those
of Shakespear or Euripides ? (21)"
Lo que devuelve la discusión al terreno de qué
entendía Shaw por vida, carácter y destino humano;
vale decir: al terreno ideológico. Uno de sus numerosos
discípulos espontáneos, no ha vacilado en escribir
un libro entero para resumir la (para él) cosmovisión
de Shaw, señalando al mismo tiempo su abandono de las ideas
del maestro. La conclusión a la que arriba es que Shaw
sufrió, hacia la primera década de este siglo, una
crisis en sus ideales que transformó su creencia profunda
en la Fuerza vital y en el progreso democrático en un nihlismo
cuidadosamente preservado en las mallas de una agudeza dialéctica
formidable (22). De aquí derivarían las contradicciones
de su filosofía, el ablandamiento de su inventiva, el indiscriminado
apoyo a los dictadores. De manera en cierto modo concordante -aunque
quizá más radical- se expresa Desmond MacCarthy:
"El Shaw que yo admiraba, y cuyas obras arrojaron para
mí tanta luz sobre la existencia, murió hace una
buena punta de años. Después de Saint Joan (1928),
aunque sus obras continuaban mostrando aquí y allá
su sorprendente penetración y originalidad, ninguna fue
realmente buena; en tanto que en las cuestiones más esenciales
me pareció equivocado, y a menudo en plena contradicción
con sus primitiva personalidad (23). "
Contra este enfoque negativo de su filosofía y de su obra
se alza la opinión de los que, como Birdie, aseguran que
"no podía destruir la esperanza. Aún en
sus obras más pesimistas (Geneva y Too True
to be Good) resolvía en risas su fantástico día
del juicio final" (24). Por su parte, el propio Shaw,
en unas páginas tituladas: What is my religious faith?,
después de resumir brevemente su cosmovisión,
había concluido con una nota optimista:
"Creative evolution can replace us;
but meanwhile we must work for our survival and development as
if we were Creation's last word. Defeatism is the wretchedes of
policies (25) "
Si a estas visiones contradictorias de una misma obra -las que,
de algún modo, encuentran apoyo en su vastedad y en su
inevitable metamorfosis- se agregan las que tienen asidero, no
en las obras mayores de Shaw, sino en sus repentinas declaraciones
a la prensa, en sus escandlosas adhesiones a Italia cuando invadió
Abisinia, a Hitler cuando puso en marcha su culto del Superhombre,
a Stalin cada vez que se ha enfrentado a las democracias capitalistas;
entonces parece más que difícil, imposible, intentar
extraer una sola imagen coherente. Enfrentados a esta alternativa
algunos no han vacilado en declarar (como el citado Desmond MacCarthy)
que su doctrina política en los últimos tiempos
era "veneno moral", en tanto que otros han señalado
la deliberada contradicción entfe la generosidad de su
actitud en la vida privada y la frialdad, casi podría decirse
la inhumanidad, de sus juicios públicos. Y por eso, concluye
uno de estos críticos: "Su aceptación carlyleana
de la fuerza y su determinismo marxista torcieron su juicio (26)
"
Es difícil no pensar que habíamucha exageración
en las declaraciones de su ancianidad, y una cierta patética
negativa a reconocer que el mundo ha cambiado y que a Stalin no
se le podía vencer con dialéctica, y (es claro)
alguna coquetería en sostener nuevas causas impopulares
desde el momento que las antiguas (el socialismo, un feminismo
asentimental) se habían vuelto por la fuerza del tiempo
en lugares comunes. Pero esto significa un nuevo punto de partida.
III
Quizá el único enfoque que estuvo casi unánimemente
ausente fue el estrictamente actual, el que pretendiera precisar
el mensaje de Shaw a la luz de nuestra experiencia presente. El
libro de Joad podría considerarse un esfuerzo en ese sentido;
pero su valor se limita a dar testimonio (bastante trivial) de
una generación anterior a la nuestra. Es evidente que la
obra de Shaw describe y condena un mundo ya muerto, y por eso
mismo parece tan remota como la de Voltaire; un mundo en que el
razonamiento dialéctico es omnipotente y el hombre es,
principalmente, un homo sapiens. Pero como lo puntualizó
con sumo respeto Aldous Huxley en una nota para su nonagésimo
aniversario, "homo, after all, is sapiens as well as amans,
credens and bellicous" (27). Y al haber prescindido Shaw
casi totalmente de esas otras máscaras del hombre, su obra
fue rápidamente superada por el Tiempo. En este sentido,
quizá las más sensatas palabras fueron las expresadas
por el Times en su obituario:
"Como hombre de ideas Shaw tuvo los
defectos de su cualidad. Era propenso a ignorar o subestimar el
lado instintivo de la naturaleza humana y a dejar fuera de consideración
todas las cosas inexplicables que integran tantonuestra naturaleza
verdadera como las quepodemos explicar. Losimpulsos más
poderosos, incapaces de ser explicados en términos lúcidos,
trabajando sin visibles medios de subsistencia en procura de fines
heroicos o malignos, despitsaban su dialéctica. Podía
liquidarlos sólo como nuevas manfiestaciones de la estupidez
humana y podía creer, cuanto fuera posible, que era demasiado
poco razonable para ser verdad. Un hombre perverso solicitaba
casi tanto la credulidad de Shaw como un buen hombre. Este defecto
de comprensión humana lo condujo a suponer que la batalla
nunca se desarrollaba entre la virtud y el vicio o entre el deber
y la inclinación, sino siempre entre la estudpiez y la
inteligencia (28)"
La importancia secundaria que en sus obras concedió Shaw
a los asuntos eróticos pudo significar hacia fines de siglo
una generosa reacción contra la bastarda descendencia romántica.
Pero, al mismo tiempo significó, por su exageración,
por su unilateralidad, una irreparable pérdida. Esto resulta
evidentísimo si se compara su obra con la de algún
coetáneo como André Gide. Pese a todo el lastre
decadente (o el buen sentido: simbolista) que puede arrastrar
su exploración en las profundidades de la sensualidad y
del estilo o su morbosa necesidad de registrar las infinitesimales
variaciones del yo, la hazaña de Gide resulta indiscutiblemente
más de este tiempo; vale decir, más viva.
Reconocer estas limitaciones no significa negar que la sombra
de Shaw se proyecte, largamente, sobre nuestro escenario cultural.
Y si se tiene presente que su teatro fundió el drama y
la comedia con la economía política, la ciencia
y algunos problemas estéticos o técnicos, no resultará
difícil comprender que, de algún modo, el teatro
de Sartre y de Camus, las novelas de Malraux y de Koestler, los
ensayos y las sátiras de George Orwell, están recogiendo
gran parte de la herencia de Shaw. Lo que no significa, indudablemente,
que conserven su ideario o repitan sus consignas. Por el contrario,
en la obra de todos los citados es cruelmente visible su desconfianza
y su denuncia del homo sapiens, y la necesidad agónica
de fundar sobre otras bases, menos racionales pero no menos lúcidas,
un nuevo humanismo.
Hace ya muchos años que Bernard Shaw pertenecía
a la posteridad. Afirmar esto no implica faltar a su memoria por
comezón de lo nuevo. Significa apenas establecer un hecho,
tan visible que hasta él mismo lo reconocía, como
se puede deducir de una de sus últimas declaraciones. No
vacilo en reproducirla, pese a su abundante difusión, porque
me parece las más adecuada para cerrar con su inagotable
humor y su conciencia de larealidad esta reseña.
Algunos empresarios neoyorkinos quisieron filmar una película
de diez o quince minutos en que Shaw se despidiera de la humanidad.
El maestro contestó: "Completamente imposible ahora.
El Bernard Shaw que ustedes conciben está muerto y no puede
ser resucitado por un espectro anciano, exactamente igual a cualquier
otro viejo chocho con una barba blanca, pitando y croando por
el micrófono" (29).
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL
Cambridge, noviembre de 1950.
1. Our Private Shaws, en The New Statesman
and Nation, London, noviembre 11, 1950, p. 415.
2. Shaw to the Editor, en The Times, London, noviembre
4 de 1950.
3. G. B. S., en The Statesman and Nation, London, noviembre
11, 1950, pp. 421-22.
4. Sixteen Self Sketches, London, Constable and Co., 1949,
p. 54.
5. En la actualidad, es posible que un retrato a pluma de un
monstruo imaginario, con mi nombre adjunto, haya tomado posesión
de vuestro entendimiento a través del inevitable contacto
diario con la prensa. Si es así, clasificadlo, junto con
el unicornio y el dragón, el Jabberwock y el Bandersnatch,
como una criatura divertida aunque de seguro enteramente fabulosa.
(Citado por Eric Bentley, The Modern Theatre. London,
Robert Hale, 1948, p. 92.)
6. Bernard Shaw, en The Spectator, London, noviembre 10,
1950, pp. 454-55.
7. Cuando fui con Lecky al mitín cetético (en
el invierno de 1879) yo no había hablado nunca en público.
Nada sabía acerca de mitines públicos o de sus reglas.
Tyenía un aire desfachatado, pero en realidad era un maldito
cobarde, nervioso y afetcado en un grado lamentable. No pude,
empero,contener mi lengua. Salté y dije algo en el debate,
y luego, sintiendo que había hecho el papel del tonto,
como en efecto lo había hecho,quedé tan avergonzado
que hubiera querido ingresar a la Sociedad, concurrir todas las
semanadas, hablar en todos los debates y convertirme en un oradoro
perecer en la tantativa. Llevé a cabo esta resolución.
Sufrí agonías que nadie sospechaba. Mientras duraba
la arenga del controversista que yo decidía continuar,
mi corazón latía tan penosamente como el de un recluta
que por primera vez estuviera bajo fuego. No podía usar
las notas; cuando miraba el papel que tenía en mi mano,
no conseguía sosegarme lo bastante como para descifrar
una palabra. Y de los cuatro o cinco puntos que constituían
mi pretexto para esa horrible experiencia, invariablemente olvidaba
el mejor. (Ob. cit., pp. 56-57.)
8. St. John Ervine, art. Cit., p. 454.
9. " ...tengo una imaginación ! Siempre,
desde que recuerdo, sólo he tenido que cerrar los ojos
para ser y hacer aquello que quería. ¿Qué
son para mí, George Bernard Sardanapalus,vuestros engañosos
lujos de BondStreet ? Antes de la edad de diez años, agoté
las ilusiones románticas. Vuestros novelistas populares
están escribiendo ahora las historias que yo me contaba
(que a veces contaba a otros) antes de cambiar mis primeros dientes.
Algún día probaré de establecer una psicología
verdadera de la ficción redactando la historia de mi vida
imaginada; duelos, batallas, lances de amor con reinas y todo.
La dificultad estriba en que buenaparte de ello es excesiva, crudamente
erótico, para ser publicado por un autor de cierta delicadeza.
(Recogido en Sixteen Self Sketches, ed.cit., pp. 51-2).
10. "La relación sexual no es una relación
personal. Puede ser irresistiblemente deseada y llevada a cabo
con éxtasis, entre personas que no podrían soportarse
mutuamente ni un solo día en cualquier otra clase de relación.
Si yo me pusiera a contarle todas las aventuras de este tipo que
he disfrutado, usted no quedaría mejor instruido acerca
de la clase de hombre que soy. Sabría tan sólo lo
que ahora sabe: que soy un ser humano. Si tiene usted alguna duda
acerca de mi virilidad normal, deséchela de su pensamiento.
No soy impotente, ni estéril, ni homosexual ; y soy extremadamente
enamoradizo, aunque no en forma promiscua."
11. "Nunca fui tan engañado por el sexo como para
considerarlo una bse de relaciones permanentes, ni soñé
con el matrimonio a propósito del sexo. Por encima de éste
coloqué todo lo demás y nunca la posibilidad de
una noche galante me hizo rechazar un compromiso para hablar sobre
socialismo. Valoro la experiencia sexual a causa de que puede
producir un desborde celestial de emoción y exalatación,
las cuales, aunque momentáneas, me otorgan una muestra
del éxtasis que puede ser algún día la condición
normal de la actividad intelectual consciente". (En el
mismo libro, pp. 113-15).
12. Ver el Marginal Comment de Harold Nicolson, en The
Spectator, London, noviembre 10, 1950, p. 460.
13. "Un editor no debe dejar nunca que las noticias le
trastorne. El derrumbe del Imperio Británico en el Lejano
Oriente debe representar para él, en el trabajo del día,
tanto como el derrumbe del Imperio Española en Suda América
o el Decline and Fall... He aconsejado a las naciones que adopten
el comunismo y les he explicado cuidadosamente cómo deben
hacerlo sin degollarse entre sí. Pero si prefieren hacerlo
degollándose, no soy por eso menos comunista. El comunismo
será bueno hasta para Yahoos... Clifford Sharp se dejó
consternar por el hundimiento del Lusitania, el cual representó
muy poca cosa, aparte de volcar a América de nuestro lado.
Hong Kons y el resto son algo más serio, pero no signfician
el fin del mundo. Así que de nuevo firmes, muchachos, firmes,
a pelear y ser conquistados una y otra vez ". (Art. Cit.,
p. 415).
14. H. N. Brailsford, art. Cit., p. 422.
15. James Bridie, Shaw as Polaywright, en The New Statesman
and Nation, London, noviembre 11,1950, p. 422.
16. "La eficacia de lo que se afirma es el alfa y omega
del estilo. Quien nada tiene para afirmar, no posee, no puede
poseer ningún estilo. Quien tiene algo para firmar, irá
tan lejos -en lo que se refiere al poder del estilo- como le lleven
la importancia de éste y su propia convicción. Refutada
su aseveración después de hecha, y aún quedará
su estilo. Todas las afirmaciones son refutadas tarde o temprano;
y así hallamos el mundo lleno de admirables débris
de fósiles artísticos, limpiamente extinguida de
los mismos la credibilidad que se atiene los hechos, pero conservando
aúnespléndida la forma. He ahí el por qué
los antiguos maetsros desconciertan nuestras meras susceptibilidades
". (Bernard Shaw, en The Times Literary Supplement,
London, noviembre 10, 1950, p.709).
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