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"Otra forma del rigor"
En: Número, nº 9, julio-agosto 1950
p. 430-432
"Quizá no deba considerarse con melancolía
el futuro de la actual literatura narrativa uruguaya. Quizá
sea lícito señalar en la confusión que aparentemente
predomina algunas tendencias vitales, valores, de fruto cierto
(como diría el poeta). Entre ellos cabe distinguir a uno,
cuya obra, escasa en cantidad, se distingue por cualidades inequívocas.
Me refiero a Luis Castelli. Este joven narrador ha dado a publicidad
cinco cuentos en un lapso igual de años (aunque sin ritmo
periódico de publicidad). Del primero al último,
puede indicarse un claro camino de maduración: profundidad
cada vez mayor del asunto, seguridad creciente en la composición.
Con los ejemplos a la vista, resulta fácil indicar el ámbito
y las formas de este mundo ficticio.(1)
Luis Castelli describe ambientes regionales y pinta almas humildes.
Un puerto del interior (quizá el mismo Fray Bentos en que
declara haber nacido),(2) una chacra, algunas calles de suburbio,
ya contaminadas de campo. En ese marco de deliberada sencillez,
que Castelli transfigura con una mirada de amor -una mirada de
lírico-, se mueven auténticos hombres del pueblo.
El narrador prefiere niños y adolescentes, u hombres cuya
simplicidad básica no ha sido alterada aún; esos
seres que el novelista psicólogo de nuestras latitudes
(mal psicólogo) suele dejar de lado. Ya señaló,
con su agudeza habitual, Mario de Andrade que las almas humildes
no carecen de complejidad, que son imprevisibles.(3) (Y esto lo
supieron -¡y tan bien!- los rusos del siglo XIX.) El niño-adolescente
de La pradera o el tímido muchacho de Primavera,
padecen estados transitorios en que la casi inocente beatitud
se yuxtapone a la crueldad inevitable, necesaria. Con la frescura
de su estupidez, Simon (el "burrito" de Día
de lluvia) goza la sensualidad de una gota de lluvia, de un
pecho de mujer. Y los niños de La Golondrina aprenden
a no odiar al que por descuido -quizá por insensibilidad-
les mató al carnerito. Cada cuento busca centrarse, íntimamente,
en un estado de inefable pureza. De esa fuente de luz intenta
emerger toda la historia, su motivación, su anécdota.
Y los títulos revelan con su descolorida eficacia ese verdadero
centro del mundo, del fragmento pueblerino de mundo, que organiza
Castelli.
No todo lo dicho es demasiado aplicable al último cuento,
La voz interior. Una madurez del autor y de los personajes,
una estructura algo más compleja de la narración,
indican otra problemática. En realidad, aquí Castelli
empieza a desnudar su verdadera ambición literaria. El
lector de sus otros cuentos pudo creer que este hombre sensible
sólo buscaba expresar la autenticidad de una emoción,
la pureza de un instante. Ahora es posible ver que Castelli aspira
a la presa mayor. Como en The Heart of the Matter, aunque
con menor paciencia y oficio (no se puede olvidar el largo aprendizaje
de Greene) el protagonista es también Dios. Porque ya no
se conforma Castelli con relevar las huellas de la pureza (así
sea inconsciente) que puede dejar en el hombre el comercio con
la divinidad, ahora acerca su mirada a un alma enteramente ocupada
por Dios. El zapatero de su cuento opera un milagro psicológico
-no menos asombroso que los registrados en el Evangelio-
por la simple convicción de su amor. Y su enemigo, el soez
Federico Borraz, se redime por una muerte equívoca pero
justa. Es el mismo pueblo de campaña, la misma sensibilidad
alerta para la hora y el clima, las mismas almas risibles y vulgares
de sus cuentos anteriores. Pero el toque del espíritu trasciende
todo.
He tratado de describir el mundo que ofrecen -potencialmente-
los cuentos de Luis Castelli. El reparo que implica el adverbio
no puede disimularse. Porque Castelli no ha dominado todavía
la materia narrativa. Con tacto finísimo ha limitado el
territorio auténtico de su arte y ha preferido abandonar
lo que no le era propio y trabajar en profundidad lo conocido.
Se ha acercado a sus temas y a sus hombres con el rigor del espíritu,
buscando únicamente lo verdadero. Pero no ha procedido
con la misma exigencia frente a la materia verbal. Esto no quiere
significar que Castelli no maneje bien la palabra. Puede hacerlo
y, en muchos casos, lo hace con insuperable emoción. Pero
no pone el mismo cuidado en la composición total de cada
cuento. Todos adolecen de un defecto: la densidad del tema no
se adecua con la de la composición. Un instante de plenitud
está cercado por otros indiferentes o provisorios; un episodio
logrado se neutraliza o embota, al alternar con otros esbozados
u omitidos. La narración progresa por enlaces torpes en
muchos casos; otras veces, algunos vacíos traicionan la
prisa (injustificable si se piensa en el lapso perezoso de publicación).
Castelli no parece haber descubierto aún el ritmo natural
de su prosa, el ritmo que se acuerde con el de su espíritu
en busca de almas.
La voz interior es el mejor ejemplo. Una primera escena, tensa
y desarrollada con el tempo necesario, choca con el resto del
cuento que aparece cruda, torpemente, sintetizado, violento en
muchos escorzos. (Así, por ejemplo, la indignidad mayor
de Federico con su propia hija no está explicitada, sino
suplantada por la bohemia verbal, al fin y al cabo elemental.)
Y el tema requería una marcha plena y sin prisas, una marcha
sosegada, como la que encontró Lins do Rego para su trágica
Pedra Bonita.
Y aquí se toca, así sea de pasada, uno de los problemas
de la narrativa de Castelli (y de toda la actual narrativa uruguaya).
Se insiste demasiado en el cuento breve, que exige una maestría
técnica impecable, un arte verbal depurado como el de un
Borges o un Paulhan. Se malogran asuntos de novela en breves relatos
que devoran su propia substancia, dejando intactos los temas;
que sólo ofrecen el esqueleto incompleto. Ya en otra ocasión,
y en estas mismas páginas, apunté la tendencia.
(Aunque alguna otra vez, debo señalar lo contrario: la
narración fláccida e hinchada del que quiere hacer
importante alguna trivialidad; la meramente anecdótica
y superficial del que pretende infundir vida novelesca a sus vulgaridades.)
Luis Castelli tiene en La voz interior un tema de nouvelle.
Al haberlo encajado, a la fuerza, en una estructura de cuento,
impidió su plenitud, abrevió su desarrollo. Por
ese camino, y pese a que su enfoque esté aliviado de toda
trivialidad, cae también en la trivialidad narrativa.
Hay otra forma del rigor. La que practica Castelli (densidad
humana de los temas), por inusitada en nuestro ambiente, merece
el aplauso aun de los que se resistan a su envoltura. Pero, insisto,
hay otra forma. Y es, precisamente, la del que empieza por reconocer
que la literatura no se hace únicamente con almas y que
un hecho poético a priori requiere ser capturado en la
trama del verso. La del que persigue una densidad en la composición
y no depone su lucidez de artífice. Esa forma del rigor
literario, aplicado a la narración, es casi mítica
en nuestro ambiente. Quizá no sea injusto, por lo tanto,
y con carácter de excepción, consignar un solo caso,
de cuya ejemplaridad, convendrá ocuparse en otra ocasión."
Esta nota es la primera de una serie sobre la literatura uruguaya
actual que Número publicará sucesivamente.
(1) La bibliografía de Castelli puede resumirse
así. La pradera (con el que obtuvo el primer premio
en el Concurso de cuentos organizado por el semanario Marcha)
en Marcha, año VIII, Nº 346, Montevideo, setiembre
6, 1946; Día de lluvia, en la misma publicación,
año VIII, Nº 358, noviembre 29, 1946; La primavera,
también en Marcha, año IX, Nº 896, setiembre
12, 1947; La Golondrina, en Asir, Nº 11, Mercedes,
setiembre 1949; La voz interior, en la misma revista, Nº
14, marzo 1950.
(2) Al publicarse La pradera envió su autor esta
nota biográfica al semanario Marcha: "Luis
Castelli nació en Fray Bentos en el año 1919. Se
inclinó tardíamente por la vocación literaria,
aunque había vivido dentro de ella, sin darse cuenta, desde
pequeño. Fue jugador de fútbol, repartidor de almacén,
mozo de fonda, imitador y actor. Fue en la guitarra donde, componiendo
tangos, buscó sus primeras expresiones en el arte. Ha vivido
siempre en pueblos del litoral".
(3) O Empalhador de Passarinho. Sao Paulo, Livraria Martins
Editora, 1940.
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