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"Una conciencia literaria : André Gide
(1869-1951) "
En: Número, nº 13-14, marzo-junio 1951
p. 124-149
I
A vrai dire, je ne sais pas ce que
je pense de lui. Il n'est jamais longtemps le même. Il ne
s'attache à rien; mais rien n'est plus attachant que sa
fuite. Vous le connaissez depuis trop peu de temps pour le juger.
Son éter se défait et se refait sans cesse. On croit
le saissir... c'est Protée. Il prend la forme de ce qu'il
aime. Et lui-même, pour le comprendre, il faut l'aimer.
Les Faux-Monnayeurs
Bastaría hojear la colección de la Nouvelle
Revue Française -que Gide contribuyera a fundar en
1909 y cuya dirección invisible ejerciera hasta 1940-;
bastaría examinar las páginas de cualquier historia
literaria contemporánea, para advertir la calidad y latitud
de la influencia de André Gide en las letras del siglo.
Ni su temprana escisión del movimiento simbolista (donde
aprendió la cartilla poética); ni su resistencia
a abrazar el catolicismo; ni su defensa apasionada de la pederastia;
ni su denuncia del régimen colonial francés; ni
su adhesión al comunismo corregida por el posterior ataque
al régimen soviético; ninguno de estos actos, tan
discutidos, tan calumniados por la pasión de los interesados,
disminuyeron la proyección de su obra sobre el escenario
contemporáneo. Sólo consiguieron renovar su público
e inquietarlo. Y en el momento de su muerte -octogenario como
Goethe- André Gide continuaba siendo una presencia viva.
Quien observe su carrera literaria advertirá, ante todo,
que refleja una entrañable busca de sí mismo, al
tiempo que una trasposición en clave artística de
la agonía de su creador, de su pasión. En su primera
época, simbolista y postsimbolista, Gide se libera de sus
orígenes protestantes, de su educación puritana,
de su horror a la carne y al pecado, por medio de los Cahiers
d'André Walter (1892), de las Nourritures Terrestres
(1897), de los tratados y las soties (Traité
du Narcisse, 1891, hasta Les Caves du Vatican, 1914),
de su teatro (Le roi Candaule, 1901, Saül,
1903). Afirma entonces -aunque con tanta reticencia- su singularidad
sexual, reniega de toda atadura a la tradición social o
al pasado (de entonces es aquel retruécano "La
famille, régime cellulaire"), postula como su
verdadera ambición una permanente disponibilidad, una negativa
a elegir ("La nécessité de l'option me fut
toujours intolérable; choissir m'apparaissait non tant
élire que repousser ce que je n'élissais point"),
a comprometerse, a embanderarse ("J'ai peur, comprenez-moi,
de m'y compromettre. Je veux dire de limiter par ce que je fais,
ce que je pourrais faire. De penser que parce que j'ai fait ceci,
je ne pourrais plus faire cela, voilà qui me devient intolérable").
Concibe entonces -en teoría y en la práctica de
sus criaturas de ficción- el acto gratuito: "Une
action gratuite... Et comprenez qu'il ne faut pas entendre par
là une action qui ne rapporte rien, car sans cela... Non,
mais gratuit: un acte qui n'est motivé par rien. Comprenez
vous? Intérêt, passion, rien. L'acte désintéressé,
né de soi; l'acte aussi sans but; donc sans maître;
l'acte libre; l'acte autochtone?"(1)
Entre tanto, su Journal íntimo va registrando las
variaciones de su humor, la curva de sus opiniones, los renovados
descubrimientos de sí mismo. Paralelamente a esa introspección,
desarrolla Gide una actividad crítica, forjando un instrumento
estilístico de precisión clásica, fijando
conceptos cardinales, imponiendo a la atención de sus contemporáneos,
un Baudelaire, un Montaigne, un Stëndhal, un Nietzsche; introduciendo
a William Blake en las letras francesas con su traducción
de Marriage of Heaven and Hell. Esta actividad pública
había de centrarse en vísperas de 1914 en la NRF,
desde donde contribuyó a orientar y ordenar las letras
francesas contemporáneas. (Aunque siempre mantuvo su independencia
y no vaciló en precisar públicamente su función:
"Plus je mien retire, plus on croit que c'est moi qui
dirige. Il est vrai que Rivière me fait cet honneur souvent
de me demander conseil; pour moi, qui surtout ai souci de donner
à chacun de l'assurance, je l'encourage en ses initiatives;
or, c'est toujours dans celles qui différent le plus de
ma façon de voir que le public se plaît à
recon,naître le plus mon esprit (2)."
La primera guerra mundial impone una invernada que beneficia
al hombre. A su sombra, padece Gide una crisis religiosa que objetiva
en las equívocas páginas de Numquid et tu?,
cuaderno íntimo que publica a instancias de sus amigos
católicos (Du Bos particularmente). Ese acto, que parece
comprometerlo, no significa más que la liquidación
de un estado espiritual, el saldo de una deuda. Un nuevo problema,
para él más inmediato, altera completamente el cuadro,
fuerza las decisiones. La ascensión de Marcel Proust y
el escándalo de Sodome et Gomorrhe -que presenta
a los homosexuales sólo como invertidos- le obliga a iluminar
completamente su actitud sexual, a desprenderse de ficciones simbolistas
(3). Por eso, la redacción y publicación de sus
memorias (Si le grain ne meurt) supone un acto de incomparable
audacia ya que mientras Proust analizaba objetivamente a los hommes-femmes,
como si él mismo fuera heterosexual, Gide desplazaba todo
el peso de su obra (y de su confesión) hacia la iluminación
de su aventura moral de pederasta (4).
De ambas crisis sale Gide renovado (y comprometido). Se siente
capaz de sobrellevar el caos de la generación de la primera
postguerra, la dadaísta y superrealista que encontró
en Les caves du Vatican un inagotable ejemplo. Es en este
grave momento de exposición cuando publica sus obras más
maduras. A las ya citadas, deben sumarse: Corydon, que
plantea dialécticamente una nueva actitud moral frente
a la pederastia (5); Dostoïevsky (1923), que so pretexto
de analizar al complejo novelista ruso, le permite develar sus
preocupaciones estético-morales; Les Faux-monnayeurs,
su único intento novelesco, que orquesta los temas de su
compleja visión del mundo y que completado por el Journal
des Faux-monnayeurs (1926) constituye un documento central
para el estudio de la crisis de la novela contemporánea.
Cualquiera de estos libros permite una mayor penetración
dentro del complejo gidiano. Hay en ellos una manera más
directa y total de desnudarse, de tomar partido. Al aventar la
crisis íntima, el escándalo (casi escribo: la excomunión)
de sus amigos católicos le obliga a exagerar su apartamiento
de la iglesia y del dogma. Charles Du Bos escribe entonces su
severo (y parcialmente injusto) Dialogue avec A. G. (1928),
donde llega a hablar de inversión espiritual, y Ramón
Fernández, como réplica, un penetrante A. G.
(1931), en el que por primera vez son examinadas con rigor lógico
las "contradicciones" del hombre y se propone
una interpretación duradera del humanismo de Gide.
A partir de este momento su obra literaria -proseguida sin pausa
hasta el momento de su enfermedad final- se halla ligada estrechamente
a la actualidad política que refleja y enjuicia. Un
viaje por el Congo provoca la valiente denuncia del régimen
colonial francés (Voyage au Congo, 1927; Retour
du Tchad, 1928). La publicación en volumen de sus Pages
de Journal (1929-1932) documentó exteriormente su separación
definitiva del catolicismo y su conversión al comunismo
-dos movimientos que fueron uno solo, en verdad. ("Il
faut bien que au communisme, ce n'est pas Marx, c'est l'Evangile.
Ce sont les preceptes de l'Evangile, selon le à ma pensée,
au comportement de tout mon être, qui m'ont inculqué
le doute de -ma valeur propre, le respect d'autrui, de sa pensée,
de sa valeur, et qui ont en moi, fortifié ce dédain,
cette répugnance (qui déjà sans doute était
native), à toute possession particulière, à
tout accaparement." Oedipe (1931) fue la expresión
dramática de su nueva actitud moral: un humanismo ateo.
("Il n'y a qu'une seule et même réponse à
de si diverses questions; et cette réponse unique, c'est:
l'Homme; et cet homme unique, pour chacun de nous, c'est: Soi.")
Con Retour de l'URSS (1936) y Retouches à mon
Retour de l'URSS (1937) manifestó Gide, después
de un viaje a Rusia, su desafección al régimen soviético
(no al comunismo) y denunció no sólo su asombro
ante el estúpido endiosamiento de Stalin o ante la esclavitud
de los obreros rusos y la desigualdad social que el nuevo régimen
instaura, sino un peligro más general y permanente: la
creación de una mitología irracional, el dogma,
la abdicación de la crítica. Vale decir: el ataque
a las raíces del hombre y de la cultura.
La publicación de su Journal (1889-1939), en vísperas
de la segunda guerra mundial, muestra a Gide en el colmo de su
fama y en plena posesión de sí mismo y de sus "contradicciones".
Esta obra divulgó, asimismo, la imagen más fiel
del hombre, por sucesiva, por retocable. Como señaló
un crítico y discípulo (Pierre Drieu la Rochelle):
"Al dejar entrever cada año tal o cual aspecto
de sí mismo, Gide ha concluido por determinar, a fuerza
de toques delicados, un contorno de su ser mucho más seguro
en su estremecimiento y su vibración que si hubiera forzado
sus rasgos y acentuado claramente las tintas." La caída
de Francia provocó una crisis que recoge fielmente su Journal
(1939-1942). Al desaliento inicial (Gide ya se sentía
demasiado viejo para concebir la infamia de la ocupación
de otra manera que como un castigo ejemplar) sucedió una
esperanza que se fue afirmando a medida que crecía la Resistencia.
Esa crisis tuvo -era previsible- una repercusión religiosa.
Gide, que nunca consiguió evadirse completamente del mundo
intelectual cristiano y cuyo vocabulario delata tan fuertemente
esas raíces, llegó a la concepción de un
Dios adogmático, creatura y creador. En las páginas
de su último Journal (1942-1949) se encuentran rastros
de esta herejía particular: "Dès l'instant
que j'eus compris que Dieu n'était pas encore, mais devenait,
et qu'il défendait de chacun de nous qu'il devînt,
la morale, en moi, fut restaurée. Nulle impiété,
nulle présomption dans cette pensée; car je me persuadais
à la fois que Dieu ne s'accomplissait que par l'homme et
qu'à travers lui; mais que si l'homme aboutissait à,
Dieu, la création, pour aboutir à l'homme, partait
de Dieu; de sorte que l'on retrouvait le divin aux deux bouts,
au départ comme à l'arrivée, et qu'il n'y
avait eu de départ que pour en arriver à Dieu. Cette
pensée bivalve me rassurait et je ne consentais plus à
dissocier l'un de l'autre: Dieu créant l'homme à
fin d'être crée par lui; Dieu fin de l'homme; le
chaos soulevé par Dieu jusqu'à l'homme, puis l'homme
se soulevant ensuite jusqu'à Dieu. N'admettre que l'un:
quelle crainte, quelle obligation! N'admettre que l'autre: quelle
infatuation! Il ne s'agissait plus d'obéir à Dieu,
mais de l'animer, de s'éprendre de lui, de l'éxiger
de soi par amour et de l'obtenir par vertu" (6).
La liberación de Francia restituyó a Gide a su
centro: París. Publicó entonces su última
obra de creación, su testamento literario: Thésée.
Después del largo peregrinaje del héroe y durante
su diálogo con Edipo, hombre de Dios, Teseo reconoce:
"Cher Oedipe, ma pensée, sur cette route, ne saurait
accompagner la tienne. Je reste enfant de cette terre et crois
que l'homme, quel qu'il soit et si taré que tu le juges,
doit faire jeu des cartes qu'il a..." La consagración
del Premio Nobel 1947 confirmó a Gide la apariencia de
una gloria oficial. Pero él no se dejó ganar por
el academismo; siguió apuntando hacia la juventud y a pesar
de su vieja aversión al teatro no vaciló en dejarse
catequizar por Jean-Louis Barrault (para quien tradujo, sin poesía,
el Hamlet y con quien adaptó El proceso de Kafka)
al tiempo que trabajaba con Jean Aurenche y Pierre Bost en una
adaptación cinematográfica de su Symphonie pastorale
y se dejaba filmar por Nicole Vedrès y Marc Allegret
en dos mensajes inequívocamente póstumos (7).
Su incomensurable influencia -iniciada casi en los albores del
siglo- seguía sintiéndose, bajo una u otra forma
y después de incontables metamorfosis, hasta el último
instante.
Es cierto que en los últimos años dominaba la escena
literaria francesa una escuela en que la lucidez no parecía
esencial, en que la opción era ineludible, en que el rigor
clásico de la prosa no contaba. También es cierto
que hasta para esos extremistas de 1945, Gide había sido
un liberador, como no dejó de reconocerlo el mismo Sartre:
"Su claridad, su lucidez, su racionalismo, su rechazo
de lo patético autorizaban a otros a arriesgar el pensamiento
en tentativas más dudosas, más inciertas; se sabía
que al mismo tiempo una inteligencia luminosa mantenía
los derechos del análisis, de la pureza, de una segura
tradicón; aunque se hubiera zozobrado en un viaje de descubrimiento,
no se habría arrastrado el espíritu al naufragio.
Todo el pensamiento francés de estos últimos treinta
años, lo quisiera o no, cualesquiera que fuesen por otra
parte sus demás coordenadas (Marx, Hegel, Kierkegaard),
debía definirse también con relación a Gide."
Su inconmensurable influencia -iniciada casi en los albores del
siglo- seguía sintiéndose, bajo una u otra forma
y después de incontables metamorfosis, hasta el último
instante.
II
Je m'agite dans ce dilemme: être
moral; être sincère.
Journal
Semejante sumario recorrido sólo permite entrever la anécdota,
la figura (las sucesivas figuras) que presentan el hombre y la
obra desde fuera. Porque autobiografía o diario, poema
o pieza teatral, ficción confesional o tratado revelador,
todas sus obras muestran a Gide inmovilizado en objeto, creatura
de si mismo. Si se desea captar la verdadera esencia hay que trascender
la cantidad y la elusión de las imágenes y rehacer
el proceso desde dentro. Quizá un esquema (en que lo simultáneo
se da como sucesivo) sirva.
1. Orígenes.- La singularidad de la obra y de la
personalidad de Gide tiene sus raíces en la misma naturaleza
del hombre. La primera parte de Si le grain e meurt comunica con
bastante fidelidad la aterradora experiencia de sentirse diferente,
la lucha por integrarse al mundo de los demás, la transitoria
derrota de la carne. Esa singularidad, que yacía bajo todos
los conflictos y que Gide no podía reconocer entonces,
tiene un nombre técnico: pederastia. En el Journal él
mismo ha definido el término: "J'appelle pédéraste
celui qui, comme le mot l'indique, s'éprend des jeunes
garçons. J'appelle sodomite... celui dont le désir
s'adresse aux hommes jaits. J'appelle inverti celui qui, dans
la comédie de L'amour, assume le rôle d'une femme
et désire être possédé. (...) Les pédérastes,
dont je suis (pourquoi ne puis-je dire cela tout simplement, sans
qu'aussitôt vous prétendiez voir, dans mon aveu,
forfanterie?) sont beaucoup plus rares, les sodomites beaucoup
plus nombreux que je ne pouvais croire d'abord... Quant aux invertis,
que j'ai fort peu fréquentés, il m'a tou ours paru
qu'eux seuls méritaient ce reproche de déformation
morale ou intellectuelle..."(8)
Hasta la liberación de sus escrúpulos (y de su
carne) ocurrida en Argel 1895, por intercesión de Oscar
Wilde, Gide vivió torturado por los valores de su mundo
familiar, los valores rígidos del protestantismo. Cuando
Gide comprendió cuál era su norma -es decir: que
su singularidad sexual era para él normalidad- se liberó
completamente. Descubrió asimismo la fuerza de sus deseos,
su inagotable capacidad erótica. ("Les souples
muscles de mon corps, les voluptueux détails de mes sens
me sont plus délicieux à activer que les ressorts
pourtant subtils de mon esprit.")
Tal liberación arrastra naturalmente una violencia incontenible:
de aquí que afirme la vida con pasión; que, para
subsistir en un medio hostil, emprenda una renovación total
de los valores. Hace tabla rasa- como Descartes, pero en qué
otro sentido. Asalta la fe tradicional de su familia; diagnostica
en sus mismos orígenes el signo del desgarramiento en que
se reconoce; con alguna oratoria llega a preguntar al invisible
interlocutor de su Journal: "Est-ce ma faute à
moi si votreDieu prit si gran soin de me faire naître entre
deux étoiles, fruti de deux sangs, de deux provinces et
de deux confessions?" De aquí que una de sus primeras
salidas al mundo literario sea contra el enraizado Barrès,
su coetáneo.
2. Disciplina.- La liberación no postuló,
sin embargo, la anarquía.- En el centro de su recién
nacida personalidad podía descubrir Gide una disciplina
del espíritu, una inflexible lucidez crítica. No
en vano había asistido a la lección de Mallarmé
("L'exemple de Mallarmé m'apprit à reporter
su l'ouevre d'art cette notion de la contrainte dont ma nature
ne pouvait absolument pas se passer"); no en vano había
encontrado ya en 1904 la fórmula, aparentemente paradójica,
de una estética: "L'art naît de contrainte,
vit de lutte, meurt de liberté". En esta necesidad
de autodisciplina tiene sus raíces la declaración,
tan esencialmente clásica, que reclama como beneficiosa
la contrainte: "Je ne pluis me retenir de croire que la
meilleur éducation n'est point celle qui va dans le sens
des penchants, mais qu'un naturel un peu vigoureux, comme est
le nôtre, trouve profit dans la contrariété,
dans la contrainte"; declaración que inspira la
receta siguiente: "Non s'efforcer vers la plaisir, mais
trouver son plaisir dans l'effort même, c'est le secret
de mon bonheur".
Gide no se cansó de pregonarlo y buscó apoyo hasta
en textos extraños como cuando pretendió convertir
su necesidad en ley general al presentar Vol de nuit de Antoine
de Saint-Exupéry: "Je le suis gré particulièrement
(el autor) d'éclairer cette vérité paradoxale,
pour moi d'une importance psychologique considérable, que
le bonheur de l'homme n'est pas dans la liberté mais dans
l'acceptance d'un devoir". Hasta en las duras horas de
la ocupación alemana, creyó encontrar Gide una posibilidad
de salvación en la disciplina externa que imponían
las circunstancias, sin advertir que para que sea fecunda la disciplina
debe ser aceptada desde dentro.
3. Endopatía.- Su liberación no hubiera
provocado una crisis mayor si en su naturaleza no se diera además
una terrible necesidad: la de ser aprobado (9). Más aún:
la de ser amado. (En el Journal de sus últimos años
observa: "Un extraordinaire, un insatiable besoin d'aimer
et d'être aimé, je crois que c'est cela qui a dominé
ma vie, qui m'a poussé à écrire; besoin quasi
mystique, au surplus, car j'acceptais qieil ne trouvât pas,
de mon vivant, sa récompense.") El reconocimiento
interior de su singularidad, la liberación de la carne,
no bastaban, ya que el espíritu continuaba mortificándose.
Esa necesidad de adhesión, ese torturante deseo de amor,
nacían no de la vanidad superficial (de la que Gide estaba
curiosamente desposeído) sino de una casi anormal capacidad
de simpatía. Él mismo la denuncia en uno de sus
personajes, el Édouard de Les Faux-monnayeurs que
se le parece tanto. Dice Édouard: "Mon coeur ne
bat que par sympathie; je ne vis que par autrui; par procuration,
pourrais-je dire, par épousaille, et je ne me sens jamais
vivre plus inténsement que quand je m'échappe à
moi même pour devenir n'importe qui." Y en el ocaso
de sus días, un texto de su Journal permite asegurar que
(al menos en este punto) la identificación con Édouard
no es ilícita: "Livré à moi-même,
à moi seul, ma pensée eût peut-être
pris un cours différent; c'est ce que je me dis parfois,
sentant bien que le besoin de sympathie a toujours orienté
ma vie. Que de fois la crainte de peiner ne m'a-t-elle pas retenude
pousser jusqu'au bout la logique! C'est que he ne peux attacher
prix à une pensée tout abstraite et comme deshumnisée."
Charles Du Bos puede testimoniar esta simpatía en acción
-y su aporte es más valioso en esta circunstancia por ser
inconsciente. Al registrar una conversación con Gide (a
propósito de la verdad) señala que éste pronuncia
las palabras que Du Bos esperaba: "J'étais hereux
(comenta) -heureux que ce fût de vous que vînt
la parole qui, à cet instant précis, exprimait si
exactement mon sentiment, mais qui, prononcée par moi,
eût été trop attendue, qui, dans notre échange,
ne pouvait prendre sa pleine valeur que dite par vous (10)."
Tal forma de la simpatía merece llamarse, con mayor precisión,
endopatía. Gide no puede dejar de colocarse en la posición
del otro, no vivir con toda intensidad sus experiencias. Si esto
importa una desventaja dialéctica (es más fácil
sostener una posición cuando no se entienden las contrarias),
importa también una flexibilidad vital, una plasticidad
que es riqueza. De aquí, asimismo, la facilidad con que
encuentra el tono del alma de su antagonista; de aquí (y
ésta es la contraparte) una tendencia a la simulación,
a la hipocresía, empleando la palabra, es claro, en su
pleno sentido etimológico; vale decir: la tendencia a actuar,
a representar. (Cierta vez señaló: "Comédien?
peut-être. Mais c'est moi même que je joue...")
(11).
4. Emmanuèle.- Ese conflicto entre su singularidad
y su necesidad de ser amado, trascendió del campo meramente
interior; se organizó dramáticamente en una de esas
situaciones que Racine hubiera estilizado en tres horas pero que
en la menos coherente realidad fue representada hasta el 17 de
abril de 1938. Quiero decir: el conflicto se encarnó en
las relaciones con una de sus primas, Madeleine-Louise-Mathilde
Rondeaux (nacida en 1867, casada con Gide en 1895).
En L'immoraliste y en La porte étroite Gide
había fabulado diversamente el conflicto, reduciéndolo
en cada caso por razones estéticas a claros esquemas de
delicada simetría. Pero en la realidad no hubo simetrías
ni compensaciones; hubo terrible, incesante agonía. No
es fácil, sin embargo, indicar sus alternativas ya que
este hombre que no ha vacilado en exponer tanto detalle íntimo
que otros omiten cuidadosamente, ha sido minuciosamente reticente
en lo que se refiere a su vida afectiva (12). Y aunque en Si
le grain ne meurt cuenta sus relaciones infantiles y el momento
en que decidió dedicar su vida al cuidado de su prima (episodio
que aparece trasladado a La porte étroite), insiste
siempre en llamarla Emmanuèle e interrumpe la narración
cuando se casan. Tampoco es más explicito el Journal
édito; cuando alude a ella es como Emmanuèle
o Em. La mayor parte de las veces es sólo elle;
incluso llega a la elipsis del sujeto. Hay que leer entre líneas
y eso no basta ya que (según él mismo ha señalado)
no se incluyen las páginas que explican e iluminan "cette
partie suprême de ma vie".
Puesto crudamente, podría decirse que para Gide (a diferencia
de David Lawrence) el amor está disociado del deseo y de
la voluptuosidad. En Em. ama el ser espiritual al que se siente
unido puramente. Pero no puede sacrificar sus deseos, su necesidad
de placer carnal. Aunque no superara este estadio sentimental,
la situación sería indudablemente patética
como lo confirman estas palabras de una carta a Paul Claudel en
1914: "Je n'ai jamais éprouvé de désirs
devant', la femme; et la grande tristesse de ma vie, c'est que
le plus constant amour, le plus prolongé, le plus vif,
n'ait pu s'accompagnerde rien de ce qui d'ordinaire le précède.
Il semblait au contraire que l'amour empechât chez moi le
désir." Pero la necesidad de verdad (no menos
poderosa que el deseo carnal) lo obliga en un momento crucial
de su carrera a denunciar abiertamente su singularidad, exponiendo
brutalmente al mismo tiempo su intimidad familiar.
5. Dios.- El conflicto se agrava (y se enriquece) porque
Dios entra en el juego. Y como rival, según se deduce de
estas palabras del Journal des Faux-monnayeurs: "Il
est jaloux de Dieu, qui lui vole sa femme. Il sent qu'il ne peut
point lutter; vaincu d'avance; mais prend en haine ce rival et
tout ce qui dépend de Lui. Combien peu de chose, ce tout
petit bonheur humain qu'il lui propose, en regard de la félicité
éternelle." No importa que su esposa (figura de
una pureza excepcional) se borre de su vida, se retire a vivir
en Cuverville en Normandía, dejándolo libre de proseguir
su destino. Ausente o presente su existencia querida constituye
una tortura; ella es, sin metáfora, el testigo de Dios.
Y con ella libra Gide su combate más audaz. En su Journal
escribe un día: "Dans le christianisme, et chaque
fois qu'à nouveau j'y replonge, c'est elle encoreque je
poursuis. Elle le sent peut-être; mais ce qu'elle sent surtout,
c'est que c'est pour l'en arracher."
Gide no puede pactar; ni con el amor ni con Dios. En cada denuncia,
en cada exposición de sí mismo, la parte más
dolorosa y cruel la recibe Em. Y Gide lo sabe; y no ceja. Por
eso cuando Claudel le exhorta duramente (en nombre de un dogma)
a que renuncie a su singularidad, Gide le escribe estremecido:
"Mais si l'amour le plus fervent, le plus fidèle
n'a pu obtenir aucun acquiescement de ma chair, je vous laisse
à penser ce que pourront obtenir ses exhortations (las
del abate F... ), ses réprimandes et ses conseils."
La muerte de Em. no trajo la paz; su figura continuó obsesionando
las páginas del Journal que ahora podía hacerse
público. En sus últimos años (en ese inevitable
rumiar de la vejez) Gide repasó una y otra vez su tragedia
interior. "Si je m'étais écouté j'aurais
fait quatre tours du monde... et je ne me serais pas marte. En
écrivant ces mots j'en tremble comme d'une impiété.
C'est que je suis resté malgré tout très
amoureux de ce qui m'a le plus gêné et que je ne
puis pas jurer que cette gêne ni Eme, n'ait pas o obtenu
de moi le meilleur." Aunque otras veces el tono no sea
tan positivo: "Tout ce qu'elle attendait de mot, et que
je n'ai pas su lui offrir; que dis-je, qui lui était dû...
certains jours j'y pense sans cesse. Ah! si l'âme est, ainsi
que tu souhaitais m'en convaincre, immortelle, et si la tienne
porte encore sur moi son regard, que ce soit pour savoir que je
me sens envers toi en état de dette éternelle...
Mais non; pour moi qui ne puis croire à la survie, ce n'est
pas ainsi que mon regret se présente: simplement je songe
tristement à tous les soins que j'aurais dû avoir
pour elle, et reste, et resterai, dans l'attente du sourire dont
elle m'aurait récompensé. Dans quel état
d'aveuglement j'ai vécu! (13)"
6. Sinceridad.-La liberación carnal sólo
significaba la aceptación de la vida, el ingreso a la misma.
Pero no proponía soluciones, aunque creaba urgentes problemas.
El primero (ya se ha visto) fue el de fundar una nueva estimativo.
Pero, ¿con qué criterio? La respuesta estuvo (para
Gide al menos) en la sinceridad consigo mismo. Los valores morales
del cristianismo (en la versión protestante de su familia
o de su mujer, en la católica de sus amigos) lo forzaban
a la mentira o a la destrucción de lo mejor de si mismo.
Para suplantarlos Gide encontró un fundamento en la sinceridad.
En páginas que Fernández llama su Discours de la
méthode, confiesa Gide: "Redécouvrir, au-dessous
de l'être factice, le naïf, n'était point, à
ce qu'il m'apparaissait, tâche si facile; et cette règle
de vie nouvelle qui devenait la mienne: agir selon la plus grande
sincérité, impliquait une résolution, une
perspicacité, un effort où toute ma volonté
se bandait, de sorte que jamais je ne m'apparus plus moral qu'en
ce temps où j'avais décidé de ne plus l'être:
je veux dire: de ne l'être plus qu'à ma façon.
Et j'en vins à comprendre que la parfaite sincérité,
celle qui fait selon moi l'être le plus valeureux le plus
digne, la sincérité non point seulement de l'acte
même, mais du motif, ne s'obtient qu'avec l'effort le plus
constant, mais le moins âpre, qu'avec le regard le plus
clair, j'entends par là le moins suspect de com laisance,
et qu'avec le plus d'ironie."
Esta actitud suponía (es claro) un conocimiento minucioso
de sí mismo para poder determinar, con la máxima
precisión, el criterio de sinceridad. De aquí ese
profundo escrutinio que el Journal atestigua, esa indeclinable
lucidez (14). De aquí ese horror a la opción, a
comprometerse; esa negativa a fijar de antemano la posible evolución,
a proyectarse un destino irrevocable y forzar la espontaneidad,
abdicar el rigor crítico. ("La plupart de nos actions
nous sont dictées non pas d'après le plaisir que
nous prenons à les faire, mais par un besoin d'imitation
de nous-même et de projeter dans l'avenir notre pas sé.
Nous sacrifions la vérité (c'est-à-dire,
la sincérité) à la continuité, à
la pureté de la ligne.") De aquí, también,
la doctrina del acto gratuito, como expresión máxima
de una espontaneidad; de aquí, en fin, la concepción
del juego que se confunde con la vida misma, de la aventura del
vivir: "J'aime le jeu, l'inconnu, l'aventure j'aime à
n'être pas où l'on me croit; c'est aussi pour être
où il me plaît, et que l'on m'y laisse tranquille.
Il importe avant tout de pouvoir penser librement."
7. Contradicciones.- Al aceptar únicamente el criterio
de sinceridad Gide se exponía a vivir en el puro presente,
sin compromisos ni con el futuro ni con el pasado. Esto lo llevó
a concebirse como un ser dividido por el conflicto entre contrarios:
"Je n'ai jamais rien su renoncer; et protégeant
en moi, à la fois le meilleur et le pire, c'est en écartelé
que j'ai vécu. Mais comment expliquer que cette cohabitation
en moi, des extrêmes n'amenât point tant d'inquiétude
et de souffrance, qu'une intensification pathétique du
sentiment de l'existence, de la vie. Les tendances les plus opposées
n'ont jamais réussi à faire de moi un être
tourmenté; mais perplexe par le tourment accompagne un
état dont on souhaite de sortir, et je ne, souhaitais point
d'échapper à ce qui mettait en vigueur toutes les
virtualités de mon être; cet état de dialogue
qui, pour tant d'autres, est à peu près intolérable,
devenait pour moi nécessaîre. C'est aussi bien parce
que, pour ces autres, il ne peut que nuire à l'action,
tandis que, pour moi, loin d'aboutir à la stérilité,
il m'invitait au contraire à l'oeuvre d'art et précédait
immédiatement la création, aboutissait à
l'équilibre, à l'harmonie."
Cada una de sus obras iniciales parecía comprometerse
en una posición opuesta a la de la anterior, de tal modo
que acababan balanceándose: L'immoraliste con La
porte étroite; Les Cahiers d'André Walter con
Les Nourritures Terrestres. Ocasionalmente alcanzaba Gide
(con Le retour de l'enfant prodigue, por ejemplo) una visión
más compleja en que se fundía lo contradictorio
y cada postura recibía su atención. Pero, ¿se
trataba realmente de contradicciones? ¿Tenía razón
Gide al señalar: "La complication, je ne la cherche
pas point; elle est en moi. Un acte me trahit, où je ne
reconnais point toutes les contradictions qui m'habitent?"
Fernández ha demostrado nítidamente que no se trataba
de "contradicciones", sino de un esfuerzo por reconocer
todas las fuerzas de la personalidad, por aceptar lealmente sus
elementos integrantes sin conceder a ninguno la primacía
o la exclusividad; es decir: un esfuerzo inusitado por no contradecirse.
Gide (podría afirmarse parafraseando a Vaz Ferreira) había
tomado por contradictorio lo que era complementario.
8. Integración.- De manera que la última
etapa de su obra y de su carrera (la etapa que recogiera los valores
perdurables de su busca) habría de ser la de integración,
no por empobrecimiento, no por renuncia, sino por aceptar (casi
escribo: cultivar) la presencia de elementos conflictuales.
Ya en 1910 le había escrito Charles Louis Phillippe: "Apúrate,
sé hombre, elige." La elección que le proponía
el amigo estaba orientada hacia el dogma católico y por
eso fue desoída. Ahora Gide había encontrado su
propio centro. En vísperas de la segunda guerra, ya ofrecía
Gide esa definitiva serenidad que, suspendida la tormenta en 1945,
parecería milagrosa: la serenidad conquistada en un combate
casi secular. Aceptada sin escándalo su singularidad sexual;
aceptada la sinceridad como fundamento de su estimativo moral;
aceptada la necesidad de un Dios creador y creatura a la vez;
aceptada su confianza en el individualismo como única solución
social para el hombre; Gide acabaría por aceptar también
la necesidad de contemplar su carrera y su vida como un desarrollo
coherente, como una figura de tan vastas proporciones que sólo
la perspectiva de los ochenta años permitía trazar.
Entonces pudo apuntar en su Journal: "Je renie
cet état pusillanime qui me faisait é'crire, le
4 de ce mois, de pénibles réflexions sur moi même,
etne me sens nullement appauvri. La joie est mon état normal;
du reste sans infatuation et sans assurance excessive, mais non
plus sans inutile méchanceté contre moi-même
et sachant à quelles défaillances physiologiques
sont dus ces accès d'autodénigrement. L'on peut
pourtant, et l'on doit, se contenter de soi sans se surfaire,
et s'accepter. L'important c'est de se reconnaître surtout
dans le meilleur et de garder partie liée avec Dieu."(15)
III
- Les questions morales vous intéressent?
- Comment donc! l'étoffe dont nos livres sont faits!
- Mais qu'est-ce donc, selon vous, que la morale?
- Une dépendance de l'Esthétique.
Nouveaux Prétextes
En una página muy conocida de su Journal ha indicado
Gide: "Le point de vue esthétique est le seul où
il faille se placer pour parler de mon oeuvre sainement."
(No debe sorprender, pues, que el único de los libros sobre
su obra que mereciera su aprobación es el de Jean Hytier
que parte de ese enfoque.) Esta actitud requiere examen. Ante
todo, porque aunque es muy cierto que Gide es un crítico
extraordinario y que al comentarlo -como pasa con Borges- basta
saber citarlo, cierto que no se pueden tomar al pie de la letra
todas sus afirmaciones (y esto pasa también con Borges).
Además, porque no es menos cierto que, como lo indica el
texto del epígrafe, estética significa algo más
para Gide que para el común de los interesados.
Nadie podrá desconocer la densidad estética de
su obra ni sus valores puramente literarios, de los que el estilo
inmaculado, no es el menor. Nadie podrá afirmar, sin embargo,
que su obra se agota ante la contemplación estética,
que sólo es un ejercicio poético o dramático.
La verdad es que para Gide (como íntimamente para Rodó)
no es posible separar la moral de la estética. (En algún
lado dejó escrito: "Les regles de la morale et
de l'esthétique sont les mêmes".(16) La
escisión podrá ser posible desde un punto de vista
intelectual, pero en el centro de su personalidad (allí
donde tiene sus raíces la creación) es imposible.
La explicación es obvia: los conflictos morales -no la
especulación moral que no le interesa- sólo pueden
plantearse a través de la obra de arte. O para decirlo
con palabras de uno de sus críticos: "... se ocupa,
según él mismo dice, en plantear bien los problemas,
con la esperanza de que el logro artístico, por la buena
iluminación de la pintura, arroje luz sobre un rincón
oscuro del alma humana."
Desde este punto de vista resulta clara la frase de Gide; no
se trata de insinuar que sus obras sólo posean valor estético.
Se trata de apuntar que su valor moral no es separable de su valor
estético. Vale decir: al juzgar los valores morales de
una de sus obras será necesario determinar, previamente,
su verdadera naturaleza estética. Por eso mismo nada más
alejado de Gide, que la mecánica trasposición en
poesía o en fàbula de sus conflictos morales. (El
error de Zola que repite hoy Sartre.) Cada conflicto moral se
objetiva en imagen, forma una nueva cosa con ella; en ella encuentra
intensidad y pureza. De aquí que el largo y complejo drama
con Em. fuera trascendido en formas tan diversas, estética
y moralmente, como L'immoraliste o La porte étroite,
Le retour de l'enfant prodigue o La symphonie pastorale,
Les Faux-monnayeurs, para no citar sino los títulos
más conocidos. De aquí, también, que en cada
una de esas obras el lector encuentre algo más que la trasposición
del mencionado conflicto: encuentre una creación poética.
La obra de arte no nace en Gide de la mera comezón poética;
nace para objetivar (e iluminar) los conflictos del hombre. ("Souvent
je me suis persuadé que j'avais été contraint
à l'oeuvre d'art, parce que je ne pouvais réaliser
que par elle l'accord de ces éléments trop divers,
qui sinon fussent restés à se combattre, vu tout
au moins à dialoguer en moi.") Por eso, esa misión
catártica que Gide recoge de Goethe, su modelo secreto;
por eso, también, la capacidad de comprometerse que posee
toda obra de arte, por su nitidez y objetividad, por su necesaria
unilateralidad. Por eso, en fin, esa serie de obras que un hombre
que no quiso embanderarse legó a las letras contemporáneas:
Si le grain ne meurt y Corydon; Voyage au Congo
y Retour de l'URSS, Souvenirs de la cour d'assis y
el Journal de años tan comprometidos. Otro valor
ancilar de la obra de arte es su condición pedagógica.
En este sentido, Gide la utiliza sin escrúpulos, como arma
de doctrina. A través de ella, pretende convertir su singularidad
en norma. De aquí la paradoja de su Corydon: el
liberador -convertido en codificador, el iconoclasta en legislador.
El mismo ha reconocido esa necesidad: "... il ne suffisait
pas de m'émanciper de la règle; je prétendais
légitimer mon délire, donner raison à ma
folie."
Sería fácil exagerar estas figuras y acabar presentando
un Gide engagé. Menos estimulante, quizá,
pero más verdadero es indicar que nunca el artista renunció
a sus fueros. El aprendizaje simbolista había calado hondo.
Aunque Gide estuviera redactando la nota más efímera,
el artículo más circunstancial (o comprometido con
lo pasajero) no deponía las exigencias de un arte que tanto
arqueólogo disfrazado de artista, Gide supo comprender
que detrás del milagro del estilo alentaban en un Racine
o en un La Fontaine, en un Bossuet o en un Montesquieu, la pasión
y el ardor de vida. Y su clasicismo supo ser no sólo de
forma. En esto, como en tantas otras cosas, Gide asumnió
la actitud de una generación que produjo a Valéry,
a Proust, a Suarès, a Claudel, una generación que
tenía desprecio de la actualidad ("J'appelle journalisme
tout ce intéressera demain moins qu'aujourd'hui").
Por eso la ambigüedad final del arte de Gide: su milagrosa
oscilación entre mensaje y estructura, entre poesía
y moral. Esto puede verse bien si se analiza Les Faux-Monnayeurs.
A primera vista es sólo una novela; es ficción.
Pero es también na moralidad ya que trata no sólo
de la moneda falsa que hacen circular los personajes sino (principalmente)
de la moneda falsa del alma. Y es, en un plano más personal,
un intento de dar con iluminación natural las relaciones
de algunos homosexuales. (A diferencia del tinte toulouse-lautreciano
de Proust en Sodome et Gomorrhe, Gide busca una transparencia
como en Dafnis y Cloe.) Pero es, y muy principalmente,
una novela crítica que muestra a un novelista raté,
Édouard, trabajando en una obra sobre la anécdota
de los monederos falsos. Sus notas (su Journal) sirven
de comentario irónico a la propia novela. Como si estas
simultáneas realidades no bastaran, Gide ha llevado su
propio Journal des Faux-monnayeurs con lo que la creación
se duplica o multiplica con la autocrítica, en alucinante,
infinita perspectiva (17).
Al hablar de problemas o conflictos morales se olvida, generalmente,
que esa denominación no excluye los grandes problemas del
hombre en sociedad, los problemas políticos y sociales.
Ya se conoce la reacción de Gide ante algunos de ellos.
El viaje a Rusia no sólo le obligó a rectificar
su conducta social; lo hizo también plantear en sus propios
términos las jerarquías: "A vrai dire, les
questions politiques m'intéressent moins et me paraissent
moins importantes que les questions sociales; les questions sociales
moins importantes que les questîons morales." La
vieja lucha entre el cristianismo original y el paganismo descubierto
con la liberación de la carne, la nueva entre el colectivismo
que las realidades políticas imponían y el irrenunciable
individualismo, parecieron resolverse simultáneamente en
lo que se ha llamado su humanismo ateo. La humanidad será
salvada por muy pocos, dicen que fueron sus últimas palabras.
IV
- Oh! disait Prométhée
à Coclès, quittant la chambre mortuaire, tout cela
est horrible! la fin de Damoclès me bouleverse. Est-il
vrai que ma conférence soit cause de sa maladie?
- Je ne puis l'affirmer, dit le garçon, mais je sais tout
au moins qu'il fut très remué pour ce que vous disiez
de votre aigle.
- De notre aigle, reprit Coclès.
- J'étais si convaincu, dit Prométhée.
- C'est pourquoi vous le convainquîtes... votre parole était
très vive...
- Je pensais qu'on n'écoutait pas... j'insistais... si
j'avais su qu'il écoutait...
- Qu'eussiez-vous dit?
- La même chose, balbutia Prométhée.
Le Prométhée mal enchainé
Quizá no haya producido nuestro tiempo otra figura literaria
más compleja y elusiva que la de André Gide. Porque
lo que constituye su mayor atracción es precisamente su
ambigüedad misma; o quizá sea mejor decir: la pluralidad
de sus faces (18). Todavía se está demasiado cerca
para pretender definir su importancia en las letras contemporáneas.
Sin duda alguna, el hechizo de su personalidad no desaparecerá
totalmente, pero es posible prever ya que otras generaciones no
estén tan dispuestas a deletrear sus fábulas o a
rastrear sus confesiones con la misma devoción (y el mismo
placer) que las de este medio siglo. Esto no significa que hoy
sea necesario aceptar todo Gide. Mucho antes de que hubiera culminado
su carrera era posible distinguir la caducidad creciente de alguna
de sus creaciones. Las mismas Nourritures Terrestres (tan
explosivas, de tan larga proyección hasta la primera postguerra)
habían perdido mucho de su fascinación al imponerse
su mensaje; tiempos más duros estilísticamente se
habían apartado de sus elaborados entusiasmos. Ya en 1931
algún crítico (y discípulo) podía
señalar su impaciencia ante un estilo que había
llegado a agotar las posibilidades del claroscuro. Hasta su mismo
Journal (creación sin paralelo en las letras occidentales),
había perdido su tensión; sus estimulantes elipsis
aparecían sustituídas sin ventaja por un fatigoso
repasar lo dicho, por el parcial ablandamiento de la edad. El
mismo Gide lo advirtió y resolvió clausurarlo con
estas amargas palabras: "Ces lignes insignifiantes datent
du 12 juin 1949. Tout m'invite à croire qu'elles seront
les dernières de ce Journal."
Pero no es la previsible caducidad de una parte de la obra de
un escritor lo que determina su vigencia, su sobrevida. ¿Quién
lee hoy Clavijo, Los tratos de Argel, De Monarchia?
Bastaría la salvación del Journal o de Thésée,
de Les Caves du Vatican o de Les Faux-monnayeurs,
para asegurar la duración de esta obra, su eternidad. ("Le
problème, pour moi, n'est pas: comment réussir?
mais bien: comment durer? Depuis longtemps, je ne prétends
gagner mon procès qu'en appel. Je n'écris que pour
être relu.") Hay otra forma de supervivencia; la
de un mensaje o un ejemplo. No todo lo que Gide afirmó
puede parecer valedero. Gran parte de sus formulas sólo
sirvieron para expresar un conflicto intransferible (todo lo que
se refiere a la pederastia, por ejemplo); sólo fueron hipótesis
de trabajo (o de vida) que el investigador desecha al superarlas.
Pero algunas de sus afirmaciones trascienden la circunstancia.
Por ejemplo, ésta del prefacio a L'immoraliste: "Jette
mon livre; dis-toi bien que ce n'est là qu'une des
mille postures possibles en face de la vie. Cherche la tienne.
Ce qu'un aurait aussi bien fait que toi, ne le fais pas. Ce qu'un
autre aurait aussi bien dit que toi, ne le dis pas, aussi bien
écrit que toi, ne l'écris pas. Ne t'attache en toi
qu'à ce que tu ne sens qu'en toi même, et crée
de toi, impatiemment ou patiemment, ah! le plus irremplaçable
des êtres." O por ejemplo, la que se ilustra no
con textos sino con toda la carrera de Gide: la valentía
en sostener sus convicciones.
En este terreno intelectual se libró la lucha de Gide.
Esto bastaría para explicar su prolongada influencia. Mientras
sus coetáneos (Benda o Valéry, Claudel o Suarès)
quedaron fijados en actitudes de su madurez, sin alcanzar el mundo
de la guerra total, incapaces de renovación, rígidos
e incomprensibles como dioses de un Olimpo abolido, Gide preservó
su espontaneidad y su fascinación. Al no aceptar sus soluciones
anteriores, al replantear cada vez todo problema desde el principio,
dejó una enseñanza mucho más profunda de
la de un sistema o la de una fórmula general: la enseñanza
de un rigor y la necesidad de lucidez y verdad; la enseñanza
de no renunciar; la imagen del artista como un guerrillero.
La muerte lo encontró octogenario pero vigoroso, fijado
en una madurez, en una objetividad rica de los combates librados
(victorias o derrotas, poco importa), amonedado en su definitiva
imagen: un liberador. "
1. Estas palabras de Le Prométhie mal
enchaini, vividas luego por Lafcadio en Les Caves du Vatican,
han sido precisadas (y criticadas) por Gide en estos términos:
-Un acte gratuit... Entendons-nous. Je n'y crois pas du tout
moi-même, à l'acte gratuit, c'est-à-dire à
un acte qui ne serai motivé par rien. Cela est essentiellement
inadmissible. Il n'y a pas d'effets sans causes. Les mots "acte
gratuit" sont une étiquette provisoire qui m'a paru
commode pour désigner les actes qui échappent aux
explications psychologiques ordinaires, les gestes que ne détermine
pas le simple intérêt personnel (et c'est dans ce
sens, en jouant un peu sur les mots, que j'ai pu parler d'actes
désintéssés)."
2. En privado, en cambio, era más explícito. En
carta a Paul Claudel le comunica el proyecto original: "Une
revue se fonde ici dont je ne prends pas officiellement la direction...
mais c'est tout comme, et c'est mieux-car je laisse l'apparence
de la direction à trois amie plus jeunes, actifs et dévoués
de coeur et d'esprit à la tache de rédaction littéraire
que nous assumons".
3. En obras anteriores (L'immoraliste, Saül) el tema
de la pederastia se había insinuado con bastante claridad,
según ha señalado oportunamente François
Porché; pero sólo cae la máscara en Corydon
(publicado, incompleto, en una edición no venal de doce
ejemplares en 1911; ampliado y en una tirada, sin nombre autor
ni editor, de veintiún ejemplares en 1920; entregado al
público por la NRF en 1924) y en Si le grain
ne meurt (doce ejemplares sin nombre de editor en 1920; edición
venal en 1926, NRF). La misma precaución bibliográfica
puede advertirse con Numquid et tu?, publicado por vez
primera, sin nombre de autor ni editor, en 1922; reeditado por
J. Schiffrin, en edición de tirada limitado, en 1926; en
edición venal recién en 1939, al reintegrarse al
Journal (NRF).
4. Según cuenta Du Bos (Journal, vol. IV, marzo
19, 1928) el mismo Gide le confesó haber escrito Si
le grain ne meurt sólo para mostrar su pederastia y
hasta el momento en que ésta interviene (asegura Du Bos)
"estaba tan poco impulsado por una necesidad que con arbitrariedad
verdadera recogía ciertas cosas y dejaba caer otras, preocupado
únicamente de alcanzar el momento del relato en que partía
a Argelia".
5. La importancia que se concede aquí a Corydon
no implica el reconocimiento de su excelencia. El mismo Gide (en
el Journal especialmente) ha denunciado su insatisfacción
y ha apuntado algunas censuras al procedimiento dialéctico
(de diálogo socrático en más de un sentido)
que creyó conveniente adoptar. Tampoco parece necesario
advertir que ese mismo reconocimiento no implica aprobación
de su tesis. Para un heterosexual resulta casi imposible el esfuerzo
de objetividad necesario para creer en la sinceridad (o en la
inteligencia) de Gide cuando sostiene los beneficios sociales
de la pederastia. Esta ceguera (explicable por otra parte) le
ha hecho mucho daño y ha pretextado abundantemente los
ataques nada útiles de católicos y stalinistas.
Hasta su amigo Du Bos, tan patéticamente desprovisto de
toda ironía, se permitió algunos sarcasmos con respecto
a los mártires de la pederastia.
6. Aunque equivocado en el detalle, Du Bos había visto
claro al escribir en su Dialogue avec A. G.: "En ninguna
parte, repito, Gide intenta probar la existencia de Dios; pero
toda su obra implica su existencia, y quizá hasta debía
decir que la postula".
7. En una carta de Claudel a Gide ocurre esta frase tan reveladora:
"Naturalmente, os enviaré localidades, si queréis
sobreponeros, por mí, a vuestra aversión al teatro".
(diciembre 8, 1912).
8. Esta distinción muestra claramente que su defensa del
homosexualismo se reduce, en verdad, a una apología de
la pederastia; también muestra que su liberación
sexual no excluye el mismo tipo de intolerancia por los invertidos
que los heterosexuales demuestran por toda clase de homosexuales.
En el Journal hay muchos textos complementarios (especialmente
los que se refieren a Proust).
9. En una carta de enero de 1911 le dice Jacques Rivière:
"¡Ah ! qué bien os
comprendí cuando, en Cuverville, me hablasteis de esa necesidad
de ser amado..."
10. Otro testimonio, también de Du Bos, en una carta a
Gide de noviembre de 1922: "Sinceramente -y lo siento
cada vez más- os habéis convertido, para mí
en ese amigo único al que es natural abrir todas las profundidades
que se disimulan a los demás, que siempre comprende, siempre
adivina y anticipa". (El subrayado es mío.)
11. La endopatía es condición esencial del novelista;
por eso Mme. Claude-Edmonde Magny subraya la importancia que tienen
para Gide unas frases de Thibaudet que casi usó como epígrafe
de Les Faux-monnayeurs: "El novelista auténtico
crea a sus personajes con las infinitas direcciones de su vida
posible; el novelista ficticio los crea con la línea única
de su vida real. El genio de la novela hace vivir lo posible,
no hace revivir lo real". Y comenta con tino la autora
de Histoire du roman français: "Este texto le revela
la razón profunda de esta obstinada vocación de
novelista que siente en sí mismo: actualizar todas sus
posibilidades, realizarse en todas las direcciones que la vida
efectiva ha debido sacrificar necesarimente..."
12. Quizá no hay mejor ejemplo de su reticencia que el
silencio en torno de su hija Catherine, habida de una relación
extramarital, y a la que Gide no se ha referido, ni en su Journal,
hasta la muerte de su esposa. En la mediocre biografía
de Klaus Mann (1942) hay alguna indicación complementaria.
13. En muchos lugares de su obra habla Gide (con extraordinaria
agudeza) del demonio y de su intervención no sólo
en la conducta sino en la creación estética. Sus
críticos católicos (desde el energuménico
Massis hasta Du Bos y Mme. Magny) no han vacilado en tomar al
pie de la letra estas "confidencias". Parece
más razonable creer que se trata de una voluntaria mistificación
de Gide; que su demonio se parece más al ilustre daimon
goetheano que al urbano caballero que visita a lvàn
Karamazov en las postrimerías de la compleja novela de
Dostoievski.
14. Al trazar un retrato psicológico de Gide habría
que subrayar su inequívoca condición de desconfiado
("Pour moi qui, par méthode et par témperament,
m'attende toujours au pire, protégeant de cette façon
mon optitmisme et faisant bonheur de tout l'en-deçà....",
confiesa en el Journal.) Es cierto que es virtud cardinal
del crítico; pero eso sólo no explica que en todos
sus retratos muestren los ojos esa sospecha, esa infatigable inquisición,
por más que la politesse intervenga para suavizar las cosas.
15. Aunque el Journal dice mucho, no dice todo, según
se ha visto. El propio Gide ha apuntado algunas limitaciones en
la carta-prólogo al libro de Klaus Mann (por ejemplo, la
omisión de toda referencia a Heine o a Franz Kafka). En
el mismo Journal se incluye esta declaración: "Trop
souvent, par négligence ou paresse, j'ai négligé
de porter dans ce carnet le signe d'une évolution de ma
pensée; et par là mon Journal me trahit, gardant
trace passagère d'un sentiment et nul reflet de ce sentiment
lorsque les événements l'avaient modifié,
parfois d'une manière définitive. C'est ainsi que
certains ont pu croire que je n'aimais point Rome parce que j'avais
dit d'abord que Je m'y ennuyais, puis laissé sans mention
les jours exquis et studieux que j'y al vécus par la suite."
(Alguna desdichada repetición, al comienzo de este pàrrafo,
habri moutrado al lector atento de que se trata del Gide anciano;
el del 8 de abril de 1941, para ser precisos.)
16. Valdría la pena quizá trazar un paralelo entre
estos dos rigurosos coetáneos (Rodó era dos años
menor) que pasaron, cada uno encerrado en su circunstancia, sin
conocerse. En ambos es posible indicar una semejante concepción
ético-estética (Rodó la desarrolla en Ariel)
que traiciona el común origen simbolista. En ambos es posible
apuntar coincidencias fundamentales: el mensaje de la despedida
de Gorgias encuentra eco en la conocida frase de L'immoraliste:
"Jette mon livre..."; la imagen de Proteo les
sirve para enmascarar (objetivar) una condición
psicológica común; ambos creen en el fervor, en
la infinita multiplicidad del alma; ambos practicaron en su crítica
la endopatía; ambos preservaron el sagrado del alma (recuérdese
la parábola del rey hospitalario y las reticencias afectivas
de Gide.) Coinciden hasta en detalles menores: una común
desconfianza por Pascal que no disminuye la admiración
y el respeto. No se debe exagerar, sin embargo, esta aproximación.
No sólo porque la diferencia de ambientes y la diferente
longevidad los separan; hay tantas otras cosas de las que quiero
señalar ahora una sola: Rodó nunca alcanzó
la liberación carnal. Su timidez lo condenó a la
represión, a las relaciones clandestinas, al sórdido
desquite europeo. Este capítulo de su vida, sobre el que
pasan como sobre ascuas los hagiógrafos, ayudaría
a iluminar el contraste entre su prédica de liberador y
su existencia solitaria, enclaustrada.
17. La cohabitación dentro de Gide de un crítico
y un creador ha provocado muchas explicaciones de las que la mejor
quizás sea la de Fernández : "Nuestra inteligencia
es la que, por lo general, ejerce la función crítica,
a menudo contra nuestra sensibilidad, la que, más rígida
y más maciza, resiste, se afirma como un bloque, defiende
su nebulosa. En Gide, por el contrario, es la sensibilidad la
que se disocia, hasta diría: se analiza a sí misma
espontáneamente. "
18. En alguna parte ha exclamado Gide: "Ne me comprenez
pas si vite, je vous en prie". Esta suspensión
del juicio, tan patéticamente solicitada, no responde a
un deleite narcisista de morosa contemplación. Responde
al convencimiento de que todo juicio instantáneo, toda
rígida definición, sólo pueden mutilar su
verdadera y cambiante realidad. No es éste el único
escollo que ofrece su obra casi peor es la abundancia desorientadora
de los documentos acumulados por él mismo (memorias, diarios,
cartas) o por devotos investigadores: R. G. Nóbécourt
ha rastreado sus orígenes familiares, rectificando hasta
errores del propio Gide (Les Nourritures Normandes d'A. G.,
1949); Robert Mallet ha editado, como si se tratara de clásicos,
la correspondencia con Francis Jammes (1893-1938) y con Paul Claudel
(1899-1926); Ivonne Duvet en Autour des Nourritures Terrestres
(Histoire d'un livre, 1948) ordenó una documentación
incomparable, abrumadora. Si a esto se suman los estudios (apologéticos
o encarnizados) que desde Leon-Pierre Quint y Jacques Rivière
hasta Julien Benda y Göran Schildt se han ido acumulando
de manera alarmante, se comprende fácilmente que su bibliografía
pueda ser a la vez, fuente de regocijo para los eruditos y masa
ingobernable para el mero aficionado, su profundo conocimiento
exige ya una especialización que no se distingue de la
que, hace siglos, merece un Cervantes, un Racine o un Alexander
Pope. Vale decir: un clásico."
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