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"El mundo mágico de Carlos Fuentes"
En: Número, segunda época, nº 2, julio-setiembre
1963.
p. 144-159
I. FORTUNA
"Pocos escritores hispanoamericanos de su generación
han tenido la carrera brillante de Carlos Fuentes. Nacido en 1929,
antes de cumplir los treinta años publica su primera novela,
La región más transparente, (1958), que ya
alcanza tres ediciones con un total de cincuenta mil ejemplares.
De su segunda novela, Las buenas conciencias (1959), se
han hecho ya dos ediciones, la segunda popular de unos quince
mil ejemplares. Su tercera novela, La muerte de Artemio Cruz
(1962), acaba de ser publicada en la misma colección
popular y con el mismo tiraje de la anterior. Sus obras han sido
traducidas al inglés, al francés, al polaco. En
este momento, Fuentes es uno de los pocos novelistas hispanoamericanos
que puede vivir de su obra. Junto a dos de sus compatriotas, Juan
Rulfo y Luis Spota, figura en el reducido número de best-sellers
mexicanos. En un continente en que la literatura suele ser lujo
escuálido, su carrera indica claramente un triunfo singular.
La trayectoria literaria de Fuentes ha sido favorecida por las
circunstancias de su vida. Hijo de un diplomático mexicano,
Fuentes recorre el mundo desde pequeño (Brasil, Estados
Unidos), aprendiendo idiomas, conociendo pueblos. Estudia dos
años (1941/43) en Santiago de Chile, en un colegio de habla
inglesa donde tiene de condiscípulo al dramaturgo y cuentista
Luis A. Heiremans; allí escribe y publica sus primeros
textos. La carrera universitaria se completa con dos años
de estudio (Derecho internacional) en Suiza. De esta experiencia
extrae Fuentes un admirable conocimiento vivo de las lenguas modernas,
una visión panorámica internacional, lecturas variadas,
un mundo cultural visto en las dimensiones cosmopolitas que inevitablemente
son las únicas posibles hoy.
A pesar de sus orígenes, Carlos Fuentes no se enquista
en una clase y, menos aún, en el círculo emprobrecedor
de las embajadas. Desde muchacho manifiesta convicciones de izquierda,
se acerca al Movimiento de Liberación Nacional que
en México dirige el ex-Presidente, General Cárdenas,
participa como periodista en conferencias internacionales y escribe
informes para la prensa independiente de varias naciones, tiene
una militancia intelectual que sitúa claramente su obra
junto a quienes no temen el compromiso político o social.
El mismo se ha definido como socialista puntualizando sus discrepancias
con el comunismo. En una entrevista para Ercilla, Fuentes
reconoció que "la visión marxista lo satisface
en muchos sentidos, a pesar de que ésta no posee una interpretación
justa de lo artístico ni de su vida personal."
Tal orientación y tales reservas son evidentes en un creador
que ha conseguido conciliar el compromiso personal con la izquierda
sin sucumbir a los esquemas estéticos de la URSS; que ha
sabido practicar con su arte un compromiso más hondo y
esencial, el compromiso creador. Por eso la fortuna y la obra
de Carlos Fuentes me parecen ejemplares de una forma de resolver
el conflicto que afecta tan particularmente hoy al creador de
esta América.
Fuentes no es un demagogo, Fuentes no es un estratega, Fuentes
no es un fabricante. Su actitud política es clara. También
es claro su compromiso literario. No cree en el realismo socialista
y no lo practica; no cree en las fórmulas empobrecedoras
del arte edificante y las soslaya; no cree en las dimensiones
panfletarias de la novela y se aparta de ellas. Busca aprehender
en sus novelas y cuentos esa realidad pluridimensional que es
la realidad de su México, realidad que no está hecha
sólo de negociados con los Estados Unidos, incumplida reforma
agraria, aceptación o rechazo de Fidel Castro, sino que
está hecha de los viejos mitos aztecas y las nuevas visiones
de Freud, de los sueños revolucionarios de hace cincuenta
años las esperanzas intactas de esta última década;
realidad múltiple y por eso mismo realidad mágica.
Creo que es hora de empezar a analizar a Fuentes desde una perspectiva
interior. Ya se ha hecho el inventario externo de su obra. Pero
las tres publicadas, y una nouvelle que las complementa
y en cierto sentido les sirve de clave (Aura, 1962) justifican
que se intente ahora el análisis literario de Carlos Fuentes.
No he leído su primer libro de cuentos (Los días
enmascarados). La crítica ha señalado que son
poéticos, irónicos, kafkianos; el mismo Fuentes
ha subrayado su intento de explorar en ellos la supervivencia
de viejas culturas en el mundo mexicano a pesar de que la omisión
de este título puede tener su importancia, me atrevo a
intentar un examen general del universo novelesco de Fuentes.
El momento me parece oportuno. Su figura es, en más de
un sentido, ejemplar dentro y fuera de su patria.
II. ESTILO
"Escúchame, desdichada.
¿quieres mi cuerpo, o mis palabras? Yo no tengo sino palabras,
hasta mi cuerpo es de palabras, y esas palabras pueden ser tuyas.
Ixca Cienfuegos en La región más transparente.
Retórico, han dicho muchos de sus críticos
y no sólo para denigrarlo. Porque una de las cosas que
primero advierte el lector es la compleja elaboración externa
de sus narraciones. La región más transparente
ofrece un panorama de Ciudad de México en 1951, a través
de las perspectivas de muchos personajes que cruzan y entrecruzan
sus destinos. Es cierto que uno de ellos (Ixca Cienfuegos) actúa
como centro, como punto de referencia, como testigo y, ocasionalmente,
como actor. Pero la visión que trasmite Carlos Fuentes
es una visión compleja, multitudinaria, simultaneísta,
que le permite fragmentar una reunión social en pedazos
interpolando episodios que ocurren simultáneamente en otros
lugares, o trayendo bruscamente evocaciones que asaltan a uno
de los asistentes y que agregan a la dimensión temporal
de 1951 no sólo las cuatro décadas de la revolución
sino el largo reinado de Porfirio Díaz, y antes aún,
la invasión napoleónica y se proyectan más
atrás hacia la Independencia, la Colonia, fabulosa época
azteca. Hay un epílogo en 1954 que da perspectiva a ese
universo en movimiento, captado por el corte horizontal en el
espacio y el tajo vertical del tiempo, y que tiene como centro
móvil, dinamizado y metamorfoseado él también,
a esa figura simbólica de Ixca Cienfuegos.
Los antecedentes de este procedimiento son conocidos y han sido
registrados ya por la crítica: Manhattan Transfer,
de Dos Passos, Berlin Alexanderplatz, de Alfred Doeblin,
Le sursis de Jean-Paul Sartre, Point Counterpoint,
de Aldous Huxley; pero también pueden citarse algunos monumentos
cinematográficos como las documentales de Walter Ruttman
o el Citizen Kane de Orson Welles. Y en otra dimensión
creadora, las novelas mexicanas de D. H. Lawrence y el Ulysses
de Joyce, los laberínticos relatos de William Faulkner
(Absalom, Absalom, por ejemplo) y hasta intentos hispanoamericanos
que Carlos Fuentes tal vez no conoce: La bahía de silencio,
de Eduardo Mallea, Tierra de nadie, de Juan Carlos Onetti,
Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. ¿A
qué seguir? Sería posible incluso mencionar poemas,
citados explícita o implícitamente por Fuentes (desde
Brecht hasta Prévert, o viceversa, pasando por Apollinaire
y Cocteau), películas que han quedado fijas en su memoria
e inspiran pasajes: el enfoque cruel y grotesco de Luis Buñuel
(a quien Fuentes dedica Las buenas conciencias) un fragmento
de El ángel azul de von Sternberg. El resultado
es una estructura novelesca que en complejidad y brillo no tiene
casi equivalente en la narrativa hispanoamericana, una novela
de dimensiones extraordinarias, concebida y ejecutada por Carlos
Fuentes con pasmosa maestría.
Menos compleja, menos vasta, parece en comparación La
muerte de Artemio Cruz que en vez de desarrollar un fresco
de Ciudad de México se dedica a reconstruir una existencia
particular a lo largo del corte vertical del tiempo, su tiempo:
1889/1959. Pero si el intento parece a primera vista más
simple, Fuentes se ha encargado de tornarlo complejo por una técnica
de exploración que combina ciertos ejercicios recientes
de la novela objetiva francesa, con los experimentos temporales
que hace algunas décadas está realizando la novela
anglosajona. Así la historia de Artemio Cruz está
fragmentada en doce partes que presentan el acontecimiento en
tres dimensiones: un presente en que el protagonista agoniza durante
doce horas y que es visto desde la perspectiva actual del personaje
y está dicho en primera persona (Yo); un futuro que es
puente para la indagación en segunda persona (Tú)
como si el personaje se hablara a sí mismo proyectando
su existencia para investirla de significado; un pasado en que
el personaje evoca en tercera persona (El) uno a uno los momentos
capitales de su vida, una de las elecciones definitivas que fueron
configurando su verdadera existencia.
El propio Fuentes se ha encargado de explicar el significado
de estos tres puntos de vista en unas declaraciones que copio:
"Se relatan aquí las doce horas de agonía
de este viejo que muere de infarto al mesenterio, mal que los
médicos no descubren sino hasta el último momento.
En el transcurso de esas doce horas se interpolan los doce días
que él considera definitivos de su vida. Hay un tercer
elemento, el subconsciente, especie de Virgilio que lo guía
por los doce círculos de su infierno, y que es la otra
cara de su espejo, la otra mitad de Artemio Cruz: es el TU que
habla en futuro. Es el subconsciente que se aferra a un porvenir
que el Yo -el viejo moribundo- no alcanzará a conocer.
El viejo Yo es el presente, en tanto el El rescata el pasado de
Artemio Cruz. Se trata de un diálogo de espejos entre las
tres personas, entre los tres tiempos que forman la vida de este
personaje duro y enajenado. En su agonía, Artemio trata
de reconquistar, por medio de la memoria, sus doce días
definitivos, días que son, en realidad doce opciones. Su
biografía espiritual es más importante que su biografía
física. Las negativas, las traiciones, las elecciones,
las presiones a las que su espíritu se somete lo empujan
al mundo de los objetos, en el cual es un objeto más. En
el tiempo presente de la novela, Artemio es un hombre sin libertad:
la ha agotado a fuerza de elegir. Bueno o malo, al lector toca
decidirlo."
Este resumen trasmite, además, la complejidad de la visión
interior de Carlos Fuentes, sobre la que habrá que decir
algo más adelante. Ahora baste subrayar la complejidad
estilística. Ya la crítica se ha encargado de señalar
antecedentes de este método. El más obvio es La
modification, de Michel Butor, en que el personaje también
es interpelado como Tú (vous). Antes de Butor lo habrían
usado, fragmentariamente, McCarthy en The Company She Keeps
y Eduardo Mallea en algún pasaje de La bahía
de silencio. La vocación en trance de agonía
tiene numerosos ejemplos de los cuales los más notorios
son As I Lay Dying, de William Faulkner, La amortajada,
de María Luisa Bombal, Malone meurt, de Samuel Beckett.
Incluso el recurso de mezclar la cronología y hacer que
las evocaciones se den en varios tiempos ya estaba en Eyeless
in Gaza, de Aldous Huxley. Hasta es posible señalar
que tal episodio (el encuentro con la guerrillera en España)
está inspirado en For Whom the Bell Tolls, de Hemingway;
que la batalla en el bosque deriva de The Red Badge of Courage,
de Stephen Crane, que en la novela hay otras alusiones a Citizen
Kane, a Le rideau cramoisi, de Alexandre Astruc (sobre
Barbey d'Aurevilly), al Angel exterminador (de Buñuel,
sobre texto de Bergamín). Indudablemente, Fuentes no ha
inventado nada. O mejor dicho, ha inventado todo.
Porque lo que importa señalar ahora (como en todo rastreo
de Fuentes) es la transformación que opera el creador.
Los antecedentes son apenas puntos de partida. A lo que llega
Fuentes en La muerte de Artemio Cruz es a una visión
plural de una existencia y un destino: una visión para
la que la dialéctica de las tres personas se suma a la
dialéctica de la discontinuidad cronológica abriendo
nuevas perspectivas a esa evocación de un agonizante. La
pluralidad de antecedentes se pierde en la unidad de una visión
central del tema. En la superficie la obra se dispara hacia muchos
centros; en lo más hondo se recoge hacia la unidad esencial.
Frente a estos ejercicios ambiciosos, Las buenas conciencias
parece muy simple. Es la evocación, hecha por el protagonista
pero no escrita en primera persona, de una niñez y una
primera juventud de provincias. Aquí el modelo obvio es
Galdós aunque si se mira mejor se advierte la influencia
rectora de James Joyce y su Portrait of the Artist as a Young
Man. Como en este libro, muestra Fuentes en el suyo la confluencia
de una crisis sexual de la adolescencia como un conflicto metafísico
de ribetes religiosos. A la visión de Joyce agrega Fuentes
el énfasis sobre la conciencia social, ese ángulo
que ha estudiado teóricamente en Sartre y que tan a las
claras determina a su novela desde el título. Porque la
historia de Jaime Ceballos se proyecta sobre el friso de una ciudad
de provincias y de las fortunas que se siguen haciendo bajo los
distintos régimenes, haya existido o no la Revolución
Mexicana. En esta novela, el artificio narrativo (la benemérita
retórica de que se quejan algunos críticos realistas)
no es tan visible. De ahí que sea la preferida de los lectores
más superficiales.
Las buenas conciencias es la primera novela de una tetralogía,
Los nuevos, de la que Fuentes sólo ha publicado
ésta. El mismo autor se ha lamentado en público
por haberla anticipado sola ya que ha hecho creer a muchos que
abandonaba los experimentos narrativos para volcarse a un relato
de corte tradicional en unas declaraciones a Ercilla ha
indicado: "Sobre esta novela construiré tres novelas
más que en cuanto a tema y forma destruirán Las
buenas conciencias". Cabe suponer que Fuentes piensa
continuar la obra en un estilo menos tradicional. De ser cierta
esta hipótesis habría que señalar que la
transformación estilística acompañaría
así a la transformación espiritual y moral del protagonista.
Algo semejante a lo que ocurre también en el Portrait
de Joyce.
En Aura reaparece la técnica del Tú, y la
oscilación entre futuro y presente, para contar una historia
de ribetes sobrenaturales que requiere una lectura muy afinada
para captar su clave profunda. Un crítico que vió
con toda lucidez su calidad literaria y hasta la filió
con acierto, pudo equivocarse en cuanto a su tema. Así,
Martínez Moreno creyó que Aura era realmente la
sobrina de la señora Consuelo en vez de comprender que
era sólo una proyección ectoplásmica lograda
con infinito esfuerzo por la anciana. Aura parece inspirada
no sólo en The Abasement of the Northmore y The
Jolly Corner, de Henry James (como ha apuntado Martínez
Moreno) sino también en The Aspern Papers, del mismo
James, aunque dando una vuelta de tuerca fantástica a la
situación de la tía y la sobrina. Si menciono ahora
el delicado error de este crítico es porque me parece ejemplar
de las dificultades que plantea Fuentes a todo lector, por más
atento que sea. La crítica ha subrayado, a la zaga de Castellet,
que ésta es la hora del lector. Fuentes es de los escritores
que obliga al lector a recomponer sus novelas en la memoria o
(hasta) en la anotación. Los suyos son libros para ser
leídos con lápiz, para ser marginados, para ser
anotados con un sistema de referencias entrecruzadas. Como empezó
a pasar en la literatura anglosajona a partir del Ulysses de
Joyce, más tarde de la obra compleja de Virginia Woolf,
de Huxley, de Faulkner, y de los franceses actuales que son sus
discípulos, estos libros de Fuentes requieren más
de una lectura alerta. El caso de Aura es, tal vez, excepcional
dentro de su obra. Ya que las tres novelas no plantean problemas
tan arduos.
Queda por hacer una última consideración que tal
vez debió ser previa. Hasta la fecha, las tres novelas
que ha escrito Fuentes aparecen ligadas por un método que
inventó o redescubrió Balzac hacia 1833 cuando componía
la Comédie Humaine, Balzac pensó que era posible
utilizar los personajes de una novela en otra, que de ese modo
aquellos seres de ficción que sólo habían
asomado como segundones en un libro tendrían la posibilidad
de ser protagonistas en otro, multiplicando (como espejos enfrentados)
las perspectivas novelescas. También Fuentes ha pensado
así. Uno de los personajes centrales de La región
más transparente, el industrial Federico Robles, es
mencionado al pasar en La muerte de Artemio Cruz, que asimismo
contiene referencias a otros personajes de aquella novela: Juan
Felipe Couto, Roberto Régules y señora, sobre todo
Jaime Ceballos que aparece casi al final de La región
más transparente pero cuyos orígenes pudieron
conocerse en Las buenas conciencias. En La muerte de
Artemio Cruz, Ceballos aparece en una etapa más grave,
más supina, de su aceptación del orden. El mismo
novelista se encarga de apuntar su deuda con Balzac en un diálogo
de La región más transparente en que uno
de los jóvenes ambiciosos califica a una dama más
o menos corrompida y corrompedora, de Vautrin con faldas. La alusión
a Le pére Goriot y Les illusions perdues no
queda ahí, ya que el diálogo la desarrolla, permitiendo
así el reconocimiento de una deuda.
III. MATERIA
-¿Qué horas son?
-Las que usted guste, señor Presidente
Diálogo evocado en La región más transparente.
La técnica narrativa es sólo un medio. A través
de ella busca comunicar Fuentes su visión múltiple
y compleja del México actual. Esta insistencia en presentar,
sobre todo en sus tres novelas más importantes, un verdadero
friso nacional ha hecho que muchos críticos literales vean
sólo la materia social y política religiosa o costumbrista
que acerca Fuentes y hayan creído que sus ejercicios estilísticos
son mero adorno, superestructuras que molestan la visión
y deben ser eliminadas. La verdad es otra. Aunque también
es cierto que Fuentes quiere dar testimonio de su época
desde este punto de vista resulta simple analizar sus novelas.
Así La región más transparente muestra
en constante contrapunto dialéctico las distintas capas
que componen la sociedad del México actual, desde los restos
conservados en alcanfor de la oligarquía porfirista (las
de Ovando) hasta los mendigos callejeros, los taximetristas, los
braceros que vuelven de Texas con dólares, las prostitutas
que hacen la calle y toman marijuana. La novela está centrada
sobre todo en esa clase que hizo la Revolución, que sobrevivió
a sus matanzas, y que aprovechó el caos para quedarse con
las mejores tierras, con los mejores puestos, con la amistad de
los Yankees. La figura principal del libro, desde este punto de
vista, es Federico Robles cuyo triunfo y derrota se asiste aquí.
Junto a él levanta otro arrivista, Roberto Régules,
que es el que lo suplantará, y una pléyade menor
en que el autor destaca a Rodrigo Pola, intelectual sin espinazo
que acaba vendido a la industria cinematográfica. Otras
capas sociales (sobre todo la aristocracia que se reúne
en pequeñas orgías imitadas de las europeas, que
juega al sexo o al intelecto, que hace copias al carbónico
de copias al carbónico de las copias francesas, que tampoco
soslaya la corrupción económica) están acremente
satirizadas por Fuentes en este vasto panorama. El pueblo aporta
su color, su miseria, sus oscuros rostros anónimos, sus
tragedias de crónica policial. Casi los únicos grupos
que están conspicuamente ausentes del cuadro son el clero
y los políticos de izquierda. La omisión es significativa.
Pero el corte que realiza Fuentes no es sólo horizontal.
También se proyecta verticalmente hacia el pasado y los
orígenes de estos mismos seres, en busca de enlaces que
a primera vista parecen invisibles. Así resulta que el
padre de Rodrigo Pola recibió durante la revolución
el golpe de gracia dado por el teniente Lamacona, hermano de Mercedes
Zamacona, de la que tiene un hijo (sin saberlo) Federico Robles.
Ese hijo es Manuel Zamacona con el que se enfrenta un par de veces
el industrial en un imposible diálogo de sordos entre dos
generaciones. Otras vinculaciones más curiosas aún
pueden rastrearse en varias lecturas de una novela que Fuentes
ofrecece (como la mera realidad) en toda su pasión, su
ambigüedad, su caos.
A través del presente y a través de la viva evocación
del pasado, Fuentes va pasando juicio sobre el México actual.
Un México que ha traicionado los postulados revolucionarios,
que ha permitido el anquilosamiento de toda vida política
en un único Partido, que ha limitado las posibilidades
de evolución o revolución, que ha creado una nueva
clase y una nueva forma de entrega al capital norteamericano.
Es la suya una visión de izquierda que coincide en buena
parte con lo que ya había apuntado Mariano Azuela en sus
novelas del México postrevolucionario pero que tiene una
diferencia fundamental con éstas. En tanto que Azuela pasaba
un juicio sobre todo moral, Fuentes intenta una interpretación
marxista de la realidad mexicana actual. Este aspecto del libro
justifica, sin duda, su enorme popularidad en México.
Pero conviene subrayar, sin embargo, que Fuentes no es un marxista
de esquemas. Convencido de la naturaleza dialéctica de
la realidad muestra no sólo el haz sino el envés
de este mundo que enjuicia con tanto brío. Aunque en muchos
momentos se deja arrastrar por la tentación de la caricatura
(los intelectuales preciosistas están salvajemente expuestos),
aunque obliga a sus industriales a mostrar demasiado claramente
su perversidad (Federico Robles es a ratos apenas un robot), aunque
omite ciertas zonas claves de la sociedad mexicana, Fuentes consigue
en esta primera novela suya una visión contrapuntistica
de lo bueno y lo malo de la enorme capital mexicana enclavada
en una meseta que Alfonso Reyes haba saludado como la región
más transparente del aire. Al recoger la frase de su maestro
y convertirla en título, Fuentes la ha cargado de un significado
satírico.
También en Artemio Cruz se puede encontrar una
visión realista del México actual. El personaje
titular es como Robles uno de los que aprovechó la revolución.
Es uno de los sobrevivientes; es de los que practican con más
brío el arte de chingar a los otros (hay cuatro
páginas de desborde lírico, a lo Henry Miller o
a lo Rabelais, sobre este apetito que encuentra equivalentes en
todo el orbe hispánico); es de los que han descubierto
que las muertes ajenas alargan la propia. Se levanta sobre la
anónima masa que le da origen, hijo de una sirvienta y
de un señorito violador (como Robles era hijo de campesinos)
para dominarla con su poder, con ese machismo que a la zaga de
España, México ha erigido en valor máximo.
Cruz es un prototipo, como lo es Charles Foster Kane en la película
de Welles y en más de un momento resulta evidente que Fuentes
se está acordando del film. Pero es un prototipo que también
le facilita la realidad mexicana y a través del que muestra
no sólo el destino individual del hombre sino el destino
del pueblo que él representa. Así como Cruz tiene
doce opciones que siempre le permiten elegir la muerte o el aniquilamiento
del otro, también México ha tenido en el mismo período
histórico semejantes opciones. Sólo que el personaje
resulta menos representativo de todo México de lo que lo
era la suma de destinos entrecruzados contrapuntísticamente
de La región más transparente.
Las buenas conciencias busca a través de la sociedad
provinciana los orígenes de esta misma nación. Guanajuato
es el cogollito de donde salen algunos de esos hombres, como Jorge
Balcárcel, tío del protagonista, que pertenecen
a la oligarquía porfirista, oportunamente escapan a Europa
cuando la Revolución y vuelven a reconquistar sus posiciones
cuando ésta da paso a una nueva oligarquía. Contra
esa figura sórdida se levanta el protagonista en su ambición
de redención social y hasta religiosa. Al mostrar Fuentes
las etapas por las cuales Jaime Ceballos sucumbe a las fuerzas
del orden está ilustrando un proceso que fue en buena parte
el de muchos jóvenes de este tiempo. Aunque en esta novela
aparece un dirigente sindical perseguido y un estudiante pobre
y de izquierda, Fuentes sigue centrando su mirada en el proceso
de corrupción moral y desintegración completa de
las buenas conciencias.
Hasta en Aura, a pesar de su inequívoco carácter
fantástico, es posible reconocer en cifra el proceso de
la creación del México actual. Porque esa doña
Consuelo, viuda de un general porfirista, enterrada en una casona
que se ha ido convirtiendo en mausoleo per el fatal encajonamiento
a que la someten las nuevas construcciones del México actual;
esa mujer que consigue por un poderoso esfuerzo de voluntad proyectar
la forma visible de su juventud y acechar al protagonista, un
joven profesor de Historia, para obligarlo a revivir con ella
(o con su doble) un pasado que está muerto; esa mujer simboliza
la reconstrucción del México de los viejos privilegios
sobre la estructura insolente y moderna del México actual.
También en esta novela de sueño y pesadilla, la
memoria del tiempo muerto es encarnada y vive, aunque sea con
una vida monstruosa.
Muchas interpretaciones permite el panorama del México
actual que ofrece Carlos Fuentes. Sobrepasando los esquemas tradicionales
del realismo socialista, cree que conviene subrayar esa concepción
fraticida que está en el centro de sus tres novelas. Hay
varios momentos en que personajes de las tres novelas se trenzan
en un abrazo mortal: Ixca Cienfuegos y Rodrigo Pola, en La
región más transparente; Artemio Cruz y Gonzalo
Bernal en la prisión; Jaime Ceballos y su amigo Juan Manuel
Lorenzo en la conciencia (buena) del protagonista y en la mirada
de mudo reproche del amigo. Ese abrazo, ese combate equívoco,
da la clave de un fratricidio que la trama misma de los tres libros
se encarga de ilustrar también cuando muestra a Federico
Robles aniquilado por las maniobras de Roberto Régules;
al padre de Jaime Ceballos destruído lentamente por el
tío Jorge; Artemio Cruz levantándose sobre los cadáveres
de todos los que alguna vez confiaron en él. La maldición
cainita parece circular por el aire de estas novelas porque es
en esa maldición donde encuentra Fuentes la clave de ese
México edificado sobre los huesos de los aztecas y de los
indígenas de hoy, este México que detrás
de sus estucos barrocos, de sus incumplidas leyes agrarias, de
su pátina europeizante, sigue existiendo un sacrificio
humano. Este México actual y eterno.
IV. MITO
... México siempre anda a
la caza de un redentor, ¿no le parece?
Ixca Cienfuegos a Federico Robles en La región más
transparente.
Debajo de la carne anecdótica está la savia viva
del mito, y allí es donde se manifiesta más libre
y poderosa la creación novelesca de Carlos Fuentes. Este
narrador cuyo realismo ha sido elogiado por muchos críticos,
es sobre todo un creador de mitos. En este sentido, su obra se
emparienta con la obra (también poderosa, también
mitológica) de Miguel Angel Asturias. Porque lo que sus
tres novelas, y Aura, muestran son las raíces religiosas
de México, raíces que son de hoy y de siempre. En
ese nivel su creación alcanza profundidades insospechables
a la primera lectura. Sin ánimo exhaustivo conviene indicar
ahora algunos planos de esta recreación mitológica.
El más obvio está expuesto (casi con demasiada
claridad) en La región más transparente.
Toda la historia de la indígena Teódula Moctezuma
y su hija, lxca Cienfuegos es la historia de una supervivencia
de los viejos ritos aztecas en el México actual. Esa vieja
que conserva las joyas de sus antepasados debajo de la choza en
que vive tiene encerrados los huesos de sus muertos; esa figura
absurda y descomunal, que acecha a los moribundos con la esperanza
de convertirlos en víctimas sacrificiales, encuentra al
fin en la horrible muerte de Norma, la mujer de Federico Robles
(incendiada en el estucado palacio que le ha construido el dinero
de su marido), esa ofrenda ritual que anda buscando. Pero aunque
en esta capa de su novela se encuentra la zona más oscura
del alma mexicana, Fuentes no se limita a ofrecer sólo
esta clave.
México está hecho también de otra sangre.
No es casual que en las tres novelas haya un conflicto doble de
los personajes con el padre y con la madre. Aquí Fuentes
no sólo echa mano de los mitos del subconstinente que exploraron
o inventaron Freud y Jung, sino de la misma naturaleza histórica
de México. En un pasaje de La región más
transparente, Manuel Zamacona expone su teoría sobre
ese padre español anónimo, ese conquistador que
viola a las indias, que está en los orígenes del
México histórico. El mito del padre desconocido
y la madre violada (que cabe vinular en un plano más hondo
con la ética de la chingada), asoma en la carne y la sangre
de estas tres novelas. No es casual que Robles y Zamacona sean
padre a hijo, y no se reconozcan en La región más
transparente; como tampoco es casual que Artemio Cruz mande
a su hijo, aunque involuntariamente, a morir en la guerra de España
luchando por una causa justa, él que jamás eligió
la justicia; como no es casual que en Las buenas conciencias,
el padre del protagonista acceda a las intrigas de su hermana
y abandone a su esposa, dejando a su hijo huérfano y perdiéndolo
al miscno tiempo.
La relación con la madre no es menos trágica, en
el sentido literal de la palabra. Madres que absorben a sus hijos,
que quisieran devolverlos al vientre del que salieron, que buscan
un imposible retorno al momento de la fecundación, que
confunden la violación con el parto, hay varias en las
tres novelas. Las hay en el nivel más literal posible,
como la madre de Rodrigo Pola en La región más
transparente, pero aparecen sintetizadas sobre todo en esa
monstruosa asunción de Las buenas conciencias que
tiene un vientre estéril y roba el hijo de su cuñada,
y termina deseando incestuosamente a ese mismo niño que
ahora la tienta con su adolescencia. Las madres, como los padres,
están vistos a la luz de una identificación tautológica
que hunde sus raíces no sólo en la tradición
occidental más antigua (la Biblia y los trágicos
griegos se ocuparon de ella) sino que revierte el conflicto a
los mismos términos fálicos o vaginales que están
en el centro de todo ser. Fuentes explora estos temas no sólo
en la hondura de sus novelas sino en la brillante, la barroca,
la desmesurada estructura de metáforas y anécdotas
en que multiplica el vigor genésico, las posesiones, la
violación, el coito, y esas formas más desesperadas
aún de la soledad sexual, del hambre, la locura, el delirio
agónico.
Hay un momento en La muerte de Artemio Cruz en que un
personaje se echa sobre la tierra como si quisiera fornicar con
ella. Esa fornicación literal se cumple simbólicamente
en estas novelas que en su trasluz mítico identifican la
pasión genésica de sus personajes, su delirio uterino,
con la posesión de las fuentes de la vida, con la nación,
con ese México creado y recreado por Fuentes no sólo
en su dimensión literal sino en su cálida entraña
mitológica. Pero ni siquiera este nivel agota las posibilidades
de interpretación de esta obra impar. Este México
no estaría completo sino se agregara la dimensión
sobrenatural.
Cuando Fuentes habla de redentores, cuando llama a uno de sus
protagonistas, Artemio Cruz, cuando señala la identificación
que Jaime Ceballos hace en las buenas conciencias entre Jesús
y el líder obrero traicionado, entre él mismo y
la flagelación a que fue sometido Cristo, está dando
otras tantas pistas, para buscar en la doctrina cristiana una
clave para estas historias. En muchos lados está indicada
la pista pero tal vez en ninguno mejor que en ciertas palabras
del delirio de Artemio Cruz en que la Virgen María es presentada
(en una forma forma deliberadamente blasfema que hace pensar en
Buñuel) siendo violada por el carpintero José. Aquí
Fuentes busca algo más que el poder de choque de esta imagen
(que por otra parte ya se le había ocurrido, y aún
más sórdidamente al Marqués de Sade); lo
que anhela apresar Fuentes es ese instante de oscura y terrible
identificación en que la violación de la Madre de
Dios es la violación de todas las madres y de la misma
tierra. Del mismo modo que la caída y destrucción
de sus prototipos paternos (Federico Robles, Artemio Cruz) es
también la pasión y muerte de Nuestro Señor.
Un diálogo de Artemio Cruz da la clave: -Me cago
en Dios... (dice el protagonista) ...porque crees en él
(replica con acierto el sacerdote que le da la extremaunción)
Como su maestro Buñuel, Carlos Fuentes blasfema porque
cree, hiere porque cree, niega porque cree. Desde este punto de
vista, es posible leer Las buenas conciencias no sólo
como un ataque cruel y previsible a la perversidad de la burguesía
provinciana de Guanajuato, sino como una desesperada confesión
de impotencia: lo que destruye íntimamente al protagonista,
lo que lo obliga a entrar en el orden despreciado, es el fracaso
de su imitación de Cristo. Hay aquí un tema para
pensar.
V. PERSPECTIVA
La obra de Fuentes no carece de defectos. Ya la crítica
se ha encargado de señalar algunos, sobre todo en México.
Son defectos inevitables en un hombre tan joven (34 años
apenas) y que ha escrito ya tanto y con tamaño vigor y
ambición. El más ovio es la acumulación de
lecturas, técnicas e influencias que afean parcialmente
sus novelas. Cuando Fuentes madure cabalmente, sus episodios capitales
estarán más ajenos (las influencias exteriores de
estilo o situación y parecerán más entrañados
en esa visión profunda que ya es posible descubrir en él.
También desaparecerán (espero) algunos restos de
simplificaciones histórico - políticas que le hacen
jurar por ciertos dioses y abominar de otros; que le permiten
preservar (en 1962) sól1o el lado romántico de la
guerra civil española (hay otro, muy sórdido, que
los documentos ya han revelado); que le hacen omitir los aspectos
negativos de algunos líderes de la Revolución Mexicana
(como Villa) para señalar sólo los positivos. Son
limitaciones visibles y superables.
Lo que ya ha conquistado Fuentes a pesar de su juventud es una
forma de plantarse hondamente frente a la realidad de su patria;
un afán de no reducir su complejidad y sus contradicciones,
su dialéctica interior, a esquemas de tal o cual cuño
político; una perspectiva literaria que le permite moverse
con toda soltura y situarse en la mejor línea de la novelística
contemporánea; un don de narrar que estalla en casi todas
sus páginas y que alcanza la felicidad (tan justamente
celebrada por Martínez Moreno) de su nouvelle Aura.
En este momento de su carrera, parece riesgoso encasillarlo, o
siquiera predecir el curso de su desarrollo ulterior. Se equivocan
visiblemente quienes (como Carlos Valdés) creen que su
mejor logro actual es el realismo; se equivocan quienes lo consideran
sólo como un cuentista extraviado en la dimensión
más compleja de la novela; se equivocan quienes lo consideran
sólo como un cuentista exraviado en la dimensión
más compleka de la novela; se equivocan quienes leen sólo
la superficie y se pierden la entraña angustiada y mitológica.
Fuentes está en proceso de crecimiento y desarollo. Por
eso mismo puede resultar prematura un análisis cerrado.
Conviene recapitular por ahora sus logros y dejar la perspectiva
abierta. Todavía habrá de crear y sorprendernos."
NOTA. Los libros de Fuentes que he manejado han
sido publicados, con excepción de uno, por Fondo de Cultura
Económica de México. La nouvelle Aura pertenece
a Ediciones Era, colección Alacena. El artículo
de Carlos Martínez Moreno a que se hace alusión
en el texto fue publicado, con el título de Carlos Fuentes
y los nuevos caminos de la novela americana en la revista
Letras 62 (Montevideo, Nº2, diciembre 1962). El de
Carlos Valdés se titula Un virtuosismo gratuito
y está en la Revista de la Universidad de México
(agosto 1962). En la misma revista y número, hay un trabajo
de José Emilio Pacheco sobre La muerte de Artemio Cruz
del que he tomado la cita de Fuentes sobre esta novela. Una buena
introducción a Fuentes es la serie de tres artículos
publicados en La Mañana (Montevideo, diciembre 14/16,
1962) por Mario Benedetti. La entrevista concedida a Ercilla
de Santiago de Chile, tiene fecha de enero 17. 1962.
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