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"El mundo de José Donoso"
En Mundo Nuevo, n. 12
junio de 1967
p. 77-85
"Un verdadero novelista no puede evitar ser un creador de
mundo. Ese mundo puede ser vasto (como el de Balzac o el de Dickens)
y confundirse, en las apariencias, con la realidad exterior haciendo
la competencia al estado civil, ocupándose de una sociedad
entera, reconstruyendo una época y multiplicando así
falazmente los simulacros humanos. Pero también puede ser
un mundo voluntariamente confinado (como el de Flaubert o el de
Henry James), un mundo estrictamente particular que sólo
refleja un aspecto, casi siempre el mismo, de la realidad y que
sin embargo, a través de ese único aspecto, casi maniáticamente
explorado, manifiesta en cifra el mundo entero. A esta segunda raza
de novelistas pertenece sin la menor duda José Donoso.
El mundo que su obra crea es el de la vida familiar chilena en
este centro del siglo que le ha tocado vivir al narrador. Es un
mundo en el que siempre se da la misma experiencia repetida: el
salvaje descubrimiento de la violencia que yace debajo de la superficie
aparentemente convencional de una sociedad bastante estratificada
y burguesa. El narrador acota ese mundo en su contexto semifeudal,
semiurbano con una lucidez cada día más aterradora.
Es un mundo en que ricos y pobres, las Dos Naciones de que hablaba
Disraeli en su famosa novela panfletaria, viven inextricablemente
mezclados; un mundo en que las categorías sociales, separables
en el análisis social y económico, no lo son en la
esfera más profunda de las pasiones; un mundo en que la realidad
superficial de todos los días esconde y libera, de tanto
en tanto, los más horribles monstruos de la razón.
Naturalista y onírico, literal y simbólico, tradicional
y renovador, José Donoso ha creado en tres novelas y un puñado
de cuentos todo un mundo que lleva indiscutiblemente su marca y
que lo representa a él con la misma potencia con que el universo
ficticio de Clarice Lispector, de Juan Rulfo, de José Lezama
Lima o de Martínez Moreno representa a dichos singularísimos
creadores. Más que fatigosas comparaciones con novelistas
latinoamericanos de entonación más épica (comparaciones
en que hoy tanto abundan las gacetillas literarias chilenas) resulta
útil vincularlo con creadores como aquellos que ya han logrado
transformar su autobiografía en ficción, sus obsesiones
personales en mito, sus terrores y sueños lúcidos
en realidad imaginaria, su universo interior en tierra por la que
circulan, libres y hechizadas, las criaturas de su invención.
Una carrera literaria
Entre el año de 1960, en que Donoso publica en volumen de
cinco cuentos con el título de uno de ellos, El charleston
(dos de los cinco ya habían sido recogidos en un librito
de 1956), y el año de 1966, en que publica sucesivamente
dos novelas, El lugar sin límites, en México
(Joaquín Mortiz), y Este Domingo, en Chile (Zig-Zag),
además de la colección de Los mejores cuentos (también
Zig-Zag). José Donoso ha estado trabajando su narrativa en
silencio, un silencio sólo interrumpido por la publicación
periódica de artículos críticos, sumamente
agudos, y por la leyenda de sus triunfos en el extranjero. Son esos
seis años en los que su nombre, proyectado meteóricamente
en Chile a la aparición de su primera novela, Coronación
(1957), comienza a ser reconocido y discutido en toda América
Latina y obtiene, en 1962, el Premio de la Fundación William
Faulkner para la mejor novela chilena del último quinquenio.
Esos seis años de aparente silencio han servido para que
Donoso madura prodigiosamente como novelista y para que emprenda
una nueva obra, El obsceno pájaro de la noche, que
es sin duda su más ambicioso proyecto hasta la fecha.
No es inútil, antes de repasar con algún detalle
su obra, marcar dos o tres aspectos de su carrera literaria que
han permitido a Donoso situarse en la posición casi única
que ocupa actualmente en la novela. Nacido en 1924, educado en un
colegio inglés de Santiago (donde tuvo de condiscípulos
a Carlos Fuentes y Luis Alberto Heireman), Donoso pertenece a esa
generación chilena del 50 que ha publicado con tanto esfuerzo
Enrique Lafourcade y que realiza, en aquella nación de América
Latina, una puesta al día completa de las letras nacionales.
Se produce hacia esa fecha en todo el continente un acceso a la
modernidad que equivale a la registrada en el Modernismo por Rubén
Darío y sus secuaces, sólo que ahora es sobre todo
la influencia masiva de las letras anglosajonas la que determina
estéticamente el nuevo rumbo literario.
Ese cambio de influencia no es casual. En la propia Francia es
cada día más evidente desde los años veinte
la influencia de la cultura anglosajona. Muchos de los escritores
latinoamericanos, que no han descubierto aún el inglés,
la reciben, tal vez sin advertirlo del todo, vía París
y con interesantes nombres franceses. Pero Donoso (como Fuentes,
como Cortázar, como Borges) ha recibido esa influencia directamente
de sus orígenes. Su dominio del inglés es impecable
desde la infancia, escribe en esa lengua sus primeros cuentos, estudia
dos años en Princeton, enseña inglés y literatura
inglesa en Chile, actualmente vive en los Estados Unidos, como escritor
residente de la Universidad de Iowa.
Estos datos exteriores certifican la presencia de una influencia
perdurable. Al publicarse Coronación, Donoso declaró
que dos de sus escritores favoritos eran Dickens y Henry James.
No es difícil encontrar la huella de ambos en esa construcción
grotesca, entre patética y vulgar, que es su primera novela.
De Great Expectations, del novelista victoriano, ha tomado
Donoso no sólo ciertos rasgos de humor y el personaje de
la gran vieja loca, sino también el nombre de la muchachita
de la que se enamora el protagonista (Estela, en ambos libros) y
que en buena medida ocupa con respecto a él una situación
emocionante equivalente. Como la Estela de Dickens, la de Donoso
es una tentación que pone la vieja al alcance del protagonista.
De James, de esa laberíntica novela que se llama The Spoils
of Poynton, ha tomado Donoso el símbolo de la casa como
imagen del ser materno, y también de James ha tomado el narrador
chileno alguna de esas viejas a la vez espantables e inútiles,
como el espantapájaros de The Aspern Papers. Si ahora
detallo estas influencias, que el autor mismo se ha encargado de
subrayar, no es para disminuir a Donoso ni a la novela que le dio
fama, sino para situar en su contexto más exacto esta filiación
literaria que se reconoce en él como en tantos otros importante
narradores de la América Latina de hoy.
La paradoja que subyace esta evidencia es sin embargo muy grande.
Marcado desde la infancia por la influencia de la lengua y de la
literatura anglosajonas, Donoso es chilenísimo y su mundo,
en los niveles más superficiales, es casi costumbrista.
La crónica familiar
Al margen de las influencias literarias, es evidente que Coronación
puede considerarse como el primer volante de un tríptico
que tiene como tema visible la decadencia de la familia chilena
y aparece ilustrado en tres novelas diferentes que pueden considerarse
como variaciones sobre un mismo tema. En la más ambiciosa
de las tres, en esa Coronación que abre el tríptico,
se echan las bases de la crónica familiar. Aquí, Misiá
Elisa Grey de Abalos resulta el símbolo del tronco familiar
de una familia que ha ido perdiendo terreno en la sociedad chilena
y está reducida a esa vieja, loca y moribunda, que vive encerrada
en una casa decrépita (símbolo de la familia y de
ella misma), y a un nieto cincuentón, Andrés Abalos,
que representa la otra cara de la misma decadencia: el debilitamiento
de las energías vitales masculinas, la abulia, la sangre
adelgazada hasta la inercia.
Ese mundo de ruina burguesa (los Abalos fueron alguien en la sociedad
chilena, eran miembros de la oligarquía, hubo hombres que
llevaron el apellido a su culminación), esa decrepitud es
sólo una de las dos caras de la moneda que ofrece Donoso
en Coronación. Contrapuntísticamente, ese mundo
está mostrado no sólo desde el punto de vista de la
vieja y su nieto, sino también desde el punto de vista de
la servidumbre que rodea y hasta cierto punto domina a ambos. Hay
dos viejas sirvientas, Rosario y Lourdes, que representan también
una suerte de prolongación decadente del mundo burgués
y que serán las encargadas de coronar a la vieja, en una
escena de calculado y terrible delirio simbólico, y hay una
joven sirvienta, Estela, una muchacha del campo, que Andrés
Abalos, codicia en un último espasmo de su dudosa virilidad.
Pero si las viejas sirvientas están tan comprometidas en
la ruina y decadencia de la casa, la joven no lo está y busca
y encuentra una salida entregándose a Mario, un muchacho
que es repartidor de un almacén vecino. Con este personaje
masculino y su familiar entra en la novela toda una porción
del lumpen chileno. Hay que decir desde ahora que esta es
la zona menos convincente de la obra. Si Donoso puede apelar a su
propia experiencia para reconstruir la decadencia de la oligarquía
o el mundo semifeudal de las sirvientas, de nada le sirve su observación
exterior para reconstruir la realidad de las poblaciones marginales.
En su descargo hay que apuntar que no es el único de los
narradores latinoamericanos que ha fracasado en este intento. Se
podría hacer una larga y honrosa lista. Más vale utilizar
el procedimiento inverso y afirmar que con excepciones tan notables
como la de Manuel Rojas en Hijo de ladrón, el lumpen
es estéticamente inexistente en las letras hispanoamericanas.
Para encontrarlos hay que ir a los libros, admirables y terribles,
de Oscar Lewis sobre México y Puerto Rico.
Pero lo que ahora importa señalar es que en Coronación
ya aparece uno de los temas centrales de lo que será,
más adelante, la entraña de Este domingo: la
vinculación existencial que hay entre el mundo emocional
de la oligarquía y el de las clases pobres. En esta primera
novela, el tema sólo aparece esbozado. Será la vieja
loca la que descubra antes que nadie que el nieto codicia a la joven
sirvienta. Andrés había visto las palmas rosadas de
las manos morenas de Estela y había sentido primero una repugnancia,
como ante un espectáculo obsceno. Pero misiá Elisa
ve más y mejor. Descubre en esa repugnancia la atracción
sexual y en su locura, se la grita al nieto y a la muchacha. Más
tarde, Andrés habrá de reconocer la verdad de eso
que al principio tomó como otra prueba más del abismo
de locura y obscenidad en que ha caído su abuela. Terminará
por reconocer en él la codicia sexual soterrada por los años.
Aquí alcanza Donoso uno de los temas más importantes
de su mundo novelesco: la develación de esas pasiones que
se ocultan debajo de la impecable superficie de las convenciones
burguesas. Pero en Coronación el tema aparece presentado,
mostrado, explicado. Hay poca o muy poca capacidad de explotarlo
alusivamente. Todo está allí, en esa primera novela,
pero todo está como a fare. Es decir: todo está
entrevisto por el autor sin que le sea posible al mismo tiempo encontrar
la forma de desarrollarlo poéticamente. De ahí que
Coronación abuse de las motivaciones exteriores del
conflicto y caiga en lo grotesco, para culminar en una absurda y
doble escena teatral en que Estela trata de ayudar a Mario y a su
hermano que quieren robar la platería de la casa (otro símbolo
de ese poder inútil de la oligarquía decadente), mientras
Misiá Elisa se despeña en la muerte, objeto manoseado
por el culto también inútil de las dos criadas, y
Andrés se deja deslizar a la locura. La crónica familiar
degenera en melodrama social.
Varios puntos de vista
En las dos novelas que completan este tríptico imaginario,
Donoso vuelve al tema pero con una mayor profundidad y economía
de recursos. Ante todo, porque ninguna de las dos se propone cubrir
un campo tan vasto como el de Coronación. Tanto El
lugar sin límites como Este domingo concentran
la acción y concentran sobre todo el punto de vista. Salvo
pequeñas excepciones todo está mostrado en ambas novelas
desde los personajes centrales y no hay (como en Coronación)
el peligroso propósito de identificarse con personajes del
lumpen. Cuando el autor mira desde dentro de un personaje,
se trata casi siempre de un personaje con el que puede identificarse
real o emocionalmente. En El lugar sin límites (la
primera y la más breve de las dos últimas novelas)
Donoso presenta una acción simple que tiene en realidad dos
tiempos. En el presente se cuenta cómo Pancho Vega viene
a cumplir su amenaza de violar tanto a la Japonesita (virgen y patrona
de un burdel de pueblo) como a su padres, un marica que llaman la
Manuela. La acción no sale de ese pueblo decrépito
y casi no sale de esos tres personajes, aunque en realidad hay un
cuarto que es el que con su presencia o ausencia explica profundamente
toda la situación. Es Don Alejo Cruz, propietario de los
fundos de los alrededores y verdadero dueño del pueblo y
de sus habitantes. En un tiempo anterior al presente de la novela,
ha sido don Alejo el que forzó, en una noche de orgía,
a la Manuela a acostarse con la madre de la Japonesita y engendrar
esa hija tan perversamente nacida. Ahora, en el presente, es también
don Alejo (el verdadero Dios de esta historia, el dador de vida
y de muerte) el que busca liquidar el pueblo para recuperar sus
tierras y convertirlas nuevamente en viñas, el que acecha
a la Japonesita, a la Manuela, al propio Pancho Vega, el que suelta
al final los perros feroces que tal vez maten a la Manuela. El hombre,
el padre, es también un Saturno que devora a sus miserables
hijos.
Pero no es de esta zona de la novela que quiero hablar aquí
sino de la otra, la que prolonga en distintos ambiente y temperatura
la crónica familiar iniciada en Coronación.
Desde este punto de vista, El lugar sin límites es
como una versión exagerada, agria, de la primera novela.
El mundo familiar está totalmente desintegrado por la visión
grotesca. El hogar, la casa, es un burdel. La muchacha es virgen
pero en también una puta frígida; el padre es un patético
marica que piensa y viste como mujer; y esa otra figura paterna,
don Alejo, que estaba conspicuamente ausente en Coronación,
es aquí una de las fuerzas destructoras. La crónica
familiar, sí, pero convertida en una caricatura terrible.
Desde este punto de vista, Este domingo devuelve al lector
al mundo más convencional de Coronación y hasta
ciertos aspectos de la nueva novela parecen acentuar aún
más el aspecto crónica, el aspecto costumbrista. De
ahí que no sea extraño que los más apresurados
de sus críticos sólo hayan visto en Este domingo
la reducción del ámbito de Coronación,
como si se tratara de una segunda parte pero más simple,
menos ambiciosa, de la misma obra. En apariencia es así,
y sería muy fácil demostrar que con esta novela Donoso
vuelve a recorrer el camino ya andado con su primera. Otra vez toda
la acción gira en torno de una familia; hay una abuela dominante
que se confunde simbólicamente con la casa; hay una relación
casi incestuosa pero no sexual entre esa abuela y un hombre de la
familia, en este caso el marido. También en Coronación
la vida del grupo oligárquico aparece inextricablemente
mezclada con la del grupo de sirvientes o dependientes. Las pasiones
atraviesan aquí, una vez más, las barreras de las
clases.
Es claro que no conviene extremar los paralelos. En realidad, Este
domingo posee una estructura que es a la vez más simple
y más compleja que la de Coronación. En la
superficie es más simple porque no ambiciona, como la novela
anterior, cubrir todo el campo social y dar cabalmente el lumpen
que aquí aparece sólo vislumbrado y en una suerte
de culminación pesadillesca. Pero si bien Donoso ahora se
reduce lo hace para profundizar. De modo que lo que se pierde en
amplitud, se gana en intensidad. La novela, por otra parte, se sitúa
en dos planos narrativos nítidamente separados y que permiten
un valioso contrapunto. La perspectiva es doble: en un plano, la
acción está presentada (en tres capítulos que
aparecen impresos en letra cursiva) desde el punto de vista de uno
de los nietos. Es el mundo de la infancia para el que cada domingo
significa la culminación del fin de semana en casa de la
abuela. Desde la perspectiva del anónimo narrador (uno de
los nietos) la abuela es una vieja que los recoge en su amplio y
maternal regazo, que participa de sus juegos, que es un ser a la
vez cotidiano y fabuloso. Nada saben ellos de su verdadera vida,
de sus frustraciones, de sus pasiones contenidas. Para los niños
nunca ocurre nada si ellos no lo inventan. Pasan, aparentemente
inmunes, por la tragedia de los mayores, concentrados en sus creaciones
imaginarias. Es el suyo el mundo gratuito por excelencia: el mundo
irresponsable de la infancia burguesa.
Pero en otro nivel de la novela (el de los dos capítulos
más largos que presentan la acción directamente, a
través de la impersonal tercera persona de la narración
convencional); la historia de los mayores cuenta una cosa muy distinta:
la abuela, Josefina Rosas de Vives, a quien llaman la Chepa, es
una mujer cincuentona que ha encontrado entre sus pobres a Maya,
un hombre joven al que se siente atraída incestuosamente;
el abuelo, Alvaro Vives, es un hombre que ya siente el aletazo del
cáncer y que evoca retrospectivamente una aventura que tuvo
con la Violeta, sirvienta de su casa. Tanto el abuelo como la abuela
sólo conocen la pasión a través del contacto
emocional con personas de la clase pobre. Para perfeccionar la simetría,
Donoso hace que el joven que la Chepa protege vaya a vivir a casa
de la sirvienta, ya vieja, y tenga con ella una consumación
sexual de la pasión que arde inútil en la abuela.
A través de la Violeta se enlazan indisolublemente las dos
parejas, ya que ella ha sido amante de don Alvaro y ahora lo es
de Maya. La unión queda incluso simbolizada por el crimen;
Maya, que es un psicópata y cae en unos trances que él
mismo llama "la mano negra", termina matando a
esa mujer. La sangre derramada une para siempre a los cuatro personajes.
Estos dos niveles de la acción permiten a Donoso oponer
los distintos planos sociales y enriquecer de comentario no explícitos
esa situación que en el resumen tal vez peque de excesivamente
esquemática. Sería posible llevar un poco más
lejos el examen de la novela y advertir que toda ella está
centrada en un tema; esa maternidad de la Chepa, que su marido compara
varias veces con la de una perra parida, se manifiesta en varios
planos: con los nietos, sin duda, pero sobre todo con ese muchacho
que ella protege y al que termina amando. Pero en un último
plano atroz, esa misma maternidad incestuosa culmina cuando la Chepa,
en su delirio de amor, va a una población callampa en busca
de Maya y es acosada por los niños pobres, los niños
tahúres, los niños convertidos por la miseria en perros
de presa. Entonces, esta mujer que era toda maternidad tiene una
rebeldía y se levanta contra los juegos ilegítimos
de estos niños pobres, juegos que la tienen a ella de centro
y de víctima. Es fácil comprender que en el plano
de la acción simbólica que disimula la novela, esos
juegos de los niños pobres equivalen a los juegos (por el
autor calificados de legítimos) que tenían con ella
sus nietos. El fabuloso entierro de Mariola Roncafort, personaje
imaginado por los nietos, encuentra su equilibrio en la grotesca
persecución de la Chepa por los niños desposeídos
y rapaces de la población callampa.
Por este camino, Donoso recupera en Este domingo algunos
de los temas de Coronación. Pero esta lectura de la
novela no agota por cierto sus múltiples significados.
La crueldad desnuda
El último cuento que recoge la selección de Zig-Zag
(Los mejores cuentos) puede facilitar una clave importante
para llegar a una lectura más profunda de la obra de Donoso.
Se titula "Santelices" y es de 1962. En la superficie
cuenta la historia de un hombre más bien tímido y
mediocre, que vive en un cuarto de pensión y trabaja en una
oficina, y cuya pasión es coleccionar fotografías
de animales salvajes. Una visita al zoológico no satisface
del todo sus ansias. "Sediento, buscaba escenas feroces,
donde la actualidad de las fauces humeantes, estuviera teñida
aún con el ardor de la sangre, o en las que el peso del animal
dejara caer toda su brutalidad sobre la víctima espantada.
El pecho de Santelices palpitaba junto con la víctima y para
salvarse del pánico pegaba sus ojos al agresor para identificarse
con él."
Para aliviar sus tensiones, Santelices se concede la libertad de
poner con tachuelas sobre las paredes de su pieza de pensión
las fotografías de las fieras. "Permaneció
un largo rato tendido en la cama con la luz velada más que
mirándolos, sintiéndolos adueñarse de su pieza.
Se liberaron rumores peligrosos que podían no ser más
que una pata en un charco, una rama quebrada o el repentino erguirse
de orejas puntiagudas. Acudieron cuerpos de un andar perfecto, guiños
de ojos que al oscurecer fulguraban hasta quemar, olores, bocanadas
de aire usado en pulmones poderosos, presencias, roces, calor de
piel extendida sobre la elegancia de músculos precisos, toda
una enervante incitación a participar en una vida candente,
a exponerse a ser fauce y sangre, víctima y agresor."
Como Baudelaire en aquel famoso poema (L'héautontiorouménos"),
el protagonista de Donoso podría decir:
Je suis la plaie et le couteau!
Je suis le soufflet et la joue!
Je suis les membres et la roue,
Et la victime et le bourreau!
El final de la historia es que Santelices no consigue siquiera
tener la satisfacción vicaria de dejar sus fieras sobre la
pared. La dueña de la pensión, Bertita, una virgen
marchita que lo ofende con su obscenidad femenina, lo fuerza a sacar
las fotografías de las paredes. El único recurso que
le queda a Santelices es entretenerse en contemplar, desde la alta
ventana de su oficina, a una muchacha que juega allá abajo
en un jardín con sus gatos. Poco a poco, Satelices se convence
que, de noche, el jardín (el paraíso o el infierno
terrenal) se puebla de fieras. Una noche acude a su oficina con
unos anteojos de larga vista: los enfoca sobre el jardín,
ve poblada la selva que anhela, se asoma a la ventana, acaba arrojándose
por ella, al corazón mismo de ese mundo de fieras.
En ese cuento se puede, condensado, el tema de toda la obra de
Donoso. Ese tema es la súbita liberación de la violencia,
la fiera que está dormida dentro de cada uno y que despierta
para saltar hacia fuera, la crueldad desnuda. Cada uno de sus cuentos,
cada una de sus novelas, es una variación sobre ese tema.
Para verificarlo bastará con volver rápidamente sobre
las tres novelas.
El diseño del tapiz
Si desde el punto de vista superficial las novelas de Donoso parecen
reflejar simplemente una realidad familiar, una crónica de
costumbres (anda por ahí un crítico que hasta habla
de encantadoras crónicas), para una lectura más honda
el mundo que encubren esas ficciones es un ámbito de violencia,
de pesadilla, de terror. En la primera novela, en Coronación,
la entonación fuertemente guiñolesca de ciertos episodios
estaba contrapesada por el humor, la ironía y hasta el distanciamiento
que tomaba muchas veces Donoso. En las dos novelas posteriores,
ese distanciamiento no es tan visible pero suele disimularse tras
la máscara de un humor macabro (como en El lugar sin límites)
o de una ternura evocativa (como en Este domingo). Pero ya
sea la ironía, o el humor o la ternura, los recursos estilísticos
y emotivos de que se vale Donoso no consiguen disimular la naturaleza
terrible de las situaciones que sus novelas presentan.
Tanto la sacrílega coronación de Misiá Elisa,
como la brutalidad con que Pancho Vega y su cuñado Octavio
castigan y manosean a la Manuela, como la degradación de
la Chepa en Este domingo, son sólo ejemplos de esa
violencia soterrada que estalla de pronto y arrasa con las convenciones
sociales, con las convenciones afectivas, hasta con las convenciones
sexuales. Hay un momento en que la violencia desgarra la piel del
mundo y la fiera salta. Ese momento llega para la vieja de Coronación
cuando toda su sexualidad reprimida de mujer oligárquica,
casta y frígida a la fuerza ("Los hombres son todos
unos cochinos" es no sólo su lema, sino el de toda
su clase), se convierte en obscenidad maligna; la curiosidad con
que registra y diagnostica el deseo que despierta en su nieto la
sirvientita. Pero también dentro de Andrés salta la
fiera, al descubrir en su vida estéril de solterón
el ramalazo del deseo. En El lugar sin límites (cuyo
título proviene de Christopher Marlowe y designa el infierno)
la violencia subyacente es más clara y está más
a la vista, como está más a la vista el perverso origen
sexual de esa violencia. Al atreverse a presentar a un travesti,
un marica que se viste de española y que habla como si fuera
una mujer, devela el autor chileno una de las raíces de esa
violencia soterrada. Porque lo más abismal de ese infierno
sobre el que vuelca sus miradas esta novela no es la existencia
aislada de la pobre Manuela, sino el hecho de que ese guiñapo
despierte realmente en los hombres que se le acercan una turbia
sensualidad, una sexualidad que al negarse se convierte en la más
cruel violencia. También en Este domingo el contraste
ente los juegos, totalmente metafóricos, de los niños
ricos (los juegos legítimos) con los juegos peligrosos de
los pobres marca puramente simbólica y un mundo de violencia
totalmente real.
Pero si bien es fácil verificar esa constante de un tema
y de un motivo en la obra narrativa de Donoso (sería asimismo
fácil mostrar la misma temática multiplicándose
en los catorce cuentos recogidos en volumen), ya no es tan fácil
señalar por qué ese tema y por qué esa motivación
subyacen este mundo a la vez familiar e infernal. Una hipótesis
puede adelantarse, hipótesis que tiene sobre todo el valor
de un instrumento de trabajo analítico ya que requería
un estudio mucho más pormenorizado de toda la obra del que
se puede realizar aquí. Esa hipótesis tiene en cuenta
no sólo la constancia del tema de la violencia que irrumpe
destrozando la superficie del mundo familiar sino esa doble naturaleza,
algo ambigua, del mismo mundo familiar. Es siempre un mundo que
se basa, por un lado, en una mujer, una madre o una abuela, frustrada
sexualmente o ya demasiado vieja para que esa frustración
importe en un plano inmediato, y, por otro lado, se basa en las
relaciones francamente incestuosas de esa mujer con un hombre de
su familia o un hombre más joven. No es necesario ser un
devoto del Dr. Freud para reconocer acá la situación
edípica básica de la sociedad burguesa. En Coronación
hay una abuela nonagenaria y un nieto cincuentón; la
violencia estalla indirectamente por la presencia de una muchacha
que la abuela arroja (metafóricamente) sobre el nieto y que
lo enciende de deseo frustrado, revelando la fiera que dormita en
él. Es muy característico, por eso mismo, que en dicha
novela esté ausente toda figura paterna. (Aunque ésta
aparece en el racconto, no decide la acción principal.)
En Este domingo la situación edípica es múltiple,
porque la Chepa es abuela de sus nietos legítimos al mismo
tiempo que es abuela simbólica de esos niños pobres
que ella protege con cristiana caridad y que casi la matan al final;
pero en otro nivel, la Chepa mantiene una relación muerta
con su marido al tiempo que se enamora de un hombre más joven
que tiene hacia ella los sentimientos más incestuosos posibles.
Tampoco es casual que Maya haya sido abandonado de niño por
su madre y que frente a la Chepa mantenga una actitud de sumisión,
no sólo servil sino filial, al mismo tiempo que la desafía,
la insulta y hasta la veja. Cuando el muchacho tiene relaciones
con la Violeta, a la que termina asesinando, esa posesión
y ese crimen son simbólicos. La Violeta está aquí
en lugar de la Chepa.
La situación es más compleja en El lugar sin límites
porque a diferencia de las otras dos novelas en ella hay dos
personajes masculinos fuertes: don Alejo, que es una figura paterna,
y Pancho Vega que se enfrenta al primero en un acto de parricidio
simbólico. O tal vez no tan simbólico porque don Alejo
ha sembrado de hijos los alrededores y quién sabe si Pancho
no es también hijo suyo. Pero esto aquí no importa.
Lo sea o no, Pancho se comporta como hijo que viene a arrebatar
el poder a don Alejo. La situación del viejo en el pueblo
es la de un Dios destructor. Sólo Octavio (que viene de fuera)
es capaz de enfrentarlo sin temor algunos. Los demás se someten
a sus deseos y hasta existen sólo por decisión suya.
La clave de este poder está en los dos capítulos de
racconti en que se cuenta cómo por una apuesta de
la Japonesa con don Alejo, la Manuela engendra en ella una hija,
la Japonesita. Acá queda en claro ese complejo papel de Dios
creador y destructor que tiene don Alejo. Por eso mismo, la situación
edípica se pone más completamente al desnudo cuando
Pancho Vega viene a forzar a la Japonesita (y de paso a la Manuela),
como una forma evidente de su desafío a la autoridad de don
Alejo.
El travesti hasta en los nombres
Es claro que la Manuela introduce un ejemplo a primera vista inesperado
en la economía edípica de El lugar sin límites.
Por eso mismo, conviene examinar el tema con más amplitud.
Aparece aquí un hombre que se comporta obviamente como una
mujer, un padre que es a la vez una madre, un ser ambiguo y ambivalente.
En las otras novelas de Donoso no hay , a primera vista, nada similar.
Pero una segunda mirada revela otras cosas. ¿Qué son,
al fin y al cabo, los protagonistas masculinos de Coronación
y de Este domingo, sino dos prototipos enmascarados de
la Manuela? Lo que en el nieto cincuentón es mostrado como
una apatía, súbitamente cortada por el ramalazo de
deseo que despierta la sirvientita, puede interpretarse también
en otra clave. Hay un episodio, bastante equívoco, en que
el protagonista se siente tentado de acercarse a pedir fuego a unos
camioneros, y que a la luz de El lugar sin límites adquiere
otro sentido. Del mismo modo, el abuelo de Este domingo tampoco
es un prototipo de virilidad. Es cierto que en su adolescencia tuvo
una gozosa aventura carnal con la Violeta pero también es
cierto que ese episodio (uno de los más hermosos del libro)
está marcado por su pasividad, por un dejarse hacer estremecido
de muchacho frente a la decisión y la sabiduría de
la Violeta, que es unos años mayor y ya sabe de qué
se trata. Incluso, las reacciones del abuelo frente a Maya son bastante
equívocas. Aunque lo echa de su casa y hasta no tiene empacho
en denunciar con crudas palabras a su mujer la naturaleza de la
pasión que ella siente por el muchacho, sus reacciones instintivas
frente a él aportan algunos signos que revelan una perturbación
singular: Maya tiene un grueso lugar sobre el labio y con ese lunar
se convierte de alguna manera en un centro de obsesión para
don Alvaro. No hay que olvidar, además, que los nietos lo
llamaban la Muñeca porque era "muy blanco, muy blanco,
como de porcelana envejecida y teníamos la teoría
[dice el narrador] que se echaba polvos". La ambigüedad
de este apodo encuentra su equivalente en el mismo nombre de Maya,
la más bella de las ninfas de la mitología griega
y que en la novela sirve para designar no a una mujer sino a un
hombre. El travesti de la Manuela aparece aquí,es cierto,
sólo en los nombres.
Por eso no me parece excesivo afirmar que de algún modo,
la Manuela significa la culminación de estos personajes equívocos
y torturados. Como los protagonistas de Oscar Wilde que siempre
tendían a llevar una doble vida (aunque ambas fueran inocentes
a la luz de la censura victoriana), estos personajes de las dos
últimas novelas de José Donoso también parecen
estar ocultando siempre otra forma de vida, de ser, que es más
auténtica, más abismalmente, suya. En la Manuela esa
otra forma aparece al desnudo. O mejor dicho: asume el aspecto,
a la vez grotesco y patético, del travesti. En un cierto
nivel, no sólo la Manuela disfraza su sexo. Todos los personajes
lo hacen. Incluso los que están heterosexualmente definidos
revelan al análisis una naturaleza ambigua. Esas mujeres,
abuelas terroríficas o tiernas y amamantadoras, que pueblan
las novelas tienen una energía sexual detenida y que se ha
canalizado incestuosamente. En los hombres, el complejo edípico
reduce la virilidad o la canaliza hacia las formas más brutales.
Si Andrés Abalos y don Alvaro están como castrados
y sufren tentaciones homosexuales, don Alejo y Pancho Vega, Mario
y Maya, usan su virilidad para destruir, para castigar, para matar.
El travesti, real o simbólico, es la clave secreta de este
mundo infernal.
Las raíces emocionales de la violencia profunda que se apuntaban
más arriba aparecen ahora más claras. Atraídos
y repelidos a la vez por una situación que los desborda,
encerrados en el círculo edípico, horriblemente tentadora
por una situación incestuosa o reaccionando violentamente
contra ella por expedientes nos siempre perversos, los personajes
de Donoso viven sometidos a presiones tales que sólo pueden
escapar de ellas por la violencia. En esa violencia suelen ser sobre
todo las víctimas. En Coronación la violencia
interior que sufre don Andrés lo lleva a la locura, en tanto
que la abuela muere en un grotesca ceremonia. En Este domingo,
don Alvaro es devorado por un cáncer mientras su mujer se
sume en la senilidad. En El lugar sin límites, cuando
todas las máscaras han caído, es la violencia sexual
que se ejerce finalmente sobre la Manuela que revela todo. Incluso
queda en el aire del relato una última posibilidad de violación:
la violencia de las fauces de los perros que ha soltado don Alejo
contra Pancho Vega y que quizá acaben por devorarse a la
Manuela, la que sería doblemente violada y precisamente por
los dos hombres que en la novela representan una virilidad indiscutida.
En el mundo burgués que presenta con tan aterradora visión
este novelista chileno la violencia desnuda es la sexualidad. O
dicho al revés, y con mayor precisión: aceptar la
sexualidad equivale a aceptar la violencia desnuda. De ahí
que esa crónica familiar de la decadencia de una oligarquía
y la turbia ascensión de otras clases que parece ser, a la
mirada superficial, el tema de las novelas de Donoso, resulta ser
en definitiva la crónica sexual de una decadencia, de una
corrupción, de una pasión pervertida en sus orígenes
mismos. En uno de sus mejores cuentos, tal vez el mejor que haya
escrito, y que se titula "Ana María"; ha
dejado Donoso una clave para comprender bien esta otra crónica.
Cuenta allí la historia de un viejo cuidador de una obra
que suele sentarse a mediodía a comer junto al tejido de
alambre de un jardín burgués. Una niñita, descuidada
por sus padres que prefieren hacerse el amor a la hora de la siesta,
viene a espiarlo y poco a poco se va uniendo al viejo por lo que
es un amor incandescente. El viejo queda hechizado por los ojos
de la niñita, se siente hundir en su decrepitud, se entrega
a una relación que otros sólo verán como corrompida,
y termina aceptando huir con la niñita. El final del cuento,
en su economía, en su ambigüedad, en su riqueza, ilustra
admirablemente este aspecto central del arte de Donoso:
"Ana María corrió a través
del jardín, saltó, voló más bien, por
encima de la acequia, exponiéndose a los medallones de luz
flotante que calan a través del boscaje diluyéndolo
todo. El viejo la aguardaba junto al alambrado. La niña le
dijo:
"Upa, upa..."
"El viejo la levantó, depositándola a su lado.
Temblaba un poco porque era muy viejo y sabía lo que iba
a suceder, y no sabía tantas cosas. Ana María se sentó
en el suelo a su lado y sacó los zapatos de la bolsa. Rogó
al hombre:
"Tatos. Pon patitas..."
"El viejo se arrodilló para calzarla con manos torpes.
Luego se pusieron de pie bajo el sauce, el anciano encorvado y oscuro
junto a la niñita con la bolsa al brazo. El la miró,
como si esperara algo. Entonces Ana María le sonrió
como en los mejores tiempos, desde lo hondo de sus ojos fosforescentes
y azules:
"Mi amó", le dijo:
"Y tomando al viejo de la mano lo hizo caminar fuera de la
sombra del sauce, al calor brutal del mediodía de verano.
Lo iba guiando, llevándoselo, y le decía:
"Mamos..., mamos...".
"El viejo la siguió."
Hasta cierto punto, "Ana María" sintetiza
la situación básica de la pareja, tal como la vez
Donoso: la niña (de tres años) es como una imposible
Eva que arrastra al viejo Adán (ya decrépito y totalmente
pasivo) fuera de la sombra de ese sauce, lejos del paraíso
de la inocencia al que no volverán jamás. Otros cuentos,
otras novelas mostrarán variantes de esa situación
básica. El viejo no será tan viejo ni la niña
tan niña en Coronación; en Este domingo,
los papeles estarán invertidos y será la abuela la
que se vea arrastrada fuera del paraíso por un muchacho de
equívoco nombre: en El lugar sin límites el
travesti agregará nuevas profundidades del mismo tema. Pero
en todas las novelas y en todos los cuentos, el tema que subyace
es la pérdida del paraíso, la corrupción de
la inocencia, la violencia que termina engendrando la sexualidad.
Los viejos mitos de la Biblia, los viejos mitos que ha cultivado
y desarrollado la sociedad burguesa, siguen alimentando hondamente
esta crónica ya no simplemente familiar y costumbrista.
Un lenguaje de símbolos
La casa como símbolo de la madre, el disfraz de la Manuela
como imagen de la ambigüedad sexual, el jardín como
paraíso. Habría que volver a examinar las novelas
y los cuentos para ir relevando todas estas imágenes, y otras,
que permiten descubrir el verdadero mundo interior de estas narraciones.
Habría que volver a recorrer el camino, desandarlo, para
mostrar todas las veces que Donoso se vale de ciertas imágenes
para sugerir este profundo mundo subterráneo de las obsesiones,
las culpas, los complejos, los terrores.
Uno de los símbolos más explícitos, y por
lo tanto más fáciles de señalar, es el chal
rosado que aparece en Coronación como regalo de cumpleaños
que don Andrés hace a su abuela y que esta en un golpe de
obscena lucidez, califica de "chal de puta" y regala
a Estela. Ese chal rosado reaparece convertido en camisón
(en "Santelices", por ejemplo y es también
prenda de la Manuel en El lugar sin límites. Sobre
el cuerpo de Estela, o sobre el cuerpo de virgen marchita de Bertita
o sobre el cuerpo decrépito y equívoco de la Manuela,
el chal es símbolo de la sexualidad femenina en su aspecto
doblemente tentador y repugnante. Como las manos rosadas de Estela
que don Andrés contempla primero con asco y luego con deseo.
Como la boca de Estela que ella le niega y que él ve, impotente,
que ella entrega a Mario. En Coronación el tema de
la boca aparece en sus dos extremos de atracción y repulsión,
porque si está la boca de Estela, aparece también
la boca de Dora (cuñada de Mario), boca desdentada y repelente
como su misma sexualidad gastada. No es casual que Donoso oponga
en una escena de buscada simetría, el abrazo de Estela y
Mario al abrazo de Dora y René: en tanto que el primero es
la culminación de una sexualidad gozosa, el segundo representa
todo lo que el sexo tiene de horrible ceremonia repetida.
En Este domingo, ya se ha visto, es la boca de Maya la que
tienta con su grueso lunar a la Chepa y perturba a don Alvaro. En
El lugar sin límites el símbolo llega a su
más exasperante expresión cuando se convierte en la
boca de la Japonesa que la Manuela se niega a besar en el simulacro
de fornicación con que culmina su aventura con ella. Al final,
la Manuela sucumbe a esa boca como sucumbe su dudosa hombría
al abrazo carnal, convirtiéndose por primera y única
vez en su vida en un hombre capaz de penetrar y fecundar. Ese episodio,
que describe magistralmente y que cabría comparar con episodios
sexuales tan brillantemente metaforizados como algunos de Cortázar
en Rayuela o de Lezama Lima en Paradiso, demuestra
lo que ya era obvio: la boca es la sexualidad femenina, a la vez
tentadora y rechazante.
No sería imposible continuar por esta línea de análisis
completando así lo que ya se ha descubierto por otro camino.
Así, por ejemplo, cómo no ve una relación profunda
entre esos símbolos (el camisón rosado, la boca, pero
también la casa que es el cuerpo mismo de las abuelas y que
Donoso describe morosamente en Coronación y Este
domingo) y las fauces de los perros que suelta don Alejo y que
tal vez destrocen a la Manuela en El lugar sin límites,
o las bocas de esas otras fieras sobre las que se precipita Santelices
en el cuento homónimo. La sexualidad femenina es un abismo,
es la destrucción, el anonadamiento. Por otra parte, la virilidad
también es destrucción. Basta advertir que en El
lugar sin límites, Pancho Vega aparece simbolizado por
su camisón colorado, cuya bocina horada y penetra el silencio
del pueblo, anunciando la llegada del violador. En Este domingo,
Mata corona su carrera matando simbólicamente a la Violeta,
como ya se ha visto. ¿A qué seguir? La violencia que
está soterrada debajo de la cautelosa apariencia de la sociedad
burguesa es la sexualidad desnuda.
Pero hay que detener el análisis. Con lo dicho, creo, basta
para certificar la presencia de una realidad más honda en
estas novelas y cuentos de Donoso: una realidad torturada y pesadillesca,
una realidad que completa el mundo de la superficie, que lo lastra
de sombras, que lo duplica en claves terribles. Esa realidad es
también parte de la pobra de José Donoso y conviene
que los lectores (y los críticos, naturalmente) no dejen
de verla porque allí se encuentra una de las razones de la
naturaleza profundamente perturbadora y original de la creación
de este narrador chileno, cuya plena madurez se inicia realmente
ahora."
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