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"Hipótesis sobre Alegría"
En Mundo Nuevo, n. 11
mayo de 1967
p. 48-51
"Uno de los más curiosos destinos de las letras británicas
de este siglo es el de E. M. Forster. Consagrado como maestro de
la novela contemporánea en 1925, con A Pasaje to India,
Forster decide entonces no publicar ninguna novela más. Sigue
escribiendo (cuentos, artículos, libros de viaje y de reminiscencias,
biografías) pero no publica otra novela más. Su fama
como novelista no cesa, sin embargo, de crecer. Con la perspectiva
de los años, cada día parece más evidente que
Forster cuenta entre lo más creador que ha producido Inglaterra
y Europa en lo que va del siglo, y A Pasaje to India ha conocido
una fama extraordinaria y hasta ha sido llevada al teatro con todo
éxito. Pero el silencio novelesco de Forster es imperturbable,
como si el autor estuviera convencido de que ya había alcanzado
el punto máximo con esa novela del año 25. Tal vez
su silencio sea sólo publicitario; se dice de buena fuente
que Forster ha escrito una novela más que será conocida
póstumamente. Pero esta sí que es otra historia.
Pensaba en el destino de Forster al reseñar cierta vez el
volumen de Novelas completas de Ciro Alegría, que
publicó Aguilar de Madrid en su Biblioteca de Autores
Modernos, con prólogo de Arturo de Hoyos (la primera
edición es de 1959).
La muerte del novelista peruano vuelve a plantear para mí
el problema de su destino narrativo. Toda la obra novelesca de Alegría
cabe en un volumen de 954 páginas, de letra bastante grande.
Es decir: allí cabe toda una obra que se escribe rápidamente
entre 1935 y 1941 y que después -en el plano novelesco- parece
detenerse por completo. A partir de 1941, Alegría parece
envolverse (como Forster en 1925) dentro del más significativo
silencio. Es cierto que de vez en cuando se anuncia una nueva novela,
que se llamaría Los viajeros iluminados según
noticias que ya datan -por lo menos- de 1948. Es cierto, también,
que un volumen de cuentos, Duelo de caballeros, apareció
en Lima, en 1963, para certificar la existencia narrativa de Alegría.
Pero en un lapso de veintiséis años, Alegría
no publicó ninguna novela más. A semejanza de Forster,
el narrador peruano se encerró en un silencio que a primera
vista resultaba inexplicable. Del de Forster se ha dicho -no sé
con cuánta razón- que obedecía la convicción
de que sus cinco novelas, y sobre todo A Pasage to India,
habían agotado su visión novelesca. En ellas estaría
todo lo verdaderamente importante que el novelista británico
quería comunicar. ¿Pero será el mismo caso
el del novelista peruano que acaba de fallecer?
Las dos raíces
Un repaso reciente de sus tres novelas me permite aventurar una
hipótesis que no niega sino que completa la visión
que ofrece Estuardo Núñez en el artículo precedente,
y que como toda hipótesis corre el riesgo de ser desmentida
por la realidad. La formulo, sin embargo, porque creo que contribuye
a entender algunos aspectos de la narrativa de Alegría. A
primera vista, el narrador peruano funda sus tres novelas en la
misma experiencia viva y emocional, en el mismo postulado ideológico
o tal vez sólo intelectual. Él contó en el
prólogo de la décima edición de El mundo
es ancho y ajeno (prólogo que muy sensatamente reproduce
la edición Aguilar) cuáles son las raíces afectivas
de su arte de novelas. Criado en una hacienda andina de la que su
padre era administrador -el dueño era su abuelo paterno-,
Alegría se desarrolla en medio de la naturaleza, aprende
a amar ese ambiente y sus hombres, oye deslumbrado sus historias.
"La historia básica del libro -cuenta en dicho
prólogo- comienza en mis años formativos. Nací
en una hacienda, crecí en otra -ambas pertenecientes a la
provincia de Huamachuco, en los Andes del norte del Perú-,
y desde niño hube de andar largos caminos para ir a la escuela
y el colegio, situados en la ciudad andina de Cajabamba y en la
costeña de Trujillo. Así me llené los ojos
de panoramas y conocí al pueblo de mi patria. Mujeres de
la raza milenaria me acunaron en sus brazos y ayudaron a andar;
con niños indios jugué de pequeño; siendo mayor
alterné con peones indios y cholos en las faenas agrarias
y los rodeos. En brazos de una muchacha trigueña me alboreó
el amor como una amanecida quechua. Y en la áspera tierra
de surcos abiertos bajo mis pies y retadoras montañas alzadas
frente a mi frente, aprendí la afirmativa ley del hombre
andino."
No sólo contempla el niño la realidad andina. También
la oye contar y cantar por los mismos hombres que la viven. Uno
de ellos, Manuel Baca, es indudablemente el vínculo existencial
entre los tesoros de la sabiduría indígena y el narrador
culto. Como le pasó a Ricardo Güiraldes con el resero
que luego inmortalizaría con el nombre de Don Segundo
Sombra, o como le ocurrió a Rómulo Gallegos con
ese Antonio José Torrealba Oste, verdadera enciclopedia de
los llanos que aparece en Doña Bárbara bajo
los rasgos del peón Antonio, para Ciro Alegrías el
verdadero fabulador del paisaje andino será Manuel Baca.
En el citado prólogo lo evoca así: "La hacienda
está en las riberas del río Marañón.
Una vez llegó un hombre de río abajo con una enorme
llaga tropical que le estaba comienzo el brazo. Mi padre lo curó
y él se quedó a vivir en Marcabal. Se llamaba Manuel
Baca y era un gran narrador de cuentos y sucedidos, fuera de ser
diestro en cualquier faena. Caída la tarde, frente al sol
de venados, que es una laya de sol naranja que dora las lomas a
la oración, Manuel parlaba con voz de conseja."
También aprenderá el joven Alegría en esos
primeros años la injusticia a que viven sometidos los indios
del Ande, oirá casos terribles de violencias y de expolios.
"Mi padre administraba la hacienda Marcabal Grande con ánimo
justiciero", evoca tantos años más tarde.
"Él tenía características hispánicas
y esa aptitud para rebelarse en ideas y hechos que contrabalancea
la aptitud para la opresión que también distingue
a la raza. En mi madre se combinaba el lirismo irlandés con
la ternura nativa. El resultado fue que en Marcabal comenzó
a resquebrajarse el feudalismo de la región. Un día
llegó a refugiarse un indio comunero, llamado Gaspar, y al
otro día un indio colono, llamado Pancho. Ambos contaron
dramáticas historias. Gaspar andaba perseguido por sublevarse
y gran parte de las tierras de su comunidad le habían sido
arrebatadas. Pancho llegó con el poncho en giras, arreando
un mohino jumento que cargaba todos sus bienes y seguido de su escuálida
mujer y su hijo, un pequeño de grandes ojos asustados. La
policía no arribó nunca por Gaspar, pero comprendí
la nostalgia de la tierra perdida una vez que le oí tocar
su antar, desgarradamente, tarde la noche y en soledad. Los patrones
de Pancho lo reclamaron, mandándole decir a mi padre que
"lo devolviera". Entre los hacendados regía la
ley no escrita, pero respetada, de que los indios pertenecían
a la tierra. Mi padre no lo devolvió. Muchos casos como estos
podría contar."
Es fácil reconocer en estas historias la semilla de su gran
novela El mundo es ancho y ajeno, la semilla de esa literatura
de protestación de que Ciro Alegría es tan nítido
exponente.
The Child is father of the Man,
ha dicho Wordsworth en uno de sus más celebrados poemas.
Esta experiencia del niño Alegría ha marcado para
siempre al narrador adulto.
El fecundo destierro
La otra fuente de su novelar es ideológica y tiene más
que ver con otra zona de experiencias del joven Alegría.
Sus biógrafos han contado que el joven se une al movimiento
indigenista del Aprismo, desafía a las fuerzas del Gobierno,
es encarcelado, huye, vuelve a conocer la prisión, debe aprender
a vivir en el destierro. Esta experiencia personal de rebeldía,
humillación, vejaciones, desamparo, no es tan singular como
podría creerse en América Latina. De ahí deriva
una literatura de combate y de fuerte acentuación política
que tiene una directa razón de ser. Aunque no todos los que
protestan alto pueden mostrar una hoja de servicios como la del
joven Alegría. El compromiso político y social que
entonces asume valientemente despierta en él las más
hondas emociones de la niñez. La tensión afectiva
y la ideológica se unen para permitirle crear -en el destierro
de Chile y casi sucesivamente- sus tres novelas conocidas: La
serpiente de oro (1935), que se centra sobre todo en ese río
Marañón que conoció de niño y en la
dura vida de los cholos balseros, novela llena de aciertos poéticos
pero que carece de una válida estructura narrativa; Los
perros hambrientos (1938), donde los protagonistas son los perros
pastores de una comunidad indígena, obligados a convertirse
en vagabundos y feroces, como si en estos personajes patéticos
reflejara el autor, en alegoría algo explícita, el
destino miserable de sus dueños; El mundo es ancho y ajeno
(1941), en la que la visión naturalista del indio y de
su expoliación trágica se apoya en la comunidad de
Rumi y en su caudillo, el anciano Rosendo Naqui, figura que Alegría
convierte en símbolo de toda una zona oprimida hasta el día
de hoy. Con esta novela alcanzan las letras hispanoamericanas el
punto culminante de una etapa de protestación social y política
que ya había producido algunas obras maestras en México
(los novelistas de la revolución mexicana, como Mariano Azuela
y Martín Luis Guzmán), en Colombia (La Vorágine,
de José Eustasio Rivera), en Venezuela (Doña Bárbara,
es claro), en Ecuador (Jorge Icaza), en el Río de la Plata
(algunos cuentos misioneros de Horacio Quiroga, sobre todo). El
mundo es ancho y ajeno era como la síntesis militante
de toda esa literatura. Era La cabaña del Tío Tom
de una literatura desgarrada, nueva en su enfoque americano
pero muy antigua en su forma narrativa tradicional. Tan antigua
que ya la novela indigenista de América Latina lo estaba
abandonando para seguir los experimentos mágicos de Miguel
Angel Asturias o buscar una visión más profunda y
secreta con José María Arguedas.
Esas tres novelas de Ciro Alegría, pero sobre todo el triunfo
de la tercera en el concurso hispanoamericano organizado por Farrar
& Rinehart de Nueva York, en 1941, convierten a Ciro Alegría
en uno de los primeros novelistas de América Latina. Entonces,
en este preciso instante, comienza un silencio que cubre dos décadas
y media.
La división de las aguas
Tal vez podría encontrarse una explicación externa
del silencio de Alegría si se tuvieran en cuenta varios hechos:
a) la fama impone sus terribles corveas y Alegría vivió
durante demasiado tiempo en la tensa expectación suscitada
por el triunfo continental de su tercera novela; b) desde ese triunfo,
el autor ha vivido largas y hasta larguísimas temporadas
en los Estados Unidos, lejos de esa América india que es
la fuente principal de sus relatos, la tierra nutricia de la que
él extrajo todo alimento poético; c) su mismo compromiso
político parece haber sufrido cambios, o por lo menos haber
perdido el carácter militante que tuvo en sus primeras décadas.
Este último hecho es comprensible y señalarlo no implica
aquí ningún reproche. El mismo partido Aprista cambió
de tono, si no de rumbo, como es bien sabido. Lo cierto es que la
suma y acumulación de estos hechos podrían explicar
externamente en parte el silencio de Alegría. Aunque creo
que estas explicaciones no deben ser soslayadas, me parecen sin
embargo insuficientes.
La relectura ordenada de sus tres novelas me permite aventurar
una hipótesis. En el momento en que se publica El mundo
es ancho y ajeno, en ese 1941 del que ya nos separa un largo
cuarto de siglo, Alegría está creado su novela dentro
de lo que entonces parecía ser la más fecunda línea
de la novela latinoamericana: la línea de la novela naturalista
de la tierra, del indígena explotado, de la naturaleza bravía
e indomable, de la reivindicación social y hasta política
que divide el mundo -maniqueísticamente- en buenos y malos,
en blancos e indios, en explotadores y explotados. Desde los precursores
del siglo XIX hasta Alegría esa línea es la central.
No es casual, por eso, encontrar muchas afinidades entre el novelista
peruano y el cuentista rioplatense Horacio Quiroga, que en tantos
sentidos lo precede en mostrar la explotación del hombre
por el hombre, en la pintura directa del sufrimiento americano,
hasta en la temática simbólica. (Hay un cuento de
Quiroga, Yaguaí, publicado en revista el 26 de diciembre
de 1913, que guarda curiosos puntos de contacto con Los perros
hambrientos.)
Sin embargo, a partir de 1941 precisamente, esa línea narrativa
del naturalismo y la protesta deja de ser central en las letras
latinoamericanas. Cada día resulta más creciente y
poderosa la otra línea de la novela: la que se apoya en los
nuevos centros urbanos y trata de definir al nuevo hombre americano,
la que va a denunciar el mal social y político en su origen
mismo y no en las periferias feudales, la que explora más
las complejidades de la naturaleza humana que las de la espectacular
naturaleza exterior, la que extiende las fronteras del realismo.
Para esta nueva línea, el maniqueísmo es una carga
política más que una virtud; la protestación
es un lastre; la verdadera denuncia se hace narrativamente y no
a través de discursos emocionalmente ubicados; lo sobrenatural
se mezcla íntimamente con lo cotidiano. Esta otra línea
(que también tiene sus antecedentes en la narrativa del siglo
XIX latinoamericano) es la que ha dado los nombres más vigorosos
actualmente, desde Borges hasta Cortázar, desde Agustín
Yáñez a Carlos Fuentes, desde Alejo Carpentier a Gabriel
García Márquez, desde Manuel Rojas a José Donoso,
desde Ernesto Sábato a Mario Vargas Llosa, desde José
Lezama Lima a Severo Sarduy, desde Juan Carlos Onetti a Carlos Martínez
Moreno, desde José Lins do Rêgo a Joao Guimaraes Rosa,
desde Juan Rulfo a Fernando del Paso. La lista podría alargarse
hoy considerablemente.
La situación literaria de Alegría y de El mundo
es ancho y ajeno es, por eso mismo, de increíble anacronismo.
Que un hombre nacido en 1909 (el mismo año que Onetti, por
otra parte; apenas un año mayor que Lezama Lima) escriba
como un narrador social del siglo XIX es lo que tal vez, haya determinado
de la manera más profunda ese silencio creador que abarca
un cuarto de siglo. Porque cada año que pasaba hacía
más evidente que la novela latinoamericana estaba saliendo
de la etapa de La cabaña del Tío Tom para entrar
-y qué vigorosamente- en la etapa de El sonido y la furia.
La conmovida Mrs. Beecher Stowe cedía el paso, como influencia
tutelar, al pesadillesco William Faulkner. Mejor que nadie -tal
vez- lo comprendió entonces Ciro Alegría. De ahí
su silencio.
Esta es una hipótesis apenas, pero es a mi juicio la única
que explica esa doble sensación de éxito y de fracaso
que emana de las novelas de Alegría al ser releídas
hoy: éxito por la convicción interior, el vigor, la
simpatía honda del autor hacia sus temas: fracaso porque
estas novelas, y sobre todo la más famosa de ellas, representan
el final de una etapa, la última palabra de un arte de novelas,
sólido, bidimensional, que ya estaba completamente exhausto
en 1941. No es casual, por eso mismo, que al concurso internacional
que ganó Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno,
se haya también presentado Juan Carlos Onetti con una novela
(Tiempo de abrazar) que fue seleccionada por el comité
montevideano pero que no llegó a ser publicada nunca. El
mismo año 1941, Onetti ganaría con otra novela, Tierra
de nadie, el segundo premio en un concurso organizado en el
Río de la Plata por la Editorial Losada. Esta novela, que
describe con gran audacia técnica la vida de los indiferentes
morales de una gran ciudad de emigrantes, de desarraigados, de anónimos
miembros de una generación perdida, no alcanzó la
fama de El mundo es ancho y ajeno, y hoy es sólo conocida
en América Latina por los especialistas del género.
Sin embargo, con esa novela Onetti estaba abriendo las puertas de
par en par a esa otra línea narrativa de que se habla más
arriba. Aunque desconocida, la nueva novela latinoamericana, experimental
e iconoclasta, estaba presente ya en la hora del triunfo de Alegría
y por su mera presencia invisible volvía anacrónico
ese triunfo. En 1941 empezaban a dividirse las aguas, aunque muy
pocos lo pudieron advertir entonces."
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