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"El P.E.N. Club contra la guerra fría"
En Mundo Nuevo, n. 5
noviembre de 1966
p. 85-90
"Aunque el XXXIV Congreso internacional del P.E.N. Club, realizado
recientemente en Nueva York, transcurrió en el clima de la
más absoluta libertad de expresión, participando escritores
de todos los matices políticos que hoy dividen el mundo en
bloques antagónicos y sin que siquiera se buscase una imposible
unanimidad de opiniones (debe ser de los pocos Congresos en que
no se pidió a nadie que firmase ningún manifiesto),
los comentarios que ha suscitado su realización y las versiones
que ya se han publicado sobre actuaciones individuales o colectivas
en dicho Congreso abarca el más variado espectro que pueda
imaginarse. Sin ánimo exhaustivo, parece interesante examinar
aquí algunas de esas reacciones que superan (en muchos casos)
el motivo mismo que parecen comentar o desarrollar.
Intercambio tergiversado
En el seno mismo del Congreso, en la última de las mesas
redondas, la dedicada a discutir sobre El escritor como figura
pública, hubo un intercambio polémico del que
da cuenta un cable de la France Presse, desde Nueva York y que reproduce
PEC (Santiago de Chile, 28 de junio de 1966): "El fantasma
de la guerra fría manifestó su presencia hoy en las
tareas del trigésimo cuarto Congreso del P.E.N. Club durante
una discusión sobre El escritor como figura pública
y el problema que se plantea "al tomar partido por unas ideas."
"Primeramente se produjo una violenta discusión entre
el novelista italiano Ignacio Silone y el poeta chileno Pablo Neruda.
"En régimen totalitario, los escritores son tratados
correctamente, pero son meros instrumentos. Se les reduce a ser
el reflejo de una consigna", declaró Silone, quien expresó
además su indignación respecto al asunto Pasternak
y evocó con entusiasmo el papel de los escritores húngaros
durante el alzamiento de 1956 y de sus colegas polacos en lo que
denominó el "despertar" de su país.
"Yo creía que la guerra fría había pasado
a la historia, pero tengo aquí colegas ilustres que se han
complacido en sacarme de mis sueños", replicó
Pablo Neruda. Tras haber indicado que, en el transcurso de sus viajes
por ambos lados del telón de acero, había encontrado
"escritores felices y escritores desgraciados", Neruda
declaró que formulaba votos "por que todos los escritores
sean felices".
"Al contestar al escritor chileno -quien declaró aceptar
"con orgullo el calificativo de propagandita junto a Walt Whitman
y Víctor Hugo"- el sociólogo norteamericano Daniel
Bell expresó que el problema no estaba "en saber si
los escritores son dichosos o desgraciados, sino si son víctimas
de purgas, encarcelamientos y multas o no".
"Silone volvió a insistir en que aquellos que aludían
a la guerra fría, en cuanto se evocaba el nombre de Pasternak,
eran sin duda ellos mismos víctimas de la misma."
Una versión similar del mismo encuentro se publicó
en Le Fígaro, de París (20 de junio), firmada
por el enviado especial del periódico, Léo Sauvage.
Bajo el título "Un incidente salva al PEN Club del tedio",
el periódico francés asegura que Silone alteró
la buena voluntad diplomática que parecía ser signo
general del Congreso, metiendo redondamente la pata ("carrément
mis les pieds dans le plat"). Según Sauvage, al reaccionar
contra el exceso de honores allí conferido al poeta chileno,
Silone "pidió a los congresistas que hicieran una distinción
entre la lucha del escritor contra el Estado totalitario y su sumisión
a éste, como 'propagandista'. El novelista italiano no había
nombrado, al emplear esta última palabra, al poeta chileno,
pero Pablo Neruda, con razón, se sintió personalmente
indicado. Comparándose a Walt Whitman y a Víctor Hugo,
Neruda declaró primero que aceptaba 'con orgullo' el calificativo
de 'propagandista'; luego se quejó de que Silone hubiera
'resucitado la guerra fría'. Agregó que durante sus
viajes 'por los países socialistas que los países
califican de totalitarios', él había encontrado muchos
'escritores felices'".
Como se puede advertir, la versión de Le Fígaro
y la de France Presse coinciden en lo esencial: atribuir a Silone
la ruptura de la armonía intelectual del Congreso, aceptar
la versión de Neruda de que el novelista italiano introdujo
allí el clima de la guerra fría. Esta versión
se ha multiplicado en otras publicaciones y hasta Mundo Nuevo
se hizo involuntario eco de ella. (Ver la sección Sextante
del núm. 3º) Como suele suceder muchas veces, la verdad
no se ciñe estrictamente a los resúmenes de las agencias
telegráficas o de los enviados especiales, sean ellos permanentes
o no. Para saber lo que dijo realmente Ignacio Silone hay que acudir
a otras fuentes.
La Fiera Letteraria, de Roma, reprodujo el texto original
de la intervención de Silone en su edición del 14
de julio. Allí se puede ver que el escritor italiano matizó
mucho más sus opiniones y no dejó de referirse con
elogio no sólo a escritores antisoviéticos, sino también
a la actitud de los intelectuales franceses que se atrevieron a
criticar la Cuarta República durante el conflicto de Argelia
o de Indochina, y la reacción de los intelectuales y estudiantes
norteamericanos en la hora actual frente a la guerra de Vietnam.
Esta precisión parece necesaria porque el resumen divulgado
por la prensa de casi todo el mundo no hace estricta justicia a
la posición equilibrada de Silone.
De todas maneras, ese choque ideológico no alteró
el clima general de diálogo, que fue la nota dominante del
Congreso y que había sido el objetivo principal de sus organizadores.
No hay que olvidar que este Congreso deriva en realidad del celebrado
el año anterior en Bled, Yugoslavia, y en que precisamente
fue elegido Arthur Miller como presidente internacional. Allí
Miller invitó a Pablo Neruda (que también asistía
a Bled como huésped de honor) a que viniera a Nueva York
y aseguró entonces al poeta chileno que el P.E.N. haría
lo posible para que se levantaran las severísimas restricciones
a la entrada en los Estados Unidos de intelectuales de izquierda.
El éxito de esta gestión de Miller y del P.E.N. Club
Internacional se pudo ver precisamente en el XXXIV Congreso. Por
eso, la presencia de escritores de los países socialistas
del mundo entero y, sobre todo, de una delegación latinoamericana
en que abundaban los escritores de izquierda era, de antemano, la
mejor demostración de que el maccarthismo había sufrido
una gran derrota póstuma en los Estados Unidos y de que la
guerra fría (por lo menos en el terreno intelectual) había
dado paso al diálogo. Por eso mismo, insisto, conviene situar
en este verdadero contexto el intercambio de palabras ocurrido
entre Silone y Neruda.
Un almuerzo cuestionado
La asistencia de Neruda al Congreso suscitó otras reacciones
en América Latina. A su regreso a Chile, Neruda tomó
la ruta del Pacífico; hizo escala en México y en Perú,
donde almorzó con el Presidente Belaúnde y aceptó
de sus manos la condecoración de la Orden del Sol. Un grupo
de chilenos residentes en Cuba realizó entonces una emisión
por Radio La Habana en que se atacaba a Neruda por estos últimos
actos. Según informa Clarín, de Santiago de
Chile (13 de julio) alegaban que "eso no lo podía hacer
alguien que posaba de revolucionario toda vez que en Perú
se está combatiendo a muerte las guerrillas". Como respuesta,
Neruda hizo una declaración fechada el 15 de julio y que
dice literalmente:
"Mi contacto con los escritores norteamericanos, con los estudiantes,
con mis lectores y con el pueblo de los Estados Unidos ha sido una
experiencia poética y política de primera importancia.
"También en el Congreso Mundial del P.E.N. Club expusimos
en mesa redonda los problemas de América Latina con escritores
como Carlos Fuentes, de México; Martínez Moreno y
Onetti, del Uruguay; Nicanor Parra, de Chile; Sábato, de
Argentina, y Mario Vargas Llosa, del Perú.
"Fue un gran placer tomar parte en las discusiones generales
con hombres como Arthur Miller y con poetas y novelistas de la República
Democrática Alemana, de Bulgaria, de Polonia, de Yugoslavia,
de Hungría, de Checoslovaquia y de otras naciones socialistas.
"Tuve la oportunidad de refutar a profesionales anticomunistas
como el italiano Silone.
"Leí mis poemas líricos, antifascistas y antiimperialistas
a vastas audiencias del pueblo norteamericano, mexicano y peruano.
"Expresé mis opiniones a grandes órganos de la
prensa, la radio, la televisión y el cine.
"Si el cumplimiento de estos deberes de un escritor no agrada
a un grupo de chilenos, cuyas opiniones se difundieron a través
de Radio Habana, lo siento mucho pero continuaré cumpliendo
con estos deberes.
"En esta oportunidad reitero mi amistad al enorme número
de intelectuales de Estados Unidos que mantienen una valiente oposición
a la política agresiva de su Gobierno, a las masas de la
población negra que defienden heroicamente sus derechos,
y al Partido Comunista norteamericano a quien envié mi fraternal
saludo durante mi visita a Nueva York.
"En cuanto a la Orden del Sol, pedida por la Asociación
de Escritores Peruanos, y en especial por su Presidente, el eminente
novelista Ciro Alegría, y que me fue otorgada por mi poema
Alturas de Machu Picchu, pienso que es una honra recibir
esta distinción creada por el Libertador José de San
Martín en 1819 y que en este momento refuerza la amistad
imperativa e imprescindible de los pueblos de Chile y del Perú.
Debo agregar que la acción terrorista del Gobierno norteamericano
en Viet-nam es el hecho más criminal de nuestra época.
Otro tanto pienso, dentro de la órbita continental, del bloqueo
de Cuba que mantienen los gobiernos latinoamericanos obedeciendo
las órdenes del Departamento de Estado. Buena parte de mi
obra y de mi acción están dirigidos a denunciar estos
hechos intolerables y a manifestar mi adhesión a la gran
Revolución Cubana. No abandonaré esta línea
de lucha aunque esto disguste a numerosos enemigos y a algunos de
mis amigos."
Aunque es una precisión minúscula, conviene advertir
que a la mesa redonda de escritores latinoamericanos a que se refiere
Neruda en el segundo párrafo de su declaración, no
asistieron ni Juan Carlos Onetti ni Ernesto Sábato, el primero
por hallarse indispuesto, el segundo por haber regresado ya a Buenos
Aires.
Una consecuencia inmediata de este conflicto entre chilenos fue
la conferencia de prensa que dio Neruda para presentar su declaración
y en la que contestó a numerosas preguntas de los periodistas
asistentes. Según informa El Mercurio, de Chile (16
de julio), Neruda no sólo habló de los temas ya explicitados
en su declaración. También se refirió a la
condena de los escritores soviéticos Siniavski y Daniel en
estos términos: "No conozco los libros que según
la justicia soviética son calumniosos hacia ese país.
No estoy de acuerdo tampoco que por las obras literarias sean llevados
a la justicia escritores en ninguna parte. Pero creo que es mi deber
también no contribuir a que tomando el nombre de esta causa,
que puede ser discutible, se alimente la guerra fría y se
use de mis probables opiniones o del revuelo de éstas para
atacar a la Unión Soviética, país que conozco,
respeto y amo." Con respecto al Congreso del P.E.N., declaró
Neruda que estas reuniones "son encuentros de los cuales no
se desprenden conclusiones. En ellos se intercambian opiniones y
se debaten problemas." También se refirió a aspectos
de dicho Congreso que ya han sido ilustrados en Mundo Nuevo:
la mesa redonda de los escritores latinoamericanos (v. En núm.
4º "Diario del P.E.N Club"), la mesa redonda de los
escritores latinoamericanos (v. en este mismo número: "El
papel del escritor en la América Latina"). Sobre Nueva
York y sobre los Estados Unidos tuvo opiniones de admiración
o rechazo, que no modificaban para nada lo ya expresado, en el terreno
político, en la declaración arriba transcrita. Conviene
subrayar, sin embargo, una referencia que hizo a la reacción
de mucho norteamericanos ante la guerra del Vietnam. Dijo que le
llamó la atención una publicación hecha en
el New York Times, "de tres páginas, con más
de quince mil firmas en que la gente ponía su dirección
y su teléfono, contra la guerra del Vietnam. Se dice -agregó-
que cada página del New York Times cuesta 75 mil dólares.
Esa gente pagó esas tres páginas." También
hizo algunas referencias a la literatura norteamericana. Dijo que
en Nueva York se había dedicado a recorrer las librerías
de viejo buscando ediciones antiguas de Walt Whitman. "Cuando
me preguntaron -dijo- qué influencia había tenido
la literatura norteamericana sobre mi poesía, les relaté
una anécdota de mi carpintero, Rafita, en Isla Negra. Me
regalaron -agregó- una fotografía de Whitman de 1,50
m de altura, que la hice colocar en una puerta. Le decía
que no me lo fuera a romper al hacerlo. Lo terminó de colocar
y me dice : -Don Pablito, ¿le puedo preguntar? ¿Es
su papá? Yo le dije: Sí, Rafita, es mi papá.
Eso le contaba a los norteamericanos."
Volviendo a las acusaciones que le hizo el grupo chileno desde La
Habana, Neruda reafirmó la posición de los comunistas
de su país sobre la represión de las guerrillas en
el Perú. "Repudiamos estas agresiones. Eso ha sido reiterado.
Yo no me retracto de nada, pero por favor, yo soy también
un hombre público, un poeta que tiene amigos en todo el continente
y un huésped que llega a un país en que puede comer
con profesores, escritores, obreros y que también puede desear
comerse un par de huevos fritos con un Presidente de la República.
Ruego que me dejen tranquilo sobre eso. La tranquilidad que he logrado
ya -dijo- es la de haber trabajado muy duro durante muchos años.
No sentir hacia mis compañeros escritores otra cosa sino
que cada uno de ellos haga mejores y más grandes obras. Mi
tranquilidad la he conquistado poco a poco y no me he dado cuenta
cómo."
En la versión del semanario chileno Ercilla (20 de
julio), recogida por Juan Ehrmann, Neruda amplió sus declaraciones
sobre el Congreso del P.E.N. Allí se refiere a uno de los
invitados a este Congreso, Valeri Tarsis, autor de Sala Siete, escritor
soviético que perdió su ciudadanía por sus
escritos y que actualmente vive fuera de su país. Según
Neruda, en un momento Tarsis "propuso la conveniencia de que
la guerra fría fuese reemplazada por una guerra caliente.
Lo pifió toda la sala. Es un payaso. Afortunadamente el Congreso
tuvo muchos aspectos positivos. Fue la más grande de las
reuniones internacionales de escritores realizadas hasta la fecha.
El P.E.N. fue la primera institución en romper los límites
de la guerra fría en la postguerra entre el mundo capitalista
y el mundo socialista. En esta ocasión hubo escritores de
Alemania Democrática, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría,
Polonia y Yugoslavia." A la pregunta de por qué no asistieron
los soviéticos, Neruda contestó que no sabe con seguridad.
"Iban a venir y si no lo hicieron bien puede ser por la presencia
de Tarsis."
Con algún retraso, los escritores soviéticos han confirmado
esta suposición de Neruda. De acuerdo con una crónica
publicada en el New York Times (29 de julio), la Unión
de Escritores Soviéticos parece haber denunciado al PEN Club
Internacional por haber permitido participar en sus debates a escritores
"antisoviéticos y anticomunistas". Por su parte,
La Literarurnaya Gazeta ha recogido críticas muy amargas
contra la participación de Valeri Tarsis, la que, sin embargo,
fue también atacada por escritores nada proclives de seguir
la línea comunista. Replicando a sus colegas soviéticos,
el secretario internacional del PEN Club, David Carver, subrayó
precisamente que cuando Tarsis intervino acaloradamente desde la
platea durante una de las reuniones, el moderador se encargó
de desvincular al PEN Club de sus afirmaciones. En realidad, y de
acuerdo con mi experiencia del Congreso, la figura de Tarsis no
produjo ningún impacto serio y por el contrario suscitó
la broma o el escarnio de la mayoría de los escritores presentes.
Una reacción cubana
Más de treinta escritores cubanos dirigieron con fecha 2
de agosto una carta abierta a Pablo Neruda que reprodujo el semanario
Marcha de Montevideo (5 de agosto). En esa carta se discute
largamente las ventajas que puede tener para la causa socialista
la presencia de Neruda en el Congreso del P.E.N. y se afirma que
ésta ha sido utilizada en favor de la política de
los Estados Unidos. También se habla de la visita de Neruda
al Presidente Belaúnde. La carta concluye con estas palabras:
"Algunos de nosotros compartimos contigo los años hermosos
y ásperos de España; otros, aprendimos en tus páginas
cómo la mejor poesía puede servir a las mejores causas.
Todos admiramos tu obra grande, orgullo de nuestra América.
Necesitamos saberte inequívocamente a nuestro lado en esta
larga batalla que no concluirá sino con la liberación
definitiva, con lo que nuestro Che Guevara llamó "la
victoria siempre".
El telegrama de respuesta de Neruda sólo se conoce a través
de fragmentos reproducidos en un cable de la A.P., que también
transcribe en la misma edición el semanario uruguayo: "Ustedes
parecen ignorar que mi entrada en Estados Unidos, al igual que la
de escritores comunistas de otros países, se logró
rompiendo las prohibiciones del Departamento de Estado gracias a
los intelectuales de izquierda.
"En los Estados Unidos y en los demás países
que visité, mantuve mi ideas comunistas, mis principios inquebrantables
y mi poesía revolucionaria. Tengo derecho a esperar y a reclamar
de ustedes, que me conocen, que no abriguen ni difundan inadmisibles
dudas a este respecto.
"En Estados Unidos y en todas partes he sido escuchado y respetado
sobre la base inamovible de lo que soy y seré siempre: un
poeta que no oculta su pensamiento y que ha puesto su vida y su
obra al servicio de la liberación de nuestros pueblos.
"Por mi parte, tengo una inquietud más realista que
la de ustedes por la forma en que se están tratando diferencias
que van más allá de mi persona.
"Me permito llamarlos a ahondar en este hecho y a poner el
acento en la responsabilidad mutua por el mantenimiento y desarrollo
de la necesaria unidad antiimperialista continental entre los escritores
y todas las fuerzas revolucionarias.
"Una vez más expreso a través de ustedes, como
lo he hecho a través de mi poesía, mi apasionada adhesión
a la revolución cubana."
La mencionada carta abierta contiene también algunos errores
de información sobre Mundo Nuevo. El más grave,
y que se debe rectificar inmediatamente, es el que se apoya en una
supuesta acusación hecha por el New York Times en
su edición internacional del 28 de abril de 1966. Al invocar
un fragmento de dicha acusación, los escritores cubanos omiten
advertir al lector que ésta iba precedida en el texto original
de una "se dice" (is said) que la invalidaba. También
omiten decir que en tres ediciones subsiguientes del mismo periódico
(9, 10 y 20 de mayo) se publicaron sendas y largas rectificaciones.
Es lamentable que los escritores cubanos invoquen precisamente ahora
como autoridad a un periódico sobre cuya seriedad informativa
deben poseer vastas dudas.
Dos testimonios opuestos
Otras reacciones que ha provocado el Congreso del P.E.N. Club demuestran,
una vez más, que todo Congreso es como una posada española:
allí se come de lo que cada uno lleva, según afirma
el conocido refrán. Leyendo el informe de H. A. Murena en
Zona Franca (Caracas, julio 1966) es difícil tomarse
en serio aquel Congreso. Desde el título ya se advierte el
tono de chacota (cachada, dicen en el Río de la Plata) que
ha elegido el novelista argentino para presentar esta reunión
internacional: "La certidumbre de las locuras o el P.E.N. en
New York." Casi no hay aspecto pintoresco de una reunión
de este tipo que Murena no subraye con un sentido del humor que
también se suele evidenciar cuando opina sobre cosas más
graves (en la página 7 califica de "guerrita" a
la guerra del Vietnam que en estos momentos amenaza la supervivencia
del planeta). Pero no conviene tomarse en serio a quien tal vez
no se toma nada en serio. Lo único que sí conviene
rectificar es una afirmación de su crónica. En la
página 8 (y en la leyenda de una fotografía de la
página 5) se afirma que "los latinoamericanos quisieron
tener su sesión especial. Pidieron autorización a
Arthur Miller. Éste la concedió. Y se reunieron".
La verdad carece del carácter burocrático y peyorativo
que ha creído necesario utilizar Murena. Se encuentra referida
precisamente por uno de los organizadores de dicha Mesa, el novelista
Carlos Fuentes y, en una crónica de Life en Español
(New York, 1 de agosto):
"Una noche nos reunimos en un restaurant gallego de la Tercera
Avenida, Miller, Neruda, los poetas mexicanos Homero Aridjis y Marco
Antonio Montes de Oca, y yo. Miller había dicho en su discurso
inaugural que universalizar la cultura era el propósito de
P.E.N., y que ésta era una tarea de los escritores porque
sólo a los escritores les importa tanto y porque la naturaleza
de la literatura es dirigirse al mundo. Le propusimos, entonces,
la celebración de una mesa redonda de los escritores latinoamericanos.
casi todos nos conocimos por primera vez en Nueva York, fuera de
nuestro tradicional aislamiento. Carecíamos de la universalización
mínima, la de una región de culturas similares. Y
podríamos tratar con mayor concreción los problemas
que, en otras mesas redondas, a menudo se perdían en difusiones
semánticas. Miller aprobó con entusiasmo la idea y
encargó la organización de la mesa a Rodríguez
Monegal."
Toda la crónica de Fuentes refleja una visión completamente
distinta del Congreso. Desde su título: "El P.E.N.:
Entierro de la guerra fría en la literatura", de advierte
precisamente el sentido exacto que tuvo dicha reunión internacional.
Nadie dijo ni pretendió decir que la guerra fría ha
muerto. Sería irreal dadas las circunstancias políticas
que informan todos los días los periódicos. Pero lo
que sí se dijo y se debe repetir es que esta reunión,
a la que asistieron escritores de todos los matices que hablaron
libremente y hasta libremente polemizaron, es la mejor demostración
objetiva de que el diálogo intelectual se ha restablecido.
Es un diálogo lleno de peligros y de resquemores, un diálogo
difícil y a ratos descorazonador, un diálogo que exige
mucha más lucidez, mucha más auténtica pasión,
mucho más profundo compromiso que la adhesión automática
a un dogma. Es un diálogo de escritores y no de burócratas.
Todo el artículo de Fuentes pone muy bien en claro este aspecto
del Congreso del P.E.N. Para demostrarlo, basta citar un párrafo
central:
"Sólo me aproximo a ésta, la corriente subterránea
del Congreso de P.E.N. Club. Gracias a ella -a algo más de
lo que acierto a escribir- el encuentro de Nueva York fue lo que
fue: un acto de liberación.
"Me refiero, también, a lo más obvio. Hace 20
años, sólo un novelista de cine ciencia ficción
habría previsto que, en el valiente mundo nuevo de 1966,
un poeta comunista chileno sería aclamado por miles de personas
en Nueva York, Washington y Berkeley, California. Otro cuentista,
sin esfuerzo, pudo imaginar que un escritor ruso exiliado lanzaría,
desde Nueva York, furiosos anatemas contra el gobierno soviético
pero, ni con la imaginación de H. G. Wells, pudo prever que
el público protestaría vigorosamente contra esas andanadas
bélicas. Un tercer fantasioso pudo haber situado en Nueva
York a un grupo de escritores de izquierda que se habrían
abstenido de lanzar ataques a los EE.UU. Y un nuevo Julio Verne,
en fin, pudo describir el espectáculo improbable de 500 escritores
-conservadores, anarquistas, comunistas, liberales, socialistas-
reunidos, no para lanzar acusaciones, no para subrayar diferencias,
no para anunciar dogmas, sino para discutir problemas concretos,
reconocer una comunidad de espíritu y aceptar una diversidad
de intenciones.
"¿Idilio de bobos o paz de los sepulcros? No; simplemente,
integración de lo verdaderos problemas -personales y colectivos-
del escritor a dos niveles fundamentales: el del conocimiento y
el de la responsabilidad. Nadie habló de lo que no sabía.
Todos dijeron lo que podían comunicar a los demás.
Y cuando esa comunicación tuvo un carácter crítico,
asumió la forma de una respuesta del escritor a su propia
comunidad, no la de un ataque abstracto a las ideologías
o a sus encarnaciones diabólicas en Oriente o en Occidente.
"La diferencia es grande. Hace 20 años, un novelista
latinoamericano de izquierda hubiese aprovechado la ocasión
para montar un ataque contra los EE.UU. Y un novelista norteamericano,
aun con -o a causa de- sus credenciales liberales, no habría
dejado asar la oportunidad de depositar un óbolo anticomunista.
"El crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal observó
que estábamos diciendo el último adiós al difunto
senador McCarthy. Cabría ir más lejos y afirmar que
el XXXIV Congreso Internacional del P.E.N. Club será recordado
como el entierro de la guerra fría en la literatura. Allí
triunfó la convicción práctica de que el aislamiento
y la incomunicación culturales no sirven sino a la tirantez
internacional, de la que son inservibles reliquias. En este sentido,
resultó lamentable la ausencia de los seis desconocidos observadores
soviéticos que, a última hora, decidieron no viajar
a Nueva York, en vista del temor oficial en Moscú de que
el caso Siniavsky-Daniel ocupara la atención central del
Congreso. En realidad, las temidas referencias ocuparon un justo
lugar al lado de otras, igualmente concretas, a situaciones flagrante
o enmascaradas en España, Portugal, México, Alemania
Federal, China... No se trataba de alentar antagonismos políticos,
sino de defender la libertad del escritor frente a cualquier sistema
que, con cualquier pretexto, la ponga en entredicho.
"Cayeron viejos muros burocráticos: los escritores heréticos
obtuvieron la visa norteamericana de manera normal sin que sus posiciones
políticas se clasificaran al nivel del tráfico de
enervantes o su presencia en los EE.UU. despertara imágenes
de oficinas postales en llamas. Pero cayeron, sobre todo, viejas
barreras mentales. Nadie renunció a sus convicciones. Pero
nadie utilizó el foro del P.E.N. para azuzar odios o machacar
lemas. La solitaria excepción -Valeri Tarsis- pidiendo a
gritos la "guerra caliente" mereció la más
sonora rechifla del Congreso y la pronta respuesta de Arthur Miller:
"Esta no es una plataforma de la guerra, caliente o fría.
Todos hemos sido endoctrinados adentro de una sola causa. Nuestro
propósito aquí es restaurar la diversidad. El P.E.N.
Club es una plataforma libre y abierta."
"Dentro de este espíritu auténtico hablaron Mario
Vargas Llosa y Saul Bellow. Los cito deliberadamente porque fueron
el ejemplo de honestidad largo tiempo ausente de los encuentros
de intelectuales. El autor de La ciudad y los perros habló
de las dificultades para ser, simplemente, un escritor en América
Latina; para mantener una vocación a pesar de la desconfianza,
la indiferencia, la ignorancia real de los débiles y el "snobismo
de la ignorancia" de los poderosos. El escritor, en estas
condiciones, se convierte en un fuera de la ley, cuando no desciende
al estado de clochard. No hay lugar para él, a menos
que deponga las armas e ingrese, dócilmente, en el mundo
establecido de las recompensas y la decencia. Pero entonces no será
un verdadero escritor. Repetirá lo que lo demás dicen.
Y en América Latina un escritor es el que dice lo que muchos
callan.
"El autor de Herzog, por su lado, habló desde
el centro de otra situación, en la que miles de personas
gracias a las facilidades de la educación y de las exigencias
de la tecnocracia, ingresan cada año a la "alta cultura"
literaria, pero a través del cedazo de una clase de profesores
y críticos que inoculan la literatura, transforman la imaginación
en opinión y el arte en información. Hoy, en los EE.UU.,
es chic hablar de Rimbaud y D. H. Lawrence: se puede tener la visión
de la tierra baldía mientras se aborda un yacht. Se escriben
obras de encargo, placenteras para las actitudes, posiciones a fantasías
de la gente que acaba de descubrir la literatura de vanguardia y,
en seguida, la ha domesticado. Asistimos, dijo Bellow, a una degradación
del tiempo presente y de la potencia creadora de nuestros contemporáneos."
"Bellow y Vargas Llosa hablaron con amor, cólera e ironía
sobre ese mundo inmediato y visible, y al hacerlo ya lo estaba transformando.
Uno y otro demostraron, en el acto, lo que significa ser escritor,
la pluma se había impuesto al tiempo" (1)
(1) El texto de Saul Bellow a que hace referencia Fuentes se publicó
en el núm. 3 de Mundo Nuevo; la intervención
de Mario Vargas Llosa se reproduce en este mismo número de
la revista, en la sección Mesa Redonda.
* Seguramente que el Congreso del P.E.N. Club continuará
despertando nuevos ecos. No se atacan impunemente los viejos hábitos
intelectuales de un mundo que tiene ya más de veinte años
de guerra fría en el campo de la política y que no
parece demasiado dispuesto a deponer las armas en este terreno.
Pero la misión del intelectual no es perpetuar los viejos
hábitos mentales sino discutirlos, no es decir amén
al mundo sino ponerlo en cuestión, no es encerrarse en el
desdén de la torre de marfil o en el nicho burocrático,
sino salir a la calle a decir, con todo riesgo y toda responsabilidad,
lo que tiene que decir. Al hacerlo se expone a que otros digan cosas
contrarias, que su opinión sea rebatida o tergiversada, que
se le ataque con argumentos o con insultos, con malicia o con calumnias.
Todo esto es previsible. Pero lo peor es quedar callado o hablar
sólo con los correligionarios. En el XXXIV Congreso del P.E.N.
Club en Nueva York todos hablaron con todos. No es menuda hazaña.
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