"El mundo cruel y monótono de Juan Goytisolo
: la novela española actual"
En Marcha, Montevideo, Nº 967, 1959, p. 22-23
Antes de cumplir los veintidós escribe su primera
novela importante (hay narraciones de cowboys en la infancia),
que se publica dos años más tarde bajo el título
de Juegos de manos; los veinticuatro gana el premio Índice
con Duelo en el Paraíso. Una trilogía encuentra
la oposición de la censura y sólo ve la luz en España
El circo, la segunda de la serie; Fiestas se publica
en Buenos Aires y bajo el sello de la editorial católica
Emecé ( pesar del subido tono anticlerical de la
obra), y la última, La Resaca, la difunde desde
París un Club del Libro Español. A los 28
años, Juan Goytisolo es el más famoso de los jóvenes
escritores españoles, sus novelas se prohíben o
demoran en su patria, y se traduce al inglés y al francés,
y la editorial Gallimard le hace asesor de su sección
española.
¿Pertenece también Goytisolo a esa falange más
o menos efímera, más o menos fomentada por la política
editorial de las grandes empresas, de la que es prototipo Francois
Sagan? Leyendo sus cinco novelas, repasando anotaciones marginales
para este artículo, me he preguntado varias veces esto.
Creo que no. A pesar de sus notorios defectos, a pesar de una
actitud en que se mezclan inextricablemente el exhibicionismo
y la convicción más honda, la insolencia del señorito
con la mirada intemporal del artista, Goytisolo me parece algo
más que un autor inventado por la publicidad moderna.
El problema que plantea su obra a una crítica desapasionada
es su propia condición de hazaña histriónica.
Goytisolo es como esos cómicos que se adelantan al proscenio
a contarnos sus vidas; es dificíl separar el maquillage
sin dañar el rostro. Y lo que importa, sin embargo, es
el rostro que yace bajo la máscara de pintura. Un rostro
que de alguna manera (se adivina) es el rostro asustado y agónico
de un Hijo del Caos título que se dio a la versión
inglesa de Duelo en Paraíso y que es, en cierto
sentido ampuloso, una buena definición de Goytisolo.
Muerte de la infancia
En una primera aproximación, las cinco novelas de Goytisolo
son cinco monótonas sátiras de la realidad española
de Franco y la omnipotente Iglesia católica. En Juegos
de manos, la acción transcurre en Madrid y entre muchachos
estudiantes, hijos de Mamá, que se divierten con el terrorismo
y planean matar a un viejo. Estos vitelloni acaban por
entrematarse en una solución que del punto de vista narrativo
es inconvincente pero que sirve espléndidamente a los propósitos
ejemplarizantes del autor.
Duelo en paraíso da un salto atrás, cronológicamente
hablando, y se instala en el último día de la guerra
civil, en una aldea catalana en que se hallan refugiados niños
de todas partes de España. El colapso de la República
los libera de sus guardianes. Feroces, inocentes, simiescos, los
niños ejecutan a uno de ellos, por traidor, con la misma
saña y sinsentido que aprendieron de sus mayores. Una veta
de simbolismo a lo Grand Meaulnes (o Truman Capote) atraviesa
la novela, dejando aquí y allá jirones de la ropería
surrealista de los años veinte.
Con Fiestas inaugura Goytisolo una trilogía, o tríptico,
su mayor esfuerzo narrativo hasta el momento. Cada parte responde
a un mismo esquema formal: una festividad religiosa sirve de marzo
a las historias entrecruzadas de varios personajes de la clase
media baja o clase pobre. El contraste entre la omnipotencia social
de la Iglesia, con su vistosa caridad que deja intactos los fundamentos
de la miseria, y la situación acorralada de los personajes,
está enfatizado por la violencia subterránea que
se coagula al fin en un crimen.
Un niño es protagonista (real o simbólico) de cada
una de estas historias. En Fiestas es Pipo, que ama al
Gorila, rudo marinero del que se siente hermano, y al que acaba
por traicionar a la policía. En El Circo es Pancho,
especie de diablillo que con sus pistolas de cowboy y su acento
lleno de zetas, puntua las alternativas de una sórdida
historia de crimen y vicio. En La Reseca (y como centro
de la acción dramática) es Antonio, enredado con
una banda de pilluelos y sometido a la influencia corruptora de
Metralla, el jefe. En las tres novelas (como en Juegos de Manos
y en Duelo en el Paraíso) el tema que subyace a
la anécdota es la muerte de la infancia.
Muerte más simbólica que real, ya que lo que muere
en los personajes es la visión de la infancia al asumir
éstos (a través del crimen o de la traición,
de la iniciación sexual o del despertar de una conciencia
política) los valores del mundo adulto. Esos valores que
constituyen la cruda, la dura, la irrisoria realidad de una España
que, con palabras de Antonio Machado, ora y embiste.
Palabras que Goytisolo una como epígrafe de la primera
novela del tríptico.
Los parásitos escriben
Goytisolo escribe en nombre de la generación que tenía
cinco años cuando estalló la guerra civil y para
la que el espectáculo de violencias y muertes no tenía
otro sentido que el de un macabro ritual de sangre. Los niños
no entendieron, no podían entender, que el juego atroz
a que se libraban los mayores podía tener otro sentido
que eso: juego, gratuito juego. Y en su fantasía, en sus
delirios de la vigilia, trataron de prolongar la mecánica
de un mundo cuyo sentido se les escapaba. Por eso el esquema formal
de toda novela de Goytisolo es el mismo: un grupo de niños
o jóvenes que se entrega a una acción antisocial
con la ambigua conciencia de estar jugando.
Cuando las consecuencias del juego se hacen presentes en la vida
real, el sueño termina, los niños (los jóvenes)
despiertan, abren los ojos a un mundo adulto, la niñez
ha muerto. Y empieza una nueva vida. Pro eso el epígrafe
de Machado que cierra la trilogía de es de distinto tono
que el ya citado. No habla de la España fanática,
encerrada en sus sagradas tradiciones, sino de la España
que alborea, implacable y redentora... la España
de la rabia y de la idea. Pero de esa España
futura, Goytisolo sólo ha dado atisbos hasta ahora. Su
obra se centra en la España de Franco, la España
negra, y es la denuncia escrita por uno de los Hijos del Caos,
uno de los parásitos creados por la clase media y alta.
De ahí la importancia de Juegos de manos. Para un
lector contemporáneo, que sea también aficionado
al cine, esta novela huele demasiado a literatura francesa y a
las adaptaciones más o menos actuales de esta temática
por Federico Fellini en I vitelloni. Pero lo que da un
tono particular al libro, y lo levanta sobre su pobreza inventiva,
sobre su mecánica fabulación, es la visión
en términos españoles de esa plaga de la civilización
moderna: el señorito. Goytisolo los muestra en su vida
diaria, teorizando interminablemente sobre tazas de café,
enredados en parodias anémicas de acción política,
envidiosos y mediocres, exigentes. Siempre exigentes, pidiendo
a los padres una luna que está al alcance sólo de
los que se deciden a conquistarla.
Esos parásitos son demasiado conscientes de su condición
de tales como para no utilizarla en provecho propio esa mala conciencia.
Estudiantes que no estudian, agitadores revolucionarios de bolsillo,
la única causa a la que son perpetuamente fieles es su
propio ego. Por eso, en una España en que la Iglesia y
el Estado amordazan a todos, los parásitos son los únicos
que se atreven de tanto en tanto a gritar, a hacer algo. Porque
saben que tienen la espalda cubierta, porque saben que al régimen
no le importa la oposición de estos fantasmas vocales.
Es la profunda relación entre la inanidad de la acción
que emprenden los parásitos, y la trágica condición
de España lo que da una dimensión escalofriante
al análisis de Goytisolo.
En Duelo en Paraíso la visión de España
es más remota, y por tanto parece más puramente
fantástica la acción de esos niños crueles
y desorientados. Pero en la trilogía, se vuelve a respirar
el aire de la España actual, y el lector comprende hasta
qué punto Goytisolo está obsesionado con el escarnio
que representa la política social y religiosa del régimen.
Mientras curas y funcionarios organizan desfiles de Hábeas,
o repartos de ropa a los desvalidos, o fiestas para los ancianos
sin hogar, la policía se encarga de eliminar todo movimiento
sindical, las ropas prometidas se convierten en catecismos, y
un barrio de casillas construídas por los pobres es evacuado
y arrasado, para despejar el terreno para una nueva Iglesia, con
su jardín al frente.
En cada novela nueva, la conciencia social de Goytisolo se expresa
más claramente. Y con ella su odio al clericalismo; no
a la doctrina católica misma, sino a esa hipocresía
social que ha convertido a la Iglesia española en uno de
los instrumentos más eficaces para la perpetuación
del régimen de Franco. Por eso Goytisolo no se cansa de
invocar, una y otra vez, en imágenes crudamente satíricas,
el contraste entre el poder del clero y el desvalimento del obrero.
En La Resaca, una recomendación del Padre Bueno
(nombre alusivo) puede significar una casa decente o una cueva;
pero la caridad cristiana no tiene nada que ver con esta transacción
puramente política.
Un mundo auténtico y limitado
Las novelas de Goytisolo aspiran a ser algo más que panfletos
antifranquistas, en que se advierte con bastante claridad la filiación
de extrema izquierda del autor. (En las últimas, a la sátira
del régimen se suma la sátira a la norteamericanización
de España.) En el prefacio a su traducción de Juegos
de Manos, Maurice Edgar Coindreau saluda a Goytisolo por los
dones que aporta y señala que cada una de sus tres primeras
novelas era más rica en cualidad que la precedente. Coindreau
no suele equivocarse. A él se debe en gran parte la familiaridad
de los lectores franceses con Faulkner y Hemingway, Steinbeck
y Caldwell, en las décadas que preceden a la guerra última.
Ahora ha tomado bajo su égida a Goytisolo.
Es el Goytisolo creador de mundo novelesco el que en definitiva
importa. Porque sus novelas podrán ser muy valiosas como
documentos de un régimen en avanzado estado de descomposición,
o como ilustraciones de una generación perdida, una generación
que la guerra civil deformó para siempre. Pero si no son
algo más que esto, si no son otra cosa que testimonio,
su valor resultará a la postre efímero. Creo que
a pesar del descuido y la prisa con que escribe Goytisolo (cinco
novelas en seis años), hay en su obra suficientes elementos
que aseguran la presencia de un verdadero creador.
En primer lugar, su capacidad de crear un mundo. Ese descubrimiento
de la infancia cruel de Duelo en el Paraíso (que
reaparece en la pandilla de La Resaca), la infancia marcada
por la guerra civil, y su transformación en los parásitos
de Juegos de manos, bastaría para asegurar la autenticidad
y originalidad del mundo creado por Goytisolo. Lo que no quiere
decir que sea un mundo rico, que sea un mundo vasto.
Precisamente lo que condiciona y limita a Goytisolo como creador
es la monotonía de su mundo. Arrancado del territorio de
la infancia cruel, o de la adolescencia despistada y parasitaria,
Goytisolo pierde toda realidad, se empobrece en esquema, se adelgaza
en sátira de lo más obvio, viste de palabras echadas
sobre un papel la inexistencia de sus personajes adultos. El
Circo, en que el protagonista es un pintor obsesionado por
la tentación de disfrazarse, de jugar a ser gangster, y
que termina acusado de un crimen que no ha cometido, es tal vez
la peor de sus novelas, precisamente por eso: porque la acción
descansa demasiado en un adulto que Goytisolo sólo consigue
dar en su dimensión de fantasía y no en su corporeidad
real.
Fuera del mundo infantil, Goytisolo sólo crea personajes
de novela. Y de la más barata novela: solteronas ardidas,
maestros homosexuales, matrimonios que se flagelan verbal o literalmente.
Una humanidad destruída e irreal, que debe su existencia
más al folletín que a las ilustres obras de la literatura
francesa o norteamericana que invoca Goytisolo (y Coindreau) como
antecedentes inmediatos de su obra. Las figuras son de papel,
los diálogos imposibles, la acción de desmañada
arbitrariedad. Y sin embargo.
Paraíso (o infierno) perdido
Sin embargo sus mejores momentos Duelo en el Paraíso,
La Resaca, y algunas páginas de Juegos de Manos-
muestran que hay en Goytisolo un creador novelesco de primer orden.
Pero es un creador limitado. Como sus niños, Goytisolo
ve con ojo implacable la realidad adulta pero no la entiende.
Juega al novelista social y satírico, denuncia al régimen
y al clericalismo, se burla de los norteamericanos y defiende
los sindicatos, pero su compromiso novelesco con estos temas es
en gran parte irreal. Es el buen hijo de familia que ha comprendido
donde está la buena causa y se esmera por asumirla. Pero
no la vive aún como narrador, no la vive sino en el más
obvio plano intelectual.
Lo que sí vive como creador es el terror y la fantasía
y las valoraciones morales de la infancia. El Paraíso perdido
de que habla el poeta, es el mundo en que la capacidad imaginaria
de Goytisolo encuentra ancho campo. Por eso es tan vívida
su descripción de la infancia cruel que copia del mundo
de los adultos sólo el caos y la violencia, por eso es
tan exacta su presentación de ese muchacho de La Resaca,
de ese Antonio que se corrompe gozosamente, que se entrega afectivamente
a Metralla, que descubre un día que la infancia (su infancia)
ha muerto.
Y por eso mismo, en ese mundo crepuscular de la infancia en que
se ha instalado hasta ahora Goytisolo, el sexo tiene un carácter
tan ambiguo, tan indiferenciado. En todas las novelas hay un homosexual,
en todas el protagonista tiene experiencias homosexuales directas
o simbólicas. El disfraz, el gusto por representar, hasta
el anhelo de ser otro, de ser mujer, aparece como una constante
en el mundo de Duelo en el Paraíso y de La Resaca,
así como en las figuras más adultas de Utah, el
pintor de El Circo, o de Uribe, el invertido que opera
de fatalidad en Juegos de Manos.
Por eso mismo, también, la relación sexual normal
no aparece en las novelas o es sobreentendida sin comentarios.
Y lo que el autor ofrece es el espectáculo sórdido
de pobres homosexuales torturados por sus apetitos, o la relación
conyugal convertida en mero infierno sartriano. En La Resaca,
Antonio siente una devoción perruna por el jefe de la banda,
duerme con él y espera (y recibe) de él una caricia.
Pero sólo se hace hombre cuando la joven prostituta del
barrio lo inicia en una noche de desgradante borrachera. Así
muere la infancia.
Y en Fiestas la atracción que el Gorila ejerce sobre
el niño Pipo más alusivamente homosexuales, aunque
cabe preguntarse así Goytisolo los rehuye por convicción
artística o por mero temor a la censura. De todos modos,
es indudable que en ese mundo cruel y monótono de sus novelas,
en esa hora que precede a la muerte de la infancia y que es su
hora como creador novelesco, Goytisolo sólo explora novelescamente
el mundo de las relaciones homosexuales. Una prueba más
de su fidelidad a las neuróticas fantasías de la
infancia.
Sobre el escenario
Los niños de Duelo en el Paraíso se pintan
como indios pielesroja, UTA se imagina un gangster, Uribe se maquilla
y se disfraza para sus amigos, Pipo miente a todos que es hermano
del Gorila, Antonio se viste de niño bien para ir a pedir
a las casas ricas contribuciones para un supuesto regalo a Su
Santidad, Pancho acecha con sus pistolas de juguete el lugar en
que se ha cometido un crimen real. En todas y en cada una de sus
novelas, la crueldad del mundo, la miseria y la explotación
de los pobres, la insolecia del clero, aparecen teñidos
por una coloración que arranca de las fantasías
privadas de la infancia y que en algunos personajes sobrevive
a la incorporación al mundo de los adultos.
Más de una vez, un personaje de Goytisolo se siente, como
si estuviera en un escenario iluminado, o como si lo que vive
lo hubiera visto en alguna película. Pero esta vivencia
de la realidad como fantasía, se agudiza en algunos personajes
hasta extremos patológicos. En Duelo en el Paraíso,
el niño Abel Sorzano vive en una finca derruida,El Paraíso
del título, con una tía abuela y dos mujeres más.
Tanto el niño como la abuela tienen un mundo imaginario,
hecho de retazos de historias pasadas o soñadas, y en que
se hallan mucho más a gusto que en el mundo real. Ese mundo
fantástico se parece (literariamente) al de muchos creadores
modernos, y con ello Goytisolo no hace sino pagar tributo a sus
abundantes y tempranas lecturas.
Pero lo que interesa señalar ahora no es la dudosa originalidad
poética de ese mundo, sino su existencia como correctivo
de la abrumadora realidad. En las novelas posteriores la ficción
soñada por los personajes se disimula mejor o se contrabandea
con más eficacia dentro del mundo real. Pero existe y da
vida al mundo real, y es en definitiva el ámbito en que
alientan no sólo los protagonistas, sino esos otros seres
desorientados que sueñan en voz alta con llevar un ramo
de flores al Papa o lograr la liberación de los obreros
por medios de un Sindicato, como escape de la abrumadora realidad,
o como corazón de esa realidad, el mundo de los sueños
coexiste con el real y convierte el escuálido mundo español
de France en escenario sobre el que vierte Goytisolo sus fantasmas,
sus fantasmas, su iracundia, su poesía.
Por ahora
Goytisolo cumplirá treinta años en 1961, el cinco
de enero. Cuando se piensa que Cervantes ya había dejado
atrás los cincuenta cuando concibió el Quijote,
se comprende que no hay que tener mucha prisa en pedirle peras
a la semilla del peral, Goytisolo ha recorrido vertiginosamente
un trecho muy corto de su camino. Desde aquel día de 1954
en que Juegos de Manos se clasificó tercera contra
la mediocrísima Siempre en capilla de Luisa Forellad
(oh manes de los concursos), hasta el día de hoy en que
sus juicios equivalen a decretos pontificios en ciertos círculos,
Goytisolo ha recorrido brevísimo espacio de tiempo y lo
ha atiborrado de novelas escritas con más rabia e idea
(para usar los términos de Machado que él mismo
elige) que con arte.
Pero por lo mismo que tiene sólo 28 años, y que
tiene coraje, y que tiene ganas, es que cabe esperar que se asiente,
que salga de sus límites creadores, que descubra el ancho,
el contradictorio mundo interior de los adultos. Entonces la sordidez
de la realidad, y ese diagnóstico satírico y veloz
de su España, podrán existir en sus novelas como
algo más que el blanco y negro de la caricatura o los cartelones
de propaganda. Entonces a la visión interior y mágica
de la infancia, el artista podrá sumar algo que sea la
visión interior y mágica de la madurez.
Goytisolo ha llegado en sus temas y en su creación, al
punto en que la muerte de la infancia compromete la asunción
de la edad adulta. Lage dhomme, como dice el
título de la novela de Michel Leiris. ¿Habrá
un Goytisolo capaz de explorar esa edad, o estaremos condenados
a seguir leyendo, cíclica, monótonamente, la exploración
irritada y caprichosa y (a ratos) poética de un mundo que
es esencialmente ajeno y hostil al novelista? O dicho de otro
modo: ¿habrá un novelista prodigio dentro de este
niño prodigio de las letras españolas? El tiempo,
¡que cuida del mundo todo, tiene la palabra."