ANTHONY POWELL: AT LADY MOLLY'S. London,
William Heinemann, 1957
"Uno de los libros de más éxito en estos últimos
meses en Inglaterra - elogiado con igual entusiasmo por críticos,
lectores y colegas del autor - es una novela, At Lady Molly's,
con la que Anthony Powell continúa su ciclo narrativo titulado
La Música del Tiempo. Hace más de siete años
que Powell trabaja en este ciclo y ha publicado ya cuatro novelas:
A Question of Upbringing (1951), A Buyer's Market
(1952), The Acceptance World (1955) y la que pretexta esta
nota. (*)
Con un enfoque que recuerda al de Marcel Proust en Francia y
al de John Galsworthy en Inglaterra, Powell se ha propuesto reconstruir
a través de la ficción un mundo ya desaparecido
pero rescatable por la memoria: la Inglaterra de esas dos tremendas
décadas que corren entre ambas guerras. Es un mundo clausurado
ya, un mundo que para los jóvenes que no lo vivieron puede
parecer tal vez más remoto que el siglo de Luis XIV o la
Atenas de Pericles, porque a pesar de la familiaridad de vestidos
o edificios, de costumbres e ideales, el sentido de la vida era
entonces radicalmente distinto. Los contemporáneos de la
revolución rusa y de Hitler, de Mussolini y de la guerra
civil española, no descifraron esos acontecimientos con
los ojos que hoy los vemos. De ahí la impresión
de remota inocencia que produce ese mundo cuando es reconstruido
con la habilidad y subterránea ironía con que lo
hace ahora Anthony Powell.
El brillante novelista británico ha elegido seres comunes
para efectuar su recreación. Ha soslayado la tentación
de explicar las grandes causas y las terribles consecuencias de
este momento político y social. Ha rehuido toda apariencia
de crónica histórica a la manera de Jules Romains
en Les Hommes de bonne volonté o de Roger Martin
du Gard en Eté 1914. Se ha concentrado, en cambio,
en la vida cotidiana de veinte o treinta personajes a través
de unas dos décadas. Hitler (por ejemplo) es una alusión
que salta mientras dos hombres conversan en un club. Pero lo que
interesa a Powell no es Hitler sino esos dos hombres, cuyo tema
central de conversación no es por cierto el canciller alemán.
Por eso Powell se concentra (como su gran modelo Proust) en la
vida promiscua y caótica de la clase alta en Inglaterra
entre 1919 y 1939. La última novela de la serie da precisamente
la tónica del conjunto. En apariencia se trata sólo
de una serie interminable de reuniones en casa de Lady Molly,
o en casa de sus amigos, y en las que se discute con entusiasmo,
apenas velado por la buena educación, los últimos
escándalos sociales: la fuga de Mona con Erridge, abandonando
a Quiggin (que tampoco era su marido, como se descubre luego);
el compromiso de Widmerpool con Mrs. Haycock que se destruye por
el descubrimiento prematuro de alguna deficiencia funcional en
el novio y por la aparición simultánea de Jeavons,
ex-amante de la alegre viuda y actual esposo de Lady Molly; el
compromiso del narrador, Nicholas Jenkins, con una deliciosa muchacha.
Estos y otros chismes de alta sociedad son la sustancia aparente
de la novela. Con elegancia, con humor muy sutil, con hábil
despliegue de metáforas, Anthony Powell conduce a su lector
a través del dédalo de amistades y adulterios, de
calumnias y súbitas revelaciones, hasta hacerlo familiar
con un mundo denso y ligeramente absurdo. Pero debajo de esa pulida
(y trivial) superficie, Anthony Powell ha conseguido revelar algo
más que el perfil de una clase ociosa. Ha logrado uno de
los análisis más lúcidos del hombre y la
mujer británicos que exista en la novela contemporánea.
Powell sabe que el inglés es un secreto, cuya verdadera
intimidad es más celosamente custodiada por cada uno que
los lingotes del Banco de Gran Bretaña. Y para revelarlo,
para mostrar algo más que esos personajes absurdos en que
se especializan por lo general Aldous Huxley y Evelyn Waugh, asedia
con disimulo a sus criaturas. Empieza por describirlas en su vana
superficie cómica, empieza por mostrar lo que el ojo casual
ve. Luego, de a poco, va revelando lo que esconde esa protegida
superficie.
Su novela se convierte en una caja de sorpresas. Al principio
creemos que Widmerpool es un fatuo, sin interés humano.
Al final (en un diálogo regocijante en que se satiriza
a los indoctos lectores de Freud y Jung) se nos revela su impotencia
y, también, el patetismo de una persona que lucha por imponerse
en medio de una sociedad hostil y cínica. Lo mismo pasa
con Jeavons. Durante gran parte de la novela parece nadie, un
tonto dominado por Lady Molly. Luego se descubre que ese tonto
es más interesante, más cálido y humano,
que el resto de sus compañeros de chismografía.
Uno se encuentra con todo el mundo en casa de Lady Molly, dice
alguien a cierta altura de la novela. En efecto, uno se encuentra
con todo el mundo y sobre todo se encuentra con que todo el mundo
resulta más misterioso y complejo de lo que parecía
antes de leer esta deliciosa novela.·
E. R. M.