De toda la copiosa y a veces indiferente correspondencia de Rodó,
la que contiene, sin duda alguna las cartas más reveladoras
sobre el hombre y el escritor es la larga que mantuvo con Juan
Francisco Piquet. Según cuenta Víctor Pérez
Petit en su biografía, Piquet (nacido en 1870, un año
antes que el autor de Ariel) fue amigo de la primera hora;
el que le hizo leer a Montalvo, a Carlyle (los Héroes
en particular), a Ossian. Fue también Piquet uno de los
primeros en escribir sobre Rodó. En sus Perfiles literarios
(Montevideo, 1896) le dedica una página de elogio penetrante
que revela la lectura cabal del joven que entonces solo había
publicado los ensayos de la Revista Nacional.
La correspondencia entre Rodó y Piquet se inicia por esa
fecha y se mantiene con alternativas casi hasta la muerte de Rodó.
Tiene períodos fecundos y otros de completo silencio. Hacia
1897 Piquet vivía en el interior, lo que estimula el comercio
epistolar; más tarde, hacia 1904, se traslada a Europa,
y es allí donde recibe las cartas en que Rodó va
comunicando la "gesta de Proteo". A la muerte del escritor,
su amigo seleccionó un puñado de cartas para publicarlas
en La Razón (mayo 2, junio 5, 1919). La publicación
fue respetuosísima de muchas confidencia y sólo
dio aquellos pasajes de interés general, literario o político.
Esas cartas fueron recogidas más tarde en un volumen misceláneo
(e irresponsable) que se titula El que vendrá (Barcelona,
1920) y en el Epistolario que reunió y presentó
Hugo D. Barbagelata (París, 1921). En ambas ediciones aparecen
con notables erratas y omisiones.
Pero la correspondencia es muchísimo más numerosa
de lo que esa selección permite advertir. He podido consultar
gran parte de ella gracias a la gentileza de Da. Luisa Mantero
de Piquet que, por intermedio de su sobrino, D. Fernando Pereda,
me ha facilitado el acceso a muchos de sus originales. Entre las
cartas desconocidas figura la que hoy se publica parcialmente
en MARCHA. Es una de las más curiosas. No está fechada
y como firma lleva el nombre de Próspero. Rodó emplea
en ella una forma sutil de la ironía que, además
de ser infrecuente en él, puede resultar imperceptible
al lector superficial. La carta tiene corno objeto evidente contestar
a algún reproche de sus corresponsal sobre el abstencionismo
político de Rodó.
O mejor dicho: sobre una forma de ese abstencionismo político.
Porque aunque no lleva fecha, por las alusiones de la carta (una
sobre la muerte de D. Domingo Aramburu, ocurrida en 1902) se la
puede ubicar hacia 1903, y en esa fecha Rodó ocupaba una
banca de diputado, como volvería a hacerlo de 1908 a 1913.
Pero lo que sin duda le reprocha Piquet (aunque en broma) es que
no salga a la campaña y se convierta en caudillo. Por eso
le contesta Rodó:
"Mi distinguido amigo: Las reconvenciones de su carta
entrañan una gran injusticia. 'Próspero' no ha nacido
para sugestionador de muchedumbres; y desterrado en su propio
país, no sabría hablarles el lenguaje que ellas
entienden. Próspero vive idealmente entre los atenienses
del siglo de Perícles, o entre los romanos de la era de
Augusto, o entre los florentinos del tiempo de Lorenzo de Médicis.
No conoce la psicología del bárbaro de nuestras
campañas, ni sabe el secreto de aplacar sus iras feroces,
ni de penetrar en las profundidades selváticas de su corazón
y de sus mentes. Los que tienen obligación moral de lanzar
a los cuatro ámbitos de la república, la palabra
de concordia y de paz, son los que conocen a esas semisalvajes
multitudes; especialmente aquellos que han tenido larga residencia
en campaña, con arraigos y vinculaciones sospechosas en
puntos estratégicos del territorio nacional: allí
mismo donde se dio la cruenta batalla de Tres Árboles y
no lejos de donde fue la infausta rota del Quebracho".
Como se ve, Rodó comienza disculpándose para luego,
en un rasgo de humor polémico, volver la acusación
sobre su corresponsal. Lo que dice sobre "Próspero"
es cierto: no nació para sugestionador de muchedumbres.
Pero no es totalmente cierto. Porque tampoco es "Próspero"
literato de esos de torre de marfil. Mejor que cualquier declaración
suya lo prueban las tres legislaturas en que intervino, su constante
prédica periodística, la enconada lucha contra Batlle
y el primer colegiado en que le cupo parte principalísima.
Y, por otra parte, toda la prédica de Ariel es de milicia
americanista (como a él le gusta decir). El resto de la
carta sigue en ese tono entre zumbón y falsamente oratorio,
acumulando contra el amigo los cargos más peregrinos como
para convencerlo de que la cosa pública es realmente de
todos, y que no se puede criticar el aparente abstencionismo de
los demás sin empezar por examinar el propio. Pero esta
segunda parte no tiene el interés general del primer párrafo.
E.R.M.