"El mundo poético de Idea Vilariño
: la nueva poesía uruguaya (1945-1955)"
En Marcha, Montevideo, nº 824, 03/08/1956
p. 21-23.
"Felizmente, los diez años de poesía
que se han elegido para este examen crítico, los diez años
que corren de 1945 a 1955, han producido o revelado ya algunos
poetas de indiscutible acento personal, poseedores no sólo
de un instrumento lírico sino de un mundo propio, que han
sabido explorar con intensidad y rigor. De todos los poetas que
empezaron a aparecer hacia 1945 el que ha dibujado una personalidad
lírica más definida, de más honda continuidad,
es sin duda Idea Vilariño. Su obra poética es escasa
-cinco cuadernos que totalizan apenas unos treinta y nueve poemas-.
Pero la misma escasez es reveladora de una conducta literaria
que no cabe sino aplaudir: la selección, el rigor autocrítico,
la lenta maduración de cada tema, de cada verso, antes
de acceder a la publicidad. Por todo ello, por lo que implicas
su obra como tensiópn líricas y como ejemplo de
conducta, parece oportuno inaugurar el examen de los nuevos poetas
por una consideración general de su mundo poético.
Una fisura en la carne
En 1945 se publica un cuaderno titulado La suplicante
que contiene cinco poemas. El autor es Idea, así a secas,
sin más identificación. (Sólo en 1949 aceptaría
firmar con el nombre completo). En los cinco poemas de ese cuaderno
está ya, en potencia, toda la obra lírica de Idea.
En potencia o, tal vez mejor: en cifra. Porque la lucidez implacable
de la mirada de este poeta ya le permite ver, en esa hora del
mediodía en que inicia su canto, la realidad que yace bajo
las espléndidas apariencias humanas. El poeta contempla
la playa y el mar, contempla los cuerpos sobre "Las vastas
arenas pálidas", y en esa hora de luz -
transparentes los aires, transparentes
las voces, el silencio-
Sus ojos no perciben sólo la vida: registran también
la muerte:
A orillas del amor, del mar de la mañana,
en la arena caliente, temblante de blancura,
cada uno es un fruto madurando su muerte.
Así, con esta mirada que descarna los seres y hace aflorar
su definitivo esqueleto, Idea Vilariño declara una de las
constantes de su poesía: la presencia de la muerte. En
la segunda parte de este mismo poema inaugural el poeta confirma,
y se confirma:
Cuerpos tendidos, cuerpos
Infinitos, concretos, olvidados del frío
que los irá inundando, colmando poco a poco.
cuerpos dorados, brazos, anudada tibieza
olvidando la sombra ahora estremecida,
detenida, expectante, pronta para emerger
que escuda la piel ciega.
La muerte, que es médula de todo ser en poesía
no se da aquí como pálida y entristecida presencia;
no es la muerte que habita un mundo gris y sin matices, un aire
enclaustrado y opaco, una muerte funeral. Es la muerte floreciendo
en plena vida, la muerte enlazada al más agudo éxtasis
erótico, la muerte encendida y ardiendo en el podersoso
instante del deseo consumado.
Esta sazón de fruta que tú me diste, esta
llamarada de luna, durable miel inmóvil,
te sitúa y te acerca,
amigo de la noche, sagrado camarada
de las horas de amor y de silencio...
Sin luz, apenas, sin aliento,
sueño
ese incienso divino que me quemas,
sueño ascendiendo abismo con vértigos de sombra,
náufrago en la caricia, alta marea muda.
Ya velado tu rostro entre líneas de niebla
los ojos se te ahogan en climas de delicia
y rueda por la noche tu pensamiento inerte,
entonces el deseo sube como una luna,
como una pura, rara, melancólica, clara,
luna definitiva, peldaño de la muerte.
Esta última, estrecha unión del deseo y la muerte
no es ocasional en el poeta. Cuando Idea Vilariño quiere
cantar al amor en la culminación de su goce, ya sabe que
su rosa es "flor de ceniza", y advierte, estremecida:
El amor... ah, qué rosa, qué rosa verdadera!
Ah, qué rosa total, voluptuosa, profunda,
de tallo ensimismado y raíces de angustia,
desde tierras terribles, intensas, de silencio,
pero rosa serena.
Tenla, sosténla, siéntela, y antes que se derrumbe
embriágate en su olor,
Clávate en su olor,
clávate en las espaldas del amor, esa flor,
esa rosa, ilusión,
idea de la rosa,
de la rosa perfecta.
Y esta figura de la destrucción y la muerte ("antes
que se derrumbe"), advierte el poeta), esta gravitación
incesante de la muerte impone al ardimiento erótico que
atraviesa esta zona de la poesía de Idea Vilariño,
al deseo inagotable y todavía no desgastado por el tiempo,
una aterradora presencia espiritual que es como el memento mori
de los poetas españoles de Cuatrocientos. Como ellos, en
Idea Vilariño se da el lujo de la vida plena y el seguro
conocimiento simultáneo de su fugacidad, de su nadería.
El placer no aparece (todavía) contaminado por esta certidumbre
de la vida consciente del poeta, pero queda sí marcado,
conmovido en su mismo frenesí por saberse pasajero. Y así
el apetito se trasciende en pura llama y (apenas velada por la
belleza de las imágenes ypor la sensualidad poderosa del
ritmo), una angustia se va imponiendo poco a poco, como una fisura
se abre en la carne misma del poema.
El poeta reconoce la impotencia de la materia -de su materia-
por alcanzar el tránsito de hacia una realidad perfecta
y canta ese fracaso con henchida elocuencia:
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ahí demasiado, sin tregua, y que ahora
el mundo le deviene un milagro ajeno,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.
Cinco poemas bastan a este poeta nuevo para imponer no sólo
una voz -reconocible a pesar de claras influencias, como las de
Jiménez o la de nuestro Emilio Oribe-, cinco poemas han
bastado para fijar la voz de un nuevo poeta y dos de las constantes
de su mundo: el erotismo, la muerte como presencia irrenunciable.
Pero qué tono tan distintos el de este primer cuaderno,
qué sensualidad ardiente para las palabras, qué
blandura y persuasión meliflua del ritmo, qué use
y abuso de la adjetivación prestigiosa, de los signos (comas,
puntos suspensivos, interjecciones) que mendigan en cierto sentido
el énfasis. El deslumbramiento que produce este primer
cuaderno cuando se sale de los otros libros "nuevos"
del período -retóricos, sin mundo, sin un ser detrás-,
parece sólo entusiasmo y no expresión lograda cuando
se llega de la poesía actual de Idea Vilariño, cuando
se avanza desde este mundo ascético y duro, desde esta
expresión abreviada a lo más abrupto y doloroso,
desde este ritmo empobrecido para todo lo que sea mera sensualidad,
desde esta luz implacable que ilumina por dentro (no por fuera)
sus últimos libros.
Contra los prestigios (las imposturas)
El tránsito de esta poesía lúcida pero esencialmente
feliz del primer cuaderno a la expresión trágica
de sus últimos libros, no se realiza gradualmente. En realidad,
entre 1945 en que Idea Vilariño publica La suplicante
y 1947 en que sale Cielo cielo, se ha producido una
transformación importante en la visión del mundo
de este poeta. El síntoma más visible y por lo tanto
más externo es la misma forma del poema. Desaparecen los
signos de puntuación, desparecen los puntos suspensivos,
desaparece la coordinación sintáctica normal. Idea
Vilariño parece haber descubierto los juegos de la tipografía.
Estos elementos exteriores no eran (ya se sabe) novedosos. Aquí
mismo los había empleado Juan Cunha mucho antes de que
Idea hubiera pensado en editar -tal vez en escribir- sus versos.
Pero por eso mismo que era externa y en cierto sentido adjetiva,
fue la forma visible de su poesía (no la forma interior,
de la que hablará luego) la que atrajo la atención
de los primeros lectores. Confundidos por la ausencia de comas,
embelesados por un uso afectivo del lenguaje en que las convenciones
tradicionales de la lengua eran soslayadas -Ella la ella ella
la corvada, por ejemplo-, muchos de sus primeros lectores
creyeron estar ante una poesía hecha de palabras y de sonidos.
No advirtieron que esas palabras, esos sonidos, eran cifra de
algo que ocurría no en el plano verbal sino en el más
profundo plano de las intuiciones del poeta; que esas palabras,
esos sonidos, eran señales desesperadas del poeta por comunicar
directamente su angustia, su soledad, su mundo.
Porque los cinco poemas de Cielo Cielo eran algo más
que ejercicios retóricos de un poeta dispuesto a tomar
por asalto al lector, un poeta dedicado a la entretenida tarea
de asustar, a abrumar, con su superioridad técnica. Era
en realidad el experimento, era la búsqueda, era la inquisición,
de una forma poética que no dependiera tanto de los prestigios
(de las imposturas) de toda una poesía anterior y ajena
al poeta. Era el apasionado hollar en la misma textura del verso
y del lenguaje para hacerles rendir no lo que entonces se entendía
por poesía sino ese otro acento, inédito (aunque
no valioso sólo por inédito), sincero, que el poeta
quería liberar dentro de síu.
La suplicante, a pesar de su belleza indiscutible y tal
vez por ella misma, era un fracaso, un suntuoso fracaso. Porque
la angustia que latía debajo de cada verso estaba dicha
en términos tales que podía confundirse con la desazón
premeditada de una discípula de Delmira, porque esa lucidez
que detectaba la corrupción en la madurez del fruto podría
ser el hábil ejercicio de un lector del mejor Oribe. Y
la poesía que Idea llevaba dentro no era una poesía
que naciera de la poesía (aunque sea sí una poesía
que no desdeña el conocimiento del ajeno lirismo). Su poesía
nace de los más profundo de una experiencia de dolor, enfermedad,
angustia.
Es lo que vino a mostrar, en un primer intento desesperado y
hasta incoherente, Cielo cielo. El superficial hermetismo
de su verso, en tan abierto contraste con la seductora facilidad
de La suplicante, quería decir eso: que el poeta
tenía que tirar por la borda toda la poesía aprendida
de otros para poder encontrar las palabras, los ritmos, que comunicaran
(cada vez más directa, más patéticamente)
esa experiencia personal única.
Los temas son los mismos de La suplicante. Pero la expresión
es nueva. Aquí aparece la muerte como una presencia total,
y el canto del poeta indicar claramente la entrega, la posesión
del hombre por la muerte.
Ella la ella ella la corvada
la de hoz de mies dispuesta a tanto
a las plantas volcada de los hombres
que se daban se le daban se le siguen
se dejaría dar si nadie acude
que noche ahonda y cubre y une en lejos
estar tocados por la misma ésta.
En ese amargo reconocimiento de la imperfección del mundo
-
y en tanto nadie nadie nadie
dice esta noche que nos toca a todos
-en esa visión de la noche (que es la muerte) y que cubre
todo-
La noche cubre mundo ahonda todo
desde tu valle espanto al magdalena
- Idea encuentra la expresión que le permite acumular
en un solo verso "la luz cereza y el estiércol":
la belleza del mundo que los poetas prefieren y la sordidez del
mundo que enmarca y corre esa belleza. El poeta intenta refugiarse
en la aspereza del cielo, trata de cantar con limpio patetismo:
Ah si encono si entonces
ya no quiero
ya no puede se pasa nunca alcanza
una ola se vaga la marea
se desconcierta así
y el sol no existe aquí más que en palabras.
Pero en cambio en el cielo
caben muchas pero muchas. A veces
se molestan se muerden
en los labios.
Un golpe de lucidez, una mirada clara y penetrante, cortan a
ratos esa vena negativa, ese no quiero que es uno de los leit-motiv
de toda su poesía. Idea Vilariño descubre la
"tarea sin grandeza amarga obra" del poeta en
esta tierra. Lucha por vencer sus propios límites, por
escapar al Tiempo y a la Muerte:
Cómo entrar a ese tiempo sosegado
tocarle el corazón decirle amado
sustituye tu nombre busca el oro
tocarle la mirada desatarle
horas sin prisa y días desmedidos.
El poeta lucha por fundirse; por aniquilar la nada que lo acecha,
por afirmar su incontenible impulso de viuda, su angustiado deseo,
su creciente náusea del mundo. Pero la verdad se impone
y dibuja con crueldad sobre la piel de esta poesía.
De luz intensa por volver
aún y tú antes que el día
y que la noche y que
y sin milagro alguno
sin otra vez
campana blanda
aire macizo y dulce lleno de llanto
no se encuentran sencuentran
sin miradas
lleno de llanto todo aire macizo
boca de piel de ah de vida hastiada
renegada de cuanto no le es boca
llena de hastío y de dolor y de
vida de sobra
dada tirada así llena de llanto
de música o lo mismo
de materia de aire pasado y dulce
de canto temblor pánico
de hastío si
de espanto si de miedo triste.
Con esta nota desolada se cierra el cuaderno, esta nota desolada
que es la más constante en su poesía. Pero no la
única.
Las nuevas unidades
Dos años después, en 1949, Idea Vilariño
recoge en un nuevo volumen Paraíso perdido, casi
todos los poemas de estos dos cuadernos preliminares y les agrega
uno solo, el del título. El nuevo libro uniforma la escritura:
quita comas y puntos suspensivos y admiraciones de La suplicante;
omite un poema del primer cuaderno (El mar, muy influido
por Oribe), y deja para otra selección tres poemas de Cielo
cielo; el del mismo título, Callarse, El que come
noche.
En total presenta siete poemas. Con este cuaderno de 1949 inaugura
Idea un procedimiento de edición que merece comentarse
por la luz que arroja sobre su tarea poética.
A diferencia de Juan Cunha, Idea no suele rescribir sus poemas
(hay algún pequeño retoque, la supresión
de cuatro versos en el poema que se titula La suplicante).
En cambio, suele recomponer en nuevas unidades sus cuadernos,
y en esta tarea es infatigable. Por eso, Paraíso perdido,
como volumen, oblitera en cierto sentido los dos primeros cuadernos,
que pasarían a la categoría de borradores o proyectos
no totalmente integrados. A Paraíso perdido suceden
dos pequeños volúmenes: Por aire sucio en
1951 (con una primera edición, o primer borrador, en 1950
que no se puso a la venta) y Nocturnos en 1955. Todavía
quedaría por integrar un tercer volumen de poemas de amor
desesperanzado, algunos de los cuales ya han visto la luz en revistas
y hasta en esta misma página, pero que la autora no parece
muy apremiada por publicar. Tres o cuatro unidades, pues, que
permiten examinar mejor la verdadera poesía de Idea Vilariño,
su verdadero mundo poético.
En cierto sentido, el poema que agrega a su reedición
de los más viejos poemas en Paraíso perdido,
permite definir mejor, en forma más cabal y patética,
la actitud esencial de esta poesía. Un rechazo obstinado
del mundo la define:
Lejano infancia paraíso cielo
oh seguro seguro paraíso.
quiero pedir que no y volver. No quiero
oh no quiero no quiero madre mía
no quiero ya no quiero no este mundo.
Harta es la luz con mano de tristeza
harta la sucia sucia luz vestida
hartas la voz la boca la catada
y regustada inercia de la forma.
Si no da para el día si el cansancio
si la esperanza triturada y la alta
pesadumbre no dan para la vida
si el tiempo arrastra muerto de un costado
si todo para arder para sumirse
para dejar la voz templando estarse
el cuerpo destinado la mirada
golpeada el nombre herido rindan cuentas.
No quiero, ya no quiero hacer señales
mover la mano no ni la mirada
ni el corazón. No quiero ya no quiero
la sucia sucia sucia luz del día.
lejano infancia paraíso cielo
oh seguro seguro paraíso.
Junto a la voz desolada y nostálgica de una infancia imborrables
(es muy fuerte en el poeta el amor a los padres, a los hermanos,
aunque apenas si se declare en algún poema posterior),
junto a la dura afirmación del ensueño destruido
y la sucia realidad, se descubre una voz más grave y profunda
que se ha despojado ya de esas ilusiones que teñían
antes de prestigio a la realidad y que sostiene una indomable
voluntad (lo único que tiene) para decir No al mundo. De
esta paradójica manera, lo atestigua, lo afirma al tiempo
que lo rechaza. Pero una experiencia más terrible aguardaba
todavía al poeta.
La contaminación del aire
Porque Idea Vilariño había sabido ver la muerte
que encerraban los hermosos cuerpos yacientes en la playa, Idea
había sabido sentir la muerte como una presencia en suspenso,
y había aprendido (también) que la muerte es algo
que llega a nosotros, y nos toca íntimamente, cuando muere
alguno de nuestros. Pero no había conocido del todo, y
sólo había conocido parcialmente, lo que era la
muerte de una larga enfermedad. Y para que nada le fuese ahorrado,
para que la suciedad del mundo fuera vivida en su propia carne
y piel, llegó la enfermedad en 1959. La primera edición
de Por aire sucio (que está fechada en diciembre
de ese año y que nunca se distribuyó venalmente)
contiene los poemas de esa temporada en el infierno. Está
dividida en dos partes. La segunda, Cielo cielo, recoge
tres poemas del cuaderno del mismo título y agrega uno,
Poema con esperanza que es de julio de 1948 y por lo tanto
bastante anterior a la enfermedad. (Es anterior incluso a Paraíso
perdido). En este poema se ensalza la fusión definitiva
de muerte y deseo que había tenido expresión primera
en algunos versos de La suplicante:
Soy para ti como otra oscuridad, otra noche,
anticipo de muerte,
lo que en el día frío el hombre espera, aguarda,
y llega y él se entrega a la noche, a una boca,
y en el olvido total lo ciega y lo anonada.
Pero lo que era en esos versos primeros una plenitud inocente
de la misma experiencia angustiosa, se ha convertido ahora en
una desazón para la que el poeta se encuentra más
que los signos del dolor incontenible:
cuando entonces dios mío
cuando entonces dios mío
era así y era cruel y era cansado
Y la esperanza, que se dibuja en forma tan tenue sólo
al final del poema, es una pequeña esperanza vacilante,
casi un conjuro para no morir del todo en plena vida, o también
un oscuro anticipo de esa muerte que esperaba ya al poeta bajo
la sombría forma de enfermedad:
y unos hombres esperan
con el sexo en la mano cuidadoso guardado
que terminen lod siglos porque eso ya es inútil
y otros que no sea no
que sea no ya ahora
aunque a veces dios mío
aunque a veces dios mío.
Pero no es en esta segunda parte del volumen de 1950 (donde Idea
liquida la deuda con su poesía anterior a la enfermedad),
no es en este resto del cuaderno en donde se va a encontrar la
poesía más honda, la más conmovedora, de
este poeta. Es en la primera parte que se titula Abandono y
fantasmas. Los nueve poemas que la integran constituyen un
verdadero diario de la enfermedad: un diario escrito en las horas
más desesperadas y también las más lúcidas,
un diario en que Idea Vilariño intenta la mayor hazaña:
crear no con los elementos que ya ha preparado para poeta la tradición
en la que se apoya, sino crear con los objetos de una mitología
cotidiana y única que por la intensidad del sentimiento,
por lo horrible de la experiencia, deben alzarse a la categoría
de símbolos válidos para todos.
Una mitología propia
Es claro que no todos los poemas que integran Abandono y fantasmas
alcanzan ese raro nivel. Así lo ha entendido seguramente
la autora al suprimir dos de ellos en la segunda edición
del libro. Y es precisamente en uno de los suprimidos, Aquellos
años fiestas, en donde se advierte mejor que se está
todavía en la primera etapa de poetizar una experiencia
personal y, por eso mismo, de difícil comunicación.
Es ese un poema de desgarrador patetismo por la situación
en que aparece colocado el poeta, hundido en su enfermedad como
en un pozo, evocando inescapablemente los años pasados,
la belleza del mundo exterior y ajeno, un amor ya deborado por
el tiempo. Pero ese sentimiento de vacío y soledad, esa
presencia ominosa de la sordidez del mundo, que encierra como
un anillo la evocación del pasado, no consigue comunicarse
al lector en imágenes que tengan la misma tensión
emocional, el mismo valor para todos. El poeta resulta hermético,
aunque no se lo haya propuesto. El primer verso alcanza una formulación
sorprendente:
Faroles inca ruben
Pero esa sorpresa es sólo la primera impresión.
Porque lo que importa no es resolver la fórmula anecdótica
que yace bajo el poema (la calle Inca, el nombre del amado) sino
aprehender el sentimiento de desposesión y de horrible
recuento del pasado que el poema encierra. Y en este sentido,
a pesar de su aparente hermetismo, no hay nada más transparente
que este poema en que la acumulación de imágenes
de la felicidad (las flores de paraíso, la esquina, las
estrellas, el jardín, el olor a tierra y madreselva) aparecen
pautadas por el nombre de un hombre, u en minúscula porque
ese nombre ya ha dejado de ser propio para convertirse en cifra
de ese dolor, de ese grito que se alza desde el poema, de todo
el libro.
En el otro extremo de la expresión poética se encuentra
otra pieza del libro. En ella Idea ha conseguido reducir toda
su enfermedad y dolor, sus muertes cotidianas, el miedo a la noche
y el horror de la luz que es amarilla afuera, ese cuarto negro
que la acecha desde la pieza de al lado, y la misma herencia que
trabaja desde su sangre y hace tatuajes en su piel; toda esa mitología
personal de enfermedad que deriva hacia la muerte, ha conseguido
decirla en una desnudez de palabras que resume el rechazo obstinado
del mundo. Se titula Eso.
Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía
mi desdén
mi crueldad y mi congoja
mi abandono
mi llanto
mi agonía
mi herencia irrenunciable y dolorosa
mi sufrimiento en fin
mi pobre vida.
En esa sencillez ha encontrado por fin el poeta la vía
de escape del hermetismo que parecía crecer, cada vez más
invasor, dentro de su verso. En esa desnudez amarga de la expresión
ha descubierto el canto común que transforma una poesía
que pareció iniciarse como voz muy personal y ola convierte
en una de las esas expresiones líricas que todos pueden
asumir sin otro esfuerzo que el de la sinceridad. Si la madurez
poética se alcanza cuando el poeta sale del encierro de
su yo, la madurez poética ha llegado para Idea Vilariño
en este momento y después de una crisis angustiosa. La
segunda edición de Por aire sucio (a distancia de
ocho meses de la primera) no sólo elimina poemas de difícil
comunicación general; también agregar cuatro que
prolongan esa sencillez, esa deslumbrante desnudez de la poesía
a que se ha llegado al fin.
El rechazo obstinado
Porque Idea ha salido ya del pozo de la enfermedad pero no se
ha liberado del mundo; ha vuelto a la corriente de la vida, pero
ha vuelto sin ninguna ilusión. El mundo aparece destruido,
impuro.
Todo perdido
todo
todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano
todo desvencijado impuro y a pedazos
definitivamente fenecido
esperando ya qué
días de días.
Una visión negra se ha ido formando a partid de la horrible
experiencia purificadora de la enfermedad. El poeta ha mudado
de piel. Y aunque la vida vuelva a sus cauces, aunque el amar
y las estaciones vuelvan, aunque la luz no sea ya sólo
el amarillo de afuera, el poeta se puede esconder las cicatrices
del dolor, el poeta no puede ya mentirse. Ha vivido el abandono
y sus fantasmas. Se sabe solo. Más solo ahora que circula
rozándose contra la soledad de todos. El poema que escribe
(Se está solo) es la última palabra de su
visión del mundo: la última palabra de dolor y desesperanza
y rechazado del mundo. Y señal también, de una indestructible
voluntad de testimonio. En una nota que escribió para la
revista Asir (mayo-junio 1952) y en la que se desliza alguna
incomprensión de ciertos valores profundos de esta obra
destaca Liber Falco este poema. Falco había conocido la
soledad también, y aunque su soledad era más resignada
y tierna, más trabajada por la dulzura, no le costó
reconocer en el acento con que Idea dice su letanía la
verdad de una experiencia sin afeites.
El último volumen, Nocturno (1955), no hace sino
llevar a su culminación expresiva esta poesía madurada
por la enfermedad y de conquistada objetividad. La visión
negra del mundo se ha acentuado, si es posible; el mundo es noche
y el poeta ya no tiene ninguna esperanza. Sólo tiene el
rechazo obstinado:
Yodo antes que este sucio
ralente de los hombres
La muerte acecha, como un celoso amante:
De nuevo está la muerte
rondando y como antes
escrupulosamente
me roe todo apoyo
me quiere fiel y libre
me aparta de los otros
me marca
me precisa
para mejor borrarme
Pero la muerte acecha a todos, porque todos
Frutos de muerte son
Y entonces esa misma soledad y angustia, esa muerte segura y
expectante, no sirve para aislar más al poeta de los hombres
sino para devolverlos al mundo de todos. Si él sólo
da testimonio de su combate (de su agonía) es porque sólo
es lícito dar testimonio de lo que se ha vivido. Pero no
porque la muerte le esté reservada, privilegio imposible.
Sino porque el poeta siente que la vida lo va muriendo (como a
todos) y por eso le alza, alza su voz, contra la aquiescencia
estúpida o sonámbula, y grita fuerte su No.
Una hora absoluta
Aunque hay otro estado, y paralelo a éste: es el deseo
de no ser, de abandonar la lucha, de acallar la poderosa voluntad.
Y entre uno y otro, entre el rechazo obstinado del mundo (que
por eso mismo lo crea) y el deseo de hundirse de no estar, oscila
el poeta. El último poema del libro declara ese combate
que se libra dentro de sí:
Quiero y no quiero
busco
un aire negro un cieno
relampagueante
un alto
una hora absoluta mía ya para siempre
Aquí se revela la última nota de esta poesía
y de este mundo: el rechazo de la apariencia, el rechazo de lo
provisorio, el rechazo de la mentira. Por eso su voz consigue
ser tan dura (sin las afectaciones de la dureza), por eso su agonía
es tan interminable -como un coito feroz, escribe-, por eso su
rechazo del mundo es tan apasionado, está hondamente clavado
en el mundo. Porque la palma que quiere alcanzar esta alma poética
es el absoluto:
Una hora absoluta mía ya para siempre.
Esa hora elusiva, esa hora que todos buscan y todos fingen encontrar,
el poeta no quiere perderla. No es la blandura, no es la debilidad,
no es el ánimo pusilánime, lo que produce esta poesía.
Es la mirada que ha despojado al mundo de sus vanas apariencias,
que ha prescindido de las más hermosas imposturas poéticas
o ideológicas, una mirada que ha descarnado el mundo para
desnudar todo su horror. Para alzarse hasta semejante poesía
es necesario un ánimo muy templado, una voluntad probada,
un espíritu que no tolere concesiones. Esta poesía
no da cuartel.
Es cierto que los hombres necesitan también que el poeta
les mienta felicidad, les hable de la belleza del mundo y de los
bienes espirituales, que los exalte hacia la concepción
de un provenir seguro. Pero no todos los poetas pueden dar testimonio
de la felicidad; no todos los poetas pueden anticipar la esperanza.
Hay poetas que han estado en el infierno y que traen las señales
del fuego en la piel de las manos y en el brillo de los ojos sombríos.
Baudelaire (que tanto tiene en común con esta poesía
que ahora comento) fue uno de ellos; también lo fue Rimbaud;
también lo es Idea Vilariño."