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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Sanin Cano en su Torre de papel"
En Marcha, Montevideo, Nº 819, 1956.
p. 21

BALDOMERO SANIN CANO: EL HUMANISMO Y EL PROGRESO DEL HOMBRE. Buenos Aires, Editorial Losada, 1955. 260 pp.

"Ya resulta bastante sorprendente el hecho de que una colección de artículos de un ensayista hispanoamericano abarque temas tan separados en el tiempo y el espacio como Goethe y Germán Arciniegas, Hipólito Taine y Virgil Gheorgiu, Mark Twain y Giovanni Papini, Guillermo Valencia y Cyiril Connolly. Sorprendente, sobre todo, porque este ensayista tiene algo importante que decir de cada uno, revela una larga (y vieja) familiaridad con sus libros y sus ideas, muestra una frescura de observación, una inmediatez del conocimiento, que no puede improvisarse con audacia. Pero a esa primera sorpresa cabe agregar otra, mayor, si se mira la fecha en que nació este ensayista hispanoamericano. Porque la verdad es que Baldomero Sanin Cano nació en Colombia en 1861 y si se descuida, alcanzará esos cien años que por normales que fueran en los tiempos de Matusalén, son ahora míticos.

Los 95 años de Sanin Cano, que le permiten recordar por ejemplo que hace setenta años escribió un artículo en un semanario de Medellín sobre un autor entonces casi desconocido en América: Ibsen, o que le permiten apuntar (tal vez con implícita nostalgia) que él pertenece a la generación de hombres que eran maduros cuando la guerra de 1914 estalló; esos 95 años de hoy que lo muestran sólo cinco años menor que Shaw (de quien escribe como coetáneo), y seis mayor que Rubén Darío, y diez mayor que Rodó, patriarcas para nosotros; esos 95 años de Baldomero Sanin Cano son los primeros 95 años de uno de los humanistas más frescos que ha producido la civilización moderna.

No es posible medir a Sanin Cano con cánones de América hispánica. Salvo Andrés Bello, salvo nuestro Vaz Ferreira, no hay casi términos. El intelectual, el humanista americana, se marchita pronto, se acartona, se muere antes de morir. Generalmente deja de leer pasados los treinta, generalmente deja de pensar pasados los cuarenta, generalmente deja de escribir pasados los cincuenta. O si no deja es peor; porque gira en la noria de su propio espíritu inerte, plagiándose a si mismo en el vacío. Pero don Baldomero no. Don Baldomero tiene otra idea de lo que es un intelectual. Ante todo para él un intelectual es un hombre de su tiempo y no un hombre del año que nació; un hombre que desde el mirador de los libros mantiene los ojos bien abiertos sobre el mundo, este mundo. Y es hombre al que no ciega la vanidad del genio.

Para él no hay tarea pequeña. La reseña bibliográfica no es despreciada por obvia. Al contrario: a través de ella puede alcanzar al lector común, ese lector que también necesita que para él escriban los que saben, y no sólo los desaprensivos. El comentario de libros de los otros es también un medio de decir lo propio (ha descubierto Sanin Cano). Porque un libro leído y anotado y criticado es algo más que un libro ajeno. Es un libro que el lector (el crítico) ha incorporado a su propia sustancia. De aquí que a través de los libros de Eliot o de Peter Quennell, de Evelyn Waugh o de Christopher Isherwwod ahora, como antes lo hacía a través de los de Max Nordau y Nietzsche, de Enrique José Varona o Macterlinck, comunique Sanin Cano su propia visión del mundo y de los seres: mundo y seres de estos últimos ochenta años.

Una voz propia

Textos y pretextos, llamó Xavier Villaurrutia a un libro de ensayos suyo, adaptando un título de Huxley pero con otro sentido. Textos y pretextos pudo llamar Sanin Cano a su nuevo volumen de ensayos, el octavo o décimo que publica en casi ochenta años de vida literaria. Porque a través de lo que dice de cada tema, se escucha una voz que es la voz de Sanin Cano, suya y no derivada de nadie. La voz de un humanista, formando en la América de la última parte del siglo XIX, a la luz y el calor de ese denso crepúsculo del siglo en que las ideas francesas empezaban a ser desplazadas en nuestro continente por las que provenían de Rusia y del norte: de Escandinavia, pero también de Inglaterra, también de los Estados Unidos.

A diferencia de casi todos los hombres de ese tiempo (un Rodó, por ejemplo) Sanin Cano se formó en el estudio directo, y no a través de las ordenadas adaptaciones galas, de Ibsen y Nietzsche, de Bernard Shaw y Jorge Brandes. Pasó muchos años en Europa, principalmente en Inglaterra, adaptó su mentalidad latina a la elegancia, a la sobriedad sajona. Y sin dejar de ser uno de los más sabrosos prosistas de América, dueño de un buen español (un español intenso, no extenso), supo adaptar la ironía extranjera para expresar mejor su propio pensamiento. No hay (como diría un Juan Valera de este tiempo), nada de anglicismo mental en Sanin Cano: hay algo que es más sutil. El temprano descubrimiento de zonas así intactas de la expresión en lengua castellana, del pensamiento en español. Esas zonas del medio tono, de la ironía discreta (pero en el sentido castizo: inteligente), de la palabra que brilla por el contenido y no por el mero relumbrón verbal como suele suceder en los ingeniosos hispánicos.

La prosa de un americano

Esta nueva colección de artículos que presenta la Editorial Losada incluye los textos de los últimos veinticinco años. (Hay, por excepción, uno de 1893, escrito a la muerte de Taine). La mayoría es de los últimos diez años. Aunque han sido escritos como notas y no como sesudos ensayos de doctrina, aunque han sido escritos como periodismo literario(del mejor, del único posible), puede ser esgrimidos como ejemplo de esa prosa de Sanin Cano que está en la mejor línea de la prosa hispanoamericana: la que hunde sus raíces en el idioma materno pero para despojarlo de las galas que le agregaron los malos españoles de floripondio finisecular y los del renacimiento barroco de este medio siglo.

Habría que citar mucho. Pero el lector se conformará con algunos ejemplos. Cuando habla de las biografías de Disraeli y Fouché que popularizaron Maurois y Zweig aclara (en el mejor sentido de su tradición humanística) que este género de libros "hace interesante y aun atractivo un tipo de hombre moralmente inferior al desdén". Cuando dedica un artículo a Emil Ludwig aclara: "es un suceso literario de más importancia que interés" y luego agrega civilmente que ha escrito por lo menos una obra por año "y algunos volúmenes de abultada apariencia. Se pregunta uno (añade) a qué horas leía, conversaba dormía y se entregaba su autor a la diversión y el descanso". Hay aquí algo más que una frase feliz, una ironía puesta en su lugar: hay toda la concepción humanista del hombre para quien leer y escribir no pueden ser actividades industrializadas, la convicción de que el escritor no es una máquina de componer libros, sino un ser que lee y redacta libros a partir de una experiencia vivida día a día que también incluye leer y escribir.

Estilo de ideas

Porque los rasgos de estilo de Sanin Cano no pueden separarse de los rasgos de su pensamiento. Así por ejemplo, para enfatizar la observación de que los españoles (antes del siglo XVIII) no trasladaron su cultura a América, apunta: "Libros venían, no se puede negar, pero en cantidad insignificante y a contadas personas. A la Biblioteca Nacional de Bogotá vinieron a dar los libros de los conventos y de las instituciones eclesiásticas de enseñanza en la época colonial. En verdad, allí no había, cuando el presente escritor visitaba ese establecimiento, materia explosiva suficiente para despedazar un nido de colibrí". La imagen llega al fin, pero no llega como adorno sino como precipitación de un pensamiento que hunde sus raíces en las convicciones del escritor.

De igual modo ,cuando comenta las acusaciones de Papini contra la supuesta mediocridad cultural de América y de lo poco que ésta ha contribuido a la humanidad, escribe: "Es de sonreír que el señor Papini nos reproche que América no ha dado más santas que Santa Rosa de Lima. El señor Papini debiera saber que los santos no se hacen en América sino en el Vaticano". Otra vez, la frase (el epigrama) contiene algo más que un juego de paradoja verbal: vive por su referencia aun mundo de valores y de creencias.

Es claro que en ocasiones la felicidad del fraseo supera el mero contenido .Cuando habla de Eliot y de sus actividades extraliterarias llega a decir: "La civilización lleva tan mala traza que Eliot (...) ha tenido que colaborar en las funciones filantrópicamente voraces de un establecimiento bancario". Una herencia del estilo británico (el understatement) aparece aquí vinculada con la más universal habilidad de hermanar términos contrapuestos (oximoron lo llamaban los griegos y ahora repiten los pedantes). Ese humor de fraseo se ejerce, en la mejor tradición británica, sobre los mismos ingleses, infatigables viajeros literarios :contra ellos escribe:

"Un caballero inglés de regreso a su tierra se distinguió entre sus amigos por el silencio discreto y obstinado que guardaba sobre las impresiones de su viaje a América".

Los mundos distantes

Si he empezado por acumular ejemplos de la felicidad verbal de don Baldomero, no es porque piense que su estilo es lo mejor de su obra. En realidad, pienso lo contrario. Lo más permanente de su obra es la frescura e impavidez del enfoque, la curiosidad del escritor -omnívora pero sólida- que a lo largo de ochenta años (o más) le ha permitido asomarse al mundo de las letras y al mundo real como si cada vez fuera la primera. Todo este volumen de ensayos abunda en muestras de esa observación fresca, de esas opiniones personales, generalmente heterodoxas, que hacen la delicia del lector atento. Así, en un artículo sobre Roberto Cunninghame Graham, (uno de los mejores del volumen), apunta sobre el escritor que fue su amigo: "hablaba o escribía siempre en primera persona, pero nunca de sí mismo". Lema que permitiría distinguir al escritor del confesionalista (use éste o no la primera persona).

Otras veces la contribución personal al tema no consiste en un juicio de mundos distantes de la cultura. Sanin Cano escribe sobre Wordsworth, por ejemplo, y habla de un poeta colombiano que como aquel inglés fue un lakista escribe sobre Ruskin, sobre el armonioso y atormentado Ruskin, y habla de Moltalvo. Porque el mundo de las letras es uno para este humanista. Uno el mundo que habitan Rodó y André Gide, Maeztu y León Chestov.

En este sentido unitario de su humanismo muestra don Baldomero su formación decimonónica. Porque el siglo XX ha querido que el nacionalismo también llegue hasta el humanismo, ha querido -y ha conseguido- alzar barreras para hablar de una cultura de Occidente y otra de Oriente. Sanin Cano ha ignorado esas barreras. Aunque su formación profunda es británica, aunque su temario es occidental, no odia el otro orbe. Cree que la cultura no debe estar al servicio de los partidismos (grandes o chicos, lúcidos o energuménicos) de los hombres que quieren dividirse el mundo como si fuera una torta.

El humanista de hoy y de ayer

El humanismo de Sanin Cano tampoco es de los de torre de marfil. Y cómo podría ser hombre de torre de marfil un periodista: a lo sumo sería un hombre de torre de papel. El periodista lucha y no puede no luchar. En todas las notas de Sanin Cano hay beligerancia. Beligerancia en el buen sentido de la palabra. No hay provocación personal, porque las personas no cuentan, sino las ideas que sostienen, las posiciones que representan. Y por eso Sanin Cano puede escribir contra Papini sin hablar de la persona Papini. El humanismo de Sanin Cano encuentra su expresión más cabal en el primer ensayo del volumen aunque está presente en todo el libro. En algunas páginas de ese ensayos se resume la verdad de este hombre admirable de 95 años que ha producido América casi contra su norma de improvisación y derroche, ese hombre que aún en los momento en que no ve con toda lucidez (como cuando se equivoca sobre Virgil Gheorgius) lo hace por las más nobles razones.

La ley moral

Dice Sanin Cano: "El hombre del renacimiento ensayó con el humanismo una de las maneras de encontrar al hombre requerido por las circunstancias de este momento fecundo de la historia humana. Pero el humanismo de hoy no es el mismo del renacimiento. Sin saberlo, el hombre está buscándose a sí mismo por una senda de sacrificios y de angustias que pueden conducirle lo mismo a la pérdida que al descubrimiento de un mundo moral. Las letras humanas pueden servirle de guía en esa búsqueda con tanta eficacia como las matemáticas, las ciencias naturales o la psicología de Freud. Lo que importa sin lugar a equívocos es hallar la ley moral o que deben someter los Estados sus mutuas relaciones para usar con la debida amplitud de las generosas ofertas que el progreso de las ciencias está haciéndole a la vista, cada día con mayor liberalidad".

En estas palabras resuena una voz que no es la del iluso que, mecido por las bellas letras o las artes, cree en el inevitable progreso del hombre, en la voz de un hombre que sabe que sin una ley moral, todo el progreso material, toda la aguda conciencia social y económica y política, o sirven sino para crear mejores medios de explotación, de dictadura, de horror. Lo sabe porque Sanin Cano no ha dejado de leer, de vivir, en 1910 sino que ha seguido leyendo, viviendo. Y así ha visto que el progreso de las ciencias y de la industria han convertido al hombre en cifra, despojándole de su individualidad; ha visto que la única solución ahora es que el hombre unidad (el individuo vuelva a existir "como persona consciente en el campo de las actividades sociales y en la soberanía de la inteligencia". Esa es la doctrina última de este habitante de la torre de papel."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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