"Ya había ocurrido en España y en Francia,
en Inglaterra y en los Estados, Unidos, en Argentina y en Chile,
y no podía dejar de ocurrir aquí. La presencia de
Arturo Barea -de su voz cálida y fuerte, de sus opiniones
directas, enunciadas en un español de firmes aristas y
sabor popular-, la figura y las opiniones de Arturo Barea parece
ser el de suscitar no sólo el interés (palabra tibia
para aplicársela) sino la pasión y hasta el furor.
Porque Barea parece un epítome de contradicciones. Es un
español republicano, un rojo, y sin embargo es también
un súbdito inglés, que trabaja en la BBC y recibe
a los periodistas locales en la Embajada británica; Barea
es colaborador de los Cuadernos por la Libertad de la Cultura
y ha sido profesor en una universidad norteamericana (en Pennsylvania,
1952) pero no es un ANTI ni cree que haya que partir el mundo
en mitades para que se devoren minuciosamente; Barea es un novelista
exilado que ha mostrado las raíces de la descomposición
española (en La forja de un rebelde) y el estado
actual de esa descomposición (en La raíz rota)
pero no es un intransigente que repudie a todos los escritores
españoles que se quedaron en España y, desde la
península y con una valentía no siempre fácil
de reconocer, documentan hasta donde es posible la misma descomposición
del régimen (p. e. Camilo José Cela en La colmena,
para cuya edición en inglés Barea escribió
un prólogo). Es una palabra, Barea es un hombre y no un
correligionario.
Y lo que nadie parece soportar en estos duros tiempos es alguien
que hable y opine por sí mismo: alguien que no deba consultar
las últimas consignas del partido o la cofradía.
Y por eso la presencia de Barea (aquí, como en todas partes)
constituye desde el martes 22, a las 18 horas, un tema obligado
de discusión, de acuerdo y desacuerdo, de implícita
polémica para los discutidores montevideanos.
La culpa la tiene el propio Barea. Pocos escritores españoles
han desnudado tanto el alma y el cuerpo como él. No sólo
en La forja de un rebelde (novela autobiográfica
de inusitada franqueza en las letras hispánicas) sino hasta
en la ficción de La raíz rota en que el autor
se proyecta en la figura del protagonista y realiza, vicariamente,
la vuelta a la España corrompida de Franco). (Aclaro: nunca
volvió, ni quiere volver, a esa España). Porque
todo lo que escribe Barea en sus libros o todo lo que dice Juan
de Castilla desde la BBC, es él mismo, y está escrito
desde la altura de su propia experiencia intransferible y lleva
el sello de su personalidad única. De ahí la inmediatez
de su testimonio que opera sobre los lectores con el hechizo de
una personalidad viva, inmediatamente comunicada a cada uno. De
ahí el personalismo con que se manifiesta no sólo
el escritor en sus textos, sino cada lector a partir de ellos.
Debajo del libro se capta el hombre. Y con ese hombre cada lector
entabla su diálogo o combate.
La presencia de Barea entre nosotros ha suscitado ansia en los
más impacientes, en los que rehúsan hundirse en
las densas entrañas de sus libros para extraer de ellas
las respuestas; ha suscitado, y continuará suscitando,
el fusileo de preguntas personales y el no menos personal bombardeo
de palabras de quienes sólo pregunta para lograr difundir
mejor sus opiniones privadas. Y si habrá quienes siempre
recuerden que Barea es un escritor e inquieran por su obra literaria
en preparación (una novela sobre el viejo tema de Abel,
el elegido de Dios, y Caín que no quiso ser el guardián
o el guardaespaldas de su hermano)o se pregunten por los motivos
de su viaje (conocer estas tierras donde tienen tantos lectores
y escuchas), habrá muchos otros que lo asedien pidiéndole
la fórmula para sacar de una vez a Franco de España
o un juicio sobre la socialización de la medicina en Inglaterra.
Y aunque Barea tenga opiniones sobre estas y muchas cosas más
-al fin y al cabo es un hombre que vive en este mundo de todos-
y aunque Barea las comunique sin reticencias, y con rápido
incisivo humor, parece más oportuno preguntar por las raíces
de este hombre y este escritor.
Cuando empezó a escribir La forja de un rebelde,
Barea pensó titularla Las raíces, porque
eso era el libro: un viaje en el tiempo para volver a tocar las
raíces. Después cambió el título,
pero no el sentido de la obra. Escritura en los duros meses del
exilio en Francia (con la constante amenaza de ser internado en
un campo de concentración por el gobierno democrático
de entonces); continuada en Inglaterra donde encontró refugio
en momentos dramáticos, donde rehizo su vida y hasta su
ciudadanía, la obra constituyó para el exilado la
verificación de sus raíces, el reconocimiento de
dónde se hundía aquello que lo tiene atado al mundo
desde 1897) y aún antes, a través de padres y abuelos).
Y las raíces están en España. Son España.
Barea no ha dejado de ser español, aunque sea ciudadano
británico y admire y ame a Inglaterra. No ha dejado de
ser español, de hablar y pensar en español, de escribir
en español. (Su inglés sigue siendo una personal
variante madrileña de la lengua de Shakespeare). Y aunque
ha echado raíces materiales en un pueblito cercano a Oxford
(Faringdon); aunque las ediciones inglesas de sus obras siguen
precediendo a las en lengua castellana, Barea es español
y es un escritor español Ha quedado geográficamente
desarraigado de España desde 1938, pero sus raíces
espirituales sigue intactas.
Y esto es lo que viene a explicar La raíz rota.
Aunque en un sentido algo distinto de lo que expresaba Cotelo
en el artículo que se publicó en estas páginas
la semana pasada. En su última novela Barea prueba (por
la fuerza de su imaginación apoyada en una documentación
muy sólida) como ha quedado desarraigado el pueblo español
dentro de España misma. Y piensa en los jóvenes
sobre todo, cuando dice en las últimas palabras del libro
que sí se plantan las raíces en un suelo que no
esté agrio, y si llueve sobre ellas durante tres días,
los brotes comenzarán a crecer: en el suelo mismo de España
(no fuera), pero sin agruras ni rencores. Porque es en la juventud
de España, los hijos de los que combatieron en uno y en
otro bando, en donde está la esperanza de un nuevo arraigo.
Barea tiene las raíces en España y la cabeza en
la realidad. Barea sabe que no es con fórmulas utópicas,
ni con la vieja y querida intransigencia de los partidos políticos
de 1936 que se va a solucionar un conflicto que existe ahora,
y en términos de hoy. No son los Muera a Franco que
pronuncian sus víctimas los que van a matar al caudillo.
Son las fuerzas de los jóvenes españoles que nacieron
en un mundo en descomposición y comenzaron a abrir los
ojos y a ver que ese mundo es el mundo que les ha tocado. Pero
cuando esos jóvenes empiecen a moverse (y ya han empezado
a hacerlo desde la muerte de Ortega y Gasset) no será para
volver a las luchas de 1936 sino para plantear, ahora en 1956,
el problema de España en sus términos reales de
hoy, en los términos de ellos.
Porque tiene las raíces en España, porque es español
y escritor español, Barea (ciudadano británico,
comentarista de la BBC, residente en Faringdon, Berks.) ha dedicado
y dedica su vida a despertar en la conciencia de los españoles
la necesidad de mirar con ojos abiertos la realidad actual de
España, a deponer la intransigencia y las rencillas de
grupo, a sacrificar en beneficio de todos lo que haya en cada
uno de irreductiblemente personal (de español, en fin).
Esa es su tarea, esa su noble misión."