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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Un viajero de la otra mitad : con Pablo Neruda en Montevideo"
En Marcha, Montevideo, Nº 795, 1955, p. 21-23

 

UN ROMÁNTICO DEL 48

"Camino de su patria, de Santiago donde dirige la Gazeta de Chile, de Isla Negra donde compone en las raras horas de silencio sus nuevos poemas, estuvo algunos días en el Uruguay Pablo Neruda. Venía de Europa, de la otra mitad de Europa que separan las cortinas de hierro y las de nylon, pero que para él está más cerca que las caves del París existencialista o los reservados night clubs londinenses: metas habituales del turista intelectual suramericano. Porque Neruda es realmente un viajero de la otra mitad del mundo: la enorme mitad que se extiende desde Berlín hasta Pekín y desde Nueva Delhi hasta el círculo polar ártico, la mitad en que no rige el Reader's Digest ni Hollywood ni la Coca-Cola (con tapitas premiadas) sino una nueva fe y un nuevo dogma.

Neruda estuvo treinta días en ese mundo que ya conoce bastante por viajes anteriores y en el que sus libros se publican en millonarias ediciones y en lenguas que él no puede leer, un mundo en que su nombre (el seudónimo es checo y eso hasta facilita las cosas) se empareja al de los grandes poetas progresistas de todas las lenguas. Fue a Polonia como invitado especial del orbe hispánico a las fiestas de celebración del centenario de la muerte de Adam Mickiewickz. (El otro invitado de habla española era Rafael Alberti, a quien insistían en presentar como poeta argentino).

La reunión ya está armada en casa de Mántaras cuando llega el cronista y antes de que tenga tiempo de sacudirse las gotas de lluvia que anuncian el temporal que ocupa toda la noche, el poeta con no disimulada alegría le pregunta si conoce a Mickiewickz. La verdad es que el poeta polaco es, en esta parte del Occidente, poco más que un nombre en los diccionarios enciclopédicos o en esos veraces e increíbles panoramas de la literatura (el de Van Tighem, por ejemplo). Sin embargo, Mickiewickz es también uno de los poetas más importantes de ese romanticismo que se coagula en torno del 48: es un romántico del grupo social. No sólo un yoísta sino que se enraiza en la tradición popular y que quiere expresar en su obra (la más famosa: Pan Tadeusz o Señor Tadeusz, 1834) esa alma del pueblo que hasta entonces sólo ha encontrado su cauce en las leyendas y en las canciones.

Y consecuentes con ese espíritu, que atraviesa un arrebato religioso, Mickiewickz es también un revolucionario que combatió el régimen zarista y fue confinado en el interior de Rusia, que llevó más tarde su agitación a Europa occidental, dictó cursos en el Collège de France, desarrolló una doctrina paralela a la de Lamennais y la de Edgar Quinet, luchó por la libertad de Polonia en 1831 y en 1848 y murió súbitamente en 1855, olvidado de su obra literaria, como adalid de una revolución que habría de dudar, y para algunos dura todavía, algunas décadas.

Mientras afuera arrecia la lluvia y el cielo se puebla de las nubeas más dramáticas del verano, Neruda cuenta lo que aprendió en Varsovia y en Cracovia sobre Mickiewickz. Sabe que hay una traducción en español, hecha el siglo pasado, del poema máximo pero no ha podido verla. Conoce al poeta sólo por extractos y por su luminosa carrera. No ha visto, es evidente, el libro de Stanislas Szpotanski (Adam Mickiewickz et le Romantisme) que publicó Les belles lettres en Paris. Pero conoce a Mickiewickz por una relación que es anterior a la literatura misma y se enraiza en el propio pasado de Chile. Entre los polacos que tuvieron que emigrar después del fracaso de la revolución de 1831 figuraba un tal Ignacio Domeyko que luego de una estadía en Francia, en que conoció y admiró a Mickiewickz (éste era sólo cuatro años mayor), se trasladó a Chile donde desarrolla una notable carrera científica que habría de culminar, a la muerte de don Andrés Bello, en el rectorado de la Universidad.

Neruda sabía de Mickiewickz, por tradición chilena, que Domeyko solía citarlo, en polaco y ante un asombrado y cortés auditorio, con el énfasis con que se recitan las palabras que encierran ideales por los que se ha luchado. Neruda sabía que Mickiewickz era un revolucionario, un poeta que abandona la poesía por el combate y esto, sólo esto, bastaba para crear en él la imagen total del héroe romántico. Ahora que ha estado en su tierra y ha conocido fragmentos de su obra, con ese asombro natural del que admite que no sabe algo porque no se cansa de aprender que el mundo es infinito, puede decir que hay que conocer a Mickiewickz y que hay que difundirlo

CONTINÚA EL DESHIELO

Porque Neruda ha encontrado, junto a su misión de poeta, tan tempranamente descubierta en Temuco y Santiago y junto a su misión de político impuesta entre la sangre y las bombas que destrozaban a España, Neruda ha encontrado ahora (o hace pocos años) una tercera misión: la de conocer el mundo. Y sobre todo, el mundo en torno del cual se levantan cortinas en la guerra fría, Neruda ha salido de su América, la del Canto general, y se ha volcado en la otra mitad del mundo, la que aparece cantada en Las uvas y el viento. Pero no sale sólo para cazar imágenes o atesorar experiencias que encerrará luego en sus poemas. Sale también para ver y conocer, para volver y contar. Porque en esta tercera misión que ha descubierto y que practica con tanto entusiasmo, contar es la palabra clave.

Neruda viene de Polonia y de Alemania Oriental, de Finlandia y de la Unión Soviética. Ha estado unos treinta días visitando países que ya conocía algo o mucho, que no conocía nada, y de ellos trae sus cuentos. Algunos (como el de Mickiewickz) son cuentos de la leyenda romántica y de la realidad revolucionaria de Europa en el siglo XIX; otros son cuentos de hoy, como el del amable ministro de Finlandia que les da un café (es decir: les sirve un café) a su paso por la pequeña nación y Neruda comenta: Estamos tan acostumbrados a que nos echen de los países "neutrales": Cuentos de Rusia, a la que fue para participar en la reunión anual de los Premios Staliín en que se eligen los premios nuevos (No puedo decírselo hasta el 25, pero si me llaman por teléfono entonces, se los diré, dice como alguien que sabe un secreto y arde por decirlo) de Rusia en que estuvo con su amigo Ehrenburg que ha terminado una segunda parte de El deshielo.

Como Enrique Amorim -cuyo testimonio MARCHA recogió en marzo 18, 1955 (Nº 756)- Neruda ve en la actitud actual de la Unión Soviética signos auspiciosos de un deshielo de la vida intelectual. Cree que las cosas están cambiando, que la crítica a las propias limitaciones del régimen nunca ha sido tan severa y constructiva como ahora: cree que se busca en arte fórmulas más modernas y a la vez más humanas, rechazando (en arquitectura, por ejemplo) ese trasnochado clasicismo ornamental que para muchos convertía los grandes edificios públicos de Moscú en tortas de confitería; cree que en el cine y en la novela se busca expresar ahora las relaciones humanas en otra forma que la satirizada por los norteamericanos; en vez de boy meets girls, el muchacho encuentra al tractor. Cree que el deshielo continúa y que esto es señal de que, ahora y por primera vez, los pueblos del mundo socialista (como él lo llama) empieza a sentir que afloja la enorme presión a que estuvieron sometidos por la necesidad de defender su credo y de fortalecer un organismo amenazado por dentro y por fuera.

NO HABRÁ GUERRA DE TROYA

Alemania es la parte sombría del viaje. Porque Alemania está dividida en dos y precisamente en el corazón y lo que se siente es la lucha sin pausa entre las dos mitades por integrarse pero sin renunciar a sus credos respectivos. También se siente, sobre la lucha de las dos mitades, el esfuerzo de quienes presionan desde fuera. Ya no se sabe qué pensar de la Alemania occidental en la que (Neruda dixit) hay una carrera de competencia por mostrar que se vive mejor y que se paga mejor que en la oriental (lo que es cierto) y en la que renace el hitlerismo.

Con esa voz pausada que es hipnótica y que algunos de sus enemigos ha comparado con el tan-tam de la selva, con esa voz que hace hueco con la lluvia y la tormenta que crece fuera, Neruda cuenta la historia de dos muchachos, hermano y hermana que durante el régimen de Hitler se lanzaron a la lucha clandestina bajo el emblema de La rosa blanca (como Martí). No eran judíos ni comunistas. Lo único que sabían era que en Alemania había campos de concentración y que se asesinaba a las gentes en cámaras de gases. Tenían dieciocho y diecisiete años e imprimían en una pequeña máquina sus folletos para repartirlos en la Universidad, hasta que un día, deseosos de que su lucha tuviera mayor eco, repartieron ellos mismos los panfletos en una gran concentración universitaria.

Un cuento de hadas, de nuestro tiempo. Su historia ha sido reconstruida por un novelista alemán, amigo de Neruda, extraída de los archivos mismos -tan minuciosos y germánicos- de la Gestapo. Pero la historia tiene un final que no es de cuentos de hadas. El novelista quiere escribirla, quiere demostrar que no es necesario ser comunista o judío para protestar contra ciertos actos que rebajan la condición humana, y va a Alemania occidental a buscar a los padres de los muchachos, a pedir documentos complementarios, tal vez fotografías del tiempo en que no habían sido todavía decapitados por los nazis. Lo reciben pero cuando comprenden qué es lo que quiere, se excusan, le cierran la puerta, se niegan. No quieren comprometerse. No saben ahora, concluye Neruda, si los nazis no habrán de volver al poder, si ya no han vuelto.

El cuento tiene ribetes de Kafka, aunque Neruda no lo diga. Para él es símbolo de la Alemania occidental aunque tal vez lo sea de toda Alemania, esa Alemania que él recorrió, entristecido, con Anna Seghers, la novelista que tan bien contó en La séptima cruz la destrucción del hombre en los campos de concentración. La Alemania tiene el corazón partido, cree Neruda. Pero cree también que se está gestando una nueva Alemania y que esa nueva Alemania no quiere ser el campo de batalla de la nueva guerra.

A pesar de algunos últimos telegramas, Neruda no cree que haya guerra por algunos años. La bomba de hidrógeno, compartida por tirios y troyanos, puede ser una amenaza pero es también una garantía. No hay que jugar con fuego, parece decir. Y de su viaje trae este viajero, en su tercera misión, la esperanza de un mundo de paz.

LOS PAJAROS DE ATLANTIDA

Dos de los cuatros días de su escala montevideana los ha pasado en Atlántida oyendo sus pájaros que le parecen mucho más urgentes y trabajadores que los de Montevideo. Son, dice, pájaros que vienen a cantar como el cobrador de impuestos o el de a luz: cantan rápido y no esperan porque tienen muchos otros sitios que visitar. No son como los gordos pájaros de Montevideo, que no tienen prisa alguna y se quedan las horas muertas en una nota.

En Atlántida, el poeta se anima a entrar al agua y nadar sus siete metros reglamentarios. En Isla Negra, con todo el Pacífico a su alcance, ni se anima a mojarse los pies. El agua es de hielo y los siete metros se convertirían en martirio. Pero Atlántida es otra cosa y Neruda se inicia lentamente en el agua. Atlántida es, también, el escenario de uno de sus mejores poemas, la Oda a la tormenta, en que entre los pinos y las arenas ruge la tempestad y amenaza y acaba rompiéndose en lluvia que prepara las cosechas y trae sueño.

Atlántida es también el lugar en que el viajero (y el poeta) descansa, se repone en una escala entre aquella mitad del mundo que deja a sus espaldas y ésta que lo espera en Santiago con amigos y compañeros, con responsabilidades y ceremonias, con el peso de dirigir una nueva publicación literaria, la Gaceta de Chile. Porque Neruda sabe que apenas ponga el pie en Santiago, apenas asome a la puerta del avión, lo asaltará el cuarto número de la Gaceta que hay que componer. Y esto significa, adiós a los cuentos y a los cantos, a la reunión en torno de la mesa con alguna copa entre las manos y algunos amigos que preguntan y escuchan. Significa hundirse en el problema de las colaboraciones y las pruebas, del diagrama y de las tintas, hundirse en esta mitad americana del mundo en que tanto hay que hacer y decir.

UN MOVIMIENTO GENERAL

Hace tres números que existe la Gaceta de Chile. A Montevideo ha llegado, aparentemente, uno sólo que circula como si fuera un códice medieval de mano a mano y con estricta promesa de devolución. Con más visión que muchos de sus correligionarios en otras partes del mundo, Neruda ha querido que su Gaceta sea algo más que una prolongación de los cursos que se dictan en el comité de barrio. Ha querido que sea realmente una publicación literaria en que se refleja el mundo literario que importa. No dejará por ello de tener matiz político. Porque para Neruda el mundo literario que existe no es por cierto el de Life o el de Reader's Digest, ni siquiera el de Sur. Pero no exigirá a sus colaboradores la cédula partidaria ni pedirá a sus lectores que abdiquen la inteligencia antes de abrir sus páginas.

El número uno, por ejemplo, destaca entre sus materiales de primer orden unos capítulo de las memorias de Joaquín Edwars Bello, colaborador de La Nación de Santiago (diario gubernista y conservador político). Edwards es descendiente de don Andrés y uno de los más sabrosos prosistas chilenos. También subraya la Gaceta las páginas inéditas de una nueva novela de Manuel Rojas, el gran autor de Hijo de ladrón. Rojas que ha sido tachado de anarquista por haber colaborado en un número de Babel dedicado a Trotsky, es un independiente que no tiene empacho en no cortejar a Neruda y en no parecer adicto a la causa. Pero es un gran escritor, como Edwards Bello.

Colaborador del número dos, cuenta Neruda, es González Vera que ha publicado en 1950 un libro de memorias, Cuando era muchacho, que se interrumpen precisamente en las vísperas del chile actual. La colaboración suya a la Gaceta es sobre las primeras lecturas de Gorki en Santiago y el efecto que produjo en los jóvenes. González Vera es un gran admirador de Neruda (tiene una de las colecciones más completas de ediciones suyas en todos los idiomas) pero es, como su gran amigo Rojas, como Edwards, un espíritu independiente de todo partido o credo. Al buscar y conseguir su colaboración demuestra Neruda que lo que las Gacetas progresistas deben hacer es no encerrarse en el círculo de sus ya bastante adoctrinados correligionarios sino salir al ancho mundo que necesita conocerlos y que ellos necesitan conocer.

Por eso Neruda habla de Mickiewicz y habla también de Laxness (Premio Nobel 1955), al que habría que traducir y difundir; y de tantos escritores y poetas de ambos lados de las dobles cortinas que deben ser publicados y estudiados con espíritu de verdadera misión cultural. No hay que dejar, dice Neruda, sólo a Victoria Ocampo y a la gente como ella, la misión de difundir la cultura y de introducir en estas tierras lo que no conocemos todavía y vale. Hay que hacerlo ahora. Porque hay que reconocer que es importante la misión cumplida por Victoria (aunque haya traído también a Drieu la Rochelle y al coronel Lawrence); y esa misión no puede quedar sólo en sus manos.

Europa puede darse el lujo de no conocer más que lo europeo, pero nosotros (piensa y dice Neruda) debemos volvernos a Europa y al Asia, a todas partes, para buscar y conocer y asimilar. Cree auspiciosa esta fundación de Gacetas de nuestro tiempo: la del Fondo de Cultura Económica (que por cierto no tiene nada de comunista), la Gaceta de Cultura de Montevideo y la suya de Chile. Cree bueno que las revistas vuelvan a los títulos de antes, que dicen las cosas por su nombre y no se esmeren en conseguir sonidos raros o simbólicos (o esdrújulos apunta uno), de una sola palabra sonora. Cree bueno que no se insista en épater como aquella revista que dirigía Herrera Peter en España y que según parece se llamaba: Es imposible que los sacerdotes de España no contraigan matrimonio, número 1.

Su Gaceta se ocupa de jóvenes poetas y de jóvenes narradores chilenos. Neruda ve en éstos una preocupación por trascender los módulos del craso realismo y por dar un arte que esté atento a lo social pero no descuide la eficacia literaria.

Para el año próximo la Gaceta prepara un número de homenaje a Andrés Bello en ocasión del centenario del Código Civil chileno en cuya redacción trabajó unos quince años. La iniciativa muestra otra de las líneas por las que una publicación progresista puede hacer cultura: la revisión del pasado no con criterio estrecho sino con el punto de vista amplio del que sabe que hay en todo algo que puede salvarse y algo que debe hundirse. Con el auténtico punto de vista marxista del que juzga a los escritores juzgando primero su condición y circunstancia y no el del panfletario que sólo quiere insultar o aturdir. Por eso Bello tendrá su homenaje progresista porque aunque su Código debió soportar la presión de los gobiernos conservadores de Chile y hoy puede estar ampliamente superado en muchos aspectos, es obra de construcción y de orden, obra de futuro.

EL OTRO CHILENO

Cuando se piensa en un chileno, se piensa en una persona como González Vera, un hombre de exquisita atención, sobrio en su cordialidad, buen amigo, de chiste oportuno y levemente irónico. No se piensa en el trópico ni en la exuberancia. Sin embargo, Chile ha producido en este siglo algunos ejemplares del trópico y de la exuberancia, figuras de tal megalomanía que los ejemplares locales, que todos conocen y parece excusado deletrear, quedan reducidos a la categoría de meros aficionados, sin derecho a participar en la competencia. Hace unos meses, publicó en Santiago uno de éstos desbordados un libro que lleva el sello de Ediciones Multitud y se titula Neruda y Yo. El autor firma Pablo de Rokha y no es por cierto la primera vez que practica el brulote. Hace treinta años, dice Neruda con resignación, que escribe contra mí. Y no es el único. En las conferencias que celebraron sus cincuenta años, se refirió Neruda a una familia que se dedica a la producción de libros, de folletos, de revistas, en contra suya. El cabeza de esa familia es Pablo de Rokha, poeta oceánico y cósmico, poeta de los orígenes del caos, que acusa a Neruda de todo en las páginas ilegibles de su libro; desde afirmar que Neruda le robó el Pablo de su seudónimo hasta sostener que estaba vendido a Perón, todo, absolutamente todo, se le ocurre decir de Neruda y dice Pablo de Rokha.

El libro y sus similares, forman parte de la aureola que nimba al poeta. No cabe sospechar que él la fomenta pero sí puede creerse que no le quita el sueño y que hasta en cierto sentido, como negativo de esa gloria que luce de ambos lados de las cortinas, la tolera con cierta sonrisa displicente. La fama de Neruda se ha hecho siempre entre el escándalo, recuerda él mismo. Cuando no era Pablo de Rokha era Alberto Guillén, un peruano, o Vicente Huidobro, un chileno, los que escribían contra él, o es Mafud Massis, yerno de Pablo de Rokha, y también poeta energuménico, el que saca una revista Polémica (así se llama) para denostar en todos los números al poeta y enterrarlo con honores. (Al número siguiente hay que olvidarse del entierro previo para poder volverlo a enterrar).

Neruda recuerda algunas anécdotas de Huidobro, sobre todo su afán de convencer a todos que él era el inventor del creacionismo y no ese francés de Reverdy. La discusión sólo interesaba a Huidobro pero de tal modo que había llegado a escribir a un amigo dictándole una carta en que éste aseguraría recordar la ocasión en que Huidobro le mostró, en pruebas de imprenta, sus primeros poemas creacionistas en el verano de ... El amigo no accedió a copiar dócilmente la apócrifa declaración y en cambio, con toda dulzura, exhibía de tanto en tanto la carta reveladora de Huidobro.

Estos chilenos, piensa Neruda, no son como González Vera. Ni siquiera son como él, podría agregarse. Porque ante ataques sistemáticos ha optado Neruda en su madurez por contestar con algún verso (la Oda a la crítica, por ejemplo), con las alusiones de su conversación, pero se ha cuidado bien de oponérseles en combate singular e impreso. Si dicen que ha plagiado a Tagore en un poema, de su juventud, que lo digan. El lo acepta. Acepta el plagio que sólo puede dañar a los tontos, a los que creen que la literatura la inventa un Huidobro cualquiera. El sabe que Tagore escribió una cosa y él otra; aunque él haya partido de Tagore llega a Neruda. Y esto es lo que cuenta. Y si se parte de Tagore y no se llega a ningún lado, entonces no hay poeta ni poesía ni nada de que hablar. La originalidad, comenta, es una invención de ahora. Y se ríe complacido cuando alguien recuerda que Dante (Inferno, I) fundaba en la imitación de Virgilio su mayor timbre de gloria:

Tu se'lo mio maestro e il mio autore:
tu se', solo, colui da cui io tolsi
lo bello stillo che m'ha fatto onore.

Por eso, frente a estos chilenos (que se dan, ay, en otras partes) Neruda se encoge de hombros, cuenta alguna anécdota, y sigue su poesía. Al fin y al cabo es lo que vale. Ni el ataque ni la respuesta, sino la obra hecha al margen de la polémica y enriquecida de lo mejor de cada uno y de los mejor que ofrece el mundo conocido y vivido por el poeta, de ambos lados de la cortina. Lo que vale es el nuevo volumen de Odas elementales que ya tiene Losada en prensa (pero no con la horrible fotografía de cumpleaños, pregunta uno) y los otros volúmenes, los que se están escribiendo ahora en los intervalos de esta misión del poeta en el mundo, y entre la corrección de pruebas de galera y la determinación de qué poemas y qué poetas ingresarán a La Rosa de la Poesía que publica cada número de la Gaceta de Chile. Pero de los nuevos volúmenes futuros nada quiere decir ahora Neruda. Cuando era joven, dice, podía hablar de la obra futura y sentirme contento como si ya la hubiera hecho y aunque después no la hicieran ahora es distinto: tengo otro compromiso y si hablo de ella tengo que hacerla. Hablar de ella ahora, agrega, es como darle mal de ojo. Mejor es hacerla y publicarla y hablar después.

O dejar que otros hablen. Entre tanto, el poeta, el viajero, habla de la otra mitad del mundo y de esta mitad, mientras afuera sigue la lluvia que apenas se siente en la cálida atmósfera del rancho de Mántaras."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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