Página inicial
 
 
 
 
 


Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Alejo Carpentier: Los pasos perdidos"
En Marcha, Montevideo, Nº 761, 1955, p. 23

Alejo Carpentier: Los pasos perdidos. México, EDIAPSA, 1953. 336 pp.

"El relator de esta novela es (como su autor) un musicólogo hispanoamericano que se dedica a investigaciones sobre música primitiva y que tiene una teoría sobre el origen de la música. La expone en página 27: "Inconforme con las ideas generalmente sustentadas acerca del origen de la música, yo había empezado a elaborar una ingeniosa teoría que explicaba el nacimiento de la expresión rítmica primordial por el afán de remedar el paso de los animales o el canto de las aves. Si teníamos en cuenta que las primeras representaciones de renos y de bisontes, pintados en las paredes de las cavernas, se debían a un mágico ardid de caza -el hacerse dueño de la presa por la previa posesión de su imagen-, no andaba muy desacertado en mi creencia de que los ritmos elementales fueran los de trote, el galope, el salto, el gorjeo y el trino, buscados por la mano sobre un cuerpo resonante, o por aliento, en la oquedad de los juncos".

Antes de que el relato tenga oportunidad de comprobar la falsedad de su teoría (en medio de la selva ecuatoriana, asistiendo a los exorcismos de un hechicero sobre el cadáver de un cazador muerto por la mordedura de un crótalo); antes de que puede elaborar una nueva teoría apoyada en su propia experiencia directa de la música primitiva, el relator llevará al lector al descubrimiento de un mundo más accesible y conocido: el mundo sentimental de l'homme moyen sensuel de una gran ciudad de hoy. Porque este musicólogo es también un enamorado. Esposo de una actriz norteamericana que el éxito eterniza en la repetición del mismo papel noche tras noche en un escenario de falsa columnata sureña, el relator se consuela de la escasez o previsible regularidad del abrazo conyugal con una muchacha francesa, Mouche, seudo-astróloga y seudo-intelectual que ha adquirido rápidamente en Saint-German des Près algunos hábitos de lenguaje y de otra clase. Tragado por la gran ciudad (New York, aunque no se insiste en la identificación), reducido a una unidad dentro de la masa indiferente, poco más que la satisfacción del sexo le queda al relator. Eso y el rumiar algún proyecto (teoría sobre el origen de la música, imposible versión musical del Prometheus Unbound de Shelley). Ese vegetar se verá interrumpido por el ofrecimiento de una Universidad de remontar un río en busca de algunos primitivos instrumentos indígenas en un inaccesible lugar de América hispánica (que tampoco se identifica totalmente pero que es de la zona ecuatorial). Para el relator la oferta no es demasiado tentadora; para Mouche es la oportunidad de unas vacaciones pagas ya que (sugiere) hay que estafar a la Universidad, divertirse y volver con las manos vacías.

Pero el Destino quiere otra cosa: el Destino quiere que el relator vuelva sobre sus pasos, desande el camino trazado en la extranjera selva de asfalto y recupere la ruta de los orígenes. Al llegar a la capital hispanoamericana, los recibe una revolución que con sus esplendores de sangre y escasez de agua corriente, corta el ritmo de la vida cotidiana civilizada; esa revolución indica la primera etapa en el viaje regresivo al pasado. Más tarde, al internarse en pueblos y poblachos, al abandonar la tracción mecánica por la animal o por la canoa sobre los portentosos ríos, el relator va cumpliendo su periplo hacia los orígenes. Para él es como volver a nacer (o a ser); para Mouche, flor absolutamente sintética, es la desintegración, el no ser, el regreso a una nada de la que hablaba sin conocerla. Pronto encuentra el relator a Rosario, mujer indígena y elemental con la que cumplirá las últimas etapas del viaje, despejado providencialmente de Mouche.

A medida que se desarrolla la aventura, e ingresan personajes tan curiosos como el Adelantado o el griego Yannes o Fray Pedro, y se descubren formas cada vez más primitivas de vida, el relator va adquiriendo conciencia de que su viaje en el espacio, su desplazamiento desde el centro de la civilización mecánica hasta un pueblo perdido en la selva, es en realidad un viaje en el tiempo: un regreso a la América precolombina, a la América que fue conquistada y colonizada por los épicos buscadores de El Dorado. Otra cosa descubrirá pronto (y con dolor que da a la aventura un trasfondo dramático); que ya es tarde para él, que el regreso a los orígenes no borra las huellas dejadas por la civilización. Porque instalado con Rosario en la primitiva comunidad, se ve obligado a regresar al mundo civilizado: para buscar papel y tinta con que componer un Treno sobre la invocación de los muertos en la Odisea y que el viaje ha liberado por fin dentro de sí.

Cuando regresa, la civilización lo prende con sus halagos y con leyes y compromisos: con Mouche y con Ruth que no están dispuestas a soltar la presa y quieren compartir su fama, si no sus sentimientos. Por eso, cuando retorna por segunda vez al pasado ya es tarde. La moraleja, expresada en las últimas páginas del relato, es: "Los mundos nuevos tienen que ser vividos, antes que explicados. Quienes aquí viven no lo hacen por convicción intelectual; creen, simplemente, que la vida llevadera es ésta y no la otra. Prefieren este presente al presente de los hacedores de Apocalipsis. El que se esfuerza por comprender demasiado, el que sufre las zozobras de una conversión, el que puede abrigar una idea de renuncia al abrazar las costumbres de quienes forjan sus destinos sobre este légamo primero, en lucha trabada con las montañas y los árboles, es hombre vulnerable por cuanto ciertas potencias del mundo que ha dejado a sus espaldas siguen actuando sobre él".

Entonces el relator explica y se explica: "He tratado de enderezar un destino torcido por mi propia debilidad y de mí ha rotado un canto -ahora trunco- qe me devolvió al viejo camino, con el cuerpo lleno de cenizas, incapaz de ser otra vez el que fui". Y más abajo, al reconocer que ese mundo original primitivo le está vedado para siempre, escribe: "Pero nada de esto se ha destinado a mí, porque la única raza que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte, y no sólo tienen que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles, sino que se anticipan al canto y forma de otros que vendrán después, creando nuevos testimonio tangibles en plena conciencia de lo hecho hasta hoy".

Aunque no faltan teorías en el libro -y no sólo teorías sobre el origen de la música (p. 242) sino teorías sobre la anacrónica tradición americana (64/65), sobre la fusión de las grandes razas del mundo en América (103) o sobre la simbiosis de culturas en nuestro continente (146)-, aunque todo el libro tiene un inequívoco aire de alegoría y, también, de novela cifrada y tal vez autobiográfica, el lector no prevenido, el lector que sólo busque en una novela lo novelesco, no saldrá insatisfecho de estos Pasos perdidos y encontrados. Porque algo que ha llegado a dominar con elegante perfección Alejo Carpentier (nacido en Cuba, 1904) es el arte del relato fascinante. Por encima de las teorías, por encima de cierta ostentosa erudición enciclopédica que lo aflige, por encima de un estilo ocasionalmente preciosista y siempre castigado, Carpentier sabe levantar una estructura narrativa de sostenido vigor. El conflicto humano, la aventura misma, el marco ambiental, están vivos y despiertan una apetencia inmediata en el lector. En este sentido, su progreso sobre un anterior intento novelesco (El reino de este mundo, México, 1949) es evidente. No porque no hubiera en aquel libro un interés constante, sino porque la evocación de la historia infamante y colorida de Haití era sólo pretexto para un relato lineal, construido con cuidados y amaneramientos que en cierto sentido recordaban a los ejercicios de estilo borgianos en la Historia universal de la infamia (1935) -aunque éstos de Carpentier no trabajan en el lenguaje con la misma profundidad y creación que los del escritor argentino.

Pero si el lenguaje es importante en Los pasos perdidos, si se advierte el sabor estilístico y la creación verbal como preocupación constante del autor, también se advierte la subordinación del detalle barroco a la estructura narrativa: el deleite puesto en contar, en recrear (por sucesivas inmersiones y desde las antípodas culturales) un mundo primitivo e intacto, un mundo que el mismo Carpentier asegura haber visitado en una Nota que cierra el volumen; un mundo, en fin, que este libro ha incorporado a las letras de América con sobrio gusto."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


Biografía Bibliografía l Entrevistas l Correspondencia l Críticos
Manuscritos l Fotografías l Vínculos


Optimizado para Internet Explorer a 800x600