CYRO DOS ANJOS: EL AMANUENSE BELMIRO (O amanuense
Belmiro). Traducción de Daniel Tapia Bolívar, México,
Texontle, 1954, 267 pp.
"Belmiro Borba, 38 años, pequeño, discutidor,
es un empleado público que vegeta sus días en Belo
Horizonte. Un día del carnaval de 1935 (parece que los
carnavales son epidémicos en la literatura suramericana)
decide comenzar una suerte de diario o libro de notas personales.
Es consciente de que su vida carece de toda significación,
de que nada le puede ocurrir; nada que no sea repetición
de la rutina: el trabajo, los amigos en el café, algún
coqueteo con Jandira (que no irá más allá,
aparentemente), alguna pasión secreta y nunca develada
por una joven apenas entrevista que él llama Arabela. La
rutina de su vida, la insignificancia de su vida, lo asustan.
Empieza a escribir con ánimo de evocar el pasado, rescatar
del fondo de la memoria (como Proust pero sin sus calificaciones
literarias) un mundo casi olvidado: las noches de Caraíba.
Poco a poco advierte que la realidad cotidiana -esa realidad que
creía tan descolorida e inmencionable- no se deja desplazar
y asume el primer plano en el Diario: está constantemente
ahí, haciéndole anotar un diálogo o una visita,
permitiéndole expresar (como no se atreve de viva voce)
sus sentimientos, creciendo y viviendo con una riqueza insospechable.
Poco a poco, también, Belmiro comprende que el Diario
de alguna manera lo devora: rige su vida o la preside. Pero no
importa, porque lo que es realmente su vida es una vida marginal,
una vida de testigo de la vida de otros: Jandira con su fuerte
sensualidad y su nunca encontrada pareja; las viejas (Emilia,
Francisquita) con sus enfermedades y sus locuras; Rudelvindo con
su comunismo que lo lleva, cuando la crisis de la dictadura de
Vargas, a la cárcel; Silviano con sus aspiraciones literarias
y con su Diario lleno de citas eruditas y alusiones fáusticas.
Cada uno de los otros personajes se refleja en la observación
aguda de Belmiro y constituye una pieza de ese mundo del que es
él testigo sin ilusiones.
Sin embargo, Belmiro Borba es algo más que testigo. Aunque
no lo advierta, aunque crea en la decretada insignificancia de
su vida, también a él le ocurren cosas. Toda su
pasión por la muchacha que llama Arabela (y se llama en
realidad Carmela) es una aventura, no menos intensa y alocada
porque se desarrolla a espaldas de la mujer amada; porque por
ella sufre y se desvela Belmiro, por ella viaja a Río (para
asistir a su partida, casada ya, hacia Europa); por ella, Belmiro
comprende que es un sentimental y el lector que es algo cursi.
Y detrás de esa historieta de amor, hay otra (menos evidente
pero no menos importante) sus equívocas relaciones con
Jandira que el autor conduce con maestría e ingenio. Belmiro
es, como todos los diaristas, un introvertido: como ellos tiende
a magnificar lo que siente sobre lo que ocurre. Pero eso no impide
que la vida (su vida y la de los otros) se cuele en este Diario.
Tan singular y fino.
La novela brasileña tiene acostumbrado al lector a los
intensos libros regionales de un Jorge Amado o un José
Lins do Rego; se ignoran fuera de fronteras las obras de los novelistas
de la escuela mineira de la que Cyro dos Anjos es un valioso representante.
La escuela mineira se caracteriza por la introspección,
por tratar de dibujar el hombre interior y no las exterioridades
del hombre. No busca (propósito abandonado desde el siglo
XVIII) al hombre universal. Quiere mostrar el brasileño
o, más particularmente, el mineiro, con su cortesía
socarrona y su profunda mirada. Pero lo quiere mostrar no en el
detalle de su indumentaria (achaques de sastrería al fin)
sino en los accidentes de su alma. A ese retrato contribuye con
eficacia, con sutil ingenio, esta novela de Cyro dos Anjos. La
traducción se deja muchos lusitanismos (o brasileñismos)
por asimilar; esto da a su texto una curiosa oscilación
bilingüe, una corregible infidelidad."