"Entre los últimos volúmenes de la colección
Letras de México (Fondo de Cultura Económica)
figuran algunos libros de narradores mexicanos. Dos novelas (La
cruz del sureste de Alberto Bonifaz Nuño y La bruma
lo vuelve azul de Ramón Rubín), ambas primerizas,
y dos libros de cuentos (El llano en llamas de Juan Rulfo,
El ardiente verano de Mauricio Magdaleno), ilustran el
nivel del arte narrativo en el México actual. Magdaleno
es el más conocido de los cuatro narradores. Algunas de
sus novelas de la Revolución Mexicana (como La tierra
grande) han ingresado ya a colecciones tan populares como
la Austral de Espasa Calpe; sus colaboraciones cinematográficas
con Emilio Fernández lo han hecho circular entre otra clase
de público. En los tres cuentos de El ardiente verano
(233 pp.) hay mucho oficio y un arte fácil de narrador;
hay también algunas muestras memorables, como Cuarto
año en que reminiscencias escolares se unen al cálido
ambiente revolucionario para proporcionar el marco contrastante
a una historia de amor que no llega a decirse por timidez y apocamiento;
el delicado romanticismo del cuento reaparece, aunque menos dramatizado,
en Las Víboras. De otra índole es Palo
ensebado, en que la crueldad de un patrón elimina lo
que podría tener de sensiblero el tema (un indio debe subir
a un palo sebado para rescatar a su hijo, ya muerto). En Viernes
Santo en Ixtapalapa cuenta Magdaleno, con eficacia un poco
ostentosa, la doble historia de la Pasión y una venganza
diferida. Si algo prueba este volumen, es la madurez de este narrador.
Los cuentos de Juan Rulfo (170 pp.) son más difíciles
y más auténticamente sombríos. Una fatalidad
se cierne sobre los indios, sus personajes; una fatalidad que
no sólo provoca la violencia carnal y el crimen, sino que
pone tenso el estilo y domina la imaginería. Rulfo es sobrio
pero su palabra está cargada de intención y sabe
contar con artificio, trayendo a su relato el acento de la palabra
hablada; revirtiendo el cuento a sus orígenes orales, por
medio de fórmulas tan tradicionales y vivas como: Me
acuerdo que, recuerdo, etc.. Su mundo es fascinante y violento;
el humor, nada epidérmico, suele estar presente en él.
Más desiguales son las novelas. La de Ramón Rubín
(116 pp.) paga su cuota al melodrama (un indio se cree hijo de
un blanco e intenta imitar a su supuesto padre, un vulgar asesino)
y también la paga a la sociología aplicada. Rubín
es investigador y ha convivido con los indios huicholes; su novela
no sólo cuenta una historia sino que envuelve la narración
de toda la data científica que su estudio y su largo comercio
con los huicholes han facilitado. Pero esto, que hará los
deleites de los antropólogos, endurece la narración:
la atiesa y devuelve a su condición de ejemplo científico.
Algo parecido ocurría con otro libro de esta misma colección:
Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas A.
Puramente novelesca es la novela de Bonifaz Nuño (267
pp.) y más que novelesca folletinesca. La historia de un
indio que también se cree mestizo (parece epidémico)
y de una familia que se desintegra por la fuerza insolente de
otro advenedizo, podría haber sido serializada con éxito.
Pero este folletinista ha ido no a la escuela del maestro (Dickens,
es claro) sino a la de William Faulkner. Su relato está
lleno de furor y estrépito de carne ofrecida y carne tomada,
de crímenes y supuestos incestos, de lujuria real y verbal.
Aunque Bonifaz Nuño no descuida los hilos narrativos, su
libro también contiene mensaje: el indio, inferiorizado
por el blanco, reducido por el blanco a la condición de
esclavo o de resentido social, acaba dominando al blanco por el
mestizaje, por la contaminación de las razas. Aunque es
fácil burlarse de su trama, el libro es casi tan atractivo
como las novelas (también desorbitadas) del norteamericano."