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"Un destino fantástico rioplatense"
En Marcha, Montevideo, Nº 757, 1955, p. 14
Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes.
Buenos Aires, Editorial Losada, 1954, 216 pp.
"A lo largo de tres días
y tres noches de carnaval de 1927 la vida de Emilio Gauna logró
su primera y misteriosa culminación. Que alguien haya previsto
el terrible término acordado y, desde lejos, haya alterado
el fluir de los acontecimientos, es un punto difícil de resolver.
Por cierto, una solución que señalara a un oscuro
demiurgo como autor de los hechos que la pobre y presurosa inteligencia
humana vagamente atribuye al destino, más que una luz nueva
añadiría un problema nuevo. Lo que Gauna entrevió
hacia el final de la tercera noche llegó a ser para él
como un ansiado objeto mágico, obtenido y perdido en una
prodigiosa aventura. Indagar esa experiencia, recuperarla, fue en
los años inmediatos la conversada tarea que tanto lo desacreditó
ante los amigos."
"Con este párrafo se abre la última
novela de Adolfo Bioy Casares, uno de los libros de más deleitosa
lectura que ha producido nuestra lengua en los últimos años.
El planteo es familiar a los lectores del narrador argentino: un
enigma que participa de la generosa fantasía, de la investigación
policial, del planteo psicológico, de la alucinación
metafísica; y además, una trama de sostenida aventura
que se abre con esas exactas palabras. Porque Gauna es un muchacho
del suburbio porteño de 1927 que en tres noches de carnaval,
acompañado o escoltado por el doctor Sebastián Valerga
y otros rufianes, gasta lo que ganara días antes en la lotería.
Las tres noches son irrecuperables en la orgía alcohólica,
en el cansancio, en la confusión de imágenes superpuestas.
Una sola cosa es segura: en un momento de esas noches, Gauna alcanzó
el significado esencial de su vida, realizó la experiencia
que centra su mundo de buen muchacho y vergonzante compadrito. Pero
esa experiencia se ha perdido para él
O no ha ocurrido, como insinúa el primer párrafo
(alguien alteró el fluir de los acontecimientos, se indica).
Gauna trata de volver sobre sus pasos. En días sucesivos
y espaciados a lo largo de tres años, recorre las etapas
rescatables de la primera salida: confunde las huellas, pierde tiempo,
se desanima. Pero también releva detalles perturbadores y
sin sentido. Una noche, en un burdel ya conocido, su voz empavoriza
a un ciego violinista (que el autor dibuja con los atributos de
un Cristo); otra vez, es la oscura resistencia que cree descubrir
dentro de sí ante la figura ejemplar del guapo doctor Valerga,
el dictador de su mundo.
Porque entre las noches de carnaval y su nervioso
repaso ha ocurrido algo inevitable: el encuentro de Gauna con Clara,
su casamiento con ella. Clara es la hija del brujo Taboada y éste
es el oscuro demiurgo a que alude el primer párrafo:
el hombre que intervino en el destino de Gauna, impidiendo que en
el carnaval de 1927 alcanzara la plenitud de su mundo. Lo que ha
hecho Taboada es algo más que casarlo con Clara: lo ha rescatado
de la influencia canallesca del doctor Valerga, lo ha convertido
en otro hombre, de espaldas al código del coraje matón.
Pero dentro de Gauna está la nostalgia de una experiencia
perdida. O no ocurrida como poco a poco se insinúa.
Tres años más tarde, en el Buenos Aires
suburbano de 1930, Gauna intenta repetir la experiencia. Se asegura
de compartir los mismos amigos, traza un itinerario que coincida
con los restos del que recuerda. Pero ya ha muerto Taboada y será
Clara la que intente ahora salvarlo sola: salvarlo de la revelación,
de la experiencia que él cree maravillosa y es, será,
fatal. Al principio, Gauna sólo advierte que el tiempo no
retrocede, que se vive únicamente el presente, que 1930 no
puede ser 1927. Ahora es lúcido y descreído espectador
de tres noches de farra en que nada luminoso ocurre. O mejor, en
que sólo ocurren sordideces y el doctor Valerga se revela
como un prepotente, un sádico, un mero matón.
Pero hacia el final, instalados ya en el Ermenonville,
los tiempos empiezan a solaparse: la sensacional revelación
empieza a ocurrir. Gauna comienza a vivir un fragmento de 1927,
el fragmento que faltaba. Y que (él no lo sabe pero Clara
sí) tampoco había sido vivido en 1927 porque la intervención
de Taboada, el oscuro demiurgo, impidió su realización.
La revelación ocurre aunque Clara intente detenerla. Gauna
tendrá su destino completo: no el destino recortado y amoldado
por las manos del brujo, sino su destino de muchacho suburbano,
devoto del coraje y de la coreográfica hombría de
un mundo de matones. Se enfrentará a Valerga y demostrará
(a qué precio) que no es un cobarde, que es un hombre cabal.
A lo largo de la novela va indicando Bioy (y con mayor
insistencia en las últimas páginas) el contenido mágico
de la trama: una experiencia que el personaje cree haber vivido
en 1927 es de 1930; la que ocurre realmente en 1927 estaba reservada
para el 1930, pero resulta adelantada por la primera intervención
de Clara, movida por el oscuro taumaturgo. En esta traslación
de tiempos reside el contenido mágico de la novela. Como
si no tuviera confianza en el lector, Bioy se la explicita con palabras
que contribuyen más a romper la magia que a concitarla. Pero
esto es secundario.
Lo importante es que la novela desarrolle con toda
felicidad su trama de las dos experiencias (1927, 1930) que se suplantan
y acaban por superponerse para liberar el significado profundo de
la trama. Porque en la concepción del mundo del coraje reside
la esencia del relato. Gauna se ha creído siempre cobarde,
no porque haya actuado como cobarde (su amigo Larsen siempre lo
ve valiente) sino porque cree que en momento de prueba sería
cobarde. Esa potencialidad -que lo inferioriza frente al mundo de
matones en que vive- determina su escaso desarrollo moral, su constante
sentimiento de inferioridad, su ambigua sonrisa sobradora, su resentimiento.
Cuando conoce a Clara y gusta de ella, no se atreve a pensar que
ella puede amarlo; cuando lo ama y casa con él, no se resigna
a amar y se siente inferior por estar atado a una mujer. Todo lo
que es naturalmente noble en él, aparece coartado por los
valores del ambiente. Ni siquiera su pura amistad con Larsen consigue
apartarlo de Valerga y sus compinches. Gauna es víctima de
un código moral en que lo peor es ser mujer y, después,
estar sujeto a una mujer. Un código que se complace en la
burla inferiorizante al amigo, en la ostentación barata del
arrojo físico. Un código, para qué aclararlo,
rioplatense.
Por eso Gauna concibe como un sueño, como una
liberación alcanzada únicamente en el sueño,
la prueba de coraje que le permita asumir su lugar en ese mundo.
Y el carnaval de 1927 se la ofrece; o, mejor se la hubiera ofrecido
si no interviene el brujo Taboada. En vez de probar ante el doctor
Valerga y los muchachos su hombría, la intervención
del brujo le hace abandonarlos, encontrar a Clara, casarse. Gauna
no entiende qué ha pasado, pero oscuramente sabe que no es
ese su destino. Y cuando busca la huella perdida del carnaval de
1927, busca, con ansia la oportunidad de interpolar en la realidad
la prueba y el sacrificio.
Por eso la novela está tan envuelta en el aura
rioplatense: porque Bioy necesitaba pintar, en todos sus accidentes
externos (maneras y palabras, lugares y actitudes) ese mundo del
pseudo compadrito para que la historia metafísica que contiene
no se disolviera en nada; porque la experiencia perdida y recobrada
no tiene sentido si no es con referencia a ese código del
coraje y del machismo sobre el que edifica Gauna su existencia increada.
El cuadro externo, entonces, alcanza categoría esencial y
todo lo que es apunte de costumbres, todo lo que parece vincular
a la obra con el superficial repertorio costumbrista, cobra un sentido
que supera el naturalismo.
El riesgo está en que el lector, seducido por
la vitalidad y gracia de ese mundo que Bioy reconstruye con fruición
y humor, pierda de vista la trama secreta. Bioy entonces insiste.
Advierte que se trata de cosas graves: del destino, de la intervención
de un oscuro taumaturgo, de tiempos que se canjean, etc. La advertencia
es superflua y hasta lesiva para el lector atento; no lo es, sin
embargo, para aquel que se detenga sólo en la superficie
y se goce con el vocabulario (en que no falta ningún idiotismo
de expresión) o con escenas sabrosamente preparadas como
el relato del segundo peluquero, con equívoca ostentación
de cobardías, o la discusión de dos porteños
sobre el origen uruguayo de todo lo argentino sobresaliente. (Le
participo, dice uno, que si usted escucha a los uruguayos, todos
los argentinos nacimos allí, desde Florencio Sánchez
hasta Horacio Quiroga).
Eso, la brillante superficie en que tampoco falta
un amistoso pastiche de los modales poéticos del Borges
de 1930 o claras alusiones a la literatura apócrifa que entre
los dos han prohijado (Bustos Domecq et al), la atractiva superficie
del libro, no sirve sólo a las funciones del color local
(como en el horrible Adán Buenosayres de Leopoldo
Marechal). Sirve sobre todo para revelar una visión del mundo,
resentida e inferiorizante, que es la del compadrito, la del rioplatense.
Y esa visión del mundo es la que mueve a Gauna, la que impulsa
esta aventura de los dos carnavales (1927, 1930), la aventura de
los tiempos trocados y del destino detenido por obra de un oscuro
taumaturgo criollo. Mueve también una de las mejores novelas
recientes del Río de la Plata."
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