"¿Comienzo del deshielo, u Otra etapa
de la congelación? : el Segundo Congreso de Escritores Soviéticos"
En Marcha, Montevideo, nº 756, 18/03/1955.
p. 14-15.
"El 15 de diciembre próximo pasado, en el Gran
Palacio del Kremlin y a las 16 horas en punto, se inauguró
solemnemente el Segundo Congreso de Escritores Soviéticos.
Hacía veinte años del Primer Congreso (agosto 1934)
que estuvo presidido por Máximo Gorki, el mayor de los
escritores soviéticos, y en el que Andrei Zdanov impuso,
a golpes de puño en la mesa, la doctrina oficial del Realismo
Socialista. Los veinte años transcurridos, la presencia
de 378 delegados oficiales de toda la U.R.S.S. y de 74 invitados
especiales de distintas partes del mundo (incluidos dos uruguayos),
el proceso crítico y autocrítico a que se sometió
la literatura soviética de las dos últimas décadas,
los incidentes que amenizaron las reuniones oficiales y hasta
el mismo eco que el Congreso recibió en la prensa de los
países occidentales, son otros tantos elementos que contribuyen
a señalar la importancia de este acontecimiento.
REALISMO ( O HUMANISMO) SOCIALISTA
La mayor herencia dejada por el Primer Congreso de Escritores
Soviéticos fue la doctrina del Realismo Socialista.
Esa doctrina provenía del Jefe mismo, de Stalin en persona.
Para él, el escritor soviético era el "Ingeniero
de las almas humanas"; era él, quien debía
dar un contenido humano nuevo al hombre de la nueva realidad socialista.
Un crítico del régimen (Nussinov) definió
más tarde, y con ciertas precisiones técnicas, el
Realismo Socialista como método de presentación
psicológica esencialmente opuesta a los métodos
psicológicos de un Dostoievski o un Tolstoi. Estos reducen
los actos de los hombres a la lucha de fuerzas eternas, el Bien
o el Mal, que combaten dentro de él; la solución
y explicación a que llegan es de naturaleza religiosa.
El escritor soviético, en cambio, debe sustituir esa actitud
aclasista y ahistórica, religiosamente pesimista y abstractamente
ética., por una interpretación social e histórica.
De aquí que los clásicos propuestos al nuevo escritor
soviético sean precisamente los del realismo burgués:
Balzac y Stendhal. El artículo de Nussimov (que puede considerarse
típico del pensamiento soviético de entonces) en
su conclusión señala que "la tarea principal
del realismo socialista es luchar por la destrucción del
mundo de la propiedad y por el triunfo del socialismo".
Lo que coincide exactamente con la opinión emitida por
la gran mayoría de los escritores que intervino en el Congreso:
los escritores deben inspirarse en el programa del partido comunista;
la literatura esta en la línea de frente de la lucha socialista.
Es cierto que no faltaron en el Primer Congreso algunas voces
contrarias. La más importante tal vez fue la de Yuri Olecha
(autor de La envidia, 1927) quien proclamó, sin
ambages, que "un escritor sólo puede escribir lo
que puede escribir" y que era imposible, para él,
ponerse en el pellejo de un obrero típico o de un héroe
revolucionario para trazar su epopeya, tal como se lo recomendaba
el régimen. Pero el caso de Olecha fue bastante aislado
y su intervención no promovió la rara unanimidad
con que todos los escritores presentes aceptaron la doctrina que
descendía de lo alto. Unas palabras de Gladkov definen
mejor la posición común: "No pide una verdad
general, sino una verdad específica, nuestra verdad comunista.
El escritor de hoy no es un observador frío, es un ser
lleno de fuego y de pasión. Es un pintor austero y absolutamente
verídico, pero también un fiero tribuno".
En realidad, lo que se pedía al escritor soviético
con esta doctrina no era un realismo (a secas) sino un nuevo humanismo:
la creación literaria de mitos y la necesaria idealización
para que ingresara al arte el nuevo hombre soviético que
el Estado quería forjar.
EL ARTE POR DECRETO
El encargado de velar por el cumplimiento de esta doctrina fue
Andrei Zdanov, de quien un no simpatizante ha trazado el siguiente
retrato: "Contrariamente a lo que de él se ha dicho
algunas veces en Occidente, no era una simple nulidad burocrática.
La desgracia de la cultura soviética fue que él
tenía ciertos conocimientos, un determinado gusto y unas
ambiciones culturales precisas que quiso imponer, con resultados
desastrosos para todos los escritores, pintores y músicos."
Fue él y no Máximo Gorki (muerto en 1936) quien
debió velar por el cumplimiento de las doctrinas del Realismo
Socialista; fue él quien impulsó a los dóciles
y a los arribistas, quien combatió a los audaces y a los
críticas, quien hizo reescribir páginas hermosas
pero pocos fieles a la doctrina y condenó a la muerte civil
a quienes no aceptaron su línea.
El sentido profundo de su censura (proseguida hasta su muerte
en 1947) puede verse en un folleto publicado en Moscú por
las Ediciones en Lenguas Extranjeras (1951). Se recogen allí
cuatro resoluciones del C. C. del P. C. (B) de la U.R.S.S. que
se refieren a dos revistas literarias acusadas de formalismo y
occidentalismo, al repertorio de los teatros dramáticos,
a una película titulada La Gran Vida (y cuya circulación
se prohíbe) y una ópera, La Gran Amistad,
de V. Muradelli. Este panfleto no está escrito y difundido
por los sicarios de Wall Street para engañar al lector
sobre el alcance de la censura soviética: es un ejemplo
auténtico de cómo se ejercía esa censura
entre los años 1946-1948 y cómo abarcaba todos los
campos. Allí se declara que "nuestras revistas,
lo mismo científicas que literarias, no pueden ser apolíticas",
que "son un instrumento poderoso del Estado soviético
para la educación de los ciudadanos soviéticos y,
particularmente, de la juventud y, en consecuencia, han de regirse
por lo que constituye la base vital del régimen soviético:
su política. El régimen soviético no puede
tolerar la educación de la juventud en un espíritu
de indiferencia por la política soviética, en un
espíritu de frivolidad y de falta de orientación".
En esos decretos se denuncia repetidamente la amistad como fundamento
para la publicación o representación de obras y
se exige u obliga (tales son los términos)
que se corrijan de inmediato los defectos y los autores hagan
penitencia pública de sus errores. Los afectados por estas
medidas no son oscuros principiantes: son el narrador satírico
Sóschenko, o el director cinematográfico Sergei
M. Eisenstein, o los músicos Prokófiev y Shostakóvich.
Esos decretos dan la tónica de la actitud oficial frente
al arte soviético. La peor acusación de que puede
ser objeto un autor es "formalismo" o entrega
a las doctrinas estéticas del corrompido arte de la burguesía
capitalista. El mayor elogio, el reconocimiento de que su obra
contribuye a fortalecer en el hombre soviético (principalmente
el joven) la confianza ilimitada en el Estado y la fe en el gran
porvenir de la U.R.S.S.
POLÉMICA DEL DESHIELO
Las muertes escalonadas de Zdanov y de Stalin parecieron cambiar
algo las cosas. Empezaron a publicarse obras en que se denunciaba
la mala situación de las viviendas para obreros en muchas
partes de Rusia o en que se censuraba la tiranía de los
secretarlos de comités o en que se mostraba la existencia
de bajos fondos en las grandes ciudades socialistas o en que se
reconocía, abiertamente, que el régimen no habla
podido eliminar el adulterio. Aisladas y a veces combatidas, estas
obras eran síntoma de un estado de agitación en
la literatura soviética que alcanzaría su punto
más saliente en una nouvelle de Illa Ehrenburg publicada
en la revista Znamia (La Bandera). Su título:
Deshielo.
Para un lector occidental Deshielo es una obra optimista
y hasta cándida. Traza la historia de cinco parejas en
un pueblo de la U.R.S.S. que ven complicada su felicidad amorosa
por circunstancias diversas pero muy cotidianas.
Una pareja (la de Liena y Korotiev) se ve separada por el hecho
de estar la mujer casada y, aunque infeliz, es demasiado orgullosa
para reconocer su pasión y entregarse al hombre que ama;
otra (Vera y Sokolovski) separada por el silencio que impone entre
los dos la edad madura, la timidez y el miedo de arriesgar una
amistad que necesitan; otra aún (Sabúrov y Olascha)
ve empañada su felicidad por el fracaso del marido, pintor,
ante las exigencias de la pintura oficial; las dos últimas
(Volodla y Tanlechka, Sonia y Bávchenko) están formadas
por jóvenes a quienes la falta de experiencia impide una
mayor compenetración. Otras figuras (el marido de Liena,
burócrata mezquino; el noble y viejo Pujov, padre de Volodia,
la madre de Liena, la sabia Antonina Pávlovna) completan
el cuadro y permiten advertir que en Rusia, como en todas partes
del mundo, la gente ama y sufre, se separa o se sacrifica, es
feliz y hasta lo ignora, por las mismas humanas razones de siempre.
El relato de Ehrenburg no parece (en la traducción al
menos) muy notable. Tiene indiscutible oficio para conducir el
hilo de cada una de las parejas hasta una situación culminante
y consigue, en los últimos capítulos, solucionar
sin mayor violencia cada conflicto consiguiendo que el deshielo
con que la tierra empieza nuevamente a vivir signifique para sus
creaturas también un deshielo del alma, endurecida
por el trabajo o por la falta de comunicación o por el
orgullo silencioso o por la maldad. Pero esta valoración
occidental de su obra no permite ver lo que Deshielo es
en realidad.
Para los lectores soviéticos, Deshielo es la primera
obra de un gran escritor nacional (Premio Stalin 1948 por su novela
La caída de París, Premio de la Paz 1952)
en que se dice, entre líneas aún claramente, algunas
cosas absolutamente vedadas. En efecto, en un pasaje un personaje
evoca su pasado y recuerda que en el año 1936, cuando era
estudiante, fue encarcelado su padrastro, y por ello su mejor
amigo dejó de saludarlo; en otro capítulo, una médica
judía se entera con alivio de que un grupo de médicos
ha sido rehabilitado lo que alude, sin duda, a la persecución
de los médicos judíos que precedió a la muerte
de Stalin. Estas referencias a temas políticos nada gratos
(la purga de 1936, la falsa conspiración develada y luego
enterrada), que para un lector occidental son casi imperceptibles
y extremadamente cautelosas, produjeron sensación en la
U.R.S.S.
También fue relevado allí con asombro el espíritu
crítico que informa todo el relato. En él Ehrenburg
ataca la burocracia invasora, el régimen de recomendaciones
y delaciones, más o menos anónima, que impide se
cumpla la justicia, las infinitas postergaciones oficiales (un
personaje se felicita de que un recomendado suyo haya obtenido,
después de un año, alguna atención), la censura
que paraliza o castiga cualquier crítica al régimen,
así sea lateral la mentira sistemática de la prensa
oficial, el mal estado de las viviendas obreras. Pero el centro
de las críticas de Ehrenburg es el arte soviético.
La novelita se inicia con la discusión pública de
una obra literaria reciente y a lo largo de su desarrollo, Ehrenburg
no desperdicia oportunidad de apuntar los defectos del arte oficial:
el teatro político que hace reir en escenas patrióticas
y supuestamente trágicas, las canciones estúpidas
que gustan a los seres más inferiores de la novela, la
pintura fotográfica que es la única que obtiene
premios y rublos (Rafael no hizo fotografía en colores,
reflexiona el pintor Sabúrov, un fracasado según
la óptica del régimen). En la figura de Volodia,
el pintor arribista que pronto aprendió en Moscú
la lección (se atrevió a criticar a artistas laureados
y pronto descubrieron que el taller que le habían dado
le correspondía a otro), en el cínico Volodia ha
concentrado Ehrenburg la crítica al Realismo Socialista
en la pintura. Los grandes éxitos de Volodia son los
próceres reproducidos minuciosamente en su gloria de medallas
o los grandes cuadros realistas que copia de fotografías
en colores. Frente a Volodia presenta Ehrenburg a Sabúrov,
que sólo pinta (como Olecha decía) lo que él
puede pintar y que, pòr ser auténtico creador, vive
en la miseria.
Fue este contenido crítico de la nouvelle de Ehrenburg
(casi invisible para un lector occidental, acostumbrado a que
en todas partes ocurra lo mismo) lo que suscitó la controversia.
La reacción oficial no se hizo esperar. Constantin Simón,
presidente de la Unión de Escritores Soviéticos,
publicó en Literaturnaia Gazeta (julio 17 y 20,
1954) un largo artículo que analizaba minuciosamente la
obra y destacaba los elementos negativos de la misma. Simonov
señala que los buenos son excepción de esta obra,
que el cuadro de conjunto es deprimente, que Ehrenburg en vez
de presentar a Volodia como sinvergüenza aprovechador le
presenta casi como una víctima del régimen corrupto
y le hace portavoz de sus censuras más agudas. En la última
parte de su artículo Simonov hace la crítica (su
crítica) de la pintura soviética y aunque encuentra
una tendencia despreciable hacia el naturalismo fotográfico
defiende al arte del Realismo Socialista.
Ehrenburg contestó con habilidad. Aprovechando deliberadas
ambigüedades del libro, no le costó afirmar su adhesión
al régimen y descargarse de toda identificación
abusiva entre las opiniones personales y las de Volodia. En realidad,
las censuras que el relato contiene están tan bien envueltas
que pueden pasar siempre por opiniones de los personajes y no
retrato fiel de una realidad deprimente y corrompida. Su intención,
proclamó Ehrenburg, fue dedicar su obra "a las
relaciones mutuas entre la gente, a la lucha contra la actitud
desalmada frente a los camaradas, a la lucha contra la chapucería,
a la superación de los malentendidos que, a veces, impiden
a la gente ser feliz, a descongelamiento cordial de los caracteres
reservados en la vida personal de los solitarios". Su
artículo (publicado en la Gaceta Literaria en agosto
3, 1954) concluía lamentando que Simonov no hubiera hecho
un análisis literario de su obra, no hubiera criticado
"la forma de la descripción de los personajes,
la construcción del relato, el apresuramiento o su apresuramiento
de diversos métodos literarios."
EL SEGUNDO CONGRESO
Deshielo despertó, en la U.R.S.S. y fuera de ella,
una gran esperanza. Por eso, cuando se inauguró solemnemente
el 15 de diciembre de 1954 el Segundo Congreso de Escritores Soviéticos,
todas las miradas convergían en Ehrenburg, y de su actuación
en dicho Congreso se esperaba mucho. La realidad vino a demostrar
que el deshielo no había tocado a su autor (o, por lo menos,
no oficialmente). Aunque intervino en favor de Panova (también
cascoteada por los censores) y declaró enfáticamente:
"El juicio de su libro no es una sentencia judicial, y
la opinión de tal o cual secretario de la Unión
de Escritores no debe ser considerada como un veredicto de condena",
su discurso principal soslayó el tema soviético
y fue de severa denuncia de la literatura de los países
occidentales. Mientras lo pronunciaba (informa una revista francesa)
se oyó una vos juvenil decir, Adiós IEa,
frase que podía usarse como epitafio a la esperanza.
Pero si Ehrenburg no fue el campeón de esa literatura
soviética que reclamaban ávidamente lectores y jóvenes
escritores, no faltaron voces de protesta airada contra el estado
de la literatura soviética. La denuncia alcanzó
a las conclusiones que fueron presentadas al Congreso el primer
día de acuerdo con la costumbre soviética). Esas
conclusiones rezan, según se informa:
"La literatura soviética es capaz de revelar la
riqueza espiritual del hombre soviético;
"Los escritores soviéticos dan prueba de demasiada
facilidad y publican obras mediocres que apartan al público
de la literatura;
"No hay bastantes libros que muestren el heroísmo
del proletariado y del partido cuando la gran Revolución
de 1917;
"No hay bastantes libros sobre el ejército;
"No hay bastantes libros sobre la paz y contra el rearme
alemán.
Zdanov no estaba muerto, ha podido observar un crítico
de Occidente. Tampoco lo estaba Stalin aunque su nombre no figurase
entre los que ocupaban el Presidium el día de la inauguración
solemne (de izquierda a derecha: Mikoyan, Bulganin, Kalenkov y
Molotov) Pero su nombre figuró sí, y en primer lugar,
en el momento de dedicar el Congreso, con un minuto de silencio,
a las sombras ilustres. También tuvo Gorki su silencio,
aunque no se sabe qué hubiera dicho de las palabras con
que más tarde habría de evocarlo el brasileño
Jorge Amado (que asistió como invitado especial, junto
a otros importantes escritores hispanoamericanos: Pablo Neruda,
Nicolás Guillén, ambos Premios Stalin). En su evocación
escribió el novelista Amado: "Cada mañana,
al abrirse el Congreso, parecía como si Gorki entrase,
un poco encorvado, los ojos sonrientes, el bigote áspero,
y sentara a la mesa de la presidencia."
La tesis oficial en el Congreso puede resumirse con las palabras
que la sintetiza una de las publicaciones soviéticas en
nuestro idioma: "El pueblo soviético, dice el saludo
del Comité Central del Partido Comunista de la Unión
Soviética al Segundo Congreso de los Escritores, quiere
ver en la persona de sus escritores apasionados luchadores que
participen activamente en la vida, que ayuden al pueblo a construir
la nueva sociedad. Los escritores de la U.R.S.S. están
destinados a educar a los soviéticos en las ideas del comunismo
y de la moral comunista, a fomentar el desarrollo complejo y armónico
de la personalidad, a facilitar el florecimiento total de las
aptitudes creadoras y del talento de los trabajadores. El deber
de los escritores soviéticos es del de crear un arte veraz,
un arte de grandes ideas y sentimientos, que descubra profundamente
el mundo espiritual de los soviéticos. El Segundo Congreso
de Escritores Soviéticos ha demostrado su decisión
de mejorar radicalmente la actividad de su organización
y de incrementar la auto crítica en sus filas, acabar con
todas las manifestaciones de autosatisfacción y presunción,
de luchar por la exigencia a la maestría. Los escritores
soviéticos están plenamente decididos a librar una
lucha permanente con todas las desviaciones del realismo socialista,
con las manifestaciones de ideologías nacionalistas burguesas
y cosmopolitas, a luchar con las influencias del naturalismo y
del formalismo."
Los veinte años que separaban este Congreso del Primero
parecen acortados por este resumen a un solo día. Aunque
Zdanov no tuvo su minuto de silencio (según apunta uno
de los asistentes) su doctrina no había sido olvidada.
UN URUGUAYO INFORMA (Y OTROS INTERPRETAN).
Y, sin embargo, no faltaron críticas. En un artículo
publicado en la misma revista oficial soviética de que
se toman tas palabras arriba transcriptas, ha dicho Jorge Amado:
"En él (el Congreso), los partidarios de
la desaparición del conflicto en las obras literarias,
los partidarios de simplificar la vida, de barnizarla, de limitar
los sentimientos, han recibido la vigorosa repulsa de los verdaderos
creadores de literatura." (Lástima que luego Amado
incluya a Simonov entre estos últimos: al mismo Simonov,
autor de cancioncitas patrióticas y dramas de propaganda
nacionalista de los que se burla con disimulo Ehrenburg en Deshielo;
el mismo Simonov que se creyó obligado a denunciar a Ehrenburg
en su intento de descongelar la novela rusa.)
También registran la actitud crítica algunas de
las fuentes de información occidental menos sospechosas
de simpatía soviética, como la revista Paris
Match (enero 8, 1955). Y la comunica con alegría que
no quiere cohartarse, y a viva voce, uno de los invitados uruguayos
al Segundo Congreso de Escritores Soviéticos.
Nunca ha disimulado Enrique Amorim su adhesión al comunismo;
una de sus más caras ambiciones era conocer personalmente
la U.R.S.S. Con motivo del Segundo Congreso, recibió Amorim
(cuyas obras han sido vastamente traducidas y difundidas en las
democracias progresistas) una invitación. Gracias a ella
pudo conocer, durante algunas semanas, el mundo soviético.
Sus impresiones se condensan en una conversación que no
sigue otra sistematización que la del flujo de imágenes.
Aunque repetidamente se intenta encauzarla por las líneas
mismas del Congreso, la palabra de Amorim se escapa para detallar
un incidente que está al margen o para comentar una fotografía
(admirables fotografías en que la nieve enriquece todo
con su luz) o para referir una anécdota personal. Pero
en medio de la rebeldía de la conversación no planificada
o del cambio de ocasiones y escenarios, una impresión dominante
del Segundo Congreso se va dibujando: la impresión de que
por encima o por detrás de las resoluciones oficiales y
de las conclusiones ya comentadas, un vigoroso espíritu
de crítica se hacía presente. Esas críticas
se concentraban en varios puntos, que se podrían ordenar
así:
-a la burocracia que ha invadido también la profesión
de escritor. El creador se concentra en Moscú, más
preocupado de obtener prebendas que de crear; de seguir el curso
de una vigilante política oficial que de examinar la misma
realidad que el régimen le pide (y hasta exige) que traslade
a su obra. El informe oficial se felicita del aumento de escritores
(1.600 miembros en 1934 contra 3.895 hoy; 1.852 obras que totalizaban
33 millones de ejemplares en 1934 contra 2.733 obras y un total
de 160 millones de ejemplares hoy); pero la verdad es que tanto
escritor no es más que un funcionario de las letras. De
aquí que (según informa otra fuente) Cholojov se
haya alzado en el Congreso para gritar: burócratas a
la cara de Simonov y del propio Ehrenburg, tan laureado por Stalin.
-a la falta de contacto con la realidad de que sufren
estos creadores del Realismo Socialista. Muchos de ellos
se niegan a conocer directamente los mundos que deben pintar en
sus obras y los mejores sólo actúan como aquellos
escritores de que habla Ehrenburg en Deshielo: llegan en
un viaje de estudios con su libreta de apuntes, interrogan rápidamente
a algunas personas y luego declaran: "Hemos reunido el
material para una novela". Otros, más cínicos
o más imaginativos, actúan como Volodia: al tener
que pintar un panel para una exposición agrícola
cor un motivo da vacas y gallinas blancas, se niega a viajar ochenta
kilómetros para tomarlas del natural, y se las arregla
con las fotografías de un periódico ilustrado.
-al optimismo à outrance que hace ver en
cualquier censura (aún la más moderada) un peligro
al régimen y que dispone contra todo satírico un
sistema de defensa que acaba por reducirlo, como a Sóschenko,
al silencio. Contra ese optimismo y contra esa conspiración
de que todo es para bien en el mejor de los mundos posibles, se
levantó en el Segundo Congreso la voz no de Ehrenburg (el
profeta del deshielo) sino la de los más jóvenes,
los pioneros, que en la víspera de la clausura dijeron
y cantaron, con humor fresco y agresivo, sus opiniones de los
escritores adocenados del régimen.
A través de las palabras de Amorim, del gusto con que
evoca la intervención agria del cinematografista Dovjenko
(La tierra, 1930) o con que se refiere al respetuoso silencio
en que fue escuchado el disco que difundía el mensaje de
Paul Robeson (que no fue autorizado a salir de los Estados Unidos)
o al otro silencio, el de ciertas publicaciones francesas, que
omitieran informar a sus lectores que Elsa Triolet (rusa de nacimiento)
había pronunciado en ruso su discurso; a través
de su informe informal del Congreso, interrumpido por evocaciones
ajenas o por los azarosos cambios de lugar o de día, se
advierte el entusiasmo con que Amorim asistió a las sesiones
y con que anotó, en una libreta de apuntes, las intervenciones
más agudas: el entusiasmo del que espera que de toda esta
crítica surja algo positivo, del que confía que
la censura abierta y la autocrítica no pueden dañar
sino beneficiar enormemente la literatura soviética. A
diferencia de los cocodrilos de la prensa occidental que se lamentan
de que en la U.R.S.S. los escritores tengan que obedecer a las
directivas políticas del Estado y deban crear un arte de
propaganda (como si el escritor de los estados capitalistas no
estuviera también limitado por la presión estatal
y económica, como si en Montevideo fuera normal que Barreiro
y Ramos publicara una novela sobre los pueblos de ratas o en Buenos
Aires Emecé una de corte socialista (para poner ejemplos
cercanos). Amorim ve en estas criticas, y en el hecho de que ellas
surjan de las capas más jóvenes de la sociedad soviética,
una gran esperanza.
Es evidente que no basta que el escritor soviético esté
bien pago y bien protegido por el Estado; es necesario que el
escritor pueda crear dentro de sus propias posibilidades y fuera
de todo molde; que la critica se ejerza no de acuerdo a un patrón
externo de medida sino con Independencia y competencia profesional;
que la burocratización literaria no se imponga a los auténticos
creadores. Estas son condiciones para la creación del verdadero
Realismo Socialista.
LOS RECUERDOS DEL PORVENIR
No es posible trocar ahora el oficio de cronista literario por
el de pitonisa; por lo tanto, no espere el lector una previsión
del futuro. Lo único que cabe es reflexionar sobre lo que
el pasado enseña y acercarse así lo que Alejo Carpentier
ha llamado (en su novela Los pasos perdidos, 1954), Los
recuerdos del porvenir. También en el Primer Congreso
de Escritores Soviéticos se levantaron voces que lamentaron
la uniformidad del Realismo Soviético (la mas conspicua:
la de Yuri Olecha); también hubo quien confió en
la intervención germinal de los jóvenes y quien
leyó una carta de instrucción dirigida por un grupo
de lectores abonados de la biblioteca municipal de Rostov, en
que se pedía a los novelistas que hablen menos de tractores
y más de amor, del matrimonio, de las cosas que importan;
que creen tipos salientes e inolvidables de héroes de nuestra
época, a la vez positivos y negativos; que hagan reír,
ya que hay necesidad; que eludan los modelos prefabricados; que
escriban en una lengua simple y correcta (Aprended de los clásicos,
escribían). Estas y otras palabras de 1934 podían
haber sido repetidas, sin duda, veinte años después.
Decir su dentro de otros veinte años, el Tercer Congreso
de Escritores Soviéticos tendrá que soportar (una
vez más) el mismo recuento de cargos, es tarea que el cronista
hoy no desea encarar. Ahora basta con la pregunta del título."
NOTA. - Para la redacción de este artículo
se han utilizado fuentes pro y anti-soviéticas. De la dosificación
de las mismas es enteramente responsable el cronista. Para la
historia del Primer Congreso de Escritores Soviéticos se
consultó y resumió Gleb Struve, Histoire de la
Littérature Soviétique, París, Editions
du Chine, 1946; para el Segundo Congreso se consultó: U.R.S.S.,
semanario editado en Montevideo por la Sección de Información
de la Legación de la U.R.S.S. en el Uruguay, Año
IX, Nº 5, febrero 3, 1955; Lettres Françaises,
publicado en París por escritores comunistas y bajo la
dirección del poeta Aragón, Nº 648, diciembre
25, 1954; París Match, semanario francés,
enero 8,1955; Time, semanario norteamericano, enero 10,
1955; Le Monde, selección semanal. París,
enero 8/12, 1955. Deshielo de Ilia Ehrenburg ha sido traducido
en Buenos Aires por Lila Guerrero para las Ediciones Futuro (1954,
130 páginas); el volumen incluye, en traducción
de M. B. Dalmacio la polémica con Simonov.