Enrique Bianchi: Martín Fierro.
Un poema de protesta social. Buenos Aires, Editorial Guillermo
Kraft Ltda., 1952, 85 pp.
"No puede calificarse de novedosa la tesis de este ensayo.
Ya la había indicado el propio José Hernández
en la carta-prólogo que dirigiera a Don José Zoilo
Miguens desde la primera edición del Martín Fierro
(1872). Allí se hablaba de los abusos y las desgracias
de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país;
allí se insistía en los trabajos y las desgracias
y los azares de la vida de gaucho. Pero si
no novedosa es por lo menos interesante la posición inicial
del autor: subrayar el mensaje social del Martín Fierro.
Para ello dedica seis de los doce capítulos a estudiar
el poema en relación con la vida y actuación política
de Hernández,
con relación a las fuerzas históricas en pugna,
con relación a lo que otros grandes argentinos (Sarmiento,
Rivadavia, Rosas, López Jordán) pensaban y obraron
frente al gaucho.
En este libro se recorre, con un enfoque discutible y menor documentación,
el terreno ya explorado desde 1934 por Enrique Espinoza en un
ensayo, que también está recogido en volumen: El
espíritu criollo (Santiago de Chile, Babel, 1951).
Ahí se relevan algunos textos coetáneos tan importantes
como aquella advertencia de los editores en la 14a. edición
(1865): ... el señor Hernández (...) hace
de Martín Fierro la historia de los infortunios
de nuestro gaucho, penetrando con pensamiento de filósofo
hasta lo más íntimo de la azarosa vida de una clase
que bajo la dominación colonial como bajo la dominación
republicana, sólo ha sido víctima de toda clase
de dominaciones.
Esta investigación no aporta ningún elemento nuevo.
Y hasta cabría asegurar que ni siquiera examina los últimos
análisis del poema, particularmente el muy importante,
de Ezequiel Martínez Estrada (Muerte y Transfiguración
de Martín Fierro, México, Fondo de Cultura Económica,
1948). Lo que hace el autor de este ensayo es repasar algunos
problemas ya bien historiados y presentarlos a la luz dé
su interpretación muy parcial. Insiste, por ejemplo, en
la actitud anti-gauchesca de los unitarios y se particulariza
en el ataque contra Sarmiento. Pero no dice (lamentable omisión)
qué otra cosa que usar al gaucho como arma de combate hicieron
sus declarados protectores. En sus prejuicios el autor llega a
comparar el rechazo de Hernández de una misión en
Europa con el viaje que hizo Sarmiento, becado por un gobierno
extranjero. Como si pudiera disimularse que se trata de dos situaciones
completamente distintas y que lo que podía ser virtud en
Hernández (al que se le ofrecía una misión
que podía realizar, y realizó, sin salirse del país)
no era virtud en Sarmiento que necesitaba, para bien de Argentina
y de América, ir a estudiar a Europa. La inclusión
a que llega (Evidentemente, Hernández fue más
consecuente con sus ideales) sólo demuestra su magnifica
ignorancia de cuáles fueron los ideales sarmientinos, entre
los que no cabe olvidar éste de la educación del
pueblo. Sus prejuicios también se evidencian cuando asegura
que Rosas estuvo durante veinte años en el gobierno de
la República porque el pueblo lo había querido así,
como si don Juan Manuel hubiera sido llevado por voto popular
al gobierno y se hubiera mantenido por el renovado sufragio.
El resto del libro está dedicado a un análisis
más literario del poema. Tampoco hay aquí ningún
aporte memorable. Ni el paralelo Cervantes-Hernández ni
el Hudson-Hernández agregan nada. El autor aprovecha cualquier
coyuntura para hablar de temas ajenos o para citar a troche y
moche páginas de una biblioteca no demasiado escogida.
Algunas referencias laterales demuestran que tampoco es demasiado
feliz en sus aproximaciones, como por ejemplo cuando compara al
bueno de Sancho Panza con el crapuloso Viejo Vizcacha y asegura
que constituyen sendas antítesis de Don Quijote y
de Martín Fierro; o como cuando se pregunta retóricamente
sobre quién ha descripto mejor que Stendhal la batalla
de Waterloo como si la descripción que figura en La
chartreuse de Parme tuviera otro mérito que mostrar
cómo ve un soldado una gran batalla (cualquier gran batalla);
o cuando asegura que Stendhal (al que parece dedicar una descolocada
admiración) unió en su estilo a la suntuosidad renacentista
la cuota elegancia de la más pura tradición clásica;
o como cuando califica de preclaros escritores españoles
a José María Salaverría y a Ciro Bayo.
Una tesis harto conocida, un enfoque prejuiciado, una erudición
claudicante, un estilo de pomposos adjetivos, no son los mejores
elementos para componer un estudio literario. Este que comentamos
se queda en el terreno de las buenas intenciones y la mala factura
(intelectual, estilística)."
E.R.M.