NICHOLAS BLAKE: Minuto para el crimen (Minute
for Murder). Traducción de Estela Canto. Buenos Aires,
Emecé Editores. 1952. 240 pp.
Una mujer, joven y codiciada, muere en presencia de unos amigos,
de su expretendiente, de su actual amante, de la mujer de su amante,
del detective. No por ello resulta más fácil saber
quién la mató.
Nicholas Blake renueva en este libro, cargado de incidentes y
sorpresas, el problema del asesinato cometido ante testigos. En
otra novela memorable (Los anteojos negros de John Dickson
Carr, recogida en esta misma colección) también
se comete un asesinato ante testigos. Pero aunque Carr complicaba
las cosas al prevenir a sus personajes de que algo iba a suceder
y que debían estar atentos, también echaba mano
a un impenetrable disfraz y a otras trampas más o menos
ilícitas para poder resolver su puzzle. Blake es
más sobrio: utiliza en su favor los naturales desfallecimientos
de la atención y centra toda su intriga en las pasiones
encontradas de un grupo de personas, obligadas por el trabajo
y por la guerra a una opresiva convivencia.
No es demasiado sutil la psicología del libro ni es demasiado
convincente el melodramático desenlace pero la novela consigue
definir algunos personajes y una atmósfera, el estilo es
excelente y la supervisión que Cecil Day Lewis (poeta y
profesor de poesía en Oxford) ejerce sobre su seudónimo
Nicholas Blake da a la novela una jerarquía de la que carecen
los habituales practicantes del género.