ALGUNOS LECTORES OPINAN
"Periódicamente, esta página literaria recibe
el consejo (a veces desinteresado) de algunos de sus lectores.
Los hay que escriben denunciando un error o lo que ellos creen
sea un error; los hay que hablan directamente con sus redactores
para lamentar omisiones o desenfoques. Otros, y son bastantes,
disfrutan del anonimato para publicar sus opiniones, para proponer
fórmulas que sólo la modestia impide que prestigien
con su verdadero nombre. Estas comunicaciones ilustran a la página
sobre la variedad y naturaleza de algunos de sus lectores. También
ilustran sobre sus gustos, sobre sus limitaciones, sobre sus fobias.
Reiteradamente reaparecen ciertos cargos. Uno vuelve a opinar
que se comentan muy pocos libros nacionales (pero olvida opinar
que pocos merecen el comentario); otro señala que hay demasiadas
reseñas de libros ingleses (aunque parece ignorar que la
inglesa es una de las literaturas más ricas del Occidente
y una de las más imperfectamente conocidas en estas tierras).
Alguno pide que la página se ponga de inmediato al servicio
del antiimperialismo y clama por una cruzada contra esos bárbaros
del Norte, que una vez destruyeron el Imperio Romano, olvidándose
que como descendientes de españoles, descendemos también
de esos bárbaros que destruyeron el Imperio Romano y (además)
los grandes imperios precolombinos de América.
Estas distintas reacciones parecen obedecer a muy diversos factores.
Dejando a sociólogos y a psicoanalistas la tarea de estudiar
los curiosos complejos que ellas revelan, parece posible intentar
una indagación, puramente literaria, de estas actitudes.
Sería fácil empezar hablando de mala fe (aunque
casi todas las cartas no vacilen en atribuir las peores motivaciones
a los cronistas que discrepan de ellas) pero quizá sea
más constructivo buscar en la página misma la causa
de esas periódicas erupciones.
Quizá parte de la culpa se deba a la actitud objetiva
de la página literaria. Ya que en un país en que
todos hablan de lo que van a hacer (aunque luego no encuentren
tiempo para hacerlo), se ha preferido no proclamar nada. Quizá
esas encontradas opiniones se deban a la buena fe de unos lectores
desorientados que, semana a semana, leen esta página sin
poder descubrir qué política literaria sigue (si
sigue alguna). Y también es posible que se deban a la misma
buena fe que al no encontrar una posición explicitada,
resuelve descubrir una, aunque sea idiota, aunque esté
desmentida por la realidad.
Para esos bien intencionados se ha escrito esta nota que no tiene
ánimo polémico (¿es posible polemizar con
sombras?) y que parecerá sabida, archisabida, a los que
han leído atentamente esta página desde su iniciación,
allá por 1945.
UN POCO DE ESTADÍSTICA
Una carta sostenía hace unos días que esta página
sólo comenta autores anglosajones. No era muy difícil
evitar una distracción semejante. Si el firmante (un A.S.V.,
según él) se hubiera tomado el trabajo de examinar
la colección de MARCHA de los últimos seis
meses habría advertido que de los 49 libros comentados
sólo 13 eran de autores ingleses y 3 de norteamericanos.
Los restantes se repartían en uruguayos (7), hispanoamericanos
(6), españoles (2), franceses (6), italianos (6), alemanes
(2), suecos (1), húngaros (1). Para completar los 49 habría
que computar dos obras de Gerald Brenan, que aunque inglés
escribe sobre España, y de Samuel Greene Arnold que aunque
norteamericano relata su Viaje por América del Sur.
Ambos interesan, pues, a las letras hispánicas y no a las
anglosajonas.
Tal distribución (que no había sido preterminada
por los redactores) no parece inadecuada si se consideran dos
hechos: la escasez y mediocridad general de la producción
editorial uruguaya; la abundancia de traducciones (especialmente
del inglés) en las ediciones hispánicas. Pese a
ambos hechos, las reseñas de libros en español o
sobre temas hispánicos superan en cantidad a las de cualquier
otra procedencia. Pero esto no es todo.
Si se lleva un poco más lejos este recuento se podrá
advertir que todas las notas especiales estaban dedicadas a temas
hispánicos, desde un estudio sobre El tema de América
en El Canto General hasta otro sobre dos revistas nacionales,
desde una nota sobre la nacionalidad da Horacio Quiroga hasta
otra sobre La narrativa hispanoamericana, desde una reseña
de la poesía en lengua española hasta otra sobre
dos concursos de cuentos. ¿A qué seguir? Es necesario
no haber leído nunca la página para desconocer estos
hechos.
LO QUE IMPORTA ES LA LITERATURA
Por lo menos, en una página literaria. Ya que no se trata
de resucitar el decadentismo del fin de siglo. Pero si algún
principio de política literaria parece surgir con toda
evidencia de esta página es la de que las obras literarias
deben ser comentadas, ante todo, por su valor literario.
La cuestión de la cédula de identidad, del pasaporte
o de otros requisitos del estado civil no puede parecer primordial
a ningún crítico. Un autor no es mejor mi peor por
ser compatriota. Ni lo es, tampoco, sor ser correligionario (o
adversario). Ni lo es, en fin, porque pertenezca a un país
con cuya orientación internacional se esté (o no)
de acuerdo.
Consecuente con este principio esta página ha elogiado
o censurado a católicos y a comunistas, a anárquicos
y a norteamericanos. Proceder de otra manera es instaurar el Index;
es repetir el expurgo que el Estado soviético practica
en el arte nacional ruso, con las humillantes y ridículas
retracciones públicas, y la proclamación oficial
de la línea del partido por medio de las opiniones estéticas
del Sr. Stalin; es incurrir en la discriminación ideológica
que se realiza en los Estados Unidos y uno de cuyos episodios
más vergonzosos es la persecución de los escritores
y artistas en la industria cinematográfica de Hollywood.
¿ES POSIBLE UNANTIIMPERIALISMO
LITERARIO?
Alguien reprocha a esta página no ser antiimperialista
cuando MARCHA lo es, tan notoriamente.
La objeción parece fuerte. Aunque tiene un punto débil:
el opositor no se molesta en demostrar que la página no
es imperialista. Se limita a afirmarlo apoyado en toda la autoridad
que le confiere el anónimo.
Es cierto que para el crítico literario toda consideración
estética de una obra debe realizarse teniendo en cuenta
únicamente sus valores literarios. Pero también
es cierto que después de considerados esos valores es posible
señalar otros que la obra puede contener. Semanalmente
se comentan en esta página libros cuya importancia no reside
en su contribución a la literatura, o libros que aparte
de su valor estético arrastran un contenido ideológico,
proponen una visión del mundo, adhieren a determinada ideología.
En este caso, el cronista señala siempre esos valores extraliterarios
y fija su posición frente a ellos.
En esta valoración está la única política
antiimperialista posible. No parece necesario despejar, es claro,
la falacia de que americano se hace el juego a Norteamérica.
El libro puede ser un testimonio contra el imperialismo norteamericano,
en cuyo caso la objeción resulta ridícula, o puede
ser una obra de arte, en cuyo caso el silencio sería también
ridículo.
LOS CLÁSICOS DE
HOY
Otra preocupación de esta página es la literatura
actual. No obedece esta preocupación a una comezón
de novedades o a un capricho de la moda. La única verdadera
forma de interesarse por la literatura es interesarse por la que
se está creando ahora. Porque la Literatura (así
con mayúscula) es lo vivo. Los que sólo aman los
clásicos aman lo que los clásicos tienen de arqueología,
de ruinas, de muerto.
No es difícil en este país adquirir en poco tiempo
un conocimiento más o menos adecuado de la obra de un Homero
o de un Shakespeare, de un Cervantes o de un Goethe. Incluso es
posible estudiar sin demasiadas lagañas a un Montaigne
o a un Plutarco. Pero no es fácil encontrar información
sobre Elizabeth Bowen o sobre Jacobo Langsner, sobre González
Vera o sobre Simone de Beauvoir, sobre Guido Piovene o sobre Gerald
Brenan. A este tipo de información (y a la valoración
crítica que ella supone) está destinada esta página
literaria.
La intención (que no corresponde decir si se ha cumplido)
ha sido ofrecer la mayor información con el mínimo
de errores; estudiar los escritores actuales con seriedad y detenimiento,
analizar sus obras con el conocimiento de su evolución
y de sus preferencias, de la tendencia en que aparecen y de su
propia orientación personal. Se ha querido proporcionar
una guía al lector que se encuentra asediado por una masa
creciente de nuevos libros.
Esta misma actitud obliga a la página a seguir el ritmo
actual de publicación. Y esto mismo explica la abundancia
de autores anglosajones que son los que hoy gozan de mayor difusión
a la política de traducción de las editoriales hispano-americanas.
UN PUNTO DE VISTA HISPÁNICO
Habría que agregar esto: el punto de vista del cronista
(y de sus lectores) es hispánico. Lo que no significa,
por cierto, que se subordine a lo que en España creen o
creyeron acertado, sino que se presupone enfocar la literatura
de habla española como una unidad.
Esta unidad no puede vivir si sólo se considera a sí
misma. Eso acabaría por asfixiarla, por reducirla a un
balbuceante regionalismo, por instaurar una atmósfera más
irrespirable que la de la época colonial. Que haya escritores
hispanoamericanos que propongan como única panacea literaria
el estudio de las letras españolas raya en el dislate.
Si precisamente lo que enseñan los grandes creadores de
la literatura hispánica (por ejemplo: un Cervantes, un
Garcilaso, un Góngora, un Rubén Darío) es
la impostergable necesidad de alcanzar una perspectiva universal
humana. Cómo sería el Quijote si Cervantes no hubiera
estudiado el arte de novelar en los italianos; qué sería
de Garcilaso si no hubiera vivido en Nápoles: qué
de Góngora si no hubiera frecuentado la gran literatura
clásica grecolatina; qué de Rubén Darío
si no hubiera despreciado a los que lo acusaron de galicista mental
y no se hubiera sumergido profundamente en las aguas renovadoras
de la lírica francesa finisecular. Y esos mismos que aplauden
a Cervantes, a Garcilaso, a Góngora, a Rubén y a
otros renovadores, y que los presentan como únicos, exclusivos
modelos, no quieren que se busque fuera de ellos, otros nuevos
materiales para remozar, una vez más, la tradición
hispánica.
Y sin acudir al ejemplo español, o hispanoamericano, aquí
mismo en nuestras letras nacionales cuál ha sido la enseñanza
(la verdadera, la profunda) que nos ha dejado la generación
del 900 sino esa perspectiva occidental, ese alzar la mira de
la aldea hacia un horizonte cultural amplio.
Por el idioma nuestra literatura aparece inscripta en el tronco
hispánico, pero por la cultura pertenece a un mundo que
también integran las letras anglosajonas (a las que sólo
por ignorancia se puede calificar de bárbaras). No es posible
renunciar a esa doble raíz.
¿Y POR QUÉ NO
HACER LA VISTA GORDA?
Tampoco es posible juzgar a la literatura nacional desde el campanario
lugareño. Hay que juzgarla como lo que es (o pretender
ser): literatura. Esa condescendencia que algunos reclaman
para el autor nacional, esa patente de corso para el poeta nuestro,
para nuestro bostezado novelista, para nuestro dramaturgo que
juega a hacer teatro, parecen más humillantes que la censura
seria y bien intencionada. Al fin y al cabo el crítico
que censura empieza por tomarse en serio la obra y en cambio,
el que envía una irresponsable "carta de amigo",
llena de insoportables epítetos, solo, esta practicando
una forma de la cobardía, la de reírse del prójimo
por comodidad, la de aceptar el juego del engaño consciente.
En esto se distingue suficientemente la generación más
joven de escritores de sus ilustres antecesores. Si algún
déficit hubo en la generación anterior fue el de
la crítica, pese a la solitaria excepción de Alberto
Zum Felde, cuyo silencio también ilustra sobre el ambiente
en que debió actuar.
Esta misma actitud crítica obliga a prestar especial atención
a la producción nacional, lo que no significa que los cronistas
se crean obligados a comentar todo lo que leen. Sólo merecen
reseña detallada aquellas obras que sobresalen por su excelencia
o por la importancia de sus errores. Ya se dijo una vez que un
crítico no puede inventar una literatura. Tal fue el caso
de Rodó cuando ejercía la crítica en la Revista
Nacional hacia fines de siglo. Tampoco un equipo de teóricos
y practicantes basta para inventar un género como lo ha
demostrado la experiencia de Asir. Después de varios
años de casi exclusiva dedicación al cuento, los
redactores han debido reconocer -en ocasión del concurso
realizado en 1951- el melancólico resultado de sus esfuerzos.
En realidad, el único cuentista de talla que ha publicado
la revista es Luis Castelli, cuyas primeras producciones fueron
publicadas en esta página, ya en 1946.
Y esta actitud de exigencia crítica hasta para lo nacional
es lo que no advierten quienes señalan una discrepancia
entre la política general del semanario y la política
de está página. ¿Acaso la página económica
aplaude toda industria por el mero hecho de ser nacional? ¿Acaso
la página teatral aplaude todo estreno por ser de un compatriota?
Los ejemplos de estas y otras secciones abundan.
REPASO, POR AHORA
Una valoración literaria, un análisis de las intenciones,
una preocupación por la literatura actual, una perspectiva
hispánica, un rigor aún para la nacional son las
notas que definen la política literaria de esta página,
política que se remonta a 1945, política que certifican
trabajos sobre Rodó y sobre Eliot, sobre Alfonso Reyes
y Graham Greene, sobre Acevedo Díaz y Alberto Moravia,
sobre Pablo Neruda y Franz Kafka, sobre Idea Vilariño y
James Joyce, sobre Arturo Barea y Henry James, sobre León
Felipe y Marcel Proust, sobre Horacio Quiroga y Jean Gione, sobre
Juan Cunha y Hermann Hesse.
Pero ¿qué importa tener razón? Qué
importa si los que escriben cartas o vocean sus quejas son (casi
siempre) personas a las que la literatura no importa, aunque les
importe su propia novela o la poesía de sus familiares;
personas que no han leído a Ezequiel Martínez Estrada
(sobre el que la página ha escrito in-extenso) pero que
lamentan que no se comenten autores hispanoamericanos, que no
se interesan en las investigaciones de historia de la filosofía
que está realizando Arturo Ardao (y que esta página
ha comentado) pero que no dejan de protestar porque aquí
se silencia la obra de los autores nacionales; personas, en fin,
a las que sólo importa censurar sin pruebas desde el anónimo,
protestar porque si, dar fe de su existencia aunque sea de esta
imperfecta manera."
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL