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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Crónica de libros"
En Marcha, Montevideo, Nº 628, 1952.
p. 22.

CARLO LEVI: El reloj (L'orologio). Traducción de Atilio Dabini, Buenos Aires, Editorial Losada, 1952. 330 páginas.

"Aunque lo diga Carlo Levi, aunque lo certifiquen los editores (italiano, argentino), este libro no es una novela. Es un largo e inconexo relato de algunos hechos -reales o ficticios, poco importa- que ocurrieron en Roma después de la liberación. El relator es un joven periodista que (como el autor) se llama Carlo y que quizá hasta se apellide Levi. No hay entrega ni desarrollo: sólo hay una sucesión de cuadros que muchas veces ni siquiera alcanzan la categoría (más efímera) de anécdotas. En comparación, la estructura errática de La piel de Curzio Malaparte o de Piedad contra piedad de Guido Piovene parece sólida y premeditada. A lo sumo, presenta Levi algunas historias que retienen durante un número mayor de páginas la atención del lector. De éstas, las mejores quizá sean las de una visita a un inquilinato, invadido por las ratas, visita que el relator realiza acompañando a un amigo alucinado por la imagen de una mujer; o la del viejo muerto y atravesado en una escalera, con su perro, aullando de terror a su lado; o la del accidentado viaje a Nápoles con la escaramuza del brigante solitario y todo.

Pero el libro interesa igualmente. No como novela, es claro. Sino como testimonio de un hombre y de un momento. A diferencia del equívoco y desagradable Malaparte, del resentido Piovene, Carlo Levi parece un hombre de postura vital positiva. Su visión del caos político y social de la postguerra italiana no carece de calidez humana y de penetración descriptiva. Porque si Levi no es un narrador es, en cambio, un gran descriptor. Tiene una pasión por los objetos, por el mundo visual, que se trasmite a su prosa, que lastra sus páginas de imágenes materiales. Y es a través de ese escrutinio apasionado que el lector alcanza la mejor lección de la obra; la de un apasionado sí al mundo, a la vida.

No puede extrañar al lector esta pasión por los objetos. Carlo Levi al mismo tiempo (o antes) que escritor es pintor. Su visión del mundo es necesariamente plástica.

Lo que no es admisible (aparte de sus infundadas pretensiones de novelista) es que Levi pretenda dar alcance filosófico o contenido poético a esa imagen del reloj que le sirve para titular la obra y para justificar algunas reflexiones obvias sobre el tiempo. No es necesario haber transitado los grandes metafísicos (o en su defecto la obra incomparable de Marcel Proust); basta y sobra con Fingermann o Roustan para reconocer el origen de sus fatigosas lucubraciones. Pero si se descarta al fastidioso reloj (y a la palabra novela) y se coloca la obra en su verdadera línea de neorrealismo documental -estilo que Carlo Levi ya había practicado exitosamente en Cristo se detuvo en Eboli (Buenos Aires, Editorial Losada, 1951) pronto se advierte el interés humano y el valor testimonial de este nuevo libro."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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