ERNEST HEMINGWAY: Al otro lado del
río y entre los árboles (Across the River
and into the Trees). Traducción de Manuel Gurrea. Buenos
Aires, Editorial Guillermo Kraft Ltda.. 1952. 322 pp.
"Esta última novela de Ernest Hemingway (la primera
desde For Whom the Bell Tolls o Por quién doblan
las campanas, 1941) cuenta la historia, triste, melancólica,
del coronel Richard Cantwell y de su último, único
y verdadero amor (las palabras son de Hemingway). Cantwell tiene
más de cincuenta años. Renata (la condesa Renata,
porque la obra transcurre en Venecia en esta postguerra) apenas
diecinueve. A lo largo del libro se desandan las últimas
horas de un idilio que aunque no muestra las previsibles consecuencias
de una pasión poco menos que volcánica, no por ello
deja de registrar los besos, los abrazos, las caricias, las reiteradas
e infatigables declaraciones de amor de los personajes, además
de mostrarlos (lo que era de esperarse tratándose de un
aficionado como Hemingway) en incontables libaciones. La historia
termina, es claro, con la muerte de Cantwell.
Es fácil burlarse de un libro tan monótono, tan
obsesionadamente especializado en historiar las últimas
horas de un amor verdadero, etc.; en registrar -con acento de
Réquiem- el colapso de un hombre que ha cifrado
en su fuerza física y en su virilidad todo su orgullo de
hombre. Pero no hay mayor mérito en esta burla. Mejor empezar
por recordar que no es nada despreciable la contribución
de Hemingway a la literatura actual: que dos o tres de sus novelas
(incluso la célebre A Farewell to Arms que también
se desarrolla en Italia, que también presenta un idilio
verdadero, etc., aunque iluminado por la luz del alba y por la
juventud del autor), que doce o veinte de sus cuentos, deben integrar
cualquier rol de buena narrativa contemporánea. A partir
de esta respetuosa mirada retrospectiva, es posible leer esta
frustrada novela como lo que es: un saudoso adiós a los
goces y trabajos de la vida, de una vida que Hemingway siempre
exaltó en su rudeza, en su plenitud animal, en su cálida
colorida superficie. Todo el libro aparece entonces contaminado
de ese enfoque crepuscular que corresponde doblemente a la cincuentena
de Cantwell y (lo que es más grave) a la del propio autor.
Quizá haya cierta virtud en expresar así su hora,
en decirla con tanta autoridad. Quizá se llame franqueza.
No todos los lectores de este libro querrán hacer esta
operación de ajuste óptico, de perspectiva. Los
nuevos, los que no reaccionen ante el nombre de Hemingway, verán
en este libro sólo una historieta sentimental que el autor
se complace en dilatar y reiterar por mera debilidad narrativa.
Estos iconoclastas quizá acierten."