Hace algunas semanas se denunció en estas mismas páginas
una calumnia contra Arturo Barea y su novela autobiográfica
La forja de un rebelde divulgada por organismos culturales
de Franco. Ahora puede mostrarse otro ejemplo de la política
seguida por la nueva España. En los Cuadernos Hispanoamericanos
(Nº 25, enero 1952), que se editan en Madrid bajo los
auspicios del gobierno, se publica una nota contra la reseña
bibliográfica que Mario Benedetti dedicó a La
colmena de Camilo José Cela en Número
(Año 3, Nº 13-14, marzo-junio 1951). El artículo
se titula Crítica con moldes y lo firma un tal Rafael
Gutiérrez Girardot. Entre muchas otras cosas que no vale
la pena examinar (como el error de llamarlo Don Benedetti, como
si ignorara que el Don solo puede ir precediendo al nombre y nunca
al apellido solo), R. G. G. acusa al crítico uruguayo de
practicar una discriminación política en sus juicios.
La raíz última de la cualidad de una obra literaria
(apunta) está para estos críticos en una
circunstancia tan poco literaria como la aparente filiación
política del autor. También lo acusa de usar
clisés críticos: Y esta cualificación
es la que se disfraza con clichés (sic) que ellos manejan
a su antojo. Se trata, entonces, de "mensaje", de "estructura",
de "técnica", de "problemática humana",
de "tensiones", de "contrastes violentos",
de "combinaciones" y cuantas cosas más que sólo
ellos saben en rigor qué cosa son. Al final invoca
como juez, contra la desfavorable opinión de Benedetti,
al público literario en general, que ni tiene moldes
ni, para leerlo, se fija si él es de derechas o de izquierdas.
Es lástima que R. G. G. practique lo que denuncia. Si
él no hiciera crítica con moldes (políticos)
habría advertido que en ningún momento de la reseña.
Benedetti alude a la condición política de Cela,
que jamás menciona la situación actual de España
(que el propio Cela, por la sordidez y miseria de sus personajes,
contribuye a demostrar), que incluso ni siquiera se permite una
indagación de las causas por las que este libro se publica
en la Argentina y no en España o de porqué se estorbó
su circulación en la península. (Por lo menos hasta
junio de 1951, fecha en que visité España). Benedetti
estudia La colmena como novela y como tal (por su mediocridad,
por su cursilería) la censura. De aquí que al analizarla
utilice vocablos que se refieren a la técnica de la novela
y que cualquier aficionado (excepto, es claro, y según
confesión de parte, el Sr. R. G. G.) conoce y emplea. Pobre
e innecesario parece, en fin, el recurso de invocar al público
como juez. Ahí están en España los nombres
de los que fueron novelistas populares (desde El caballero audaz,
hasta Enrique Jardiel Poncela, desde Armando Palacio Valdés
hasta Vicente Blasco Ibáñez), que tanto favor recibieron
del público y a los que no es posible confundir con los
verdaderos creadores de la literatura española.
Pero hay algo más en el ataque del Sr. R. G. G. Hay una
acusación general de anglofilia que incluye, también,
a la publicación en que Benedetti escribe y cuya dirección
integra. Cualquiera que ojee el ejemplar en que se publicó
la reseña incriminada advertirá que hay un solo
trabajo que se refiere a las letras inglesas: un diálogo
entre Stanislavski (ruso) y Gordon Craig (inglés) sobre
la puesta en escena de Hamlet. El resto del sumario incluye
trabajos de Heidegger (alemán), Denis Molina, Juan Cunha,
Carlos Martínez Moreno, J. C. Williman (uruguayos) y los
directores de la revista (uruguayos todos). Los temas varían
desde André Gide a Juan Carlos Onetti, desde Pablo Neruda
a Rómulo Gallegos, de Guido Piovene a Antonio Machado.
Las reseñas (son ocho) están dedicadas a españoles
(tres), a un uruguayo, un italiano, un francés, un norteamericano
y un inglés. Si de algo podría ser acusado ese Número
ecléctico es de cierta tendencia hacia lo español
e hispanoamericano. Y, sin embargo, por la sola autoridad de su
nombre, el Sr. R. G. G. decreta la anglofilia de la revista, aunque
una ojeada a toda la colección de Número
le hubiera demostrado que más preocupada está la
revista por asimilar o expresar lo español y lo hispanoamericano
auténticos que por registrar las variaciones de una literatura
extranjera en particular, por importante que sea.
Si se aplicara al Sr. R. G. G. el método de calumnia indocumentada
que él utiliza con ligereza habría que afirmar que
el elogio y la defensa de Cela no proceden de un amor por las
letras y la cultura sino de la necesidad ineludible de quedar
bien con el juez. No es posible olvidar que Cela, rebelde y disconforme
como parece, tiene en la España de Franco el oficio (nada
envidiable) de censor literario. Pero, ¿por qué
pensar siempre lo peor? ¿Por qué no creer, simplemente,
que el Sr. R. G. G. defiende a Cela y a la España de Franco
porque cree en ambos, porque está honestamente equivocado,
porque tiene mal gusto, porque no sabe nada de literatura, porque
no es un crítico sino un gacetillero?
E.R.M.