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"Muerte de Macedonio Fernández"
En Marcha, Montevideo, Nº 611, 1952.
p. 14.
"Hasta hace unos pocos días (hasta el
10 de febrero) algún desconfiado lector pudo creer que
Macedonio Fernández era una invención conjunta de
Jorge Luis Borges y Ramón Gómez de la Serna. La
existencia en algunas librerías particulares de obras a
él atribuidas -No toda es Vigilia la de los Ojos Abiertos
(1928), Papeles de Recienvenido (1930), Una Novela que
comienza (1941) y Continuación de la nada (1944)-
no parecía sino confirmar ese aire apócrifo, esa
equívoca naturaleza de creatura creada por otro, que se
desprendía de su nombre, sus títulos y su leyenda.
¿Cómo creer en la existencia real, material, doctorada
de Macedonio Fernández? ¿Cómo aceptar este
hombre que supo nacer en Buenos Aires en 1874 y soslayar el floripondio,
que se carteó con William James e inspiró a Borges
algunas de sus meditaciones sobre el Tiempo, que elevó
a categoría del Ser la clásica disculpa criolla
("Distinguido literato: ha de tener usted a bien explicarse
mi personal inasistencia a su banquete por el hecho de que un
amigo al que rogué faltar por mi no supo desempeñarse
y tuve que hacerlo yo mismo"); este hombre que, en fin,
supo ser en un continente de filósofos indigestados un
auténtico maestro de la ironía metafísica?
Macedonio Fernández fue un raro que se salteó
Darío. En las letras hispanoamericanas donde se vive para
ser (para querer ser) Sarmiento o nadie, él prefirió
dar la espalda a la publicidad y a las capillas y perfeccionar
la figura hasta entonces inédita de Macedonio Fernández.
Cierta vez escribió: "En cuanto a la muerte le
niego toda efectividad, salvo para el amor, es decir, como separación
u ocultación". Al incorporarse ahora a esa nueva
realidad de la muerte, este Metafísico del Mundo como No-Ser
(según le gustaba definirse) podrá verificar el
acierto (o no) de su postura; sabrá ya la respuesta al
problema que fue su compañero fiel en vida."
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