I
En algunos lugares del planeta la crítica literaria suele
ejercerse bajo diversas formas: difamación oral en la mesa
de café, efusiva carta amical, que el recipiente tiene
la delicadeza de divulgar por la prensa, anónima pero esforzada
labor epistolar de los que condescienden a no firmar sus calumnias.
En otras partes (aquí, en Inglaterra, por ejemplo) también
se cultivan formas menos primitivas o adolescentes. Hay quienes
dedican no solo sus ocios sino su vida a la crítica literaria,
y para ellos esta actividad no se distingue de la universal del
vivir. Entre los representantes más distinguidos de la
profesión se debe contar al doctor F. R. Leavis, fellow
del Downing College y profesor (en el sentido español de
la palabra) de la Universidad de Cambridge.
Hay otro título que quizá le importe más
a Leavis: el de miembro del consejo directivo de Scrutiny,
que desde su fundación (en 1932) hasta el año pasado
fue la única revista inglesa dedicada enteramente a la
crítica literaria. (Con cierto retraso, la Universidad
rival, Oxford, ha inaugurado a fines de 1950 sus Essays in
Criticism). Durante casi veinte años, Leavis ha combatido
doblemente -desde la cátedra, desde las páginas
de Scrutiny- por la formación de un público
responsable, por una crítica severa capaz de juzgar con
criterios exclusivamente literarios. Durante casi veinte años
lo enemigos de la lucidez y del rigor lo han combatido sin pausa
y -quizá- con medios más poderosos. Hoy Leavis es
una figura universalmente reconocida pero universalmente discutida,
y frente a su escuela se alzan no solo la deliberada indiferencia
de sus antipatizantes, el encono y la hostilidad de sus enemigos,
sino las posturas rivales de discípulos heréticos.
El Dr. Leavis es un hombre de paz. Es un doctrinario que considera
como propio el vasto y complejo mundo de la literatura inglesa.
A él se acerca no a revelar minucias eruditas sino a proceder
a esos escrutinios críticos que expresa inmejorablemente
la palabra Reevaluaciones -título común de
una vieja sección de la revista y del volumen que Leavis
dedicó al análisis de la poesía inglesa.
(La sobrecubierta del libro no se ahorra la evidente balanza).
Con una penetrante, implacable mirada, Leavis separa la paja
del grano, sin cuidarse que como paja pueda caer (por ejemplo)
un poema de Shelley que recoge nada menos que el Oxford Book
of English Verse o, caso quizá menos grave, toda la
poesía de Tennynson; sin cuidarse de que su léxico
pueda parecer a muchos excesivo. (El conocido soneto de William
Wordsworth, Evening on Calais Beach, también en
el Oxford Book, es calificado por su sentimentalismo de
loathsome; id est: asqueroso). Para sus habituales lectores
no puede parecer extraña tal actitud; ella está
definida repetidas veces y casi siempre con tanta nitidez como
en estas palabras de Revaluations: "Creo que le incumbe
al crítico percibir por sí mismo, hacer las adecuadas
discriminaciones del modo más sutil y agudo y expresar
sus hallazgos tan responsable, clara y fuertemente como le sea
posible. Entonces, aún cuando se haya equivocado, he hecho
adelantar la disciplina crítica -se ha expuesto a sí
mismo tan abiertamente como sea posible a la corrección;
ya que lo que la crítica emprende es la provechosa discusión
de la literatura".
No debe sorprender, pues, que este hombre -que trata a los contemporáneos
con el mismo respeto que a los clásicos (vale decir: sin
reservas)- sea atacado sin cesar y que a su actitud permanente
sea el alerta.
II
No es este el lugar más adecuado para analizar detenidamente
los métodos críticos y las doctrinas del Dr. Leavis.
En otra oportunidad me ocuparé de ambos. Baste indicar
ahora que, hace unos treinta años, Leavis inició
su carrera bajo el impulso renovador de T. S. Eliot. En algún
lugar, ha reconocido él mismo la importancia capital que
tuvo para su formación el descubrimiento, en 1920, de The
Sacred Wood. "Durante los años subsiguientes [recuerda]
lo releí totalmente varias veces por año, lápiz
en mano. Recogí de él, es claro, orientaciones,
iluminaciones particulares, o ideas críticas de valor instrumental
general. Pero si tuviera que caracterizar brevemente la naturaleza
de la deuda diría que consistió en haber demostrado
incisivamente, en ejemplo y en incitación, cómo
era la desinteresada y efectiva aplicación de la inteligencia
a la literatura, cuál es la naturaleza del puro interés,
y lo que significa el principio (tal como ha sido definido por
el mismo Mr. Eliot) de que cuando estamos considerando poesía
debemos considerarla primariamente como poesía y no como
otra cosa". En el mismo artículo (Approaches to
T. S. Eliot, en Scrutiny, dic. 1947) Leavis resume
así la lección de este crítico: "No
solo ha reorientado la crítica y la práctica poética,
efectuando un profundo cambio en la idea corriente y activa de
la tradición inglesa, y en sus logros, sus escritos crítico
han jugado un aparte indispensable; sino también porque
lo mejor de esos escritos representan más poderosa e incisivamente
la idea de la crítica literaria como una disciplina -una
disciplina especial de la inteligencia- que la obra de cualquier
otro crítico del idioma (o francés que yo conozca)".
Ese ejemplo de Eliot fructificó luego en su sistema cuyas
ideas básicas quizá sea posible simplificar (sin
mucho daño) de este modo:
A) Objetividad. Leavis no comparte la visión de
los críticos subjetivos que ante un poema describen sus
propias emociones o las ideas que su lectura les ha provocado.
Cree, en cambio, que un texto literario tiene una realidad objetiva,
es un hecho poético. En una de sus clases ha señalado:
El crítico trabaja para justificar la existencia del poema
como un objeto que es posible discutir y apreciar. Tal enfoque
no le impide advertir, al mismo tiempo, el peligro de iniciar
la discusión de las obras en términos de valor o
juicio; de aquel que el orden natural que establece sea: Fijar
los hechos poéticos con toda nitidez, de manera que todos
puedan saber de qué se trata y a qué se refiere
el crítico. Apreciarlos entonces. Estas operaciones presuponen,
es claro, la sensibilidad del crítico (que debe ser excepcional)
pero un pueden descansar únicamente en ella. Por eso entra
también en juego la inteligencia, por medio del análisis
y de la comparación. Leavis cree firmemente que el análisis
de la obra por si sola no basta; nada es tan revelador, a veces,
como la comparación con obras en que el mismo tema sufre
distinto tratamiento o (viceversa) con obras en que el mismo tratamiento
se aplica a distintos temas. De aquí que en sus clases
(que llevan el doble título: Apreciación y Análisis)
la comparación entre autores y obras de distintos períodos
y tendencias sea uno de los procedimientos críticos más
frecuentes e iluminadores.
B) Crítica, no erudición. El poema como
hecho poético no es reducible a las condiciones de tiempo
y espacio en que nació. Se le puede analizar enfrentándose
desnudamente con él y estudiándolo en su mero texto.
De aquí, el comentario textual, que Leavis practica con
maestría. Contra lo que se entiende generalmente por tal
(análisis filológico o histórico, fatigosa
erudición, insomne memoria de todo lo leído); Leavis
busca a través del escrutinio del texto las esencias. Ya
se trate del examen temático o la determinación
de una sensibilidad, como al indicar las palabras claves, las
que dan la tónica de un poema (Ejemplo: smokeless
en el soneto de Wordsworth Upon Westminster Bridge, en
que el adjetivo -sin humo- indica sutilmente la belleza de la
enorme ciudad que se revela cuando duerme, vale decir: cuando
deja de ser ciudad y es solo naturaleza); ya se trate de fijar
el movimiento rítmico, la marcha de un verso (Ejemplo:
otro poema de Wordsworth, Desideria, es leído por
Leavis marcando impecablemente el ritmo; lectura que podría
representarse sustituyendo con guiones las pausas:
I turned to share the transport -O! whit whom
But Thee, deep - buried - in the silent tomb,
That spot - which no - vi - ci - ssitude - can find? (1)
Esta posición implica una censura (o menosprecio) de la
tradición que, precisamente, pone el acento en las circunstancias
externas -olvidándose, casi siempre, de reaccionar ante
el poema. El erudito suele caer también en otra falacia:
en vez de estudiar el poema acumula información sobre todo
lo que lo rodeaba en el momento de su creación, es decir,
lo que no es el poema, lo extrapoético. Quizá el
mejor ejemplo los suministran los críticos religiosos de
Eliot, que se entretienen en señalar como el poeta utiliza
los temas católicos (dogma, liturgia, etc.) y en cumplir
la paciente exégesis de los mismos, salteándose
con inocencia el corte insustituible: la poesía. Así
por ejemplo, cuando Eliot hace su meditación sobre el concepto
de eternidad en su Four Quartets:
Time present and time past
Are both perhaps present in time future,
And time future contained in time past.
Lo que importa es que esa mención está enriquecida
por la creación; que el poema continúe (transmutando
en verso el hecho concreto):
Footfalls echo in the memory
Down the passage which we did not take
Towards the door we never opened
Into the rose-garden.
(2)
C) Tradición. Un poema no aparece desvinculado
e independiente de la sucesión poética; un poema
se inscribe en la tradición del idioma. Aquí es
evidentísima la influencia de Eliot y su texto capital,
Tradition and the individual text). La erudición
parece recobrar por un momento lo suyo. Pero es tan solo un apariencia
porque a Leavis le interesa la sucesión no como acaecer
histórico sino como punto de partida para enfrentar los
textos, para compararlos y deducir de allí las líneas
principales de una tradición poética inglesa. De
aquí que pueda expresar en sintética fórmula
su método general: "Uno trata a los poetas individuales
por las piezas representativas de su obra; uno trata a la tradición
por los poetas representativos". (Con lo que, de paso, se
saltea todos los poemas de valor meramente histórico, todas
las figuras arqueológicas).
D) Patrones críticos. La última etapa conduce
a la fijación de los patrones críticos. (La palabra
inglesa es, ya se sabe, standars). Las dos condiciones
esenciales de un crítico deben ser: una excepcional capacidad
de análisis apoyada en una afinada sensibilidad. Pero esas
son solo las condiciones iniciales porque la labor del crítico
debe estar orientada a la organización de un núcleo
de público activo, inteligente, y responsable, con cuyo
apoyo formará la sensibilidad crítica común
(o social). El mismo Leavis califica a esta tarea "negocio
desesperadamente difícil". Tan difícil que
no es extraño que el crítico fracase al pretender
fijar los valores, lo que trae como consecuencia la desintegración
del público lector culto. En cuyo caso, la labor debe concentrarse
en denunciar el desastre que acarrea el olvido de la función
de la crítica.
Inspirado por esta misión, Leavis ha trazado el mapa (su
mapa) de la verdadera literatura inglesa. En su primer polémico
volumen, New Bearings of English Poetry (1932), fijó
la situación de los valores poéticos contemporáneos:
la figura central era T. S. Eliot; Ezra Pound era estudiado con
respeto por su labor experimental y precursora; se reconocían
los valores de un Yeats, de un Hopkins, de un Hardy o de un de
la Mare. Los jóvenes eran examinados con incomparable severidad;
al innegablemente brillante W. H. Auden, Leavis prefería
los talentos más gobernados de Ronald Bottrall o Williams
Empson. En una obra que servía de complemento y que había
sido proyectada al mismo tiempo, Revaluations (1936), Leavis
ordenó la tradición poética inglesa a partir
de los poetas metafísicos del siglo XVII (con John Donne
al frente) y deteniéndose en los grandes románticos
(Wordsworth, Shelley, Keats), demostrando así su desestima
de casi toda la poesía posterior. Su último libro,
The Great Tradition (1948), postula una tradición
novelesca inglesa que prescinde de todos los creadores del XVII
y XVIII, para considerar la línea que corre desde Jane
Austen, pasando por George Eliot, Henry James y Joseph Conrad,
hasta D. H. Lawrence, el mayor novelista del siglo XX (para Leavis).
Más de un crítico nacionalista ha lamentado que
haya dos extranjeros en esa línea de tradición británica;
con más motivos, otros críticos han lamentado la
ausencia de nombres que no parece posible omitir: Charlotte Brontë,
Charles Dickens, W. M. Thackeray, Anthony Trollope, George Meredith,
Thomas Hardy, o James Joyce, para no citar sino a los mayores.
(Emily Brontë es salvada por Leavis en una nota al pie de
página). Todas estas figuras han sido despachadas rápidamente
en el mismo libro (de Dickens se estudia con elogio solo Hard
Times) o en alguna reseña anterior de Scrutiny
o en algún aparte de clase o en alguna conversación
privada, de manera que desde su punto de vista no vale la pena
insistir. Esos son sus paradigmas literarios.
No es posible entrar a examinar las razones (o sinrazones) de
tanta exclusión, de tan escasa promoción. Quizá
un ejemplo contemporáneo ayude a iluminar el criterio de
Leavis. Ya se ha visto que Eliot y D. H. Lawrence son los paradigmas
de la poesía y de la prosa inglesa contemporánea.
Pero al estudiar comparativamente el aporte de ambos creadores
(lo que es casi inevitable ya que el poeta siempre se ha referido
con tono patrocinador a Lawrence), Leavis no ha vacilado en señalar
la supremacía del novelista ya que, al fin y al cabo, éste
sostiene las fuerzas de la vida y de la salud. Como se ve, Leavis
no solo no comparte el credo religioso de Eliot, sino que subordina
su más lúcida actitud estética a una valoración
moral. Y son precisamente esos subyacentes patrones morales los
que modifican el aspecto externo, puramente intelectual y poético,
de la crítica de Leavis. Esos mismos subyacentes patrones
explican la rigidez de sus genealogías y la violencia de
sus decretos. (Otra nota al pie de página borra en pocas
líneas los dieciséis volúmenes de A la
recherche du temps perdu; preguntado por mi, Leavis contesta
francamente: es malsano).
III
Si Leavis tuviera la prudencia de ocuparse solamente de los clásicos,
su merecida reputación de iconoclasta no habría
hecho correr la sangre hasta el río Cam. Pero, demasiado
consciente de su misión social de crítico y deseando
como tal ser considerado como hombre que vive en su propio tiempo,
Leavis no ha perdonado a uno solo de sus contemporáneos.
Quizá sea instructivo por eso mismo repasar rápida
(frívola) mente alguna de sus salidas. La aparición
de New Bearings hizo estallar la bomba. Los jóvenes
(con Auden a la cabeza) no aceptaron sus patrones y se empeñaron
en demostrar que el Renacimiento de la poesía inglesa,
que Leavis ignoraba con tanto empeño, era un hecho. Él
mismo cuenta que la impopularidad de su libro fue tan grande (incluso
en los círculos académicos) que la Cambridge
Review no pudo encontrar a nadie que quisiera reseñarlo.
La respuesta de los jóvenes fue, es claro, más belicosa;
de aquí que Leavis los presente como una coterie (algún
susceptible exilado hablaría de patota) que al contralorear
más tarde los principales órganos de crítica
impidió toda valoración severa e impidió
el desarrollo del talento creador, con lo que la influencia de
Eliot -que pareció tan promisoria- acabó por ser
derrotada. Teniendo en cuenta esta situación, se comprende
entonces que Leavis no cese de referirse a Auden como un poeta
que se ha detenido en el estado (lamentable, sin duda) de "joven
brillante" y que, "aún sin haber llegado cerca
de una madurez esencial, ha hecho rápidos progresos en
sofisticación". Otros poetas del grupo (Spender, MacNeice,
Day Lewis, George Barker, Dylan Thomas) han sido despedidos con
los mismos modales, ya por el mismo Leavis, ya por alguno de sus
discípulos.
No mejor han sido tratados los poetas de la generación
anterior. Refiriéndose a Ezra Pound (y sin que mediara
ninguna confusión política) señala que le
concede la atención de censurarlo "en vista de sus
pasados servicios a la literatura (aunque solo se pueda esperar
la reacción rutinaria) y porque está en vías
de convertirse en una seria molestia". (En otro lado asegura,
con mayor precisión, que no tiene verdadero tema creador).
En cuanto a la muy publicitada Edith Sitwell (y a sus hermanos,
Sir Osbert y Sacheverell) es objeto de esta elaborada elipsis:
"Los extremos a los que puede llevarse el proceso de transformación
de los valores sociales en distinciones y glorias de la literatura
contemporánea (el contexto aclara, creo, el sentido en
que uso la palabra 'social') han sido demostrados sorprendentemente
en la reciente asunción de toda una familia a la condición
de clásicos vivos". (Por si el contexto no aclara
el sentido, más vale decir que Sir Osbert es baronet
y autor de unas Memorias de su pasada grandeza que se demoran
cinco macizos volúmenes; Left Hand, Right Hand es
el título general; y que la familia real ha patrocinado
delicadamente a los tres poetas).
Por su parte, los novelistas han sufrido una poda radical. Aparte
de D. H. Lawrence (que por su temprana muerte no pude beneficiarse
del favor de Leavis) solo quedan en pie -y con qué reservas:
L. H. Myers y T. F. Powys. (Ambos casi desconocidos fuera de Inglaterra).
De los otros (de Compton-Burden, de Elizabeth Bowen, de Henry
Green y de tantos) ni una palabra; apenas si Graham Greene logra
ser mencionado en los siguientes términos en una nota de
Scrutiny: "... no nos hemos ocupado aún en
estas páginas de él, debido a que no hemos encontrado
ningún comentarista dispuesto a gastarse el tiempo necesario
...". (Otra forma del escarnio: al reseñar una reedición
de The Portrait of a Lady de James, Leavis omite cuidadosamente
toda mención al prólogo de Greene.)
IV
Los mismos simpatizantes de Leavis no se recatan al censurar
algunas de sus valoraciones o al apuntar las limitaciones de su
método. Las principales objeciones (públicas o privadas)
podrían ordenarse, quizá, bajo estos títulos:
A) Menosprecio de la erudición. Está bien
menospreciarla. Pero cuando se la maneja con tanta comodidad como
Leavis. Basta asistir a sus cursos sobre crítica literaria
para advertir que no solo ha leído y recuerda menudamente
a todos los poetas (incluso los defenestrados)sino que puede citar
extensamente, en inglés o en francés, cuanto han
escrito sus críticos. (Precisamente una de sus características
es ser crítico de críticos -especie que algunos
asirios se negaron a concebir-.) Como norma general, puede ser
peligrosa ara los jóvenes. El no poder manejar la adecuada
información -para superarla, es claro- los conduce más
de una vez al invento del paraguas. (Esto lo saben bien los intrépidos
críticos de Hamlet en nuestra lengua; también
lo sabe bien el crítico shakesperiano de Scrutiny,
al que alguna vez se le han apuntado confusiones).
B) Dogmatismo crítico. Los patrones establecidos
por Leavis son no solo demasiado altos sino demasiado rígidos
(lo que es mucho más grave). Aparecen fijados de una vez
para siempre; no hay flexibilidad ni posibilidad de diálogo,
es decir: de enriquecimiento. En la cátedra o en el libro,
en los pasillos de los Mill Bank Lecture Rooms o en su té
sabatino (Oh manes de Victoria Ocampo!) el Dr. Leavis promulga
sin pestañear sus edictos críticos, aprueba (rara
vez) o condena sin apelación. Todo intento de discusión
nace muerto. Esta actitud general del hombre vivo (una cabeza
de sutil sensibilidad, la mirada cálida y penetrante, la
boca con un duro gesto de seguridad) se comunica al estilo escrito
que incurre no solo en los previsibles sarcasmos, sino que se
sacude indignado, salta con desagrado y libera su pasión
en excomuniones o desafíos; o (cuando aprueba) se afirma
en la más impávida, la más cortante admiración.
Frente a la segura hostilidad con que es recibida su crítica,
Leavis acentúa la intolerancia y la auto-defensa, llegando
a veces a inesperados extremos de desinteresado autoelogio. De
aquí que muchos estén dispuestos a concluir con
Keneth Muir que el "Dr. Leavis es un crítico de primera
cuando escribe de las cosas que ama; y es a menudo capcioso e
injusto al demoler la literatura que le gusta menos".
C) Valoraciones insostenibles. ¿Cómo se
puede menospreciar el 80% de una literatura? Y no hay casi exageración
en la cifra. A cada momento sus lectores se topan con un autor
descalificado en bloque (Meredith, por ejemplo) o de otro reducido
a una discreta décima parte. Comentando la producción
reciente de quien ha sido su maestro, aseguró Leavis (mientras
sonaban las cucharitas como en el famoso té de Pygmalion)
que si Mr. Eliot le ofreciera un poema para publicar en Scrutiny
lo aceptaba con gusto pero que si le ofrecía un ensayo
crítico se vería obligado a rechazarlo por no alcanzar
el standard de la revista. (Aunque no lo dice, es bien
sabido que hubiera rechazado The Cocktail Party, del que
se despeja en clase con una despectiva entonación).
D) Nada nuevo. Desde 1932 -época del estreno de
Scrutiny y de New Bearings- Leavis no ha variado
sus valoraciones ni ha descubierto ningún autor nuevo.
Por el contrario, ha tenido tiempo de excomulgar a poetas, como
Bottrall o Empson, que no cumplieron sus previsiones; a antiguos
colaboradores como Auden o Miss Bradbrook. Mientras Leavis erigió
en sistema su método crítico y fijó sus patrones,
la literatura creadora ha seguido formándose al impulso
de nuevas generaciones, de nueva problemática, de una larga
crisis. Su negativa a aceptar toda innovación posterior
a Eliot o Lawrence le ha hecho quedarse atado al momento de su
iniciación, de espaldas al río que no cesa.
V
No puede caber la menor duda que, como pasa siempre, hay exageración
por ambas partes. Leavis, acosado, se exagera en su posición,
afina hasta lo inverosímil su instrumento crítico
y fulmina a los fariseos (a sus fariseos). Nada más instructivo
que una larga y no anunciada conferencia que se fue hilvanando
a la orilla de media docena de tazas de té. Leavis señaló
que valdría escribir una sociología de la literatura
inglesa actual. El estado de la crítica serviría
de hilo conductor. Empezando por el principio habría que
hablar de Scrutiny que con sus casi veinte años
solo publica 1500 ejemplares, que está mal distribuida
(no hay quien se interese comercialmente en el asunto y cuesta
conseguirla hasta en Norteamérica), que no puede pagar
a sus colaboradores y que depende para su publicación mensual
de Mrs. Leavis que tiene que pasar a máquina los originales
antes de enviarlos a la imprenta. Luego habría que referirse
a las publicaciones que orientan al gran público lector.
Pueden clasificarse en dos grupos: alto y bajo. Dejando de lado
el bajo, quien sirve de guía al otro es The New Statesman
and Nation, semanario socialista. Para Leavis sus patrones
críticos son bajísimos; son periodismo en el mejor
de los casos. En el peor, la expresión de una coterie
que también gobierna otros órganos (Times Literary
Supplement o The Spectator; la B.B.C. y otras
instituciones oficiales). De esa coterie son nombres clave:
Cyril Connolly, editor de la influyente y desaparecida revista
Horizon; John Hayward, amigo personal y exegeta de T. S.
Eliot, autor de un censurado Prose Literature since 1939; John
Lehmann, editor del fallecido Penguin New Writing y del
lujoso Orfeo; Desmond McCarthy (recientemente ascendido
a Sir), de larga ejecutoria crítica, actualmente comercializado
en el Sunday Times; los Sitwell; etc., etc. Tampoco es
más estimulante el cuadro que presenta la crítica
académica, refugiada en las grandes universidades. De Sir
C. M. Bowra (que ha escrito sobre el diseño de la Ilíada
y sobre Rafael Alberti, sobre las tragedias de Sófocles
y sobres Alexander Blok, sobre el alejandrino Kavafis, sobre Eliot
y sobre Yeats) asegura Leavis que todavía no ha dado prueba
de sus poderes como crítico de poesía inglesa. Y
nos e crea que es porque Bowra enseña en Oxford, tampoco
salen mejor parados sus colegas de Cambridge, un Tillyard o un
Basil Willey; de una u otra forma resultan liquidados. La conclusión
general solo puede ser una: el deplorable nivel de la crítica
literaria en Inglaterra.
Esta exposición de marzo de este año no hacía
sino poner al día algunos artículos publicados en
Scrutiny; el lector que desee verlos fijados en letras
de molde puede consultar The Progress of Poetry (de 1948)
o Poety Prises for the Festival of Britain, 1951 (invierno
1949).
VI
¿Qué valor tiene esta controversia desde la perspectiva
hispanoamericana? Ante todo un valor incomparable como estímulo,
como provocación. Es natural que pueda resultar chocante
para muchos el ataque a la erudición (en sus resultados
momificadores, es cierto), cuando en nuestro medio no se ha conseguido
salir siempre del caos de la información barajada sin tino
ni rigor. Asimismo, tiene que parecer chocante que órganos
cuidadosamente responsables, creadores y críticos de prestigio
mundial, sean presentados como centros de general improvisación
o pandillas adolescentes.
Al mismo tiempo, la ardida prédica de Leavis despeja la
ilusión de creer que basta con desatar las fuerzas de la
creación para obtener una gran literatura (error en que
incurren los que confunden espontáneo con sincero); o que
la erudición por sí sola -sin crítica que
la vigile- puede conservar viva la tradición poética:
o que basta la existencia de un órgano de crítica,
sin un público alerta que lo respalde y lo exija, para
evitar el natural ablandamiento, el juego engañoso de las
concesiones cada vez más fáciles, la victoria del
conformismo. Otra lección es posible deducir; y ésta
no lo favorece a Leavis. Una doble circunstancia impide que su
obra sea totalmente ejemplar: la rigidez de sus patrones críticos
y el encono que ha crecido en él por la lucha contra una
generación que no quería crítica lúcida
sino complaciente exégesis. Como dijo bien uno de sus adversarios
(aunque refiriéndose a otra situación): "Si
el éxito corrompe, el fracaso estrecha". Y aunque
en el caso de Leavis solo puede hablarse de un semi fracaso (se
trata, en verdad, de una gloria no oficial), es cierto que la
prolongada batalla le ha impedido objetivar plenamente su esfuerzo,
redondear en serenidad su obra.
Todo esto no es, sin embargo, más que lo anecdótico.
Lo esencial es que la existencia del Dr. Leavis postula en Inglaterra
una crítica vital (en pro y en contra) y la imposibilidad
de que formas negativas como la indiferencia o la irresponsable
consagración prevalezcan sin molestia. Y de ahí
la paradoja de que su misma condenación, robusta y voceada
a todos los vientos, de la crítica literaria inglesa se
convierta en la mejor prueba del rigor, de la lucidez con que
se puede ejercer la crítica literaria en estas playas.
Emir Rodríguez Monegal
Notas
(1) Regresé para compartir
el transporte -¡Oh! ¿con quién
sino contigo, profundamente
enterrada en la silente tumba,
ese paraje que ninguna vicisitud
puede encontrar?
(2) El tiempo presente y el tiempo
pasado
están quizá presentes
en el tiempo futuro
y el tiempo futuro contenido en
el tiempo pasado (...)
Eco de pisadas en la memoria
hacia el pasaje que no recorrimos
hacia la puerta que nunca abrimos
dentro del jardín de rosas
...