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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Sobre las Generaciones Literarias"
En Marcha, Montevideo, Nº 526, 05/10/1951
pp. 14-15.

 

En los últimos años se han multiplicado - quizá con algún exceso - las historias, tratados o resúmenes del método de las generaciones literarias. Hasta el lector de español, generalmente a trasmano de todo lo que signifique novedad en crítica literaria, ha podido disfrutar de una relativa abundancia de textos más o menos críticos. A los ya reseñados en un artículo sobre la generación uruguaya del 900, quisiera agregar hoy otros dos trabajos (de Henri Peyre, de S. Serrano Poncela) que aportan reflexiones al comentado asunto.

I

UN ANÁLISIS FRANCÉS

El libro de Henri Peyre, Les générations littéraires (París, 1948), se halla dividido pedagógicamente en cuatro partes. I. Crítica: el autor intenta demostrar que los conceptos generalmente empleados en historia literaria (períodos, movimientos, escuelas, cenáculos, siglos) no sirven, y que hay que usar el concepto de generaciones, más dócil al desorden, a la movilidad incesante del mundo real (No es difícil reconocer la influencia de Bergson.) II. Histórico: traza sumariamente, y con acopio de antecedentes franceses, la génesis del concepto. III. Cronológico: proyecta con bastante detalle una serie de generaciones en la historia literaria de Europa occidental, a partir de 1490; dicha serie se completa con la comparación con otras series de los Estados Unidos y de Rusia. IV. Práctica: examina el valor práctico del concepto y efectúa un balance de sus ventajas e inconvenientes

No caeré en la tentación de alabar el claro método dialéctico (francés) de Henry Peyre. Trataré, en cambio, de precisar - quizá con mayor afán pedagógico que el mismo autor - el objeto de su examen. Para ello es necesario tener en cuenta la situación actual de la historia literaria en Francia. Muchas afirmaciones de Peyre correrían el riesgo de parecer exageradas si se las separa de ese contexto. ("Il enfonce des portes ouvertes", podría decirse en francés coloquial.) En efecto, la historia literaria francesa (con alguna honrosa excepción: Thibaudet, Pommier, Jasinski) se ha caracterizado por su apego a agradables sistematizaciones por siglos y escuelas o movimientos. (Los programas de literatura en nuestra enseñanza media reflejan la misma metodología.) Esta circunstancia justifica que el autor dedique 44 páginas de su libro - y mucho énfasis - a los inconvenientes, limitaciones y falacias de esa metodología. Si se tiene presente esta circunstancia local francesa no resulta tan chocante su alusión a "des idées parfois explosives" en la Nora preliminar. No es la mera (o criolla) vanidad la que impulsa a Peyre al uso de tal calificativo. Por el contrario su exposición - como la de todo honesto erudito - abunda complacida, juiciosamente, en la enumeración de antecedentes y precursores - de credenciales, diría - de sus ideas y puntos de vista.

El único propósito de Henri Peyre, puede sospecharse, no consiste en convencer a sus sistemáticos compatriotas de la necesidad de renovar los métodos de la historia literaria, utilizando un concepto que los devuelva a la realidad. Peyre pretende, también, demostrar que ese concepto no es sino la expresión intelectual de un hecho. De aquí el interés que fuera de Francia tiene su libro, su interés permanente. Quizá pueda afirmarse que su mayor contribución en este sentido es la de trazar, por vez primera, la serie de generaciones en la historia de la literatura francesa. Pero la parte más importante de su argumentación reside en la convicción de que es posible extender sus series generacionales a otras literaturas europeas.

Para el estudioso de la literatura contemporánea, la creciente sincronización que advierte Peyre en las últimas generaciones, encierra más de una valiosa observación. "Hemos tomado como centro a Francia (reitera el autor), pero sin forzar en nada la verdad de las fechas, hemos mostrado que, en muchos casos, los polos de esas generaciones sucesivas en Francia habían constituido también en Inglaterra o en Alemania, hasta en Rusia o en los Estados Unidos, las cumbres de una curva paralela. Esto es verdad sobre todo a partir de 1750 o 1800, y más aún de 1850 o 1900, cuando las grandes literaturas de los países occidentales multiplican el intercambio y evolucionan en un clima análogo. La literatura comparada y quizá un día la literatura general, debiera sacar provecho de la clasificación en generaciones. (...). Cada vez más, los maestros o los instructores de una misma generación en Europa, en cinco o seis países, son los mismos grandes nombres bruscamente aclamados por juventudes que se trasmiten su entusiasmo por encima de las fronteras nacionales y lingüísticas: Rilke, Kafka, St. John Perse, Eluard, García Lorca, Hart Crane, Boris Pasternak".

El interés de este trabajo no se reduce, sin embargo, al aspecto práctico. Peyre contribuye, también, a la teoría, a la metodología. Es claro que está ausente de su obra la sistematización (o mecanización) de otros expositores como Petersen, o la actitud predominantemente filosófica de un Julián Marías. Por eso mismo, le lector debe buscar a lo largo de las páginas las distintas indicaciones de una teoría generacional. El concepto general aparece expresado en el capítulo VI. Allí se señalan los elementos constitutivos: A) "Hay una cuestión casi regular de grupos humanos, con una renovación ininterrumpida pero particularmente sensible a ciertos intervalos: treinta años en una familia, diez o quince años en un grupo social más extenso y más móvil"; B) "Los hombres nacidos y crecidos aproximadamente juntos comparten un cierto número de aspiraciones, de sueños, de ideas y de sentimientos. Esto es sin duda sensible sobre todo al punto de partida de los que se llamará una generación nueva y cuando esos hombres tienen entre dieciocho y treinta años; y esto es más verdadero negativamente (en lo que un grupo combate y rechaza al entrar a la arena) que positivamente (en las realizaciones que cumplirá luego, cuando cada uno se halla encontrado a sí mismo)"; C) "... la diferencia de edad, de ideal, de actitud de espíritu y de sensibilidad entre una generación declinante y la generación que asciende en una fuente de conflictos que han señalado cada época..."; D) "las diversas generaciones... han recibido dones desiguales según los países y según los tiempos". Estos elementos serán familiares a todos los lectores de Ortega. En efecto, el filósofo español ya había señalado un ritmo de tres etapas principales (gestación, gestión, retirada), de quince años cada una, para las generaciones históricas. También había señalado los cambios en la sensibilidad que cada generación presupone, así como la importancia de las llamadas experiencias generacionales. Su expositor, Julián Marías, no ha dejado de apuntar esa diferencia de dones entre varias generaciones en un mismo país o entre coetáneos de distintos países. Tampoco parecerán nuevas estas reflexiones al lector de Petersen o de Laín Entralgo. Pero esto (ya se sabe) no importa Henri Peyre.

La parte teórica del libro no concluye ahí. Pero para relevar las restantes, imprescindibles, articulaciones hay que rastrear cuidadosamente toda la obra. Podrá verse entonces la importancia fundamental que Peyre concede a la cronología, vale decir: a la fecha de nacimiento de cada escritor. O su reconocimiento de ciertas peculiaridades de la polémica entre las generaciones (también comentada por Ortega); o las inconciliables divergencias que, a veces, se revelan dentro de una misma generación ["Une géneration n'est jamais une", subraya Peyre]; o la existencia de generaciones privilegiadas, rasgo ya anticipado por el historiados latino Velleius Paterculus.

Debe asistirse, asimismo, en la resistencia de Henri Peyre hacia toda sistematización ideológica. Su punto de partida es empírico y a la experiencia se apegará durante toda su exposición. De ahí la honestidad con que denuncia y elucida cada excepción a sus conclusiones, ya se trate (como en el caso de Ronsard y de Goethe o de André Gide) de figuras que superan su generación y se incorporan legítimamente a la siguiente, o - por el contrario - el de aquéllas (como Taine o Rimbaud) que maduran rápidamente y se integran a la generación anterior. Es aquí que, en varias oportunidades, no vacila en denunciar el margen de arbitrariedad que éste método (como todo método) arrastra, y transcriba y resuma las conocidas objeciones de Albert Thibaudet. "Pero en esta debilidad - argumenta con razón Peyre - consiste precisamente el valor de este concepto, pues él nos advierte que la vida como la naturaleza no hace saltos y que nuestras divisiones no son jamás otra cosa que cortes aproximadamente hechos en la blanda continuidad de la generación viva".

De esta misma resistencia a la sistematización emerge el claro balance de su obra, después de haber repasado las ventajas y los inconvenientes prácticos de la aplicación del método de las generaciones. Y si las ventajas (ubicar mejor al genio en el ambiente en que surge; trazar el cuadro de la inspiración colectiva; sustituir por la convivencia y la atmósfera de cada generación el viejo concepto de la influencia libresca; facilitar la vinculación con las artes coetáneas, con los otros sectores de la generación; comprender con mayor precisión las alternativas en la valorización de una obra por la larga posteridad; ajustarse al propio sentir de los escritores que naturalmente se agrupan en generaciones); si las ventajas, digo, superan largamente a los inconvenientes es porque el método, en efecto, posee un gran valor práctico.

Algún reparo menor podría hacerse a este trabajo. Por más importante que el relevamiento de las discrepancias parece señalar su aporte equilibrado y (en el buen sentido de la palabra) modesto a una mejor interpretación del método de las generaciones en la historia literaria.

II

UN LECTOR DE ORTEGA

De muy distinta naturaleza y pretensiones es el ensayo de S. Serrano Poncela: Las generaciones y sus constantes existenciales. (En Realidad, Nº 16, Buenos Aires, julio-agosto 194..). Ante todo, porque se concentra en el aspecto teórico del tema, aunque incurre rápidamente en el inevitable, en el ajeno, repaso de teorizadores. También porque no vacila en reiterar los excesos de vocabulario de un lector de Ortega, de Heidegger y de las más jeroglíficas páginas de L'être et le néant. Su aporte original consiste en un intento de determinar las constantes generacionales. A juicio del ensayista español son las siguientes: A) Filosófica: "o formas de referir su pensamiento (de la generación) a una filosofía determinada, más o menos reconocida por los componentes generacionales (...) Entendámonos: no se hace preciso, para que esta constante filosófica se produzca, la presencia de un sistema articulado, sino más bien de una coincidencia en las grandes actitudes vitales y de una respuesta análoga a las preguntas vírgenes que cada individuo, una vez que sale de la anodinidad, se efectúa problematizándose..."; B) Sociológica: "Toda generación es un conjunto humano situado, a la vez que en determinado ámbito espacial-histórico, en un ámbito psicológico cuya dúplice conceptualización tiene lugar a través de los vocablos nación y patria"; C) Histórica: "Concebidas la nación y la patria como un existir, es evidente que éste sólo puede ser el resultado de un continuo hacerse referido a los hombres y sus correlaciones siguiendo el fluir del tiempo. Esto es la histórico. Toda generación, por tal motivo, tiene que ambientar forzosamente su catalejo hacia un puesto de observación desde el cual referirse al pasado"; D) Psicológica: "Pero la generación, además de poseer su propio mundo de vivencias filosóficas, su propio existir y su fisonomía histórica es parte a su vez de un perímetro más ancho por donde circulan otras generaciones contemporáneas y sólo en cierta medida coetáneas. Este perímetro es de carácter internacional y afecta a las relaciones de vida con otros pueblos desde el punto de vida principalmente psicológico"; E) Lingüístico-literaria: "Cada generación tiene su propio lenguaje".

Al enfrentar el tema desde el ángulo existencialista, Serrano Poncela le da una apariencia de novedad, aunque en rigor sus constantes ya habían sido mejor expresadas y en un lenguaje más trasparente y preciso por Julián Marías. El mismo Julius Petersen las anticipaba, aunque con escasa sutileza. Adviértase, por ejemplo, la coincidencia absoluta de la última (E) de Serrano Poncela con la séptima del alemán: lenguaje generacional. En lo que se refiere a las otras, su constante básica ya había sido considerada por Petersen al referirse a los elementos educativos (Nº 3), a la comunidad personal (Nº 4) y a las experiencias de la generación (Nº 5). Y la crítica que Marías dedicaba a Petersen sigue siendo válida, por lo tanto, para algunas de las conclusiones de Serrano Poncela.

III

PERSPECTIVA HISPANO-AMERICANA

He dejado para el final el comentario que nos toca más de cerca. Ningún hispanoamericano habrá dejado de advertir que Henri Peyre omite completamente toda consideración de nuestra literatura. Lo que no quiere decir que omita a todos los autores de esta América española. Basta recorrer rápidamente el índice para reconocer al Inca Garcilaso, a Juan Ruiz de Alarcón, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Gertrudis Gómez de Avellaneda, a Rubén Darío, a Jorge Carrera Andrade, a Pablo Neruda. Pero aunque Peyre en general no ignora sus nacionalidades respectivas estos autores aparecen en el texto enraizados en las generaciones españolas coetáneas. Si esto puede parecer legitimo en algunos casos (Garcilaso, Alarcón, Sor Juana, la Avellaneda); si puede discutirse con algún éxito en el de Darío; es indudable que carece de fundamento al tratarse de Carrera Andrade o de Neruda. Y no se trata sólo de una reivindicación patriótica o hemisferial. Se trata, en primer lugar, de que a partir de la Independencia la literatura de la América hispánica posee - pese a su clara filiación española - una fisonomía propia. Se trata, en fin, y en un sentido mucho más importante, de que esa actitud de Peyre ayuda a plantear el tema de las series generacionales desde el ángulo hispanoamericano.

El problema puede ser enunciado así: ¿Es legítimo aplicar a la literatura hispanoamericana el método de las generaciones? En el libro de Peyre hay un pasaje muy sugestivo respecto al peligro de extender conceptos válidos en una literatura a otra: "El más grave peligro que ofrece la división de una literatura en períodos reside en la tentación que asaltará a los historiadores de otras literaturas de extender a las suyas esas categorías que pueden haber sido válidas en Alemania o en Francia, en los dos países más ávidos de sistematización en estas materias o aquellos en donde el trabajo la crítica es más consciente". Es claro que el lector hispanoamericano no necesitaba ir a buscar en un ensayista francés una advertencia tan juiciosa. Ya en l848 la había formulado Andrés Bello: "Quisiéramos sobre todo precaverla (a la juventud chilena) de una servilidad excesiva a la civilizada Europa. (...) Nosotros somos ahora arrastrados más allá de lo justo por la influencia de Europa, a quien, al mismo tiempo que nos aprovechamos de sus luces, debiéramos imitar en la independencia del pensamiento (...) Es preciso además no dar demasiado valor a nomenclaturas filosóficas; generalizaciones que dicen poco o nada por si mismas al que no ha contemplado la naturaleza viviente en las pinturas de la historia y, si se puede, en los historiadores primitivos y originales". Pero (es posible argumentar) no se trata de aplicar ahora generalizaciones extrañas o extranjeras; no se trata de copiar una división en períodos. Se trata de reconocer una realidad histórica (como quería Bello, como quiere Peyre) que opera tanto en Europa como en América. El peligro no reside, pues, en la parte práctica - porque las generaciones relevadas no pueden inventarse, están ahí, existiendo siempre en el seno de la historia - sino en las lucubraciones teóricas, o en la mecánica identificación de los problemas de una generación europea con la coetánea de la América hispánica. De una comparación entre las series generacionales que indica Peyre y las que podrían trazarse en la historia literaria de nuestro hemisferio, surgiría, sin duda, una relativa lentitud, un retraso, en la marcha general de la literatura. Esto debe darse por descontado. Pero consideraciones de esta naturaleza llevan demasiado lejos. Baste señalar por el momento la posibilidad de tal serie.

Siempre será necesario lamentar que Pedro Henríquez Ureña no haya tenido tiempo de acometerla. En su luminosa síntesis, Las corrientes literarias en la América hispánica, usa don Pedro repetidamente el vocablo generación y, a veces, indica concretamente la existencia de alguna generación relevante. Pero la ausencia de una serie complete es tanto más 1amentable cuanto que su enorme competencia, su erudición y probidad, lo ponían a cubierto de toda improvisación, de todas precipitación. Mientras no se realice tal empresa sólo será posible emprender el estudio parcial de alguna generación suficientemente visible.

Quizá la ventaja más inmediata de la aplicación del método de las generaciones a la historia literaria de la América hispánica sería la de evaporar todas las falaces categorías (neoclásicas, románticos, parnasianos, etc., etc.) que abruman y entorpecen los manuales. Ya Jorge Luis Borges denunció la haraganería, el anacronismo, que suponen juzgar al Martín Fierro como un poema épico, sin advertir su condición de novela. Un caso más grave por la distracción con que ha sido considerado, por el absoluto desenfoque que implica, es el de Andrés Bello, invariablemente rotulado de neoclásico. Los textos rutinarios (los críticos rutinarios) continúan desentendiendo su posición particularísima de poeta de transición: neoclásico en su retórica y en algunos modelos, pero casi romántico en la aproximación a la naturaleza americana, en su exaltación erudita de la Edad Media española y del teatro del siglo de oro, en su admiración por Lord Byron y por Víctor Hugo (a quienes tradujo repetidamente), en el eclecticismo de su crítica frente al manoseado asunto de las reglas dramáticas o de la mitología pagana en escritores católicos, en su personal predilección por la música de Bellini y Donizetti, etc., etc. Esta confusión largamente perpetuada proviene (ya se sabe) de la llamada polémica del Romanticismo que enfrentó a Bello y Sarmiento. Si se hubiera contemplado esa polémica como lo que realmente es - polémica de dos generaciones y no sólo de escuelas literarias - no habría cundido la simplificación que ve en Bello el adalid de la escuela neoclásica; no habrían permanecido tanto tiempo inauditas estas palabras de Miguel Luis Amunátegui: "El primero que profesó en Chile las teorías de la escuela literaria moderna, o sea de la escuela romántica, pero sin sus exageraciones, fue don Andrés Bello". Dentro de una historia literaria que contemple la serie generacional podrían obviarse tales simplificaciones. La realidad podría examinarse viva.

Emir Rodríguez Monegal

 

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