Página inicial
 
 
 
 
 


Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Una versión de Montalvo"
En Marcha, Montevideo, Nº 459, 1948.
p. 14-15.

Enrique Anderson Imbert: EL ARTE DE LA PROSA EN JUAN MONTALVO. México, El Colegio de México, 1948. 236 pp.

"Montalvo es caso aparte en la literatura hispanoamericana. Fue prosista de deslumbrantes efectos de estilo. Sin embargo, un aire de fracaso enrarece sus libros. Es como si Montalvo, tan bien dotado para la frase, no hubiera sabido qué hacer con su vocación de escritor. Sus libros son para minorías, porque solo unos pocos serán capaces de buscar el brillo rápido de sus lujos verbales. Y aun las minorías se fatigan, porque después de todo a esas formas lujosas les falta universalidad.

Con estas palabras abre Anderson Imbert su estudio sobre Montalvo. La valoración, aparentemente negativa, es, en realidad, lúcida y desapasionada. Anderson Imbert no viene con barato aire iconoclasta a aniquilar todas las interjecciones, todos los ditirambos, todas las exaltaciones oficiales, que cubren el nombre de Montalvo, relegándolo al ilustre Parnaso de los autores citados pero no leídos. Anderson Imbert pretende poner las cosas en su sitio. Y aunque el confesado propósito del libro parezca más reducido, para cumplir su examen del arte de la prosa en Juan Montalvo, el crítico argentino ha debido pasar por todas las etapas del conocimiento histórico y biográfico, por el análisis psicológico del autor, por el examen del contenido doctrinario de sus obras; y su arribo a la provincia del estilo supone una profunda exploración de todo el universo que el nombre de Montalvo abarca. Por eso, el interés de este libro no se reduce al aporte de investigación estilística y se centra, para el lector no especializado, principalmente en el enfoque admirable, vivísimo y actual, de la obra y la personalidad de Juan Montalvo.

El estudio de Rodó (recogido en El Mirador de Próspero, 1913) había propuesta una imagen gigantesca de Montalvo, un coloso que en la más impecable y ardiente prosa de América destruía tiranos. El enfoque que hoy puede ofrecerse está menos contaminado de plutarquismo (o emersonismo o rodonismo), pero parece estar más cerca de la imagen objetiva. Sus últimos biógrafos están de acuerdo en afirmar que Montalvo nunca tuvo verdadera influencia política, y Richard Pattee ha llegado a escribir que la figura de Montalvo se destaca tan tenuemente en las luchas políticas de la época que apenas se hace notar; agregando luego: su influencia directa y decisiva en los conflictos políticos de aquel tiempo pasaba casi desapercibida.

Tampoco el ideario de Montalvo podría parecer hoy ejemplar, a menos que se sea radicalmente reaccionario. Como hombre nutrido en la filosofía del siglo XVIII, y aunque vivió (en su persona, en su literatura) el ardimiento romántico, Montalvo respondió principalmente a un pensamiento conservador. Al examinar sus ideas escribe justamente Anderson Imbert: Su conducta de ciudadano siempre en lucha contra malos gobernantes y malos sacerdotes, ha hecho creer que su pensamiento era también audaz. Un examen más atento de sus escritos, sin embargo, nos revela que Montalvo se opuso a las ideas avanzadas de la Europa de su tiempo y más bien prefirió marcar el paso con los intelectuales católicos y conservadores del Ecuador. Y luego detalla el crítico algunas de sus actitudes: Estaba demasiado comprometido con la tradición para ser consecuente con sus dudas -rechazó, por ejemplo, a Renan- y a fuer de católico se opuso al racionalismo, al idealismo gnoseológico, al darwinismo y al positivismo, al feminismo, al socialismo, al naturalismo y al liberalismo. (Suprimo las menciones del libro y capítulo que, en cada caso, hace Anderson Imbert). Montalvo llegó a anatemizar "el comunismo y el socialismo, azotes de las sociedades modernas"; frente a los indios (inmensa mayoría del Ecuador) tuvo piedad, pero no soluciones de justicia social; etc., etc. Y luego concluye Anderson Imbert que Montalvo pudo haber pensado sus temas desde la raíz. Habría sido, si no un pensador original, por lo menos un ensayista lúcido. Desgraciadamente, su interés estaba, no en las ideas, sino en la riqueza musical y plástica del lenguaje. Pensaba más con las palabras que con las ideas.

Por eso resulta cada vez más evidente que la vigencia actual de Montalvo se centra en su prosa arrebatada y tensa, de fuego. A su caracterización ha dedicado Anderson Imbert su valioso ensayo. El crítico argentino dividió su libro en tres grandes partes. La primera (Actitud ante la lengua) examina la posición de Montalvo previa a toda creación. Montalvo se manifiesta, aquí también, conservador. Ama una lengua literaria artificial; rechaza la popular, o si incorpora alguna palabra vulgar es por su riqueza plástica; revela un colonialismo mental; cree ciegamente en las Autoridades (la Academia, las Gramáticas, los Preceptistas, los Modelos); su culto a la literatura española es total, no deteniéndose ni en la imitación ni en el pastiche (caso de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes). Paradójicamente, esa sumisión era compatible con una libertad creadora; y si bien respetaba la autoridad de afuera, lo cierto es que al plasmar su lengua literaria obedecía a una íntima y desbordante vocación creadora. Su pasión verbal fue, pues, fuente de su libertad artística. La segunda parte del libro (La composición) muestra a Montalvo en su misma actitud de creación. Señala el público para el que idealmente escribía: no el de su patria, sino el de Europa; indica su método fragmentario de composición, como si estuviera realizando un mosaico; el doble aspecto de su escritura: su naturaleza solitaria, su aire de diario íntimo, a pesar de los temas políticos tratados; y, después, su carácter libresco, de literatura hecha a fuerza de memoria; sus fuentes principales, entre ellas dos: Chateaubriand y Montaigne; el ideario de Montalvo; su creación poética y narrativa; su radical actitud de ensayista (aunque Montalvo pretendió, erróneamente, ser algo más y aspiró como forma última al Tratado); la naturalaza diversa y dominante de sus digresiones. La tercera parte del libro (Rasgos estilísticos) se abre con un penetrante examen de la esterilidad, del amargo sentimiento de inferioridad que poseyó Montalvo como hombre. Deriva luego hacia un examen de sus preferencias estilísticas por lo bonito, por lo truculento, por el insulto (que refleja inequívocamente esa hostilidad hacia el mundo); su devoción por lo tradicional; la forja de su particular lengua literaria; su inclinación hacia la elocuencia y la pomposidad. Intenta luego el crítico una experiencia hecha sobre la base de distintos textos que permita trazar la fonología de la prosa en Montalvo. Los resultados son, como se comprende, parciales y requerirían el examen de mayor número de ejemplos. Termina esta parte con algunas consideraciones sobre el don de frase que poseía Montalvo, que derivaba naturalmente hacia el aforismo, y sobre la influencia ejercida por su figura y por su estilo.

Anderson Imbert no ha pretendido agotar su tema. Ha preferido dejar bien ubicado a su autor en el tiempo en que le tocó vivir, en el espacio en que se desarrolló. Ha preferido plantear con nitidez los distintos enfoques actuales de su pensamiento y de su obra. Ha preferido diseñar limpiamente el panorama de su estilo, atacando con provecho algunos temas particulares. Esta investigación es susceptible de ampliarse, de afinarse aún. Según el mismo crítico declara, no le fue posible consultar ni los originales del escritor ni, en algunos casos, las ediciones primeras; tampoco realizó un estudio exhaustivo de fuentes ni fijó inequívocamente la cronología de sus trabajos. Pero, tal como está, el libro constituye un aporte valiosísimo al estudio de Montalvo y es un modelo de investigación responsable, de lucidez crítica."

E. R. M.

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


Biografía Bibliografía l Entrevistas l Correspondencia l Críticos
Manuscritos l Fotografías l Vínculos


Optimizado para Internet Explorer a 800x600