Enrique Anderson Imbert: EL ARTE DE LA PROSA
EN JUAN MONTALVO. México, El Colegio de México,
1948. 236 pp.
"Montalvo es caso aparte en la literatura hispanoamericana.
Fue prosista de deslumbrantes efectos de estilo. Sin embargo,
un aire de fracaso enrarece sus libros. Es como si Montalvo, tan
bien dotado para la frase, no hubiera sabido qué hacer
con su vocación de escritor. Sus libros son para minorías,
porque solo unos pocos serán capaces de buscar el brillo
rápido de sus lujos verbales. Y aun las minorías
se fatigan, porque después de todo a esas formas lujosas
les falta universalidad.
Con estas palabras abre Anderson Imbert su estudio sobre Montalvo.
La valoración, aparentemente negativa, es, en realidad,
lúcida y desapasionada. Anderson Imbert no viene con barato
aire iconoclasta a aniquilar todas las interjecciones, todos los
ditirambos, todas las exaltaciones oficiales, que cubren el nombre
de Montalvo, relegándolo al ilustre Parnaso de los autores
citados pero no leídos. Anderson Imbert pretende poner
las cosas en su sitio. Y aunque el confesado propósito
del libro parezca más reducido, para cumplir su examen
del arte de la prosa en Juan Montalvo, el crítico
argentino ha debido pasar por todas las etapas del conocimiento
histórico y biográfico, por el análisis psicológico
del autor, por el examen del contenido doctrinario de sus obras;
y su arribo a la provincia del estilo supone una profunda exploración
de todo el universo que el nombre de Montalvo abarca. Por eso,
el interés de este libro no se reduce al aporte de investigación
estilística y se centra, para el lector no especializado,
principalmente en el enfoque admirable, vivísimo y actual,
de la obra y la personalidad de Juan Montalvo.
El estudio de Rodó (recogido en El Mirador de Próspero,
1913) había propuesta una imagen gigantesca de Montalvo,
un coloso que en la más impecable y ardiente prosa de América
destruía tiranos. El enfoque que hoy puede ofrecerse está
menos contaminado de plutarquismo (o emersonismo o rodonismo),
pero parece estar más cerca de la imagen objetiva. Sus
últimos biógrafos están de acuerdo en afirmar
que Montalvo nunca tuvo verdadera influencia política,
y Richard Pattee ha llegado a escribir que la figura de Montalvo
se destaca tan tenuemente en las luchas políticas de la
época que apenas se hace notar; agregando luego: su
influencia directa y decisiva en los conflictos políticos
de aquel tiempo pasaba casi desapercibida.
Tampoco el ideario de Montalvo podría parecer hoy ejemplar,
a menos que se sea radicalmente reaccionario. Como hombre nutrido
en la filosofía del siglo XVIII, y aunque vivió
(en su persona, en su literatura) el ardimiento romántico,
Montalvo respondió principalmente a un pensamiento conservador.
Al examinar sus ideas escribe justamente Anderson Imbert: Su
conducta de ciudadano siempre en lucha contra malos gobernantes
y malos sacerdotes, ha hecho creer que su pensamiento era también
audaz. Un examen más atento de sus escritos, sin embargo,
nos revela que Montalvo se opuso a las ideas avanzadas de la Europa
de su tiempo y más bien prefirió marcar el paso
con los intelectuales católicos y conservadores del Ecuador.
Y luego detalla el crítico algunas de sus actitudes: Estaba
demasiado comprometido con la tradición para ser consecuente
con sus dudas -rechazó, por ejemplo, a Renan- y a fuer
de católico se opuso al racionalismo, al idealismo gnoseológico,
al darwinismo y al positivismo, al feminismo, al socialismo, al
naturalismo y al liberalismo. (Suprimo las menciones del libro
y capítulo que, en cada caso, hace Anderson Imbert). Montalvo
llegó a anatemizar "el comunismo y el socialismo,
azotes de las sociedades modernas"; frente a los indios (inmensa
mayoría del Ecuador) tuvo piedad, pero no soluciones de
justicia social; etc., etc. Y luego concluye Anderson Imbert
que Montalvo pudo haber pensado sus temas desde la raíz.
Habría sido, si no un pensador original, por lo menos un
ensayista lúcido. Desgraciadamente, su interés estaba,
no en las ideas, sino en la riqueza musical y plástica
del lenguaje. Pensaba más con las palabras que con las
ideas.
Por eso resulta cada vez más evidente que la vigencia
actual de Montalvo se centra en su prosa arrebatada y tensa, de
fuego. A su caracterización ha dedicado Anderson Imbert
su valioso ensayo. El crítico argentino dividió
su libro en tres grandes partes. La primera (Actitud ante la
lengua) examina la posición de Montalvo previa a toda
creación. Montalvo se manifiesta, aquí también,
conservador. Ama una lengua literaria artificial; rechaza
la popular, o si incorpora alguna palabra vulgar es por su riqueza
plástica; revela un colonialismo mental; cree ciegamente
en las Autoridades (la Academia, las Gramáticas,
los Preceptistas, los Modelos); su culto a la literatura española
es total, no deteniéndose ni en la imitación ni
en el pastiche (caso de los Capítulos que se le olvidaron
a Cervantes). Paradójicamente, esa sumisión
era compatible con una libertad creadora; y si bien respetaba
la autoridad de afuera, lo cierto es que al plasmar su lengua
literaria obedecía a una íntima y desbordante vocación
creadora. Su pasión verbal fue, pues, fuente de su libertad
artística. La segunda parte del libro (La composición)
muestra a Montalvo en su misma actitud de creación. Señala
el público para el que idealmente escribía: no el
de su patria, sino el de Europa; indica su método fragmentario
de composición, como si estuviera realizando un mosaico;
el doble aspecto de su escritura: su naturaleza solitaria,
su aire de diario íntimo, a pesar de los temas políticos
tratados; y, después, su carácter libresco, de literatura
hecha a fuerza de memoria; sus fuentes principales, entre
ellas dos: Chateaubriand y Montaigne; el ideario de Montalvo;
su creación poética y narrativa; su radical actitud
de ensayista (aunque Montalvo pretendió, erróneamente,
ser algo más y aspiró como forma última al
Tratado); la naturalaza diversa y dominante de sus digresiones.
La tercera parte del libro (Rasgos estilísticos)
se abre con un penetrante examen de la esterilidad, del amargo
sentimiento de inferioridad que poseyó Montalvo como hombre.
Deriva luego hacia un examen de sus preferencias estilísticas
por lo bonito, por lo truculento, por el insulto (que refleja
inequívocamente esa hostilidad hacia el mundo); su devoción
por lo tradicional; la forja de su particular lengua literaria;
su inclinación hacia la elocuencia y la pomposidad. Intenta
luego el crítico una experiencia hecha sobre la base de
distintos textos que permita trazar la fonología de la
prosa en Montalvo. Los resultados son, como se comprende, parciales
y requerirían el examen de mayor número de ejemplos.
Termina esta parte con algunas consideraciones sobre el don de
frase que poseía Montalvo, que derivaba naturalmente hacia
el aforismo, y sobre la influencia ejercida por su figura y por
su estilo.
Anderson Imbert no ha pretendido agotar su tema. Ha preferido
dejar bien ubicado a su autor en el tiempo en que le tocó
vivir, en el espacio en que se desarrolló. Ha preferido
plantear con nitidez los distintos enfoques actuales de su pensamiento
y de su obra. Ha preferido diseñar limpiamente el panorama
de su estilo, atacando con provecho algunos temas particulares.
Esta investigación es susceptible de ampliarse, de afinarse
aún. Según el mismo crítico declara, no le
fue posible consultar ni los originales del escritor ni, en algunos
casos, las ediciones primeras; tampoco realizó un estudio
exhaustivo de fuentes ni fijó inequívocamente la
cronología de sus trabajos. Pero, tal como está,
el libro constituye un aporte valiosísimo al estudio de
Montalvo y es un modelo de investigación responsable, de
lucidez crítica."
E. R. M.